TV de alta definición, ¿para qué?
L. E. Torán
A través de la historia de la imagen en
la pintura, la fotografía y el cine se comprueban las enormes consecuencias
estéticas y expresivas que traerá consigo la televisión de alta definición.
La HDTV (high definition television) parece ser ya una realidad técnicamente
resuelta en el plano de la videografía. Cámaras, magnetoscopios, monitores y
equipos de edición, 16 basados en técnicas digitales, han sido ya desarrollados
y están en uso con resultados satisfactorios. Una vez más, sin embargo, la
falta de acuerdos entre los diferentes fabricantes y asociaciones implicados en la comunicación electrónica impide la
adopción de estándares universales y retrasa la suma de esfuerzos para
encarar los problemas de la transmisión hertziana de unas señales que
cuadruplican la anchura de los canales de la televisión convencional actual.
Los fabulosos intereses económicos agazapados detrás de cada decisión normalizadora son característicos de todo avance en la tecnología
de la comunicación de masas, lo que no es tan nocivo como pueden pensar los
impacientes, ya que en última instancia suponen una oportuna reacción a una
acción excesivamente acelerada.
El sistema Sony‑NHK, desde hace años experimentado con éxito en
videograbación, encontró la oposición, entre otras
instituciones, por parte de la poderosa UER, temerosa de la total colonización
electrónica de Europa por parte de los imperios del Sol Naciente y del Sol Poniente.
En la reunión del Comité Consultivo Internacional de las Radio‑Comunicaciones
(CCIR), celebrada en mayo de 1986, los europeos lograron detener la aceptación
del sistema japonés auspiciado por los norteamericanos y han lanzado la pelota
de la decisión tres años hacia adelante, plazo en el que se deberá plantear de
nuevo la adopción de una norma internacional para la televisión futura.
En verdad tal oposición,
aparte de las razones económicas, no parece injustificada. De hecho, el
sistema NHK de 1.125 líneas está concebido para el mercado japonés y
americano, con redes de corriente eléctrica de 60 Hz.
La transferencia a los sistemas europeos, basados en los 50 Hz, le hacen perder parte de sus virtudes. Aparte, resulta
bastante grosero en su concepción; sus principios teóricos son los mismos que
sustentaron la televisión en color convencional, hace ya cuarenta años, sin
más diferencia que aumentar la frecuencia del barrido y la anchura de banda.
Ante estos esfuerzos
tecnológicos y económicos en perfeccionar la calidad de la imagen electrónica
y concretamente su definición, cabe preguntarse por el interés de tal mejora en
atención a la eficacia comunicativa del mensaje ¡cónico, tanto desde una
consideración informativa como expresiva.
I. LA ALTA DEFINICIóN EN LA HISTORIA DEL ARTE
Antes de pasar a analizar
las funciones de la definición en la imagen televisiva y en la imagen mecánica
en general, convendría dirigir la vista por unos instantes hacia la historia
del arte y fijarse en lo que muestran los pintores sobre la cuestión.
Las convenciones gráficas
de que se valen los artistas para materializar sus percepciones e imágenes
mentales responde a dos intenciones: representar las
formas y representar las materias. Para la primera se valen de la máxima
convención pictórica y, al mismo tiempo, la primera históricamente en
aparecer, la línea. La línea, como circunscripción de objetos, como silueta,
sin duda sugerida al hombre primitivo por el borde de las huellas dejadas en el
barro, supone la esquemática traducción de un concepto perceptual
que ya aparece en las pinturas rupestres. Otra convención gráfica para la
representación de formas es la mancha, la diferencia tonal, que también
utiliza el artista prehistórico. Mediante la diferencia tonal, la línea de la
silueta queda absorbida por el contorno, línea límite o frontera entre
manchas, convención también motivada por rasgos perceptivos. La línea como
silueta por principio ha de quedar perfectamente definida, salvo pérdida de su
carácter de línea, mientras que el contorno acepta una serie de matizaciones
que van del borde abrupto al difuminado en suave degradación del tono.
Precisamente la rotundidad del contorno o su difuminado pueden
identificarse con las categorías que Wálfflin
denomina: lo lineal y lo pictórico y que constituyen
uno de sus principios fundamentales de la historia del arte.
