Informática y sociedad en
América Latina
Unas relaciones peculiares
Judíth Sutz
La informática se moldea con las organizaciones, los discursos, la verdad oficial de cada sociedad. Pero en América Latina el contexto social ha originado peculiaridades especificas en esa relación.
1. LOS MARCOS DE LA REFLEXIÓN
Son muchos los marcos desde los cuales pensar la
informática, su influencia sobre la sociedad y su propia evolución científica
y tecnológica. Pueden llegar a ser muy distintos, refiriéndose a problemas muy
distanciados los unos de los otros; sin embargo, en todos ellos debería tenerse
idéntico cuidado por no establecer causalidades espúreas,
incompletas o maniqueas. Es difícilmente creíble o aceptable que la sociedad ‑o
algún sector social‑ haya resultado de tal o cual forma porque la
informática lo determinó o moldeó así: lo que decimos para el pasado no parece
menos válido para el futuro y así resulta igualmente inaceptable el vaticinio
de que la informática mediante la sociedad devendrá de tal o cual manera.
Por su parte, la informática no es ni se transforma de acuerdo a alguna lógica única y “pura” en
términos de influencias: su historia puede ser leída
en clave tecnológica, en clave científica, en clave “social”; su evolución admite hipótesis en todas ellas y por lo
tanto, aunque algunos caminos parezcan más plausibles que otros, no hay lógica
en nombre de la cual proclamar que algún camino está irremediablemente cerrado
o que es el único que permanece abierto.
Es mucho más fácil decirse a uno mismo y a aquellos
con los que uno dialoga que hay que cuidarse del monstruo de mil cabezas del
determinismo que evitar ser atrapado por él –muy en particular cuando el
objeto del diálogo o la reflexión es la tecnología‑. Una forma bastante
efectiva de defensa es tratar de poner de manifiesto la multiplicidad de
situaciones y de influencias recíprocas en que se
encuentra aquello acerca de lo cual estamos pensando, y por ello es que parece
pertinente referirse a algunos de los diversos marcos desde los cuales resulta
más fértil pensar la informática.
‑ Un primer marco obligado es el de la economía.
El crecimiento continuo y por momentos explosivo que
la informática viene experimentando desde hace ya casi treinta años sugiere
que proveyó una respuesta particularmente idónea a una demanda gigantesca. El
sistema económico ‑al menos en los países desarrollados‑
confrontaba una necesidad creciente de tratamiento de información, producto de
su diversificación, interrelacionamiento y,
finalmente, internacionalización. Todas las esferas del quehacer económico
fueron incrementando notablemente su demanda por información organizada,
actualizada, tratada. Desde los procesos mismos de producción, pasando por su
control y planificación, la gestión comercial y la estrategia general de las
empresas o conglomerados fuera en el plano de las manufacturas, de los
servicios, etc.
En los últimos años ha sido presentada una propuesta
explicativa del devenir tecno‑económico‑institucional
‑los paradigmas tecnoeconómicos‑, que
resulta altamente sugerente para entender la explosión informática (1). Esta propuesta señala, dicho muy rápidamente, que es
posible establecer una periodización histórica ‑al menos desde la
Revolución Industrial-organizada en torno a un insumo o grupo de insumos que,
por su baratura, abundancia, aptitud para generar “convergencias tecnológicas”,
etc., orientan una nueva lógica tecno‑económica,
una nueva dirección en la toma de decisiones. Ejemplos del pasado serían el
acero barato de fines del siglo XIX y el petróleo barato de hasta hace poco
tiempo; como ejemplo de hoy y también de mañana se sugiere la
microelectrónica. Esta tecnología ha permitido miniaturizar y abaratar
dramáticamente los elementos constitutivos de todo sistema que trata de una
forma u otra información expresada en forma binaria, los “chips”, “pulgas”, o,
dicho más formalmente, los circuitos integrados. A la necesidad se suma así
posibilidad, o, invirtiendo la causalidad, quizá también pueda decirse que la
posibilidad engendra un crecimiento de necesidades; sea como sea el hoy por hoy
inextricable ensamblaje de ambas, de demanda económica y realización técnica,
da en buena parte cuenta de un fenómeno mayor de nuestra época: la informatización
de la sociedad.
‑ Un segundo marco útil para pensar la informática
es el de las instituciones y organizaciones. Intuitivamente parece evidente
que el lugar concreto donde la informática ha desarrollado al máximo su
operatividad es en las organizaciones altamente complejas ‑ejércitos, administración
pública, empresas multinacionales, etc.‑. Podría decirse que la
informática devino de fenómeno técnico fenómeno social justamente porque fue
adoptada masivamente por el mundo de las organizaciones.
