El maremágnum de las
memorias ópticas
J.
Ignasi Ribas
Un repaso a las clases de
memorias ópticas permite analizar la evolución de su investigación y
aplicación, así como las enormes posibilidades que abren a la comunicación, al
almacenamiento y recuperación de la información.
Si un profano comete hoy la osadía de asomarse a un artículo que trate
de memorias ópticas, es decir, de aquellos sistemas que utilizan el rayo láser
para grabar y reproducir información, corre el riesgo de ahogarse en una verdadera
sopa de letras.
Contra lo
que pueda creerse, la idea de emplear un rayo de luz para leer la información
almacenada en un determinado soporte es muy antigua: en 1929, un ingeniero de
la Columbia, Reginald T. Friebus, presentaba la patente de un disco capaz de almacenar
imagen en colores y sonido. La información se codificaba en forma digital y la
lectura debía hacerse mediante un delgado rayo de luz. La invención
del iconoscopio o tubo de televisión con su superior resolución hizo inviables
ésta y otras ideas y no llegó, por tanto, a construirse nunca un prototipo del
visionario invento de Friebus.
También
empleaban tecnología óptica los primeros intentos serios, ya en la década de
los 60, de desarrollar un sistema de videodisco. Usaban como soporte una placa
fotográfica circular de alta resolución. La idea pasó por diversas compañías,
desde 3M a MCA, a través de la cual llegó a influir en el actual standard Laservision.
Fue la
posibilidad de aplicar la tecnología láser lo que dio el impulso definitivo a
la vía óptica de almacenamiento de la información. Con la luz del láser es
posible, en efecto, una acción selectiva sobre zonas muy pequeñas de superficie.
El tamaño de estas zonas es del orden de la propia longitud de onda de la luz,
es decir, del orden de la millonésima de metro
No es
extraño, pues, que se haya pensado en hacer servir procedimientos ópticos para
almacenar cualquier tipo de información: textos, archivos informáticos, audio,
vídeo... En efecto, su densidad de almacenamiento (10.000 bits o elementos de
información por mm2) es 30 veces superior a la de los soportes magnéticos
usuales en informática. Esto significa que un disco óptico puede contener 30
veces más información que uno magnético del mismo tamaño.
La otra
ventaja tradicional de las memorias ópticas sobre las magnéticas es su muy superior
perdurabilidad. A1 no existir contacto físico entre el disco y un instrumento
de lectura (ésta se efectúa a través del láser), no se
produce ningún desgaste del soporte. Se calcula que cada copia de videodisco Laservision puede durar más de 100 años, que se convierten
en 10.000 para el disco matriz. En comparación, se estima la vida media de una
cinta magnética de vídeo en 15 años en unas condiciones de conservación,
además, mucho más estrictas.
El
inconveniente clásico de las memorias ópticas es que, en principio, no pueden
grabarse y borrarse. Ello ha hecho que el mercado se decantase hacia los
soportes magnéticos en todas aquellas aplicaciones en que es importante el
acopio de información por parte del usuario sin que sea vital la cantidad y
perdurabilidad de lo almacenado. La coexistencia de éstas con otras
aplicaciones en que se puede trabajar sobre una información ya “cerrada” es la
situación actual del mercado de los soportes de información.
Digámoslo
ya: existen muchos tipos de memorias ópticas que sí pueden ser manipuladas por
el usuario. Unas pueden ser grabadas pero no borradas y se llaman WORM (Write Once Read Many), mientras que otras pueden ser regrabadas
cuantas veces sea necesario: son las EDRAW (Erasable Direct Read After
Write). Estas últimas son el
campo de batalla de la investigación actual en el tema.
Volveremos
sobre estos tipos de memorias al final del artículo. Digamos únicamente que su
desarrollo no pone en peligro los sistemas tradicionales, ni grabables ni borrables, que
dominan hoy el almacenamiento óptico de información. Sobre estos sistemas, que
reciben el nombre genérico de OD‑ROM (Optical DiscRead Only Memory), nos vamos a centrar a continuación.
LAS MEMORIAS
OD‑ROM
La
información a almacenar es codificada adecuadamente (la manera de hacer esto depende
del tipo de memoria de que se trate) y empleada para modular, encendiéndolo o
apagándolo, el láser grabador. Éste actúa sobre una capa fotosensible
extendida sobre el disco matriz de cristal sobre el que gira. El posterior
revelado produce unos pequeñísimos agujeros en las partes iluminadas, mientras
que deja inalterable el resto. Las copias, producidas por estampación de un
plástico especial a partir de moldes derivados del disco matriz, reproducen
perfectamente las irregularidades grabadas en éste. Estas irregularidades son
recubiertas después con una finísima capa de aluminio que reflejará la luz del
láser lector. El plástico perfectamente transparente sobre el que se ha
efectuado la estampación actuará como protector de estas pequeñas microcubetas que contienen la información.
El láser
lector deberá ir resiguiendo la espiral a lo largo de la cual se alinean estas
cubetas. Un diodo fotodetector irá detectando los
cambios en la luz reflejada por el aluminio debidos a
los desniveles en la superficie del disco. Invirtiendo el proceso de
codificación efectuado en el momento de la grabación podremos tener acceso de
nuevo a la información almacenada.
La anchura
de las pistas grabadas es inferior a la millonésima de metro. Ello da una idea
de la “finura” de una tecnología capaz de hacer que el láser siga esa espiral
sin perderse, a la velocidad adecuada y manteniendo constante la separación
respecto del disco. El láser también es capaz de desplazarse rapidísimamente
en dirección perpendicular al surco para identificar y reproducir una parte
determinada del disco de acuerdo con las instrucciones dadas al aparato
lector por el usuario.
Este sistema
de grabación y lectura de la información fue desarrollado inicialmente por Philips en sus laboratorios de Eindhoven a finales de los
60 y principios de los 70. Otras compañías, principalmente Pioneer
y más tarde Sony, aportaron también desarrollos en
este campo. La gran mayoría de las memorias ópticas en uso hoy día emplean
esta tecnología y sus derivados. Difieren entre ellas en el tipo de información
que contienen y en la forma en que ésta es codificada.
