Entre Ariadna y Penélope

 

José Manuel Morán

 

La revolución tecnológica que supuso la conmutación electrónica no es equiparable, ni en ritmo ni en impacto ni en posibilidades que abre, a la que supone la incorporación de la fibra óptica como medio de transmisión.

 

Cualquiera que recuerde la década de los setenta sabe que en aquellos tiempos el cambio tecnológico pasaba por los nodos de la red. Eran momentos en que la conmutación electrónica se generalizaba y se iba volviendo más digital que analógica a medida que los años transcurrían. Paralelamente, los fabricantes empezaban a vislumbrar el gran potencial que tendría integrar conmutación y transmisión digitales y se empezaba a hablar de una red que soportase todo tipo de servicios, necesitasen el ancho de banda que necesitasen y ya fuesen interactivos o no. Nada hablaba, todavía, de la revolución de los satélites, aunque ya se aprovechaban ampliamente sus capacidades de entonces, ni pasaban de ser experiencias de laboratorio positivas las que auguraban que algún día el cobre dejaría de ser imprescindible por tener alternativas más capaces y brillantes.

 

Pero es ya entrada la década actual cuando tales expectativas y atisbos cobran realidad, bien mediante la instalación de cables ópticos interurbanos, bien mediante las primeras pruebas de cables ópticos submarinos. Y es cuando se empieza a comprobar que la revolución tecnológica que supuso la conmutación electrónica no es equiparable, ni en ritmo ni en impacto ni en posibilidades que abre, a la que supone la incorporación de la fibra óptica como medio de transmisión. Hasta ahora la conocida referencia a las nuevas tecnologías era una manera de eludir concretar en qué consistían, qué aplicaciones tenían y qué iban a suponer para la cotidianeidad o los negocios. Desde la fibra óptica operativa, los oradores pueden salirse del tópico de la microelectrónica y los ordenadores y pueden narrar todo lo que son capaces aquéllas de transmitir, a qué velocidades y con qué efectos de mejora para el sistema nervioso de las telecomunicaciones.

 

POSIBILIDADES DE LAS FIBRAS ÓPTICAS

 

Ellas harán posible la integración de servicios que todos se ponen como meta. Gracias a ellas serán viables los nuevos servicios interactivos que sólo se veían en las películas de agentes especiales. Y con ellas será factible transformar las ciudades cableadas en las ciudades virtuales que prometen una ordenación del territorio distinta, a los edificios inteligentes y a las autopistas digitales que tanto juego dan a la hora de prometer futuros, donde caben, por igual, tanto los servicios tradicionales como los más sofisticados y avanzados. Y la versatilidad de las mismas permitirá, además, que sea más sencillo y barato de lo que se creía, hace escasamente un lustro, la constitución de redes a medida de cada cliente, o la utilización conjunta para audio, vídeo y datos de las infraestructuras generales.

 

Ellas serían, pues, el paradigma del cambio tecnológico que todo lo muda y todo lo remueve. Y como tal vendrán a mostrar lo que de grandeza y miseria hay en tal cambio, o las dificultades que conlleva su incorporación a las realidades ya establecidas, o las colisiones que se dan con otros avances y técnicas. En tales contradicciones e inconvenientes, o en tales evidencias y ventajas, aparecerán además las circunstancias de para quién se hace el cambio tecnológico, hasta dónde llega y cuáles son sus limitaciones financieras y sociales.

Y es que nuestras sociedades son colectivos estructurados, urbanizados y conectados para el sonido pero no para la imagen. Y las fibras, con su capacidad casi ilimitada, son demasiado para dejarlas sólo para los sonidos. Pero sería dema­siado, también, pretender desmontar tanto co­bre como hay ya entretejido en nuestras estruc­turas cotidianas y empresariales para sustituirle por los nuevos hilos de Ariadna que nos guiarán en el laberinto de la sociedad del futuro. Y por si no fuese suficiente, la nueva revolución de los satélites, a que antes se hacía alusión, hace du­dar de si no serán demasiadas las rutas transo­ceánicas que entre fibras y artefactos abren, o demasiadas capacidades interurbanas para traer y llevar los negocios del Primer Mundo, y dentro de éste las habladurías, recibos y com­probantes de los más poderosos y pudientes.

Es sabido que las nuevas tecnologías abara­tan tanto los costes como alumbran oportunida­des. Es conocido también que su vida útil se re­duce con una rapidez inusitada en técnicas y equipos de generaciones precedentes, pero nunca se había llegado al extremo de volverse obsoletas cuando todavía no se han concluido las primeras instalaciones. Ni nunca se tuvo la sensación que los costes de fabricación caerían tanto que para hacer viable cualquier planta productora de sistemas y materiales ésta debie­ra convertirse en única o producir tales cantida­des que cualquier ciudadano del mundo fuese un potencial cliente. Nadie, cuando se decía aquello de que las nuevas tecnologías cubrían cualquiera de los campos de actividad que pu­dieran suponerse, o que tenían` un carácter in­tersticial en los sistemas sociales, económicos y culturales, llegó a pensar que fuese imprescin­dible que alcanzasen a todos para ser rentables y justificar su introducción.

