Telecomunicaciones y PYMES
JOSÉ MANUEL MORÁN
El rapidísimo cambio que
se está operando en las telecomunicaciones mundiales, alentado tanto por las
crecientes capacidades tecnológicas como por la voluntad de liberalizar hasta
sus últimas consecuencias un sector tradicionalmente regulado, haría pensar que
las pequeñas y medianas empresas poco tendrán que hacer en un ambiente de masas
críticas inaccesibles y de renovación de estrategias casi permanente. Pero
paradójicamente son esas cambiantes circunstancias las que van a posibilitar
que las pymes exploten al máximo las ventajas que les
confiere tanto su dimensión como su agilidad y facilidad de adaptación a los
retos que ahora se entrevén.
Y es que por
si no fuesen pocas las virtudes de flexibilidad e iniciativa que caracterizan
a estas unidades empresariales, las políticas de telecomunicaciones y regional
de la Comunidad Europea, los nuevos ordenamientos legislativos y la creciente
disponibilidad de redes multipropósito les abren continuamente nuevas
oportunidades de negocio. Tanto desde una perspectiva de nuevos usuarios como
desde la no impensable posibilidad de convertirse en agentes activos de este dinámico
y plural sector que damos en llamar como telecomunicaciones.
Tales
oportunidades se afianzan a medida que se van perfilando factores institucionales,
como son la aplicación del Acta única y la consecución del Mercado Interior
europeo. Y se van aplicando en tanto que desde la desregulación de redes y
servicios, las nuevas ofertas de los mismos y los
incentivos regionales para el desarrollo de recursos endógenos, es posible ver
cómo se acelera la terciarización económica. o cómo se irán, poco a poco, homogeneizando los diversos
tejidos empresariales involucrados en la construcción del Gran mercado
europeo, aunque sólo sea porque todos aceptan que las empresas, para
sobrevivir, tienen que asumir el doble reto de la innovación tecnológica y el marketing,
para abordar con éxito unos mercados cada día más competidos. Y para los cuales
no cabe otra táctica que transformar los costes de las telecomunicaciones en
inversión productiva en un factor estratégico sin el cual no será posible
acercarse al cliente con la rapidez y la transparencia precisas.
Las empresas
pequeñas y medianas tienen que soportar, por contra, con mayor dureza que sus
hermanas mayores el déficit tecnológico que atosiga los proyectos europeos o
la fragmentación de mercados que impide una perspectiva más global y
cooperadora. De ahí que el desarrollo de una política de telecomunicaciones,
que conjugue la apertura de redes con la estandarización a nivel comunitario,
se vea como el arma decisiva para lograr la creciente capilaridad y conectividad
de las redes, su actualización tecnológica y la oferta homogénea de servicios
avanzados en cualquier ámbito geográfico de la comunidad. Y obligue,
paralelamente, para lograr su efectividad a la puesta en práctica de políticas
industriales, sociales y regulatorias tan importantes como complementadas
entre sí.
Por otro
lado la política regional, en su pretensión de dotar de infraestructuras a las
diferentes geografías, incluyendo en aquéllas las que son imprescindibles para
el transporte de informaciones ‑“infoductos”‑,
busca la actualización de los recursos endógenos por la vía del relanzamiento
y densificación de los tejidos empresariales. Tal relanzamiento, que se ve
impelido por la creciente terciarización de la
economía, se centra en que los servicios a las empresas se convierten en el
motor de un proceso que no ha hecho más que empezar. Y para el cual es decisivo
el que existan las disponibilidades de red y
facilidades de telecomunicación para que la conectividad y la transmisión de
las informaciones relevantes se abarate en extremo. Hasta hacerla atractiva incluso
para unidades productivas de dimensiones reducidas.
¿Pero cuáles
son las condiciones en que se prevé el desarrollo de las telecomunicaciones
europeas? La declaración del Consejo de Ministros, de junio de 1988, insistía
en la integridad de una red de dimensiones comunitarias. Apostaba por la
apertura progresiva del mercado de servicios y proponía el fomento y creación
de otros de aplicación europea, con el fin de abaratar costes y diversificar la
oferta. Se definía, igualmente, por el desarrollo de un mercado abierto de
equipos terminales e insistía en la necesidad de fórmulas que facilitasen la
competencia entre los agentes ya establecidos y los que se incorporen al
mercado como proveedores de servicios. El resto de sus propuestas, que giraban
en torno a los programas ya conocidos ‑ESPRIT, RACE, STAR, etc.‑ o
a la adopción de medidas comunitarias de normalización ‑NET's y ETSI‑ poco añadían a un texto cuya voluntad
de apertura de mercados necesitaba concretarse en las sucesivas directivas
posteriores..
Y esa concreción,
que venía a completar las directivas relativas a la coordinación de
procedimientos de adjudicación, al procedimiento de información en materia de
normas y reglamentaciones técnicas o a la primera .‑etapa
de reconocimiento mutuo de homologación de terminales, ha tenido en la
directiva relativa a la competencia en los mercados terminales de
telecomunicación su primer gran aldabonazo. Y está a la espera de que en breve
plazo se dejen oír los golpes de las directivas relativas a la liberalización
del mercado de servicios de telecomunicación y de la que busca el
establecimiento de un mercado interior de servicios a través del desarrollo de
la provisión de red abierta (ONP).
Desde tales
perspectivas, ¿qué pueden hacer las pymes? ¿Tendrán
la capacidad suficiente para embarcarse en competir en la oferta de servicios?
¿Serán capaces de diseñar equipos, subsistemas y sistemas para el desarrollo
de servicios y facilidades de red específicos? ¿O serán simplemente usuarios
de una oferta ampliada y dinámica donde los grandes proveedores tradicionales
de equipos y servicios tendrán que ajustar su estrategia a la creciente
agresividad de los nuevos agentes del mercado?
En
cualquiera de los casos, lo cierto es que a medida que la política de telecomunicaciones
europea avance, el mercado se volverá mucho más dinámico y las ofertas a
medida de cada cliente y momento se multiplicarán. Y eso sin entrar a pensar
cuál puede ser el significado último del concepto de interconectividad
total que desde otros horizontes se viene desarrollando.
Hasta ahora
la crema de los negocios de telecomunicación estaba en los grandes clientes y
en las grandes corporaciones. Desde que las nuevas aperturas de mercados se
instrumenten, el negocio estará en el dominio de una demanda pegada a lo que
requieran las pymes o modulada por lo que otras
unidades de tamaños especialmente reducidos van a ser capaces de imponer a
unos mercados hasta ayer cautivos de las decisiones de los grandes dinosaurios
monopolísticos o de sus entornos oligopólicos. Y en
la búsqueda de ese negocio no sólo ganarán los pequeños, sino que hasta los
viejos monstruos tendrán que acrecentar su agilidad y capacidad de respuesta
para no ser devorados por la Historia. Y como no hay mucha certeza de que desde
sus grandes organizaciones haya una sensibilidad exquisita para detectar los
climas que llegan, bueno será esperar que las pymes,
con su dinamismo, ensanchen los mercados para que haya sitio para todos.
Incluso para los que a pesar de los vendavales que se avecinan siguen pensando
que nada acabará con los monopolios de hecho.