Los países en vías de desarrollo y la urgencia del “diálogo” con las nuevas tecnologías de información

 

Óscar Jaramillo

 

Las ventajas y los peligros que las NTI suponen para los paises en desarrollo urgen la necesi­dad de un “diálogo”, de una planificación y coordinación para hacer frente a los retos plantea­dos.

 

Es sencillamente axiomático que las Nuevas Tecnologías de la Información (NTI) y sus consecuencias presentan de­safíos imprevistos e inmensos a los países del Tercer Mun­do, subdesarrollados o en via de desarrollo (como se los prefiera llamar), mu­chos de los cuales aún no han logrado las ven­tajas de la era industrial nacida con la invención de la máquina de vapor (véase Cruise O”Brien, 1983; Hamelink, 1983a; King, 1982; Mattelart & Schmucler, 1983; Rada, 1982; Roncagliolo, 1983, UNESCO, 1980). Lo que ya no aparece tan axio­mático es el verdadero significado de esas tec­nologías y de sus consecuencias para estos paí­ses. En otras palabras, el sentido del desafío que plantean las NTI sigue siendo oscuro.

El presente trabajo intenta precisamente ana­lizar algunos de tales desafíos, con el fin de identificar vías para que nuestros países pue­dan maximizar las ventajas de las NTI al paso que evitan, al máximo posible, sus peligros.

Para entendernos, en este trabajo las Nuevas Tecnologías de la Información son ante todo los computadores y los procesos computarizados; los satélites, la fibra óptica y otros instrumentos de telecomunicación; y las nuevas posibilidades que se han abierto para la televisión, el teléfono y otros “antiguos” instrumentos de comunica­ción, por la introducción de esas innovaciones y en general de la tecnología digital.

 

VENTAJAS Y RIESGOS DE LAS NTI

 

Algunos autores saludaron la aparición de las NTI como una oportunidad definitiva para trans­formar el actual hábitat humano en uno regido más por la inteligencia que por el poder econó­mico (Bell, 1976; ServanSchreiber, 1980). Jean­Jacques ServanSchreiber (1980) ‑notable pe­riodista y político francés‑ invitaba al Tercer Mundo a que se decidiera a “entrar en esta Era nueva, sin etapas previas” (p. 270) o sea saltán­dose “por encima de las fases de la industriali­zación clásica, anteriores al microprocesador” (p. 214).

En la otra banda, muchos escritores en los países del Tercer Mundo prevenían contra los peligros de “un proceso creciente de transna­cionalización de la cultura” respaldado por las NTI (Schmucler, 1983?, p. 61; en este mismo sentido iba Mattelart, 1975, 1979).

Sin embargo, cada día son más los investiga­dores que asumen una posición pragmática ante el problema:

 

La tecnología de la información es una realidad que además se expande con vi­sible rapidez. En esta forma, el problema real es cómo manejar los cambios y en­tenderse con todo ese proceso de tal manera que se obtengan las mejores ven­tajas para las estrategias de desarrollo (Rada, 1982, p. 57).


Puede decirse que la mayoría de los autores que se ocupan de estos temas en el Tercer Mundo y muchos de los que trabajan en países desarrollados pero con interés genuino en el desarrollo de nuestros países van asumiendo actitudes similares (véase, por ejemplo, Cruise O”Brien, 1983; Hogrebe, 1981; King, 1982; Mc­Anany, 1982; Schenke1, 1984). Incluso algunos investigadores que previamente habían asumi­do posiciones predominantemente negativas con relación a las NTI, ahora critican como “vi­sión maniquea ahistórica” el análisis de los me­dios de información simplemente como “apara­tos ideológicos del Estado” (Mattelart & Schmu­cler, 1983, p. 62).

 

APARICIÓN HISTÓRICA DE LAS NTI

 

Las NTI fueron introducidas primeramente en países con alto grado de desarrollo y su apari­ción sucesiva obedeció a los procesos históri­cos de esos países. Raymond Williams (1974) analiza la aparición y desarrollo de las nuevas tecnologías y las relaciones entre ellas y las ne­cesidades experimentadas por grupos domi­nantes en un determinado sistema social; este autor concluye que el desarrollo de una nueva tecnología se produce en una sociedad cuando viene a llenar “una necesidad que corresponde a las prioridades de los grupos que tienen el poder de decisión real” en dicha sociedad (p. 19). Williams va aún más al fondo del asunto:

 

Las prioridades peculiares del sistema comercial en expansión y en ciertos pe­ríodos las del sistema militar han llevado a una definición de las necesidades den­tro de los términos de dichos sistemas. Los objetivos señalados y las tecnologías escogidas como consecuencia de ellos han sido los operacionales dentro de las estructuras de tales sistemas ya sea por­que brindan una información específica o porque ayudan a mantener contacto y control. (p. 20).

 

Esa especie de “pecado original” marca toda nueva tecnología con una orientación congénita que puede ser dosificada o incluso transforma­da pero que no puede ser de manera alguna borrada. Las citas que hemos hecho de Wi­lliams se refieren en realidad a la introducción de la radio; pero es obvio que tal tipo de análi­sis puede ser aplicado todavía con mayor pro­piedad a las NTI, cuyo desarrollo debe mucho a la confrontación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética y a la guerra de Corea y de Vietnam (véase Mattelart, 1979; Moraze, 1979; Mosco, 1982).

