Modelos
de desarrollo científico‑técnico
Situación y opciones de futuro en España
Tres grandes modelos del sistema científico‑técnico coexisten hoy en los diversos países, con dinámicas y políticas de I + D diferentes. La situación española puede analizarse y comprenderse a partir de esos modelos.
Cada vez es
más claro que el conjunto de actividades que se llevan a cabo en un país en
torno a las tareas de investigación científica y desarrollo tecnológico
involucran a muchas personas y tienen repercusiones en todo el conjunto de la
vida social, tanto en la cultura como en la economía y la política. Por eso es
conveniente acostumbrarse a pensar la ciencia y la tecnología de un país como
una parte relevante de todo el sistema social. Mi propósito en estas páginas
es delinear tres modelos teóricos de organización del sistema científico‑técnico
de una sociedad, con la esperanza de que nos ayudarán a entender algunas
peculiaridades de la situación de la ciencia y la tecnología en nuestro país,
y a aclarar las opciones políticas que se nos presentan para impulsar su
desarrollo. Para ello utilizaré informalmente el marco conceptual de la teoría
de sistemas (1).
1.CARACTERIZACIÓN
DE UN SISTEMA CIENTÍFICO‑TÉCNICO
Cualquier
sistema se caracteriza por su composición, su estructura y su entorno. En el
caso de un sistema social, los componentes son los individuos humanos que
integran el sistema, la estructura está formada por el
conjunto de las relaciones que surgen entre los individuos como resultado de su
actividad económica, cultural o política, y el entorno comprende tanto el
entorno físico en que vive la sociedad como los otros sistemas sociales con que
se relaciona.
Tal como lo
entendemos aquí, el sistema científico‑técnico (CT, para abreviar) es una
parte del sistema social que incluye actividades culturales, productivas y
políticas o de gestión. Una de las objeciones que se pueden hacer al enfoque
que adoptamos es que, al meter en un único saco a la investigación básica y a
la tecnología industrial, seguramente estamos forzando la realidad de la
organización de las actividades de I+D en nuestros días. Pero precisamente
nuestro propósito es diseñar tres modelos de CT que principalmente se
caracterizan por el diferente grado de integración de la ciencia y la
tecnología en cada uno de ellos y las diferentes formas de interacción con el resto .del sistema social. Veamos, pues, cuáles son los
componentes, la estructura y el entorno más relevante para caracterizar un
sistema CT.
1.1.
Composición de CT
El
componente fundamental son las personas dedicadas a tiempo completo o parcial a
la investigación científica y al desarrollo tecnológico. Su actividad abarca
desde la producción desinteresada de conocimientos nuevos hasta la búsqueda de
aplicaciones del conocimiento científico disponible y el diseño de productos,
procesos o servicios basados en él. Se considera como
última fase de la actividad de I+D (investigación y desarrollo) la producción
de prototipos y su evaluación desde el punto de vista de su fiabilidad y
eficacia. Los productos de la I+D son, pues, conocimientos nuevos o aplicaciones
tecnológicas, que se traducen en publicaciones científicas, patentes
industriales, diseños y prototipos. Estos resultados pueden llegar a ser parte
del insumo del sistema productivo.
Junto a las
personas que se dedican estrictamente a I+D, en la composición de CT hay que
incluir también al conjunto de personas dedicadas a tareas auxiliares para la
investigación y a los dedicados a la administración y a atender los servicios
requeridos por el sistema (técnicos, bibliotecarios, administrativos,
gestores, políticos, etc. ).
1.2.
Estructura de CT
La
estructura del sistema CT es el resultado de las múltiples actividades que se
llevan a cabo entre los miembros del sistema. La investigación básica y
aplicada, el diseño de artefactos, la implementación de prototipos, su evaluación,
junto con el conjunto de actividades encaminadas a organizar, financiar, y
controlar las primeras dan lugar a instituciones como las academias,
laboratorios, institutos de investigación, equipos de trabajo, oficinas de
evaluación, organismos de gestión, etc., que constituyen el entramado del
sistema CT. Un sistema puede diferir de otro por el tipo de instituciones en
las que se producen las actividades de I+D, por la composición e
interrelaciones de los grupos de investigación, el tipo de especialidades que
cultivan, las relaciones entre investigadores de distintas áreas, los
organismos e instituciones encargados de la financiación, evaluación y control
de la actividad científico‑técnica, etc.
