Psicología y publicidad

 

Francisco Carrera Villar

 

Desde sus antecedentes y orígenes, se analiza la evolución de la Psicología aplicada a la publi­cidad. De entre la acumulación de tendencias, teorías y autores resurge hoy una síntesis clarifi­cadora.

 

INTRODUCCIÓN: PRESENTE Y PASADO DE LA COMUNICACIÓN PERSUASIVA COLECTIVA

 

Al ensayar un recorrido alfabé­tico por las diversas denomi­naciones atribuidas a “nuestro momento histórico”, no pasa William J. McGuire ‑cabeza visible actual del denominado “grupo” o “escuela de Yale” en comunicación persuasiva‑ de la primera letra: después de hacer alusión a las expresiones “era atómica”, “era atlántica”, “era del automóvil”, “era de la aspirina”, “era de la alienación”, “de la an­siedad”, “de la opulencia” (“of affluence”), se de­tiene definitivamente en el término “era de la publicidad” (“age of advertising”). Esto: (1) por el “tremendo esfuerzo” que habitualmente se lleva a efecto para influenciar las creencias, las actitudes y las acciones mediante esta vía de la comunicación persuasiva; y (2) por la rele­vancia del tema para la materia en estudio: Las actitudes y el cambio de actitudes; Cap. 19 del Manual de Psicología Social de Lindzey (Mc Guire, 1985; p. 233). Como es sabido, la unidad explicativa fundamental de la psicología social ha sido tradicionalmente, y sigue siéndolo, la actitud; del mismo modo que resulta diferen­cialmente característico de esta disciplina esta­blecer una cuasiecuación entre persuasión y cambio de actitud.

Aun admitiendo, con Lasswell, Lerner y Speier (1980), que desde la revolución neolítica la habilidad persuasiva mediante la palabra ha sido para los humanos una ventaja altamente apreciada, y reconociendo asimismo la existen­cia de otros momentos históricos y otras cultu­ras en que ha florecido la oratoria, piensa Mc Guire, con Popper (1966), que en los cuatro mi­lenios de historia occidental han sido escasos los tiempos realmente “abiertos”, como el nues­tro; y, derivativamente, que sólo en cuatro si­glos dispersos entre sí la persuasión ha consti­tuido “la forma clave de control social y movili­zación de esfuerzos”. Estos cuatro “siglos retóri­cos” o “eras de la persuasión” serían: (1) el pe­ríodo helénico de Pericles, (2) las últimas déca­das de la república romana, (3) el Renacimiento humanista, y (4) “nuestro propio siglo de los me­dios de comunicación de masas” (pp, 233‑234).

Sólo en ellos, argumenta McGuire (ibid), “la persuasión ha representado un papel económi­co, social y político tan central”, que ha llegado a convertirse, no en un simple arte, sino: (1) en “una habilidad esencial en cuyas reglas prácti­cas se adiestraba la juventud de élite”, y (2) en “una ciencia reconocida con un cuerpo teórico sistematizado, desarrollado por las figuras rele­vantes del saber”. Entre éstas y sobre las res­tantes, Aristóteles, cuyos Tópicos y Retórica, además de ofrecer su propia teoría de la per­suasión, “siguen siendo minas de oro potencia­les para los investigadores de la ciencia social y cognitiva” (ibid).

No parece éste el lugar más oportuno para describir esas cuatro “raras eras” ni, con ello, las condiciones sociales que las propiciaron. Baste con remitir desde aquí al citado trabajo de McGuire, y a la abundante y actualizada bi­bliografía en que éste se basa.

Sí conviene subrayar, en cambio y aunque brevemente, el paralelismo entre el momento histórico actual y el aludido de la Grecia clási­ca, como ya se ha hecho en múltiples ocasio­nes. Ante todo, recordando una vez más que la aparición de las formas democráticas de go­bierno aportó a los griegos el principal incenti­vo para el estudio sistemático del arte de la persuasión, y para la consolidación teórico‑pe­dagógica de éste; hasta hacer de la retórica un componente esencial de la paideia, un elemen­to indispensable para el hombre educado y cul­to con vistas a su desenvolvimiento ciudadano y a su éxito social.

A este respecto escribe Croiset (1960), con apoyo literal en Fenelón:

“Se sabe cuál era, en la constitución democráti­ca de Atenas, el papel de los oradores: es muy exacto decir, con Fenelón, que en Atenas 'todo dependía del pueblo' y que 'el pueblo dependía de los oradores'. En las diversas asambleas, ante los tribunales, la palabra era soberana. La elocuencia era pues, para un ciudadano ambi­cioso o simplemente deseoso de conservar su lugar en la vida pública, un objeto de primera necesidad” (p. 90).

 

Y estableciendo un puente con las democra­cias modernas, puntualiza Ross (1971):

“Constituyeron los griegos una raza inclinada por su mentalidad a la política y al mismo tiempo polémica, y entre ellos fueron las artes del dis­curso un pasaporte tan útil para la influencia como lo son en una democracia moderna” (p. 270).

 

Pero no conviene circunscribir el paralelismo a la vida política. Guthrie (1967) trasciende este ámbito y plantea la analogía en los términos ac­tuales del mundo empresarial y publicitario:

“La retórica no representa en nuestra vidas el papel que ocupaba en la antigua Grecia. Hoy en día las palabras “éxito” y “hombre de éxito” su­girieren del modo más inmediato el mundo de los negocios, y sólo secundariamente el de la política. El éxito que contaba en Grecia era pri­meramente el político, y en segundo lugar el fo­rense; y su arma era la retórica, el arte de la persuasión. Prolongando la analogía, podría asignarse a la retórica el lugar ocupado actual­mente por la publicidad. Sin duda alguna, el arte de la persuasión, a menudo por medios dudosos, no era menos poderoso entonces, y tal como ahora tenemos escuelas de administración de empresas y escuelas de publicidad, así los grie­gos tenían a sus maestros de política y de retóri­ca: los sofistas” (p. 50).

 

A la vista de estas apreciaciones espigadas entre los especialistas, quizás el parangón que­daría más completo y resultaría más ilustrativo si, como ya se ha hecho antes (Carrera, 1978), se trajera a colación conjuntamente el éxito en el mundo de los negocios y en el de la política; y si, ampliando la comparación, se hablase del papel desempeñado en nuestro tiempo por la comunicación persuasiva de masas. Tomada ésta en su conjunto y en sus modalidades más típicas (publicidad, propaganda, campañas de relaciones públicas, campañas de orientación pública), tal como se desarrolla en los ámbitos empresarial, institucional y político.