"Ver de manera
lineal es buscar el sentido de la belleza de las cosas en primer lugar en los
contornos ‑las formas interiores tienen también sus contornos‑ de
manera que el ojo sea guiado por los límites de los objetos y sea invitado a
aprehenderlos por los bordes. Ver por masas, en revancha, es apartar la
atención de los límites, los contornos han devenido más o menos indiferentes y
los objetos aparecen entonces como manchas que constituyen el primer elemento
de la impresión" (1).
Como se ha expuesto, lo
lineal y lo pictórico corresponden ópticamente con el
grado de definición de los contornos, con la transición entre las manchas o
gradiente de borde, lo que en fotografía se denomina técnicamente como acutancia. Se presenta así la definición de la imagen
como un factor que va a caracterizar un aspecto fundamental del estilo de la
imagen.
Durante el
Renacimiento se impone en la pintura una preocupación espacial que lleva al invento
e imposición de la perspectiva artificialis por parte
de los pintores geómetras del quattrocento
florentino (2). La perspectiva, ante todo, significaba
el espacio homogéneo ilimitado y precisaba con rigor geométrico la ubicación
de los cuerpos en él. Los límites de las formas determinantes de las pirámides
visuales adquieren especial importancia. Por ello, en el Renacimiento prevalece
lo lineal sobre lo pictórico. Es la pintura de bulto, en denominación de
Ortega (3), aquella en la que los cuerpos son palpados por los rayos visuales
que circunscriben los cuerpos.
Todavía en el siglo XV se
discutía la naturaleza de la luz. "Verdaderamente no fue pequeña la
disputa de los antiguos sobre si estos mismos rayos salían de los ojos o de la
superficie. Disputa ésta muy difícil y entre nosotros totalmente innecesaria
que dejaremos a un lado", comenta Leon Battista Alberti (4). En cualquier
caso, los rayos que este teórico denomina extrínsecos tienen algo de
tentacular; por ello abrazan los objetos en busca del conocimiento de la forma.
La solidez escultural del
Renacimiento, la prevalencia de los cuerpos, cede en
favor del espacio interpuesto y de la dinamización de las formas. Es la
evolución de la pintura de bulto hacia la pintura de hueco, siguiendo con la denominación
orteguiana, claramente influida por la dicotomía
visión lejanalvisión próxima, como formas de
visualización de las representaciones de Hildebrand
(5). Ello conlleva la pérdida de interés por la
definición del borde que se difumina ante las
convulsiones barrocas, cuan instantáneas movidas, y especialmente por las difracciones
lumínicas y las formas artificiales impuestas por las sombras y el gradiente
del claroscuro. No en balde, la luz, la sustancia intercorpórea
por excelencia, ha tomado carta de naturaleza en el arte desde finales del
siglo XVI.
La falta de interés por
la línea de borde, es decir, el aprecio de lo pictórico, llega a su límite con
el Impresionismo. Pero ahora no es sólo la suavidad del gradiente de borde lo
que caracteriza al Impresionismo desde nuestro punto de interés, es también la
falta de la definición matérica.
La mirada del pintor ha
dejado de ser táctil, su globo ocular no describe los objetos buscando
proyectar sobre la fóvea los elementos de interés. El ojo se queda inmóvil y,
además, entornados los párpados para captar la totalidad del campo visual de
un solo golpe, "triturando la forma propia de cada objeto, reduciéndolo a
moléculas de luz, a puras chispas de color" (6).
La fotografía, que
alcanza su mayoría de edad en este momento histórico de la evolución de la
pintura, se ve muy influida por el gran arte, como luego se verá.
En sus oposiciones
fundamentales características de los estilos, Wólfflin
no tuvo en cuenta aquella convención gráfica que permite representar las
materias de que están constituidos los objetos. Éstas vienen denotadas por sus
texturas, capaces de estimular los órganos táctiles, pero también el ojo
mediante los rayos lumínicos que Alberti llamaba medios, "recibidos o
salidos de todo el dorso de la superficie... ellos se llenan de los mismos
colores y luces de los que resplandece su superficie" (7).
