¿Hacia un nuevo ecosistema comunicativo?
Promesas y realidades de la fibra óptica
Emili Prado
La interpretación dominante de las posibilidades de
la fibra óptica nos promete un nuevo paraíso comunicativo, con un ilimitado
número de canales que den satisfacción a todas las expectativas de uso con
fines de comunicación social, amén de promover nuevos usos y servicios que
conformarán un nuevo ecosistema comunicativo cuyas líneas maestras, por ahora,
sólo se adivinan. En fin, es la promisión del “ágora global”.
ara hacer posible esa ágora era indispensable
multiplicar los canales de telecomunicación de forma exponencial hasta unos
límites para los que los sistemas hercianos no tenían capacidad, y en cambio
los cables de fibras ópticas pueden satisfacer sin limitaciones técnicas.
Paradójicamente, las limitaciones del cable estimularon en su día la búsqueda
de un sistema de transmisión a distancia que no exigiese un enlace físico, lo
que dió lugar a la radiodifusión del sonido primero y
de la imagen y el sonido después. Pues bien, ahora el cable se propone como
alternativa para superar las limitaciones de capacidad de canales de la
transmisión hertziana.
Claro que el cable del que ahora hablamos es sólo un
pariente lejano de aquel par simétrico de cobre que transportaba una señal
eléctrica, cuya banda era estrecha y su capacidad en canales muy limitada. En
un estadio intermedio queda el cable coaxial, también de cobre y que utiliza
señales eléctricas, pero su banda es ancha y su capacidad de canales abundante.
El cable al que aquí nos referimos está compuesto con fibra óptica que se
elabora a base de sílice, material abundante y barato,
la señal que transporta es luminosa, su banda muy ancha y su capacidad en
canales muy abundante. En el siguiente cuadro (1) se representan las características
de los tres tipos de cable comparativamente.
VENTAJAS DE LA FIBRA OPTICA
El sistema de fibra óptica (ver cuadro n.° 2)
presenta una serie de atractivos frente a sus antecesores que influirán en su
implantación. Unos atractivos se derivan de sus características físicas:
dimensiones reducidas, flexibilidad y poco peso. Otros, de su resistencia a un
medio adverso muy superior a los otros tipos de cable: resistencia a la
humedad, a los agentes químicos, a las alteraciones electromagnéticas, a la radiactividad
y a los cambios de temperatura extremos. Y, finalmente, otros atractivos que
se derivan de la inviolabilidad de los mensajes, la alta calidad de la señal,
las condiciones idóneas que presenta para las señales digitales (admitiendo
también las analógicas), la gran velocidad de transmisión, los pocos
amplificadores de señal que requiere y el gran número de canales simultáneos
que puede albergar.
De este conjunto de características atractivas se
derivan una serie de usos que, sin ánimo de exhaustividad,
relacionamos a continuación: televisión por cable, redes locales, comunicaciones
submarinas intercontinentales, conexiones internas y externas en emisoras de
radio y televisión, circuitos telefónicos, bucles de abonado, vías “bus” de
datos de ordenadores, señalización, telemando, etc.
Pero esta descripción es muy finalista, en realidad
la fibra óptica adquiere su máxima potencialidad en la perspectiva de la Red
Digital de Servicios Integrados (RDSI), de la que la fibra óptica es el
elemento esencial, en combinación con los ordenadores y el apoyo de los satélites.
La RDSI representa el estadio superior de las comunicaciones que se caracteriza
por la sustitución de las antiguas redes parciales, la multiplicación de los
canales, la interacción entre servicios y la interacción entre tecnologías.
Esta RDSI incluirá viejos servicios junto a otros
“nuevos” y otros que podríamos denominar “novísimos”, algunos de los cuales
ahora ni siquiera se pueden imaginar. El repertorio es muy amplio: teléfono,
telégrafo, radio, televisión, transmisión de imágenes fijas, telefoto, telefacsímil,
telecopia, telefax, télex de oficina, dibujo a
distancia, pizarra electrónica, videoteléfono, videoconferencia, correo
electrónico, telecarta, videotexto, transmisión de
datos, telecontrol, telemetría, telecompra, etc.
Este es el panorama de posibilidades que se ofrecerá
de forma integrada en un futuro más o menos inmediato, el que hace pronosticar
esa “ágora global” a la que hemos hecho referencia. Y ésas son las condiciones
en las que cabe insertar el comportamiento comunicativo de los individuos y
los grupos, y también en ese contexto debe insertarse el análisis de las
mutaciones del actual sistema de comunicación social.