1.3. El
entorno de CT
CT mantiene
relaciones estrechas con el resto del sistema social. En primer lugar con el
sistema productivo; pero también con el subsistema cultural y político. Por
otra parte, el entorno geográfico es igualmente relevante, y las relaciones de
dependencia de un sistema CT nacional con respecto a sistemas internacionales
o multinacionales son esenciales. Precisamente la naturaleza de las relaciones
de CT con el sistema productivo y el resto del sistema social nos servirán
como criterio para distinguir tres modelos de sistemas científico‑técnicos.
2. MODELOS
DE INTERACCIÓN DEL SISTEMA CT CON EL
SISTEMA SOCIAL
Proponemos
tres modelos de CT basados en el tipo de interacción con el resto del sistema
social. Los llamaremos modelo de interacción
esporádica (A), de interacción
sectorial (B) y de interacción global (C).
(A)
Interacción esporádica de CT con el sistema social
En este
modelo CT coexiste con el resto del sistema social, pero apenas mantiene
relaciones con él. Éstas son esporádicas, poco intensas, casuales y de escasa
entidad o influencia mutua. El número de investigadores e ingenieros es muy
escaso, prácticamente insignificante respecto a la población total. La
actividad de investigación es protagonizada por individuos aislados. Existen
lazos de conexión entre los investigadores, como las academias, institutos o
universidades, pero tales instituciones no ejercen un papel protagonista en la
orientación de la actividad CT. El tipo de conocimiento que produce el sistema
es generalmente de carácter básico; y aunque surgen aplicaciones de interés
para el sistema productivo o para el resto del sistema social, éstas tienen
poca incidencia y suelen quedarse en un estadio de diseño o prototipo sin
llegar a tener una repercusión general en todo el sistema productivo.
La
innovación tecnológica se produce por lo general de forma autónoma, y sólo
esporádicamente como resultado del desarrollo de aplicaciones de
descubrimientos científicos. La incidencia de CT sobre el sistema cultural es
escasa, casi nula. En relación con el sistema político, CT suele oscilar entre
la figura del mecenazgo y la de la persecución. No existe una política
específica de ciencia y tecnología, y si a veces se toman decisiones políticas
que afectan al sistema, ello se hace desde criterios coyunturales y ajenos a
la dinámica de CT. Generalmente, el mayor incentivo para apoyar políticamente
la investigación científica y técnica está relacionado con objetivos de
prestigio y a veces con la utilidad militar que se espera obtener de algunos
desarrollos tecnológicos.
Este modelo A representa naturalmente la situación de
CT en las sociedades preindustriales, pero no debe pensarse que se trata de un
modelo de interés meramente histórico. En sociedades actuales con un grado
considerable de desarrollo industrial puede darse la coexistencia del modelo
A. Esto es posible porque el sistema productivo de estas sociedades puede estar
beneficiándose del sistema CT de otros países, a través de la transferencia de
tecnologías y de know how, y al mismo tiempo mantener su propio
sistema CT dentro del modelo A como un elemento ajeno al sistema productivo.
Esta
situación es compatible con la aparición en el sistema CT de figuras aisladas
de gran calidad científica e incluso con la existencia, en la opinión pública
del país, de una actitud de respeto y admiración por la figura del
investigador científico o del innovador tecnológico. Es difícil encontrar casos
puros de vigencia del modelo A; pero
la situación de la investigación científica y técnica a lo largo de todo el
siglo XIX español podría servir como una buena aproximación. La renovación
científica y cultural que se produce en España en el primer tercio del siglo
XX, con acontecimientos como la creación de la Junta para Ampliación de
Estudios (2) se puede entender
como un esfuerzo intencionado para pasar de la situación descrita como modelo A
a una situación más acorde con lo que puede ser el modelo B. Es sabido, sin
embargo, que aquellos esfuerzos fueron en gran parte frustrados por la guerra
civil y la dictadura. En buena medida el período de autarquía subsiguiente a
la guerra supuso un retroceso en el que el sistema CT español vuelve a
aproximarse al modelo A.
(B) Modelo de interacción sectorial
En este
modelo CT no sólo coexiste con él resto del sistema social, sino que mantiene
con él estrechas relaciones de carácter permanente, no esporádico, aunque
sectorial, no global. La interacción se produce fundamentalmente a través de
los diversos sectores del sistema productivo; pero de forma especial a través
del sector industrial. Éste genera una demanda de productos científico‑técnicos
y el sistema CT responde parcialmente a esa demanda.
