El ocio en la sociedad post‑industrial

 

Adolfo Castilla / José Antonio Díaz

 

Los estudios teóricos, las investigaciones cuantitativas y sus aplicaciones a la realidad española permiten diseccionar el concepto y la realidad del ocio. Las nuevas tecnologías y el concepto de experimentación social abren las puertas a un ocio productivo.

 

En nuestro anterior artículo “Ci­vilización del ocio y sociedad de la información” (TELOS n.° 6) habíamos tratado de desmitifi­car el ocio y de desmontar las interpretaciones excesivamen­te románticas que sobre él existen en nuestra sociedad. Iniciamos allí una revisión histórica de las distintas posiciones y concepciones que las sociedades occidentales han tendido ante el ocio que pretendemos conti­nuar aquí. Nos habíamos quedado con Veblen y su teoría de la clase ociosa, siendo oportuno in­dicar que estando trabajando en la preparación de estos artículos uno de nosotros tuvo la sin par ocasión de pasar tres días como invitado en un congreso, al que también asistía de invitado, él como personalidad internacional indiscutible, el bien conocido economista y político canadiense‑americano John Kenneth Galbraith. Fue­ron muchas las ocasiones de hablar y las de comprobar que el gran atractivo que Galbraith tiene como escritor se acrecienta al conocerlo en persona, y que su ironía y su agudeza no han disminuido con los años, pero el azar quiso que en la larga cena de clausura estuviera a su lado en la mesa presidencial. Fue el momento de abordar el tema Veblen. Sabíamos lo mucho que Galbraith menciona a este autor en sus li­bros y la gran afinidad que parece tener con él, sobre todo en su dimensión de crítico de la so­ciedad industrial. Creíamos, por otra parte, que habían coincidido como profesores en algunas de las universidades en que ambos enseñaron. Nos confirmó su conocimiento profundo de la obra de Veblen e incluso su dependencia de él en algunos aspectos, pero también que nunca lle­gó a conocerlo en persona, ya que cuando él fue contratado como joven profesor en la Uni­versidad de Berkeley hacía dos años que Ve­blen había muerto. Conoció en cambio a mu­chas personas que habían tenido amistad con él y aprendió mucho de su vida y de su obra.

En el tema del ocio nos indicó algo que sa­bíamos, pero que fue muy útil comprobar de tan primera mano: que el sentido que Veblen daba al ocio no tiene nada que ver con el que se le da en la sociedad actual a esta palabra. La ociosidad de los tiempos antiguos tiene poca relación con el tiempo libre que empieza a sur­gir en las sociedades industriales del siglo XX y con la preocupación en ellas aparecida de ha­cer un buen uso de este tiempo. Para Marie­-François Lanfant, la sociología del ocio aparece en los países industrializados occidentales en los años 50, unida en cierta forma a la automati­zación de los procesos productivos y a la gran euforia económica que en aquella época se produjo. Antes, a mediados de los años 20 y principio de los 30, se desarrolló en Estados Unidos una sociología empírica basada en los sondeos de opinión que muy pronto se fijó en el trabajo y en el ocio como temas de estudio. R. Lynd en 1925, Elton Mayo en 1927 y L. Warner en el mismo año, pusieron en marcha distintos trabajos empíricos a través de los que observa­ron la vida americana con especial referencia al trabajo y al tiempo libre (1) (2) (3). Más ade­lante, en 1934, Lundberg y Komarovski publica­ron los resultados de lo que puede ser la primera encuesta realmente hecha sobre el ocio (4). Por fin en 1935, el gran sociólogo Pitirim So­rokin publica un análisis del presupuesto del tiempo en el que se comprobaba, por ejemplo, que aunque la legislación americana prescribía la semana de 40 horas, muchos obreros trabaja­ban más de ese tiempo al disponer de otros tra­bajos aparte del trabajo principal (5) (6).

Posteriormente y ya después de la segunda guerra mundial David Riesman con su famosa obra The lonely crowd (7), Margaret Mead y Martha Loewestein, R. Havigurst, con su en­cuesta sobre el papel social de los adultos de 40 a 70 años y sus actividades de ocio, publica­da con el título de “Leisure and Life Style” en American journal of Sociology, Vol. 4, número 64, de enero de 1959, y Meyersohn (8), entre otros, abordan el tema del tiempo libre desde diversas perspectivas, quedando la mayoría de ellos decepcionados de lo que el ocio significa en la América consumista de los años 40 y 50, y de lo que el americano medio hace con su tiempo libre. Riesman en particular hizo una re­visión de sus posturas iniciales recogida en su libro Abundance for what?; publicado diez años después de The lonely crowd, en el que decla­ra lo importante que resulta el trabajo en el de­sarrollo del individuo y propone algo que noso­tros hemos comprobado a lo largo de nuestra investigación que resulta muy realista: que el individuo se realice como persona a través de su trabajo más bien que a través de su ocio.

Algunos años más adelante, ya en los 60, N. Anderson (9), M. Kaplan (10) y, sobre todo, De Grazia (11) vuelven a estudiar con fuerza el tema del ocio y sufren desencantos análogos a los vividos por otros autores. Este último en par­ticular, que al comienzo de sus estudios tenía una interpretación elitista ‑“a lo griego”‑ del ocio, y pensaba en ella como ideal para el ciu­dadano americano, analizó estadísticamente la evolución del tiempo libre a través de los años y encontró que era parcialmente una falacia el aumento del tiempo libre en la vida de una per­sona, al producirse un proceso de “tiempo dado, tiempo vuelto a recoger”, según el cual la jornada laboral se reducía pero al mismo tiem­po los hombres en las grandes ciudades nece­sitaban más tiempo para desplazarse al trabajo y para otras actividades que la sociedad indus­trial les exigía. También encontró este autor el círculo vicioso que se produce en las socieda­des avanzadas basado en los siguientes pasos: paro, o lo que es lo mismo, ocio forzoso; reajus­te profesional; nueva integración de las actividades en el tiempo. Proceso éste que se está viendo con absoluta claridad en nuestros días.