Cierto, muchos de los servicios mencionados no
pueden ser calificados como medios de comunicación de masas, ni se pueden
considerar, “strictu sensu”,
medios de comunicación social. Pero es indudable que el uso de los nuevos servicios
influirá en el comportamiento de consumo comunicativo de los usuarios y, por
ello, debemos tenerlos presentes a todos para efectuar cualquier diagnóstico
sea sobre el conjunto del sistema de comunicación o de una parte de él.
LA FIBRA ÓPTICA Y LA TV
Si nos centramos en el terreno televisivo detectamos,
en primer lugar, unas consecuencias de índole técnico: mejora de la calidad
estándar de la imagen y el sonido; adecuación perfecta a la amplitud de banda
que exige la transmisión de señales de televisión de alta definición (HDTV) y
que en la transmisión herciana representaría una eliminación de otras posibilidades
de transmisión, justamente por requerir anchos de banda tan elevados; la
multiplicación de canales “ad infinitum” y,
finalmente, la interactividad que permite la existencia de vías de retorno.
De estas consecuencias técnicas se derivan otras en
el terreno estético, del contenido, y del papel del receptor‑usuario.
Además, hay otra consecuencia inmediata: la ampliación de la oferta televisiva,
que, además de las redes nacionales y autonómicas, pondrá a nuestro alcance
la televisión de peaje, la televisión internacional, la televisión local, la
televisión educativa, la televisión a la carta, el vídeo interactivo, los
juegos, etc.
Esta multiplicación de canales y la consiguiente
multiplicación de la oferta nos sitúan ante uno de los principales problemas
del sistema: se dispone de los canales, y ahora ¿con qué se llenan? El problema
de la producción emerge aquí como elemento nodal. Si nos movemos con los
conceptos clásicos de la producción televisiva, es materialmente imposible
responder al ritmo de creación que exigiría la ocupación de todos los canales
disponibles, En este punto aparece con fuerza la necesidad de un nuevo planteamiento
de la producción basada en los nuevos servicios, en la multiplicación de los
centros de producción, en la potenciación del acceso de los grupos, los
colectivos sociales y los individuos a la producción de la información‑comunicación
y la cultura que se difunda por estos canales.
Pero, ¿qué nos puede hacer pensar que ahora se
tendrá más éxito en el proceso de socialización de la comunicación que en los
intentos anteriores registrados en el campo de las tecnologías audiovisuales?
La aparición de los primeros medios electrónicos ya
estimuló la proliferación de conceptos como “feed‑back”,
participación, bidireccionalidad, democratización y
alternatividad. Con ellos, se tejió una red de hipótesis teóricas sobre la
comunicación horizontal de “las masas con las masas” frente a la comunicación
vertical de las “cúspides con las bases”, teorías de la comunicación
alternativa que tuvieron su época de esplendor en los años 70. No obstante, las
diferentes prácticas puestas en marcha en esa época con la radio y la
televisión hicieron emerger todas las contradicciones sociales, comunicativas
y tecnológicas que las experiencias de comunicación alternativa generaban en la
práctica.
La mayoría de estas experiencias comunicativas
dieron frutos temporalmente, pero no` consiguieron constituir un sistema
estable de comunicación social basado en la participación, la democratización
del acceso a los medios y del proceso de toma de decisiones, y la inclusión de
los actores sociales en el sistema de producción del discurso. Las razones de
tal situación son de diversa índole, pero, simplificando, habría que buscarlas
en el carácter inestable por definición de los movimientos sociales de los que
eran expresión aquellas experiencias, “ en la distribución desigual de códigos
en el seno de la sociedad, en las dificultades de lograr una alfabetización al
margen de los códigos dominantes, y en las propias limitaciones de las
tecnologías empleadas para ser organizadas de una forma radicalmente diferente
a su uso dominante (3). Las razones hasta aquí mencionadas
tendrían carácter estructural. Pero también existieron y existen otras de
carácter coyuntural, muy especialmente la agresión desde los poderes y desde el
sistema de comunicación establecido que al reaccionar contra estas experiencias
como si se tratase de una “desviación” contribuyen al fracaso de las mismas en
una proporción difícil de establecer.