El primer
disco de esta clase en ser comercializado fue aquel en torno al cual se había
ido desarrollando esta tecnología: el LaserVision,
pensado como soporte de vídeo y audio, introducido en el mercado americano a
finales de 1978. El segundo tipo de disco es el mucho más conocido Compact‑Disc
de audio, lanzado masivamente como un nuevo standard
en el almacenamiento de sonido a partir de 1982. Los dos sistemas han tenido
una historia radicalmente diferente y que luego analizaremos, pero en resumen
puede decirse que constituyen los dos puntos de arranque de las memorias ópticas.
Casi todos los sistemas desarrollados ulteriormente son herederos de estos
dos. Es por ello que los analizaremos en primer lugar. Pero antes, y para poder
entender la diferencia principal entre ellos, es necesario hablar someramente
de las dos categorías principales de codificación de la información: la
analógica y la digital.
UN PARÉNTESIS NECESARIO:
ANALÓGICO Y DIGITAL
Los primeros
procedimientos que surgen cuando se intenta almacenar una determinada información
que fluye del mundo real son los de tipo analógico, es decir, los que emplean
una magnitud conocida y fácilmente manipulable, cuyo valor va cambiando de
manera proporcional a los cambios en la información que se desea codificar.
Hay pues una suerte de estrecha relación, de analogía, entre la magnitud
externa, de difícil acceso, y la que hemos elegido para representarla.
Los
primitivos cilindros de estaño o cera en que Edison
almacenaba sonidos son ya un ejemplo. En ellos la profundidad del surco grabado
era proporcional a la intensidad del sonido que representaba. La posterior
incorporación de procedimientos electromecánicos posibilitó la representación
del sonido como un potencial eléctrico variable a lo largo del tiempo. Los
cambios en el sonido se reflejan en cambios proporcionales en la señal
eléctrica y viceversa. Es una codificación analógica de la información
auditiva, presente aún hoy, en los discos de vinilo y cintas magnéticas tradicionales.
La
tecnología necesaria para los tratamientos analógicos de la información se
desarrolló hace tiempo y avanza ya únicamente en la línea de ulteriores
refinamientos. Esta disponibilidad tecnológica facilita el que la información
visual, o vídeo, se codifique también normalmente en forma analógica. Se
representa mediante un potencial eléctrico que, simplificando, alcanza su
mayor valor para el color blanco y el menor para el negro.
Los grandes
avances en microelectrónica e informática están posibilitando un tratamiento
alternativo y mucho más flexible de la información: el tratamiento numérico o
digital.
Resumiendo,
este tipo de tratamientos consiste en convertir el flujo continuo de
información en un flujo discreto de números que puede ser manipulado por
procedimientos informáticos. Para hacer esto se construyen aparatos que
calculan el valor de la magnitud a representar a intervalos regulares y muy
pequeños de tiempo. Los números resultantes son pasados a código binario, es
decir, escritos usando únicamente dos cifras, el 0 y el 1 (el 0 se escribe
como 0, el 1 como 1 pero el 2 se escribe ya como 10, el 3 como 11 y así
sucesivamente) y están ya en condiciones de ser introducidos en la memoria de
un ordenador o en la de cualquiera de sus periféricos, incluyendo los de tipo
óptico.
Desde principios
de los 80 existen procedimientos para la digitalización del sonido en tiempo
real. Ello es posible porque los circuitos microelectrónicos
actuales son capaces de manipular con suficiente rapidez el flujo de información
numérica representado por el sonido digitalizado.
El vídeo, en
cambio, es otro cantar. Para conseguir restituir una imagen de calidad televisiva
es necesario dividir la pantalla en un gran número de puntos, cada uno de los
cuales puede tener a su vez un gran número de colores diferentes. Y para
producir vídeo en movimiento hay que volcar en la pantalla 25 imágenes cada
segundo. Todo ello constituye demasiada información para poder ser manipulada
por la microelectrónica actual en tiempo real. El futuro del vídeo digital que,
no obstante, está muy cercano, viene de la mano de procedimientos reductores
de este flujo de información.
EL
LASERVISION (LV)
Pero estos
procedimientos no son aún hoy una realidad y es por eso que el LaserVision almacena el vídeo y sus dos canales de audio
utilizando una señal analógica multiplexada
codificada por recorte en forma de microcubetas de
diversa longitud y separación. Y está claro que, a medio plazo, no va a ser
sustituido por ningún otro videodisco de tecnología digital.
Los discos LaserVision tienen el mismo tamaño, 30 cm. de diámetro, que los LP de audio usuales (existe un LaserVision de 20 cm. desarrollado exclusivamente por Pioneer, pero es de difusión irrelevante)
y un grosor de 2'5 mm. Hay dos tipos de videodiscos LaserVision. El primero, pensado para optimizar al máximo
la capacidad, es el CLV (Constant Linear Velocity) que puede almacenar hasta 60 minutos de programa
en cada una de sus caras (en sistema PAL).
El segundo,
el CAV (Constant Angular Velocity),
es hoy día el más representativo y utilizado de los dos. Almacena una imagen
por vuelta. Gira a velocidad angular constante (25 vueltas por segundo en el
sistema PAL) dando el número de imágenes necesario para producir la sensación
de movimiento (25 por segundo en PAL). La pausa es,
por otro lado, perfecta, pues consiste en la repetición reiterada de una misma
imagen sin pasar a la siguiente vuelta de la espiral. Como, además, no hay
desgaste del disco, este sistema es idóneo para el almacenamiento de imagen
fija.
La espiral puede
dar, en cada cara, un máximo de 54.000 vueltas y ése es, por tanto, el número
máximo de imágenes fijas que se pueden almacenar. Si
se trata de vídeo en movimiento, esas 54.000 imágenes se convierten
(nuevamente en PAL) en 36 minutos de programa por cara. Las imágenes están
numeradas y es posible acceder, desplazando el láser radialmente,
a cualquiera de ellas en un tiempo inferior al segundo. Este acceso instantáneo
a cualquier imagen, junto con la pausa perfecta, convierten
al LaserVision CAV en el medio idóneo para
desarrollos en vídeo interactivo, para la unión de vídeo e informática.
