Una comunicación democrática

 

JORGE M. REVERTE

 

La definición del Audiovisual Público Integrado, lejos de ser una aportación teórica abstracta para uso y abuso de co­municólogos, es una de esas realizaciones prácticas al alcance de la mano de aque­llos que, teniendo en su mano los mecanismos políticos, estén realmente dotados de la voluntad también política de cons­truir un modelo fundamental para una so­ciedad democrática como la española.

Durante los últimos años hemos asistido a lo que, en mi opinión, es un perverso desplazamiento del debate sobre demo­cracia y pluralismo en los medios de comunicación. Se nos ha impuesto un terre­no claramente desviado: comunicación pública/comunicación privada. Acabada la transición (acabémosla de una vez, por favor) podemos ya ir sin pasar por inne­cesarios sonrojos a hablar de otras cosas; desde esa perspectiva, me permito des­pachar el asunto en pocas líneas: los me­dios privados no resuelven la democrati­zación ni resuelven el pluralismo, más bien se limitan a reforzar la posibilidad de opciones distintas, pero siempre suje­tas a intereses particulares.

Vayamos pues a lo que ahora me inte­resa destacar: ¿Se resuelve también de un plumazo la cuestión del pluralismo a través de la mera descentralización (televisiones autonómicas) y de una cierta manga ancha con las emisoras de radio municipales? El atento lector, al advertir el tono de la pregunta, adivinará que la respuesta es no. Razones: la democracia, los sistemas de participación, no se garantizan por sistemas estructurales, sino por mecanismos de ejercicio concretos y sometidos a control por los agentes socia­les.

Esto es cualquier cosa menos una teori­zación en el aire (cuidado: las teorizaciones son muy valiosas). El problema en nuestro país es que hay mucha gente que se cree lo de la democracia pero se re­siste a ella porque da trabajo. Crear un medio de comunicación que dé una información veraz, contrastada, objetiva en lo posible, no es demasiado difícil y tampo­co son difíciles los medios de control. Lo difícil es cuando hay que plantearse lo de la participación que, en el fondo, es lo de la democratización y el pluralismo en tér­minos serios.

Surge entonces algo que parece poder solventarse mediante el recurso del dere­cho de acceso, y por eso parece que lo podamos despachar con unos cuantos mi­nutos para los gitanos (el ejemplo no es casual: son casi los únicos representantes de minorías que hacen uso de ello). Y nos conformamos: tres minutos al día para ne­gros del Maresme, vecinos de Orcasitas y madres de presidiarios. Está bien. ¿Se acaba ahí? Eso es el Defensor del Pueblo puesto por un cura jesuita en cada medio. Vamos en serio: el derecho de acceso no es sólo una cuestión para apaleados, debe ser un mecanismo social normaliza­do y que afecte también a cuestiones no reivindicativas, sino también y esencial­mente creativas y de iniciativa social.

El modelo que se propone desde hace un año para la Comunidad de Madrid en cuanto a la ligazón de una serie de meca­nismos de comunicación, su interrelación, su capacidad de intervención desprovista de paternalismo, está en esa dirección. Y se comprueba que, no sin sorpresa, tal propuesta no es sólo democrática sino también racionalizadora. Ese modelo es el de la cadena de emisoras municipales y se basa en un pacto muy sencillo: la emisora de la Comunidad proporciona una programación de 24 horas a todas las emisoras municipales asociadas, éstas, a su vez, desarrollan su programación pro­pia local en función de sus capacidades y sólo se obligan a conectar en los informa­tivos de la emisora “madre” para añadir, al final de los mismos, su propio informati­vo local. Además, se crea un espacio de emisión en cadena elaborado cada vez por una de las emisoras sin control ni li­mitación de contenidos, y una interrelación informativa en todo aquello que afec­te a los ámbitos local y regional. Todo ello, dentro de un marco de autodiscipli­na en cuanto a utilización de frecuencias y potencias que evita la “guerra de las on­das” conocida en otras comunidades y practicada con entusiasmo por las emiso­ras privadas.

 

El ejemplo no es una experiencia aisla­ble: la producción de vídeos de manera “integrada” (lo que no se refiere más que a información mutua y coordinada de es­fuerzos) y la posibilidad de incorporar a la experiencia televisiva (si se produce la misma) no son utopías. La incorporación de un derecho de acceso a la programa­ción de televisión en los mismos términos sólo está limitada por la capacidad técnica de quienes hayan de ejercer el mismo. Entonces nos encontramos con alguna li­mitación: es cierto. Pero cabe preguntar­se si es descabellado pensar en cuatro o cinco centros de producción audiovisua­les en una Comunidad como la madrileña que reúnan a multitud de municipios a su alrededor.

Está claro que las cosas no surgen de la nada y que a nadie se le regala tampo­co nada. Pero, si existe el mecanismo, y éste es eficiente, sólo queda por llenar una cuadrícula del crucigrama: a los gru­pos sociales, asociaciones que se organi­zan en torno a iniciativas y organismos de carácter municipal les compete la res­ponsabilidad de exigir y conseguir aque­llo que está a su alcance. Las iniciativas de participación, los modelos, no sirven de nada si la sociedad no está viva y es capaz de autoorganizarse. La carretera está hecha. Queda que cada uno se bus­que el coche o lo alquile. Y los gobiernos de izquierda no deben ser hermanitas de la caridad, sino canalizadores de los im­pulsos sociales.

Moraleja: si no hay una comunicación más democrática es porque no se quiere. Caminos hay. Están inventados.