En efecto, visualmente la
textura se acusa por las microformas que la
determinan, urdimbre de hilos en las telas, veta en las maderas, pelo en las
pieles, tejidos epidérmicos, brillos especulares en las superficies metálicas
y pulidas, resplandores de estructuras cristalinas... Todas estas
configuraciones de la materia vienen acusadas por sus rayos medios, ya que, ópticamente, de un mosaico de microluminancias
se trata, producidas por el diferente índice y ángulo de reflexión de la microestructura del material.
Por supuesto, al
considerar la estructura matérica estamos ante el
vértigo de un pozo, por el momento sin fondo, en el que las órbitas atómicas
son sólo un nivel del abismo. Sensorialmente, no obstante, el límite está
fijado por la acuidad visual del ojo, límite que implica connotaciones
metafísicas por ser responsable de la ingenua concepción del materialismo
sensible.
En cualquier caso, la
acuidad visual es también el límite de interés pictórico, que se corresponde en gran medida con el umbral de las
sensaciones táctiles, precisamente las que el pintor puede querer plasmar.
Y esta alusión a la
voluntad del pintor no es gratuita, ya que, lo mismo que la representación de
las formas, la representación de las materias ha estado sometida al devenir de
los estilos o de las escuelas. Es más, en un mismo período, como el
Renacimiento, el arte cisalpino se caracteriza por su desinterés de las
texturas, mientras que el transalpino hace alardes de
habilidad en su reproducción como acertadamente observa el profesor Gombrich (8).
Una fácil y primera
explicación de esta discrepancia podría ser el
invento y utilización de las pinturas al óleo por parte de los artistas flamencos
del siglo XV, como los hermanos Van Eyck.
La
disolución de los pigmentos colorantes en aceite, en vez de en huevo, como era
tradicional en el temple, permitía una mayor finura de trazo. Jan Van Eyck pintaba sus figuras
con mínimos toques de finísimos pinceles y una paciencia infinita. Los
elementos texturales eran las piezas básicas de sus
construcciones pictóricas.
Pero nosotros, como en
otra parte hemos apuntado (9), preferimos buscar la causa en razones sociales.
El arte italiano estaba
respaldado por grandes mecenas, príncipes, nobles y altos dignatarios de la
Iglesia, mientras que los pintores flamencos recibían su encargo de clientes
de muy distinta índole, normalmente burgueses que habían hecho fortuna con el
comercio.
Como dice René Huyghe (10), sabían que el valor de las mercancías dependía
directamente de sus materias constitutivas. Estaban acostumbrados a apreciar
éstas visual y táctilmente, y además, como nuevos
ricos, opinamos nosotros, estaban deseosos de ostentar sus fortunas. Así, los
pintores se veían obligados a reproducir las pedrerías, metales preciosos,
pieles y sedas de sus vestuarios y aposentos. Un magnífico ejemplo es el
retrato del banquero Arnolfini y su mujer realizado
por Jan Van Eyck en 1435.
Los nobles italianos, ricos "de toda la vida", no sentían tal
necesidad ostentosa. Hay que esperar al Caravaggio
para que esta preocupación material se manifieste de una manera rotunda en el
arte italiano. Ahí están los alimentos en La Cena de Emaús,
la copa de Baco, la Cesta de Frutas, para comprobar
que el realismo de Caravaggio pasaba por la
denotación matérica. Velázquez en su juventud se
afana con las mismas preocupaciones; recordemos El Aguador. Estamos en el
último capítulo de las posibilidades del realismo pictórico. Comenta Ortega,
en una de sus admirables frases: "La pintura italiana empieza con Giotto y muere gloriosamente en Velázquez" (11).
En cuanto a los pintores
flamencos se refiere, el triunfo de la Reforma limitó su iconografía en los
asuntos religiosos. Como dice Gombrich "...los artistas del Norte, a los que no se requería para que
pintaran cuadros de altar y otras obras de devoción, tratan de encontrar un
mercado para sus especialidades reconocidas y de realizar obras cuyo principal
objeto fuera desplegar su extraordinaria destreza en la representación de las
superficies de las cosas" (12).
