Evaluación de la tecnología en países con un nivel
medio de industrialización
Adolfo Castilla
Las diversas concepciones
sobre las relaciones tecnología‑sociedad clarifican las distintas actitudes
ante el control de las tecnologías. La situación de los países con un nivel
medio de industrialización exige soluciones especificas en la evaluación de la
tecnología.
Desde su introducción en los Estados Unidos, hace
unos catorce años, dentro de una serie de actividades destinadas a evaluar
sistemáticamente la naturaleza, el sentido y el impacto del cambio tecnológico
en la sociedad, la Evaluación de la Tecnología (ET) ha servido como terreno
abonado para la realización de ejercicios meramente normativos. Gran parte de
los trabajos en este campo se han consagrado al desarrollo de metodologías y a
explicar, con una lógica siempre difícil de refutar, la importancia que tiene
para cualquier sociedad el control de la utilización de la tecnología.
Cuando consultamos algún texto sobre este tema vemos
que el asunto central es lo que “debería
ser”, en general, y lo que “debería hacerse”, en el caso de la tecnología y de su uso.
Las declaraciones de principios, incluyendo temas ecológicos, dominan sobre
cualquier otra consideración, haciéndose evidente la falta total de sentido
crítico ante el significado real de la tecnología y su origen. En muchos
estudios de Evaluación de la Tecnología (ET) hay una cierta ingenuidad,
posiblemente como resultado de la actitud de los Estados Unidos y Japón ‑principales
“consumidores” de ET‑ frente a la ciencia y la
tecnología. Muchos de los estudios realizados hasta ahora interpretan la
tecnología como algo neutro, siendo su uso lo que determina la bondad o maldad
de los resultados. Otro factor común es la creencia de que la sociedad está en
condiciones de canalizar el cambio tecnológico en la dirección deseada.
La Oficina de Evaluación de la Tecnología de los
Estados Unidos (OTA), el más importante organismo mundial en el campo de la
ET, ha llevado a cabo un amplio y variado número de estudios, que abarcan desde el impacto costero de las perforaciones
petrolíferas marinas, los superpuertos, o las centrales nucleares, hasta la
migración de la pesca y la minería oceánica, o más recientemente, la I+D en
tecnología de la información (1). Muchos de estos estudios han servido de base
para la redacción y aplicación de medidas legislativas en el país. Sin embargo,
la decisión de dejar de lado una determinada tecnología depende normalmente de
otros condicionantes, y no de los informes negativos de la OTA. Tenemos, por
ejemplo, el caso del avión supersónico, rechazado en 1975 por el Congreso
norteamericano en virtud de motivos económicos y aun estratégicos más que por
su impacto en el hombre y en su entorno.
No debemos olvidar que la OTA está al servicio del
Congreso norteamericano, y que éste no se ocupa ni de lejos de todos los
problemas relacionados con la tecnología. El Congreso interviene en temas
importantes, tales como los presupuestos del Gobierno, la legislación, etc.,
pero la mayoría de las veces la introducción de las tecnologías en la sociedad
es autónoma y generalizada, y en esos casos el Congreso nada hace para
detenerla. Y así la mayoría de las tecnologías se crean y entran en la sociedad
norteamericana con total libertad, sin que nadie se preocupe de antemano por
sus potenciales efectos negativos. Sólo a posteriori, cuando ya es demasiado
tarde para hacer algo, empieza la sociedad a preocuparse de las consecuencias
peligrosas de una determinada tecnología. Cuando una nueva tecnología surge por
primera vez nadie la presta mucha atención, ya que al principio su uso es muy
limitado y resulta muy difícil predecir sus futuros resultados. En palabras de
Langdon Winner, en los países industrializados aceptamos el hecho de que formamos
parte de un proceso de cambio experimental e incontrolado (2).
Quiere esto decir, en suma, que en las sociedades
avanzadas el cambio tecnológico está sometido a una total ausencia de control.