En Europa, tal como señala la autora que ve­nimos utilizando como referencia M. F. Lanfant, el estudio del ocio y la propia sociología del ocio se difundieron con un cierto retraso sobre los trabajos americanos, pero encontró en Fran­cia y en otros países, autores como J. Dumaze­dier, G. Friedman y otros, que lo hicieron avan­zar con rapidez y coherencia.

 

LO QUE INDICAN LAS ESTADÍSTICAS

 

La breve revisión histórica llevada a cabo muestra que la sociedad ha ido poco a poco in­troduciendo realismo en su interpretación de lo que el ocio es y de lo que significa para el hombre. Por un lado se observa que diversos autores han ido mostrando a través del tiempo que el ocio puede ser fuente de satisfacciones pero también origen de males y desgracias, y que no tiene sentido hacer un mito del tiempo libre y de su valor para enriquecer humana­mente al hombre. De hecho, muchos hombres utilizan su tiempo libre para embrutecerse y alie­narse como individuos. Por otro, que a partir de un determinado momento los hombres han aprendido a estudiar éste y otros fenómenos so­ciales utilizando datos y estadísticas objetivas, las cuales, en el caso concreto del ocio, han puesto de manifiesto que grandes porcentajes de la población de cualquier país avanzado es­tán muy alejados de lo que podría ser un ocio al servicio de la evolución y elevación del hombre como persona. Y por otro, por fin, que lo po­dríamos llamar ocio culto, intelectual o humani­zante en su sentido más amplio, está en nues­tras sociedades al alcance de un número muy reducido de personas. No pudiéndose decir, por otra parte, si es posible la extensión a más personas de este tipo de ocio y, ni siquiera, si tal forma de emplear el tiempo libre es supe­rior a otras posibles.

Esa exigencia de realismo nos ha llevado a nosotros a buscar los datos disponibles y a ana­lizarlos con atención. Desgraciadamente no existe abundancia de información en este terre­no, y a primera vista resulta sorprendente que el ocio y los temas con él relacionados tengan tan poca literatura científica o de ensayo, inclu­so entre las publicaciones especializadas en te­mas sociológicos. En lo relativo a estadísticas fiables la situación es mucho más grave, ya que éstas no suelen elaborarse de forma continuada ni abarcar a todos los grupos sociales. Cuando existen, se trata más bien de trabajos de inves­tigación que han hecho análisis puntuales me­diante encuestas y otras técnicas similares. En España, el Centro de Investigaciones Sociológi­cas incluye en sus estudios determinadas varia­bles sobre el cambio socio‑cultural y de actitu­des hacia el tiempo libre, pero no de forma continuada (12). También han hecho aportacio­nes en este terreno otras instituciones como la Fundación Santa María (13).

Para lo que se pretende en este artículo nos ha resultado adecuada la información facilitada por una publicación reciente del Instituto de la Juventud del Ministerio de Cultura debida a En­rique Gil Calvo y Elena Menéndez Vergara: Ocio y prácticas culturales de los jóvenes (14).

A grandes rasgos, dicha información demues­tra que el tiempo dedicado a ese ocio culto al que se ha hecho referencia anteriormente es muy bajo por lo que se refiere a un hombre promedio perteneciente a un país desarrollado, y más bajo aún por lo que se refiere a un joven español promedio de 15 a 24 años. Para empe­zar, es necesario señalar que el tiempo dedica­do a la satisfacción de las necesidades prima­rias, tal como la alimentación, el descanso y el aseo, es bastante elevado en el hombre prome­dio. La satisfacción de estas necesidades, por otra parte, obliga al individuo a realizar una ac­tividad laboral remunerada que resulta asimis­mo de larga duración. Ambos grupos de activi­dad suponen ya más del 63% de las 24 horas existentes en un día.

En esta línea de agrupar las diferentes activi­dades a que un individuo (hombre o mujer) de­dica su tiempo, el libro citado, siguiendo una práctica habitual, distingue cinco grandes cate­gorías: tiempo de satisfacción de necesidades básicas (dormir, asearse y alimentarse), tiempo de trabajo, tiempo de estudio, tiempo de traba­jo doméstico (labores y trabajos en el hogar) y tiempo libre (resto del tiempo disponible hasta completar las 24 horas del día).

Tomando como referencia las estadísticas de un país como Finlandia que Gil y Menéndez Vergara consideran bastante similar al nuestro, en relación con estos temas, se comprueba que el hombre promedio de 35 a 44 años dispone de aproximadamente 5 horas diarias de tiempo libre. A primera vista éste es un número de ho­ras suficientemente elevado como para pensar que puede sacar partido de él para cultivarse y realizarse como persona, pero un examen por­menorizado del uso real de ese tiempo muestra que lo dedica de hecho a muchas actividades que no van en esa dirección. En el Cuadro 1 se puede ver el detalle de actividades, compro­bándose que existen hasta 23 distintas a las que un hombre adulto dedica distintos porcentajes de su tiempo libre.

