La normalización terminológica de una lengua es un proceso complejo,
pendiente de múltiples factores, y que exige opciones concretas. La
terminología catalana se encuentra ahora en una situación crucial, sentando las
bases para una ordenación en el marco de una política lingüística.
1. ¿HAY QUE NORMALIZAR LA TERMINOLOGIA?
Con la
intensificación de las relaciones comerciales a todo: los niveles se ha evidenciado la necesidad de la normalización de cualquier
unidad 5 producto. Es en este sentido por lo que los
confeccionista; que quieren comerciar con el exterior
necesitan normalizar sus tallas; y los fabricantes dE
envases de cartón, las medidas y calidades dE los productos que fabrican. La
posibilidad de: producto único, del producto "hecho a mano" ha
quedado prácticamente arrinconada, si tomamos en consideración la variable "intercambio con el exterior". Sin
normalización no se puede competir. Sin normalización no se puede vender con
unas ciertas pretensiones. Sin normalización es difícil intercambiar ideas o
punto: de vista sobre una misma cuestión. Los mercados locales han quedado
pequeños. El nuevo mercado, el mundo del momento, reclama productos e
intercambios normalizados.
Si
efectivamente es ésta la situación actual y queremos tomar parte en ella; si
efectivamente queremos integrarnos en esta nueva sociedad que exige productos
normalizados, es preciso que los ciudadanos seamos conscientes de lo que
ganamos y de los que perdemos con esta normalización. Que, en términos más
gráficos, podríamos considerar como un "ponerse el uniforme". Es
evidente que "normalizar" quiere decir convertir en estándar y que
esta operación se basa en la elección y el rechazo. Es una elección, porque se
debe privilegiar una posibilidad entre unas cuantas; es un rechazo, por que las posibilidades no seleccionadas se
tienen que desterrar inevitablemente a fin de que el acto de normalización
resulte eficaz. Normalizar tiene que ser un acto consciente por parte de la
sociedad y de sus dirigentes. La normalización debe programarse racional,
adecuada y moderadamente en función de los objetivos que espera alcanzar.
Pero hay un
hecho incuestionable: para elegir hay que rechazar; para elegir hay que renunciar
‑al menos en unos determinados niveles‑ a la diversidad. Es
necesario que tengamos en cuenta este hecho en el momento de tomar una
opción. Sólo renunciando a la diversidad, si ésta no es esencial, nos
relacionaremos con el exterior de manera también normalizada.
Las
necesidades de normalización se centran fundamentalmente en los productos
comerciales, en las ideas científicas y en las tecnologías y persiguen un
objetivo fundamental: un intercambio ‑siempre comercial‑ más
eficaz, más rentable y más ceñido a lo que se pretende.
Un proceso
de normalización, en consecuencia, no puede ser un acto puntual, ni
individual, ni irracional, sino que debe cumplir unas condiciones básicas
mínimas. De lo contrario no tendría ni la más mínima eficacia. El dictado de
una norma, su imposición social, su publicación en un órgano colectivo, no
tienen valor alguno en sí mismos; el valor de una norma es únicamente su
aplicación y, para ello, hace falta que se cumplan unos requisitos
indispensables, como pueden ser: el consenso sobre la norma, el consenso sobre
la normalización y el consenso sobre su aplicación.
Sólo si hay
un consenso previo sobre la necesidad de llevar a cabo un proceso de
estandarización general; sólo si hay consenso sobre la necesidad de dictar una
norma específica para un producto; sólo si los que toman parte en cualquiera de
los peldaños relacionados con el producto están
dispuestos a cumplir el acuerdo que han establecido, un proceso de normalización
tendrá sentido, porque sólo así se respetarán los pactos que supone una
decisión de estas características.
Pero, ¿es
necesaria o no la normalización? Esta es una pregunta de muy difícil respuesta.
Es necesaria, en la media en que una comunidad desee participar en una
concepción específica de la sociedad moderna; es necesaria, en la medida en
que una comunidad no quiere ser única y, en consecuencia, encontrarse aislada;
es necesaria, sólo si así lo deciden sus miembros. A fin de cuentas, la
respuesta está condicionada por la forma de pensar sobre el progreso y su
sentido, sobre la visión de futuro y sobre la necesidad o no de participar en
un determinado y muy preciso panorama mundial.
2.