El
lanzamiento por parte de Philips del LaserVision, a partir de 1979 en el mercado americano,
fue un relativo fracaso. Al cabo de dos años se habían vendido tan sólo 30.000
lectores frente al millón de unidades de los magnetoscopios domésticos con
los que pretendía competir. Quedó claro que, de momento, no podía entrar en un
mercado Gran Público, que estaba siendo ocupado por unos productos en expansión
que ofrecían además la posibilidad de grabar y borrar reiteradamente.
A pesar de
ello, pronto se hizo patente, con él lanzamiento por parte de Pioneer de un lector que podía ser comandado por un ordenador,
que en el mercado institucional el LaserVision CAV no
iba a tener rival para aplicaciones interactivas. Y casi exclusivamente en
este tipo de mercado se ha ido desarrollando hasta la fecha con éxito
creciente. Sólo recientemente, con los mercados más prósperos, como el
japonés, ya saturados de magnetoscopios, se asiste a una revitalización del
videodisco como producto de consumo. Esto será aprovechado por los fabricantes,
que se aprestan a cubrir todas las necesidades lanzando el amplio abanico de
formatos que más adelante analizaremos.
EL COMPACT‑DISC DE
AUDIO (CD‑DA)
La historia
del popular “Compact‑Disc” o CD‑DA (Compact Disc
Digital Audio) es muy distinta de la del LaserVision.
Nacido como un “segundón” en la familia de las memorias ópticas, se ha
convertido en su mayor éxito comercial hasta ahora. Cerca de 30 millones de
lectores y 450 millones de discos se han vendido en todo el mundo en los cinco
años posteriores a su lanzamiento. Las razones de
este éxito hay que buscarlas, más que en su gran calidad o en su condición de standard universal, que también tiene el LaserVision, en el hecho de que ha venido a competir en un
mercado ocupado y saturado por un único competidor, el disco de vinilo, de 50
años de edad.
El CD‑DA
se presenta en un solo formato de 12 cm. de diámetro,
mucho más pequeño y ligero (1'2 mm. de espesor) que el LaserVision.
Gira a velocidad lineal constante, lo que le permite almacenar en su única
cara registrada un máximo de 72 minutos de sonido. La gran diferencia con el
formato anterior es que ahora la información es codificada en forma digital.
Ello comporta una serie de ventajas, vinculadas al hecho de la mayor
manejabilidad del nuevo tipo de codificación y que se traducen en una mejora de
la calidad del resultado.
En efecto,
al registrarse el sonido ya en forma binaria, es fácil para un ordenador
distinguir entre las señales, relativamente diferentes, correspondientes al 0
y al 1. Ello permite eliminar después de la grabación los efectos indeseados de
distorsión y todos los ruidos mecánicos y parásitos generados durante el registro
y la lectura. Esto es imposible de realizar completamente con una señal
analógica, en la que el ruido y la señal vienen mezclados indiscerniblemente.
La consecuencia es que los sistemas de CD‑DA tienen una relación señal/ruido
de 95 dB o más, frente a los 60 dB
de los mejores equipos de disco de vinilo convencionales.
La
información audio digitalizada, consistente en un
conjunto de “paquetes” de ceros y unos, es convertida, como en todas las memorias
ópticas de este tipo, en una serie de cubetas de diversa longitud y separación
a lo largo del surco espiral. Cuando el láser lector va recorriendo este
surco, va traduciendo los desniveles en cifras (0 ó 1) a intervalos regulares
y muy pequeños de tiempo, dados por el reloj asociado al microprocesador
incorporado en el lector. Las transiciones entre cubetas y espacios planos
(hacia arriba o hacia abajo) son interpretadas como 1, mientras que las partes
de altura constante son interpretadas como sucesiones de 0.
Resulta
obvio que este método de registro y lectura es absolutamente independiente de
la naturaleza de la información original y que se puede aplicar a cualquier
flujo de datos binarios. Era inmediato pues aplicar el CompactDisc
al almacenamiento de cualquier información binaria y en particular a todas
aquellas (texto, datos, gráficos) que suele manejar un ordenador. Ésta es la
idea que dio origen a: CD‑ROM.
Pero el CD‑ROM
es sólo el primero de una serie de formatos derivados de alguno de los dos o de
una mezcla de los dos formatos originales, analógico y digital, LaserVision y Compact‑Disc de audio, que acabamos de
explicar En el Cuadro 1 se recogen estos nuevos formatos con las relaciones de
dependencia existentes entre ellos.
EL CD‑ROM (COMPACT
DISC READ ONLY MEMORY)
El nombre,
CD‑ROM, de este formato no es demasiado afortunado, puesto que memorias
de sólo lectura lo son todas las de esta familia.
Parece probable que los creadores de esta especificación (Philips
y Sony en 1985) quisieran que apareciera la palabra
memoria (o mejor, el término muy informático ROM) para dejar claro a partir del
nombre del producto el mercado al que iba dirigido.
El CD‑ROM
está pensado para funcionar como memoria auxiliar de un ordenador exactamente
igual que un disco magnético, flexible o duro. Es por ello que almacena el
mismo tipo de información que suelen llevar aquéllos (inicialmente texto y
datos, más adelante también gráficos y sonido), naturalmente con mucha más
capacidad, de 550 a 600 Mbytes, que equivalen a
150.000 páginas mecanografiadas o a 100 millones de palabras.
No es de
extrañar, pues, que una de las primeras aplicaciones del CD‑ROM fuera la
edición de enciclopedias, un producto que se ajusta bien, por lo demás, a la
condición de no grabable del sistema. Se hizo famosa la
enciclopedia Grolier por ser la primera en
transferir todo el texto de sus 21 volúmenes a un CDROM del que ocupaba sólo
la quinta parte.