En realidad no debería sorprendernos. Si he traído este tema a colación es
sólo para subrayar un punto que deseo dejar muy claro: hoy por hoy, y en vista de lo que está ocurriendo en los países más
avanzados, la ET no es más que una ilusión, sobre todo si la interpretamos en
el sentido estricto del término. Como es bastante conocido, Emilio
Daddario, el primer director de la OTA, se apoyó en las ideas de un grupo de
expertos (Harvey Brooks, Melvin Kranzberg, Herbert Simon,
Gerard Piel y Louis H. Mayo, por citar sólo algunos), los cuales redactaron un
informe en el que recomendaban al Gobierno que tratara de estimular un amplio
conocimiento de la tecnología junto con la preocupación por sus consecuencias,
facilitando la participación del mayor número posible de agentes sociales en la
evaluación tecnológica (3).
Sin embargo, este ideal, quizás demasiado utópico
pero tremendamente atractivo para la sociedad, de prever el resultado de
determinadas tecnologías y controlar el proceso tecnológico, no se ha
alcanzado en lo más mínimo. Y así vemos cómo la ET se ha ido convirtiendo en
una simple herramienta para la realización de estudios de impacto, lo que en
sí no tiene nada de malo, pero presenta un interés mucho menor. Prácticamente
ningún país utiliza la ET en su sentido originario, extendiéndose en cambio su
uso como evaluación de impacto, uso que encaja perfectamente con el proceso de
industrialización (4).
LA DEPENDENCIA TECNOLÓGICA
Hay algunos países que, al no estar plenamente
industrializados y no crear mucha tecnología, dependen en gran medida de
otros, y por tanto carecen del grado de libertad que en materia de tecnología
conocen la mayoría de los países altamente industrializados. En los primeros,
la ET se utiliza, en su sentido originario, aún menos que en los segundos. Otro
factor condicionante es la presencia de gran número de empresas
transnacionales establecidas en esos países, que introducen sus tecnologías con
total libertad. La ausencia de barreras y limitaciones es uno de los aspectos
que dichas empresas valoran más a la hora de decidir olvidar que la tecnología
siempre resultará más productiva si se prescinde de su origen y destino.
En estos países la tecnología surge más o menos
como llovida del cielo, sin más opción que su aceptación o su rechazo. El ansia
por alcanzar el nivel de los países más desarrollados, junto con la necesidad
de crecimiento económico y de empleo, hacen que estos países ni siquiera se
planteen la posibilidad de controlar el cambio tecnológico. Por otra parte,
este proceso es tan rápido que resulta prácticamente imposible de controlar.
La dificultad de prever las ventajas o inconvenientes
de una tecnología, por último, es otro factor que lastra la práctica de la ET
en estos países. Sucede muchas veces que una tecnología es altamente
beneficiosa para su país de origen, pero perjudicial para el país que la
importa.
Por todas estas razones, la ET que sólo analiza los
impactos tecnológicos sirve de muy poco. Para estos países sería mucho mejor
analizar las relaciones de causa‑efecto provocadas por un proceso
específico de cambio tecnológico. Una vez conocidas esas relaciones, es mucho
más fácil entender por qué los hechos se producen de una determinada manera.
TECNOLOGIA Y CAUSALIDAD
Hoy por hoy, la concepción que la sociedad tiene de
la realidad sigue basada en el reduccionismo , en el
método analítico y en las relaciones directas causa‑efecto. Sin
necesidad de remontarnos hasta los griegos, autores de la mayoría de las ideas
de la civilización occidental, podemos observar esta forma rígida y mecánica de
interpretación en la famosa obra de Descartes, el Discurso del Método, cuya
primera edición data de 1637 (5). Para Descartes, la
mejor manera de aprender es dividir la materia de estudio en partes
suficientemente pequeñas como para poder entenderlas, y luego examinar las
conexiones entre dichas partes en términos matemáticos y de simples relaciones
lineales. Esta forma “racional” de aprendizaje y explicación dio lugar a
la creencia de que causa y efecto son hechos
separados, unidos de forma que una determinada causa debe ser seguida
necesariamente por un efecto específico. Esta interpretación simplista, aunque
superada por otras concepciones más elaboradas, sigue teniendo muchos adeptos.
