Las formas dominantes de concentración en las industrias culturales

 

Ramón Zallo

 

Las industrias culturales siguen vías especificas de concentración y transnacionalización. El im­pacto de la crisis ha impulsado esos procesos e implantado nuevas formas. Sus consecuencias económicas y culturales son considerables.

 

Las siguientes consideraciones quieren ser una primera apro­ximación a un aspecto de los estudios de los Grupos que se suele echar a faltar: el análisis estructural de los modelos ac­tuales de concentración de capital. Los análisis en general tienden a des­cribir las estrategias operativas de los Grupos lo que es, desde luego, extremadamente útil. Pero la ausencia de análisis estructurales para­lelos arriesga dejar obsoletas con rapidez las descripciones de estrategias que, sin embargo, son muy necesarias en tanto aportan los com­portamientos concretos de los agentes.

En cualquier caso, una investigación en pro­fundidad en el nivel estructural debiera dar lu­gar a una matriz que teniendo como base un análisis sectorial ‑el sector de la comunicación y la cultura, las industrias culturales‑ se inclu­yan, al menos, cuatro elementos centrales:

 

a) La organización de los procesos producti­vos (naturaleza de los procesos de trabajo, tipo de integración de las fases producti­vas... ).

b) El tipo de productos (su relación y jerar­quía, las distintas clases de sinergías,...).

c) Ambitos de poder y especiales (barreras de entrada, poder de mercado, forma transnacional, relaciones entre capitales industriales y financieros... ).

d) Las interrelaciones entre ramas y sectores afines pudiendo, permitir además clarifi­car un estudio de Grupos (formación de hileras tecnológicas o productivas, siner­gías ínter‑ramas,...).

 

De este modo cabría precisar las tasas de concentración en sus distintas variantes (en re­lación a ingresos, beneficios o valor añadido... ) y las formas concretas que aquélla adopta en nuestro tiempo. Se trata de ir avanzando en ese camino que requiere una metodología precisa y una gran información.

 

EXPANSIóN Y CRISIS EN LAS INDUSTRIAS CULTURALES

 

La concentración de capitales no es un fenó­meno nuevo en el ámbito de la cultura indus­trializada. Las industrias discográfica y cinema­tográfica, por ejemplo, adquirieron formas oli­gopólicas tempranas y a escala internacional, sin perjuicio de la aparición de pequeñas em­presas nacionales y locales.

Los procesos de concentración y centraliza­ción del capital ‑entendidos en su doble ver­tiente de crecimiento de tamaño y de poder de las firmas y de ampliación de su cuota de mer­cado controlada‑ ha sido, sin embargo, un fe­nómeno desigual según las distintas industrias y áreas geográficas. Así, el minifundismo que has­ta hace pocos años se apreciaba en las indus­trias editoriales contrastaba con la tendencia tradicional al oligopolismo local de la prensa lo­cal y regional. Por su parte la radio y la TV han tenido desarrollos diferentes en Europa y EE.UU., en torno a los monopolios públicos en casi todos los países europeos, en torno a oligo­polios privados organizados en cadenas en EE.UU.

La expansión económica de los años 50 y 60 estuvo marcada por las altas productividades, las oleadas inversoras, el cuasipleno empleo, el desarrollo acelerado de las industrias de bienes de consumo y un relativamente tardío creci­miento salarial. En todo caso, tuvo un gran im­pacto en la producción y consumos culturales y comunicativos. Nacía la sociedad de consumo.

Se suelen considerar como bienes represen­tativos de la norma de consumo de esa época el automóvil, la vivienda, los electrodomésti­cos... y se suele olvidar que la electrónica de consumo ‑los aparatos de radio, los televiso­res, los magnetófonos...‑, además de constituir una parte del equipamiento doméstico, arrastra­ban tras de sí a las industrias de programas, de contenidos, que conocieron un singular desa­rrollo en la época, así como otras industrias cul­turales (IC), como el cine o las editoriales.

Posteriormente, el contexto de crisis estructu­ral y prolongada que algunos autores sitúan en 1967‑68 va a trastrocar los equilibrios del perio­do anterior.

Se rompe la articulación entre las secciones de bienes de producción y de consumo, en perjuicio del primero. Los incrementos de pro­ductividad se estancan, comienzan las crisis empresariales, decaen los sectores improducti­vos ‑excepción hecha del sistema financie­ro‑, la demanda privada se resiente y el Esta­do reorienta sus gastos sumido en plena crisis fiscal.