El CD‑ROM
adopta los principales parámetros definidos para el CD‑DA: tamaño del
disco, velocidad de rotación, método de grabación y lectura y sistema de
conversión de la información en relieves del surco. Permite, además, un nivel
superior de corrección de errores, necesario para el registro de información
crítica. Con este sistema se llega a niveles de error inferiores al bit por disco. La estructura de archivos más comúnmente
aceptada es la definida en 1985 por un grupo de trabajo, el High
Sierra Group, formado por fabricantes, editores y
compañías de software.
A pesar de
todo ello, y por su propia naturaleza, la interpretación de los datos contenidos
en un CD‑ROM depende del microprocesador, del sistema operativo y del
método de codificación de la información elegidos, así como de la configuración
en que vaya a funcionar. Este inconveniente, general para todos los productos
informáticos, puede ser especialmente grave para un sistema de sólo lectura.
No obstante, la realidad del mercado ha hecho que la mayoría de aplicaciones
del CDROM corran en el entorno de los compatibles PC y bajo el sistema
operativo MS‑DOS, del que existe incluso una ampliación para control de
CD‑ROM.
Esta
flexibilidad es, por otra parte, la responsable de que hayan ido apareciendo
en el mercado aplicaciones muy diversas, que han llevado los usos del CD‑ROM
más allá de aquellos (texto y datos) para los que fue lanzado. Se han
incorporado gráficos y sonido, configurando lo que se ha dado en llamar CD‑ROM
Multimedia, un ámbito idóneo para la edición de bancos de imágenes
digitalizadas asociadas a cualquier conjunto de datos binarios (texto, sonido,
programas de búsqueda).
El deseo de
llegar a un formato lo más universal posible en este tipo de aplicaciones ha
llevado a Philips, Sony y
Microsoft a desarrollar el CD‑ROM
Extended Architecture (CDROMXA) que deberá estar
completamente especificado a lo largo de 1989. La idea básica es incorporar
los gráficos y el sonido simultáneo ya definidos para el nuevo formato CD‑I
(Compact Disc Interactive),
del que hablaremos más adelante, de manera que los discos CD‑ROM XA
puedan ser leídos por los lectores CD‑I que deberán inundar el mercado
de consumo. Es una idea en la línea de actuación de las grandes compañías que
están configurando un futuro con un buen número de formatos de memorias
ópticas (un formato para cada mercado, para cada necesidad) pero con un elevado
grado de compatibilidad entre ellos.
El CD‑ROM
XA, como todos los CD‑ROM, se dirige a un mercado profesional e
institucional y a aplicaciones piloto. Se concebirá de manera que sea
compatible por lo menos con los entornos MS‑DOS y CD‑RTOS (el
sistema operativo usado con el microprocesador 68000 incorporado en los
lectores CD‑I), aunque se espera que pueda funcionar con cualquier ordenador
y sistema operativo.
EL LV‑ROM
(LASERVISION‑ROM)
Se trata,
como indica su nombre, de un producto mixto entre dos formatos, el LaserVision y el CD‑ROM, de distinta naturaleza,
analógica y digital. No tiene una gran difusión. Es comercializado únicamente
por Philips, quien lo lanzó en 1986 como soporte para
el famoso proyecto Domesday de la BBC, un catastro
(con mapas, fotografías, informaciones exhaustivas) sobre la Gran Bretaña de
los años 1980 realizado como conmemoración del 900 aniversario del primer
catastro británico, el Domesday book”.
Las imágenes
y el sonido se ajustan al standard LaserVision, pero incorporan datos digitales según el
formato CD‑ROM. Esto permite asociar a cada imagen un conjunto de datos
(texto, gráficos, etc.) que podrán ser leídos y explotados por un
microordenador, permitiendo la incrustación sobre la imagen de informaciones
complementarias, Esto lo convierte en un instrumento muy útil en aplicaciones
profesionales. Su capacidad es la usual del LaserVision
CAV, 54.000 imágenes por cara, más 321 Mbytes de
información digital.
EL CD‑V
(COMPACT DISC VÍDEO)
Es otro
sistema mixto, analógico‑digital, pero distinto del anterior en muchas
cosas, por ejemplo en su objetivo, que es el mercado Gran Público. El vídeo que
contiene continúa siendo analógico según el standard LaserVision, pero el sonido está codificado en forma
digital según el standard CD‑DA. La idea es
asociar imágenes a la excelente calidad sonora de este último sistema.
Se presenta
en tres formatos, de 12, 20 y 30 cm. de diámetro. El
CD‑V de 12 cm. es idéntico al CD de audio salvo
en el color, que es dorado. Contiene de 5 a 6 minutos de vídeo en las pistas
exteriores y 20 minutos de audio en las interiores. Ello hace que el sonido
digital de estos pequeños discos pueda ser escuchado en los lectores
convencionales y ya muy extendidos de CD‑DA, un paso más en la línea de
compatibilidad entre formatos. Su aplicación más inmediata es, evidentemente,
el mercado de los video‑clips, mientras que los otros tamaños parecen
dirigidos a películas y espectáculos (hasta una hora por cara) de gran calidad:
la alta fidelidad asociada con imágenes.
El CD‑V
ha sido introducido recientemente, en el verano de 1987, en el mercado americano,
aunque parece que con una oferta de discos excesivamente menguada. En el
mercado europeo la fecha anunciada para lanzar este producto era finales de 1988. Ya en el otoño de 1988, existían algunas
producciones francesas en este formato asociando la obra de un pintor con la de
un músico. En España este nuevo formato ha sido presentado ya en alguna feria
(Sonimag 88), pero no se sabe, por ahora, en qué
momento será comercializado.
El CD‑V
es, a causa de las necesidades que pretende cubrir, un producto no interactivo,
gira a velocidad lineal constante para aumentar al máximo la capacidad. En el
futuro (se anuncia para finales de 1989 en Europa) puede que exista un aparato
lector de lo que se llamaría ICD‑V (Interactive Compact Disc Vídeo),
que permitiría el acceso instantáneo a la información bajo las instrucciones
de un programa de ordenador.