Por todo ello, las experiencias alternativas y,
especialmente, las teorías de la comunicación alternativa viven una especie de
hibernación y justamente con la aparición de los nuevos soportes, en especial
la fibra óptica, se relanzan las expectativas sobre esos conceptos, nunca
materializados en su totalidad y que ahora se revitalizan con conceptos como
interactividad, multidireccionalidad, participación
en tiempo real, democracia electrónica, etc.
¿LA INTERACTIVIDAD ES GARANTÍA DE
DEMOCRATIZACIÓN?
¿Será suficiente la interactividad que posee la
fibra óptica para garantizar la democratización estable de la comunicación que
no se logró en etapas anteriores, o, por el contrario, sólo asistimos a la
reavivación del discurso sobre la democratización?
“ El término interactividad es una
palabra‑clave de los discursos actuales concernientes al desarrollo de
sistemas y servicios de telecomunicación: redes de
videocomunicación en fibras ópticas, videotransmisión,
telemáticá” (4). Es, por así decir, la imagen de
marca de la comunicación con rostro humano.
En realidad, la interactividad tecnológica se define
por la existencia de vías de retorno. La interactividad situacional se define
por el diálogo entre individuos, entre interlocutores humanos y máquinas,
entre usuarios y servicios, entre los abonados y la cabeza de red, y
posibilita la actuación sobre el programa y la intervención en el contenido.
Claro que no existe un consenso en los sentidos
atribuidos al término en los diferentes discursos que se apropian de él. Su
uso como imagen de marca le atribuye a la interactividad el estatuto de
“objeto de valor” (5) que le convierte en el talismán que crea un imaginario
global en el que se asocia la multiplicación de la gama de servicios con la
diversidad de productos, y ésta con la satisfacción de múltiples necesidades.
En este sentido, la noción de interactividad estaría
al servicio de una publicitación cuya finalidad
sería impulsar “las acciones promocionales de preparación de las conciencias”
(6). Es decir, se trata de inducir el consenso sobre
las ventajas de esta nueva tecnología, o sea, fabricar una adhesión
produciendo una “opinión pública” parafraseando a Habermas. En definitiva, se
construye la idea según la cual el valor de las futuras redes es fijado por la
interactividad en tanto que objetivo cualitativo.
LA “NUEVA” COMUNICACIóN
Se completa este discurso con una focalización del
interés sobre la hipotética transformación cultural radical que se derivará de
la interactividad que garantizaría, en esta perspectiva, una nueva especie de
comunicación. Cobra así cuerpo la idea de que la interactividad es un proyecto
cultural pensado bajo la figura del cambio o de la revolución.
Pero, esta línea discursiva omite alguna referencia
al componente económico de los servicios interactivos, cuando parece evidente
que se trata de servicios de telecomunicación de los que se espera obtener una
fuerte rentabilidad y no sólo la constitución de un espacio en el que se
produzca el cambio de mentalidad vía “revolución cultural”. Piénsese en la
constante referencia al sector de la información como escenario central del
desarrollo de las sociedades postindustriales.
Veamos, además, las cautelas tomadas por los
diferentes grupos promotores públicos y privados antes de lanzarse a la
implantación de los servicios interactivos. En los Estados Unidos, menos de la
mitad de los sistemas de cable con capacidad interactiva ofrecen algún servicio
con esa cualidad, mientras que el resto, pese a disponer de esa posibilidad, no
la utiliza en absoluto. No parece que exista un gran entusiasmo por esa
dimensión cultural de la que hace gala la autopublicitación
y, por el contrarió, el freno a la implantación de
ésos servicios parece tener una evidente raíz en las dudas sobre su
rentabilidad.
“Hay una doble razón para explicar la diferencia
entre el potencial y el uso actual. Por una parte, las autoridades locales
requieren actualmente, y de modo invariable, que en sus áreas se instale cable
con capacidad interactiva, y, por otra parte, los operadores de cable,
previendo los ingresos potenciales de los servicios interactivos, están
instalando unos sistemas con capacidad extra con vistas a la expansión futura
(...). Por regla general tiene más sentido instalar
una capacidad de canales extra durante la construcción, en vez de pagar más
tarde los costes de una remodelación”. (7).
Por lo demás, las aplicaciones de esta interactividad
en el campo de la comunicación social es más bien reducida. Veamos el ejemplo
más paradigmático que es el QUBE, un sistema de televisión por cable con
canales de doble vía, puesto en marcha a finales de 1977 en Columbus,
Ohio (USA).