¿Por qué ocurrió esto? La literatura sobre las
organizaciones es gigantesca y resulta interesante comprobar que se la
mencione o no a título expreso ‑a veces porque el texto fue escrito
treinta años antes de que existieran las computadoras‑ la informática
casi siempre se dibuja bajo la trama de los razonamientos expuestos. En el
caso de Weber lo que se postula es la estructuración
de la sociedad en torno a grandes organizaciones cuya evolución se dirige obligatoriamente hacia la burocratización. Y esto
último en función de la superioridad técnica de la burocracia, basada a su vez
en su capacidad de generalizar las acciones sustentadas en el cálculo. Aunque
no lo diga con esas palabras, de lo que está hablando es de la superioridad
de métodos que permiten someter los procedimientos administrativos a una
operatividad algorítmica. Tal es esa superioridad que transforma la
racionalidad que en ellos se apoya‑ en este caso la racionalidad
burocrática ‑en obligatoria e inevitable‑ (2).
Por su parte Herbert Simon, propulsor de una de las corrientes más influyentes
en el pensamiento organizativo, la “teoría de la organización”, lleva las
cosas al extremo. En efecto, su idea es que la organización es una caja negra
dentro de la cual ocurre el fenómeno central, medular, de la vida organizativa:
la resolución de problemas o toma de decisiones. Y al efectuar esas tareas,
“el pensamiento humano se rige por programas que organizan miríadas de simples
procesos de información ‑o procesos de manejo de símbolos‑ en
deducciones orientadas y complejas... Como esa misma clase de programas pueden
escribirse para las computadoras, son susceptibles de usarse para describir y
simular el pensamiento humano” (3). Su utopía y desiderátum están claramente planteados.
Pero la cuestión no es sólo la eficiencia; es
también el poder. Aunque el texto que sigue se refiera a la que todavía es hoy
la organización por antonomasia ‑el Estado‑, puede extrapolarse
sin dificultad a otro tipo de organizaciones. “Yo diría que el Estado consiste
en la codificación de todo un conjunto de relaciones de poder que hacen
posible su funcionamiento, y que la Revolución es un tipo diferente de codificación
de esas mismas relaciones. Esto implica que hay muchas formas diferentes de
revolución, grosso modo tantas como posibles recodificaciones
subversivas de las relaciones de poder...” (4) Toda relación de poder se basa
en la asimetría en el acceso a algo que otorga poder; leída en “clave
informática” la información de Foucault sugiere que
uno de los escenarios de la lucha por el poder ‑tanto desde fuera como
desde dentro de las organizaciones‑ se da en un plano privilegiado de
asimetrías: el del acceso a la información. Lo que en este pasaje evoca a la
informática no es principalmente el uso de términos caros al lenguaje computacional
como codificación y recodificación, sino más bien una
de las respuestas posibles a la pregunta ¿cómo se opera concretamente esa codificación
de las relaciones de poder? En muy diversos planos ‑la organización
versus el administrado, una organización versus otra, una parte o sector de la
organización en relación a otras partes o sectores de la misma‑ un aspecto
clave de dicha codificación es volver al otro transparente y volverse uno
opaco, inescrutable (5). ¿Cómo se construyen y se
refuerzan esas relaciones asimétricas, cómo se aumenta la transparencia de unos
y la opacidad de otros? Aquí sí la informática entra por derecho propio a dar
respuestas. No tanto porque acumule datos ‑cosa que se viene haciendo
desde hace mucho y por otros medios‑ sino porque agiganta la posibilidad
de relacionar, de interconectar, de realizar inferencias cruzadas a partir de
datos que aislados dicen muy poco en comparación con lo que pueden llegar a
revelar puestos en conjunto (6). La informática apunta
así mucho más a lo cualitativo que a lo cuantitativo: la transparencia que
permite presupone el dato pero va mucho más allá de él.
Ahora bien, en el marco de la evolución actual de
las organizaciones parecería que la validez de la “profecía burocrática” weberiana estuviera llegando a su fin. En la literatura
especializada se señalan los indicios empíricos que permiten hablar de la
“irracionalidad latente en la racionalidad burocrática” (7); la palabra más
usada en los últimos tiempos para expresar el requisito fundamental de casi
toda actividad imaginable ‑flexibilidad‑ es virulentamente
antiburocrática. Las organizaciones hacen o tratan
de hacer suya esta demanda desandando un largo camino y aventurándose por uno
nuevo: la descentralización.