Las industrias culturales también van a verse afectadas, particularmente las que tienen una relación editorial con el mercado. En 1969 se constata la crisis de sobreinversión / sobrepro­ducción en Hollywood; en los 70 y 80 le toca a la industria discográfica, a la industria editorial y a una prensa diaria que ha visto disparar los costes mientras sus mercados se deterioran.

Por su parte, la radio se vio desplazada de las preferencias colectivas por la TV. La reacción de la radio consistió ‑como es bien conoci­do‑ en dotarse de una programación comple­mentaria y adaptativa, generalista o especializa­da, y descentralizarse. Ello le ha permitido go­zar, en general, de una buena salud en plena época de crisis.

Por su parte, la TV en su versión de servicio público financiado por un canon sufrirá también los embates de la crisis, vía costes y estanca­miento de ingresos por saturación.

La excepción la constituirá la TV comercial, financiada con publicidad ‑sea privada o pú­blica‑. El arraigo de la TV en el consumo cultural social se verá apoyado por dos circunstan­cias. En primer lugar, por su aparente gratuidad y, en segundo lugar, por la expansión que ine­vitablemente conoce las publicidad en una épo­ca de crisis de mercados y de competencia exacerbada entre unas firmas que intentan adueñarse de cuotas crecientes de los mismos.

La ampliación del gasto publicitario, la dife­renciación de los productos aparece como una condición de subsistencia o crecimiento para las empresas de bienes de consumo. Cada vez más los volúmenes de inversión publicitaria se despegan de los ritmos de crecimiento del PIB de las economías.

La TV comercial, la radio después y, desde luego, las agencias publicitarias y de imagen van a salir fortalecidas de la crisis general.

 

LA CRISIS Y EL MODELO DE ACUMULACIÓN

 

Los efectos de esta crisis general, estructural y prolongada de la economía inciden en el mo­delo de acumulación de capital beneficiando ostensiblemente a las grandes corporaciones. Por decirlo de alguna manera, las crisis son ge­nerales, internacionales, nacionales e industria­les, pero no van a impactar en todas las ramas industriales del mismo modo y no la sufren en absoluto, sino todo lo contrario, la mayor parte de los grandes grupos, que ven despejado el camino para una expansión transnacional.

El modelo general de acumulación de capital en la crisis ha asumido características que han favorecido ostensiblemente a las grandes em­presas de las ramas dinámicas en el contexto de la crisis. Sucintamente, esas características plenamente aplicables al sector cultural serían:

 

‑ La crisis ha promovido procesos de recon­versión y reajuste particularmente en las industrias tradicionales. En el caso de las IC es obvio en el cine, el disco, las edito­riales y la prensa.

-         Ha redefinido los términos de la relación capital/trabajo en beneficio del primero, en distintos aspectos: empleo, estabilidad, sa­larios, organización del trabajo, derechos sindicales y capacidad negociadora. Esto es perfectamente aplicable al conjunto de las IC, en donde, por ejemplo, la tayloriza­ción tardía y la aplicación general del "star­systerri" ha supuesto la estratificación de los profesionales de los medios.

‑ Ha destruido activos y capitales, mientras liberaba fondos a la búsqueda de nuevos espacios rentables y prometedores, consa­grando una amplia movilidad de capitales. En este sentido, hoy, el audiovisual tiene un efecto maelstróm.

‑ Ha generado las condiciones para la plena funcionalidad de la innovación tecnológica en dos líneas preferentes de aplicación a los procesos productivos: en su organiza­ción ‑reduciendo costes y elevando pro­ductividades‑ y en el lanzamiento de nue­vos productos regeneradores de deman­das. En ambos aspectos las industrias cultu­rales, y en particular el audiovisual, apare­cen como un sector preferente. Particular­mente, la electrónica y la informatización constituyen un auxiliar inmediato para unas industrias cuya materia prima son conoci­mientos, datos, informaciones y símbolos. La obligada, constante y acelerada renova­ción de los productos simbólicos tradicio­nales ‑nuevas temáticas, nuevos formatos, nuevos sentidos‑ se da acompañada con la aparición de "nuevos media" (sistemas y productos) que en plazos más o menos lar­gos van irrumpiendo con desigual éxito. Piénsese en el magnetoscopio y en el com­pact‑disc, de rápida aceptación, y las di­ficultades para la introducción en el mer­cado doméstico del cable, las parabólicas y el videotex en bastantes países euro­peos.