En cuanto a la obra de Aristóteles como “mina de oro potencial” para los estudiosos ac­tuales, simplemente recordar que la tesis docto­ral del autor de este escrito lleva por título “Vi­gencia de los modelos aristotélicos en teoría e investigación de la comunicación persuasiva de masas” (Carrera, 1978). En ella se evidencia, entre otras cosas, que la Retórica aristotélica es, antes que nada aunque no sólo, una psicología de la comunicación persuasiva colectiva, “sin posible parangón todavía..., en la bibliografía actual sobre comunicación persuasiva de ma­sas” (p. 694); y que la vigencia de los plantea­mientos teórico‑prácticos de la Retórica “lleva consigo la vigencia... de su teoría psicológica general y motivacional, y de la aplicación de ésta a la comunicación persuasiva colectiva; es decir, la vigencia de la “imagen del hombre” que ofrece el Estagirita, de los determinantes de su conducta, y de la posible incidencia so­bre ésta por vía persuasiva colectiva” (pp. 894­895). No parece, pues, que en lo esencial haya habido desde entonces cambios trascendenta­les en el hombre, ni en su control o “manipula­ción” por la indicada vía persuasiva. Esto, pese a las innegables transformaciones socioeconó­micas y socioculturales que los medios de co­municación de masas han traído consigo.

 

2. EVOLUCIÓN HISTORICA DE LA PSICOLOGÍA DE LA PUBLICIDAD

 

El término “psicología de la publicidad” resul­ta actualmente equívoco en su utilización biblio­gráfica y profesional, particularmente si no se tiene en cuenta ‑como suele ocurrir‑ la evo­lución histórica de esta disciplina en sus casi cien años de existencia.

Como síntesis anticipada y actualizada cabe afirmar que la psicología de la publicidad es hoy una teoría de la comunicación persuasiva de masas específicamente aplicada a una de sus modalidades más típicas: la publicitaria. Lo cual exige, al menos, tres aclaraciones: (1) al decir teoría se está hablando de teoría psicoló­gica, ya que la comunicación persuasiva de ma­sas puede ser enfocada desde otras perspecti­vas científicas; teoría psicológica que será fun­damentalmente psicología social, aunque tam­bién en parte psicología general y psicología diferencial; (2) al decir comunicación persuasi­va de masas se alude a aquellas transferencias de mensajes o conjuntos de señales que tienen como objetivo influir sobre las creencias, actitu­des y acciones de unos receptores‑diana prees­tablecidos como grupo‑objetivo o audiencia­-meta, y que utilizan como canal uno o varios “mass-media”; y (3) al decir aplicada ‑como en el caso de cualquier aplicación científica­ quiere decirse orientada a la resolución de una clase determinada de problemas prácticos: en este caso incidir con eficacia sobre las decisio­nes de los consumidores por la expresada vía comunicativo‑persuasiva.

De vuelta ahora a su desarrollo histórico, la psicología de la publicidad inició su andadura científica como parte formalmente integrada en la psicología empresarial e industrial, normal y frecuentemente emparejada dentro de ésta con la “psicología de la venta”. Esto a finales del si­glo pasado y comienzos del actual, cuando la psicología como ciencia empírica sólo había dado sus primeros pasos, y cuando la propia psicología aplicada ‑o “psicotecnia”, según al­gunas preferencias de la época‑ se identifica­ba prácticamente con dicha psicología empre­sarial e industrial, al pretender cubrir básica­mente sólo tres clases de problemas: (1) selec­ción de personal, (2) eficacia en el trabajo y (3) publicidad. Así se evidencia (vide Anastasi, 1964; 1968), en la primera etapa del Journal of Applied Psychology, fundado en 1917, en los primeros cursos universitarios de 'Psicología Aplicada' y en los primeros textos sobre esta materia; típicamente, dentro de éstos, en The Psychology of Advertising de Walter Dill Scott (1908) y en Psychology and Industrial Efficiency (Psychologie und Wirtschaftslebegn en la poste­rior edición alemana) de Hugo Münsterberg (1913).

Los comienzos de esta psicología de la publi­cidad suelen conectarse con un escrito pionero de Oscar Herzberg, publicado en la revista Printer's Ink el 2 de octubre de 1895 con el títu­lo Human Nature as a Factor in Advertising. En él recomienda Herzberg a los publicitarios fa­miliarizarse con “el más noble estudio del géne­ro humano”, profetizando que “cuando estemos un poco más cultivados, el redactor de anun­cios, como el profesor, estudiará psicología. Pues por muy diversas que sus ocupaciones puedan parecer a primera vista (...) tienen en común un gran objetivo: influencias la mente humana”.

En cuanto a aportaciones bibliográficas con­cretas anteriores a la segunda guerra mundial ‑cuyo término supone para no pocos “especia­listas” el inicio de la psicología de la publici­dad‑, es ineludible mencionar el folleto publi­cado en 1900 por Harlow Gale, profesor de la Universidad de Minnesota, con el título On the Psychology of Advertising los aludidos textos de Scott (1908) y Münsterberg (1913); y la obra de Adams, aparecida en 1912, Advertising and its Mental Laws. Más una serie continuada de manuales que incluye al menos: Advertising and Selling (Hollingworth, 1913), Advertising: Its Principles and Practices (Tipper, Hollingworth, Hotchkiss y Parsons, 1915), Principles of Adver­tising (Starch, 1923), Psychology in Advertising (Poffenberger, 1928; 1932), Psychology for Ad­vertisers (Lucas y Benson, 1930), The New Psy­chology of Selling and Advertising (Link, 1932, con prólogo de John B. Watson), Controlling Hu­man Behavior (Starch, Stanton y Koerth, 1936), Psychological Aspects of Business (Strong, 1938), y Psychology of Advertising (Burtt, 1938).

