Nuevas tecnologías y estrategia militar estadounidense en el espacio exterior

 

Vincent Mosco

 

Una revisión pormenorizada de la Iniciativa de Defensa Estratégica y de la Iniciativa Informáti­ca Estratégica revela que las criticas habituales por ineficacia o altos costes son insuficientes. Por encima de las misiones militares, defensivas u ofensivas, los objetivos son también comer­ciales, políticos e ideológicos.

 

INTRODUCCIÓN: MILITARIZACIÓN DE LA TECNOLOGÍA DE LAS COMUNICACIONES

 

Las fuerzas armadas de los Es­tados Unidos han conformado las industrias electrónicas y de comunicaciones de ese país. La creación del sistema de radiodifusión fue una res­puesta directa a la imposibili­dad de los Estados Unidos de hacer frente al imperialismo británico, al menos en las comuni­caciones globales, dado que el Reino Unido controlaba el medio de comunicación dominan­te, el cable submarino. Ese control permitió a las fuerzas armadas y a las industrias británicas, desde comerciantes de lana hasta agencias de noticias, derrotar a sus competidores. Para combatir la dominación británica, el Gobierno y las principales industrias americanas, incluidas AT&T, General Electric, Westinghouse y United Fruit, acordaron el establecimiento de lo que el Gobierno denominó su  “instrumento elegido” en las comunicaciones, Radio Corporation of Ame­rica (1). La compañía constituiría un cártel pro­piedad de las cuatro compañías participantes y un almirante desempeñaría la función de repre­sentante del Gobierno ante el consejo de admi­nistración. De esa forma se protegieron los intereses militares e industriales de los Estados Unidos (2).

Incluso después de que se disolviera el cártel y de que RCA, con su subsidiaria dedicada a la radiodifusión, National Broadcasting Company (NBC), iniciara su andadura independiente para establecer su predominio sobre los sistemas de radio y televisión, los militares continuaron influ­yendo en la política de la compañía. RCA figura sistemáticamente entre las veinte compañías que más dinero reciben a través de contratos del Pentágono. La compra de RCA por parte de General Electric vuelve a plantear parte del instrumento elegido inicial y, lo que es más im­portante, concentra aún más el poder de la in­dustria de la defensa, ya fuertemente oligopóli­ca, y abre posibilidades a la influencia directa del Pentágono sobre un importante medio de comunicación de masas.

Cuarenta años después de la llegada de la radiodifusión, las fuerzas armadas de los Esta­dos Unidos hicieron frente a lo que se contem­pló como otro desafío a su hegemonía global. Esta vez, quien había lanzado el reto no era el Reino Unido sino la Unión Soviética, y la tecno­logía, los satélites de comunicaciones. La res­puesta del Gobierno de los Estados Unidos fue en gran parte la misma que en el caso de la RCA. En 1962, los Estados Unidos fijaron otro “instrumento elegido”, Communications Satellite Corporation (Comsat), para desarrollar las aplicaciones militares e industriales de la tecnología de los satélites en los Estados Unidos y, espe­cialmente, parra constituir una entidad interna­cional que promoviera y dirigiera el desarrollo de los satélites de comunicaciones en todo el mundo. Al igual que la RCA, Comsat se organi­zó como cártel, la mitad de cuyas acciones per­manecieron en manos de las principales com­pañías de telecomunicaciones internacionales de los Estados Unidos, AT&T, RCA, Internatio­nal Telephone and Telegraph (ITT) y Western Union International (WUI). De nuevo, los milita­res conservaron un importante papel en la di­rección y supervisión de Comsat; un analista la calificó de “hogar del soldado retirado”, refe­rencia el predominio de los oficiales militares retirados que trabajaban en la compañía (3).

Comsat llevó a cabo su mandato internacional creando Intelsat, organización que agrupa a más de 100 países, excluida la URSS y muchos de sus aliados. Comsat pudo estructurar el sis­tema global de forma tal que la facultad de de­cisión sobre su política correspondiera a los países en función de su grado de utilización de los satélites. Consecuentemente, un país, los Es­tados Unidos, ha mantenido sistemáticamente más del 20% de la capacidad de voto de la or­ganización. Si a ello sumamos los votos de otras sociedades capitalistas avanzadas, queda ase­gurado el control de los Estados Unidos y de Europa occidental (4).

En 1984, la industria informática recibió su primer instrumento elegido. Microelectronics and Computer Technology Cor. (MCC) es una compañía constituida por las principales em­presas informáticas y destinada a coordinar las actividades internacionales de investigación y desarrollo. Las diez compañías que ostentan la categoría de accionistas fundadores son Advan­ced MicroDevices, Control Data Corporation, Digital Equipment, Harris, Honeywell, Motorola, NCR, National Semiconductor, RCA y Sperry Univac. El hecho de que esa compañía constitu­ya un cártel, aprobado por el Departamento de justicia, de las diez principales empresas infor­máticas americanas es suficiente para suscitar cierta extrañeza. Además, la compañía está presidida por Mr. Bobby Inman, antiguo Subdi­rector de la Central Intelligence Agency (CIA) y ex‑Director de la National Security Agency (NSA). La NSA es un organismo sumamente se­creto que dispone de un sistema global de or­denadores y satélites y que intercepta de forma sistemática el télex, el telégrafo, los teléfonos, la radio y otras transmisiones que tienen su fuente o su destino en los Estados Unidos. Está previs­to que MCC proporcione a las entidades milita­res y de inteligencia, así como a la industria in­formática de telecomunicaciones de los Estados Unidos, el instrumento preciso para dirigir y coordinar la estrategia internacional (5).

La creación de MCC significa un avance or­ganizativo en las relaciones entre las fuerzas ar­madas y la industria informática de los Estados Unidos. Esas relaciones siempre han sido estre­chas. En las décadas de 1940 y 1950, el Gobier­no americano, dirigido por el Pentágono, pro­porcionó buena parte de las inversiones nece­sarias para la investigación informática. Ade­más, el Pentágono adjudicó a firmas comercia­les importantes contratos destinados a crear los circuitos integrados que han revolucionado la industria. Para completar el círculo, el Pentágo­no era el principal consumidor de productos in­formáticos. Entre 1958 y 1964, las fuerzas arma­das compraron del 35 al 50% de los circuitos in­tegrados producidos en los EE.UU. En nuestros días, el Pentágono absorbe aproximadamente el 20% de los circuitos integrados producidos por las firmas informáticas de los Estados Uni­dos (6).

Además de conformar la radiodifusión comer­cial, los satélites, la informática y las industrias vinculadas a estas últimas, el Pentágono contro­la una enorme red informática y de comunica­ciones propia. Así, el Pentágono y las agencias de inteligencia controlan el 25% de todas las frecuencias de radio utilizadas por entidades públicas y privadas de los Estados Unidos. Otras entidades del Gobierno americano con­trolan otro 25% de las frecuencias, y el 50% res­tante se encuentra en manos de intereses co­merciales, principalmente grandes compañías de radiodifusión. Esto equivale a decir que una de cada cuatro estaciones de radio de los Esta­dos Unidos se encuentra bajo el control de las fuerzas armadas americanas. El Pentágono es así el principal usuario de las telecomunicacio­nes del país. Su presupuesto anual para comu­nicaciones e inteligencia es de aproximada­mente 20.000 millones de dólares, es decir, su­perior a los ingresos anuales totales de las más de 8.000 estaciones comerciales de radio y de las 1.000 estaciones comerciales de televisión del país. A través de la Agencia de Comunica­ciones para la Defensa y del Sistema de Tele­comunicaciones para la Defensa y del Control de Mando, el Pentágono despliega un sistema global que incluye satélites propios, cables sub­marinos, ordenadores y otras instalaciones con base en tierra que dirige el más poderoso siste­ma de comunicaciones e informática existente en el mundo (7).

 

NUEVAS TECNOLOGÍAS PARA EL ESPACIO

 

Mil novecientos ochenta y tres puede definir­se como Año de la Iniciativa Estratégica, ya que, ese año, el Gobierno de los Estados Uni­dos anunció dos propuestas que habrán de te­ner consecuencias sociales de largo alcance. El 23 de marzo de 1983, el Presidente Reagan pro­puso la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) o programa de guerra de las galaxias, como se le conoce generalmente. La guerra de las galaxias armaría el espacio exterior para defenderlo contra ataques nucleares lanzados por misiles enemigos.