‑ La crisis de los negocios ha llevado a re­plantear el papel de los Estados en la eco­nomía. En el caso del audiovisual y de las telecomunicaciones, tanto si se habla de reaganismo o thatcherismo como de parti­dos socialistas, aparecen con distintos gra­dos fenómenos de desregulación, neoregu­lación y privatización de los antaño servi­cios públicos.

‑ El marco espacial de la competencia se desplaza al plano transnacional.

 

Este nuevo marco de acumulación ha termi­nado por definir al sector cultural como: a) un sector en expansión tirado por unas firmas po­tentes y dinámicas y una demanda, en general, sostenida o creciente; b) un sector atractivo, en un momento de cambio y oportunidades, para los capitales ociosos tanto si se trata de capita­les arraigados y experimentados en el sector como de capitales recién llegados; y c) un sec­tor que invita a estrategias ofensivas que no se detienen en las fronteras y que se proyecta en acelerados procesos de concentración de capi­tal a niveles nacionales y transnacionales de cara a ocupar posiciones y acaparar mercados.

 

LAS FORMAS CLÁSICAS DE LA CONCENTRACIÓN ECONÓMICA

 

Cabe hacer distintas tipologías de los Grupos que operan en el campo de la comunicación. Así, Guillou, y ciñéndose a las estrategias, su­giere la diferenciación entre grupos de estrate­gia global, jefes de filas regionales, grupos es­pecializados y grupos advenedizos. Lhoest, Fli­chy... plantean otras distinciones. Aquí pondre­mos en relación las tendencias existentes en la concentración y transnacionalización de los ca­pitales en el conjunto de la economía con las tendencias que se advierten en el campo de la cultura industrializada.

Existen tres formas clásicas de concentración de capitales y las tres tienen su expresión en las firmas de la comunicación actuales.

En primer lugar la concentración vertical de las distintas fases de la producción, comenzan­do en las materias primas y finalizando en uno o varios productos acabados, con presencia de fi­liales en casi todos los estadios del ciclo pro­ductivo global. Con este modelo de integración se pretende, fundamentalmente, la reducción de costes, el aprovechamiento de sinergias, la se­guridad en el aprovisionamiento y el reforza­miento de la posición en el mercado.

Este modelo es bastante típico en la electró­nica de consumo ‑Philips o Thomson‑, fre­cuente en las industrias editoriales (Salvat, Ber­telsmann), y comienza a aparecer en el audiovi­sual. Gaumont es un caso. Berlusconi, otro. Este último, por ejemplo, busca en una estrategia de adelante hacia atrás estar presente en todas las fases de la "hilera" audiovisual. Ello significa una opción de especialización. Desde la difusión en televisión ha pasado a tener una importante presencia en las fases de la distribución de pro­gramas y de gestión publicitaria, ha irrumpido ya en la producción y dispone de infraestructu­ras para la misma (Estudios Roma). Todo ello sin perjuicio de su peso en la prensa, en la edi­ción o en su sector de origen.

También parecen seguir la misma orientación en el campo del audiovisual y ejerciendo al má­ximo su especialización empresas como CLT, Granada, Beta‑Taurus del grupo Kirch Esselte...

El paradigma de la integración vertical total la ofrece la empresa canadiense Power Corpo­ration ‑hoy vinculada con la banca Bruxelles/ Lamben‑, con la posesión de zonas forestales, empresas de celulosa y artes gráficas, transpor­te y periódicos, en un proceso de control de to­das las fases del producto.

En segundo lugar, la integración horizontal, consistente en la producción de una variedad de productos finales de una misma rama. Es muy típico de la industria editorial. Es el caso de Planeta con sus diversos tipos de edición en fascículos, enciclopedias, libros de arte, best­seller, narrativa...

Las ventajas residen en el conocimiento del oficio y su utilización en áreas especializadas de la rama y el aprovechamiento de las sinergias comerciales y del prestigio de marca.

Por último, la formación de conglomerados, la plena diversificación fuera de la rama y del sector de origen, es decir, una diversificación extrasectorial que busca, sobre todo, reducir y compensar riesgos y aprovechar las oportuni­dades que puede ofrecer una determinada pro­ducción en un momento dado. La orientación de los conglomerados suele ser global y funda­mentalmente financiera, por lo que es frecuente que su entrada en una determinada producción se produzca por compra, absorción o fusión de empresas y, a veces, con un talante temporal y especulativo.