En este
modelo el número de personas dedicadas a tareas de I+D adquiere niveles
significativos de porcentaje de la población, aunque caben enormes diferencias
según los países. Los recursos financieros dedicados a CT son también
significativos respecto al PIB. Finalmente el grado de organización
institucional del sistema es elevado: aparecen grandes centros de investigación
regentados con criterios empresariales, se utilizan procedimientos de programación,
planificación y evaluación sistemática de la actividad de I+D y ésta adquiere
una relevancia creciente en el diseño de la política global del país. En
concreto se crean organismos gubernamentales y parlamentarios especializados
en política científica y se racionaliza la asignación de recursos, el
establecimiento de prioridades y la organización de los servicios necesarios
para el funcionamiento del sistema CT.
Aunque la
integración de CT con el sector industrial es alta, ello no significa que la
aportación al proceso productivo industrial sea la única función social del
sistema. De hecho en CT no sólo se producen patentes y prototipos, sino
también, y fundamentalmente, conocimientos nuevos de carácter básico, sin
aplicaciones industriales inmediatas. Con otras palabras: aunque hay una
respuesta de CT a las demandas del sistema productivo, no toda la actividad de
CT está condicionada por éste; lo que sí es cierto, sin embargo, es que la
mayor parte de los recursos económicos y humanos que consume CT están
dedicados a esa función relacionada con la producción (se suele considerar
como proporción normal un 30% dedicado a investigación y un 70% a desarrollo
tecnológico), en especial con la producción industrial.
Por otra
parte la incidencia de CT sobre el sistema industrial, aunque importante, es
parcial. De hecho en este modelo la mayoría de las innovaciones productivas no
tienen por qué ser debidas a resultados obtenidos en CT, aunque esto sí sucede
con las innovaciones más radicales y de mayor alcance. Por ejemplo, en la industria
tradicional el diseño de un nuevo producto (pongamos por caso un nuevo modelo
de electrodoméstico) no necesita generalmente incorporar genuinas innovaciones
científico‑técnicas; esto sí sucede, sin embargo, cuando en el sistema
productivo se inaugura una nueva línea de productos con componentes
radicalmente nuevos, como ha sucedido, por ejemplo, en la industria electrónica
con el transistor y los circuitos integrados (3).
Por último,
en el modelo B la incidencia del sistema CT sobre otros sectores del sistema
productivo es escasa en comparación con el sector industrial, pero no nula. En
el sector primario aporta, por ejemplo, mejoras genéticas de plantas y
animales por selección artificial sistemáticamente controlada, y fertilizantes
y plaguicidas, maquinaria agrícola, alimentación controlada, etc. En el sector
servicios influye sobre todo en la salud a través de la medicina humana, en los
transportes y en las comunicaciones (telefonía y radio).
El modelo B
es compatible con muy diversos niveles de implantación, según las magnitudes de
los parámetros que lo caracterizan. En general es el modelo predominante en
las sociedades industrializadas de nuestros días. Pero hay grandes diferencias
entre ellas, como es sabido. Una forma útil de medir el grado de implantación
del modelo B en una sociedad es a través del balance de transferencias
tecnológicas: dada la internacionalización de la economía, un país con escasa
capacidad de exportación de tecnología es un país con un nivel bajo de integración
de su sistema CT en su sistema productivo. Les diferentes grados de desarrollo
del modelo B tienen consecuencias notables en el conjunto de la economía del
respectivo país. A mayor desarrollo científico‑técnico, mayor competitividad
industrial.
Por último,
las repercusiones del sistema CT sobre el resto del sistema social son importantes,
aunque también sectorializadas: una de las más notables es la demanda creciente
de personas dedicadas a I+D, con lo que ello supone de transformación en la
estructura ocupacional; la demanda creciente de recursos para la investigación,
con sus consecuencias en la economía y en las finanzas del Estado; y la
extensión y renovación del sistema educativo y de formación profesional que la
incorporación de innovaciones tecnológicas en el sistema productivo lleva
consigo.