 

PROBLEMAS DE IMPLANTACIóN

 

Hasta ahora se hablaba del teletrabajo, de la casa‑oficina, del hogar electrónico y de la multi­plicación, hasta el infinito, de las conexiones del hombre. Todos coincidíamos en que cualquiera de estas posibilidades ya no eran futurología ni ciencia‑ficción, pero cualquiera tenía presente que su generalización estaba todavía lejana y que no había canales suficientemente amplios, probados y rápidos para hacerlas realidad. Con la fibra acabó el mito y empezaron los condicio­nantes económicos y sociales. Hoy ya son posi­bles todas esas maravillas funcionales que se anunciaban, pero hoy, también, es cuando se empieza a ver que su generalización precisa apoyarse en la disponibilidad previa de otros servicios más fundamentales y sin los cuales no hay calidad de vida para sentir la necesidad de las telecomunicaciones interactivas.

La fibra óptica pone así de manifiesto dos co­sas. Por un lado, que su abaratamiento, por me­jora de procesos de fabricación, puede desa­lentar la innovación tecnológica, ya que no ha­bría mercados bastantes para hacer rentable su producción y aplicación. Por otro, que si se quiere generalizar, para que sea razonable se­guir fabricándola como hasta ahora, hay que elevar los niveles de “necesidad de telecomuni­caciones” y hay que adecuar el resto de infraes­tructuras y dispositivos para estar a la altura de las capacidades de la fibra.

De ahí que sea sencillo ver cómo poco a poco se irán sustituyendo los grandes ejes inte­rurbanos y desplazando los coaxiales clásicos o dejando en segundo plano las infraestructuras radioeléctricas. Se las verá aparecer también en los “anillos de conexión y acceso” que facili­tarán las comunicaciones de negocios en las co­nurbaciones más prósperas del planeta y poco a poco irán penetrando en las nuevas edifica­ciones, pero sin que sea posible predecir si el ritmo será lo suficientemente rápido para indu­cir a cambiar los viejos cableados que recogen la sensibilidad de pueblos y ciudades, aunque sólo sea en forma de voces y susurros.

Ellas irán abriendo la oportunidad de vislum­brar cuáles serán los universos videomáticos de principios del siglo que viene, o irán anticipan­do, en experiencias muy localizadas, si es posi­ble que tales universos lleguen a ser tan partici­pativos como anuncian los optimistas. Pero es muy aventurado suponer que en el laberinto del futuro todos los humanos, como el Teseo del mito, podrán disponer de esos hilos de oro para encontrar la salida que requiera cada destino individual.

 

DIFUSIÓN Y DESIGUALDADES SOCIALES

 

Lo más probable es que el uso de la fibra se extienda por las rutas del Primer Mundo, que es el que ya estuvo en la primera, segunda y tercera de las olas tofflerianas. El resto, los que hoy como ayer están marginados y no tienen si­quiera los servicios más elementales de alimen­tación y salud, o los que no han alcanzado nada más que las lacras de las urbanizaciones masi­vas, no tendrán con qué costear, por baratas que sean, las madejas ópticas del futuro. Y si llegasen a regalárselas es posible que tampoco supiesen qué transmitir por ellas.

Se produciría así la paradoja que ya se da hoy en el campo de los servicios básicos, que mientras que en grandes áreas del planeta la penetración telefónica es mínima, en las áreas más desarrolladas ya ha habido varias renova­ciones de equipos y sistemas.

Puede que a la postre la vida misma se en­cargue de que la labor de Penélope no se cir­cunscriba a renovar las urdimbres con que los más avanzados visten sus comunicaciones. Y puede que aun partiendo de tan delicada situación inicial, los nuevos hilos de Ariadna se ex­tiendan, más o menos lentamente, sobre la faz de la Tierra. Si así ocurriese sería prueba de que ahora, como en el mito clásico, cabía la es­peranza de acabar con el monstruo que sigue siendo la miseria y la falta de posibilidades, en una época donde el hombre podría, con los mo­dernos medios, domeñar el destino y erradicar la escasez.

Y la labor de Penélope no habría que acome­terla sólo a la espera de que llegase Ulises para abrir nuevas perspectivas y proyectos, sino que sería la lógica e inevitable condición de ade­cuar las telas ya existentes a las nuevas modas que se lleven, o a tejerlas con hilos más ligeros, resistentes y capaces. Pues la aventura de la fi­bra que ahora comienza va a depender mucho más de la inteligencia de hombres decididos y sagaces, como Mises, que de la espera resigna‑“ da a ver qué depara el dictado del destino o el capricho de los dioses.