EL CD‑I
(COMPACT DISC INTERACTIVE)
El CD‑I
es un formato atractivo. Se anuncia como la respuesta “casi” definitiva al reto
del almacenamiento y recuperación interactiva de toda clase de información
digital (texto, datos, programas, gráficos e incluso algo de vídeo) en un solo
disco. Aunque ha sido presentado ya en diversos congresos y existe un primer CD‑I
realizado por Philips, el lanzamiento comercial del
primer lector CD‑I se ha retrasado hasta 1989 ó 1990. El primer borrador
de esta especificación fue presentado por Philips y Sony a mediados de 1986. Las dos ideas básicas en las que
se sustenta son su condición de multimedia y su portabilidad total a cualquier
sistema CD‑I en cualquier parte del mundo.
Para
conseguir este último objetivo el CD‑I especifica no sólo el hardware que
lo sustenta, que deriva del tradicional CD‑DA, y el método de
codificación y organización de la información, que deriva del CD‑ROM,
sino también el sistema de explotación de esta información. Esto significa que,
a diferencia de este último formato, el lector de CD‑I incorporará un microprocesador,
el potente 68000 de Motorola y un sistema operativo
específico para sus aplicaciones, el CD‑RTOS (Compact Disc Real Time Operating System) derivado del conocido OS‑9.
Este sistema
operativo, que vendrá incorporado en la ROM del ordenador asociado al lector
(la RAM será de 1 a 2 Mbytes), deberá gestionar en
tiempo real los diferentes tipos de información contenidos en el disco, de
manera que no se produzcan “vacíos” (que serían especialmente graves en el caso
del sonido) en el flujo de esta información. Para conseguir esto, los diversos
tipos de datos (que fluyen en bloques de 2 Kbytes de
longitud a razón de unos 150 Kbytes por segundo) son
intercalados unos con otros dentro de estos pequeños bloques. El sistema
operativo será capaz de detectar los bits interruptores correspondientes para
enviar cada bloque homogéneo a la parte procesadora de hardware
correspondiente.
El sistema
operativo deberá, por lo tanto, gestionar en tiempo real todos los dispositivos
que habrán de permitir el desarrollo de las aplicaciones multimedia del CD‑I:
lector de CD, procesador de vídeo, procesador de audio, dispositivos “amables”
de comunicación con el usuario.
A través de
estos dispositivos (ratón, “joystick”, teclado) el
usuario podrá dialogar con los programas interactivos, participar en juegos de
calidad visual y sonora extraordinarias, “navegar” a través de una
enciclopedia multimedia, pedir Beethoven, ver su
retrato, oír su música, leer información sobre su vida y su obra, todo a la
vez y gestionado por un programa almacenado en el mismo disco que contiene
toda la información. La especificación de hardware y software en el formato CD‑I
garantizará que cualquier disco CD‑I pueda ser interpretado igualmente
por cualquier lector CD‑I.
Y no sólo
eso. El CD‑I es un paso adelante en la progresiva compatibilidad entre
formatos diversos. Muchos discos CD‑ROM, y en particular todos los que
se ajusten al nuevo formato XA, podrán ser leídos por lectores CD‑I.
Y es un
hecho que todos los discos compactos de audio, los CD‑DA, podrán
escucharse a través del procesador de audio incorporado.
Ello es así
porque uno de los sistemas de codificación de audio aceptados por el CD‑I
es el PCM empleado para el CD‑DA. Pero no es éste el único. Otros
sistemas permitirán tres niveles más de calidad diversa: el nivel Hi‑Fi, equivalente a la
primera audición de un Long Play
grabado digitalmente; el Mid‑Fi, análogo en calidad a una emisión radiofónica en FM
cuando sale del estudio, y el nivel de narración, equivalente a una emisión de
radio en AM. Cada nivel ocupa la mitad de espacio en disco que el
inmediatamente superior. Así, por ejemplo, si se graba audio en el modo de mayor
calidad, el CD‑DA, no se puede tener otro tipo de información
simultáneamente. En los otros modos, en cambio, desde un 50 a un 92 por ciento
de espacio de disco queda libre para vídeo, texto o datos. O, alternativamente,
para la inclusión de hasta 16 canales de audio paralelos (en modo AM) de hasta
60 minutos cada uno que pueden oírse secuencialmente
sin solución de continuidad.
Todo el
vídeo almacenado en el CD‑I lo es en forma digital. Para disminuir la
cantidad de memoria ocupada por esta información y el tiempo necesario en
leerla, que, según vimos anteriormente, eran prohibitivos, se usan técnicas de
compresión de la información. Estas técnicas se basan esencialmente en la
existencia de grandes zonas de la pantalla en las que el color es el mismo
(sobre todo en dibujos animados) de manera que no es necesaria una información
punto por punto. El CD‑I usa cuatro técnicas distintas según se trate de
visualizar imágenes de calidad fotográfica, gráficos de alta calidad, gráficos
normales de ordenador o animación.
Con estas
técnicas y el software de manipulación correspondiente es posible conseguir
animaciones en tiempo real del tipo de los dibujos animados o, por ejemplo,
volcar tres imágenes de calidad y resolución televisivas normales cada dos
segundos mientras se escucha un texto en la calidad auditiva tipo AM. La animación
de calidad televisiva en tiempo real es posible también, por otro lado,
reduciendo a un 40 por ciento la superficie de pantalla en la que se
representa. La investigación permanente en estas técnicas de compresión
garantiza que la animación de calidad televisiva a toda pantalla será una
futura extensión del formato CD‑I. Y mientras llega ese momento, se habla
ya de la posibilidad de mezclar la información digital del CD‑I con el
vídeo analógico del LaserVision o del CD‑V,
dando lugar a un formato mixto y potente que se llamaría CD‑IV (Compact Disc Interactive Video).