Pero más allá de esta motivación estratégica, la reciente historia del mundo ha ofrecido po­derosos estímulos a los países industrializados para desarrollar la tecnología de los computa­dores y sus derivados: fue el tiempo en que las corporaciones transnacionales expandían sus operaciones a través de todo el mundo (Wi­lliams, 1974) y en que el petróleo se convirtió en producto costoso (ServanSchreiber, 1980). En esas circunstancias, las NTI aportaban una oportunidad brillante para organizar la econo­mía del mundo en torno de la información reco­lectada, almacenada, procesada y distribuida mediante sistemas centralizados.

Al haber sido introducidas en tales circuns­tancias, no hay por qué admirarse de que las NTI fueran dominadas de inmediato por las ma­yores corporaciones y entidades financieras, que ya habían extendido sus tentáculos por todo el mundo. El investigador holandés Cees J. Hamelink (1983a), al escribir sobre las relacio­nes entre las NTI y los más poderosos conglo­merados económicos en los países desarrolla­dos, concluye que:

 

A medida que un mayor número de países (incluso de los recientemente industrializa­dos) se convierten rápidamente en econo­mías de información, a medida que los bie­nes y servicios del área de la información adquieren un papel crucial en el comercio mundial, a medida que el complejo informa­ción‑industria abraza a las mayores corpora­ciones transnacionales, a medida que las corporaciones industriales calculan una por­ción mayor de sus costos de producción como costos de información, la información y la economía se unen de manera integral. (p. 99).

 

Hamelink basa su sesuda investigación en fuentes totalmente fiables y afirma que “hay una fuerte dependencia mutua y una conexión es­treche” entre el mundo de los bancos y el de la industria informativa; y que, como consecuencia de lo anterior, “el acceso a un recurso tan esen­cial como la información financiera esta oligopo­lísticamente controlado por el complejo finan­ciero‑informativo‑industrial”, con desventaja ob­via para los países en vía de desarrollo (Ibid.; véase también Cruise O”Brien, 1983; GriffithJo­nes, 1983).

 

VENTAJAS DE LAS NTI PARA EL TERCER MUNDO

 

Quizá ya no haya muchos, entre las personas enteradas del Tercer Mundo (tampoco en otras partes), que compartan las entusiastas visiones a que he aludido antes, sobre los efectos mila­grosos que pueden traer las NTI para los países en vía de desarrollo. Incluso Bell (1981) dio un poco de marcha atrás con relación a sus posi­ciones anteriores.

Sin embargo, tampoco se puede ocultar fácil­mente las posibilidades que esas tecnologías ofrecen para acelerar el desarrollo en diversos niveles. Se afirma, por ejemplo, que “ciertas ataduras y cuellos de botella técnicos y econó­micos serán reducidos de manera creciente, gracias a la flexibilidad y abundancia potencial de los medios de comunicación digitales” (Ho­grebe, 1981, p. 120), con tal de que esos medios sean usados de manera planificada. El Infórme MacBride (UNESCO, 1980) sostiene que “el es­tablecimiento y desarrollo de sistemas de infor­mación en gran escala y de bancos de datos desemboca en la acumulación de masas enor­mes de datos de importancia esencial en los sectores social, económico y político”, siempre y cuando el acceso a esas fuentes de informa­ción no esté restringido a unos cuantos países o a unos cuantos grupos humanos (p. 291).

En su estudio sobre las implicaciones de las NTI para los países del Tercer Mundo, el chile­no Juan Francisco Rada (1982) afirma:

 

En muchos casos, el uso de las tecnologías de la información para ciertos productos o procesos economiza capital por unidad pro­ducida aunque aumenta la inversión de capi­tal por trabajador empleado. Ya que el aho­rro de capital es un factor crucial para el Tercer Mundo, la tecnología puede ser utili­zada de manera beneficiosa, siempre y cuando su aplicación sea el fruto de un plan muy bien considerado que se dirija a la aten­ción de las necesidades de la mayoría de la población. (p. 60).

 

En su aporte al informe sobre Microelectróni­ca y Sociedad, publicado por el “Club de Roma”, Alexander King (1982) ‑quien no es sin embargo ningún optimista ingenuo con relación a las NTI‑ presenta el siguiente cuadro como el lado positivo de una nueva clase de sociedad que estaría por llegar:

 

La promesa del microprocesador es que a través de sus múltiples aplicaciones en la au­tomatización de la industria y del sector ter­ciario, brinda capacidad para aumentar la productividad hasta el punto de que puede ser posible generar todos los recursos re­queridos por un país, incluidos los necesarios para la defensa, salud, educación, alimenta­ción y bienestar, para proporcionar a todos y cada uno un alto nivel de vida, sin destruir o degradar los recursos del planeta y con sólo una fracción del trabajo físico que se utiliza hoy (pp. 26‑27).