Pasada la segunda guerra mundial se produ­cen dos caminos importantes en psicología de la publicidad: (1) se independiza profesional­mente de la psicología industrial y empresarial; y (2) amplía su campo de aplicación hasta con­vertirse en una psicología del consumidor que, incluyéndola, daba nombre a todo este nuevo campo de la psicología aplicada; esto, aunque a veces y hasta el presente, se utilice la denomi­nación más completa y explícita “psicología del consumidor y de la publicidad”. Así, como refle­jo de esta doble transformación, en la reestruc­turación disciplinar y profesional introducida por la American Psychological Association en 1963 aparecen como independientes la “ Divi­sión de Psicología Industrial y Empresarial” (núm. 14) y la “División de Psicología del Con­sumidor” (núm. 23). En consonancia bibliográfi­ca con lo indicado, los manuales de Psicología Aplicada de la época dan un tratamiento para­lelamente autónomo a la 'Psicología del Consu­midor”: éste es el título de la Parte IV (capítulos 10, 11 y 12) del conocido texto de Anastasi (1964); y también lo es del capítulo 12, único es­crito por William D. Wells, en la obra conjunta de Brown, Berriell, Russell y Wells (1966).

Durante esos mismos años 60 toma cuerpo, y adquiere rápidamente un auge que no abando­nará hasta el presente ‑ni parece vaya a per­der en un futuro próximo‑, un enfoque multi­disciplinar del consumidor, que pretende dar cuenta del comportamiento de éste desde las distintas perspectivas teóricas y metodológicas de las denominadas ciencias de la conducta: psicología, psicología social, sociología y antro­pología. Este nuevo enfoque, lo mismo que su inmediata plasmación académica y bibliográfi­ca, será llamado, simplemente, “Conducta del consumidor”; o, sólo excepcionalmente, “Con­ducta del comprador”.

Desde mediados de los años 60 comienzan a aparecer, y desde finales de esos mismos años se multiplican y consolidan académicamente, los manuales y “readers” con el simple título in­dicado de Conducta del Consumidor, o con al­guna precisión adicional sobre la fundamenta­ción científica conductual de la nueva discipli­na. Así, como ejemplos típicos y ya clásicos, Consumer Behavior and the Behavioral Scien­ces (Britt, 1966), Behavioral Science Foundations of Consumer Behavior (Cohen, 1972), Buyer Behavior Theoretical and Empirical Founda­tions (Howard y Ostlund, 1973), etc.

Los supuestos y contenidos de este enfoque multidisciplinar de la conducta del consumidor fueron resumidos por Robertson (1970) en los siguientes términos:

“Desde nuestro punto de vista conductual argüi­remos que (dada la capacidad de gasto sufi­ciente) la exposición a los estímulos del pro­ducto y la respuesta potencial son funciones de los factores complejos que más abajo se indi­can. La justificación de estos factores proviene de su importancia en la investigación conductual precedente, de modo especial en la investiga­ción sobre la toma de decisiones del consumi­dor.

Factores individuales: cognición, percepción, aprendizaje, personalidad, motivación y actitu­des. Son éstas variables esencialmente psicoló­gicas y psicológico-sociales.

Factores sociales: pertenencia a grupos e in­fluencia social. Son éstas variables sociológicas y psicológico-sociales.

Factores socioculturales: clase social, subcul­turas y culturas. Son éstas variables esencialmen­te sociológicas y antropológico-culturales” (p. 9).

 

Esta relación de “factores” evidencia ya lo que es tangible en cualquier texto de Conducta del consumidor: la mayor parte, con mucho, de la teoría y la investigación aplicadas son psico­lógicas y provienen, más en concreto, de tres ramas bien caracterizadas de esta ciencia: (1) psicología general, (2) psicología diferencial, y (3) psicología social.

Sin embargo, por lo que respecta en concre­to a la psicología de la publicidad, este último cambio, por ampliación del enfoque, no resultó nada beneficioso. La condición y el tratamiento de los mensajes publicitarios quedaron reduci­dos a los de una clase más de estímulos. Así, como simple ejemplo, en el modelo de Howard y Sheth (1969), a la condición de subclase estí­mulos “simbólicos” impersonales (transmitidos por los “mass-media'), junto a la subclase “sim­bólicos” personales (procedentes de los vende­dores, amigos, etc. ), y frente a las clases “signi­ficativos” (provenientes de los propios produc­tos y marcas) y “sociales” (originados en el me­dio en que se desenvuelve el consumidor). En correspondencia con esta limitación conceptual, el “espacio vital” concedido a la psicología de la publicidad en estos manuales de Conducta del consumidor no suele exceder el de una parte de un único capítulo.

Como compensación sobradamente recom­pensante de la indicada autolimitación, la psico­logía de la publicidad encontró pronto ‑a me­dida que avanzaban los años 60 y, sobre todo, desde mediados de los 70‑ un segundo “espa­cio vital”, con nuevo y abundante oxígeno; el de la actual teoría e investigación (psicológico-so­cial) de la comunicación persuasiva de masas.

Mientras se producían los cambios indicados en psicología de la publicidad ‑e inicialmente al margen de ésta‑ tuvo lugar una radical transformación en teoría psicológico-social de la comunicación de masas y de la comunicación persuasiva de masas: la que trajo consigo la aparición y consolidación de una “nueva teoría” sobre dichas modalidades comunicativas, sinté­ticamente designada con distintas expresiones como “modelo fenoménico” o “modelo del enfo­que fenoménico”, “modelo situacional”, “modelo funcional”, “modelo transaccional”, etc. Esto, en sustitución y frente a una “vieja teoría”, reflejada en frases tan populares como “lavado de cere­bro”, “persuasión oculta” y “publicidad sublimi­nal” (v. Bauer, 1964), y también profesionalmen­te designada mediante verbalizaciones tan ex­presivas de lo significado como “modelo hipo­dérmico” o “de la aguja hipodérmica”; “modelo de la correa de transmisión”, “modelo de la bomba atómica”, “teoría mecanicista S‑R”; “modelo tradicional ‑o popular‑ de la publicidad y la propaganda”; teoría o modelo de la bala mágica' o “de la bala mágica y la diana pasiva”, etc.

Con todas estas expresiones ‑especialísima­mente con la última‑ se ha pretendido reflejar sintéticamente un modo de concebir la comuni­cación de masas y la comunicación persuasiva de masas ya periclitado y caracterizado en esencia por: (1) una estructura comunicativa hi­persimplificada, en la que sólo se tenían en cuenta “por una parte los medios omnipotentes lanzando el mensaje, y por otra las masas atomi­zadas esperando recibirlo, y nada entre unos y otras” (Katz y Lazarsfeld, 1954; p. 20); y, subsi­guientemente, (2) una capacidad de influencia ilimitada por parte de quienes emplean esos medios omnipotentes e infalibles ante esa au­diencia impotente en su condición “masiva” in­frahumana para sustraerse a su influjo para responder de forma activa ante ellos.