Sin intentar establecer relaciones estrictas de
causalidad, merece sí ser destacado el que la descentralización comienza a
considerarse seriamente y a implementarse en ciertas áreas al mismo tiempo que
se rompe el monopolio de una informática altamente centralizada y que la
informática distribuida se constituye en opción tanto técnica como
económicamente válida. Si toda organización es, parafraseando a Foucault, una codificación de relaciones de poder, el pasaje
de la centralización burocrática a la descentralización puede ser visto como
una recodificación de ellas. La microinformática y
el nuevo fenómeno sociocultural vinculado con ella ‑potencialmente un
terminal en cada casa‑ son un buen instrumento para dicha recodificación. Un par de ejemplos extremos ilustran esto:
la descentralización del trabajo, en particular el realizado a domicilio vía
terminales y la compulsa permanente de opinión por igual vía. Vemos entonces
que desde hace ya casi cuarenta años se da una suerte de simbiosis entre
organizaciones e informática: lo que unas piden la otra lo ofrece, aunque
también es cierto que lo que ésta ofrece moldea aquello que las otras consideran
primero posible y luego necesario.
‑ Por último, un marco desde el cual se hace
necesario pensar que la informática tiene que ver con alguna de las “grandes
palabras”, en particular con verdad y conocimiento.
La percepción de que las transformaciones que
acompañan la informatización acelerada incluyen muy centralmente las
orientaciones del conocimiento no es nueva. Por citar
un solo ejemplo, veamos este texto de J‑F Lyotard:
“En esta transformación general, la naturaleza del saber no permanece intacta.
Éste no puede pasar por los nuevos canales y devenir operacional sino en la
medida que el conocimiento pueda ser traducido en cantidades de información.
Podríamos entonces prever que todo aquello que en el saber constituido no sea
traducible de ese modo será abandonado y que la orientación de las nuevas
investigaciones se subordinará a la condición de traducibilidad de los
eventuales resultados en lenguaje de máquina” (8).
Desde otra perspectiva, Joseph Weizenbaum
se acerca a la cuestión de cómo la “aparición” del computador puede llegar a
afectar los criterios de verdad. Vale la pena intentar seguir su hilo
argumental. Tenemos en primer lugar los fuertes lazos emocionales que los seres
humanos llegan a establecer con las herramientas por ellos creadas y aún la
necesidad que tienen de internalizar aspectos de las
mismas para llegar a manejarlas con eficiencia. “En ese sentido al menos, sus
instrumentos se convierten literalmente en parte de ellos mismos y los
modifican alterando de ese modo las bases de sus relaciones afectivas consigo
mismos” (9). De entre todos los tipos de
instrumentos, herramientas o máquinas el computador tiene una característica
singular: “...hacer posible una relación enteramente nueva entre teorías y
modelos” (10). En efecto, un programa de computador es
un texto que describe una teoría acerca de algo. Con la particularidad de que
cuando ese programa es corrido en la máquina el comportamiento de ésta está
determinado por él y así el computador se transforma durante el período de la
“corrida” en un modelo de la teoría que el programa representa.
De este modo se hace posible simular situaciones y
hacer inferencias sobre el mundo real a partir de ellas. La comprensión de esto
a nivel popular, aunque vaga, existe, y constituye un ejemplo de lo que Weizenbaum llama la “introducción de nuevas metáforas en
el sentido comúni” (11). La
metáfora computacional operaría así: de alguna manera, tanto lo que ocurre en
las esferas de lo natural, de lo humano y de lo social se desarrolla de acuerdo
a sistemas ordenados de reglas; todo sistema ordenado de reglas puede en
principio constituirse en programa de computador; los computadores pueden, y
en esto consiste la metáfora, imitar o simular, es
decir, modelar, todo lo que ocurre en la esfera humana, natural o social.
Dos son las principales consecuencias de la
inclusión de esta nueva metáfora en el sentido común general. La primera es la
identificación entre conocer y ser capaz de escribir un programa que opere
como modelo de lo conocido; la segunda es el acostumbramiento a tomar por
realidad una versión simplificada de la misma, pues todo modelo, en el mejor de
los casos simplifica y en el peor mutila o distorsiona. Esto último ocurre
sobre todo cuando la realidad se refiere a fenómenos especialmente complejos y
donde es particularmente dudosa la validez de la metáfora, siendo buen ejemplo
de esto los fenómenos sociales.