 

Al advertir la importancia de las NTI para el futuro de sus países, ya de hecho muchos go­biernos del Tercer Mundo han comenzado a in­troducir la utilización de computadores y otras tecnologías derivadas o unidas a éstos, en mu­chas áreas del desarrollo socioeconómico. La escritora escocesa Rita Cruise O”Brien (1983) advierte a este respecto sobre la importancia del manejo de la información de los países en vía de desarrollo cuando éstos pretenden desa­rrollar sus propios recursos y/o negociar con compradores, inversionistas o prestamistas ex­tranjeros:

 

La aplicación de conocimiento y organiza­ción, pericia y planeación en el uso de la in­formación ‑ya sea ésta producida o transmi­tida por medios ordinarios o por medios electrónicos‑ puede ser el factor más cru­cial cuando se trata de encontrar ventajas para la negociación: la capacidad de sinteti­zar información se basa en la innovación y es vital para el poder de negociación. (pp. xii­xiii).

 

 

PERO HAY RIESGOS DE IMPORTANCIA

 

Lo anterior es apenas un vago muestreo de posibilidades, que puede ser extendido a prác­ticamente todos los campos de la actividad hu­mana, dependiendo de la realidad histórica y geográfica específica de cada país. Sin embar­go, la mayoría de los autores destacan riesgos todavía mayores. Éstos se pueden reunir en tres categorías: económicos, políticos y culturales.

“Es altamente improbable que los países del Tercer Mundo puedan desarrollar su propia ca­pacidad de producir computadores”, afirma Rada (1982, p. 59), refiriéndose a la producción de equipos sofisticados para las NTI. Este he­cho real hace a los países en vía de desarrollo aún más dependientes de los desarrollados, no sólo para el diseño y aplicación de procesos de producción sino también para el ritmo de reno­vación de equipos, para la importación de ma­terias primas y para toda la diaria tarea de ma­nejar las empresas.

Pero el más grave riesgo económico que presentan las NTI a los países en vía de desa­rrollo radica en que las llamadas “ventajas com­parativas” (sobre todo el bajo costo de la mano de obra) en que han cimentado buena parte de su desarrollo industrial están condenadas a de­saparecer en un plazo más o menos largo. Esto último significa que las manufacturas de los paí­ses en vía de desarrollo dejarán de ser compe­titivas en los grandes mercados del mundo. Más aún, los propios mercados de los países del Tercer Mundo se podrán ver “invadidos” por mercancías baratas producidas con base en las NTI dentro de los países desarrollados. No pue­de dejarse a un lado el tremendo impacto de tal hecho sobre las tasas de empleo. King (1982) sostiene que “en el centro mismo del problema de la microelectrónica está el desempleo” (p. 33) y él mismo prevé “un largo período de de­sempleo considerable y probablemente endé­mico” (p. 32). Este fenómeno universal, aplicado a los países del Tercer Mundo, puede significar la bancarrota para una gran parte de sus secto­res industriales todavía nacientes, como lo anota Rada (1982):

 

La automatización, al reducir en importan­cia los costos directos del factor trabajo en los costos totales de una empresa, implica que la incidencia de este factor de la pro­ducción disminuye y que otros ‑como capi­tal, equipo, diseño y administración‑ pasan a ser más importantes (p. 49).

 

Muy relacionado con los riesgos económicos está el riesgo social de la ampliación de la bre­cha existente entre los grupos o los individuos que ya hoy tienen todas las posibilidades de progreso en los países del Tercer Mundo y los que están privados de los recursos básicos para la vida. El varias veces citado Daniel Bell (1981) todavía considera exagerada “la idea de que la elite del conocimiento se convertirá en una nueva elite de poder” (p. 542); sin embargo, es obvio que si las posibilidades de adquirir infor­mación corren en nuestros países por las vías “normales” ‑o sea, a través de las manos de quienes ya tienen el poder económico‑ “es posible que debamos enfrentar no ya una situa­ción de dos culturas, sino una aguda diferenciación entre los pocos que saben y los muchos que no saben” (King, 1983, p. 28). La situación anterior sería apenas una réplica, a nivel de cada país, de la brecha existente a nivel mun­dial entre países ricos y pobres en información.

Pasando a los riesgos políticos, Hamelink (1983a) destaca los peligros que para los países en vía de desarrollo representa el hecho de que los inventarios más completos de sus recur­sos naturales estén depositados en bancos de datos pertenecientes a unas cuantas corporacio­nes transnacionales o a agencias de gobiernos extranjeros. Mattelart y Schmucler (1983) subra­yan el flujo de información que traspasa las fronteras (a través del satélite, principalmente) y que hasta ahora no deja a los países la posibi­lidad de proteger su patrimonio informativo. Igualmente estos dos autores previenen contra el riesgo que implica el inmenso poder de las NTI para recoger y combinar información sobre las personas. Rada (1982) añade a esta adver­tencia el peligro de los parámetros “cargados” que pueden ser establecidos en los bancos de datos centralizados en los países poderosos para el almacenamiento y procesamiento de la información que llega de los países en vía de desarrollo: “La clave distintiva de entrada a los archivos para “movimientos democráticos” pue­de fácilmente ser “subversión”. “Intervención en países del Tercer Mundo” puede de pronto ser archivado como “Democracia” (p. 54).