Los conglomerados, la plena diversificación en sectores que nada tienen que ver los unos con los otros, ha sido típica del modo de operar de los holdings norteamericanos entre los años 50 a 70. La crisis del cine implicó la absorción de las Major por grandes conglomerados. La Coca‑Cola, la GulfOil... irrumpieron en el cam­po de la comunicación. De todos modos, tam­bién desde el interior de las empresas de co­municación se ha producido el fenómeno. Es el caso de la Walt Disney y su entrada en el cam­po de los espectáculos, parques, hoteles...

Salvo para los grupos financieros, esta fórmu­la apenas si ha funcionado en Europa ‑dadas las limitaciones de los capitales europeos‑. No invitan a ello las dificultades que entraña en una época de aguda competencia estar ausente de las posiciones de cabeza del ranking de una rama. A medio plazo sólo una fuerte posición de cabeza y una relativa especialización pueden erigir barreras de entrada contra los capitales flotantes y advenedizos.

 

LAS VÍAS DE CRECIMIENTO EN LA CRISIS

 

Las vías habituales de crecimiento de las fir­mas son básicamente dos. Por un lado, el creci­miento interno, creador de activos, de puesta en pie de nuevos medios, instalaciones y pues­tos de trabajo, de acumulación en sentido es­tricto.

La otra vía es el crecimiento externo, no creadora de nuevos activos; el crecimiento me­diante absorciones, fusiones, tomas de partici­pación de capital o formación de holdings.

Hay que señalar que en una época de crisis la vía preferente de crecimiento es el creci­miento externo. Así, los riesgos se limitan, la carga de costes fijos se reduce, se aprovecha la implantación de las marcas y los ingresos son inmediatos, sin necesidad de esperar a la plena maduración de las instalaciones, como ocurre con el crecimiento interno.

En el caso del audiovisual, la promesa de apertura de grandes mercados nacionales y eu­ropeos ha creado una efervescencia inversora hacia la colocación en las posiciones de cabeza sectoriales ‑más que en cada rama por aho­ra‑ que invita al crecimiento externo como fór­mula generalizada, sin perjuicio de inversiones creativas.

Ese crecimiento externo llega incluso al otro lado del Atlántico: Hachette comprando la divi­sión de edición de la Warner, Sony adquiriendo la división disco de la CBS, Bertelsmann com­prando la división disco de RCA. Son las llama­das inversiones cruzadas que la devaluación del dólar ha facilitado y que replican el tradi­cional flujo inversor norteamericano hacia Euro­pa. Para los capitales europeos tiene la doble ventaja de hacerse con un catálogo y entrar en el difícil e imponente mercado americano. De todos modos, este proceso sigue siendo muy li­mitado en el campo del audiovisual. En este ámbito lo habitual está siendo la vinculación de la empresa europea con un socio americano, conocedor de los sistemas de distribución del audiovisual (Thames con Taffner, Granada con US TV...).

 

NUEVAS FORMAS DE CONCENTRACIÓN

 

De todos modos, sin que desaparezcan ‑ni mucho menos‑ las formas tradicionales de concentración, aparecen nuevas fórmulas que no son sino variantes de las anteriores.

La formación de Grupos y Macrogrupos apa­rece como una de las formas organizativas do­minantes actuales. Los Grupos reúnen firmas distintas vinculadas por algún lazo: lazos de ca­pital, filiales comunes, holding financiero, con­sejeros comunes. Estas fórmulas no son incom­patibles con la formación de cartels ‑acuerdos sobre precios, normas, distribución de áreas geográficas‑ en un ámbito determinado.

Los Grupos tienen hoy una vocación transna­cional, lo que no impide la existencia de grupos nacionales (casos Timón, Grupo 16, Zeta, Ana­ya) que buscarían consolidar su posición, mu­chas veces a la espera de convertirse en inter­locutores de la anunciada llegada de los grupos transnacionales. Asimismo pueden ser tanto in­dustriales o de servicios (tales como Warner, Fininvest, Filipachi, Omnicom, Intergroup) o grupos financieros que diversifican sus inversio­nes en empresas vinculadas (BruxellesLam­ben, Rotschild... ). Hoy por hoy y en el campo de la comunicación europea predominan los primeros.