La “nueva teoría” viene a contradecir abier­tamente este modelo “de la bala mágica y la au­diencia pasiva”, y contrasta con él además por irse elaborando a partir de investigaciones em­píricas, cuyo resultados trata de sintetizar armó­nicamente: se basa empíricamente en (1) estu­dios experimentales de laboratorio (modélica y originariamente representados por los trabajos de Hovland y sus colaboradores del “Tale Com­munication and Attitude Change Program”), y (2) en estudios de campo (a partir de las en­cuestas ligeramente anteriores y contemporá­neas de Lazarsfeld, Katz, Berelson y otros para el “Columbia University's Bureau of Applied Re­search”).

Por lo que respecta, más concretamente, a la comunicación persuasiva de masas, esta misma “nueva teoría” se encuentra sintéticamente re­flejada en la denominado “modelo de Yale” (Hovland, Janis y Kelley, 1953; Hovland y Janis, 1959, etc.), al que se ajusta ‑con las normales correcciones adaptativas y traslaciones‑ toda una serie de escritos contemporáneos ya clási­cos sobre (1) comunicación persuasiva, (2) cam­bio de actitud ‑recuérdese la habitual cuasie­cuación entre aquélla y éste‑; y (3) comunicación persuasiva de masas, incluida o no en el marco más general de la comunicación de masas. Así, como ejemplos típicos: Klapper (1960), Cohen (1964), Bettinghaus (1968, 1973), McGuire (1968, 1969, 1972, 1978, 1981, 1985), Triandis (1971).

Este modelo de Yale, como sus equivalentes, ofrece de forma simplificada: (1) la influencia sobre los efectos persuasivos de distintas variables de la fuente, del mensaje, del canal, de la situación y de la audiencia; (2) la incidencia complementaria, pero esencial, de los factores de predisposición, eminentemente actitudinales y funcionalmente conectados ‑por influencia directa y por retroalimentación‑ con los pro­cesos mediadores internos (atención‑percep­ción, comprensión, aceptación y retención se­lectivas); y (3) el análisis de los efectos, expre­sados en términos central aunque no exclusiva­mente actitudinales (de “cambio de actitud”), y ordenados en una secuencia que trata de refle­jar modélicamente el proceso persuasivo.

Si en principio, como ya se dijo, la psicología de la publicidad se mantuvo al margen de esta revolución teórico‑metodológica, no cabía man­tener por mucho tiempo este distanciamiento, dada la condición prototípica de esta modali­dad comunicativa ‑junto con la propaganda­ en el dominio global de la psicología de la co­municación persuasiva de masas. Justamente desde comienzos de los años 60 y dentro de la transformación teórico‑práctica y metodológica que trajo consigo la actual configuración de la psicología de la publicidad ‑cuarta etapa de su desarrollo, que se analizará en el siguiente apartado‑, tuvo especialísima importancia la asimilación de esta “nueva teoría” de la comuni­cación persuasiva de masas (v. Bogan, 1973), sin olvidar la aportación de la propia psicología del consumidor y de la publicidad a la consolida­ción de aquélla (v. Schramm, 1973).

Como consecuencia de esta última peripecia teórico‑aplicada, la psicología de la publicidad actual se encuentra precisamente ubicada en la confluencia de (1) la psicología (general, dife­rencial y social) del consumidor, y (2) la psico­logía (social) de la comunicación persuasiva de masas. En esta última confluyen, a su vez, la psi­cología social (1) de la comunicación de masas genéricamente considerada, (2) de la comuni­cación persuasiva y de la formación y cambio de actitudes que, recuérdese una vez más, en psicología social casi llegan a identificarse; y (3) de la comunicación persuasiva de masas, que con frecuencia se especializa en alguna de sus cuatro modalidades básicas: (1) publicidad, (2) propaganda, (3) campañas de orientación públi­ca, y (4) campañas de relaciones públicas.

De igual forma, la actual investigación de la publicidad ocupa una posición de privilegio en la convergencia de: (1) la investigación merca­dotécnica del consumidor y la publicidad, y (2) la investigación psicologicosocial de la comuni­cación, en las distintas modalidades arriba indicadas. Estos dos campos profesionales de la in­vestigación han permanecido prácticamente in­comunicados y mutuamente infructíferos hasta hace pocos años, pese a la comunidad concep­tual y metodológica (v. Ray y Ward, 1975; p. 5). Pero desde mediados de los años 70, aproxima­damente, los investigadores de una y otra espe­cialidad han comenzado a comunicarse y a co­laborar eficazmente; esto, al llegar a compartir de hecho: (1) un campo de interés común: la comunicación publicitaria; y (2) un paradigma igualmente común para su estudio: el modelo del procesamiento de información del consumi­dor (“Consumer Information Processing” o, sim­plemente CIP).

La utilización de este modelo “informacional” en investigación del consumidor y de la comu­nicación publicitaria implica, entre otras cosas: (1) una destacable puesta al día de la psicología del consumidor y de la publicidad respecto a la orientación cognitivista dominante en la psicología teórica y en la investigación psicológica básica; y (2) una forma concreta e históricamente ac­tualizada de considerar y tratar de comprender al consumidor‑receptor mediante el estudio de su conducta: no (1) como un cuasianimal irracio­nal movido y movible por instintos ‑pasado “instintivista”, macdougalliano primero, freudia­no luego, de la psicología de la publicidad‑, ni como una cuasimáquina programable por con­dicionamiento clásico u operante ‑pasado “conductista mecanicista” de la psicología de la publicidad‑, sino (3), lejos de uno y otro deter­minismo, como un ente racional que, siempre de forma selectiva, busca y recibe información (publicitaria o no) en el mercado, la reelabora y almacena, y la recupera y utiliza para su toma de decisiones adquisitivas y de consumo.

 

3. EL CONTENIDO DE LA PSICOLOGIA DE LA PUBLICIDAD: LAS ETAPAS Y LOS MODELOS

 

Poco se ha dicho hasta aquí sobre el conteni­do de la publicidad; lo cual indica que se ha dejado para el final la parte más espinosa.