La última de las categorías de riesgos (última en enumeración pero no en importancia) es la cultural. Las amenazas contra la cultura nativa están muy relacionadas con los riesgos econó­micos y políticos: “La tecnología (de la informa­ción) tiene, por sí misma un concepto organiza­cional que le es propio y su diseño se refiere a necesidades, prácticas y formas sociales que raramente se encuentran en el Tercer Mundo” (Rada, 1982, p. 52). Precisamente debido a su importancia, los efectos culturales de las NTI sobre las sociedades del Tercer Mundo mere­cen un tratamiento especial en este trabajo.

 

FRENTE A LA SOCIEDAD POST­ INDUSTRIAL

 

Es de verdad difícil para nosotros en este momento histórico imaginar un mundo sin la máquina de vapor y su desarrollo en casi todo proceso industrial. Para la mayoría de la gente a nuestro rededor, un mundo sin telégrafo, sin radio o sin teléfono es inimaginable. Incluso un mundo sin televisión aparece insoportable para la mayoría en los países desarrollados o ‑lo que es casi lo mismo‑ en las áreas y sectores desarrollados de los países subdesarrollados. Sin embargo, la presencia de esas tecnologías es bien reciente en la historia humana. Tan re­ciente que muchos países en África no tienen todavía el servicio de televisión; algunos países en diversas regiones del mundo tienen solo un teléfono por cada mil personas (p. ej., Bangla­desh, Mah, Burundi) y dos tercios de la pobla­ción del mundo no tiene acceso al servicio tele­fónico (A. T. & T., 1982). Y lo que es más, mu­chas áreas de Asia, África y América Latina to­davía utilizan procesos no‑mecanizados para trabajar muchas de sus principales fuentes de ingreso en la industria, la agricultura, la pesca, la minería.

 

LAS NTI EN LOS PAÍSES DEL TERCER MUNDO: RESEÑA HISTÓRICA

 

Los países desarrollados ciertamente asumie­ron muchas nuevas tecnologías durante los si­glos XIX y XX; pero la historia del desarrollo de la “revolución industrial” fue de profunda crisis:

 

La historia más temprana de la industriali­zación estuvo marcada por la tensión entre los estilos de trabajo que los trabajadores traían a las primeras fábricas y los que se exigían en dicho modo de producción; ese conflicto precipitó crisis de descontento so­cial muy extendido y de luchas violentas en­tre los trabajadores y los que se empleaban para defender los intereses del capital. (Ewen, 1976, p. 8).

 

Pero las crisis no se referían únicamente al proceso de trabajo. Toda la vida de la sociedad se vió afectada de alguna manera, y tanto la aparición de las doctrinas socialistas utópicas como el éxito del marxismo entre trabajadores y artistas debe ser referida al menos en parte a la “revolución industrial”. Hacia el final del siglo XIX y durante el XX, el desarrollo de los medios de comunicación  de masas también produjo crisis en las vidas y en las consciencias de la gente en los paises desarrollados , la lista de trabajos de investigación sobre estos aspectos sería interminable.

En el caso de los países en vía de desarrollo, la historia fue bien diferente. Cuando llegó la “revolución industrial”, casi todos los países que actualmente son considerados como del Tercer Mundo estaban sometidos a poderes coloniales europeos. Esa situación histórica estableció a los países colonizados como proveedores de materias primas para las industrias que opera­ban en sus metrópolis y al mismo tiempo como importadores y consumidores de productos in­dustriales. En la mayoría de los casos, los pode­res coloniales impidieron toda posibilidad de desarrollo industrial para sus dominios de ultra­mar mediante la prohibición del establecimien­to de fábricas en ellos. Pero además, como una consecuencia directa de ese proceso colonial, muchos de los valores y patrones de conducta de amplios sectores de las poblaciones del Ter­cer Mundo fueron moldeados de acuerdo con los valores y patrones predominantes en sus metrópolis.

 

Un cambio de esta situación habría de pre­sentarse durante el siglo XIX en la mayoría de los países latinoamericanos y durante el siglo XX en casi todos los africanos, asiáticos y cari­beños, al lograr éstos su liberación con respec­to a la dominación colonial. Sin embargo, ese cambio histórico no significó siempre una inde­pendencia genuina, al quedar establecida una estricta dependencia económica y marcada la división internacional del trabajo entre los paí­ses desarrollados y subdesarrollados.

 

El desarrollo extraordinario de los medios de comunicación masiva, desde fines del siglo XIX y sobre todo en este siglo XX, ha extendido esas relaciones inequitativas por medio de la transmisión de una gran variedad de discursos que no encajan en las culturas de los países del Tercer Mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial habría de iniciarse para los países in­dustrializados una fase aún más importante en su proceso de expansión , con el apoyo poderoso de películas, radio, televisión , agencias noticiosas y publicidad. Estos medios crearon y han sostenido los intentos de muchas empresas transnacionales de influir en la existencia económica de los países del Tercer Mundo (Janus, 1981).