Aplicada a la tecnología y a sus cambios sociales,
esta interpretación sugiere que la llegada de una determinada tecnología a la
sociedad es un proceso autónomo, seguido siempre por un cambio social
predeterminado. En la tecnología hay cosas buenas y cosas malas, y la única
manera de evitar sus efectos negativos consiste en rechazarla y destruirla.
El concepto “sintomático” de causalidad es algo más complejo, pues,
aunque sigue concibiendo las tecnologías como fenómenos separados e
independientes, causantes de cambios sociales, permite
que las instituciones sociales intervengan, aumentando o reduciendo las potencialidades
de la tecnología en cuestión. En este caso la tecnología pasa a ser un objeto
neutral que produce efectos buenos o malos dependiendo de la forma en que se
utilice. Es responsabilidad de las instituciones sociales canalizar las
tecnologías en la dirección apropiada, y por tanto nunca debemos rechazarlas.
Lewis Mumford, famoso sociólogo norteamericano y
autor de uno de los libros sobre tecnología y cambio social más importantes de
los últimos treinta años, Technique and
Civilization, apoya en alguna medida esta interpretación cuando dice que es
el espíritu humano, y no la máquina, el que alberga expectativas y hace
promesas (6). Según Jennifer Daryl Slack, Mumford
cree en la independencia inicial de la tecnología, la cual aparece en la
sociedad en un momento concreto para ser apropiada por distintas fuerzas
sociales que la utilizan para producir determinados efectos (7). Como veremos más adelante, los estudios de Mumford en
este campo han sido extensos y profundos, por lo que sería injusto que lo
identificáramos exclusivamente con una interpretación sintomática de la
causalidad. Sin embargo, en sus primeros estudios trata las tecnologías como
fenómenos imposibles de evitar, que el hombre utiliza a veces con buenas
intenciones y con resultados beneficiosos para todos, y otras con intenciones
egoístas y que sólo benefician a una pequeña minoría.
Este tipo de concepción de la causalidad es
probablemente el más difundido actualmente en la sociedad, pues el sentido de
la inevitabilidad de la tecnología se encuentra muy arraigado en personas y
grupos, estrechamente relacionado con una forma de organización social que,
como el capitalismo, persigue el lucro por encima de cualquier otra
consideración. La inercia y estabilidad de las sociedades avanzadas es tan grande, y los procesos tecnológicos tan complejos, que
caeríamos en la trampa de ser excesivamente teóricos si sólo nos preocupáramos
de la forma de manejar esas tecnologías. Con todo, muchos autores insisten en
que las tecnologías sólo aparecen cuando se las busca, y que sólo se buscan en
función de metas y propósitos muy concretos.
La tercera interpretación de la causalidad, que J.
Daryl Slack denomina “causalidad
expresiva”, se refiere a los
objetivos y metas, y considera que tanto las causas como los efectos son
expresión y producto de la propia sociedad, la cual funciona como un todo en
cuyo seno emerge la tecnología. En este sentido, los fenómenos nunca pueden
ser hechos independientes: son mera expresión de la
totalidad. Esta totalidad, a su vez, se caracteriza por un principio básico,
que no es el mismo en todas las escuelas de pensamiento. Mientras Lewis
Mumford, a quien podemos considerar como representante de la causalidad expresiva
en lo que se refiere al origen de la tecnología, cree en la esencia mecánica,
y Jacques Ellul, autor de dos libros muy conocidos, The Technological Society (8) y Propaganda: The Formation of Mens
Attitudes (9), apoya una esencia cultural basada en el marketing y en la
propaganda, otras escuelas de pensamiento se aferran a ideas más ideológicas y
conceptuales.