Mientras la SDI ha recibido amplia atención de la prensa, otra Iniciativa Estratégica, anun­ciada el 28 de octubre de 1983, ha sido objeto de escaso interés del público, aunque sus con­secuencias pueden ser igualmente profundas. La Iniciativa Informática Estratégica (SCI) pre­tende el desarrollo de ordenadores inteligentes que harían posible una amplia gama de nuevas armas destinadas a la guerra convencional y nuclear, incluida la espacial (8).

La parte siguiente de este estudio se centra en las relaciones entre esas dos iniciativas es­tratégicas tratando de ir más allá del debate y de los críticas convencionales basadas en si esos programas son técnicamente viables. Aun­que importante, el debate acerca de “si funcio­narán” prescinde de la forma en que esos pro­yectos, a pesar de sus insuficiencias técnicas, pueden funcionar política, económica e ideoló­gicamente.

 

LA CONEXIÓN ESTRATÉGICA

 

El proyecto de guerra de las galaxias propo­ne desarrollar un sistema de defensa mediante misiles balísticos que haga uso del láser, de ra­yos de partículas y de proyectiles inteligentes a alta velocidad. Su objeto radica en atacar a los misiles balísticos intercontinentales (ICBM) so­viéticos en el curso de sus diversas fases de su vuelo, de 30 minutos. La capa defensiva prime­ra y más importante es el ataque a los ICBM poco después de su lanzamiento. Esta intercepción en su fase de lanzamiento tiene gran im­portancia ya que destruiría un misil antes de que éste haya lanzado sus aproximadamente diez cabezas nucleares, cada una de las cuales tendría un blanco independiente. Pero eso sig­nifica desarrollar armas láser o de rayos de partículas que puedan, efectivamente, alcanzar a unos 2.000 misiles de lanzamiento en los cinco primeros minutos de su vuelo. La segunda capa defensiva implicaría el ataque a las cabezas nu­cleares lanzadas durante los veinte minutos que tardan en llegar a su objetivo. La última fase, adecuadamente denominada “defensa terminal”, constituye el esfuerzo final para atacar las cabe­zas nucleares que hubieran superado las dos primeras capas lanzando directamente contra ellas cohetes de cabeza nuclear.

La Administración Reagan planea estudiar sistemas de defensa de energía dirigida con base tanto en el espacio como en tierra. Los sis­temas espaciales exigirían la construcción de una flota de aproximadamente 400 estaciones espaciales en órbita permanente cada una de las cuales pesaría aproximadamente 100 tonela­das. Los sistemas con base en tierra exigirían, no obstante, una serie de espejos en órbita o de espejos lanzados desde misiles balísticos inter­continentales que advertirían de un ataque con­tra el cual dispararían los rayos de energía con base en tierra. Los espejos dirigirían los rayos de energía contra los misiles de lanzamiento enemigos y las cabezas nucleares lanzadas (9). Actuando de conformidad con las recomenda­ciones de su Grupo de Estudio sobre Tecnolo­gías de Defensa, la Administración Reagan se propone gastar aproximadamente 26.000 millo­nes de dólares en los cinco años próximos. La construcción de un sistema completo de defen­sa constituido por varias capas precisará unos veinte años y su coste estará comprendido en­tre los 250.000 y los 500.000 millones de dólares (10).

La Iniciativa Informática Estratégica propone el desarrollo de una nueva generación de siste­mas informáticos caracterizados por su capaci­dad de razonar como los seres humanos, com­prender el lenguaje natural, ver con gran preci­sión y ordenar otros procesos inteligentes (11).

El proyecto de una quinta generación alcanza un nuevo orden de magnitud en cuanto a capaci­dad, incluida su capacidad de almacenamiento y su velocidad de ejecución, que va más allá de las generaciones anteriores de válvula elec­trónica, transistor, circuitos integrados y tecno­logías de circuitos integrados a gran escala.

La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) del Pentágono gastará en la SCI 600 millones de dólares a lo largo de los cinco años próximos. Compárese esa cifra con la de un programa japonés, anun­ciado en 1981, que invertirá 855 millones de dó­lares en diez años. La diferencia fundamental entre esos dos proyectos radica en que el obje­tivo de DARPA es construir tres sistemas de ar­mas, mientras que el programa japonés está orientado a innovaciones económicas y sociales. Exteriormente, los proyectos de armas de la SCI preparados por DARPA no parecen estar relacionados con el programa de la guerra de las galaxias. SCI proporcionaría un carro de combate automatizado para el Ejército, un “se­gundo piloto” computerizado para las Fuerzas Aéreas y un sistema de dirección de combate con destino a la Marina. Sin embargo, a pesar de la presencia de armas convencionales, exis­ten pruebas de la vinculación entre SDI y SCI. El asesor científico del Presidente Reagan dejó escasa dudas acerca de esa vinculación cuando declaró en una sesión del Senado sobre la de­fensa mediante misiles balísticos y las armas anti‑satélites.

Han sido los increíbles avances de la informáti­ca, tan importante como en ningún otro campo de actividad, lo que ha provocado esta explo­sión. No se trata ya de que hayamos dejado de necesitar inmensos almacenes en los que guar­dar los radares y los ordenadores necesarios para los misiles antibalísticos (ABM) de la déca­da de 1960. La posibilidad, actual y futura, de resolver complejos problemas mediante máqui­nas increíblemente pequeñas y muy rápidamen­te ha promovido el desarrollo de toda la base técnica del país...

Fue la informática lo que venció el escepticismo de John von Neuman de hacer funcionar en pri­mer lugar los ICBM. Fue la informática la que unió a las flotas de ICBM hacia una acción con­junta. Fue la informática la que ha proporciona­do a los ICBM la precisión necesaria para asen­tar golpes preventivos y es la informática la que constituirá el núcleo de toda defensa contra los misiles balísticos (12).

Los sistemas de inteligencia artificial son vita­les de cara a las masivas necesidades de pro­ceso de información y la rápida adopción de decisiones de un sistema de guerra de las gala­xias. En realidad, cuando se ven acuciados por las dificultades de destruir misiles balísticos ro­deados de una diversidad de cebos, los promo­tores de la SDI parecen renunciar al desarrollo de la inteligencia artificial. Según el antiguo di­rector de investigación de la guerra de las ga­laxias para el Pentágono:

La auténtica dificultad no radica en captar esas señales sino en procesar la información con sufi­ciente rapidez para adoptar decisiones sobre la dirección del combate... Pero podría ser más fá­cil para la próxima generación. (Toronto Star, 9 de marzo de 1985, B5.)

Reconociendo la dificultad del desarrollo del soporte lógico necesario para programar los sistemas de la guerra de las galaxias, el general Richard Henry habló en el Congreso de la ne­cesidad de un descubrimiento:

Un láser capaz de destruir la cabeza nuclear de un misil balístico podría precisar una nave espa­cial con un peso de varias toneladas a baja altu­ra y un sistema de mando y control que ofusca­ría la imaginación. En teoría, podría conseguir­se, pero necesitaríamos un descubrimiento. (MEE Spectrum, septiembre de 1983, p. 40.)

Haciéndose eco de este criterio, el asesor científico del Presidente Reagan pone de relie­ve el importante papel del desarrollo del sopor­te lógico para la SDI:

La capacidad de proceso de la información, es­pecialmente el desarrollo de complejos paque­tes de “software”, necesaria para asociar las sali­das de múltiples sensores que efectúen la dis­criminación y la identificación así como el segui­miento “desde su nacimiento hasta su muerte”, se espera que expanda la tecnología de desarrollo del “software”.

El comandante Simon Worden ve en la inteli­gencia artificial precisamente ese descubri­miento necesario para el soporte lógico:

Un programador humano no puede hacerlo. Vamos a desarrollar nuevos sistemas de inteli­gencia artificial para escribir el “software”. (To­ronto Star, 9 de marzo de 1985, B5. )

Además, el propio documento de la DARPA que contiene su programa informático estratégi­co indica al principio una conexión con los pro­yectos de la guerra de las galaxias:

El mando superior se encuentra especialmente preocupado por el papel que los sistemas autó­nomos desempeñarían durante el tránsito de la paz a las hostilidades, en que las reglas de la confrontación podrían modificarse rápidamente.

Ejemplo extraordinariamente elocuente de ese caso es la defensa prevista contra misiles nu­cleares estratégicos, en que los sistemas deben reaccionar tan rápidamente que es muy proba­ble que sea preciso depositar casi toda la con­fianza en sistemas automatizados. Al mismo tiempo, será muy grande la complejidad y la im­previsibilidad de los factores que afecten a las decisiones.