NORMALIZACION TERMINOLOGICA Y NORMALIZACION LINGÜISTICA. LAS POLITICAS
LINGÜISTICAS
La
normalización terminológica no es acto único, sinó
que participa de los mismos objetivos y condiciones que afectan a la normalización
general. Es en este sentido que normalizar terminológicamente
significa preferir un término a otros, rechazar los términos no elegidos, uniformizar
la "manera de nombrar", la manera de "referirse a".
No hace
falta insistir en la necesidad de estandarizar los términos, si queremos
estandarizar los productos que designan; ni en la necesidad de homogeneizar
la "manera de nombrar", si queremos intercambiar ideas. La normalización
terminológica es necesaria para relacionarnos entre nosotros y con el
exterior, ya que, sólo presuponiendo que hablamos de la misma cuestión porque
usamos el mismo término para designarla, podremos volcar nuestros esfuerzos
mentales en la cuestión y, además, unificaremos la manera de referirnos a las
cosas.
Con todo, la
normalización terminológica no afecta a la lengua general. Sólo estandariza la
designación de los conceptos y productos propios de las ciencias, de las
técnicas y de las profesiones ‑designaciones que se recogen en las
llamadas lenguas de especialidad. Y todavía más, sólo aborda el aspecto gráfico
y, en muy contadas ocasiones, el fónico. La normalización de la terminología
se centra en el aspecto formal de los términos propiamente dichos y no
interviene en el léxico, ni en la sintaxis, ni en la morfología generales. Así
pues, cuando hablamos de normalización lingüística no nos referimos ni mucho
menos a todas las palabras, sino sólo a aquellas que dentro de un lenguaje especializado
designen conceptos específicos.
Un lenguaje
especializado es un subconjunto de la lengua general, subconjunto definido por
la realidad profesional y laboral. La terminología es un subconjunto del
léxico común, del léxico general.
No podemos
perder de vista que normalizar terminológicamente no
es, ni puede ser, un proceso aislado. Por una parte, está muy relacionado con
la normalización de productos y conceptos; por otra parte, ha de estar
concebido dentro de la normalización lingüística general. Hablando lisa y
llanamente, normalizar terminologías presupone querer normalizar productos y querer
normalizar la lengua. Es bien cierto que un país podría plantearse
perfectamente el normalizar sus términos técnicos y científicos de cara a las
relaciones exteriores y que las líneas generales que propusiesen no tuviesen
nada que ver con las que dispusiesen para la lengua en general. Muy bien podría
pasar que la adaptación de los préstamos técnicos siguiese unas recomendaciones
contradictorias con las dictadas para los préstamos generales.
Esto, que
evidentemente es posible, no es de ninguna manera deseable. Normalizar una lengua
ha de ser un acto consciente no sólo de la necesidad de llevarlo a cabo, sino
también de las resoluciones terminológicas para llevarlo a cabo. Una política
terminológica bien estructurada no puede prescindir de la política lingüística
general y, en la medida en que ello sea posible, ha de mirar de acoplarse a
sus mismas líneas. ¿Por qué? Por coherencia hacia la lengua, por respeto a los
ciudadanos y por rentabilidad económica y política. Los dirigentes han de
saber cómo deben tratar a la lengua, qué "quieren hacer" con la
lengua. Siempre habrá quienes opinen que no importa que un lenguaje se pierda,
que así se demuestra que es un organismo vivo y, como tal, nace, se desarrolla
y muere. También habrá quienes sean partidarios de considerar cada lengua como
una "pieza única", que se aleje siempre que pueda de las soluciones
de otros idiomas. Habrá quienes crean también que sólo el uso es soberano.
Otros habrá que pensarán que todo producto ‑incluida la lengua‑ se
debe normativizar. Muchas son las opciones, y de
todas o de algunas de ellas han de surgir unas decisiones claras y coherentes
que configuren una política lingüística determinada.
Querría
subrayar el uso que hago del artículo indeterminado al referirme a la política
lingüística. Observemos que establecer una política cualquiera, unas
estrategias para llevarla a cabo y unos márgenes de maniobra es simplemente una
cuestión de decidirse por alguna opción. Es obvio que hay políticas más
eficaces que otras; como las hay que son más coherentes en conjunto y otras
internamente contradictorias; y, aún más, las hay que se acoplan más estrechamente
a la manera de pensar de cada cual y de concebir la lengua. Sin embargo, para
establecer una política lingüística, uno debe decidir y, al decidirse, tiene
que tomar una opción y rechazar otras posibles alternativas.