El sistema ofrece 30 canales de televisión de los
cuales, diez son empleados para retransmitir otras tantas televisiones
hertzianas, diez más distribuyen canales de televisión de pago, y los
restantes diez están destinados a programas de interés local. Los usuarios tienen
a su disposición cinco pulsadores conectados con la estación central para
expresarse sobre los programas en general, sobre un aspecto concreto, un
decorado, una coreografía, la expresión de un actor o la opinión de un
político, además de votar en los concursos realizados en directo. Cada seis
segundos una de las computadoras del sistema hace un barrido de todos los telévisores de la red determinando qué uso se está haciendo
de ellos y a qué servicio se está conectado en cada instante. El sistema QUBE
ofrece muchos otros servicios, desde la mensajería
hasta un sistema de alarma
doméstica, pasando por los videojuegos, la alarma médica y el control del
gasto energético.
La experiencia QUBE muestra que algo que fue
presentado como un modelo de democracia durante un tiempo, no ha hecho sino
generar procesos de hiperconformidad, ya que el usuario
está llevado constantemente a comprobar si forma parte del público dominante,
de la norma (8). Hay que señalar que las expectativas
de penetración que tenía la Warner Cable Corporation, promotora del QUBE, no se han cumplido y se
puede hablar de un relativo fracaso.
Un caso de unas características relativamente
diferentes es el Higashi‑Ikoma
Optical Video Information, cuya experimentación se inició en
Japón en junio de 1978. En este caso el experimento tenía una fuerte
inclinación a la comunicación interactiva. Las 160 familias conectadas, además
de disponer de un televisor con su correspondiente comando, tienen en sus
hogares un micrófono y una cámara que les permite enviar imagen y sonido a la
central y ésta puede distribuirlos a la red.
El sistema distribuye las estaciones de televisión
tradicionales y emisoras locales en las que cada usuario puede participar
directamente desde su hogar. Ofrece, además, la posibilidad de seleccionar una
serie de programas y géneros televisivos que se encuentran a su disposición
en la videoteca central, así como una serie de informaciones con imagen fija.
De todas formas el sistema no ha pasado a una fase operativa definitiva.
Como vemos, la interactividad se encuentra limitada
a poco más que una retroalimentación, muy similar a la que ya permitía la
combinación del teléfono y los mass‑media electrónicos. Y ni siquiera el
“self‑service” de
programas parece que vaya a ser una realidad en los próximos años.
Lejos estamos, en la
práctica, de una interactividad que suponga intervenir además de recibir, una
intervención sobre las formas y los contenidos que transforme al espectador en
“espectactor”. Una interactividad que permita el
diálogo individualizado con los servicios a los que se está conectado, con la
cabeza de red, y una conmutación entre telespectadores y emisores. Una
interactividad que permita a dos interlocutores o a varios hablarse y verse,
efectuar acciones recíprocas en forma de diálogo con los usuarios o con los
aparatos en tiempo real y que cada comunicante responda a los otros. Una
interactividad, en definitiva, en la que el cablespectador
no sólo recibe informaciones aunque éstas sean seleccionadas por él, sino que
aporta también sus respuestas a la red por una vía de retorno; en la que cada
participante en el proceso de comunicación recibe los mensajes producidos por
los otros y los contesta. Y por lo que se conoce, lejos estamos también de una
interactividad con estas condiciones en los proyectos de redes que se están
implementando.
No basta pues con disponer de una infraestructura
tecnológica que permita realizar una comunicación interactiva. Para que ésta se
realice efectivamente, hay que organizar el proceso
con una política adecuada en la que los objetivos comerciales‑industriales
convivan con los culturales y éstos no se subordinen a aquéllos.
EL CASO FRANCÉS
Quizás el concepto de interactividad encuentre en
el caso francés la mayor amplitud de miras registradas hasta el momento. No
cabe duda que también, o especialmente, en ese país juega un rol de “marca”.
Las decisiones tomadas por los responsables franceses en el campo de los
nuevos medios, en particular la elección de la fibra óptica para su plan de cable,
da como dominante en el discurso oficial la opción por el concepto de
videocomunicación frente al de teledistribución. “La
interactividad aparecía como la palabra‑eslogan definiendo la imagen de
marca de las “redes de cable a lá francesa` (9).
Se puede decir que este discurso toma cuerpo en una
estructura narrativa “de futuro” en la que la cronología es modulada y
concierne a las nuevas redes en las que, justamente, la interactividad es el
valor. Con reservas, Rabaté y Lauraire
trazan esquemáticamente el siguiente paradigma, partiendo de Greimas (10) y Everaert‑Desmedt
(11).