La DARPA insiste en este tema en su análisis de la necesidad de proseguir la investigación sobre el arseniuro de galio (GaAs) como con­trapunto a las tecnologías microelectrónicas ba­sadas en el silicio. Según la DARPA:

Sistemas de comunicación y vigilancia capaces de sobrevivir a un conflicto estratégico son im­portantes componentes de un sistema de direc­ción del combate con base en el espacio. Ade­más de la fundamental ventaja de la alta toleran­cia a la radiación, la electrónica basadas en el GaAs producirá asimismo circuitos con una am­plia gama de temperatura operativa, tanto infe­rior como superior a la del silicio, y una mayor velocidad de conmutación sobre el circuito inte­grado a un nivel de energía dado (15).

 

¿FUNCIONARÁ?

 

La mayor parte de la discusión y del debate acerca de la guerra de las galaxias se ha cen­trado en cuestiones de viabilidad técnica. ¿Fun­cionará? ¿Puede un sistema de defensa median­te misiles balísticos ofrecer un paraguas protec­tor contra las armas nucleares? La respuesta de la mayor parte de los miembros de la comuni­dad científica ha sido negativa. Es importante un análisis de las críticas porque ello nos lleva­rá a preguntarnos por otras razones que justifi­quen del desarrollo de la SDI y nos ayudará a establecer un razonamiento paralelo en el de­bate sobre la informática estratégica.

Los críticos indican que los sistemas de de­fensa de misiles balísticos son fácilmente sus­ceptibles de contramedidas que ni siquiera las estimaciones de coste de un sistema completo, que alcanzan el medio billón de dólares, tienen en cuenta. La Oficina de Evaluación Tecnológi­ca del Congreso ha considerado una gama de poderosas respuestas, entre las que figura la utilización de armas anti‑satélites para atacar los espejos y los sensores necesarios en un sistema de defensa de misiles balísticos, misiles de lan­zamiento de combustión rápida para limitar la eficacia de la intercepción en la fase de lanza­miento, múltiples cebos y blindaje (16).

Según Robert Bowman, antiguo Director de Desarrollo de Programas Espaciales Avanzados de las Fuerzas Aéreas y jefe de Programas Es­paciales Avanzados de. General Dynamics, los rayos láser son especialmente susceptibles de una diversidad de contramedidas. Entre ellas incluye la rotación de los ICBM para que difun­dan la energía láser, la utilización de superficies resistentes a la combustión, el despliegue de cebos o el recubrimiento de los misiles de una superficie similar a la de un espejo para que re­fleje la energía láser (17). Thomas Karas indica que la Voigt Corporation, que realiza estudios para la Marina americana, ha desarrollado una superficie de aluminio altamente pulido que re­fleja el 97% de la energía procedente de los ra­yos láser infrarrojos (18). Como consecuencia de estos descubrimientos, la Oficina de Evalua­ción Tecnológica llegó a la conclusión de que por cada concepto defensivo, propuesto o ima­ginario, incluidos los pertenecientes a la llama­da “guerra de las galaxias”, se ha descubierto ya una contramedida (19).

Teniendo en cuenta la capacidad invalidado­ra de las contramedidas, incluso los promotores admiten que no puede existir ninguna garantía de que un sistema de defensa de misiles balísti­cos destruya todos los misiles enemigos (20). Como consecuencia de ello, la Oficina de Eva­luación Tecnológica concluye:

La posibilidad de que las nuevas tecnologías de la guerra de las galaxias cuando se encuentren más desarrolladas, proporcionen un sistema de­fensivo perfecto o cuasi‑perfecto, privando lite­ralmente a la Unión Soviética de su capacidad de causar daños socialmente mortales a los Es­tados Unidos mediante armas nucleares, es tan remota que no deber servir de base para ex­pectativas públicas ni para una política nacional acerca de la defensa mediante misiles balísticos (BMD). Este criterio parece recibir el consenso de los miembros más destacados de la comuni­dad técnica dedicada a la defensa (21).

Punto central del debate sobre si la SID pue­de conseguir sus objetivos técnicos es la preocu­pación acerca de los sistemas de comunicacio­nes informáticos necesarios para coordinar un sistema de defensa estratégica. Un reciente es­tudio estima que serían suficientes cincuenta cabezas nucleares soviéticas dirigidas a centros vitales de mando, control, comunicaciones e in­teligencia (los llamados CII) para dañar gravemente la capacidad de respuesta de los Esta­dos Unidos, incluido su sistema de defensa me­diante misiles balísticos. La costosa mejora de esos centros americanos ordenada por la Admi­nistración Reagan elevó simplemente a 250 el número de cabezas nucleares atacantes nece­sario para dañar gravemente el sistema. El au­tor del informe se pregunta acerca del efecto desestabilizador de sistemas de comunicacio­nes por ordenador extremadamente frágiles. ¿No haría esto más probable una guerra nu­clear desencadenada por un fallo del sistema o al dispararse la alarma por miedo a un súbito ataque del enemigo? ¿No hace eso más proba­ble un primer golpe de los Estados Unidos?

 

EL COSTE FINANCIERO DE LA GUERRA DE LAS GALAXIAS

 

Quienes ponen en duda que el sistema de defensa de la guerra de las galaxias pueda te­ner éxito tienden asimismo a criticar el enorme coste de estos sistemas de armas. También en este caso, según Bowman:

Analistas responsables del Pentágono estiman que el coste real estaría comprendido entre 100.000 millones y un billón de dólares. Debe asimismo recordarse que las 432 gigantescas es­taciones espaciales del “sistema inicial” repre­sentan simplemente un primer paso. Los siste­mas de una segunda capa precisarían su com­plemento mediante rampas de lanzamiento, una estación espacial tripulada e instalaciones de reparación. Kosta Tsipis, de MIT, estimó que simplemente la puesta en órbita del combusti­ble necesario para el sistema láser de la segun­da capa costaría 100.000 millones de dólares (23).

Según un informe preparado para una asocia­ción científica, las “estaciones espaciales” de lá­ser químico en órbitas bajas o el equivalente de “rampas espaciales” que porten sistemas de ar­mas tendrían que contarse por millares para al­canzar una cobertura adecuada de los puntos de lanzamiento soviéticos. La simple colocación de esas estaciones en órbita costaría más de 70.000 millones de dólares. Además, los láser excimer con base en tierra, cuyos rayos serían reflejados por aproximadamente un millar de espejos situados en órbita, exigirían plantas energéticas que, por sí solas, costarían más de 40.000 millones de dólares (24).

Quienes defienden la Iniciativa de Defensa Estratégica son más gráficos en su reconocimiento de los enormes costes de la operación. Según el Subsecretario de Defensa para Investi­gación e Ingeniería, sólo el capítulo destinado a investigación y desarrollo del programa de de­fensa de misiles balísticos tiene, como mínimo, ocho componentes “cada uno de los cuales... equivalente o superior al Proyecto Manhattan” (25).

Los detractores de la militarización del espa­cio aducen el efecto negativo de los gastos de defensa sobre el empleo y del nivel general del gasto sobre necesidades básicas tales como vivienda, transporte y servicios sociales esen­ciales. Arguyen que la aprobación de nuevos sistemas militares reducirá la competitividad de los Estados Unidos en la economía mundial y hará cada vez más difícil mantener el apoyo a capas de población cuyas escuelas, centros sa­nitarios, oficinas de bienestar social, etc., ten­drán que reducir sus servicios o cerrar con ca­rácter definitivo porque el Gobierno ha preferi­do situar en órbita estaciones espaciales de ra­yos láser (26).