El filósofo Georg Lukacs y otros seguidores de Marx
consideran que la esencia del mundo y de la sociedad se encuentra en una
interpretación dialéctica de la historia, que se deriva del concepto hegeliano
de totalidad (10). La esencia interna del mundo es una
contradicción o un conjunto de contradicciones. Piensan estos autores que la
organización de las fuerzas productivas de la sociedad crea la tecnología, la
cual bajo ninguna circunstancia puede considerarse independiente o autónoma de
la organización social existente. Una vez creada e introducida la tecnología,
puede influir en la sociedad e incidir en el proceso productivo, pero siempre
sujeta a las fuerzas económicas. Cuando contemplamos las sociedades
occidentales industrializadas vemos que el mundo tecnológico en que vivimos es
producto del sistema de producción capitalista, y que la propia tecnología es
un instrumento de control y dominación, en palabras de Herbert Marcuse (14).
La interpretación marxista de la historia, aunque
sigue siendo una de las más serias, ha ido perdiendo valor a medida que el
mundo se ha ido haciendo más complejo y el capitalismo se ha ido
democratizando, siendo aceptado por amplios porcentajes de la población. A lo
largo de los ciento cincuenta años transcurridos desde las poderosas
interpretaciones de Marx han aparecido otras, más complicadas y refinadas.
En los 20 o 30 últimos años ha ido surgiendo una cuarta
concepción de la causalidad. Se trata de la “causalidad estructuralista”, desarrollada a partir de los estudios
sociales de la escuela francesa del mismo nombre, encabezada por Louis
Althusser y sus discípulos Etienne Balibar y Nicos Poulantzas (12, 13, 14).
Estos científicos sociales no se consideran estructuralistas en el sentido de
Levi Strauss, Roland Barthes y otros, que hicieron del estructuralismo una
metodología.
Consideran la realidad como la existencia de
estructuras de dominación en las que tanto las causas como los efectos,
elementos que nunca se dan por separado, se integran. Dichos elementos no son
rígidos ni predeterminados por una esencia básica presente en la sociedad. Es
cierto que existen estructuras dominantes, pero son complejas y variables. La
sociedad no posee una ley mecanicista o una contradicción básica que explique
de forma lineal el advenimiento de una tecnología y los consiguientes cambios
sociales. No hay un dominio absoluto sobre la economía y las formas de producción.
La sociedad en su conjunto se construye con las relaciones entre tres niveles
distintos y en constante evolución: económico, político e ideológico. Cada
nivel es independiente, y debido a la flexibilidad existente, surgen frecuentes
contradicciones entre los distintos niveles de una sociedad.
La tecnología es un componente semiindependiente
de la estructura social dominante, que a su vez forma parte de dicha
estructura. Es al mismo tiempo un producto y un componente. Sus relaciones con
el todo están regidas por leyes que sólo son válidas por un tiempo, y que
cambian a medida que evolucionan las estructuras dominantes y sus
circunstancias. Por tanto, la tecnología no es la expresión de una esencia, ni
un elemento sintomático que aparece en la sociedad así como así, según
quisieron hacernos creer las anteriores interpretaciones de la causalidad. Es
más bien un producto de la mente humana y de la estructura social dominante,
cuyas relaciones con dicha estructura varían significativamente en el tiempo.
No debemos olvidar que el estructuralismo forma
parte de una visión no mecanicista del mundo, surgida con Darwin, y que en el
centro de esta visión hallamos el evolucionismo y la visión sistemática y
funcionalista de la sociedad. Esta línea de pensamiento se basa en el expresionismo, por oposición al reduccionismo, en el método sistemático o estructuralista por oposición al analítico, y en la relación probabilística
producción‑producto, por oposición a la relación determinista de causa‑efecto (15).