 

DISTINTOS TIPOS DE TIEMPO LIBRE

 

Un primer interrogante en relación con esta lista general de actividades típicas de tiempo li­bre es el de cuántas de ellas pueden incluirse dentro de lo que denominamos ocio culto. Esto nos lleva a una cuestión que se ha venido apla­zando hasta ahora: la de distinguir entre tiempo libre y ocio, e incluso, entre distintos tipos de ocio. Será conveniente aquí citar a Robert A. Stebbins, quien dice que el ocio debe entender­se como “una oportunidad para la expresión corporal, incremento de la autoconciencia y au­torrealización” (15). Y también a un autor mucho más antiguo, Cicerón, que indicó en su tiempo que “el ocio consiste en todas aquellas activida­des virtuosas por las cuales un hombre crece moral, intelectual y espiritualmente. Es lo que hace a la vida digna de ser vivida”.

Según estas definiciones no todo el tiempo li­bre puede considerarse tiempo de ocio, ni si­quiera todo ocio tiene un valor positivo. El gran problema con el hombre medio es que suele complementar un trabajo alienante con un ocio “alienado” o “anómico” que nada contribuye a la calidad dé vida (16). Este camino, sin embargo, es peligroso, porque nos puede llevar a una concepción del ocio excesivamente intelectual y sofisticada, y pretender además que todos los hombres la acepten. Este puede muy bien ser el error de los que idealizan el concepto de ocio.

Para el análisis que aquí se lleva a cabo es válido, de momento, el señalar que conviene denominar tiempo libre al tiempo residual que queda después del tiempo de satisfacción de necesidades básicas, tiempo de trabajo, tiempo de estudio, y tiempo de trabajo doméstico. Den­tro de él conviene denominar tiempo de ocio al tiempo dedicado a actividades directamente enriquecedoras del individuo tanto físicas como intelectuales, como de interrelación. A su vez dentro de este último tiempo cabría distinguir el tiempo de ocio culto (*), el cual será el más cercano a la definición de Cicerón recogida an­teriormente.

Dicho de esta forma, y aunque una misma ac­tividad pueda vivirse constructiva o destructiva­mente, no muchas de las 23 categorías anterio­res, practicadas por un individuo promedio, pueden incluirse en el “tiempo de ocio”. Muy pocas de entre ellas, por otra parte, estarían dentro de nuestro “tiempo de ocio culto”.

Para comprobar las anteriores afirmaciones se puede hacer uso de nuevo del trabajo de Gil Calvo y Menéndez Vergara, quienes al analizar la encuesta realizada entre jóvenes españoles de 15 a 24 años obtienen los resultados que se muestran en el Cuadro 2, y concluyen que sola­mente una minoría de jóvenes (1%) usa su tiem­po libre en actividades culturales‑intelectuales (conferencias, museos, conciertos de música clásica, exposiciones, etc.)

Destaca en el cuadro anterior el que, en el caso de los jóvenes, las actividades de tiempo libre ocupan el segundo lugar en importancia por cantidad de tiempo a ellas dedicado. El he­cho de que este colectivo tenga casi siete ho­ras, o lo que es lo mismo, un 28% del total de tiempo disponible, potencialmente dedicable al ocio es algo de gran importancia y que val­drá la pena no olvidar cuando más adelante se aborde el concepto de ocio productivo. Tam­bién es conveniente tener en cuenta que las ac­tividades de tiempo libre que concitan más aceptación entre los jóvenes son las de rela­ción, seguidas por las de radiotelevisión; y las que menos, las actividades participativas y las de tipo cultural, justo aquellas que en principio parecen más apropiadas para el enriqueci­miento y aprovechamiento personal. Dicho de forma más concreta, la actividad aislada a la que se dedica más tiempo es la de ver televi­sión, actividad que se podría calificar de “ocio pasivo”, por cuanto el individuo es un mero es­pectador. Esto puede ser una consecuencia de que ver televisión sea un “ocio barato” al que el joven tiene acceso con relativa facilidad. Lo mismo se podría decir de la segunda actividad en orden de preferencia, que resulta ser la charla y conversación. En general, las activida­des participativas aumentan a partir de los 25 años, al contrario de lo que ocurre con las acti­vidades al aire libre, que disminuyen con la edad. La lectura de libros y revistas disminuye constantemente, mientras que aumenta la lectu­ra de la prensa diaria. Resalta, por último, el que en España y en el resto de Europa el enve­jecimiento de la persona va acompañado de un progresivo abandono de aficiones y “hobbies”.

 

CALIDAD DE OCIO

 

El ocio barato a que antes se ha hecho refe­rencia y las prácticas de los jóvenes comenta­das llevan a otra dimensión del tema que intro­duce una porción adicional de realismo, que Gil y Menéndez también abordan con buen criterio en su libro. Se trata de que, por paradójico que parezca, la calidad del ocio aumenta con los re­cursos económicos disponibles. La asistencia a conciertos y teatros, los viajes de formación y la cultura en general se presenta en nuestras so­ciedades en forma de elementos de consumo que, con frecuencia, tienen precios elevados. El cultivo personal depende en gran manera de la actitud del individuo, pero es probable que de­penda mucho más de las oportunidades que ese individuo tenga para cultivarse. En nuestras sociedades, por desgracia, no se ofrecen toda­vía las mismas oportunidades a todos los indivi­duos, especialmente en el terreno de la cultura y la vida intelectual. En el libro de Gil y Menén­dez, repetidamente utilizado aquí, se ofrece una evaluación cuantitativa de la calidad del ocio basada en una serie de cálculos que comienzan por establecer el promedio de gasto en pesetas empleado en actividades de tiempo libre por cada grupo de población joven considerado y el promedio de tiempo libre disponible. Con estas dos cantidades se obtienen las pesetas por minuto que cada grupo dedica al tiempo li­bre. A partir de estos datos se elabora un índi­ce de cantidad de ocio y otro de calidad de ocio. En el Cuadro 3 se pueden ver los valores de estos índices para diversos grupos de pobla­ción.