En la práctica muchas de esas empresas transnacionales se las arreglaron para anular las fronteras políticas económicas y culturales de acuerdo con sus propios intereses (véase por ejemplo, el caso de la I.T.T. en Chila; Mattelart, 1979). Para complicar la situación de los países del Tercer Mundo, las instituciones financieras     mundiales fueron creadas cuando muchos de estos países todavía estaban sometidos a la dominación colonial y obviamente los fines y las prácticas de esas instituciones no reflejan los in­tereses de los países en vías de desarrollo.

Esta es, en forma muy resumida, la situación de los países del Tercer Mundo cuando co­mienzan a recibir la influencia de la llamada “revolución post‑industrial”, en una época en que la economía, la política, la defensa nacional, la cultura y las condiciones de la vida diaria de­penden crecientemente de los procesos y téc­nicas de información. En la actualidad, la distin­ción entre ricos y pobres en información ‑tan­to para el caso de las personas como de las em­presas o los países‑ es tan importante o más que las distinciones basadas en el Producto In­terno Bruto o en otros indicadores tradicionales.

Es fácil entonces entender que esta nueva “revolución” tomó a los países del Tercer Mun­do en peor situación ‑al compararlos con los desarrollados‑ que cuando comenzó la revolu­ción industrial.

Igualmente se reconoce que la introducción de procesos computarizados a un país no es so­lamente un asunto de transferencia de tecnolo­gía. A1 referirse al impacto de la microelectró­nica, Alexander King (1982) ha escrito:

 

Casi todas las otras grandes innovaciones han sido sectoriales o verticales en su signifi­cación al crear nuevos productos o nuevas industrias. Pero la microelectrónica no sola­mente transforma muchas de las actividades tradicionales de los sectores agrícola, indus­trial y de servicios, sino que, mediante la in­corporación del cerebro y la memoria ade­más de músculos a las nuevas máquinas y sistemas, cambiará la naturaleza y dirección de desarrollo; la primera Revolución Indus­trial acrecentó enormemente el poder mus­cular de hombres y animales en el proceso de producción; la segunda extenderá de ma­nera similar la capacidad mental del hombre hasta grados que por ahora difícilmente po­demos pronosticar. (p 14).

 

Simon Nora y Alain Minc (1980), dos expertos franceses que han estudiado el impacto de las NTI sobre la sociedad de su país, concluyen que “en varios grados, la telemática afecta todos los aspectos de corto y largo plazo” en la situa­ción de Francia (p. 4). Rita Cruise O”Brien (1983) presenta la magnitud del cambio en sus dos aspectos: las NTI hacen más fácil la trans­formación de la economía mundial, pero, de otra parte, ofrecen la perspectiva de un mundo en el que habrá una mayor centralización del po­der en los países industrializados.

 

EL PELIGRO DE LA “SINCRONIZACIÓN CULTURAL”

 

“Una economía de mercado sólo puede exis­tir en una sociedad de mercado”, escribió el obispo Berkeley en 1709. La cita se la debo a Marshall McLuhan (1962), quien la trajo para cri­ticar los esfuerzos de imponer una economía de mercado en países como Rusia o Hungría, que fueron feudales hasta comienzos del presente siglo. McLuhan añade a lo dicho por Berkeley: “Pero para existir, una sociedad de mercado re­quiere siglos de transformación por parte de la tecnología de Gutenberg” (pp. 271‑272). Si re­cordamos el escenario histórico expuesto en los párrafos anteriores, vemos que es mucho más fácil aplicar la argumentación de Berkeley y McLuhan a los países del Tercer Mundo que a Hungría o Rusia.

Las NTI fueron inventadas y desarrolladas como respuestas específicas para necesidades específicas de grupos sociales específicos en países del mundo muy específicos y bajo cir­cunstancias igualmente específicas. Esas tecno­logías traen consigo esquemas económicos, téc­nicos, administrativos y culturales que tienen su propia especificidad; consecuentemente su transferencia a otras circunstancias (otras nece­sidades, otros grupos sociales, otros países, otros tiempos) no es tarea simple. Cuando esas tecnologías llegan a países que tienen circuns­tancias históricas totalmente diferentes, diferen­tes necesidades, diferente cultura, introducen elementos exógenos que no encajan en el siste­ma que las recibe y, como consecuencia,. pro­ducen allí una crisis; cuán profunda pueda ser dicha crisis y cuáles sus efectos finales es algo que depende ampliamente de la manera como la sociedad receptora se las arregle para mane­jar todo el proceso de implementación de la nueva tecnología.

Toda nueva tecnología altera los límites de la praxis humana (Hall, 1980): trae al campo de la relaciones humanas nuevos lenguajes, nuevos sistemas conceptuales. En otras palabras, pro­porciona nuevas estructuras para la actividad humana ‑para las “prácticas culturales”‑ y reemplaza o trata de reemplazar las existentes. Si dicha tecnología llega como producto de una imposición foránea, la sociedad receptora sufre necesariamente las consecuencias de la pérdi­da de importantes factores de la cultura previa, sin ninguna posibilidad de adoptar la totalidad de las nuevas estructuras impuestas que, como se ha expresado antes, no encajan en sus circunstancias históricas. El resultado de esa im­posición nunca terminada es una situación total­mente anómala, la de una sociedad a la que le faltan conceptos, valores, prácticas, instituciones propias mientras que trata (inútilmente) de con­vivir con conceptos, valores, prácticas, institu­ciones impuestas desde afuera.