Hemos dicho
que todo acto de normalización general es al mismo tiempo un acto de elección y
de rechazo ‑elección de una posibilidad y rechazo de las demás‑; la
normalización de la terminología es un acto también de elección y rechazo:
elección de un término para designar un concepto y arrinconamiento de las otras
denominaciones reales o posibles.
Centrémonos
un momento en las denominaciones reales o posibles. Es un hecho que, a menudo,
para denominar un concepto tenemos varias palabras que se usan efectivamente.
En catalán, por ejemplo, para designar la "porción extrema de un tejado
que sobresale más allá de la línea vertical de la fachada", y que corresponde
al castellano alero, se puede
utilizar la palabra ráfec, con todas sus variantes fónicas
dialectales, y además, volada o eixida. Si efectivamente normalizar la terminología
quiere decir privilegiar un término por encima de otros, en un caso como el
que presentamos habrá que tomar una opción y considerar prioritario sólo uno de
los términos, y los otros tratarlos como secundarios; y, a fin de cuentas, no
recomendables. Estandarizar significa ésto, aunque
nos cueste renunciar a la diversidad, aunque pensemos que empobrecemos
lingüísticamente un área. Pero sólo .rechazando
alternativas y quedándonos con una única propuesta, y sólo renunciando a la
"riqueza" terminológica, se puede llegar a estandarizar los
términos.
Por este
motivo, entre otros, la normalización tiene que ser un acto de consenso. Porque
sólo si las partes implicadas en el uso terminológico están de acuerdo en llegar
a una propuesta única, la normalización tiene algunas posibilidades de tener
éxito. En caso contrario, si ya de entrada los que han de usar un conjunto de
términos de un área no quieren llegar a un acuerdo, los intentos de
normalización fracasarán. La imposición no es ningún método válido para la
lengua. Tener que actuar por consenso, en consecuencia, determina unas
estrategias concretas para la normalización lingüística. Y este procedimiento,
a veces, resulta difícil de entender, porque implica lentitud y asimilación
gradual. Y los ciudadanos, en algunas ocasiones, tenemos
mucha más prisa.
La
terminología, además de otros aspectos, también se diferencia de las palabras
del léxico común por sus contínuos cambios. El
progreso de una determinada área científica o técnica condiciona el
arrinconamiento de términos ya obsoletos y la aparición de nuevas necesidades
de denominación. También, para enfocar esta cuestión, hay divergencia por parte
de los que se dedican a la terminología. Para algunos, las denominaciones no
tienen por qué cambiar. Para otros, hay que separarse de forma brutal de la
denominación anterior, porque ha surgido un nuevo concepto y, por tanto, una
nueva asociación concepto‑término. Una y otra posición son excesivamente radicales. Siguiendo la primera, a la
máquina de lavar la ropa aún la denominaríamos lavadero o pila. Siguiendo la segunda, cada concepto nuevo sería
tratado independientemente de la historia que lo ha hecho posible y de los
términos que lo han designado en fases precedentes.
Son variadas
las posiciones en este terreno y no corresponde ni a los terminólogos ni a los
usuarios el decidir las líneas básicas de este proceso. Este es un deber y un
derecho reservado a quienes han de elaborar las pautas de trabajo sobre la
lengua, a los que se tienen que haber planteado y tienen que haber expuesto
explícitamente a los ciudadanos por dónde piensan conducir la lengua; en
definitiva, qué quieren hacer con ella. Y los ciudadanos decidirán si están de
acuerdo o no, si lo aceptan absolutamente, con condiciones o lo rechazan.
Porque, siguiendo a Rondeau, para llevar a cabo la
normalización terminológica no se puede prescindir de
una política lingüística "clara, explícita y ampliamente difundida".