Curiosamente, el cubismo
analítico resucitó el interés por las texturas, pero en vez de intentar
reproducirlas mediante el tratamiento pictórico de las microluminancias,
se limitó mediante los collages a incorporar al
cuadro los propios materiales. Abrió ello la puerta a la introducción en la
pintura de toda suerte de objetos, arenas, piedras, maderas, hierros. Al
tiempo, con la abstracción, al desvanecerse las intenciones figurativas, las
texturas abandonan la epidermis de los objetos y se convierten en sustancia pictórica
apreciada en sí misma sin referente alguno, aunque con clara intención de
provocar por sinestesia las sensaciones táctiles.
II. LA ALTA DEFINICIóN EN LA IMAGEN FOTOGRÁFICA Y CINEMATOGRÁFICA
La alta definición es un
rasgo que ha caracterizado a la imagen mecánica desde su nacimiento. Los
primeros daguerrotipos sorprendieron a los críticos de arte por la finura de
los detalles que el vapor de mercurio era capaz de reproducir en la placa y
que rebasaba la capacidad manual del más hábil miniaturista.
Un testigo de una de las
primeras sesiones de presentación del daguerrotipo en el año 1839 en París
escribía:
"Uno
de ellos representa el puente María, se aprecian las menores asperosidades, los menores detalles del suelo y de los
inmuebles, las mercancías desplegadas sobre el puente, los guijarros bajo el
agua al lado del río, la transparencia del agua, su profundidad, todo ello de
una exactitud increíble" (13).
Más tarde, con la
invención de los negativos en papel por Fox Talbot, hizo su aparición la imagen fotográfica con una
definición muy deficiente. No obstante, fue aceptada esta falta de definición
como un flou artístico, en analogía con las técnicas
y modas pictóricas que entonces imperaban y que desembocarían en el Impresionismo.
La fotografía de alta
definición y la realizada con el flou
artístico, correspondientes a unos estilos denominados purista versus pictorialista, fueron las dos tendencias entre las que
se ha debatido el quehacer fotográfico, aunque el purismo parece ser el estilo
que ha dado obras más significativas.
Son muchos los maestros, hoy
representados en los grandes museos que tienen gabinete fotográfico como el MOMA, que hicieron de la definición el caballo de batalla
de su creación: Ansel Adams,
Edward Weston...
Como bien explica Joan Fontcuberta, los términos pictorialismo ,y
purismo son "equívocos e históricamente emplazados" (14). No
obstante, hoy día ambas tendencias responden a una pragmática expresiva
totalmente convencionalizada,'incluso transferida a
otros medios, concretamente al cine.
Las
motivaciones de esta oposición expresiva definición/flou
hay que descubrirlas en el propio acto fotográfico.
La fotografía está
directamente afectada por el referente, es su huella lumínica, una transferencia
o vaciado óptico de sus cualidades matéricas sobre
la emulsión sensible. No se requiere la habilidad del
pintor especializado para captar las texturas, éstas quedan registradas automáticamente
por el objetivo con la altísima definición que éste y la película sean capaces.
Según la clasificación de Charles Peirce de los
signos en función de su relación con el referente, la fotografía goza de la
condición de index, también de la de icono y muchas
veces de la de símbolo. Este carácter indexical, como
bien apunta Philippe Dubois
(15), lleva asociados la singularidad, el atestiguamiento y la designación, es
decir, la fotografía presupone la existencia de un referente concreto y
determinado. De ello se desprende el carácter testimonial de la imagen
mecánica.
Por otra parte, sabemos
que la poetización se logra, de alguna manera, con la generalización, con el
tránsito de lo particular y determinado a lo general e indeterminado. La única
manera que tiene la fotografía de acceder a lo general es debilitar su función
referencia) y, dado que la vinculación entre imagen fotográfica y objeto es física, sólo deteriorando ésta, es decir, impidiendo que
todos los rayos lumínicos dejen su huella en la película, se consigue tal
debilitamiento con la eliminación parcial de rayos lumínicos, precisamente,
el efecto de flou.