(C) Modelo de interacción global
En este
modelo el sistema CT mantiene con el resto del sistema social relaciones
estrechas, como en el modelo B, y de carácter sistemático a través de los
distintos sectores del sistema productivo. Pero, a diferencia de lo que sucede
en el modelo B, ahora las interacciones son multidireccionales, muy intensas, y
se difunden por todo el sistema social. En primer lugar los productos de CT
afectan con igual intensidad al sector industrial que al de servicios. En segundo
lugar, promueve nuevos sectores productivos relacionados con innovaciones
científico‑técnicas (por ejemplo, el sector de la información). En tercer lugar, la ciencia y la tecnología se hacen presentes en las actividades no productivas, como
el ocio o la administración. Por último, el conjunto de la cultura, las formas
de vida y las actividades de todo tipo (desde la guerra y la política hasta la
educación y el arte) interactúan intensamente con el sistema cientificotécnico.
Una de las
características de este modelo es que no solamente aumenta extraordinariamente
el número de personas dedicadas a CT, sino que aumenta en especial el número de
personas que parcialmente se relacionan
con el sistema CT. Dicho con otras palabras: aumenta el tipo de actividad
creativa e investigadora relacionada con la ciencia y la tecnología que se incorpora a otras actividades. Otra característica
importante es que en las interacciones con el resto del sistema social, y en
especial con el sistema productivo, el sistema CT en este modelo no actúa
exclusiva ni principalmente incentivado por la demanda preexistente, sino que
contribuye de forma activa y espontánea a definir nuevas demandas generando
innovaciones en la oferta de productos y servicios.
Desde un
punto de vista institucional el modelo C supone por una parte un incremento de
la complejidad y extensión de las instituciones de investigación y desarrollo,
pero por otra parte supone también la extensión de un nuevo tipo de
organizaciones científico‑técnicas, generalmente de tamaño medio o
reducido, vinculadas a empresas en las que el papel de la innovación y el
desarrollo de conocimientos es el factor principal de producción, tales como
empresas de diseño, ingeniería, informática, etc.
En este
modelo la investigación científica y tecnológica es la principal fuente de
innovación en todos los sectores del sistema productivo, pero además es también
el principal motor de innovación en el sistema cultural de la sociedad y uno de
los principales factores de transformación de toda la estructura social.
Como
contrapartida de la incidencia que CT tiene sobre el conjunto de la sociedad, se produce también un aumento de la participación social en
el sistema CT, tanto desde el punto de vista de los fondos públicos y privados
dedicados a I+D como desde el punto de vista del interés de los organismos
representativos de la sociedad en el control del desarrollo cientificotécnico.
Esta participación puede presentar diferentes modalidades y desarrollarse en
distintas direcciones. Una de las más significativas es aquella que se refiere
al control y evaluación social de las innovaciones tecnológicas de largo
alcance (4).
En resumen,
el modelo C supone una sociedad en gran parte organizada a todos sus niveles
en torno a su sistema CT.
Obviamente
este modelo C todavía está en ciernes. No hay ningún ejemplo puro de lo que
puede ser una sociedad con un sistema científico‑técnico de estas
características, pero sí hay indicios, en las sociedades industriales más
avanzadas, del surgimiento de este nuevo modelo. Por ejemplo, como
consecuencia del desarrollo de las llamadas "nuevas tecnologías", todas
ellas resultado de desarrollos científicos básicos obtenidos en los últimos
decenios, se están produciendo transformaciones
sociales que conducen a un modelo de sociedad en el que el papel de la
investigación científica y técnica como factor de innovación productiva y de innovación
social se está generalizando. Fenómenos como el interés creciente de los más
diversos grupos sociales por el conocimiento científico, por el control de
las tecnologías y por la cultura científica apuntan también en la dirección de
este modelo C. Otro indicador de esta misma tendencia es la transformación de
la estructura ocupacional en las sociedades industriales avanzadas, cada vez
más orientada hacia el sector servicios y cada vez más exigente respecto al
nivel de cualificación científico‑técnica de la mano de obra.
3.DINÁMICA
DEL SISTEMA CT Y DISEÑO DE POLÍTICAS DE
I+D
La evolución
normal de un sistema CT suponemos que consiste en un proceso paulatino desde
una situación inicial acorde con el modelo A hasta una posible situación
caracterizada por el modelo C. Los factores que condicionan esta evolución son
de dos tipos: de carácter interno al propio sistema CT y de carácter externo.
Los factores internos tienen que ver fundamentalmente con el crecimiento
"vegetativo" del propio sistema: número de investigadores, calidad
del trabajo científico, capacidad del sistema para formar nuevos
investigadores, logro de una "masa crítica" en una determinada área
de la investigación científico‑técnica, etc. Estos factores son decisivos
para que se pueda producir un cambio en el papel que el sistema científico‑técnico
juega en el conjunto del sistema social. Pero no son suficientes para explicar
todos los aspectos del desarrollo científico‑técnico en una sociedad.