Esta nueva línea de pensamiento “racional” aún no está muy extendida. Aún dependemos
en gran medida de la antigua teoría mecanicista y de la visión newtoniana del
mundo. No sabemos hasta dónde se podrá llegar en términos de interpretación de
la sociedad, y lo más probable es que surjan nuevas interpretaciones de la
causalidad.
J. Daryl Slack, en quien nos hemos apoyado para este
análisis de las distintas nociones de causalidad, nos habla de otra, la que
pudiéramos llamar “causalidad
sintética”, que se desprende de los
estudios de la Escuela de Frankfurt encabezada por Max Horkheimer, y
especialmente de los trabajos de Jurgen Habermas. La investigación de
científicos como Fritjof Capra y Prigonine (16, 17)
parece conducir también a esta forma de interpretación de la causalidad, que
permite al hombre afrontar mejor sus propias creaciones, la tecnología entre
ellas. Cuando una sociedad es madura puede, con razón y con decisión, alcanzar
una síntesis en la que la ciencia sea admitida como fuerza de producción y de
emancipación. La tecnología, realidad irreversible para el hombre, es aceptada
como algo que hay que usar, pero a condición de que su evolución quede sujeta a
un consenso (18).
LA INTERVENCIÓN EN RELACIÓN CON LA
TECNOLOGÍA
La forma en que, consciente o inconscientemente, interpretamos la causalidad, influye en el comportamiento de
la sociedad, y especialmente en el caso de quienes detentan el poder. Las
distintas reacciones ante la tecnología que podemos observar a lo largo de la
historia se relacionan con alguna de las interpretaciones de la causalidad que
acabamos de citar. Tenemos, en primer lugar, el caso del movimiento ludita,
que alcanzó su apogeo en Inglaterra entre 1811 y 1813. Este movimiento
adoptaba una visión “simplista”, consideración que las máquinas eran malas
y debían ser destruidas.
En época más reciente, a finales de los 60, y como
resultado en parte del consumismo y del desarrollismo de las dos décadas
anteriores, se extendió por Occidente la idea de un desarrollo basado en
tecnologías blandas y de bajo coste. Aparte del significado que esta concepción
de la tecnología pueda tener para el desarrollo de los países del Tercer
Mundo, a los que les resulta impensable adquirir las tecnologías avanzadas de
los países industrializados, hay ahí, en el fondo, una concepción “sintomática” de la tecnología.
La práctica de la Evaluación de la Tecnología, que
empieza a extenderse de manera considerable a principios de los 70, puede
señalarse como forma de acción adaptada a los países desarrollados, y
relacionada con las interpretaciones “expresivas” de la causalidad. Se parte de la idea de
que la tecnología puede ser orientada y dirigida, y de que es posible evaluar
de antemano el impacto social que producirá determinado avance tecnológico. De
esta forma es posible, al menos en teoría, adoptar tecnologías que produzcan
efectos benéficos, rechazando las de impacto negativo.
En el momento en que se desarrolló este método de
intervención pública y social, existía la creencia generalizada de que la
sociedad podía y debía controlar la tecnología. Eran años en los que las
sociedades avanzadas disfrutaban de gran bienestar económico, y al mismo
tiempo tomaban conciencia de los daños que la contaminación atmosférica estaba
causando al medio ambiente, al hombre y a la sociedad en suma. Era además una
época en la que distintos estudios advertían a los países industrializados de
que los recursos naturales se estaban agotando, sobre todo los recursos
energéticos. Era, por último, un tiempo en el que la energía nuclear, con sus
evidentes riesgos, empezaba a extenderse con gran rapidez por todo el mundo.