Independientemente de
esta explicación semiótica del desenfoque controlado, el efecto flou, base del estilo pictorialista,
se ha cargado desde un principio de un sentido poético. Acompañado de una
iluminación adecuada, ha sido utilizado para la recreación de ambientes
románticos y líricos. Especialmente en el retrato femenino, en el primer plano
cinematográfico, se ha demostrado muy útil. Aquí confluyen dos intenciones: el
logro de una cierta poetización y el paliar una reproducción excesiva de las
texturas del cutis de aquellas damas que ya han superado la edad de las filles en fleur.
La
definición rigurosa, el purismo, por el contrario y precisamente por su fuerza,
denotadora de la realidad particularizante,
ha adquirido las connotaciones de objetividad y realismo, adecuadas a la
información y a la denuncia.
En el retrato masculino,
la buena definición viene asociada a los rasgos de virilidad. Es frecuente en
el cine clásico, en una planificación de campo y contracampo de la pareja
protagonista, que ella aparezca delicadamente flou y
él tratado con total dureza definidora. Y a propósito
del tratamiento de la mujer, es también de comentar cómo ante el desnudo caben
los dos estilos; el flou pictórico es propio de un
erotismo delicado, desmaterializado y poetizante,
mientras que el foco duro reproduce carnalidades y pilosidades
propias del hard porno.
Técnicamente, la
definición de la imagen mecánica es un fenómeno que depende de la óptica, de
los materiales actínicos y además está íntimamente relacionado con la
fisiología y psicología de la visión. La acuidad del ojo humano, es decir, su
capacidad definitoria, depende de su estructura mosaico
de los fotorreceptores. Como se sabe, la densidad de fotorreceptores es máxima
en la pequeña área de la fóvea, a la que corresponde una acuidad visual angular
de 1/3.000. Ello equivale a que a distancias de 3.000 metros un objeto menor de
un metro no es identificable, o lo que es lo mismo, a 3.000 milímetros
magnitudes lineales de un milímetro escapan del umbral de nuestra visión.
La definición de la
imagen mecánica expresiva ‑no de aquella realizada con fines de registro
científico, como la astronomía‑ se calcula atendiendo a esta cota máxima
de la acuidad del ojo. Ahora bien, dado que la acuidad se mide angularmente, la
definición de la imagen mecánica es un valor relativo dependiente de la
distancia a que se encuentra el punto de vista. Por ejemplo, la distancia de
contemplación considerada como estándar de una fotografía positivada
en los tamaños estándar de 18 x 24 ó 20 x 25 cm. es
aproximadamente la distancia de lectura del ojo sano, esto es, unos 30 cm. Ante
fotografías ampliadas a mayor tamaño, la distancia de visionado debe tener en
cuenta el factor de ampliación (si son 30 cm. para un 20 x 25 cm., para un tamaño
de 40x50 cm., propio de exposiciones, la distancia de
visionado debe ser de 60 cm.). En el caso del medio cinematográfico también se
ha estipulado la distancia ideal de observación, que según acuerdo de la S. M.
P. T. E. americana, tomado en la década de los veinte, es equivalente a dos
veces la diagonal de la pantalla (pantalla de relación "académica"
1/1,33).
Las performances
de la óptica moderna rebasan holgadamente los umbrales definitorios a las
distancias estándar de observación; las limitaciones vienen por parte de los
materiales de registro o de materialización de la imagen. Los soportes
fotoquímicos se ven afectados estructuralmente por la discontinuidad de la
emulsión formada por macromoléculas de plata ennegrecida. Esta microestructura se sobrepone a las más finas texturas de la
materia de los objetos captados por la óptica, impidiendo, por tanto, su
definición.
La reducción de la granularidad ha sido, por tanto, uno de los principales
acicates de la investigación fotoquímica y hoy día las emulsiones ofrecen una
microestructura de cristales sólo apreciable en
grandes aumentos.
De hecho, toda la cadena
reproductora, desde el acto de la enunciación fotográfica hasta su visionado,
afectan a la definición: objetivos de toma, películas, revelados, internegativos, equipos de positivado,
soportes positivos o pantallas de proyección, son los eslabones que intervienen,
y siempre con carácter negativo, sobre el resultado final.
En el caso de la imagen
fotográfica multiplicada por artes gráficas hay también que tener en cuenta el
proceso fotomecánico.