 

EL PRIMER GOLPE

 

Algunos analistas señalan que los sistemas anti‑satélites y los denominados sistemas defen­sivos de misiles balísticos no están destinados a la defensa sino que constituyen, más bien, parte de una calculada estrategia de un “primer gol­pe” orientado a eliminar a la Unión Soviética como sociedad viable. Los analistas que defien­den esta perspectiva señalan que los científicos que han desempeñado un papel clave para convencer a la Administración Reagan de que prosiga con los sistemas de defensa antisatélites y de misiles balísticos no están locos. Son cons­cientes de que ningún sistema antisatélite ni de defensa mediante misiles balísticos láser impe­dirá que los misiles soviéticos alcancen los Es­tados Unidos. Además, observan que incluso una optimista tasa de error del 2 al 5% sería ca­tastrófica para los Estados Unidos. Entonces, a pesar de todos los problemas planteados, ¿por qué proseguir la Iniciativa de Defensa Estraté­gica? Teóricos del “primer golpe” como Michio Kaku, profesor de física nuclear de la Universi­dad de la ciudad de Nueva York, afirman que:

Los misiles antibalísticos láser, con todas sus li­mitaciones, pueden tener eficaces aplicaciones si se utilizan conjuntamente con un primer golpe disuasor, (27)

Un primer golpe de los Estados Unidos esta­ría coordinado por sistemas destinados a mejo­rar las fuerzas, como el Milstar y el IONDS, pre­parados para sobrevivir a una prolongada gue­rra nuclear. El Milstar es un sistema de satélite de comunicaciones de las Fuerzas Aéreas cuya ventaja principal sobre su predecesor radica en una mayor capacidad de supervivencia en una guerra nuclear. Según el departamento de De­fensa, Milstar debe “proporcionar mando y con­trol capaces de sobrevivir y duraderos ... a to­dos los niveles del conflicto, incluida la guerra nuclear generalizada” (28). IONDS es un sistema de satélites de vigilancia que utiliza la red de satélites del Sistema de Posicionamiento Global para proporcionar instantáneamente datos so­bre la eficacia de un golpe nuclear inicial y lan­zar una segunda oleada de ataques más efica­ces. Según un analista:

Con IONDS, un primer golpe destinado a desar­mar los ICBM del enemigo parece posible con un arsenal más reducido qué con anterioridad (29).

Los misiles antisatélites asestarían un primer golpe destinado a destruir la capacidad de alar­ma y de comunicaciones de los satélites soviéti­cos. Misiles MX con base en tierra y los Trident II, lanzados desde submarinos, lanzarían bom­bas de hidrógeno sobre cada uno de los puntos de lanzamiento soviéticos de misiles SS‑18 y SS-­19. Un sistema de defensa mediante misiles ba­lísticos se dirigiría contra las aproximadamente mil cabezas nucleares, emplazadas principal­mente en la flota soviética de submarinos, que consiguiera sobrevivir. Los escasos misiles que pudieran eludir tanto un primer golpe como la defensa de misiles balísticos constituyen la base de las propuestas de la Administración Reagan a favor de la defensa civil. Según Colin Gray, asesor del departamento de Estado y defensor de la planificación de una victoria basada en un primer golpe:

Los Estados Unidos deben prepararse para de­rrotar a la Unión Soviética y deben hacerlo a un coste que no impida la recuperación americana. Washington debe localizar objetivos bélicos que, en última instancia, permitan la destrucción de la autoridad política soviética y el nacimiento de un orden mundial posterior a la guerra com­patible con los valores occidentales... Una com­binación de blancos ofensivos, defensa civil, mi­siles balísticos y defensa área debe situar las bajas americanas en aproximadamente 20 millo­nes, lo que debe hacer más dignas de crédito las amenazas estratégicas de los Estados Uni­dos (30).

En su libro sobre la estrategia nuclear, Gray concluye que los Estados Unidos aprovecharán las ventajas de un primer golpe:

Es probable que sean los Estados Unidos los que se vean impulsados en primer lugar a ame­nazar y llevar a cabo un golpe nuclear definiti­vo (31).

Por consiguiente, el objetivo no es simple­mente un primer golpe sino una mezcla de ata­que inicial, armas antisatélites y antimisiles y planificación de la defensa civil para garantizar que los Estados Unidos prevalezcan sobre la Unión Soviética (32). Incluso un miembro del equipo negociador del Presidente Reagan en las negociaciones de Ginebra sobre armamento dió crédito a la preocupación soviética califi­cando a las implicaciones de un primer golpe “una preocupación soviética razonable aunque fuera de lugar”. (Toronto Star, 10 de febrero de 1985, H5). Además, incluso si el objetivo no está constituido por una victoria al primer golpe, los críticos aducen que se trata de sistemas desestabilizadores porque pueden contemplarse como sistemas destinados a un primer golpe y porque incluyen la posibilidad de errores.

 

EL FINAL DE LOS COMPROMISOS MEDIANTE TRATADOS

 

Hay quienes afirman que la Iniciativa de De­fensa Estratégica no precisa necesariamente ser parte de un plan de asestar un primer gol­pe para que opere en interés de la Administra­ción. En realidad, los propios sistemas de la guerra de las galaxias no tendrían necesaria­mente que constituir armas eficaces que satisfa­gan un interés clave del Presidente ni de su en­torno. A lo largo de los años, un importante sec­tor de la Derecha de los Estados Unidos ha con­denado los acuerdos suscritos con la Unión So­viética para limitar las posibilidades de guerra nuclear. La Derecha ha atacado el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares, que prohíbe detonaciones nucleares en la atmósfera y en el espacio exterior, el Tratado sobre el Es­pacio Exterior, que prohíbe armas nucleares con base en el espacio y armas de destrucción masiva, y el Tratado de Misiles Antibalísticos, que prohíbe el desarrollo, ensayo y despliegue de sistemas de misiles antibalísticos con base en el espacio y protege a los satélites que sir­van como “medio nacional de verificación”. La Iniciativa de Defensa Estratégica proporciona a la Administración Reagan la posibilidad de des­ligarse de esas obligaciones, contenidas en tra­tados internacionales, sin hacer ningún pronun­ciamiento oficial que pudiera suscitar la ira de la opinión mundial. En su lugar, la Administra­ción aduciría que, simplemente, responde de una forma defensiva a la amenaza masiva que percibe en la Unión Soviética. Desde luego, la Oficina de Evaluación Tecnológica del Congre­so reconoce las consecuencias que la militariza­ción del espacio tendría sobre las obligaciones derivadas de los tratados firmados por los Esta­dos Unidos. En su informe sobre defensa me­diante misiles balísticos, incluye la “Desapari­ción del Tratado de Misiles Antibalísticos” como un efecto inducido del despliegue:

Evidentemente, un tratado sobre control de ar­mamentos no puede servir como su propia justi­ficación y, probablemente, casi todo el mundo aceptaría el abandono del Tratado de Misiles Antibalísticos en el momento en que dejara ver­daderamente de servir a la seguridad nacional... Desde un punto de vista práctico, es imposible rechazar las cláusulas técnicas del Tratado sin poner en tela de juicio el compromiso america­no con todo el proceso de las negociaciones SALT/START (33).

La Administración Reagan ha tenido muchas más dificultades de las que hubiera podido es­perar para convencer a la gente de que renun­cia a los tratados en razón de necesidades de­fensivas. Esto obedece en parte a la sistemática política soviética de hacer llamamientos en pro del término del desarrollo de las armas espa­ciales. En agosto de 1981, la Unión Soviética presentó a las Naciones Unidas un borrador de tratado que establecía la “prohibición del esta­cionamiento de armas de todo tipo en el espa­cio exterior”. Los soviéticos, bajo Andropov, Chernenko y Gorbachov, han seguido esa pau­ta, haciendo continuos llamamientos a la apertu­ra de negociaciones orientadas a la prohibición general de armas espaciales. Los Estados Uni­dos no han dado respuesta alguna al borrador del tratado. En abril de 1984, el Presidente pre­sentó al Congreso un informe sobre las razones por las que su Administración se negaba a ne­gociar sobre este asunto. El informe fue el pre­cio que el Congreso exigió por la asignación de 19,4 millones de dólares para el desarrollo de misiles antisatélites. El informe indica que la Administración no ha considerado que ninguna de las propuestas orientadas a limitar las armas en el espacio fuera “en interés general de los Estados Unidos y sus aliados” (34).

La Iniciativa de Defensa Estratégica coincide con la política de la Administración de oponer­se con carácter general a acuerdos multilatera­les y más especialmente a cualquier tipo de acuerdo en el que participe la Unión Soviética. Además, la militarización del espacio exterior constituye la base técnica de una política gene­ral de independencia en todo el mundo. La Ad­ministración Reagan parece estar diciendo que ya es hora de que los Estados Unidos abando­nen la excusa de garantizar los intereses impe­rialistas en todo el mundo y, en su lugar, deben definir sus intereses exclusivamente en térmi­nos nacionales incluso si eso significa una com­petencia con otras naciones imperialistas.

 

¿FUNCIONARÁ LA SCI?

 

La viabilidad técnica de la Iniciativa Informá­tica Estratégica ha suscitado muchas menos dis­cusiones. No obstante, a lo largo de los años, la perspectiva de sistemas de inteligencia artificial ha sido objeto de cierto debate. Weizenbaum resume las principales críticas en Computer Po­wer and Human Reason:

1. La capacidad de los sistemas informáticos, incluso de los más avanzados, de obtener in­formación por medios distintos a los de su “previa introducción” es extraordinariamente limitada.