Se puede ver en este cuadro que el ocio de más “calidad” es el disfrutado por los solteros y solteras independientes y, en términos genera­les, que las personas con trabajo y sin respon­sabilidades familiares directas son las que dis­frutan de un “mejor ocio”. Por el contrario, los varones y mujeres sin empleo ocupan el lugar 22 y 24 respectivamente, lo que sin duda da idea de la importancia del factor trabajo para conseguir un ocio de calidad. Hablar entonces de que la persona obligatoriamente desocupa­da (falta de empleo o jubilación anticipada) puede aprovechar su tiempo libre en un ocio culto, como hacen algunos autores actuales, es algo fuertemente alejado de la realidad.

Al trabajo se le concede hoy por todo lo an­terior un alto valor, siendo la falta de él una de las primeras causas de depresión entre los jó­venes, según un estudio realizado recientemen­te por el profesor Josep María Blanch sobre de­sempleo juvenil y salud sicosocial (17). El tiem­po libre, por otra parte, es muy valorado por las personas con jornada laboral completa, mien­tras que para los desocupados el tiempo libre no tiene ningún valor, ya que disponen de él en exceso. Todo esto muestra que existe en nuestra sociedad un delicado equilibrio entre traba­jo y ocio sobre el que es muy difícil y peligroso actuar. No tiene sentido en esta dirección el ha­blar de que de la noche a la mañana se puede distribuir el trabajo existente. Desde un punto de vista teórico es cierto que no hay nada raro en pensar que el hombre occidental dedicará cada vez menos tiempo al trabajo remunerado, ya que, entre otras cosas, así se deduce al ana­lizar la evolución de la jornada laboral en los úl­timos cien años, pero este tema exige otro aná­lisis y, desde luego, no se puede abordar con visiones simplistas. No será nunca un asunto que pueda ser resuelto por decreto ni por otras medidas de los gobiernos. Se llegará a ello por una evolución natural y lenta tal como hemos llegado a la actual jornada de 40 horas semana­les, en la que será decisivo el que exista expan­sión económica y afluencia. Tal como muestran estadísticas recientes, sobre un largo ciclo de reducción continua de la jornada laboral se su­perpone en nuestros días un corto brote de au­mento de trabajo de las personas que tienen empleo, probablemente debido a la crisis eco­nómica y a la consiguiente necesidad de traba­jar más para mantener el poder adquisitivo.

 

EVOLUCIÓN DE LA JORNADA LABORAL

 

Esto nos lleva a una segunda cuestión, latente en las estadísticas de tiempo libre analizadas anteriormente. Es la relativa al valor que tiene el concepto de hombre promedio. Como todos sabemos, las estadísticas pueden desvirtuar la realidad al decirnos que todo hombre tiene 5 horas diarias de tiempo libre, cuando lo que en realidad ocurre es que tomando dos hombres hay uno que trabaja diez horas y otro que no trabaja ninguna. Por supuesto que hay medidas estadísticas, como la desviación típica o incluso la curva de densidad, que aportan información adicional sobre el fenómeno aleatorio estudia­do, pero éstas resultan mucho más difíciles de obtener. En el caso concreto que nos ocupa no estaban disponibles, pero hay razones para creer que existe una gran dispersión o incluso que el empleo y el ocio en las sociedades in­dustrializadas adopta la forma de un fenómeno bipolar, según el cual hay en un extremo un gran número de personas superocupadas y en el otro un gran número de personas subocupa­das.

Por otra parte, también hay en nuestros días un proceso de transferencia de obreros (blue collars) a administrativos, técnicos, profesiona­les y ejecutivos (white collars), producto, entre otras cosas, de un aumento de puestos de tra­bajo en el sector servicios, como muy bien indi­ca en un reciente artículo el profesor Garmen­dia Martínez (18). Como es sabido, en el caso de los técnicos, profesionales y ejecutivos, las fronteras entre tiempo de trabajo y tiempo libre se hacen imprecisas, ya que, con mucha fre­cuencia, se tiende a mezclar los dos tipos de ac­tividades. No se debe olvidar tampoco que es precisamente en el subgrupo de profesionales, técnicos y ejecutivos, donde cada vez hay más personas que trabajan autónomamente y que si­túan la actividad que les permite subsistir muy cercana a aquello que les gusta hacer. El caso de los artistas de todo tipo, que cada vez son más numerosos en las sociedades avanzadas, es un ejemplo de ello.

Por tanto, hay que pensar que para un gran número de personas el trabajo remunerado es al mismo tiempo una forma de cultivarse y reali­zarse y, para ellos en particular, lo que podría­mos llamar jornada laboral oficial deja de tener sentido. Dicha jornada es en realidad algo pro­cedente de las grandes fábricas y cadenas de montaje típicas de una época industrial que em­pieza a estar superada. Por supuesto que se se­guirá hablando en nuestras sociedades de re­ducción de la jornada laboral y de acuerdos en­tre los agentes económicos para llevarla a cabo, pero se trata ya de un atavismo en el que cada vez se verán reflejadas menos personas. Ade­más de la disminución del número de obreros manuales que los sistemas de producción nece­sitan y del mayor número de profesionales y ar­tistas autónomos, a lo que antes se ha hecho re­ferencia, las modernas tendencias hacia la flexi­bilización de la fabricación y las prácticas de trabajos a tiempo parcial, horarios flexibles e incluso el trabajo a distancia, contribuirán a una pérdida paulatina de vigencia del concepto de jornada laboral.