Especial influencia tiene
la trama en la impresión fotomecánica. Tal trama es necesaria para la
reproducción de la gradación de medios tonos con las tintas de densidad
constante. La función de la trama reside en traducir la densidad variable del
tono en manchitas de densidad fija pero área variable. Por ello, la imagen
reproducida por las artes gráficas se ve sometida a un doble muestreo que
atenta a la definición: el muestreo espacial aleatorio de la granularidad y el muestreo espacial regular que supone la
aplicación de la trama fotomecánica.
La calidad del papel y de
las tintas condicionan las dimensiones de la trama. Basta observar de cerca un
cartel de publicidad exterior con reproducción fotográfica para percibir el
ruido que introduce la trama de la serografía en la
definición.
El ruido en la imagen,
provocado por la granularidad o la trama, puede
convertirse en elemento expresivo, con diversas connotaciones, como en otra
parte hemos analizado (16). Por ello, junto a la
oposición, más arriba expuesta, de definición rigurosalflou,
que servía para caracterizar dos tendencias estilísticas de la imagen
mecánica, hay otra oposición también relacionada con la definición, utilizable
también expresivamente, ruido/no ruido en la imagen, es decir, continuum aparente de la superficie ¡cónica frente al
carácter discreto de la misma por grano y trama.
Especialmente
la fotografía ha hecho uso de esta oposición; el grano y la trama visibles han
significado tanto un elemento estético positivo como un efecto negativo.
Queda por
exponer una tercera oposición en la expresión de la imagen mecánica derivada de
la definición y ella viene creada por la profundidad de campo.
Hemos hablado de la
definición de la imagen como si fuera algo consustancial a la fotografía. Sin
embargo, esto no es así, al menos en relación a los diferentes planos del
referente que se escalonan perpendiculares al eje óptico. De hecho, según las
leyes de la óptica geométrica, existe un piano focal por cada plano enfocado
del objeto, perpendicular al eje óptico. Por tanto, sólo los puntos
correspondientes al plano enfocado están a foco. Los correspondientes a planos
anteriores o posteriores producen en el plano focal círculos de mayor o menor
diámetro, en vez de puntos. Sucede, no obstante, que en la práctica, dado que
la acuidad del ojo humano es limitada, existe un umbral inferior en el tamaño
de dichos círculos llamado círculo de confusión, por debajo del cual éstos son
vistos como puntos.
Quiere ello decir que en
la práctica la extensión de la escena medida frontalmente al objetivo que
produce imagen de aceptable definición tiene una cierta profundidad, denominada
"profundidad de campo". Dicha profundidad de campo depende de varios
factores, uno de los cuales es el índice de tolerancia aceptado, que viene
medido por el círculo de confusión, quien a su vez depende de otros factores
variables, como son: distancia focal, factor de ampliación y distancia de
observación. Estos factores se tienen en cuenta con valores promediados al
establecer las tablas de profundidad de campo para uso práctico. Por lo tanto,
éstas dan sólo unas indicaciones orientativas. Esto
es, la profundidad de campo es un valor relativo y no absoluto.
La limitación de la
profundidad de campo puede convertirse en un recurso creativo, ya que puede
ayudar a crear el sfumato de fondos para centrar la
atención sobre personajes u objetos captados en primer término. Especialmente
es útil en cierto tipo de primeros planos, en los que es oportuno
descontextualizar al sujeto de un ambiente que no le es propio o cuya presencia
se pretende difuminar. La asociación de la corta profundidad de campo con el flou ha sido técnica muy aplicada para resaltar el glamour
de estrellas cinematográficas, ya que contribuye poderosamente a la poetización
¡cónica ya comentada.
Aplicando la profundidad
limitada a dejar desenfocados los primeros términos, se convierte en un eficaz
denotador de la espacialidad.
Ahora bien, dado que el ojo humano percibe la realidad con total profundidad
de campo, debido al instantáneo efecto feed‑back
que enfoca
cualquier centro de interés que el
cristalino proyecta sobre la fóvea, los efectos expresivos basados en la
limitación de la profundidad fueron desechados, especialmente en cine, en
cuanto se impusieron las estéticas realistas. Precisamente, la gran
profundidad de campo fue característica de estilos de realización que se
inician con Renoir, Orson Welles, Wyler...