Efectivamente, como queda dicho en otro lu­gar (Carrera, 1979), “en su abigarrado conjunto, la psicología aplicada a la publicidad produce en el lego y en el recién llegado una lamenta­ble impresión de totum revolutum, dentro del cual se entremezclan y confunden todo tipo de escuelas, teorías, modelos, hipótesis, mitos, lu­gares comunes y 'recetas”'. En él, a menudo “el interés práctico inmediato anula o minimiza los planteamientos teóricos rigurosos y su verifica­ción empírica”; y en él, por esto último, “la char­latanería pseudocientífica ha encontrado aco­modo fácil y bien remunerado” (p. 28).

Para enfrentarse a este maremagnum de problemas y soluciones teóricas y prácticas con ánimo esclarecedor y posibilidades de éxito ca­ben dos vías principales que el autor de este escrito ha abordado anteriormente (Carrera, 1978; 1979, etc.), y tratará aquí de poner al día con la mayor brevedad posible: (1) analizar evolutivamente y reducir a síntesis histórica for­mulable en etapas ese conjunto teórico‑aplica­do; y (2) analizar sincrónicamente la teoría psi­cologicosocial de la comunicación persuasiva de masas que actualmente se aplica en publici­dad, para reducirla sintéticamente a un número abordable y manejable de modelos que la re­presenten de forma simplificada.

 

3.1. Etapas de la psicología de la publicidad

 

Ajustándose a una sistématica rigurosa (v. Ca­rrera, 1978; 1979), que exige, entre otras cosas, partir de finales del siglo XIX y tener sólo en cuenta la “vanguardia” (no los epígonos recalci­trantes), cabe distinguir en psicología de la pu­blicidad cuatro etapas principales, en alguna de las cuales es conveniente o incluso necesario diferenciar las correspondientes subetapas. En cada una de estas etapas o fases: (1) se explica la conducta del consumidor de una forma singu­larmente diferenciable y diferenciada, y (2) se especifica de modo consecuente con dicha ex­plicación y de forma igualmente diferenciada lo que puede y deber ser una publicidad eficaz, II en general y en cada caso.

1. La primera etapa, “instintivista macdouga­lliana o prefreudiana”, corresponde, aproximadamente como siempre, a los últimos años del siglo pasado y a las dos primeras décadas de éste. Se caracteriza esencialmente por (1) ex­plicar la conducta del consumidor en términos de instintos; y (2) entender que, para ser eficaz, la publicidad debe (1) conectar el producto y marca anunciados con alguna de esas predispo­siciones congénitas a la acción, y (2), sobre todo, incidir sobre tres disposiciones instintivas con las que, alternativamente, se explica enton­ces la “influencia social”: la “sugestibilidad” o predisposición a la sugestión, principalmente; la imitación y la “simpatía” o convergencia afecti­va, complementariamente.

2. En la segunda etapa, “conductista y neo­conductista mecanicistá', se explica la conducta del consumidor en términos de hábitos de com­pra y consumo, y complementariamente ‑los neoconductistas mecanicistas‑, mediante im­pulsos. En consonancia con ello, será eficaz aquella publicidad capaz de inducir el aprendi­zaje de dichos hábitos (1) por condicionamiento clásico o, luego, en el neoconductismo mecani­cista, (2) por condicionamiento instrumental u operante. Este último tiene a su base, como es sabido, la “reducción de impulsos” y la corres­pondiente “satisfacción de necesidades”, me­diante los “incentivos” adecuados: aquí las mar­cas y productos anunciados, cuyos “beneficios” se explicitan. Esta fase comprende básicamente el período entre guerras, pero trasciende el se­gundo conflicto mundial en forma de “escuela”, enfrentada a la psicoanalítica freudiana dominante, y a la de inspiración gestaltista, tercera en discordia aunque más conciliadora que las otras dos.

3. La tercera etapa, “instintivista freudiana” o “del enfrentamiento entre escuelas”, surge pasada la segunda guerra mundial y concluye con los años 50 en Norteamérica ‑justamente cuan­do llega a Europa‑, aunque sus epígonos toda­vía dan señales de vida anacrónica ‑particu­larmente en los países latinos‑. La explicación que se da entonces de la conducta del consu­midor es eminentemente paraonírica: los pro­ductos, como los sueños, facilitan la “satisfacción disfrazada de deseos reprimidos” ‑ordinaria­mente de índole erótica, aunque también oca­sionalmente agresiva‑, merced a su significa­do simbólico, supuestamente añadido y contra­puesto al meramente “funcional”. Se supone pa­ralelamente que la publicidad, para ser eficaz, ha de constituirse en “persuasión oculta” o in­consciente; es decir, (1) ha de estar disfrazada­mente basada en “estudios de motivación”, su­puestamente “profundos” y “cualitativos”, o (2) ha de ser percibida a nivel subliminal.

4. La cuarta y hasta ahora última etapa de la psicología del consumidor y la publicidad, “neoconductista cognitivistá”, comienza a principios de los años 60, coincidiendo con los profundos cambios sufridos en esas fechas por esta moda­lidad de la psicología aplicada, sintéticamente recogidos en el segundo apartado de este es­crito. En otras ocasiones (Carrera 1978; 1979, etc.) se ha denominado a esta cuarta fase “psi­colingüística” o “semántico‑axiológica”, (1) por la decisiva influencia inicial ‑años 60‑ de esa entonces nueva disciplina, particularmente de la “escuela” de Illinois, encabezada por Osgood; y (2) por la forma típica de explicar la conducta del consumidor ‑y la eficacia publicitaria‑ en términos ‑no exclusivos, pero sí fundamenta­les‑ de (1) significados o “imágenes” de los productos y marcas, y (2) valores afectivos ‑o “afectos evaluativos”‑ conectados con dichas imágenes y determinantes de unas actitudes que lo predisponen positiva o negativamente ‑según la clase de evaluación conjunta‑, ha­cia la acción adquisitiva y de consumo del pro­ducto y marca en cuestión.