Teniendo todo esto en cuenta, la sociedad del ocio, concebida como una sociedad en la que los hombres se enriquezcan física, cultural y éti­camente, tiene más posibilidades al producirse a través de personas ocupadas y satisfechas con su trabajo que a través de personas ocio­sas. Mucho menos se podrá conseguir a través de personas con mucho tiempo libre no desea­do. Circunstancia esta última que, desgraciada­mente, es muy frecuente en nuestros días.

Determinar los tipos de tiempo libre existen­tes en nuestra sociedad resulta así decisivo. Pa­rece incuestionable que el tiempo libre total ha aumentado de forma considerable en las socie­dades más desarrolladas, por combinación de una mayor duración de la vida con un menor tiempo de trabajo. En el Gráfico 1 se puede ver la evolución de estas variables para el caso concreto de Francia (19).

Datos del U. S. Bureau of Labor Statistics de Estados Unidos confirman esta evolución del tiempo de trabajo y del tiempo libre al mostrar que en tiempos lejanos el hombre dedicaba el 33% de su vida al trabajo. En la época en que predominaba la agricultura, la actividad laboral solamente absorbía un 29% del tiempo de vida de un individuo. En la actualidad, por último, ese porcentaje disminuye drásticamente hasta un 14% o menos (20). En el Gráfico 2 se puede ver esta evolución para tres periodos históricos característicos.

Para obtener el verdadero sentido de esta evolución, no obstante, resulta imprescindible un análisis de detalle al objeto de saber dónde se encuentran las bolsas de tiempo libre.

 

DIFERENTES TIPOS DE TIEMPO LIBRE

 

Nuestras investigaciones muestran que se pueden hacer los siguientes grupos de perso­nas:

1. Juventud desempleada en busca de su pri­mer empleo.

2. Personas en edad de trabajar que han perdido su trabajo.

3. Empleados a tiempo parcial porque no encuentran un empleo a tiempo completo.

4. Jubilados anticipadamente.

5. Jubilados a la edad habitual.

6. Amas de casa y otras personas que disponen de algún tiempo libre.

7. Personas empleadas con jornada normal de trabajo.

8. Personas muy ocupadas y sin tiempo libre, pero con conciencia de estar alienadas por su trabajo.

9. Personas muy ocupadas, pero realizadas en su trabajo.

 

La actitud ante el tiempo libre es diferente en cada uno de estos grupos. Para los tres pri­meros se podría hablar de un “tiempo libre no deseado”, ya que esta actitud es la predominan­te en ellos. El tiempo libre llega a ser insoporta­ble en estos casos porque la persona que lo su­fre no tiene resuelta la subsistencia, no tiene status social y no se está realizando como indivi­duo. La única medida efectiva para las personas que están en esta situación es la de proporcionar­les trabajo. En el grupo situado en cuarto lugar se pueden establecer dos subgrupos, uno que se incorporará al de las personas con “tiempo libre no deseado” y otro que se incorporará a los dos grupos siguientes (grupos 5, 6 y 7) caracteriza­dos por un “tiempo libre aceptado”.

Los componentes del grupo 8 constituirían el caso de personas a las que se les podría asig­nar el término de “tiempo libre deseado”, signi­ficando en este caso que desearían tener tiem­po libre.

En cuanto al grupo 9 habría que decir que lo forman aquellas personas que tienen perfecta­mente integrado en sus vidas el tiempo libre.

Una simple mirada a la realidad española de nuestros días indica que lo más grave puede que sea las bolsas de tiempo libre no deseado, existentes, localizadas en los grupos 1, 2 y 3 an­teriores. Como éstos lo que de verdad necesi­tan es empleo, cualquier consideración sobre su potencialidad para el ocio carece de todo sentido.

Más posibilidades de ser recuperados para el ocio tendrían los grupos con tiempo acepta­do y eventualmente aquellas personas del gru­po 8 con conciencia de trabajo alienante. Pero no se puede ser muy optimista en cuanto a que el número de personas disponibles para una so­ciedad del ocio sea elevado si uno tiene en mente un ocio muy sofisticado. Gran parte de las personas del grupo 7, que es uno de los más numerosos, tienen en gran manera resuelto su problema de tiempo libre, sin conciencia de emplearlo estérilmente y desde luego sin utili­zarlo en actividades excesivamente culturales o humanizantes. Lo emplean, por el contrario, en un ocio típicamente consumista para el que el trabajo y el poder adquisitivo es decisivo.

Ya se ve, por tanto, recapitulando, que en nuestra sociedad el tiempo libre total, de acuer­do con la jornada laboral oficial y con la dura­ción de la vida, aumenta, pero este tiempo cada vez afecta a menos individuos, como ya se ha señalado, ya que: a) el desempleo es elevado y tiende a mantenerse, los que lo sufren no son candidatos del ocio; b) hay muchos individuos que pasan de obreros o empleados a profesio­nales y técnicos para los que el tiempo de tra­bajo se mezcla con el tiempo libre y de hecho aumenta; c) los que permanecen sometidos a la jornada laboral oficial ven aumentar su tiempo de trabajo por necesidad de hacer horas ex­traordinarias o tener un segundo empleo; d) los jubilados tienen poco poder adquisitivo y unos intereses de ocio limitados; y e) los artistas (es­critores, músicos, etc.) empleados autónomos y empresarios están ocupados en exceso al haber integrado en sus vidas trabajo y ocio.