Las grandes profundidades
de campo se logran con objetivos de amplio ángulo de
vista, "gran angulares", y exige intensas iluminaciones o materiales
actínicos muy sensibles. Gracias a la profundidad de campo era posible una menor
fragmentación de la planificación, apoyando la sintaxis en el montaje interno.
Este estilo, llamado sintético, se oponía al analítico, basado en el montaje
externo, producto de una fragmentación notoria de la planificación. El estilo
sintético, que comienza a practicarse a principios de los cuarenta,
precisamente favorecido por el avance en la sensibilidad de las emulsiones
pancromáticas, fue considerado por la crítica, en concreto por André Bazin, como más abierto a
la participación del espectador en la obra, ya que dejaba a éste la libertad de
elegir y buscar los centros de su interés en la acción fílmica, en vez de que
éstos se le impusieran por el montaje analítico, que le mostraba en cada
instante lo que debía contemplar, sin ningún grado de libertad electiva, cuan
puntero de maestro.
Resumiendo lo anterior,
vemos que la profundidad de campo total/parcial se puede considerar como la
tercera oposición expresiva configuradora de los
estilos de la imagen mecánica.
III. LA ALTA DEFINICIóN
EN LA IMAGEN ELECTRóNICA
La imagen electrónica
tiene una entidad totalmente diferente de la fotoquímica. Realmente no existe,
es tan sólo un punto luminoso de intensidad variable que barre la pantalla a
grandísima velocidad: en 1/25 de segundo ha recorrido del extremo superior
izquierdo al extremo inferior derecho. Su existencia para nuestra percepción es
posible por la persistencia retiniana del sistema ocular humano, que almacena
toda la información del punto luminoso en su barrido (scanning)
de la pantalla mediante líneas horizontales. Según la norma EBU, son 625
líneas, de las que unas 585 son activas. En los sistemas de color estas líneas
son barridas según unidades discretas; en total son algo menos de medio millón
de puntos, llamados pixels, los que componen una
imagen electrónica según la norma actual. Si la imagen es en color, cada pixel corresponde a una tríada de puntos o barras,
azules, verdes y rojas.
Con su escaso medio
millón de píxels, en el mejor de los casos, esta
imagen queda muy lejos de la fotoquímica, con la que es posible llegar a
resoluciones equivalentes a varios millones de pixels.
Por supuesto, este número de pixels es el límite
teórico máximo y se ve notoriamente disminuido ante cualquier deficiencia
técnica en emisión o recepción, así como por los diferentes sistemas de video‑grabación.
Muy pocos equipos de registro de imagen son capaces de llegar a la resolución
de las 600 líneas y, además, en cada transcripción
efectuada en los procesos de montaje electrónico hay una considerable pérdida.
Por supuesto, los formatos industriales y domésticos proporcionan muy inferior
resolución: 250 líneas el sistema UMatic y por
debajo de 200 líneas los magnetoscopios Betamax y
VHS.
Esta pobreza definitoria,
hoy por hoy, se traduce en la imposible o mala
aplicación a la imagen electrónica de las oposiciones binarias estilísticas
expuestas en la imagen fotoquímica, con el resultado de la pobreza expresiva
característica del medio electrónico actual.
Tal vez, sin embargo, el
mayor defecto resida en la necesidad de contemplar el televisor desde una
notable distancia, aquella impuesta por la estructura mosaico
de la pantalla. En efecto, para poder observar la imagen electrónica como un continuum, la acuidad visual no ha de ser capaz de resolver
la discontinuidad que los pixels ofrecen. Así,
considerando las 625 líneas de la actual norma EBU y una acuidad visual de
1/3.000, ¡resulta que la distancia de contemplación mínima óptima equivale a
seis veces la diagonal de la pantalla!, lo que significa un ángulo de visión de tan sólo 14 grados.