2. No es evidente que todo el conocimiento hu­mano sea codificable en “estructuras de información”, por complejas que éstas sean. La obtención de conocimiento quinestéstico, por ejemplo, el saber el impacto que el tocar la mano de otro tiene sobre uno mismo y esa otra persona exige, como mínimo, una mano.  Expresado en términos más generales, “hay algunas cosas que la gente llega a saber sólo    como consecuencia de haber sido tratada como ser humano por otros seres humanos”.

3. Incluso en los tipos de conocimiento que son, aparentemente, comunicables por un  ser humano a otro exclusivamente mediante el lenguaje, ello no obedece a que el contenido de la información dependa tanto del co­nocimiento y de las expectativas del receptor como del mensaje (35).

 

Teniendo en cuenta estas limitaciones gene­rales de los sistemas de inteligencia artificial, los analistas desconfían de que la inteligencia artificial pueda efectuar valoraciones militares fundamentales. Un crítico de la informática es­tratégica apunta al peligro que surge cuando se acude a los sistemas informáticos para que éstos colaboren en la detección de un ataque nu­clear. Para ello describe cómo un sistema que funcione normalmente puede tomar a la salida de la Luna por dicho ataque:

 

En entornos más complejos, hechos imprevistos pueden desencadenar reacciones anómalas. Esa es la razón por la que el reflejo de la salida de la Luna en el radar engañó al sistema NO­RAD; la Luna no figuraba entre las previsiones en cuyos términos el programa categorizaba el mundo. El sistema no tenía forma de decir. “¡Ah!, bueno, me había olvidado de la Luna” por­que carecía de sentido común para justificar su serie de reglas relativas a campos concretos. Peor incluso, los sistemas informáticos no “sa­ben” que afrontan un hecho ajeno al ámbito de las presunciones sobre las que se elaboraron; simplemente, clasifican cada hecho dentro de las categorías preestablecidas. No sólo no se re­conoció la salida de la Luna como tal sino que se tomó por algo muy diferente (36).

Un profesional de la informática que ha traba­jado en las exigencias informáticas del sistema de la SDI concluye que los Estados Unidos no conseguirán mediante inversiones masivas un sistema defensivo que puedan desplegar con confianza:

Todas las estimaciones de coste indican que se tratará del proyecto de “software” más amplio que se haya intentado jamás. El sistema tiene numerosas características técnicas que lo harán más difícil que los sistemas anteriores, indepen­dientemente de su extensión. Debido a las ex­tremas exigencias del sistema y a nuestra inca­pacidad para probarlo, nunca podremos creer, con cierta confianza, que hemos alcanzado el éxito. Las armas nucleares continuarán siendo una fuerte amenaza (37).

 

LANZAMIENTO TRAS LA ALARMA

 

El peligro de una catástrofe desencadenada por un error crece a medida que aumenta la confianza de la planificación nuclear en una es­trategia del “lanzamiento tras la alarma”. El lan­zamiento tras la alarma es una política consis­tente en utilizar la represalia nuclear contra un ataque enemigo indicado exclusivamente me­diante sistemas de seguimiento basados en or­denadores‑satélites‑radar. La política de confiar en las máquinas para desencadenar una guerra nuclear es, en la mente de algunos, la respuesta lógica a las exigencias de una situación en que la adopción de decisiones es un proceso que se mide en la actualidad en minutos y segundos. Concretamente, la distancia nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética es de unos treinta minutos, y entre Europa y la URSS de menos de diez.

Cada vez se extiende más la creencia de que el lanzamiento tras la alarma amplía las posibili­dades de que un error mecánico conduzca a la guerra nuclear. Esa creencia ha sido expresada por algunos dirigentes del complejo industrial militar de los Estados Unidos. En una entrevista realizada por la revista Computerworld, Thomas J. Watson, Jr., de IBM, negó en principio que existieran muchas probabilidades de que la guerra empezara a causa de un fallo mecánico, pero pareció cambiar de opinión en el curso de su respuesta:

...cuanto más atractiva es la filosofía global del lanzamiento tras la alarma, mayor es el peligro. Y a medida que las máquinas de guerra y los misiles resultan más susceptibles de proporcio­nar un golpe disuasorio, más tentaciones se sienten de poner cada vez más datos a la dispo­sición de un ordenador y de extraer de la ecua­ción al ser humano. Si se hace eso, estaremos poniendo a los Estados Unidos en una situación en que un ordenador nos puede jugar una mala pasada (38).

El general Richard Ellis, antiguo responsable de la principal fuerza nuclear americana, que contaba con bombarderos, aviones cisterna y de reconocimiento e ICBM, expresó una preo­cupación similar sobre la confianza en las má­quinas en situaciones de enorme premura de tiempo. En un seminario celebrado en Harvard, describe lo que denomina “asunto peliagudo” de confiar en la información procesada para adoptar juicios sobre un posible ataque:

Toda la información llega a NORAD (Mando de Defensa Aérea de Norteamérica). La informa­ción se depura en los programas informáticos y se les presenta en cuestión de minutos, en algu­nos casos segundos, como información conden­sada, que indica al comandante que está ocu­rriendo esto y aquello. Todo lo que uno puede hacer es confiar que no haya fallos en el “softwa­re”, o que no se estropee el “hardware”, y que la persona no adopte un juicio precipitado. Las co­sas pueden ir mal (39).

Pero, para el asesor científico del Presidente Reagan, un arsenal nuclear controlado por or­denador es una alternativa estabilizadora. Anali­cemos este diálogo, que tuvo como escenario el Senado:

Senador Percy: ¿Cuál es, en su opinión, la pro­fundidad de la crisis en que podríamos encon­trarnos si un sistema de defensa espacial ameri­cano controlado mediante ordenadores destru­yera erróneamente una nave espacial soviética tripulada?

Mr. Keyworth: Senador, en una era en que, de forma realista, nos vemos obligados a considerar seriamente la posibilidad de responder a un ataque, considero que la amenaza de tener que responder al ataque ‑no de una nave espacial sino de un ataque nuclear soviético contra los Estados Unidos‑ a través de un moderno siste­ma informático es un cambio estabilizador y no un cambio desestabilizador (40).

Además de su preocupación por los fallos mecánicos, los dirigentes del Pentágono sienten inquietud por las intromisiones en la seguridad de los ordenadores. A pesar de un esfuerzo de 100 millones de dólares para hacer impermea­bles a los ordenadores que procesan informa­ción delicada, se denuncian intromisiones con una regularidad que asusta. El problema fue objeto de especial atención en el verano de 1984, cuando un grupo de jóvenes piratas infor­máticos se introdujo en un ordenador que pro­cesa información no secreta en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, donde se diseñan ar­mas nucleares (41).

Sin embargo, esa preocupación por los fallos mecánicos adopta una visión excesivamente simplista sobre la responsabilidad. Existe una serie de decisiones humanas muy directas que constituyen la cadena que conduce a una deci­sión de lanzar los misiles. El simple hecho de que falle el último eslabón del proceso de deci­sión como consecuencia de un error mecánico no es razón suficiente para atribuir la responsa­bilidad de una guerra nuclear a una serie de máquinas. En ninguna parte se ha llegado jamás a un grado semejante de irresponsabilidad como en la guerra de Vietnam. En ese conflicto, los ordenadores situados sobre el terreno de operaciones estaban expresamente programa­dos para indicar a los ordenadores del Pentá­gono que los ataques aéreos sobre la neutral Camboya eran realmente ataques sobre Vietnam. Oficiales elegidos de alto rango a los que se permitió tener acceso a los resúmenes lanza­dos por los ordenadores del Pentágono creye­ron equivocadamente que estaban recibiendo una visión privilegiada de las acciones que ocu­rrían sobre el campo de batalla.

De especial interés es la respuesta del enton­ces Presidente de la junta de jefes de Estado Mayor, Almirante Moorer, a una comisión del Congreso que investigaba el asunto. Según el almirante, “Es una desgracia que tuviéramos que convertirnos en esclavos de esos malditos ordenadores” (42). El ataque nuclear tras la alarma y los fallos informáticos son asuntos mu­cho más complejos cuando consideramos que sentado junto a la cima misma de la cadena de mando nuclear se encuentra alguien que pro­grama a los ordenadores para encubrir una guerra y que seguidamente pretende estar es­clavizado por esos mismos ordenadores.