Para ello es
preciso atender a factores externos, puesto que la característica
diferenciadora fundamental de los diversos modelos de CT se refiere a la
interacción de este subsistema con el sistema productivo y el conjunto del
sistema social. Entre estos factores externos están, en primer lugar, las
necesidades y dinámica del sistema productivo; en segundo lugar, el diseño de
políticas explícitamente dirigidas a la promoción de la I+D.
La presión
del sistema productivo sobre el sistema CT, y la consiguiente respuesta
política mediante el diseño de planes y estructuras adecuadas para incrementar
la productividad científico‑técnica, son fenómenos que se han generalizado
a raíz de la segunda guerra mundial. El resultado es un salto generalizado del
modelo A al modelo B. En los países más industrializados este fenómeno se
produce de forma más o menos espontánea y bajo la presión directa de las
necesidades de incrementar la productividad del sistema industrial. Y es
fundamentalmente el deseo de transferir el nuevo tipo de desarrollo
tecnológico e industrial, impulsado por la investigación científico‑técnica,
a los países en vías de desarrollo lo que hace que los organismos
internacionales, en primer lugar, y después los diversos gobiernos nacionales, se preocupen de diseñar modelos de política de desarrollo
científico‑técnico que permitan rentabilizar al máximo los esfuerzos de
la sociedad en la promoción de la ciencia y la tecnología.
Estos
diseños de política científica en ocasiones cumplen la función primordial de
permitir que países en vías de desarrollo puedan prepararse para recibir las
transferencias tecnológicas de los países más desarrollados. El proceso en
ocasiones se lleva a cabo de forma inadecuada, incrementando la dependencia
tecnológica de los países pobres, pero en todo caso contribuye a que, aún en
los países desarrollados, se tome conciencia de la importancia que tiene el
diseño de políticas explícitas de desarrollo científico y técnico.
En la
doctrina internacional sobre política científica se considera que ésta debe
organizarse en cuatro niveles (5): el primer nivel, o nivel de la
planificación general de la ciencia y la tecnología; el segundo nivel, o nivel
de la gestión de recursos para el sistema CT; el tercer nivel, o nivel de la
ejecución de la investigación científica y el desarrollo tecnológico, y el
cuarto nivel, o nivel de los servicios científico‑técnicos.
Los
objetivos generales de una política de I+D son la promoción del desarrollo
cientificotécnico mediante la asignación de recursos públicos y la
incentivación de la inversión de recursos privados en ciencia y tecnología, la
coordinación y racionalización del empleo de los recursos dedicados a I+D y
la evaluación de los resultados de los esfuerzos sociales dedicados a
investigación.
Para llevar
a cabo esta tarea, los países que están desarrollando un sistema CT de acuerdo
con el modelo B se dotan de instituciones adecuadas a los cuatro niveles de la
política científica, siendo las de primero y segundo nivel las más
características. Se crean así departamentos ministeriales u organismos
interministeriales para la planificación y gestión de la política científico‑técnica,
se crean comisiones parlamentarias dedicadas a la evaluación y seguimiento de
la política de I+D, y aparecen por lo general figuras jurídicas que permiten la
actuación de los poderes públicos en el sistema CT a través de instrumentos de
planificación relacionados con los planes de desarrollo económico de los
diferentes países.
Una vez
instaurado un mecanismo de diseño de políticas nacionales de investigación y
desarrollo, éste se constituye generalmente en el principal motor de la
evolución del propio sistema CT.
Dentro de
este esquema general hay muy diferentes formas de implementar políticas de desarrollo
científico‑técnico, condicionadas en ocasiones por diferentes
perspectivas ideológicas sobre el papel de la ciencia y la tecnología en el
conjunto de la sociedad, pero fundamentalmente también por las diferentes
situaciones de partida que se dan en cada país, en especial su nivel de
desarrollo industrial y su papel en el conjunto de las relaciones económicas
internacionales.