Ingenuamente alguien
puede creer ‑y de hecho sucede dado el prestigio de los proyectores de
imágenes electrónicas sobre pantalla grande‑ que tan pequeño ángulo viene
provocado por el pequeño tamaño de la pantalla. Como es fácil de comprobar,
ello no es así, y al aumentar el tamaño de la pantalla ‑dentro de las
actuales normas de 625 líneas‑ debemos alejarnos hasta subtender la gran
pantalla con el mismo ángulo visual con que contemplaríamos un televisor de
pantalla pequeña. La gran pantalla hoy sólo sirve, y mal por las aberraciones
cromáticas y drástica disminución del contraste que conlleva, para la
contemplación colectiva.
Este agudo ángulo de
visión supone que, en el constante juego de escalas, característico del montaje
cinematográfico, pueden resultar planos en los que no ya las texturas de las
materias, sino las propias figuras que componen la imagen, queden por debajo
de la acuidad visual. Ello se hace especialmente patente en las vistas
generales.
Los realizadores de
programas en vídeo o bien de telefilmes tienen muy en cuenta este defecto de la
definición, que les obliga a planificaciones en las que se eviten lo más
posible los planos generales.
El resultado de esta
imposición limitadora del medio es un estilo analítico, basado en planos medios
y primeros planos, hoy característico en cualquier producto pensado para la
pequeña pantalla. Precisamente, los telefilmes y series americanas deben gran
parte de su éxito popular a esta adecuación del mensaje al imperfecto medio.
En cambio, el paso por la
televisión de algunos filmes, pensados sólo para la gran pantalla, aparte de
la falta de adecuación de los formatos, provoca una gran pérdida de sus
valores plásticos.
Puede recapitularse
finalmente que la TV, al aspirar a una imagen más definida, no sólo responde a
un principio de calidad. Son muchas las consecuencias estéticas expresivas que
tal posibilidad tecnológica implica, como se ha visto en esta breve exposición
de las funciones de la definición en la imagen, pictórica y mecánica:
información figurativa y matérica, oposiciones
estilísticas, como definición/flou, profundidad
de foco/enfoque parcial, montaje analítico/ sintético, así como la
posibilidad de la futura utilización de la pantalla grande ‑bien de proyección
o las planas aún en estado de experimentación, como las matriciales, de
plasma, de diodos, o catodoluminiscentes‑
subtendidas bajo un gran ángulo de visión.
Lograda la TVHD y las
pantallas planas, la imagen electrónica se podrá equiparar al cine en recursos
plásticos. Algunos ejemplos de obras ya realizadas experimentalmente, con
equipos de alta definición en las fases de grabación y posproducción y luego
transferidos a película cinematográfica para su proyección en gran pantalla,
así lo demuestran.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
(1) Wolfflin,
Heinrich. Kunstgeschichtiche
Grundbegriffe. 1915 (Principios
Fundamentales de la Historia del Arte, Espasa‑Calpe, Madrid 1952.
(2) Cf. Torán, L. E. El Espacio en la Imagen Mecánica. Ed. Mitre, Barcelona 1985.
(3) Ortega y Gasset, J. "El punto de vista en las artes”, en
Revista de Occidente, febrero 1924.
(4) Alberti, L. B. Sobre
la Pintura. 1435. Edic. crítica
de Dols Rusiñol. Fernando
Torres Editor. Valencia 1976.
(5) Hildebrand.
Das problem der form in del bildenden Kunst. 1893. Heitz und Mündel. Estrasburgo.
(6)
Ortega y Gasset, J. Op. cit.
(7)
Alberti, L. B. Op. cit, (pág. 90).
(9) Torán. L. E. Op. cit.
(10) Hughe, René. Los Poderes de la Imagen, Flammarion,
París 1968. (Editorial Labor, Barcelona 1968).
(11) Ortega
y Gasset. "Curso de cuatro lecciones" 1947,
en Velázquez, Revista de Occidente 1959.
(12) Gombrich, E. H. Historia del Arte 1950. (Alianza Editorial,
Madrid 1979).
(13)
Citado por Newhall. Histoire de la Photographie.
(14) Fontcuberta,
Juan. Estética fotográfica, Blume, Barcelona 1984.
(15) Dubois, Philippe. L’Acte photographique 1983. (El acto fotográfico, Paidos, Barcelona 1986).