Existen también distintas razones de peso (v. Carrera, 1978; 1979, 1981, etc.) para haber llamado alternativamente a esta cuarta fase históri­ca: (1) “psicologicosocial”, (2) “psicométrica”, y (3) “comunicológica”. Pero en estos momentos la denominación más conveniente parece ser la primeramente utilizada: “neoconductista cogniti­vista”. Esto (1) para dejar constancia de su co­nexión con el pasado “neoconductista”, en lo que éste tiene de esfuerzo continuado por ajus­tarse a las restricciones de la ciencia empírica, y de aceptación, más o menos implícita o explí­cita, del modelo de conducta S‑O‑R, difícilmentee marginable en psicología de la persuasión, como en cualquier otra modalidad de “control social”; y (2) para evidenciar, al mismo tiempo y por su índole “cognitivista”, el claro distancia­miento del pasado conductista y neoconductista mecanicista.

No existe razón de peso alguna para contra­poner, como en ocasiones se hace, “psicología neoconductista” y “psicología cognitivista”, parti­cularmente cuando se hace referencia a la co­rriente principal de ésta ‑en términos genera­les y específicamente publicitarios‑: la del “pro­cesamiento de la información” que, como subra­ya Leahey (1980, en 1982), (1) es “la menos dife­rente del conductismo” y, “si Tolman estaba en lo cierto al llamarse a sí mismo conductista”, “también una forma de conductismo” (PP. 519­521); y (2) “presenta notables afinidades con la filosofía de la mente de Aristóteles” (p. 533).

Cabe distinguir en esta cuarta etapa: (1) una primera subfase, correspondiente a los años 60, (2) una segunda subfase, correspondiente a los años 70, y (3) una tercera subfase, caracteriza­ble por las tendencias más recientes y previsi­bles para el futuro próximo. En la primera sub­fase, caracterizada por el establecimiento de la ecuación “imagen=significado” y por la adop­ción del “diferencial semántico” como instru­mento psicométrico habitual, la publicidad se entiende (no sólo, pero sí fundamentalmente) como generadora, modificadora y reforzadora de imágenes, con incidencia inmediata sobre las actitudes del receptor‑consumidor, y media­ta sobre su conducta (v. Carrera, 1981a, 1981b, 1982, 1983). En la segunda subfase, caracteriza­da por el uso generalizado de modelos actitudi­nales multiatributo (principalmente del tipo “ex­pectativa x valor”, como los de Fishbein y Rosenberg), la publicidad se ve (no sólo, pero sí fundamentalmente), como generadora, modifi­cadora y reforzadora de actitudes; esto último, (1) por incidencia comunicativo‑persuasiva so­bre las “expectativas” o “creencias” que configu­ran las “imágenes” o significados de productos y marcas; (2) por incidencia alternativa sobre las “valoraciones” de esas expectativas o creencias; o (3) por incidencia simultánea sobre unas y otras (v. Carrera, 1979).

Por lo que concierne a la tercera subfase, identificable con esta década de los 80, aunque originariamente enraizada, como es normal, en el segundo lustro del decenio precedente, ca­bía diferenciar hace pocos años (Carrera, 1982) tres líneas básicas de interés y de progreso teórico‑aplicado (1). Una corriente “tradicional” en psicología y psicometría de las actitudes y de su cambio, preocupada por mejorar los mo­delos actitudinales disponibles, por elaborar nuevos constructos para la conexión eficaz de los binomios “cognición‑actitud” y “actitud‑con­ducta”, y por superar la rutina investigadora ha­bitualmente asociada con el uso repetitivo del “modelo de Yale”, mediante la aportación de paradigmas alternativos de la comunicación persuasiva; tendencia prototípicamente repre­sentada por Fishbein y McGuire (v. Fishbein y Ajzen, 1975, 1980 y 1981; Fishbein, 1980; McGui­re, 1972, 1978, 1981 y 1985), claramente diferen­ciados ambos de otras figuras del pasado en este campo por su dedicación investigadora y bibliográfica parcial a la comunicación publici­taria (2). Una corriente “psicofísica” ‑nombre escogido por sus protagonistas‑, centrada en la exploración causal de la persuasión mediante el análisis de los procesos cognitivos mediado­res, a partir de las interacciones entre los tres “sectores” con los que se supone cubrir la acti­vidad cognitiva: “codificación/percepción”, “eva­luación consciente” y “memoria a largo plazo” (v. Jacoby, 1976 y 1978; Chesnut y Jacoby, 1977 y 1978; Chesnut, 1980). Y (3) una corriente “ci­bernético‑estadísticá”, interesada en formular la conducta del receptor‑consumidor en términos de “resolución de problemas”, y en elaborar para ello modelos empíricos de decisión típicamente reticulares, a partir de la información ofrecida por el entorno. Bettman (1975, 1979), que personifica mejor que nadie esta tenden­cia, se caracteriza al mismo tiempo por partici­par también en las otras dos tendencias y por sus constantes esfuerzos unificadores.

   En estos momentos parece que esa unifica­ción ansiada por Bettman ya se ha alcanzado.

Las distintas tendencias metodológico‑concep­tuales pueden haber confluido en un único modelo del procesamiento de información del con­sumidor (“CIP”); el mismo que, como se vio en el apartado anterior, había propiciado ya, a me­diados de los 70, la convergencia de la investi­gación mercadotécnica del consumidor y la pu­blicidad con la investigación extrapublicitaria de la comunicación y la comunicación persuasi­va. Tal unificación es compatible con una nota­ble atomización en los objetivos concretos de las investigaciones, y con un cierto protagonismo de la denominada “teoría actitudinal de la res­puesta cognitiva”; pero se hace patente en las revistas más específicamente consagradas a la comunicación publicitaria (Journal of Adverti­sing Research, journal of Advertisihg, journal of Consumer Research, journal of Marketing Re­search), y en las obras que van cristalizando en teoría los resultados de la investigación sobre persuasión, en general, y sobre persuasión pu­blicitaria, en particular (v., aparte los escritos más arriba citados: Leigh y Martin, 1980; Rolof y Miller, 1980; Petty y Cacioppo, 1981; Petty, Os­trom y Brock, 1981; Rajecki, 1982; Harris, 1983;Alwitt y Mitchell, 1985; Petty y Cacioppo, 1986).

 

3.2. Modelos que integran la psicologia de la publicidad

 

Según se justifica y evidencia en otro escrito anterior (Carrera, 1978), la actual teoría psicológicosocial de la comunicación persuasiva de masas, aplicable y aplicada a la comunicación publicitaria, es sintetizable en cuatro clases de modelos. Dicho en otros términos, complemen­tarios de los anteriores: una psicología de la co­municación persuasiva de masas que sea auto­suficiente y al mismo tiempo eficazmente apli­cable a la publicidad debe integrar armoniosa­mente cuatro modelos. Estas cuatro representa­ciones simplificadas son:.