Si conocer es poder informatizar y, a la inversa,
informatizar presupone conocer y si, además, por el camino es olvidado el
hecho de que se está trabajando sobre modelos y se cree estar refiriéndose a
lo real, lo que es verdadero cambia su naturaleza en la cabeza de la gente.
Sumando a todo esto el profundo involucramiento
afectivo que en nuestra sociedad ha llegado a establecerse con los
computadores, la verdad es hoy algo diferente de lo que era antes de que la
informatización de la sociedad comenzara a producirse.
Creemos que la importancia práctica de esta
transformación no podría ser mayor. Esto, que en nuestro caso es apenas una
intuición, ha encontrado algunas formulaciones particularmente iluminantes.
Como esta: “Lo importante es, creo, que la verdad no está fuera del poder ni le
falta poder ... La verdad es algo de este mundo: es producida sólo en virtud de múltiples restricciones. E
induce efectos regulares sobre el poder. Cada sociedad tiene su régimen de
verdad, su “política general” de verdad: es decir, los tipos de discurso que
acepta y hace funcionar como verdad; los mecanismos e instancias que le permiten
a uno distinguir entre afirmaciones verdaderas o falsas, las formas por las
cuales éstas son sancionadas; las técnicas y los sistemas de reglas a las que
se les acuerda valor en la adquisición de la verdad; el status de aquellos que
han sido encargados de decir qué cuenta como verdad” (12).
En términos de Foucault,
entonces, la informatización habría traído consigo una transformación en el
“régimen de verdad” de nuestras sociedades. Para terminar esta parte, que por
cierto ha sido apenas esbozada, quisiéramos detenernos en el último punto
planteado en el texto anterior: el de “aquellos que han sido encargados de
decir qué cuenta como verdad”. Parece claro que a lo largo de la historia han
ido cambiando su naturaleza. No puede uno menos que recordar en este sentido el
análisis gramsciano acerca de la “función de hegemonía”
que la clase fundamental ejerce, entre otras cosas, por la “difusión de su
concepción del mundo entre los grupos sociales ‑que deviene así sentido
común-“ (13). ¿Quiénes son los encargados de decir
qué cuenta como verdad? ¿Quiénes son los encargados de remodelar el sentido
común social a través de la difusión de transformadas visiones del mundo? Los
intelectuales. Qué se entiende por intelectual es también algo que cambia con
el tiempo. Nuevamente Foucault señala aquí un
proceso de transición que parece central: el que va del intelectual
“universal” al intelectual “específico”. “...La biología y la física fueron en
un grado privilegiado las zonas de formación de este nuevo personaje, el
intelectual específico. La extensión de estructuras técnico‑científicas
en ámbitos económicos y estratégicos fue lo que le dio su real importancia”
(14). Y el tema del poder está, naturalmente, al
alcance de la mano. Sobre este tema volveremos.
Por ahora lo que queríamos era justificar la
vinculación entre informatización de la sociedad y transformaciones en el
ámbito del conocimiento y de los criterios de verdad y, más concretamente,
introducir en esa escena a uno de sus actores: el profesional informático, el
computista, el que conoce el instrumento.
2. DESAFIOS INFORMÁTICOS Y ESPECIFICIDAD LATINOAMERICANA
Quisiéramos plantear a continuación una visión de
la informatización latinoamericana desde los marcos anteriormente mencionados.
Para ello es fundamental reconocer la especificidad,
o, dicho de otro modo, el carácter altamente idiosincrático
del fenómeno informático en el Tercer Mundo, en general, y en América Latina,
en particular. Esto puede parecer paradógico, puesto
que la informática ha sido un gigantesco vector de homogeneización tecnológica
y, como en buena medida se trata de una “tecnología de organización” también ha
resultado un vector de universalización en los procedimientos, en el planteo
de problemas y en la búsqueda de soluciones. Dos razones principales dan
cuenta de la preeminencia de lo específico frente a lo universal en el proceso
de informatización latinoamericano: la diferencia de los contextos y las
diferencias en la propia informática. La primera afirmación es a todas luces
obvia; la segunda puede no parecerlo tanto. Sin embargo, alcanza con pensar que
lo único que tienen de iguales la informática del desarrollo y aquella del
Tercer Mundo son las máquinas y su programación para aquilatar la magnitud de
sus diferencias. Ciencia, tecnología, formación, adquisición, producción,
utilización, expectativas: son muy escasos los puntos en común que estos
factores presentan en un caso y en otro.