¿Dónde está por tanto la sociedad del ocio proclamada por muchos autores? De momento, y si se piensa en un ocio culto, en ningún sitio. Tampoco hay indicios de que incluso en un ocio consumista se esté avanzando en los últimos años. La confluencia de circunstancias adver­sas, entre las que hay que mencionar el fuerte desempleo de unos y las dificultades económi­cas de otros, están haciendo que esa sociedad del ocio vislumbrada en los mejores momentos de la década expansionista de los 60, cuando menos, se retrase. ¿Qué pasará, sin embargo, en el futuro? Todo dependerá del impacto so­bre la sociedad de las nuevas tecnologías y de si éstas volverán a producir o no una etapa de desarrollo económico como las vividas en épo­cas pasadas. Pero lo que ya vamos sabiendo de parte de estas tecnologías, de las nuevas tecno­logías de la información especialmente, es que afectan con fuerza a la productividad de los sis­temas de producción, aumentándola de forma destacada. Esta influencia se extiende a todos los sectores, pero tiene un efecto especialmen­te destacado en el sector terciario; sector que se había mantenido hasta fechas recientes con crecimientos muy lentos de la productividad y que se pensaba podía ser el refugio de las per­sonas que resultaran desplazadas de los secto­res primario y secundario.

El primer impacto, por tanto, de las nuevas tecnologías puede ser negativo y acrecentar los fenómenos anteriormente relacionados (a, b, c, d y e). En una segunda etapa, es verdad que las nuevas tecnologías y los nuevos servicios pueden dar lugar a un aumento de las activida­des económicas que, al igual que ocurrió en el pasado con procesos de acumulación de tecno­logía, produzcan una fuerte expansión económi­ca (21). Si éste es el caso, sabemos también que las nuevas actividades exigirán conoci­mientos especiales de los individuos y que en gran manera la sociedad se dividirá probable­mente no en proletarios y no proletarios como ahora, sino en personas que saben y personas que no saben (22). Con la particularidad de que hemos aprendido algo en lo relativo a distribu­ción de la riqueza, pero no sabemos todavía nada en cuanto a distribuir los conocimientos y la sabiduría. Cabe prever, por tanto, una socie­dad futura con fuertes desequilibrios, y mien­tras éstos existan, no será posible hablar de ocio, a menos que por ocio se entienda esa es­pecie de “limbo”, basado en la mera supervi­vencia con el que nuestra sociedad mantiene hoy a muchos desempleados y subempleados.

Estos desequilibrios han sido ya bien identifi­cados en la sociedad española, donde el au­mento de productividad ha acompañado siem­pre al uso intensivo de las nuevas tecnologías y todo ello ha traído consigo importantes cambios en el mercado laboral. El caso más estudiado es el de la banca privada, que ha amortizado miles de puestos de trabajo en una época ex­pansiva por lo que se refiere a su actividad económica, como muy bien se señala en el li­bro Trabajo y Nuevas Tecnologías, editado por José Manzanares (23).

 

LA TECNOLOGÍA COMO PARTE DE LA SOLUCIÓN

 

Si aceptamos que las tendencias observadas se mantendrán en el futuro, el tiempo libre del individuo promedio, medido como tiempo glo­bal en la vida de una persona, seguirá aumen­tando. Habría también que admitir que las nue­vas tecnologías, en su lado positivo, propiciarán la existencia de distintos “modelos de vida” que coexistirán sin dificultad en un entorno social que puede dar cabida a la diversidad y a la ex­presividad individual. Con ambas cosas en la mano y siendo más bien voluntaristas, podría­mos concebir una sociedad futura en la que el ocio juegue un papel fundamental en la vida de una persona. Para que esto ocurra, las transfor­maciones traídas consigo por la tecnología y la economía deben ir acompañadas de cambios culturales y actitudinales, o lo que es lo mismo, de nuevos valores sociales. Es necesario un proceso de adaptación social, imprescindible, sobre todo, ante lo que Kishida llama una “so­ciedad de canales múltiples”, que no es otra cosa que una sociedad en la que existen mu­chos “modelos” o “estilos de vida”.

El desarrollo de esa sociedad será una con­secuencia más o menos deseada de las nuevas tecnologías, ya que, como dice este autor, “la nueva tecnología actúa con frecuencia como factor desorganizador en la sociedad actual. Esto significa que las nuevas tecnologías apor­tan nuevos y heterogéneos sistemas de valores a los sistemas de valores existentes. Únicamen­te la sociedad capaz de abrazar los nuevos sis­temas de valores podrá recoger realmente los frutos de la innovación tecnológica. Con el fin de alcanzar estas innovaciones tecnológicas, la sociedad debe ser capaz de permitir la coexis­tencia de varios sistemas de valores, siendo po­sible con ello la sociedad de canales múltiples. La innovación tecnológica se hará aún más ve­loz en la sociedad de canales múltiples” (24).

Estas ideas fueron escritas en 1970, y en la actualidad ya hay rasgos en las sociedades más desarrolladas de que efectivamente existe una sociedad con múltiples modelos de vida, mu­chos de ellos consecuencia directa del avance tecnológico. La aplicación de las nuevas tecno­logías se notará no sólo en el modo de produc­ción, sino también, y quizás sea éste el efecto más importante, sobre los sistemas de valores sociales. El papel del trabajo se redefinirá total­mente en esos sistemas y se dará importancia a todas las actividades que se pueden hacer du­rante el tiempo libre. La realización personal podrá producirse de maneras muy distintas y el trabajo en una empresa determinada, con un horario fijo y con un despacho o lugar de traba­jo definido, ya no será para la mayoría de las personas la única forma de “tener trabajo”.