La política de experimentación social promovida por
la Administración francesa da fe del compromiso real con este esquema
discursivo en el que se combinan las variables económico/industriales
y las necesidades culturales de su sociedad.
Las experiencias interactivas promovidas en Biarritz, Velizy, etc., son un
testimonio inicial, pero la experimentación ha sido de una gran amplitud.
Reseñamos aquí la realizada en Gennevilliers para
explorar las posibilidades reales de la producción local elaborada con la
participación directa de los actores sociales. El objetivo principal de la
operación “TÉLÉ‑CITÉ lIe” fue la evaluación de
la implicación de los diferentes actores sociales locales y nacionales y el
análisis de sus reacciones ante lo que quería ser un primer paso en la
exploración de un modelo de desarrollo del cableado: un modelo no segregativo,
a la búsqueda de su articulación al servicio público audiovisual nacional
descentralizado. Globalmente, se trataba de determinar los elementos que
otorgarán viabilidad económica, social y cultural a esa elección.
Esencialmente, los estudios y propuestas que se
derivan de esta experimentación tratan de armonizar técnica y económicamente,
social y culturalmente la puesta en marcha de la optoelectrónica
y de las redes con el desarrollo de la producción audiovisual local que debe,
por el momento, utilizar los canales de la teledistribución
tradicional.
Los directores de esta experimentación, G. Azémard y J. C. Quiniou (12),
afirman que si la base constitutiva de “TÉLÉ‑CITÉ lre”
es desarrollar y diversificar la producción audiovisual local, para crear un
efecto de entrenamiento que justifique el recurso a canales múltiples, hay que
crear previamente una auténtica pedagogía de la interactividad: respuesta
rápida, interactividad social para la televisión local; práctica
conversacional, interactividad mecánica para el videotext.
Y llegan a la conclusión que, en esas condiciones, la producción local y comunitaria,
de afinidad y temática, no es una utopía como se ha ido repitiendo en los
últimos diez años.
Resulta difícil predecir cuánto tiempo deberemos
esperar aún para movernos en el terreno del análisis de la práctica operativa
de redes orientadas en el sentido complejo resultante de la experimentación de Gennevilliers, pero los resultados ponen de manifiesto las
posibilidades de una concepción participativa de la producción cultural que
reclaman las infraestructuras derivadas de la fibras
ópticas.
En Estados Unidos, diferentes fundaciones
promovieron, ya en los años setenta, estudios experimentales con el cable bidireccional que demostraron que podía utilizarse con
finalidad de prestar servicios sociales y comunitarios.
“A pesar de esos beneficios potenciales y de la
aceptación del cable interactivo por parte del consumidor, ni el sector público
ni el privado han utilizado el cable interactivo hasta el momento más que en
una fracción mínima de su potencial pleno” (13).
LA TELEVISIÓN INTERACTIVA
En cualquier caso, las limitaciones en la aplicación
de la interactividad deben hacernos recapacitar sobre las posibilidades de la
televisión interactiva como alternativa a la televisión de masas, porque
quizás las posibilidades de la interactividad sólo sea
posible situarlas en otros servicios: diálogo con bases de datos, imágenes,
etc.
Al hilo de este interrogante estamos
obligados a diferenciar la interactividad usuario‑servicios y la
interactividad usuario/s‑usuario/s, ya que nos ayudará a dimensionar las
posibilidades reales de las iniciativas y propuestas de comunicación
horizontal.
La interactividad con el servicio puede tener
diferentes niveles: desde la retroalimentación más simple del emisor que mediante
el feedback convierte al receptor en un “sujeto de sondeo”, pasando por la
función de selección de programas entre una oferta cerrada, hasta llegar al
receptor que actúa como “constructor de discurso” mediante la selección de un
número determinado de secuencias que ordena según su criterio selectivo. En
este último caso como señala Fost (14) el espectador
podría convertirse en un paseante curioso, libre de organizar el contenido de
su programa y decidir su duración. “Cada uno estableciendo su recorrido en la
profusión de los posibles, detentará una combinatoria única de un film
indisolublemente unido a su propio cuerpo (...) el sujeto receptor se verá
siempre obligado a ejercer, aunque le pese, la libertad de disponer sobre el
material audiovisual que atraviesa”. Qué duda cabe, de que en tal caso
asistiríamos a un auténtica transformación del papel del receptor con un notable
incremento de la responsabilidad singular.