En general, aquellos países que parten de situaciones más atrasadas en cuanto a nivel de desarrollo científico‑técnico son los que necesitan diseñar políticas más estrictas de promoción y coordinación del esfuerzo investigador. Por el contrario, los países más adelantados, con una mayor tradición científico‑técnica y una mayor solidez en su sistema industrial, pueden diseñar políticas de desarrollo científico‑técnico de carácter mucho más flexible, en las que el papel de las instituciones públicas no es tan importante como el de la propia iniciativa empresarial de carácter privado. En cualquier caso, independientemente de las diversas opciones posibles, en todo país con un nivel medio de desarrollo económico se requieren políticas explícitas de I+D, acciones gubernamentales en sectores estratégicos de la investigación y medidas encaminadas a la transferencia de recursos públicos a las empresas privadas para la promoción de la investigación, el desarrollo y la innovación fiscales, bien sea de forma directa con subvenciones o exenciones fiscales, bien de forma indirecta a través de la promoción general de la investigación (6). En definitiva, ningún país desarrollado, o que pretenda alcanzar un determinado nivel de desarrollo económico, puede prescindir de acciones políticas encaminadas directamente a la promoción de la investigación científica y técnica.
Esto hace
que progresivamente las instituciones especializadas en política científica
adquieran una cierta autonomía e incluso preponderancia en la administración
pública. La política científica va adquiriendo así un papel central en el
conjunto de la política de los países desarrollados, si bien estrictamente
coordinada e interrelacionada con otras áreas tradicionales de la actividad
política, en especial con el área económica, el área de la política industrial
y el área de la política educativa, universitaria y cultural.
En los
países más desarrollados estos fenómenos que estamos señalando adquieren una
intensidad creciente que responde, en parte, al paulatino paso de un modelo de
tipo B a un modelo de tipo C. Los indicios de este tipo de transformación se
reflejan en fenómenos como los siguientes: la política científica no sólo adquiere
un carácter cada vez más central en la política económica de un país, sino
también en el conjunto de las opciones políticas en todos los sectores de la
vida social. En especial la política científica empieza a condicionar de forma
creciente aspectos decisivos de la política internacional, de la política de
empleo, de la política de servicios sociales y de la política cultural. Por
otra parte los objetivos propios de la política científico‑técnica se van
transformando desde un planteamiento característico del modelo B, en el que el
sistema CT responde a las necesidades del sistema productivo, a un planteamiento
más próximo al modelo C, en el que el sistema CT toma iniciativas ofreciendo
posibilidades y novedades de interés directo para el sistema productivo
(empresas de alta tecnología ligadas a universidades, etc.).
El paso de
una política propia del modelo B a una política encaminada hacia un modelo C
está vinculado en cierto modo a la crisis económica internacional abierta a
mitad de los setenta. Una de las características de esta crisis es que se
requieren esfuerzos de innovación extraordinarios para aumentar la
productividad y la competitividad de las economías nacionales mediante
inversiones que no supongan aumento de gasto en materias primas y en mano de obra.
Y hay una conciencia generalizada de que este tipo de innovaciones sólo es
posible incorporando al proceso productivo conocimientos científico‑técnicos
y soluciones avanzadas a los problemas tradicionales que se
plantean en él. Igualmente hay una conciencia generalizada de que la
respuesta a la crisis tiene que pasar por la aparición de nuevos sectores que
se integren en el sistema productivo, como puede ser el propio sector de la
información, del conocimiento y, en general, de los servicios, tanto
tradicionales como nuevos (7).
4. LA SITUACIÓN EN ESPAÑA
En los
últimos años ha aumentado en nuestro país la preocupación por el desarrollo
científico‑técnico, tanto en la esfera de los poderes públicos como en
los ámbitos privados y empresariales. En general hay una gran coincidencia en
el diagnóstico de la situación de nuestro sistema CT, de los males que le
aquejan, y en el deseo de solucionarlos. Existen, sin embargo, diferencias
notables en cuanto a los remedios que se proponen.
Los cuatro
grandes defectos de nuestro sistema CT que todo el mundo coincide en señalar
son los siguientes (8):
1) Escaso nivel de desarrollo del sistema CT,
tanto medido en términos del porcentaje de PIB que se dedica a I+D como en términos
del número de investigadores y de producción total científico‑técnica.
2) Deficiente organización del sistema, en especial,
falta de coordinación horizontal (entre diferentes organismos de investigación)
y vertical (entre diversos niveles de la Administración).
3) Escasa participación de la iniciativa privada
empresarial en el esfuerzo investigador.
4) Escasa incidencia del sistema CT sobre el
sistema productivo.
A esto hay
que añadir la ausencia casi total, durante mucho tiempo, de una política
científico‑técnica coherente, situación a la que en los últimos años se
está respondiendo con iniciativas administrativas y legislativas de todos conocidas.