No obstante, parece evidente que la nueva oleada de armas de la guerra de las galaxias hace que la adopción de decisiones sea más compleja y se encuentre más que nunca bajo la presión de espacios de tiempo de fragmentos de segundo. Ese es el caso de los sistemas de defensa tanto antisatélites como de misiles ba­lísticos. Como indica Bowman, si un importante satélite de alarma perteneciente a uno de los antagonistas deja de funcionar debido al golpe de un meteoro o a un fallo eléctrico, el antago­nista que haya sufrido el fallo o la destrucción del satélite podía llegar a la conclusión de que eso ha sido obra de un misil antisatélite y que representa el preludio de un ataque. ¿Emplea un tiempo precioso comprobando el fallo o lan­za un golpe de “represalia”? Evidentemente, los misiles antisatélites agravarían la incertidumbre ya existente.

De forma similar, los sistemas de defensa me­diante misiles balísticos exigen un salto en la confianza en el juicio de las máquinas. Como in­dica Steinbruner, en la actualidad se precisan aproximadamente dos minutos simplemente para procesar y verificar los datos procedentes de los satélites de alarma; se tarda 200 segun­dos adicionales para elevar un interceptor des­de un submarino hasta el punto de lanzamiento, lo cual representa mucho más que los 155 se­gundos durante los cuales se lanza un misil MX. Quizá fuera posible completar en cuestión de segundos la compleja serie de cálculos y deci­siones a condición de que en el proceso no in­tervenga ningún ser humano (43). En otras pala­bras, una mayor confianza en los sistemas de defensa mediante misiles balísticos significa una mayor confianza en la toma de decisiones no humanas.

 

¿ES ESO TODO?

 

En un artículo sobre la guerra de las galaxias, George Ball, que ocupó varios puestos relevan­tes en el Gobierno de los Estados Unidos, co­mentó que “una parte excesiva del debate pú­blico sobre la propuesta de guerra de las gala­xias se ha centrado en aspectos técnicos” (44). Lo propio podría decirse de la escasa atención prestada por el público al programa del superor­denador. Desde luego, existe un notable contraste entre los aspectos técnicos aportados a la crítica de estos programas y la presunción, no puesta en duda por nadie, de que se trata en primer lugar y sobre todo de programas milita­res. Se presume que su éxito vendrá determi­nado por la forma en que funcionen militarmen­te. Por ello, los críticos apuntan que rechazar estos programas porque no funcionaran militar­mente es eliminar la razón fundamental de su existencia. Pero tal criterio no alcanza el más amplio sentido político e ideológico de esos programas, que les hacen seguir adelante a pe­sar de sus insuficiencias técnicas. La guerra de las galaxias y los superordenadores pueden funcionar muy bien si ampliamos la definición de su funcionamiento para incluir en ella objeti­vos políticos e ideológicos.

 

COMO FUNCIONAN POLITICAMENTE

 

Proyectos militares como éstos son el único medio legítimo de que el Gobierno proporcione los fondos necesarios para los proyectos de las empresas. Los muchos miles de millones en contratos destinados a los programas SDI y SCI serían criticados como una improcedente intru­sión del Gobierno en el mercado libre, caso de que su objeto fuera la prestación de servicios no militares. En este sentido básico, tanto la SDI como la SCI funcionarán bien para los principa­les fabricantes de armamento tales como Rock­well, McDonnell Douglas, Ford Aerospace, Hughes y las principales compañías que traba­jan en inteligencia artificial, como Boeing, Mar­tin Marietta, Texas Instruments y Bell Helicop­ter (45). Como sugiere el cuadro siguiente, las mismas compañías que más se han beneficiado de los contratos de investigación y desarrollo del Pentágono son los principales beneficiarios de los contratos de la guerra de las galaxias.

Diez receptores principales de contratos de SDI, Años Fiscales 1983‑1984

 

 

FUENTES:Consejo de Prioridades Económicas, The Strate­gic Defense Initiative: Cost, Contractors and Consequences Aerospace Dafly, 26 de abril de 1985.

En compensación por esa generosidad finan­ciera, el Gobierno recibe la colaboración de las compañías para convencer a un público escép­tico. Según un ejecutivo de la División de Siste­mas de Transportes Espaciales de Rockwell:

Cuando la gente pregunta cuánto se precisa para gastos militares, se comparan las cifras con las empleadas en bienestar social, educación o similar. No puedo comprender que ...los Estados Unidos podrían vencer en una confrontación tecnológica con los soviéticos si estuviéramos comprometidos ... si nos empeñáramos en ello, podríamos obtener una ventaja decisiva (46).

Rockwell promueve este criterio como princi­pal miembro de un poderoso “lobby”, la Aso­ciación de Industrias Aeroespaciales, dos ter­cios de cuyos componentes tienen contratos re­lativos a rampas de lanzamientos. El deslum­brante folleto publicitario de Rockwell “Espacio: La frontera de América para el Crecimiento, el Liderazgo y la Libertad” ofrece un siglo de de­sarrollo de armas espaciales culminado en el si­glo XXI por una fortaleza espacial situada 22.500 millas encima del ecuador para realizar una vigilancia mundial a prueba de errores y dirigir eficazmente los combates bajo la protección de poderosos sistemas láser.

Además de esta función económica básica, estos programas funcionan para proporcionar al Gobierno la capacidad de armonizar las acti­vidades de las compañías con lo que el Gobier­no considera los intereses generales de los Es­tados Unidos. Esto adquiere mayor importancia aún en una era de empresas multinacionales. Para esas compañías, las empresas y los Esta­dos Unidos tienen a veces intereses enfrenta­dos. Importantes contratos militares pueden re­presentar fuertes mensajes para posibles recal­citrantes. Así, por ejemplo, el Gobierno se ha sentido decepcionado por el hecho de que IBM no participe en Microelectronics and Computer Technology Corporation (MCC), compañía apo­yada por el Gobierno y constituida por las prin­cipales firmas informáticas para agrupar los es­fuerzos de investigación y desarrollo de la infor­mática de los Estados Unidos contra los japone­ses y demás competidores.

Además, el Pentágono está preocupado debi­do a que la principal compañía informática del mundo no ha invertido suficientemente en lo que los militares consideran un sector de fuerte interés estratégico, la inteligencia artificial. La Iniciativa Informática Estratégica funcionará para aproximar a IBM a los intereses del Go­bierno de los Estados Unidos. Así lo puso clara­mente de manifiesto Robert S. Cooper, dirigen­te de la DARPA, en una cuestión del Congreso sobre la SCI:

Lo que esperamos que ocurra es que, a medida que DARPA promueva los esfuerzos de investi­gación de la industria y de la universidad en in­teligencia mecánica, IBM decida que es conve­niente abordar la investigación en este campo y participar en él de cara a la defensa en la déca­da de los 90, o que no lo es.

Si la decisión es negativa, habrá muchos otros que participen en esos programas de investiga­ción y obtengan tecnología para aplicaciones tanto defensivas como comerciales.

Si IBM no lo ve así, entonces, en mi opinión, de­clinará su penetración en el mercado (47).

La preocupación de Cooper por las aplica­ciones comerciales y la necesidad de lograr la colaboración de IBM se ve acuciada en grado sumo por los progresos japoneses en la investi­gación de la inteligencia artificial. En un debate en el Congreso, señaló que la amenaza del Ja­pón era una importante causa de la intensificación de las investigaciones en informática estra­tégica:

Las derivaciones comerciales ayudarán a la in­dustria informática americana a igualar, e inclu­so superar, las actividades japonesas (48).

Los principales defensores de la investiga­ción en inteligencia artificial comparten ese cri­terio (49). Por consiguiente, funcione o no la SCI militarmente, dará lugar a productos comercia­les que compitan con el Japón.

Estos programas estratégicos también operan contra la Unión Soviética. A pesar de la publici­dad sobre los avances soviéticos en la investi­gación de misiles balísticos y en la información estratégica, la mayor parte de los analistas ven escasos logros soviéticos en este campo. La úni­ca dimensión de la guerra de las galaxias en la que la Unión Soviética ha mostrado actividad son las armas antisatélites, pero esa actividad ha sido mínima. El mismo Pentágono considera que su Vehículo Miniatura o MV ASAT es muy superior a la réplica soviética, que tarda tres horas en interceptar a su objetivo y cuya acción se limita a satélites situados en una órbita infe­rior a las 1.000 millas. En la edición de junio de 1983 de Scientific American, tres especialistas de la defensa escribían que “el actual sistema antisatélite ruso representa para los Estados Unidos una amenaza pesada, inflexible y muy li­mitada. Citan esa frase como una opinión ex­presada en 1979 por el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, pero añaden que “desde entonces, no se ha producido nada en el pro­grama de ensayos soviéticos para modificar esa opinión de 1979”. Por consiguiente, los misiles antisatélites soviéticos no pueden alcanzar a los satélites americanos de comunicaciones y alerta rápida, estacionados a 22.000 millas encima de la tierra (50).