Como es
natural, el CD‑I aprovechará las grandes ventajas que para efectos y
manipulación de imágenes tiene el vídeo digital. Serán posibles, por ejemplo,
cortinas y fundidos entre imágenes distintas, scroll,
tratamiento independiente de una parte de la pantalla, animación por cambio
de colores, mosaicos, etc. El almacenamiento de una imagen en varios planos
distintos permitirá efectos de sobreimpresión: ventanas, animación e incluso
sustitución del color de fondo por una fuente de vídeo externa.
Todos estos efectos
aproximan el CD‑I al tipo de visualización a que nos tiene acostumbrados
la televisión, pero con la característica nueva de su interactividad: los
resultados se presentan en función de las acciones y respuestas del usuario a
los estímulos audiovisuales emitidos.
El ir
dirigido a un mercado Gran Público obligará al CD‑I a permitir la
conexión con los televisores domésticos usuales. Esto significa que cada lector
deberá ser capaz de decodificar la información en función del standard (NTSC, PAL o SECAM) en que debe visualizarse.
Pero éste no es sino el nivel inferior de calidad que podrá dar el CD‑I.
Existirá un nivel superior de resolución equivalente a la de los monitores de
ordenador aptos para la visualización de texto en 80 columnas y otro, pensado
para el mañana, de alta resolución, en el cual se podrán grabar imágenes de la
futura televisión de alta definición.
Todas estas
interesantes posibilidades que ofrece el CD‑I, junto con su nada
despreciable capacidad de almacenamiento de información (hasta 16 horas de
audio, 7.000 imágenes, 100 millones de palabras o cualquier combinación de todo
esto) están provocando un interés creciente en este producto Gran Público por
parte de sectores más profesionales, interesados en la difusión de bancos de
imágenes o de catálogos, directamente o a través de redes de telecomunicación
de alto rendimiento. En el momento actual todo parece indicar que el lanzamiento
del CD‑I (previsto en Europa para finales de 1989 o principios de 1990)
puede representar la consolidación definitiva de las memorias ópticas como
medio de soporte de información para el inmediato futuro.
EL DVI
(DIGITAL VIDEO INTERACTIVE)
Aunque
utiliza como soporte un CD‑ROM, es éste un formato atípico dentro de la
línea que estamos describiendo. Es el único, por de pronto, que no está siendo
desarrollado por Philips o Sony,
las importantes compañías de vídeo que dan soporte a todos los demás. En realidad,
el DVI puede llegar a constituirse en una original e interesante competencia
para los formatos “oficiales”, especialmente para el CD‑I. Las compañías
que han desarrollado hasta ahora el DVI han sido RCA y General Electric. En octubre pasado, los derechos del sistema
fueron vendidos a Intel, el fabricante californiano
de microprocesadores.
No es en
modo alguno casual el interés del responsable de la célebre serie 80, la de los
procesadores presentes en todos los ordenadores compatibles IBM, en el DVI.
Este sistema se caracteriza, en efecto, por el predominio del enfoque
informático en la naturaleza de las soluciones que ofrece. Funciona con cualquier
ordenador PC/AT utilizando tres tarjetas de expansión procesadoras de audio y
vídeo. Con ello se consigue digitalizar una imagen NTSC y luego almacenarla
mediante un procedimiento de compresión, hoy por hoy secreto, basado en chips
especiales. Se pueden guardar así en un CD‑ROM hasta 72 minutos de secuencias
de imagen y sonido de buena calidad. Aunque no parece que pueda competir en
ese aspecto, por ahora, con el analógico LaserVision,
no deja de ser relevante que el DVI consiga por primera vez animación digital
en tiempo real.
El
almacenamiento de imágenes fijas digitalizadas es también un punto fuerte del
DVI, que permite diversos niveles de definición hasta un tope, 768 x 512 pixels, a medio camino ya entre la televisión corriente y
la futura de alta definición.
Las
compañías Lotus y Microsoft han anunciado ya su
intención de producir software de aplicación bajo la norma DVI. Con ello Microsoft
se asegura una buena posición en todos los terrenos, pues está implicada
también en el desarrollo del CD‑ROM XA, el puente entre CDROM y CD‑I.
Si a las
excelentes posibilidades del DVI se une el interés de Intel
en abaratar el precio de los microprocesadores necesarios y el de Microsoft en
dar el adecuado soporte operativo, este formato puede convertirse en el
sustituto aventajado de la norma VGA de IBM para la síntesis de imagen en alta
resolución.
OTRAS
MEMORIAS OD‑ROM
Aun
olvidándonos de todos los formatos no ópticos (como el videodisco a lectura capacitativa VHD de JVC, muy popular en Japón) quedan aún
memorias ópticas de sólo lectura de naturaleza completamente distinta a las que
acabamos de estudiar. Una de éstas es el videodisco analógico Laserfilm de la compañía MacDonnell
Douglas Electronics. Se
trata de un disco transmisivo. Ello significa que
está hecho de material transparente, de manera que el diodo lector, situado al
otro lado del láser, detecta las desviaciones que sufre éste a causa de la
información grabada en la superficie. El Laserfilm es
hoy el único videodisco transmisivo comercializado
tras el abandono en 1982 del francés Thomson, uno de
los históricos en la historia de este invento.
Este disco
es flexible y delgado y se imprime mediante rápidos y
económicos procedimientos fotográficos. En su única cara puede contener hasta
32.000 imágenes o 18 minutos en vídeo NTSC o alternativamente hasta un total
de 40 horas de audio comprimido. Gira a velocidad angular constante y es, por
tanto, altamente interactivo. Mide 30 cm. de diámetro
y se presenta dentro de un receptáculo especial que lo protege del polvo.
No parece
haber tenido el éxito esperado por sus promotores que parecen dispuestos a
vender los derechos. No obstante, se anuncia para finales de 1988 el
lanzamiento, por parte de MacDonnell Douglas del ICVD (Integrated
Compact Video Disc), un
formato mixto analógico/digital en tamaño compact‑disc.