Pero cuando la interactividad adquiere una auténtica
dimensión comunicativa es cuando se produce entre usuarios. Podríamos
considerar, como apunta Costalat‑Founeau (15), que la teoría de la información se ha
deslizado en el campo de la sicología social tomando
su modelo de interacción. En cierta manera, esto ha permitido definir una
relación de poder equitativa entre los niveles de receptor y de emisor:
posibilidad de difundir, de transmitir pero también de recibir, de informar,
de controlar. Así, desde que los individuos puedan estar en interacción en un
proceso de comunicación masiva, cada uno de ellos podría ejercer una especie de
control sobre los otros.
Desde esta perspectiva, si nos concentramos en el
campo de la comunicación audiovisual, el usuario puede intervenir en la
programación y por extensión intervenir activamente sobre el exterior. Habría,
en tal caso, un tránsito de la televisión pasiva a la activa y una
transmutación del telespectador en “telespectactor”.
El cambio sólo se puede describir en términos de “performances”
durante las operaciones, o lo que es lo mismo, en términos de elección,
iniciativa, autonomía, maestría, etc. Es decir, de un consumo pasivo se
pasaría a la gestión activa y creativa.
Naturalmente, todo ello con restricciones. La
interactividad no elimina la recepción pasiva totalmente, sino que articula
con un ritmo variable momentos activos (elección, performances)
y momentos pasivos (visionado). Como señala Ghislaine Azémard (16), se trata
de redefinir el sistema audiovisual “resituando el
valor de uso en los procesos de comunicación”.
Este tipo de consideraciones sobre la televisión
interactiva, los nuevos servicios, el diálogo, los intercambios, hacen que del
interactivo técnico se pase, en un “continuum”, a la
interactividad social, donde se encontraría, gracias a las redes en estrella,
el tema de la comunicación horizontal teorizada en los años setenta. Dada la
persistencia de este discurso, la comunicación social parece haber resucitado.
En estas interpretaciones se realiza un esfuerzo por ligar una perspectiva de
los servicios de videocomunicación a las herramientas de la democratización.
Así aparece el concepto de “interactividad social”, que implica que la
interactividad técnica se pone al servicio de la “comunicación social”, de la
“comunicación alternativa”, con lo que reaparece esta noción aparcada desde
las experiencias de videocomunicación y videoanimación
de los años setenta.
Esta simplificación resulta engañosa, ya que si la
aceptamos tal cual estaríamos atribuyendo a las limitaciones de la tecnologías utilizadas toda la responsabilidad en la
falta de una constitución de un sistema estable de comunicación alternativa,
horizontal, abierta y democrática. Por extensión le atribuiríamos a la
interactividad de las fibras ópticas y de los sistemas de videocomunicación de
ellas derivados la superación de aquellas limitaciones. Esta visión determinista
oculta lo que se reveló como uno de los handicaps de
la comunicación horizontal: el escaso dominio de los códigos audiovisuales por
parte de los actores sociales que, en consecuencia, eran degluidos
por el sistema expresivo dominante que imponía sus reglas ideológicas a la
producción alternativa.
Si como señala Moles (17) existe una relación entre
la producción creativa global de una sociedad y su capacidad para tolerar,
para aceptar la desviación respecto a la norma establecida, es pertinente
interrogarse sobre la capacidad de la sociedad cableada, la sociedad de las
redes, para permitir la creatividad fuera de la norma global. O plantearse o si
únicamente podrán desviarse de esa norma los que posean un elevado dominio del
sistema de códigos, lo que desposeería a las clases populares de la capacidad
creativa y/o las lanzaría a un espacio cultural encerrado en los huecos de la
red que merced a la incompatibilidad de códigos no sería integrable en el
sistema global, condenando este tipo de expresión, de creación, al estado de enquistamiento marginal.
Para evitar los efectos devastadores de esa visión
determinista de las redes interactivas los grupos sociales deben alfabetizarse,
evitando la tradicional discriminación en la socialización de códigos.
Pensemos que conforme aumenta el grado de
sofisticación de un sistema de comunicación, más complejo
resulta el acceso a la utilización por los no expertos. Veamos, por ejemplo, la
multiplicidad de elementos que intervienen en la realización de un audiovisual
interactivo. Entran en juego dos competencias: la audiovisual y la
informática. Se necesita un equipo que “comprende un conceptor
(autor), un mediador, un realizador, los cuales dirigen según los casos un
equipo de rodaje, un fotógrafo, un grafista, un informático, documentalistas,
equipos técnicos para los trabajos de producción y postproducción y para los
equipos materiales”. (18).