En síntesis, el efecto neto del proceso descri­to, referido concretamente a las NTI ‑que no son simplemente una tecnología nueva sino una “revolución tecnológica” ‑‑puede ser lo que Cees J. Hamelink (1983b) denuncia como “sin­cronización cultural”:

 

La sincronización cultural global ubica ex­traterritorialmente las decisiones referentes a la colocación de los recursos. Técnicas de­sarrolladas en situaciones exógenas, símbo­los, patrones sociales son introducidos más sobre la base de los intereses y necesidades de la metrópolis que sobre las necesidades y entorno del país recipiente. La adopción in­discriminada de tecnologías extranjeras pue­de producir obviamente efectos culturales profundos. (p. 6).

 

ADAPTACIÓN DE LAS NTI A LAS CIRCUNSTANCIAS LOCALES

 

La introducción de las NTI a los países en vías de desarrollo no es asunto que esté ya so­metido a discusión. Pero también es cierto que los dirigentes de estos países deberían preocu­parse del ritmo y de las vías de acceso de di­chas tecnologías.

La mayoría de los investigadores de los pro­cesos de comunicación en los países del Tercer Mundo (véase, p. ej., Beltran, 1974, 1976; Mattelart & Schmucler, 1983; Rada, 1982; Rota & Galvan, 1983; Salinas & Paldan, 1979; Schenkel, 1984) e igualmente un grupo creciente de sus colegas en los países desarrollados (véase, p. ej., Hame­link, 1983a, 1983b; Hogrebe, 1981; McAnany, 1982; Pilotta & Ronchi, 1984; Sauvant, 1979) tie­nen una respuesta común ante la pregunta de Qué hacer para reaccionar de una forma ade­cuada frente a las ventajas y los peligros de las NTI. Esa respuesta es: políticas nacionales de información/comunicación, cuya definición de­pende en gran medida de la clase de desarro­llo que cada país se haya propuesto como meta. Incluso para los Estados Unidos, autores como Wilson P. Dizard Jr. (1982) sugieren la necesi­dad de establecer algún tipo de políticas de in­formación, porque “el desarrollo técnico y económico se están reuniendo por caminos que re­quieren una definición más clara de sus relacio­nes con las metas sociales superiores” (p. 118).

 

LAS POLÍTICAS DE INFORMACIÓN SON TAREA DIFÍCIL

 

Desde los primeros años de la década del 70, la UNESCO decidió ayudar a sus países miem­bros en el estudio y formulación de políticas de comunicación, referidas en ese entonces ante todo a los medios masivos (Salinas & Paldan, 1979). Y al final de esa década, el denominado Informe MacBride (UNESCO, 1980), fruto de una comisión de expertos internacionales enca­bezados por el irlandés Sean MacBride, y en­cargados por la UNESCO de analizar los pro­blemas de la comunicación en todo el mundo, entiende tales políticas como el “establecimien­to de unos vínculos racionales y dinámicos en­tre la comunicación y los objetivos generales del desarrollo” (p. 349). Muchos de los autores referidos aportan diversos elementos que pue­den estructurar una teoría de las políticas nacio­nales de comunicaciónánformación; sin embar­go, no voy a detenerme ahora en este aspecto.

Hamelink (1983b) resume los elementos que considera esenciales para el establecimiento de una política nacional de información:

 

Definición de la función del sistema de in­formación.

• Inventario de recursos.

Diseño de la estructura del sistema nacional de información.

• Control, o sea, las normas y mecanismos mediante los cuales puede ser controlado el funcionamiento interno y externo del sis­tema. (p. 101).

 

De todos modos, en la base de la estructura de las políticas nacionales de información/co­municación tiene que estar el tipo de desarrollo buscado por el país de que se trate:

 

Así pues, el problema fundamental consis­te en la relación que procede establecer en­tre la comunicación ‑obras de infraestructu­ra y actividades‑ y los objetivos nacionales o, en otras palabras, la incorporación del de­sarrollo de la comunicación a los planes de desarrollo general. (UNESCO, 1980, p. 351).

 

Sin entrar a discutir ahora el concepto mismo de desarrollo, que va envuelto necesariamente en la posición ideológica de quien lo define, es evidente que a partir de una concepción del desarrollo que de todos modos incluya más que el simple crecimiento económico las NTI no pueden ser dejadas al flujo de las fuerzas del mercado, a cuyas características nos hemos re­ferido en párrafos anteriores. Se trata de que la concepción del desarrollo asumida por quienes dirigen al país comience a regir también la en­trada de las nuevas tecnologías, o sea, que la ciencia y la tecnología sigan rumbos señalados por las metas superiores del desarrollo.