Al margen de las guerras abiertas en las que están embarcados por ejemplo Murdock y Maxwell, caben distintas fórmulas de asociacio­nismo para afrontar con menos riesgo unas in­versiones costosas, de rentabilidad diferida y con unos mercados inciertos:

 

‑ Así se dan acuerdos para ámbitos naciona­les y para proyectos concretos. Tales son los casos de HersantBerlusconi y Maxwell­Bouygues en Francia; Bertelsmann‑CLT y SpringerKirch en RFA; Majors‑MSO, por ejemplo, HBO‑Columbia‑CBS; Hachette­Murdock para editar Elle en USA

‑ o también se forman jointventures (filiales conjuntas) como DYR entre Dentsu y Rubi­can en USA, todo el cable europeo... ).

 

Como fenómeno general cabe señalar que si en el período anterior de expansión, los gran­des capitales tendían preferentemente a movili­zarse de un sector a otro sobre todo en el inte­rior del país, la tendencia dominante actual­mente es a movilizarse dentro y fuera del país de origen pero dentro de la misma industria o sector, en el mismo tipo de actividad principal, en una línea de relativa especialización.

Entre las formas preferentes de concentra­ción ‑y que no son sino variaciones sobre el viejo modelo‑ aparece la concentración‑complementariedad, que implica estrategias de es­pecialización‑complementariedad.

Esta misma versión la ofrece Mucchielli cuan­do señala el predominio de las "estrategias de diversificación sobre productos relacionados" o, dicho de otro modo, de especialización sobre unos pocos segmentos de un tipo de productos y que tengan relaciones de sinergia, de influen­cia mutua entre ellos. Las fronteras entre lo que es diversificación y especialización, como se advierte, ya no son precisas.

Ello es enteramente aplicable al sector de la comunicación, con tal de que no acotemos las sinergias al interior de una rama determinada, sino que la extendamos, hoy por hoy, al conjun­to del sector. Es decir, en la comunicación no hay que hablar sólo de productos relacionados, sino también de ramas relacionadas y que com­piten por la ocupación del mismo tiempo de ocio en una casi perfecta sustituibilidad. Aun­que de hecho al saltar de una industria a otra los capitales cambian de oficio, y pasan a ope­rar en una rama distinta a la originaria, aprove­char., sin embargo, parte de su "saber‑hacer" y de sus relaciones comerciales, publicitarias... en un ámbito nuevo y prometedor en el que to­davía no se han elevado grandes "barreras de entrada" por su carácter novedoso y por la falta de consolidación de oligopolios.

Ello explicaría el fenómeno de las empresas multimedia entendidas en sentido genérico ‑que habitualmente siguen teniendo su base más fuerte en una determinada industria cultural‑, y que son empresas que salvo excepciones no controlan la globalidad de las ramas en las que operan, pero buscan efectos acumulativos y si­nergias inter‑ramas.

Se pueden poner muchos ejemplos que muestran la tendencia actual de los capitales procedentes de la información escrita y las edi­toriales hacia la telemática en unos casos, o ha­cia la televisión en su vertiente informativa y de gestión publicitaria en otros, como han estudia­do Guillou y Charon; o de la difusión y distribu­ción televisiva hacia la producción en cine y te­levisión como ha estudiado Lhoest; de la pro­ducción televisiva ‑caso inglés‑ a la gestión de redes...

Ello indica un cierto abandono temporal en Europa, particularmente en las ramas más nue­vas, de la plena integración vertical y horizontal ‑de todo el ciclo productivo o de toda la gama de productos de una rama= para operar en distintas ramas y en aquellas fases en las que se está mejor colocado o en aquellos productos en los que la marca está más consolidada. Tal es el caso de Thames, Granada, CLT.

Con todo, en los grandes Grupos del audiovi­sual se da una importante peculiaridad. En tanto el futuro no aparezca despejado y con influen­cias acotadas, es habitual la realización de in­versiones de ensayo, esperando con ello pro­bar los resultados de la presencia en un deter­minado segmento del ciclo productivo y espe­rar las reacciones de los grandes competidores. No de otra manera pueden entenderse la com­binación de estrategias de diversificación y es­pecialización y el alto índice, de oportunismo de que hacen gala Murdock, Maxwell o Berlusconi.