En cuanto a la informática estratégica, un im­portante defensor de la SCI observa escasa ac­tividad soviética:

Ahora los rusos son otra cosa. Empecé a seguir lo que hacían en 1960, cuando visité el país, y he seguido sus publicaciones durante otros diez años, tras lo cual lo dejé por aburrimiento. Se encuentran tan atrás que no constituyen un lu­gar adecuado de recepción. Por eso, no importa lo que publique DARPA; los rusos no serán ca­paces de actuar conjuntamente y, administrati­vamente o en cualquier otro aspecto, no podrán hacer nada, en mi opinión (51).

Entonces, ¿cuál es en este caso la posible preocupación? Algunos sugieren que los sovié­ticos actuarán en estos campos y que es esen­cial estar preparados para ese hecho inevita­ble.

Algunos sugieren otro punto de vista:

El otro escenario, del que se oye hablar en el Pentágono y en todas las demás esferas de la Administración, es éste: evidentemente, nos en­contramos en una carrera de armamentos con los soviéticos. Evidentemente, esa carrera no terminará en la mesa de negociaciones. Pero podemos ganarla. Su sociedad es económica­mente débil y carece del bienestar, la educa­ción y la tecnología necesarias para entrar en la era de la información. Han puesto todo al servi­cio de la producción militar, pero su sociedad está empezando a mostrar, como consecuencia de ello, un tremendo cansancio. No pueden mantener el mismo ritmo de producción militar que nosotros. Finalmente, eso les destrozará y entonces sólo habrá una superpotencia en un mundo a salvo si, y sólo si, podemos continuar gastando (52).

La guerra de las galaxias y los superordena­dores pueden funcionar para impulsar a la Unión Soviética a una espiral de gastos que pro­duzca fuertes tensiones a su economía.

 

¿COMO FUNCIONAN COMO IDEOLOGÍA?

 

La guerra de las galaxias y los superordena­dores pueden asimismo funcionar como ideolo­gía. Concretamente, los defensores de la SDI promueven el programa insistiendo en la pode­rosa imagen de la defensa contra las armas nu­cleares. Para la informática estratégica, estamos ante la perspectiva de la guerra automatizada, de batallas en que participarán muy escasos soldados.

La ideología de la defensa es claramente visi­ble entre quienes participan directamente en la investigación de la guerra de las galaxias.

Evidentemente, su trabajo parece encontrar­se motivado por un compromiso con la defensa. Una respuesta común de los físicos que trabajan en el centro de investigación de la SDI, los la­boratorios Lawrence Livermore, señala que se dedican intensamente “a eliminar las armas nu­cleares ofensivas (53). La mayoría de los físicos que trabajan en esos laboratorios son jóvenes (poco menos y poco más de 30 años) y desem­peñan su trabajo con entusiasmo juvenil:

No creo que yo‑ me encuentre en la categoría de quienes trabajan en armas de guerra. Traba­jamos en armas de vida, en armas que salvarán a la gente de las armas de muerte.

Existe un número casi infinito de temas en los que investigar. El número de las nuevas armas sólo se encuentra limitado por la creatividad de uno. La mayor parte no han sido desarrolladas más allá de la fase de pensar en ellas durante una tarde. Existe un enorme número de formas en que se puede defender el país (54).

Con carácter más general, los analistas creen que la guerra de las galaxias está consiguiendo algo más que ganar una nueva generación de físicos para la industria de armamento. Algunos consideran que la promesa, aunque vaga, de que la guerra de las galaxias podría constituir una defensa contra las armas nucleares, para así eliminarlas, ha conseguido neutralizar el mo­vimiento pacifista internacional. Flora Lewis, del The New York Times, lo reconoce y, por su­puesto, critica al movimiento pacifista respecto de la guerra de las galaxias:

No hay duda de que el público está confuso, pero esa confusión tiene sus propios y peculia­res peligros . ...Una organización antinuclear es­pecializada en historias de miedo distribuye fra­ses que recoge de los niños. Una de ellas, típi­ca, es: “Sueño con una inmensa bala de cañón del tamaño de la tierra. Sólo veo algo negro que lo aplastará todo y que no habrá salvación. Ten­go esa pesadilla muchas, muchas veces.”

El Presidente Reagan dijo que se sentía inquieto por cartas de niños “con frecuencia llenas de te­rror”. El General Abrahamson dijo: “la mera pro­mesa de dichas opciones (defensa nuclear) pue­de retirar el manto de miedo y ansiedad que ensombrece a nuestra juventud...” ¿Es esto lo que han logrado los físicos? ¿Provoca una cam­paña de miedo una respuesta insensata? ¿Ha sido una aportación al movimiento de supresión de armas nucleares la guerra de las galaxias? Todo parece indicar que sí. La primera línea de defensa tiene que estar depurando nuestro len­guaje de esos problemas. Una zafia expresión está aplastándonos” la cabeza sin disparar un tiro (55).

La SDI está envuelta en la ideología de un mundo sin armas nucleares. La SDI tiene una envoltura similar. Pero, para la informática es­tratégica, se trata de una guerra sin soldados, de un campo de batalla automatizado. Parece difícil discrepar de Siegal y de Markoff, quie­nes ven en la guerra automatizada una impor­tante consecuencia de la guerra de Indochina:

Como demostró... la guerra de Vietnam, los americanos ‑sean militares o civiles‑ dudan en apoyar guerras de intervención en las que se vea amenazada la vida de tropas americanas (56).

Armas automatizadas del tipo propuesto en la SCI harán más fácil la justificación de un futuro Vietnam, Granada o Nicaragua. Además, sean o no militarmente eficaces esos sistemas de ar­mas, como indica Edwards:

De la historia de la guerra posterior a la II Gue­rra Mundial, parece evidente tanto que los paí­ses del tercer mundo se convertirán en destina­tarios de sistemas de armas inteligentes de las que ellos mismos no podrán disponer como que la inteligencia artificial podrá desempeñar final­mente un papel decisivo en las luchas políticas. armadas... (57).

 

CONCLUSIÓN

 

Las fuerzas armadas americanas han confor­mado el crecimiento de los sistemas informáti­cos y de comunicaciones del país. En los dos últimos años, el Gobierno americano ha amplia­do su papel en dichos sistemas mediante dos Iniciativas Estratégicas. Es de esperar que am­bas tengan amplias consecuencias militares y políticas. La guerra de las galaxias promete la defensa contra las armas nucleares mediante la militarización del espacio exterior. La Informáti­ca Estratégica promete armas automatizadas mediante la militarización de la inteligencia a través de máquinas. Aunque hayan sido presen­tados por separado, estos proyectos se encuen­tran estrechamente vinculados. La guerra de las galaxias precisa de los descubrimientos que es­peran los proponentes de la informática estraté­gica para de esa forma tener la posibilidad de alcanzar sus objetivos mínimos.

Ambas Iniciativas Estratégicas han sido am­pliamente analizadas y criticadas desde pers­pectivas militares y técnicas. Los críticos indi­can que la guerra de las galaxias es técnica­mente inviable, que sus costes alcanzan cifras astronómicas y que existe la posibilidad de que se convierta en desestabilizadora porque justificará los llamamientos a un “primer golpe” ofen­sivo contra la Unión Soviética y socavará los ac­tuales acuerdos sobre limitación de armamento. De forma similar, los críticos indican que el pro­yecto de informática estratégica está basado en una valoración excesivamente optimista de la capacidad de los ordenadores de imitar y desa­rrollar la inteligencia humana. Dicho optimismo prescinde de los peligros de error de las má­quinas, lo que podría acarrear consecuencias propias de un cataclismo.