Contemplado
el panorama de nuestro sistema CT desde la perspectiva de los modelos que hemos
esbozado, el diagnóstico podría ser el siguiente:
1) Hasta la década de los sesenta, el modelo
predominante en España era de tipo A: existían universidades y centros públicos
de investigación (especialmente los del CSIC), pero su incidencia sobre el
sistema productivo era prácticamente nula, el nivel cualitativo de la
investigación que se realizaba era bajo (sin
perjuicio del carácter meritorio de la labor de muchos investigadores, en las
condiciones en que se desarrollaba), y el papel de la acción política del
Estado sobre el sistema CT se guiaba más por razones de prestigio o de control
ideológico que por objetivos de desarrollo económico y social.
2) La situación empieza a cambiar a partir de la
"apertura" del régimen dictatorial hacia el exterior y de la
introducción de los planes de desarrollo. Se toma conciencia entonces de la
necesidad de apoyar el desarrollo científico‑técnico, se crean organismos
gubernamentales de coordinación de la acción del gobierno en esta materia y se
produce un proceso paulatino de aumento de las inversiones y gastos públicos
en I+D, mejorando el equipamiento de los centros de investigación y las
universidades, creando el Fondo Nacional de Investigación, etc. El
extraordinario crecimiento cuantitativo del sistema educativo y universitario
favorece esta atención del gobierno hacia el campo de la investigación,
iniciándose el Plan de Formación del Personal Investigador e introduciendo elementos
de planificación de la ciencia a través de la CAICYT, Esta etapa, que cubre
hasta finales de los años setenta, se puede caracterizar como de transición de
un modelo A a un modelo B de bajo nivel de desarrollo. En ella el defecto fundamental
es la dispersión y descoordinación del sistema CT, su escasa incidencia en el
sistema productivo y la presencia de medidas de política de I+D de carácter
fundamentalmente coyuntural, de poco alcance y a veces incoherentes.
3) En la
transición democrática la situación del sistema CT recibe una atención creciente
por parte de los poderes públicos, al mismo tiempo que se produce en el propio
interior del sistema (fundamentalmente en los OPI: Organismos Públicos de
Investigación) un movimiento de autoconciencia crítica y de exigencia de un
mayor desarrollo y mejor organización del sistema (9).
Paralelamente el surgimiento de la nueva administración autonómica plantea
nuevos problemas de organización territorial del sistema, pero también nuevas
iniciativas tendentes a promover desde los poderes públicos el desarrollo
cientificotécnico. También el sector empresarial privado empieza a manifestar
preocupación por el sistema CT, si bien con cierto
retraso y menor intensidad que el sector público. De todas formas los planes
concertados por parte de la CAICYT y las acciones del CDTI, encaminadas a
potenciar la investigación en las empresas y la innovación tecnológica,
suponen el inicio de un mayor acercamiento del sistema CT al mundo empresarial.
4) Por último estas tendencias de evolución
positiva del sistema reciben un impulso considerable a partir de 1983, impulso
orientado principalmente, más que al aumento espectacular de los recursos (aun‑,
que éstos se han duplicado en cuatro años, lo que supone un esfuerzo
importante, aunque sólo relativo, dado el bajo nivel de la base de partida), a
la racionalización en el empleo de los existentes y a la mejora de los
mecanismos de coordinación de la política científica, especialmente en el área
de las competencias ministeriales de Educación e Industria. En esta línea se ha
dado un paso decisivo de carácter legislativo con la aprobación de la Ley de
la Ciencia (Ley de Fomento y Coordinación de la Investigación Científica y
Técnica), que pretende ofrecer un marco jurídico global para introducir
mecanismos de planificación del desarrollo científico‑técnico,
estructuras de coordinación tanto de los departamentos ministeriales como del
Estado con las Comunidades Autónomas, y unas nuevas bases jurídicas para el
funcionamiento interno de los centros públicos de investigación más
importantes. Por otra parte, tanto la reglamentación de la autonomía
universitaria introducida por la LRU, como las medidas flexibilizadoras del funcionamiento
administrativo de los OPI y las iniciativas que se toman desde la Administración,
están encaminadas a potenciar cada vez más la interacción entre el sistema
productivo y el sistema CT. La puesta en marcha del Plan Nacional de Investigación
Científica y Técnica, que se está produciendo en los momentos de redactar este
artículo, puede ser el instrumento decisivo para consolidar el sistema CT español.