Se pensaba entonces que la tecnología podía ponerse
al servicio de unos pocos, en detrimento de la sociedad en su conjunto. A
principios de los 70 eran muchos los que creían en la relación directa entre
la tecnología destructiva y el capitalismo, las grandes empresas; y durante esa
década las empresas y fábricas que contaminaban el ambiente eran atacadas por
la opinión pública. En países como los Estados Unidos, la población adquirió
una aguda conciencia de estos problemas, y surgieron grupos que urgían de las
autoridades medidas inmediatas. Se redactaron leyes y normas, se aplicaron impuestos
especiales a los contaminadores, y a no tardar el mundo empresarial empezó a
quejarse. El resultado fue una caída de la producción y un retroceso general
de la economía.
El fenómeno alcanzó su apogeo a finales de los 70,
durante la presidencia de Jimmy Carter. Es posible que el presidente Carter
prestara demasiada atención a la evaluación de las tecnologías y a los
problemas que ocasionaban en el medio ambiente. Pero a esas alturas el mundo
occidental estaba ya en plena crisis económica, una crisis que barrió con el
optimismo de los 60, y tenía que hacer frente a los peligros de la inflación,
la pobreza y el desempleo, de los que se creía definitivamente exento.
La Evaluación de la Tecnología, en el sentido
estricto de la expresión, tuvo una vida muy corta, entre otras razones porque
podía llevar a situaciones absurdas. Por ejemplo, cuando la sociedad
norteamericana tenía que decidir la aceptación de una tecnología que iba a
ocasionar elevados costes sociales, 50.000 víctimas mortales por año,
2.000.000 de discapacitados por año (100.000 de ellos de por vida), 20.000
millones de dólares anuales en daños a la propiedad, el estallido de las
ciudades, la degradación de los núcleos urbanos, el deterioro del transporte
público, una contaminación causante de un número indeterminado de muertes por
cáncer de pulmón, enfisema, enfermedades coronarias y otras dolencias, una
dependencia de los Estados Unidos respecto de los países del Oriente Medio, la
conversión de miles de hectáreas de ricas tierras de labor y de bellos paisajes
rurales en asfalto, y un enorme endeudamiento de la ciudadanía (19), la
respuesta unánime era no. Imposible aceptar semejante
tecnología. El único problema es que se trata de una tecnología arraigada y
aceptada por todo el mundo. Estoy hablando del automóvil.
Hoy hablamos de Evaluación de la Tecnología
Constructiva. Con esta nueva etiqueta, la sociedad intenta dar una segunda
oportunidad a la evaluación tecnológica. Esta vez el enfoque no es tan estricto
como antes, y probablemente implique algún grado de interpretación “estructuralista”: es decir, la tecnología se considera como
parte del problema, pero al mismo tiempo como parte de la solución. La
sociedad actual está dispuesta a aceptar la ciencia y la tecnología, y no
hace falta ir muy lejos para buscar ejemplos que demuestren que todos dependemos
del consenso científico‑tecnológico. En nuestras sociedades empieza a ser
difícil encontrar ejemplos de resistencia a la tecnología. El hombre ha
aprendido a vivir con sus creaciones, y la tecnología, como parte “solidificada” de la racionalidad humana, no puede considerarse
como algo separado de la sociedad, o en constante oposición.
Junto con este intento de canalizar la tecnología
en la buena dirección, vemos que las sociedades occidentales tienden a creer
que la respuesta a este problema está en la total libertad. Las dificultades
económicas de los últimos años, sumadas a la ideología dominante en algunos
países industrializados, están teniendo el sorprendente
efecto de hacer que no tengamos miedo absolutamente de nada. Creemos que el
capitalismo es siempre benéfico, asociamos modernización y progreso con nuevas
tecnologías y pensamos que la solución ideal es la total flexibilidad y
libertad de mercado. Hoy en día nos atrevemos incluso a proclamar las
excelencias sociales del desorden. No hace falta decir que esta cuarta forma de
controlar el uso de la tecnología resulta sencillamente exagerada (20).