LAS MEMORIAS
WORM (WRITE ONCE READ MANY)
Todos los
formatos estudiados hasta ahora están enfocados exclusivamente a la distribución
de información: no pueden ser grabados por el usuario. Aunque no tienen tanta
relevancia dentro del panorama de las memorias ópticas ni están sustentados
por una tecnología tan estable, vale la pena hablar someramente de los sistemas
enfocados a la “captura” de información, aquellos que pueden ser grabados por
el propio usuario. Empezaremos por los que son registrables una sola vez (WORM).
Dos son las
técnicas más utilizadas en la grabación y lectura de este tipo de discos. Una
consiste simplemente en emplear un material (generalmente aleaciones de
telurio) que pueda ser fácilmente perforado por el láser grabador. La otra
utiliza materiales amorfos que, al calentarse por efecto del láser y enfriarse
rápidamente, pasan a estado cristalino en las zonas que han sido iluminadas. El
lector detectará las perturbaciones que estas zonas cristalinas provocan en
la reflexión del láser.
Como antes,
también ahora nos encontraremos con memorias analógicas y con memorias
digitales. Las primeras son todas videodiscos. De éstos el más conocido es el OMDR (Optical Memory Disc Recorder)
de Panasonic, que puede almacenar en su única
cara de 20 cm. de diámetro hasta 24.000 imágenes, o 13
minutos de vídeo en formato NTSC, accesibles de manera completamente
interactiva. Su principal inconveniente es no ser compatible con el standard LaserVision, lo que lo
convierte en un formato cerrado. El ODC, en
cambio, es un sistema que graba, sobre un disco de cristal, vídeo y audio
según el formato LaserVision. Es ideal para hacer
pruebas previas a una estampación definitiva o para presentaciones que
requieran una sola unidad.
En el campo
de la información digital es en donde primero y más extensamente se han
empleado las técnicas WORM. Desde principios de los 80 se han utilizado estos
discos como periféricos de ordenador especializados en el almacenamiento masivo
de texto, datos y gráficos. Son los llamados DON (Discos óptico‑Numéricos). Existen muchas compañías trabajando independientemente
en este campo y no existe, por lo tanto, ningún standard.
Hay discos de todos los tamaños: 9, 12, 13, 30 y 35 centímetros. Esto, no
obstante, no es un grave inconveniente para los DON,
que acostumbran a ir ligados indisolublemente a un gran ordenador profesional
como memoria de masa, indeleble y confidencial.
Los DON actuales pueden almacenar hasta un Gigabyte (un millón de Kbytes) en
cada una de sus caras y se espera para finales de 1989 el DON de tres Gbytes por cara. La gran capacidad de almacenamiento es,
efectivamente, el punto en que los DON pueden
competir con ventaja frente a otros sistemas. Para aumentar esta capacidad
muchos de ellos se presentan en bloques de varios discos,
lo que se suele llamar “juke box”. De esta manera se pueden conseguir resultados extraordinarios: el ordenador P4000 de Philips
puede gestionar hasta cuatro unidades de 200 discos cada una del sistema Megadoc, también de Philips,
que fue el primero de este tipo en ser comercial¡zado.
En esa configuración se puede almacenar el equivalente a unos 40 millones de
documentos, el papel que ocuparía un archivo de 1.500 metros de longitud por
2,8 de alto.
Como hemos
dicho, otras muchas marcas han entrado en el mercado de los
DON. Es interesante mencionar el Gigadisc de Thomson, pues es un producto derivado del excelente videodisco
transmisivo que la casa francesa dejó de fabricar en
1982. Otros nombres importantes suenan también en este mercado: Control Data,
Digital Design, ISI, RCA, Kodak, etc.
Antes de
abandonar el campo de las memorias WORM digitales hay que hablar del CDWORM, un Compact‑Disc
directamente grabable por el usuario, actualmente en
fase de desarrollo en los laboratorios de Philips y Sony. Como un CD‑ROM extendido, podrá contener
cualquier tipo de información (texto, audio, vídeo, datos).
Está pensado, en principio, para un mercado profesional, aunque tal vez dentro
de unos cinco años podría llegar al gran público. Los principales obstáculos a
su difusión no son de orden técnico, sino que conciernen a los problemas
legales inherentes a las copias ilícitas y la piratería.
LAS MEMORIAS EDRAW
(ERASABLE DIRECT READ AFTER WRITE)
Son las
memorias que se pueden grabar y borrar cuantas veces se desee. No será necesario
explicar lo valioso que podría ser un sistema que uniera a la gran capacidad
de almacenamiento y perdurabilidad de las memorias ópticas la versatilidad de
las magnéticas. No es extraño pues que éste sea el campo de batalla de la
investigación actual y que a menudo aparezca en los periódicos el interesado
anuncio del lanzamiento de un sistema con estas características.
Por ahora
ninguna de ellas responde a algo más que a una aproximación parcial a la solución
final. Todavía faltan algunos años para que veamos comercializarse los primeros
discos borrables, pero no hay ninguna duda de que
serán una magnífica realidad.
Esto es así
porque las técnicas en las que se basarán estos nuevos productos están ya hoy
muy cerca de la realización práctica. La más desarrollada es una mixta, óptico‑magnética,
basada en los cambios en el sentido de un campo magnético producidos, en un
sustrato a base de hierro, en las zonas calentadas por
la luz del láser grabador. Calentando de nuevo todo el surco y restableciendo
la orientación inicial del campo magnético se vuelve a tener el disco en las
condiciones iniciales. La lectura debe hacerse con luz polarizada y está basada
en las ligeras rotaciones producidas en el plano de polarización por las variaciones
de orientación del campo magnético.
En su estado
actual esta técnica es válida ya para el registro de información digital, pero
debe mejorar su relación señal/ruido para que pueda manejar vídeo analógico de
calidad. Es una cuestión de tiempo. El hecho de que grandes firmas (las
inevitables Philips y Sony,
más Thomson, 3M y Olympus)
estén detrás del invento y el que el material no presente ninguna degradación
después de ser grabado y borrado un millón de veces, permiten asegurar que los
primeros discos borrables serán óptico‑magnéticos.