Pero a pesar de su universalidad y de su presencia
creciente en contextos subdesarrollados, la informática sigue siendo una
tecnología del desarrollo, pues es en esas sociedades donde se diseña el perfil
de su evolución, tanto propiamente técnica como de utilización. Es por eso
que, a la par de subrayar su especificidad, es útil ‑y quizá hasta
imprescindible‑ pensar la informatización latinoamericana desde los mismos
marcos de reflexión que aquella más madura del desarrollo.
‑ La perspectiva que señala que estamos viviendo
una profunda mutación tecnoeconómica liderada por la
microelectrónica sirve de poco para explicar el pasado de la informatización latinoamericana,
pero es, en cambio, central para orientar su futuro.
En efecto, a diferencia de lo que ocurrió en el
centro, las demandas económicas a las que respondió la introducción y el auge
de la informática en América Latina poco tuvieron que ver con la satisfacción
de alguna necesidad interna de significación. Por el contrario, las demandas
a las que dio respuesta eran también del centro: operatividad de firmas
multinacionales con filiales en la región, por una parte, y expansión de
mercados para las empresas de computación, por otro. Naturalmente, esto fue
cambiando con el tiempo y la informatización comenzó a tener cierta autonomía
en término de demandas, pero la impronta de sus comienzos sigue presente. El
ejemplo más claro de esto es el perfil de utilización de la informática
latinoamericana: automatización de tareas rutinarias y de escasa complejidad;
bajo impacto en la planificación, el apoyo a toma de decisiones, el control de
procesos productivos, etc. (15).
Hacia el futuro, en cambio, la perspectiva de una
transformación del “paradigma tecnoeconómico” en el
cual se estaría desenvolviendo la economía mundial es vital para entender los
desafíos que se le presentan a la informatización latinoamericana. Entre las
consecuencias más importantes de dicha transformación estarían: la relocalización productiva en el centro, vuelta rentable por
la automatización flexible; un aumento significativo de la productividad en
industrias tradicionales ‑textil, calzado, vestimenta‑ al
renovarse el equipamiento con el cual trabajan; la “desmaterialización”
creciente de la producción, es decir, la disminución sostenida del peso de las
materias primas en el costo total de los productos que se ve sustituido por
factores que en último término derivan del procesamiento de información.
Esto significa que dos de las
grandes puertos a través de la cuales América Latina se inserta en la economía
mundial ‑materias primas en general y manufacturas tradicionales‑
están empezando a cerrarse. Mantener abiertas esas puertas y, sobre todo, abrir
otras no necesita necesariamente de una mayor informatización. Lo que es seguro
es que exigirá una informática distinta, en el sentido, entiéndase bien, de ser
capaz de proveer respuestas idóneas a problemas cuyo grado de especificidad es
tal, que el viejo estilo imitativo pasará de servir poco a ser completamente
inoperante.
Estos son los desafíos que vienen, digámoslo así,
del futuro. ¿Y los que vienen del pasado? Del pasado en el sentido que nada
tienen de nuevo y que se expresan en alrededor de un 40 por ciento de la
población latinoamericana viviendo por debajo de los límites de pobreza
crítica. No se trata, obvio es, de pedirle a la informática lo que a todas
luces no puede dar. Se trata sí de señalar que para la informática latinoamericana
esa realidad no existe, que su público nada tiene que ver con la gente que la
sufre, que sus intereses son otros.
Sin embargo, la enorme ductilidad de esta
tecnología, la multiplicidad de sus áreas de aplicación ‑en lo
productivo, en lo organizativo, en lo comunicacional‑ hacen pensar que
si su atención se dirigiera a algunos de los problemas que afectan el
desempeño económico y, más en general, lo que ha dado en llamarse las
“necesidades básicas” de las grandes mayorías de la región, podría tener un impacto
positivo nada desdeñable.
El desafío, entonces, es en algún sentido el mismo,
tanto desde el futuro como desde el pasado; ¿cómo poner
la informática al servicio del desarrollo latinoamericano? No pretendemos aquí
más que dejar la pregunta planteada, señalando apenas dos cosas. La primera es
que después de casi cuarenta años de informatización aún no tiene respuesta
cabal; la segunda es que la informatización que hoy tenemos difícilmente podrá
responderla. Las razones por las que afirmamos esto tienen que ver con los
otros marcos desde los cuales pensar la informática, y a ello pasamos ahora.