Actuar en esta forma significa sencillamente comprender que algo nuevo y de mucha impor­tancia se está gestando aceleradamente en la existencia económica y social de la humanidad; y que esa nueva realidad tiene que ser planifi­cada para que no ahogue, sino, por el contrario, irrigue la capacidad de los individuos y grupos sociales para definir su futuro.

Un grupo de científicos, dirigentes económi­cos y políticos de 15 países latinoamericanos y caribeños, participantes en Cali (Colombia) du­rante el mes de mayo de 1984 en lo que se lla­mó una “Reunión de Reflexión sobre Informática y Soberanía”, consignó así, en su documento fi­nal, la actitud que debe inspirar la planeación de las NTI:

 

Frente a la informática no cabe adoptar una actitud simplemente imitativa de los de­sarrollos que en este campo han alcanzado los países más avanzados, ni una posición pa­siva que conduzca a la marginación de este importante medio de progreso tecnológico. Lo que procede es concebir una manera propia de utilizar la informática en el contex­to de una estrategia de desarrollo de Améri­ca Latina basado en el esfuerzo propio, en mercados internos y en la integración y coo­peración regional. (Informática Latinoameri­cana 2, p. 2).

 

Básicamente de lo que se trata, según las re­comendaciones del denominado “Grupo de Cali”, es de disponer de los elementos necesa­rios (conocimientos y posibilidades de acción) para diseñar el futuro, aprovechando las venta­jas de las NTI y evitando sus evidentes riesgos.

 

EL “DIÁLOGO” ES BASE DE LA PLANIFICACIÓN

 

El chileno Rada (1982), a quien he citado mu­chas veces, propone tres principios generales para la aplicación de las NTI a los países en vía de desarrollo: 1) selectividad de aplicaciones y optimización de recursos (cuidando de no reem­plazar mano de obra innecesariamente); 2) di­versificación de fuentes de abastecimiento del mercado, para evitar extrema dependencia con relación a unas cuantas empresas transnaciona­les; 3) vigilancia estrecha del proceso de inte­gración de partes nacionales en los aparatos que sean ensamblados o manufacturados par­cialmente en el país (para no dejarse engañar por el cambiante mundo de las nuevas tecnolo­gías). Pero de cualquier manera que se consi­deren los anteriores principios es obvio que, para actuar en esa forma, los planificadores tie­nen que disponer de amplia capacidad para “dialogar” con las nuevas tecnologías.

 

En este caso, tomo el término “dialogar” de Joseph Pilotta y Don Ronchi (1984), profesores de la Universidad Estatal de Ohio, en los Esta­dos Unidos. Ellos se refieren principalmente a los aspectos culturales de la transferencia de tecnología, pero es perfectamente lógico apli­car ese concepto de “diálogo” a toda variedad de aspectos relativos a dicho proceso. Entiendo por “diálogo” en este caso el proceso a través del cual el país receptor analiza a la vez las ventajas y riesgos de la tecnología que llega a la luz de su propia historia, de su cultura y de sus condiciones socioeconómicas. Incluso antes de que la nueva tecnología llegue, es necesario contrastar la realidad nativa con los valores in­herentes a la nueva tecnología que son resulta­do de las circunstancias históricas de su apari­ción original, como hemos dicho antes. Este contraste proporciona la base para una integra­ción dialéctica: el país receptor será capaz de planificar la incorporación de la nueva tecnolo­gía en sus procesos socioeconómico y cultural, sin dejar que se cause daño irreparable a las propias raíces culturales y bloqueando o previ­niendo al máximo los peligros presentados a los objetivos de desarrollo del país. Al mismo tiem­po, las tecnologías foráneas pueden ser someti­das a un proceso de acomodación a las necesi­dades reales del país que las recibe.

 

Un “diálogo” como el descrito se encuentra en la base del proceso de “endogenización” de tecnologías, que el profesor peruano Francisco Sagasti (1981) considera como la única vía para un “desarrollo autónomo” (p. 243). Un estudio de la UNESCO sobre políticas de ciencia y tecno­logía (UNESCO, 1979) presenta un proceso si­milar como factor clave para la transferencia tecnológica:

 

Los organismos nacionales, además de de­terminar la factibilidad técnica y económica [de la nueva tecnología] antes de su aplica­ción, deben ser capaces de seleccionar las tecnologías importadas, probarlas, negociar los contratos de transferencia y seguir muy de cerca su implementación. (p 51).

 

Los expertos de la UNESCO explican estas afirmaciones diciendo que al país receptor tie­ne que dársele la oportunidad real de una “elec­ción independiente entre muchas posibilidades tecnológicas”; que las tecnologías importadas deben ser adaptadas “a las condiciones loca­les”; que los países receptores deben “partici­par en la producción mundial de las innovacio­nes tecnológicas originales”; y que tienen que controlar la aplicación de nuevas tecnologías cuando son finalmente introducidas (Ibid.).