3. LA
ADAPTACION DE PRESTAMOS
Uno de los
temas preferentes en las discusiones sobre terminología es el de los
préstamos. Evidentemente es uno de los más espectaculares, de los más notables
a la hora de hablar de normalización lingüística. Mientras que es más
difícilmente contestable en una situación precisa si los individuos hablan más
o menos con otros, si les gustan más las películas con doblaje escrito u oral,
si tienen actitudes diversas y antiigualitarias
respecto a los diferentes dialectos o respecto a otras lenguas ‑tema del
que tendríamos que hablar largamente‑ es fácilmente observable si usan
términos directamente extraídos de sistemas lingüísticos diferentes. Y es un
hecho real que en muchas de las áreas técnicocientíficas,
exceptuando algunos campos de profunda tradición, las creaciones se importan,
con lo cual se importan también las denominaciones.
No podría
suceder de otra manera. Si alguien inventa un producto, una fórmula o un nuevo
concepto, lo denominará de una manera determinada, siempre aprovechando los
recursos que su lengua le ofrece y, evidentemente, usando los morfemas idiosincráticos de su sistema lingüístico. Y así tenemos
los casos del software, o el hardware para los ordenadores, o el print o el delete en el
teclado de los terminales. Y los términos importados se instalan en el uso y,
en consecuencia, en la lengua. Y a veces se acomodan tanto que hasta incluso
usan las posibilidades de la lengua en la que se han instalado. Auto‑stop es un término
procedente del inglés que ha ya producido autostopista;
print ya ha producido printar en catalán.
Ante una
situación de este tipo es necesario saber qué hacer; quienes han de establecer
las líneas políticas sobre la lengua tendrán que dar unas bases generales de
actuación, bases que los profesionales de la lengua (docentes, traductores,
redactores, etc.) o los expertos de un campo determinado respetarán o, en todo
caso, discutirán; pero, en definitiva, sabrán a qué atenerse. Este marco
general al que hacemos alusión se refiere a la política de préstamos. ¿Cómo
queremos que sea la lengua en el futuro? ¿Queremos que se le incorporen sin
retoques ni discriminación todas las palabras procedentes de otras lenguas, o
queremos incorporarlas con adaptaciones? ¿Queremos traducirlas o queremos
adaptarlas a nuestras normas?, ¿o quizás queramos
crear nuevas palabras?
Las
posibilidades, también en este terreno, son variadas, e inevitablemente hay que
escoger algunas vías o bien sintetizar las diferentes posibilidades. Lo que no
debe ocurrir es lo que sucede ahora en muchas lenguas, en que cada caso es
considerado un tema único. Y así podemos encontrarnos, por ejemplo, en catalán
que términos como los mencionados anteriormente software y hardware, o el zoom o el saque sean pronunciados a partir del sistema fónico de la lengua
de procedencia; y, en cambio, términos como hoque¡, básquet o fútbol se hayan adaptado fónica y gráficamente,
y otros casos como parking, input o output se hayan solucionado completamente con
palabras ya existentes en el catalán.
Es imprescindible
que haya un cierto orden en estas cuestiones, sobre todo en casos como el de la
lengua catalana, con un problema de normalización pendiente, en el que todos
los que son conscientes de ello tienen que participar inevitablemente.
No obstante
este planteamiento que acabamos de hacer, no podemos perder de vista que la
política de normalización de la lengua común y la específica de la terminología
deben respetar condiciones diferentes, puesto que persiguen objetivos
diferentes. Normalizar el uso de la lengua presupone estimularla en diferentes
ámbitos, respetando sus formas más genuinas ‑sin que ello signifique que
no pueda incorporar unidades de otras lenguas con las que está. en contacto‑, hacer renacer una riqueza léxica
aparentemente inexistente, pero real. Una lengua es uno de los testimonios de
una comunidad. Con todo, la normalización terminológica pasa por otras
condiciones. No hay que olvidar que la terminología sirve para los
intercambios, entre nosotros y con el exterior. Así pues, un término no es
simplemente el testimonio de que pertenece a una lengua existente, sino que,
además, cuanto más útil sea mejor, cuanto más fácil y operativo, tanto mejor.
Las palabras tienen que identificar una lengua, diferenciarla de las demás.
Pero es deseable que los términos tengan una base común internacional.