 

1. Un modelo de comunicación o de comuni­cación de masas, adaptado a la comunicación persuasiva y a la comunicación persuasiva de masas, o simplemente adoptado; normalmente a partir de los componentes del paradigma de Lasswell: fuente, mensaje, canal, receptor y efectos.

2. Un modelo motivacional que ‑como es tí­pico de la psicología social‑ estará normal­mente expresado en términos actitudinales (por ejemplo “expectativa x valor”), y que ‑como es típico de la psicología cognitiva vigente‑ tra­tará de conectar la información recibida, reela­borada y almacenada por el receptor con su evaluación afectiva y su utilización preferencial en la toma de decisiones para la acción; dicho modelo habrá de ser capaz con ello de explicar no sólo la conducta de los sujetos ‑de los con­sumidores en este caso‑, sino también y parti­cularmente el control de dicha conducta por la vía comunicativo‑persuasiva‑publicitaria en este caso.

3. Un modelo secuencial de los efectos de la comunicación persuasiva, conceptualmente acorde con el paradigma precedente (“cambio de imagen‑de actitud‑de intención‑de conduc­ta”, por ejemplo), que será al mismo tiempo mo­delo de los objetivos persuasivos posibles ‑de los efectos seleccionables como objetivo‑, y de los criterios de eficacia persuasiva adecua­dos.

4. Un modelo (o conjunto modular de mode­los) de estrategia persuasiva ‑publicitaria en este caso‑, acorde con los paradigmas ante­riores y capaz de explicitar las vías de influen­cia pertinentes para alcanzar cada uno de los objetivos mencionados.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

 

Ajzen, I. E. Fishbein, M, Understanding Atitudes and Predicting Social Behavior Engléwood Cliffs, N.J., Prentice‑Hall, 1980.

Alwitt, L. F. & Mitchell, A.A., (Eds.), Psychogical Processes and Advertising Effects: Theory, Research and Application Hillsdale, N.J.: Erlbaum, 1985.

Anastasi, A. Fields of Applied Psychology New York, McGraw­-Hill, 1964.

Anastasi, A. Applied Psychology, In. D.L. Sills (Ed.), International Encyclopedia of the Social Sciences. New York: The Macmillan Co. & The Free Press, 1968.

Bauer, R.A. The Obstinate Audience: The Influence Process from the Point of View of Social Communication, American Psychologist, 1964, 19, pp. 319‑328.

Bettinghaus, E.P. Persuasive Communication, New York: Holt, Ri­nehart & Winston, 1968, 2nd ed., 1973.

Bettman, J.R. Issues in Designing Consumer Information Environ­ments. Journal of Consumer Research, 1975, 2, pp. 169‑177.

Bettman, J.R. An Information Processing Theory of Consumer Choice. Reading, Mas.: Addison‑Wesley, 1979.

Bogart, L. Consumer and Advertising Research. In: I. de S. Pool, W, Shramm, et al. (Eds.), Handbook of Communication. Chicago: Rand McNally, 1973.

Britt, S.E. (Eds.), Consumer Behavior and the Behavioral Sciences: Theories and Applications. New York: John Wiley & Sons, 1966.

Burtt, H.E. Psychology of Advertising. Boston: Houghton Mifflin, 1938.

Carrera Villar, F. Vigencia de los Modelos Aristotélicos en Teoría en Investigación de la Comunicación Persuasiva de Masas. Tesis doctoral en Filosofía; no publicada. Universidad Complutense de Madrid, 1978.

Carrera Villar, F. Imagen de la Publicidad e Imagen del Publicita­rio, Características Atribuidas y Dimensiones Factoriales. Cuadernos de Realidades Sociales, 1981a, 18/19, pp, 45‑87.

Carrera Villar, F. Significado Propio e Imagen Cromática y Mer­cadotécnica Asociada a la Música en Publicidad: Características Atribuidas y Dimensiones Factoriales. Nueva Publicidad, 1981b, 3, 21‑68.

Carrera Villar, F. Perspectivas y Orientaciones para la próxima década en Teoría e Investigación Psicologicosocial de la Comunica­ción Persuasiva de Masas. Memoria Presentada a la Secretaria de Estado de Universidades e Investigación, dentro del Programa de Fomento a la Investigación. Madrid, 1982. No publicada.

Carrera Villar, F. “Imagen‑Posición” y “Cambio de Imagen‑Posicio­namiento”: Fundamentación Psicológica y Psicométrica de una Do­ble Sinonimia. Nueva Publicidad, 1983, 12, pp, 17‑45,

Cohen, A.R. Attitude Change and Social Influence. New York: Ba­sic Books, 1964.

Cohen, J.B. (Ed.), Behavioral Science Foundations of Consumer Behavior. New York: The Free Press, 1972.

Croiset, A. Notice. In: Platon, Gorgias. Oeuvres Completes. París: Les Belles Lettres, 1960. Vol. III, pp. 89‑103.

Chesnut, R. W. Persuasive Effects in Marketing: Consumer Infor­mation Processing Research. In, M.E. Roloff & G.R. Miller (Eds.), Persuasion: New Directions in Theory and Research. Beverly Hills, Cal.: Sage, 1980.

Chesnut, R. W. & Jacoby, J. Consumer Information Processing: Emerging Theory and Findings. In, A.G. A.G. Woodside, J.N. Sheth & P. D. Bennett (Eds.), Consumer and Industrial Buyer Behavior. New York North‑Holland, 1977.

Chesnut, R. W. & Jacoby, J. Methods and Concepts del Consumer Information Processing: Toward and Integrated Framework. Research Paper N° 141a. New York: Graduate School of Business, Co­lumbia University, 1978.

Fishbein, M. A. Theory of Reasoned Action, Some Applications and Implications. In.: H. Howe & M. Page (Eds.), Nebraske Sympo­sium on Motivation, 1979. Vol, 27. Lincoln Univ, of Nebraska Press, 1980.

Fishbein, M. & Ajzen, I Belief, Atitude, Intention, Behavior ,4n In­troduction to Theory and Research Reading, Mas. Addison‑Wesley, 1975,

Fishbein, M. & Ajzen, I. Acceptance, Yielding and Impact, Cogniti­ve Processes del Persuasion In: R.E, Petty, TM. Ostrom & T.C. Brock (Eds.), Cognitive Response del Persuasion. Hillsdale, N. J.: Erlbaum.