‑ Desde una perspectiva organizacional, la
informatización latinoamericana es un buen ejemplo de derrota del sentido
común. Porque éste le adjudica a la introducción de computadoras la capacidad
de mejorar la eficiencia, tanto al interior de la organización como en su
relación con sus usuarios o clientes externos, y ello está lejos de haber
ocurrido. Los ejemplos abundan, sobre todo a nivel de
las Administraciones Públicas latinoamericanas. Desde el de Méjico, donde en
un momento dado 352 oficinas contaban con más de un cuarto de millar de equipos
totalmente incompatibles entre sí, hasta el venezolano, donde la recaudación de
impuestos, a pesar de la presunta informatización del sistema, le sigue
exigiendo al contribuyente la presentación de recibos de hasta décadas atrás,
porque la información alimenta el sistema con un retraso de ese orden.
Lo anterior forma parte de un ‑quizá‑
jocoso anecdotario del disparate, pero no agota el repertorio de
ineficiencias. Otras se originan en la obvia subutilización
de la herramienta, tanto en el más lato sentido del término ‑tiempo durante
la cual está en funcionamiento‑ como en aquél más profundo de para qué
tipos de tarea se la pone a funcionar. En muchos países latinoamericanos las
computadoras del sector público ‑que constituyen por lo general la mayoría
del equipamiento, si exceptuamos los computadores personales‑ no llegan
a utilizarse durante el 30 por ciento de una jornada laboral; son muy pocos los
casos en que apoyan labores de planificación, tanto de las actividades cotidianas
como de proyectos de mediano plazo.
En buena parte de las organizaciones en América
Latina las computadoras instaladas se usan poco, muchas veces se usan mal, y es
excepcional que de ellas se haga un uso no trivial. ¿Hasta qué punto entonces
tiene sentido decir que esas organizaciones están informatizadas? Este es un
tema que merece mayor discusión, pero ateniéndose a una descripción puramente
externa, se hace difícil no calificar de informatizado a un organismo que
posee computadores sumamente modernos y donde la expresión concreta de su
actividad es en gran cantidad de casos producida en forma directa por esos
computadores. Que resulten grandes respecto a las tareas que se les asignan,
que sean demasiado poderosos para la dificultad de lo que tienen que
resolver, quizá se deba exclusivamente a una mala política de compras asociada
con una pobre preparación del personal.
Creemos que el problema es bastante menos coyuntural
de lo que esta explicación sugiere, aunque es indiscutible que la política de
compras en materia informática es, por lo general, caótica y que todo lo que
se acepta gastar en equipos se suele negar en materia de formación de
personal. Nuestra creencia se basa en que hace ya más de treinta años que nos
estamos informatizando en América Latina, y diagnósticos donde se señalan
cosas como las antes dichas, realizados hace casi veinte años, podrían
suscribirse hoy.
Sospechamos que en la base de un uso tan subdesarrollado de maquinaria ultramoderna en las organizaciones latinoamericanas se encuentra una significativa inadecuación de partida debida a una extrapolación equivocada de nacionalidades. Si es válida la lectura en “clave informática” de las teorías organizacionales de Weber y de Simon, entonces la informatización es una respuesta racional a tendencias de crecimiento y maduración organizativos tal como se estaban efectivamente produciendo en los países desarrollados. ¿Pero será razonable suponer que la burocratización weberiana y la caja negra donde se toman decisiones son descripciones correctas de la evolución organizativa la latinoamericana? Todo hace pensar que no.
Lo que sí parece ser válido en el contexto latinoamericano
es la caracterización de la organización como codificación de relaciones de
poder. Y por razones que veremos enseguida, es muy común entre nosotros
percibir la informática no como puerta de acceso al poder por alguna de las posibilidades
que abre sino como materialización en sí misma del poder: el uso es así
secundario frente a la posesión. La ineficiencia es corolario lógico de una
situación de este tipo: se compra un computador por el status que éste
confiere; la armonía del conjunto es irrelevante frente a la necesidad de cada
parte de exhibir su cuota de poder materializada en un equipo; el equipo es lo
que más cuenta y no lo que con él se hace, y por lo tanto la formación de
personal, la investigación, la búsqueda de nuevas aplicaciones son descuidadas.
Es sobre todo esto último lo que conspira activamente
contra una utilización económicamente eficaz de la informática que sea capaz
de responder a los desafíos ‑del futuro y del pasado‑ de que
hablábamos antes. Justamente porque sólo se mira la utilería y no se piensa
seriamente ‑entre otras muchas cosas‑ en formar a la gente que
debería aprender a usarla de otra forma.
‑ Por último, cabe preguntarse desde otro
ángulo por qué las cosas resultaron así. Y la pregunta sería: ¿cómo impactó el
“sentido común” en América Latina la metáfora informática? En el centro lo
hizo a través de la convicción de que conocer es informatizar y a la inversa:
es una metáfora para quien construye la herramienta. En la periferia pareciera
haber operado a través de una metáfora distinta, la de un rey Midas que todo lo
que toca lo eficientiza, lo moderniza, lo desarrolla.