LA ET EN PAÍSES NO PLENAMENTE INDUSTRIALIZADOS
En vista de todo lo que hasta aquí he expuesto,
podemos hacer varias consideraciones sobre el tipo de ET más adaptado a
nuestro tiempo y a las circunstancias de los países con un nivel medio de
industrialización. En primer lugar, dichos países deberían recuperar el sentido
originario de la ET y hacer un esfuerzo por controlar la tecnología, pero
cuidando, al mismo tiempo, de no coartar ni reducir el progreso tecnológico. En
segundo lugar, deberían darse cuenta de que en una situación de cambio rápido
y dinámico es mejor, por extraño que parezca, mirar hacia atrás (relaciones
causa‑efecto) que hacia adelante (análisis de impacto).
Esto nos permitirá determinar qué fuerzas dominan una evolución tecnológica
concreta. De este modo la ET se convierte en herramienta que permite obtener
información objetiva sobre las verdaderas causas del progreso tecnológico y
crear una conciencia social de los auténticos problemas creados por la
introducción de una determinada tecnología.
Hay que comprender que la interpretación
estructuralista de la realidad y de las causas/efectos que dominan el progreso
tecnológico es la mejor. Por otro lado, estas estructuras y relaciones están
en constante cambio, por lo que debemos estudiar las circunstancias en cada
caso. No debemos caer en la tentación de utilizar interpretaciones o
relaciones causa‑efecto que pueden ser válidas en otros países.
Finalmente, debemos recordar que la tecnología
tiene un importante papel en el desarrollo de la humanidad. Es muy probable que
el hombre y su entorno estén sujetos a un “big bang”, en el que la tecnología encuentra un
cometido muy concreto.
En suma, diría que, en lo que se refiere a la
tecnología, un país desarrollado debe hallar un “feliz término medio” entre el pesimismo intelectual europeo y
el enfoque americano‑japonés, que considera la tecnología como receta de
éxito y progreso. El camino que deben seguir estos países está en buscar una
posición correcta entre ambos extremos, reconociendo que la tecnología conlleva
opciones éticas, además de económicas y técnicas.
REFERENCIAS
(1) Information technology and R&D, Critica]
trends and issues,
(2) Langdon Winner, Autonomous technology, The
Massachusetts Institute of Technology,
(3) Ernst Braun, Tecnología rebelde, FUNDESCO,
Madrid, Spam, 1986.
(4) Philip D Wilmot, Aart Slmgerland (editors),
Technology assessment and the oceans, IPC Science and Technology Press Ltd,
Surrey, UK, 1977.
(5) René Descartes, Discourse on method and the
meditations, Penguin Books,
(6) Lewis Mumford, Técnica y Civilización, Alianza
Universidad, Madrid, Spam, 1971.
(7) Jennifer Daryl Slack, Communication technologies
and society. Conceptions of causality and the politics of technical
intervention, Ablex Publishing Corporation, Norwood, New jersey, US, 1984.
(8) Jacques Ellul, The technological society, Vintage
Books,
(9) Jacques Ellul, Propaganda The formation of men’s
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(10) Georg Lukas, History and class consciousness;
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(11) Herbert Marcuse, Razón y revolución, Alanza
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(12) Louis Althusser, For Marx, Vintage Books,
(13) Louis Althusser y Etienne Balibar, Reading
capital, New Left Books, London, UK, 1977.
(14) Nicos Poulantzas, Clases in contemporary
captalism, New Left Books,
(15) Russel L. Ackoff, Redesigning the future, John
(16) Fritjof Capra, The turning pomt, Bantam Books,
(17) Ilya Prigogine, ¿Tan solo una ilusión?,
Tusquets Editores, Barcelona, Spam, 1983.
(18) Adolfo Castilla, María C. Alonso, Receptividad
de la sociedad española ante la sociedad de la información”, TELOS n,” 2 April June 1985, FUNDESCO, Madrid, Spam.
(19) Edward Cormsh, The study of the future, World
Future Society, Washington D C , US, 1977.
(20) Alam Mmc, El desafío del futuro, Ediciones
Grijalbo, S.A., Barcelona, Spam, 1986,