En las ramas más tradicionales, de productos y empresas maduras, en cambio, es habitual la continuidad en la integración para apurar ven­tajas de coste y de posición. Tal ha sido la es­trategia de las empresas editoriales españolas antes de que comenzaran los grupos transnacio­nales a interesarse por ellas.

De todos modos no cabe entender las em­presas multimedia como la fórmula definitiva de organización de las empresas de comunicación, sino como un estadio intermedio que muy pro­bablemente tienda en un futuro a la especializa­ción de los capitales en productos relacionados que permitan una optimización de las sinergias en un sentido de integración vertical y horizon­tal ‑particularmente en el segmento de infor­mación‑ y, lo que es más importante, la utiliza­ción de las posiciones de liderato en una rama o segmento de productos determinados. Tal es la evolución que ya se experimenta en EE.UU, ‑como lo advierte Miyet‑ una vez que los mercados de nuevos productos se estabilizan.

Incluso en Europa hay indicios de un fenóme­no de vuelta de capitales a la rama de origen en el caso de la prensa europea ‑tal y como señala Charon‑ en la expectativa de aprove­char su específico "saber‑hacer", la información, la función de redacción, buscando un nuevo y cualitativo desarrollo en el tipo de productos impresos a ofrecer a las generaciones actuales. Está por comprobar el carácter coyuntural o es­tructural del fenómeno, pero es seguro que la puesta en marcha real del nuevo espacio audio­visual europeo, de nuevo modificará o matizará este fenómeno hasta una nueva estabilización.

 

MULTIMEDIAS Y MULTIMEDIAS

 

Con todo, ni los Grupos ni las Empresas mul­timedias actuales tienen la misma configuración en EE.UU., Europa y España.

Los grupos clásicos norteamericanos han sido multimedias tradicionalmente, hasta que a fina­les de los 60 comenzaron a formar parte de conglomerados que, en muchas ocasiones, res­petaban la particularidad de la así denominada "División Comunicación". Las sinergias estaban a la orden del día, apoyándose mutuamente la edición, el cine, la televisión, el disco, el mer­chandising, ya fuera en torno a un mismo pínZ­ducto simbólico, un auténtico producto multime­diático ‑los Disney, los Superman, Rocky...­ya fuera con una acción de cierta profundidad en cada rama, intentando controlar una cuota de mercado importante.

Incluso en esos casos, no es frecuente la om­nipresencia ‑con un peso específico como lo intenta Murdock‑ en todos los ámbitos y en cambio sí la defensa cerrada de la posición en la rama de origen, convertida en plataforma de seguridad.

En Europa, aunque predomina una estrategia de colocación en los primeros lugares de la te­levisión convencional y nueva, se advierte una tendencia a operar en ramas lo más comple­mentarias posibles y no excluyendo ya inversio­nes de una lenta maduración en la televisión (RTL‑Plus, Sat‑1, M‑6 ....). Incluso los vocaciona­les aventureros Murdock, Berlusconi buscan asentar sus posiciones de base ‑en la prensa británica el primero, en el audiovisual integrado el segundo‑, mientras Hachette, Bertelsmann caminan con pasos medidos y desde la priori­dad a sus actividades originarias hacia una len­ta diversificación.

En el caso español, hay una ausencia de es­trategia a largo plazo. Impera la pura estrategia de oportunidad sobre las ramas más protegidas idiomática, cultural o institucionalmente, mien­tras se abandona todo intento por una integra­ción global del audiovisual y, desde luego, hay una renuncia a irrumpir en las ramas ya trans­nacionalizadas como la distribución de cine, disco, publicidad. En el caso español sólo se puede hablar de empresas multimedia en ger­men.

 

FORMAS DE INTERNACIONALIZACIÓN

 

Atendiendo a la internacionalización de las ramas caben distintas variantes respecto a los dos modelos tradicionales de plena diversifica­ción o de fuerte especialización. Caben así dis­tintas combinaciones. Por ejemplo, una especialización nacional complementada con una diver­sificación internacional. Éste es el caso de Tha­mes, CLT... Se trata de empresas que ensayan su expansión. Y cabe el modelo contrario ‑y más normal‑ de empresas muy diversificadas nacionalmente y que para su irrupción interna­cional eligen una línea de especialización, justa­mente aquella en la que pueden hacer valer más su oficio o relaciones. Es el caso de Ha­chette, o de Canal Plus.