El trabajo colectivo podría no ser en el futuro el más extendido. Las nuevas tecnologías, y más concretamente las nuevas tecnologías de la información, permiten la búsqueda de alternativas al sistema de producción tradicional (25). La diversidad social se reflejará en los distintos es­tilos de vida. Trabajos nocturnos, horarios no estandarizados y otras prácticas determinarán la aparición de nuevas costumbres y nuevas pautas de comportamiento. Todos dormiremos un número de horas aproximadamente igual pero con el cierre de las fábricas y sus horas fi­jas de entrar y salir, cada persona podrá adap­tar sus horas de descanso a su propia conve­niencia y gusto. Este fenómeno, observado por Toffler, nos da idea de una sociedad desmasifi­cada en donde el individuo reclama su derecho a ser diferente: “las personas de hoy más aco­modadas e instruidas que sus padres y situadas ante más elecciones vitales rehúsan, simple­mente, ser masificadas. Cuanto más difieren en­tre sí las personas por lo que se refiere al tra­bajo que hacen o a los productos que consu­men, más exigen ser tratados como individuos... y más resistencia oponen a horarios socialmen­te impuestos” (26). Se vislumbra, abundando en esta dirección un poco utópica, una sociedad en la que, en lugar del opulento consumo mate­rial, se busque la creatividad intelectual huma­na, como hace unos años soñaba Masuda (27). Los efectos de la reducción relativa de la vida laboral hay que verlos desde esta perspectiva.

Las nuevas tecnologías permiten en gran ma­nera la ocupación de un tiempo libre que pue­de ser excesivo. Estas tecnologías pueden ha­cer posible el trabajo en casa, los negocios fa­miliares, la actividad productiva unipersonal y la labor creativa del individuo aislado. La crea­ción de software es uno de los ejemplos más socorridos, ya que, sobre todo en los países avanzados, son bastantes las personas que han conseguido hacerse millonarias, o casi, con el desarrollo de programas en ordenador, realiza­dos aisladamente en su propia casa trabajando sobre un pequeño ordenador de costo reduci­do. En cierta forma la tecnología más avanzada, especialmente en lo que se refiere al uso de los productos y servicios con ella creados, se pare­ce a la artesanía (se podría decir que es la nue­va artesanía) y es, en este sentido, una nueva oportunidad para el hombre. El gran desarrollo de los servicios que en base sobre todo a las nuevas tecnologías de la información se pueden producir, constituye hoy una nueva frontera que está siendo explorada con avidez por los países más avanzados.

Gershuny y Miles han llevado a cabo un des­tacado estudio sobre el tema en los países de la Comunidad Económica Europea, que, subvencionado inicialmente por el Programa FAST de la Comisión de las Comunidades, fue publicado posteriormente en forma de libro (28).‑ En él los autores, después de hacer un enorme esfuerzo por clasificar, medir y estudiar los servicios, in­dican las posibilidades de actividad económica que éstos encierran, sobre todo si se desarro­llan los nuevos servicios que hoy se prevén al­rededor de la información, la informática, las te­lecomunicaciones y las comunicaciones en ge­neral. Para ello, los autores indican que es im­prescindible que se generalice en la sociedad lo que ellos llaman innovación social, la cual contraponen a la innovación industrial de otras épocas. La idea de experimentación social, a la que posteriormente haremos otra referencia, surge directamente conectada a esa necesidad de innovar socialmente hablando. La creativi­dad se hace imprescindible si se desea que la nueva sociedad sea una realidad. La necesidad de esta nueva forma de vivir, por otra parte, es urgente porque difícilmente se podrá volver al pleno empleo con medidas de reindustrializa­ción que intenten resucitar las condiciones eco­nómicas de los años 60 (29). Si es que alguna vez se puede volver a algo que pueda llamarse pleno empleo, ya que tal como cita David A. Bell: “un informe reciente del Economist Intelli­gence Unit concluye también que no volverá a haber pleno empleo en el sentido de horas de trabajo por semana, etc. con el que estamos acostumbrados” (30).

 

PREPARACIÓN PARA EL OCIO

 

La sociedad post‑industrial como sociedad de servicios y las nuevas tecnologías cobran así el sentido de una nueva oportunidad que es nece­sario aprovechar. Para ello se hace imprescin­dible una cierta actuación de la sociedad sobre sí misma y de los gobiernos y otras instituciones más directamente responsables de conseguir que los cambios se produzcan.

Con vistas a una eventual actuación conviene recordar que el impacto inmediato de las nue­vas tecnologías puede ser el de aumentar el tiempo libre global y el de los individuos aisla­damente considerados. Esto ya ha quedado de­mostrado que no supone en sí mismo ninguna mejora. Únicamente con una actuación adecua­da se podrá sacar partido de ello. En el Gráfico 3 se puede ver la distinción entre tiempo libre y ocio que venimos haciendo en este trabajo. El tiempo estéril crea frustración personal y conflicto social y es el que probablemente aumente al disponer el hombre de más tiempo libre total de una manera drástica. Cuando ese tiempo se reduzca al máximo es cuando, de acuerdo con la terminología introducida, se estaría de ver­dad practicando el ocio.

Con esta categorización, por otro lado se abre camino a muchas formas distintas de ocio, una de las cuales sería el ocio culto.

Cualquier actuación debe intentar prioritaria­mente la reducción al máximo del tiempo esté­ril y en un segundo nivel de prioridad el au­mento del tiempo dedicado al ocio culto. Las actuaciones que aquí se han considerado son siempre de tipo motivacional y tendentes al cambio de actitud. En el Gráfico 4 se incluye una primera propuesta que hace referencia a los tres grandes tipos de tiempo libre anterior­mente establecidos.