El país receptor tiene que ver la nueva tec­nología como necesariamente “subversiva” den­tro de su estructura económica, política y cultu­ral. Sin embargo, “subversión” no significa sim­plemente “destrucción”; considerada dialéctica­mente, ésa puede ser una etapa en la introduc­ción de cambios benéficos. Pero, para hacer que la “subversión” tecnológica sea elemento de un cambio positivo, los planificadores tienen que reinterpretar la tecnología que llega y arti­cular adecuadamente las variaciones que indu­ce en la estructura del país:

 

El peso de la responsabilidad de escoger y de realizar una selección responsablemen­te autoconsciente recae en la cultura que re­cibe [la nueva tecnología]. Esta situación, además de preparar el camino para una pla­neación social que sea racional y cultural­mente válida ‑o sea, un problema de legiti­mación‑, reduce dramáticamente el grado de control que la cultura donante podrá re­clamar legítimamente sobre el signifIcado de la tecnología. El resultado es una reducción neta en las dimensiones de poder en la rela­ción y la atenuación de la estructura comuni­cacional vertical descendente. (Pilotta & Ron­chi, 1984, p. 20).

 

Esta forma de planificación, basada en el “diálogo”, hace posible la adaptación de la nue­va tecnología a las necesidades y a la realidad del país, en cambio de la adopción simple y lla­na que tan graves consecuencias trae para los países en vía de desarrollo.

Para que tal “diálogo” sea posible, el país re­ceptor debe tener, por encima de todo, una concepción clara de la clase de desarrollo que busca y de los pilares básicos de la interacción social de la nación; además es indispensable una comprensión profunda de las nuevas tecno­logías que van a ser introducidas tanto como de sus consecuencias positivas y negativas. Para lograr este propósito, el país receptor requiere de muchas personas formadas de tal manera que sepan distinguir los factores reales que sub­yacen a la cultura local y los factores culturales envueltos en las tecnologías.

Con estas últimas frases estoy tratando de ubicar la tarea de investigadores, profesores y expertos en los diferentes campos que conflu­yen en el estudio de la comunicación. Su papel es el de integrar ‑no en el sentido funcionalis­ta sino en el dialéctico‑ las prácticas culturales que ofrecen las Nuevas Tecnologías de la Infor­mación dentro del marco de la cultura recepto­ra. Necesitamos gente que se dedique a anali­zar y proponer variables que se refieran volver al diseño e implementación de decisiones por parte de los dirigentes del país:

 

Por consiguiente, la perspectiva más razo­nable para el “problema” de las tecnologías y de cómo éstas pueden ser difundidas a otras culturas de una manera lo menos disruptiva posible requiere la afirmación de la impor­tancia que tiene determinada tecnología a la luz de los patrones culturales existentes en el [país] recipiente, a fin de que la implementa­ción de la tecnología pueda encontrar un es­pacio social y cultural dentro de las aspira­ciones existentes y dentro del discurrir de la sociedad recipiente. (Pilotta & Ronchi, 1984, p. 18).

 

Cuando no se da ese tipo de “diálogo”, se produce una invasión tecnológica con todas sus fatales consecuencias para el país receptor. No hay otra alternativa posible en un escenario mundial dominado por los intereses de los paí­ses más poderosos.

 

UN PROCESO COLECTIVO

 

Debe añadirse algo más, para terminar lo re­lativo a este proceso de “diálogo” que ha de preceder la adopción de las NTI en los países en vía de desarrollo. Se trata de la marcha coordinada de países con fronteras (geográficas o culturales) comunes. La coordinación de sus políticas de información les permitiría afrontar, con mayores posibilidades de éxito, los desafíos que las NTI y sus gestores en los países desa­rrollados representan.

Pero además dicha coordinación permitiría a países con escasez de personal debidamente calificado unir sus fuerzas para lograr un desa­rrollo autónomo de la ciencia y la tecnología. Fi­nalmente, al unir sus capacidades, los países en vía de desarrollo podrían defender su identidad cultural, tan claramente amenazada por la inva­sión microelectrónica. La declaración del refe­rido “Grupo de Cali”, á que hemos hecho refe­rencia antes, insistió precisamente en la necesi­dad de esta colaboración:

 

Un auténtico desarrollo informático de América Latina requiere de decisiva y firme voluntad política de sus gobiernos. En tal sentido el refuerzo de la capacidad de deci­sión de nuestros gobiernos a través de la ac­ción multilateral en el ámbito Sur‑sur, con base en la autoconfianza a nivel regional e internacional es fundamental, del mismo modo que un soporte efectivo de la voluntad nacional participativa y popular. (Informática Latinoamericana, 2, p. 4).

 

Una “auto‑confianza colectiva” de ese tipo debe llevar, por ejemplo, a la conformación de bancos de datos y redes informativas regiona­les; con ello, la información importante para el desarrollo científico, tecnológico, cultural e in­cluso para los medios masivos de comunicación tendrá una configuración adecuada a las nece­sidades del desarrollo de los países participan­tes. A1 mismo tiempo, esa “auto‑confianza colec­tiva” será la única vía posible para que los paí­ses en vía de desarrollo logren la aplicación de un Nuevo Orden Internacional de la Informa­ción. El flujo de noticias sigue teniendo su im­portancia en las relaciones de los países desa­rrollados con el Tercer Mundo; pero no puede dudarse que la información básica para el desa­rrollo ha pasado a ocupar el primer lugar.

 

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