En otras áreas, como el automóvil ‑General Motors, Ford...‑ ola electrónica, es frecuente una internacionalización de la propia produc­ción, ya sea dividiendo las fases productivas, ya sea separando las distintas gamas de productos entre plantas situadas en distintos países. Es lo que Michalet llama filiales‑taller, orientadas a una reducción de costes y mejora de producti­vidades globales del Grupo. En el caso de la comunicación, la internacionalización apenas si se ha dado en ese ámbito.

Predominan, por tanto, el intercambio inter­nacional comercial ‑la Exportación/Importa­ción‑, y por otro, la formación de sucursales productivas y comercializadoras, que buscan estar presentes en los mercados nacionales, y que procuran "nacionalizarse", sea adoptando un producto de origen exterior o captando pro­ductos nacionales con visos de rentabilidad. Piénsese en el disco o la publicidad. En este úl­timo caso es conocido el hecho de que las mul­tinacionales operan, en lo que a la creación se refiere, con claves culturales del país de acogi­da, aunque sus relaciones y contratos tienen una impronta transnacional. Con todo, el marco eu­ropeo parece invitar a la formación futura de fi­liales‑taller. En el caso español, la imprenta Printer de Bertelsmann o los Estudios Roma de Berlusconi así lo apuntan.

 

EFECTOS DE LA CONCENTRACIÓN TRANSNACIONAL SOBRE LOS SECTORES CULTURALES NACIONALES

 

Deben mencionarse al menos tres aspectos que resultan específicos al campo de la comuni­cación.

En primer lugar, el efecto principal de la transnacionalización y concentración de las ra­mas culturales es la desarticulación de las cohe­rencias productivas de los países no dominan­tes en la División Internacional del Trabajo cultural. En estos países las tramas industriales de la cultura aparecen dominadas, con el condicio­namiento que ello supone para el desarrollo de las culturas nacionales. Cierto que los Grupos Transnacionales se preocupan de promover productos nacionales adaptados a las idiosin­crasias nacionales, pero no es menos cierto que dichos Grupos funcionan con una estrategia glo­bal, autónoma respecto a esos países, y priori­zando sus lanzamientos internacionales.

El resultado es la creciente división de las ra­mas en internacionalizadas y domésticas, ocu­pando las primeras un lugar preferente en la acumulación de capital.

Actualmente pueden considerarse como: a) ramas internacionalizadas, el disco, el cine... b) Con un importante grado de internacionaliza­ción, la edición, la prensa periódica y, sobre todo, la televisión ‑que en lo relativo a los mo­delos y contenidos de programación está plena­mente internacionalizada‑. c) En cambio apa­recen como fundamentalmente domésticas, y con incrementos limitados de ingresos, la pren­sa diaria y la radio. De todas maneras, una par­te de los contenidos de las ramas domésticas tiene también procedencia transnacional, vía agencias en el caso de la prensa, vía programa­ción musical, prácticas profesionales y formatos en el caso de la radio.

En segundo lugar, los procesos de concentra­ción y de transnacionalización actuales definen una jerarquía internacional en la producción cultural.

Mientras en otros sectores industriales se constata el paso de una hegemonía estadouni­dense hacia una hegemonía compartida ‑se­gún las líneas de productos‑ con la República Federal de Alemania y Japón, y parcialmente con otros países, en el sector cultural, en cam­bio, la dominación estadounidense sigue siendo incuestionable aunque se esperen cambios en el futuro. Un anuncio de esos cambios es la irrupción de empresas europeas en USA y el empeño del capital europeo en hacerse con la Europa del Audiovisual.

En tercer lugar y contrariamente a otros sec­tores, las PYMES siguen siendo estructuralmen­te funcionales a la producción cultural, tanto desde el punto de vista experimental y de cos­tes, como desde el punto de vista de la oportu­nidad que ofrecen a las grandes de realizar una primera criba creativa para la cultura masiva que, luego, será seleccionada y aprovechada sustancialmente por las grandes empresas. Si ello permite una ampliación de la base productiva de la creación también facilita un proceso de subcontrataciones sistemáticas.

Todos estos fenómenos y otros van a determi­nar la matriz cultural de nuestras sociedades. Una política cultural adecuada debe estudiarlos y tomarlos en consideración para encauzarlos, limitar sus efectos indeseados y ejercer un me­cenazgo o liderazgo que aliente una cultura so­cializada, participativa, creativa y descentrali­zada.

 

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