Ello no es
óbice para que se esté investigando en otras líneas alternativas, por ejemplo
en sistemas similares a los empleados en las WORM, basados en cambios de la
fase cristalina a la amorfa, o en otros que emplean las propiedades de algunos
colorantes poliméricos fotosensibles colocados sobre un soporte de poliéster y
que, aunque aún en fase muy embrionaria, presentan el atractivo de su bajo
costo.
Aunque no se
ha comercializado todavía ningún producto de estas características, se habla ya de cuáles serán los primeros formatos en
aparecer. Serán los periféricos de ordenador, DON borrables. La gran mayoría de noticias
de prensa sobre el tema se refieren a este tipo de aplicaciones. Una de las
últimas fue el anuncio por parte de Steve Jobs, fundador de Apple y
diseñador del Macintosh, de que el primer ordenador de su nueva compañía, el Next, incorporará un disco óptico borrable
con una capacidad de 256 Mbytes. Este producto será
lanzado a mediados de 1989. Todo parece indicar, en efecto, que éste será el
año en que empezará la carrera por el mercado de los discos ópticos numéricos borrables.
No parece
tan inmediato el lanzamiento del presumible CD‑MO
(Compact Disc MagnetoOptico),
un Compact‑Disc grabable y borrable a voluntad. Aunque las grandes compañías (Sanyo, Philips, Sony, Thomson, Matsushita, Pioneer, Tandy, etc.) se interesan también por esta línea, y aunque
se han presentado ya algunos prototipos (Sanyo en
1985, Thomson en 1987), el CD‑MO se enfrenta,
al igual que el CD‑WORM, con problemas jurídicos suscita dos por los
productores de información.
MEMORIAS
ÓPTICAS NO CIRCULARES
A lo largo
de este artículo hemos identifica do implícitamente memorias ópticas con
memorias ópticas en disco. Pero, aunque son la; más abundantes, no son las
únicas. Existen ya otros formatos de almacenamiento óptico comercializados o en
fase de desarrollo. Los más atractivos de éstos son, seguramente, las tarjetas
ópticas.
La más
conocida es la Lasercard, de la sociedad americana Drexler. Esta tarjeta, del formato ISO usual en las de
crédito, posee una lámina óptica en su reverso en la que puede registrarse
información digital. Muchas e importantes compañías (Canon, NCR, Sharp, Toshiba, Wang, Labs, Ericsson, Ilford, etc.) han adoptado el standard
de Drexler. Se presenta en dos tipos principales, el
ROM, no grabable que puede almacenar en su pequeña
superficie hasta cuatro Mbytes de información, y el
WORM, grabable y no borrable,
que posee una capacidad de cerca de dos Mbytes. La
primera aplicación de la pequeña Lasercard en
Estados Unidos ha sido el registro de historiales médicos personalizados.
Existen
otras tarjetas no tan extendidas c aún en fase de desarrollo. Merece mencionarse
la de la sociedad canadiense ORC (Optical Recording Corporation) que
almacena en el mismo tamaño un máximo de 20 Mbytes y
que está siendo comprobada en la actualidad. Otras empresas interesadas en el
tema son la japonesa Dainippon, que ha desarrollado
su propia tarjeta y, cómo no, Philips y Sony, que han decidido recientemente investigar juntas su
propio modelo de tarjeta.
Otro tipo de
soporte en el que se está investigando en la actualidad son
las cintas y cassettes ópticas. A1 igual que con las
tradicionales memorias magnéticas, el campo de aplicación de estos soportes secuenciales será el
almacenamiento de grandes cantidades de información para las que no sea
necesario un acceso instantáneo.
El producto
más avanzado en esta línea es el de la casa holandesa DocData,
basado en una cassette de 11 x 5'5 x 1'5 cm. de tamaño y 110 gramos de peso, capaz de almacenar hasta
seis Gbytes. Un juke‑box
de 128 cassettes, con cuatro cabezas de lectura y
escritura y ocupando un espacio de tan sólo un metro cúbico, almacenará 768 Gbytes con un tiempo de acceso medio de 30 segundos. Este
producto empezará a ser evaluado por diversas empresas a principios de 1989.
La sociedad
británica ICI y la canadiense Creo Products están
desarrollando conjuntamente un sistema de bobina abierta, del cual se presentó
ya un prototipo en abril de 1988. En una cinta de 35 mm.
de ancho y sólo 7'90 metros de largo se podrá
almacenar la friolera de 600 Gbytes de información
digital. Otras compañías, como RCA o Toshiba,
trabajan en la puesta a punto de sus propios sistemas de cinta. Las
investigaciones alcanzan ya el ámbito de las memorias borrables.
LAS MEMORIAS
DEL FUTURO
Prácticamente
cualquiera de los muchos tipos de memorias ópticas que hemos ido introduciendo
a lo largo de este artículo (las letras de la sopa) es un producto destinado a
funcionar en un futuro a largo plazo. No obstante, merece la pena, para
acabar, mirar aún un poco más adelante y dar el aviso sobre cuál será la
próxima revolución en memorias ópticas.
Este paso
siguiente, un poco más adelante, se dará seguramente gracias a las técnicas holográficas
de almacenamiento que hoy día empiezan a ser desarrolladas seriamente por algunos
pocos pioneros. Estas técnicas permitirán densidades de almacenamiento muy
superiores a las ópticas convencionales que acabamos de estudiar. La
investigación en éste tema está pasando actualmente de la fase de patentes a
la de creación de los primeros prototipos. Habrá que ver, evidentemente, qué
camino siguen los trabajos. Por de pronto se sabe que Hitachi
está investigando en la yuxtaposición de varias capas de información que serían
leídas por láser de longitudes de onda o polarización diferentes.
Como vemos,
los procedimientos ópticos de almacenamiento de información están lejos de
agotar sus posibilidades. El rápido y casi exhaustivo repaso que les hemos
dado en este artículo nos habrá puesto en contacto con un medio amable y de
capacidades sorprendentes que está destinado a producir, ya hoy y aún más en el
futuro, algunos instrumentos con prestaciones que nada tendrán que envidiar a
muchas de las soñadas por la ciencia‑ficción.