Por ello no es realista ver en la interactividad la panacea
que nos traerá el “ágora global”. Paradójicamente, la
interactividad por sí sola, en lugar de garantizar la democratización del acceso
a la producción comunicativo‑cultural, podría alejar más y más las
posibilidades de apropiación popular efectiva de los nuevos medios.
En definitiva la interactividad técnica podría
favorecer la interactividad social, sinónimo de democratización pero sólo si
paralelamente se ponen los medios para dotar a los actores sociales de la
competencia discursiva y las habilidades técnicas necesarias para un ejercicio
efectivo de la expresión. No vemos por ahora, en lo que se conoce de los
planes de cable existentes en España, una sensibilidad en este sentido; la
única referencia a la democratización y al aumento del pluralismo se liga a la
multiplicación de canales y la diversificación de la oferta con la que quieren
deslumbrarnos. Es decir, se fomenta el mito del
“ágora global” en lugar de poner los medios necesarios para que efectivamente
sea posible.
Por otra parte, la mitificación de la interactividad
de los nuevos medios no debe servir para desviar la atención de la reclamación
de democratización del acceso a los medios masivos con los que aquéllos
seguirán coexistiendo, si bien en un nuevo ecosistema comunicativo en el que
pueden perder parte de su omnipotencia actual. Pero esa pérdida de poder sólo
será efectiva de forma inmediata en el caso de los sectores sociales
alfabetizados, adiestrados en el manejo de los nuevos equipos y con capacidad
económica para usufructuarlos.
REFERENCIAS
(1) Cuadro elaborado por Emili Prado y Miquel de Moragas para la Exposición “CAP AL
2000” presentada por la Generalitat de Catalunya en Barcelona. Noviembre/diciembre de 1986.
(2) Emili Prado &
Miquel de Moragas, id.
(3) Un amplio análisis de
estas experiencias puede encontrarse en: E. Prado, Las radios libres. Teorías y
prácticas de un movimiento alternativo. Barcelona, Mitre: 1983.
E. Prado, Comunicación
alternativa: crisis y transformación, en M. de Moragas (Ed.),
Sociología de la comunicación de masas. Vol. IV. Barcelona: Gil¡, 1985.
M. Senecal,
Televisiones y radios comunitarias. Barcelona, Mitre, 1986.
(4) Lauraire
& Rabaté, Linteractivité
saisie par le discours, en Le bulletin de 1”IDATE, n.°
20 julio 1985.
(5) A. J. Greimas, Du sens. París, Seuil, 1970.
(6) Y. de la Haye, Dissonances, París, La pensée sauvage; 1984.
(7) M. Moss y M. Rutkowski. Sistemas
interactivos de Televisión por cable y servicios complementarios avanzados, en
E. López y C. J. Bertrand, La televisión por cable en
América y Europa. Madrid, Fundesco,
1986).
(8) H. Monnet y J. H. Dobois, Columbus ou l’effect masse‑medium, en Traverses n.° 16, septiembre, 1979.
(9) Lauraire & Rabaté, op. cit.
(10)
A. J. Greimas, op. cit.
(11)
N. Everaert‑Desmedt.
Sémiologie du recit. Caby
1981.
(12) G. Azémard
y J. C. Quin¡ou, Une Autre Optique á Gennevilliers. París, Ed. du CERIAM, 1984.
(13) M. Moss y M. Rutkowski, op. cit.
(14) F. Jost,
Vers un spectateur mobile, en Revue d’Esthétique n.°
6, 1984.
(15) A. M. Costalat‑Founeau, De l’interaction á l’ínteractivité,
en Le bulletin de 1”IDATE, n.° 20, 1985.
(16) G. Azemard,
De la vidéoanimation á la vidéocomunication,
en Le Bulletin de 1”IDATE n.° 13, octubre
1983.
(17) A. Moles Analyse sistémyque de la société comme machine,
en Le bulletin de EDATE, n.° 20, 1985.
(18) M. F. Rotenberg,
Méthodologie de conception et de réalisation de produits audiovisuels
interactifs, en Le bullet¡n de l’IDATE,
n.° 20, 1985,