Y de la misma manera que aquella del desarrollo
mutila la realidad porque le niega existencia y carácter verdadero a todo lo
que no resulta informatizable, ésta del desarrollo no
deja ir saliendo de él, pues impide mirar de frente los problemas e identificar
posibles soluciones: éstas ya han sido encontradas y consisten en informatizar
todo.
¿Qué tipo de problemas podría encarar con éxito la
informática en América Latina? Creemos que muchos, pero justamente por ser tan
persuasiva la metáfora computacional, conviene empezar por señalar aquellos
que, por candentes que sean, no está en manos de la
informática solucionar.
Dejando de lado aportes particulares en tal o cual
sector de actividad, el aporte más genérico de la informática es quizá su
capacidad de manejar la complejidad. En el caso de los países desarrollados la
informatización permitió que los límites de la complejidad ‑social, económica,
militar‑ manejables con los instrumentos anteriormente disponibles se
expandieran considerablemente. Pero hay complejidades y complejidades: ¿las que
están presentes en América Latina responderán del mismo modo al tratamiento informático?
Una respuesta negativa es fácilmente defendible: si el desarrollo no es la
continuación temporal del subdesarrollo, si existe una ruptura profunda entre
ambos “estados”, habrá una mayoría de situaciones donde la extrapolación de
soluciones resultará totalmente ineficaz ‑si no
contraproducente‑. La evidencia empírica que avala lo antes dicho es
contundente.
En el caso específico de la informática, parece
claro que ese rol de “elástico” de la complejidad que juega en escenarios
desarrollados no tiene cabida en otros. El crecimiento demográfico, la
masificación estudiantil y el deterioro en la calidad de la enseñanza, la
migración campociudad y la megalopolización
de las ciudades, la informalización creciente del
empleo, el retroceso en los últimos veinte años de la calidad de vida de las
grandes mayorías latinoamericanas, la tan mentada deuda externa y las dificultades
que agrega al círculo vicioso del “no despegue”: estos son problemas que han
encontrado un límite interno de complejidad que no parece susceptible de
ampliación. La expresión con la que Weizenbaum se
refiere a una suerte de simbiosis entre computador y elementos claves de la
sociedad norteamericana ‑“el computador llegó justo a tiempo”‑ no
resulta válida en la América Latina de hoy (16).
No tenemos dudas, en cambio, de que problemas donde
el concurso de la informática resulta vital para coadyuvar a su solución existen y más aún abundan en América Latina y en los más
diversos planos, desde el educativo y comunicacional hasta el productivo y
gestionarlo. Pero para que sean identificados correctamente ‑los
problemas‑ y concebido autónomamente su abordaje, y para que sea
construido el aporte que desde la informática pueda hacerse a su superación,
hay, por así decirlo, que cambiar el “sentido común” heredado de viejas metáforas.
Llegamos así al punto de los hacedores de sentido común, que hoy en día son en
gran medida los intelectuales específicos de los que habla Foucault
y llegamos, en particular, a los profesionales informáticos.
3. ACERCA DE
LA FORMACIÓN SOCIAL DE LOS TÉCNICOS
¿Cómo apuntar concretamente a cambiar el “sentido
común informático” latinoamericano? Los objetivos que se dibujan detrás de esta
expresión indudablemente vaga son, sin embargo, bien precisos: mirar hacia los
problemas de las grandes mayorías de la región y no limitarse a disfrutar del
parecido que con los ciudadanos medios de países desarrollados guardan las
elites latinoamericanas gracias a la modernización vía informática; comprender
que esos problemas no han sido encarados desde la perspectiva del aporte que
a su solución pudieran hacer las nuevas tecnologías y que por lo tanto es imprescindible
apelar a la propia creatividad para avanzar en ese camino; entender que el desarrollo
de esa creatividad exige un cambio nada menor en la relación de los técnicos
con su herramienta y, finalmente, lograr que esos asuman la cuota parte de
responsabilidad social que los lleve a plantearse como propios estos objetivos.
Nada más fácil para ese “intelectual
específico” que es el informático latinoamericano que afianzar su propio poder
a través del poder de la herramienta que maneja; lo natural, si sus lealtades
no son objeto de atención específica alguna, es que su núcleo de pertenencia se
constituya en torno a sectores de altos ingresos ‑personales o
institucionales‑ capaces de informatizarse y telematizarse siguiendo el
ritmo del progreso técnico. Y si esto es así, la puesta de la informática al
servicio del desarrollo no podrá progresar.