En
definitiva, la situación actual del sistema CT responde, como hemos dicho, a un
modelo de tipo B con escaso nivel de desarrollo y con claras tendencias a
mejorar dentro de los márgenes del mismo modelo.
5. OPCIONES
PARA EL FUTURO
Para diseñar
el futuro del sistema CT español hay que tener en cuenta, en primer lugar, las
tendencias que ya hemos señalado y, en segundo lugar, la necesidad de
plantearse como objetivo el paso de nuestro sistema CT al modelo C.
El futuro
del sistema CT español, como el de nuestra economía, estará cada vez más
interconectado con el de la Comunidad Europea. En la actualidad nuestro sistema
CT está excesivamente retrasado con respecto a la media de lo: países de la
Comunidad. Las medidas de política científico‑técnica que se están
poniendo en marcha van encaminadas a acortar las diferencias. Pero es seguro
que la política de los países comunitarios en este sector se
orientar cada vez más en la dirección del modelo C Esto puede suponer que, si
no se adoptan decisiones en la dirección correcta, no sólo aumentarán las
diferencias entre España y los países más adelantados de la Comunidad en cuanto
a la dimensión de los respectivos sistemas CT, sino que también lo harán las
diferencias cualitativas entre nuestro sistema y el suyo,
Para
evitarlo es preciso, en primer lugar, intensificar las medidas actuales
encaminadas a consolidar nuestro sistema CT en el marco del modelo B,
manteniendo e incluso aumentando el esfuerzo actual en dotación de medios humanos
y materiales para la I+D, incrementando la interconexión del sistema CT con el
sistema productivo y en especial con el sector industrial, fomentado la
participación de las empresas en el esfuerzo investigador y perfeccionando
los mecanismos de coordinación, planificación y evaluación de la investigación
científica y técnica. En segundo lugar, es preciso plantearse como horizonte a
medio plazo una política de desarrollo científico‑técnico encaminada
hacia un modelo C. Esto tendrá repercusiones en el conjunto de la política
económica, social, educativa y cultural y en nuestra contribución al diseño
de la política europea de I+D en los próximos años.
NOTAS
(1) M. Bunge,
TreaTIse on Basic Philosophy, vol,
IV, caps. I y V. Reidel, Dordrecht,
1979; J. Aracil, Máquinas, sistemas y modelos,
Tecnos, Madrid 1986.
(2) Ver: La junta para ampliación de Estudios, ARBOR, 493 (enero,1987) y 499‑500 (julio‑agosto, 1987).
(3) E. Braun y S. MacDonald, Revolución en miniatura. La historia y el impacto de la electrónica del semiconductor. Tecnos‑Fundesco, Madrid, 1984.
(4) Véase
Evaluación de la tecnología, en Telos, 12 (diciembre‑febrero,
1987‑88), págs, 49‑99.
(5) Un punto de
referencia obligado es el conocido Manual de Frascati,
elaborado en 1980 por la OCDE. Véase Fundación Universidad‑Empresa,
Medición de actividades científicas y técnicas. En torno al Manual de Frascati. Centro de Fundaciones, Madrid, 1985.
(6) Se
discute la forma más adecuada de realizar estas transferencias de recursos
públicos al sector privado, pero la necesidad de
hacerlo nadie la niega,
(7) Ver M. Cruz Alonso y
A. Castilla (comps.), El desafío de los años 90, Fundesco, Madrid, 1986. La orientación del programa FAST de
las Comunidades Europeas apunta claramente hacia un modelo de tipo C; véase
Comisión de las Comunidades Europeas, Europa 1995. Nuevas tecnologías y cambio
social. Informe FAST, Fundesco, Madrid; así como Commision of the
European Communities. Directorate‑General
for Science, Research and Development, The Fast 11
Programme (1984‑1987). European Futures. Prospects and Issues in Science and Technology, Bruselas.
8) Véase E.
Muñoz y F. Orina. Ciencia y tecnología: Una oportunidad para España, Aguilar, Madrid, 1986; A. García Arroyo, Realidad y
perspectivas de la política científica en España, Arbor,
469 (enero, 1985), 59‑76.
(9) Es significativo el libro Apuntes para una política científica. Dos años de investigación en el CSIC, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1982. También el Dictamen de la Comisión Especial del Senado para el Estudio de los Problemas que Afectan a la Investigación Científica Española, Boletín Oficial de las Cortes Generales, Senado, Serie I, 140 (25 de junio de 1982).