Guthrie, W. K. C. A History of Greak Philosophy. Vol. III The Fifth‑Century Enlightment. Cambrigde Umversity Press, 1969.

Harris, R.J. (Ed.), Information Processing Research in Advertising. Hillsdale, N.J,: Erlbaum, 1983.

Hollingworth, H. L. Advertising and Selling, New York, Appleton­-Century‑Crofts, 1913.

Hovland, C.I. & Janis, I.L. (Eds.), Personality and Persuasibility. New Haven, Conn Yale University Press, 1959,

Hovland, C .I., Janis, I.L. & Kelley, H. H. Communication and Persua­sion. New Haven, Conn.: Yale University Press, 1953.

Howard, C.I, & Sheth, J.N, The Theory of Buyer Behavior. New York: John Wiley & Sons, 1969.

Howard, C.I. & Ostlund, L.E. Buyer Behavior. Theoretical and Em­pirical Foundations, New York. Random House, 1973.

Jacoby, J. Consumer Psychology, An Octenium. Annual Review of Psychology, 1976, 27, pp. 331‑358.

Jacoby, J. Consumer Research: A State of the Art Review. Journal of Marketing, 1978, 42, pp, 87‑96.

Katz, E. & Lazarsfeld, P. Personal Influence. Glencoe, 111.: Free Press, 1954,

Klapper, J.T. The Effects of Mass Communication. Glencoe, 111.: The Free Press, 1960,

Lasswell, H.D., Lerner, D. & Speier, H. (Eds.), Propaganda and Communication in World History. Vols. 1‑3. Honolulu: Univ. Press of Hawaii, 1979‑1981.

Leahey, T.H. A History of Psychology Englewood Cliffs, N.J. Prentice‑Hall, 1980, Trad. cast.: Historia de la Psicología. Madrid: Debate, 1982.

Leig, J ,H. & Martin C .R. (Eds.), Current Issues and Research en Advertising 1980. Ann Arbor, University of Michigan Graduate School of Business Administration Division of Research, 1980,

Link, H. C. The New Psychology of Selling and Advertising. New York: Macmillan, 1932.

Lucas, D.B. & Benson, C.E, Psychology for Advertisers. New York Harper & Brothers, 1930.

McGuire, W ,J. Personality and Attitude Change: An Information­-Processing Theory. In. AG. Greenwald et al. (Eds.), Psychological Foundations of Attitudes. New York: Academic Press, 1968.

McGuire, W.J. The Nature of Attitudes and Attitude Change, In: G. Lindzey & E. Aronson (Eds.), The Hanbook of Social Psychology. 2nd ed., 5 vols. Reading, Mass.: Addison‑Wiley, 1969. Vol. III.

McGuire, W.J. Attitude Change The Information‑Processsing Pa­radigm. In: C.G. McClintock (Ed.), Experimental Social Psychology New York, Holt, Rinehart & Winston, 1972,

McGuire, W.J. The Communications/Persuasion Matrix. In: B. Lips­tein & W.J. McGune, Evaluating Advertising A Bibliography of the Communications Process. New York: Advertising Research Foundation, 1978.

McGuire, W.J. Theoretical Foundations of Campaigns. In: R.E.

Rice & W.J. Paisley (Eds,), Public Communication Campaigns. Be­verly Hills, Cal.: Sage, 1981.

McGuire, W.J. Attitudes and Attitude Change. In: G. Lindzey & E, Aronson (Eds.), Handbook of Social Psychology 3rd ed. Vol. II, Spe­cial Fields and Applications. New York: Random House, 1985.

Münsterberg, H. Psychology and Industrial Efficiency. Boston: Houghton Mifflin, 1913,

Petty, R. E. & Cacioppo, J.T. Attitudes and Persuasion; Classic and Contemporary Approaches. Dubuque, lowa: W. C. Brown, 1981.

Petty, R. E. & Cacioppo, J.T. Attitude Change: Central and Periphe­ral Routes to Persuasion, New York, Springer Verlag, 1986.

Petty, R. E., Ostrom, T.M. & Brock, T.C. (Eds.), Cognitive Respon­ses del Persuasion, Hillsdale, N, J.: Erlbaum, 1981.

Poffenberger, A.T. Psychology in Advertising. Chicago: Shaw, 1928.

Poffenberger, A.T. Psychology in Advertising. New York: McGraw‑Hill, 1932.

Popper, K. The Open Society and its Enemies. 5th rev. ed. 2 vols. Princeton, N.J.: Princeton Univ. Press, 1966.

Rajecki, D.W. Attitudes: Themes and Advances. Sunderland, Mass.: Sinauer, 1982.

Ray, M.L. & Ward, D. (Eds.), Communicating with Consumers: The lnformation Processing Approach, Beverly Hills, Cal.: Sage, 1976.

Robertson, T,S, Consumer Behavior. Glenview, 111.: Scott, Fores­man & Co., 1970.

Roloff, M.E. & Miller, G.R. (Eds.), Persuasion: New Directions del Theory and Research, Beverly Hills, Cal.: Sage, 1980.

Ross, D. Aristotle. 5th ed. London Methuen, (1949) 1971.

Schramm, W. Channels and Audiences, In: I. de S. Pool, W. Schramm et al. (Eds.), Handbook of Communication. Chicago: Rand McNally, 1973.

Scott, W.D. The Psychology of Advertising. Boston: Small, May­nard, 1908.

Starch, D. Principles in Advertisitig, New York: McGraw‑Hill, 1923.

Starch, D., Stanton, H, N. & Koerth, W, Controling Human Behavior. New York: Macmillan, 1936,

Strong, E.K. Psychological Aspects of Business. New York: McGraw‑Hill, 1938.

Tipper, H., Hollingworth, H.L., Hotchkiss, G.B. & Parsons, F.A. Ad­vertising: Its Principles and Practices. New York, The Ronald Press, 1915.

Triandis, H ,C Attitude and Attitude Change. New York: John Wi­ley & Sons, 1971.

Wells, W.D. Consumer Psychology. In: J.M. Brown, F.K. Berrien, et al., Applied Psychology. New York: Mcmillan, 1966.