En un mundo donde los “hacedores de sentido común”
están cambiando de naturaleza, incidir en la formación de sus lealtades pasa a
ser vital para todo proyecto transformador. Un informático latinoamericano
tiene que tener, en tanto informático propiamente dicho, alguna especificidad
que permita distinguirlo de un profesional del mundo desarrollado: de lo
contrario la alienación de la herramienta respecto de la sociedad donde se
aplica no será revertida. Esa especificidad no tiene que ser técnica en sentido
estricto: debiera más bien situarse en un plano bisagra entre lo técnico y lo
social.
Informática y Sociedad: ese es el espacio de
reflexión y de diálogo necesario para pensar en lo imprescindible y lo inútil,
en lo urgente y lo accesorio, en lo posible hoy, lo construible
mañana, lo inabordable. Un espacio de reflexión y de diálogo que, más allá de
su modestia, tiene la doble virtud de ser implementable
y de ser útil.
La formación social de los técnicos, genéricamente
deseable, se transforma en América Latina en condición ‑netamante insuficiente, no menos netamente necesaria‑
para que la incorporación, por la vía que fuere, de progreso técnico sea
aprovechada por el conjunto de la sociedad. En el caso particular de los
profesionales de la computación esa formación resulta imprescindible para que
nuevas demandas sean reconocidas y nuevas soluciones sean buscadas o, dicho de
otra forma, para que la informática tome en cuenta las peculiaridades de la
complejidad latinoamericana.
Esta afirmación propone, de hecho, un programa de
trabajo. Y a esta propuesta le cabe la frase de Italo
Calvino que Norbert Lechner incluye en la contratapa de su libro “La
conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”: “...como en todas
las cosas de la vida, para quien no es un necio cuentan los dos principios
aquellos: no hacerse nunca demasiadas ilusiones y no dejar de creer que
cualquier cosa que hagas puede ser útil.”
(1) Uno de los trabajos en que esta perspectiva está más ampliamente tratada es el de Carlota Pérez, Microelectronics, Long Wawes and Structural Changes: New Perspectives for Developing Countries”, Word Development, Vol, 13, N.° 3, 1985.
(2) Maw Weber, Economía y Sociedad. México, Fondo de Cultura Económica, 1964, tomo Il, págs. 730/1.
(3) Herbert A. Simon, Administración de Empresas en la Era Electrónica.
México, Editorial Letras, 1963, pág. 49.
(4) Michel Foucault FowerlKnowledge: Selected
Interviews & Other Writmgs 1972‑1977
(5) Este tema tiene un tratamiento interesante en Norbert Lechner, “Por un
análisis político de la información”, Crítica & Utopía, N.° 7, Buenos
Aires, julio de 1982.
(6) Este punto en particular ‑la transparencia
del administrado frente a los poderes públicos a raíz de la interconexión de
archivos sobre su vida‑ fue el que determinó la creación de la Comisión Informatique et Libertes en Francia a mediados de la
década del setenta.
(7) Bernardo Khksberg,
Cuestionando en Administración. Buenos Aires, Paidos,
2.° edición, 1979, pág 151 y
sig.
(8) Jean‑François Lyotard, La Condition
Postmoderne, París, Les Editions de Mmuit, 1979, pág 13.
(9) Joseph Weizenbaum, Computer Power ana Human Reason
From Judgement to Calculation. San Francisco, Freeman
and Co., 1976, pág. 9.
(10) J. Werzenbaum, op cit. pág. 144.
(I1) J. Welzwenbaum, op. cit. pág. 155.
(12) M. Foucault, op. cit. pág, 131.
(13) Hughes Portelli, Gramsci y el Bloque
Histórico. Argentina, Siglo XXI, 1974, pág. 21
(14) M. Foucault, op. cit. pág. 129.
(15) Esta afirmación es sin duda válida a nivel general, a pesar de lo cual pueden señalarse
sectores ‑quizá el mejor ejemplo sea el del sistema financiero‑ y
aun países ‑el caso más connotado es el de Brasil‑ donde estas
pautas se revierten en gran medida.
(16) Sí, el computador llegó justo a tiempo, opero a
tiempo para qué? Para salvar ‑y dejar casi
intactas y aún fortalecidas‑ estructuras sociales y políticas que de
otra forma habrían sido o radicalmente renovadas o al menos sacudidas por las
demandas que se les hubiera hecho.” J.
Weizenbaum, op, cit. pág. 31,