Por importantes que sean, esas críticas no tie­nen en cuenta el sentido político e ideológico de la guerra de las galaxias y de la superinfor­mática. Aunque estos proyectos no funcionen perfectamente desde un punto de vista técnico, pueden, no obstante, funcionar política e ideoló­gicamente. Ambos representan instrumentos de inversiones directas del Gobierno en el sector de la alta tecnología. Esas inversiones pueden presionar a la industria microelectrónica a ar­monizar sus objetivos con lo que el Gobierno americano contempla como el interés nacional, que incluye resultar vencedor de la dura pugna internacional con el Japón y arrastrar a la Unión Soviética a una carrera de gastos militares a la que, en opinión de muchos, el país no podrá so­brevivir. La guerra de las galaxias y la superin­formática son asimismo poderosas armas ideoló­gicas. La guerra de las galaxias inspira una vi­sión de defensa contra las armas nucleares y representa el término de la locura de la Des­trucción Mutua Asegurada. La Informática estra­tégica ofrece al pueblo americano protección contra las amenazas mundiales a su nivel de vida, sin la necesidad de confiar en la masiva participación de tropas.

Esta consideración de la más amplia signifi­cación política e ideológica de la SDI y de la SCI contiene una importante lección para quie­nes se oponen a esos proyectos. Criticarlos con razones técnicas no es suficiente. Esos sistemas pueden fracasar técnicamente pero, no obstan­te, pueden funcionar en pro de los intereses de sus proponentes. Los detractores deben tener en cuenta el peligro global que pueden produ­cirse cuando las iniciativas estratégicas “funcio­nen”.

 

NOTAS

 

(1) Eric Barnouw, A Tower del Babel Nueva York, Oxford, 1966

(2) Ibid.

(3) Michael Kinsley, Outer Space and Inner Sanctums Nueva York, Wiley Interscience, 1976

(4) Vincent Mosco, Comsat Presidential Directors Promise and Performance, Telecommumcations Policy (diciembre de 1981), pp 251‑164,

(5) Computerworld. 31 de enero de 1983

(6) Vincent Mosco, Pushbutton Fantasies; Critical Perspectives on Vedeotex and Information Technology Norwood, NI Ablex, 1982, p 50.

(7) Ibid.

(8) Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la De­fensa, Strategic Computing, Washington, D C. DARPA, 1983

(9) Congreso de los EE UU., Oficina de Evaluación Tecnológica Directed Energy Missile Defense del Space, Washington, D.C„ 1984,

(10) William E, Burrows, Ballistic Missile Defense The Illusion of Security Foreign  Affairs (Primavera de 1984, p. 843)

(11) Paul N. Edwards, Border Wars: The Science, Technology, and Politics of Artificial Intelligence Ponencia del Grupo de Investi­gación de Silicon Valley de la Universidad de California en Santa Crus, diciembre de 1984, p. 4.

(12) Congreso y Senado de los EE,UU., Comité de Relaciones Ex­teriores, Strategic Defense and Anti Satellite Weapons, 98º Cong. 2ª Sesión, 25 de abril 1984, Washington, D C.. Government Printing Office, 1984, p 8.

(13) Ibid., p 22.

(14) Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la De­fensa, op. cit p 4.

(15) Ibid, p. 51,

(16) Congreso de los EE.UU., Oficina de Evaluación Tecnológica, op. cit.

(17) Robert del Bowman, The Fruits of Space Exploration: Cornu­copia or Armageddon, Documento presentado al 34 Congreso de la Federación Astronáutica Internacional, Budapest, Hungría, octu­bre de 1983, p 5.

(18) Thomas Karas, The New High Ground, Nueva York. Simon and Schuster, 1983.

(19) Congreso de los EE UU., Oficina de Evaluación Tecnológica, op cit

(20) Ashton B Carter y David N, Schwartz (eds ) Balllistic Missile Defense, Washington, D.C., The Brookings Institution, 1984

(21) Congreso de los EEUU, Oficina de Evaluación Tecnológica, op, cit, 81.

(22) Daniel Ford, The Button, Nueva York Simon and Schuster, 1985. Véase también Paul Bracken, The Command and Control of Nuclear Forces, New Haven Yale University Press, 1983,

(23) Robert Bowman, op. cit,, p. 6,

(24) Union of Concerned Scientists, Space‑Based Missile Defense, Cambridge, Mass., 1984, pp 2‑3

(25) Ibid., p. 3.

(26) Consejo de Prioridades Económicas The Cost and Conse­quences of Reagans Military Buildup, Nueva York, 1982 y Ann R. Markusen, Defense Spending A Successful Industrial Policy Insti­tuto de Desarrollo Urbano y Regional. Universidad de California, Berkeley, Ponencia N ° 424, junio de 1984.

(27) The Progressive, junio de 1983, p, 22,

(28) The Nation, 9 de abril de 1983, p, 436.

(29) Thomas Karas, op, cit, p 138.

(30) The Progressive, junio de 1983, p. 22.

(31) Colin Gray, Nuclear Strategy and Strategic Planning, Filadel­fia, Instituto de Investigación de Política Extranjera, 1984, p 56.

(32) Robert C Aldridge, First Strike, Boston South End, 1983

(33) Congreso de los EE.UU. Oficina de Evaluación Tecnológica, op. Cit. p, 77.

(34) The Wall Street Journal, 3 de abril de 1984,

(35) Joseph Weizenbaum, Computer Power and Human Reason San Francisco W H. Freeman, 1976, pp. 208‑209.

(36) Computer Professionals for Social Responsibility, Strategic Computing An Assessment CPSR, Inc., P. O. Box 717, Palo Alto, CA 94301, p 3.

(37) David Lorge Parnas, “Software Aspects of Strategic Defense Systems” . Universidad de Victoria, Departamento de Informática. DCS‑47‑IR, julio de 1985.

(38) Computerworld, 15 de junio de 1983, p 15.

(39) Universidad de Harvard, Programa sobre Política de Recur­sos de Información, Seminar on Command, Control, Communications and Intelligence, Cambridge, Mass 1982, p 5.

(40) Congreso y Senado de los EE.UU op. cit., p 22.

(41) The New York Times, 25 de septiembre de 1983

(42) Joseph Weizenbaum, Once More, The Computer Revolu­tion en Forester (ed ) The Microelectronics Revolution, Cambridge, Mass. MIT Press, 1981, p. 560.

(43) Scientific American, enero de 1984.

(44) George W Ball, The War for Star Wars The New York Re­view of Books, 11 de abril 1985, p 39. Desgraciadamente, Ball dedi­ca la mayor parte del artículo a una crítica de la guerra de las gala­xias basada en argumentaciones técnicas.

(45) Aviation Week and Space Technology, 10 de diciembre de 1984, p 25

(46) Thomas Karas, op. cit., p. 59.

(47) Aviation Week and Space Technology, 27 de febrero de 1984, p 27.

(48) Congreso de los EE.UU Comité de Ciencia y Tecnología, Ja­panese Technological Advances and Possible United States Respon­ses Using Research Joint Ventures, 98º Cong. 1ª Ses. 29, 30 de junio de 1983, Washington, D.C.. Government Printing Office, 1984, p 135

(49) Véase Edward Feigenbaum y Pamela McCorduck, The Fifth Generation, Artificial Intelligence and Japan’s Computer Challenge to the World, Reading, 1983.

(50) Union el Concerned Scientists, op. cit.

(51) Congreso de los EE.UU., o: cit,, pp, 142‑143.

(52) Nicholas Lemann, The Peacetime War”, Atlantic Monthly (octubre de 1984), p 94

(53) The New York Times, 31 de enero de 1984

(54) Ibid.

(55) The New York Times, 8 de julio de 1984, E/21. Es un esfuerzo para depurar nuestro lenguaje William Safire ha hecho un llama­miento a los lectores del dominical del New York Times para que envíen sugerencias destinadas a rebautizar el programa de guerra de las galaxias, que en su oído tiene carácter beligerante Está de acuerdo con el Presidente Reagan en que “da una falsa impresión de aquello de lo que hablamos” y pide un nuevo acrónimo que susti­tuya al débil SDI. Rechaza Iniciativa Estratégica para la Defensa (SID) debido a que sería una nueva versión del mismo término y Su­pervivencia Mutuamente Asegurada (MAS) porque suena vagamen­te a marxista”. Convocando a todos los lectores, ofrece un almuerzo en la Casa Blanca al afortunado lector del Times que consiga depu­rar el lenguaje de la guerra de las galaxias The New York Times Magazine, dominical del 24 de febrero de 1985.

(56) Lenny Siegal y John Markoff, “Military Micros” citada en Paul N. Edwards, op cit., p. 12.

(57) Paul. N. Edwards, op. cit, p, 13.