La actuación más urgente nos parece a noso­tros que debe ser la de proporcionar empleo a aquellos que no lo tienen. Como medida subsi­diaria cabría pensar que se puede hacer una terapia sobre las personas desempleadas, ten­dente a evitar la frustración, a adoptar una pos­tura activa y a ser creativos para, incluso, resol­ver su problema de falta de ingresos. En una sociedad rica, que es en la única que se puede hablar de ocio, habría que esperar que las per­sonas necesitadas de este tipo de terapia fue­ran pocas y marginales. Si las personas con tiempo libre no deseado son muchas, es difícil imaginar una sociedad del ocio, según ya se ha indicado.

Más típico de una sociedad del ocio es la existencia de un grupo numeroso de personas con tiempo libre aceptado; y más típico todavía el que muchas de estas personas tengan con­ciencia de tiempo estéril y quieran emplearlo de forma constructiva. En este caso es donde sí tendría sentido una terapia de tiempo libre ca­paz de hacer que esas personas vivan menos frustradas.

Para las personas del grupo 8 sería posible imaginar una terapia tendente a desalienarlas y a hacerlas disfrutar de los placeres culturales y espirituales de la vida.

Por tanto, el que los grupos 5, 6 y 7 fueran nu­merosos y los grupos 1, 2, 3 y 4 reducidos sería signo inequívoco de una sociedad del ocio. Los datos acumulados por el equipo de FUNDESCO que trabaja en este tema indican que, atendien­do a estas mediciones, España se encuentra hoy lejana a tal tipo de sociedad y, desde lue­go, con peores posibilidades de acceder a ella que al principio de los años 70.

 

HACIA UN “OCIO PRODUCTIVO”

 

En esas condiciones cualquier medida típica de sociedad afluente y ociosa, como puede ser la de una terapia de tiempo libre, chocará con la resistencia del medio y con muchas otras difi­cultades. Es necesario pensar en medidas “ad hoc”, que además hoy deben tener en cuenta las posibilidades que ofrecen las nuevas tecno­logías. Lo que nosotros damos en llamar “ocio productivo” ‑conscientes de que cada una de estas dos palabras tiene significado contrario­ va en esa dirección.

Se trataría de poner juntas en una misma uni­dad de actividad a personas procedentes de to­dos los grupos anteriores, es decir, tanto a aquellas que no tienen empleo y necesitan cu­brir sus necesidades como a aquellas que te­niendo resuelto su problema económico quie­ran disminuir su tiempo estéril o a las que es­tando muy ocupadas quieran llevar a cabo una vida más creativa y humana. De que el ordena­dor, el vídeo, la televisión, las bases de datos y otras tecnologías pueden ser utilizadas en este menester no hay hoy ninguna duda, sobre todo ante las inmensas posibilidades de comunica­ción e información que éstas abren y muy espe­cialmente ante su empleo en el mundo del arte y en el de la creatividad en general.

En los países más avanzados hay ya numero­sos ejemplos de clubs de creación e intercam­bio de software para ordenadores personales; de redes de interconexión a través de ordena­dores y de red telefónica de personas interesa­das en un mismo tema; de servicios de valor añadido de carácter personal, como la mensaje­ría o la consultoría sentimental; de servicios de información especializada ofrecida a través de sistemas de videotext; de bases de datos surgi­das de la iniciativa y el esfuerzo de grupos muy reducidos o incluso de personas aisladas; de servicios de acceso a bases de datos ofrecidos desde el propio domicilio de una persona que se ha lanzado a ese tipo de actividad, de músi­ca por ordenador; de diseño por ordenador; etc. De momento no parece haber límite a la imaginación en este terreno de actividad.

Una característica de todos esos ejemplos es que no constituyen el lugar natural de actuación de las grandes empresas y que, por tanto, no competirían con éstas. Otra, que la separación entre negocio y hobby es difusa; lo mismo se puede estar en ellos buscando un pequeño be­neficio como simplemente por afición y por afán creativo.

Hay que decir en seguida que para entrar en el mundo del ordenador, de la comunicación y de la información es cierto que se necesitan unos determinados conocimientos y que esto puede invalidar a priori a las personas con poca formación, que son además las que consti­tuyen las bolsas más recalcitrantes de desem­pleo. Pero, aunque esto es cierto, y la cada vez mayor separación entre personas preparadas y no preparadas uno de los más graves proble­mas a los que se enfrentan las sociedades avan­zadas, el uso de las nuevas tecnologías de la in­formación, es más fácil de lo que a primera vista parece, siendo conveniente para una sociedad como la nuestra eliminar los miedos y recelos que sobre ellas existen. Para ello parece que pueden estar aconsejados los llamados “experimentos sociales con nuevas tecnologías de la información”; a los que se está dedicando una gran atención en Europa. Se trata con ellos de dar a conocer las posibilidades de las nuevas tecnologías y los nuevos servicios a muchos grupos sociales, con el fin de que los utilicen en sus actividades profesionales diarias o en la ocupación de un tiempo libre del que disponen en exceso. A través de estos experimentos será posible que tales tecnologías se difundan y que se generalice una innovación social que hoy es dramáticamente necesaria.

En definitiva, y sin pretender que conectar un ordenador al cerebro de cada persona sea la solución de nuestros problemas, el “ocio pro­ductivo” puede ser una idea a desarrollar en re­lación con el tiempo libre en exceso con el que, por diversas razones, muchas personas se en­cuentran en nuestros días. Más valen estas pro­puestas, nos parece a nosotros, después de un análisis realista de la realidad y de la compro­bación de que estamos muy lejos de una socie­dad del ocio, que decir que ya estamos en tal sociedad y sugerir sin más que el trabajo exis­tente se reparta.

 

BIBLIOGRAFIA

 

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