El respeto
de esta doble vertiente de los términos, la local y la internacional, tiene
que presidir incuestionablemente las líneas de la normalización de la
terminología. Sabemos que este aspecto sólo será tenido en cuenta si una
política lingüística lo requiere; de cualquier forma, no querer respetar esta
doble cara significa aislarse, separarse del resto en este terreno. Esta opción
es perfectamente legítima, pero hay que calcular las consecuencias y medir las
fuerzas. Algunos países tecnológica y científicamente desarrollados lo saben
perfectamente, y por ésto se imponen terminológicamente. Los países y las comunidades que no se
encuentra en esta situación tienen que calcular la jugada antes de arriesgarse
a perder el tren de los intercambios o complicarlos innecesariamente. Es una
cuestión de opciones, y, en este caso, me limito simplemente a exponerlas.
4.
ORGANIZACION DE LA TERMINOLOGIA CATALANA
La
terminología catalana se encuentra en una situación muy precisa ‑aunque
todavía poco consolidada‑ y, en este momento, crucial. Es crucial porque
podemos considerarnos situados en el punto de paso de una situación no ordenada
a, al menos, una situación abordada. Estamos en el punto de sentar las bases
para llevar a cabo una determinada ordenación terminológica que respete, por
un lado, el marco de la política lingüística establecida por la Generalitat de Catalunya, y, por
otro, las recomendaciones dadas por la institución reconocida como la autoridad
lingüística para la lengua catalana: el Institut d'Estudis Catalans (1).
Ambas
instituciones han creado un organismo que se dedicará a los trabajos
terminológicos, a la normalización terminológica. Evidentemente, al crearlo,
cada institución le ha dado el apoyo que puede proporcionarle. El Institut d'Estudis Catalans, el apoyo lingüístico, puesto que sancionará,
mediante la participación de algunos de sus miembros en las Comisiones de
Supervisión, los términos propuestos y las recomendaciones para formar otros
nuevos. La Generalitat de Catalunya,
su apoyo lingüístico, legal y estratégico, puesto que recomendará o propondrá,
según el sector de que se trate, los términos que hayan surgido de las
Comisiones de Supervisión ya mencionadas.
Este Centro,
el TERMCAT (2), se ha de ocupar, pues, de todos los aspectos relacionados con
la planificación terminológica:
1. De la planificación de la investigación terminológica,
convenientemente adecuada a las líneas prioritarias establecidas por la Direcció General de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya.
2. De la unificación de la metodología de investigación y de
presentación de diccionarios y vocabularios esepecializados.
De la difusión de una metodología normalizada.
3. De la
creación de un banco de datos terminológicos automatizados, que incluyan
información (3) sobre el término catalán y su equivalencia en otras lenguas.
4. De la creación de un banco de datos documental sobre terminología,
que incluirá repertorios lexicográficos generales y especializados, obras
específicas tanto de teoría terminológica como de áreas científicas y técnicas
específicas y documentos terminológicos aptos para el vaciado.
S. De la supervisión de los términos a través de su Consejo
Supervisor, en el que figurará el Institut d'Estudis Catalans.
6. De la difusión de las terminologías normalizadas, a través de
publicaciones y servicio de consultas.
7. De la formación de personal especializado en la investigación
terminológica, ya sea procedente del área de la lingüística, como de alguna de
las áreas de la ciencia y la tecnología.
El TERMCAT
es un centro de servicios para la terminología catalana y sus equivalencias en
otras lenguas, que dará información sobre y a partir de las denominaciones en
catalán o sobre y a partir de los términos en otras lenguas. Será, por lo
tanto, útil, tanto para los docentes, como para los traductores, locutores,
periodistas, redactores técnicos y expertos en general.
NOTAS
(1) La Generalitat de Catalunya se
somete lingüísticamente a las recomendaciones del Institut
d'Estudis Catalans, tal y
como consta en el Decreto 90/1980 de 27 de junio publicado en el DOG n.° 74 de
16 de julio. Mientras que el gobierno autónomo de la Generalitat
de Catalunya sólo abarca el ámbito del Principado, el
Institut d'Estudis Catalans tiene competencias sobre toda el área de habla
catalana y, por tanto, tiene jurisdicción en la comunidad autónoma de Valencia
y en la balear.
(2) El
TERMCAT funciona desde setiembre de 1985. Tiene su sede en la calle del Carme,
08001 Barcelona.
(3) Cada
ficha terminológica incluye varias informaciones: el término gramatical, el
campo y el subcampo al que
pertenece, la definición, los contextos, las fuentes de referencia de todas
las informaciones, la marca de ponderación, el autor y fecha de la ficha y las
equivalencias en inglés, francés, castellano, alemán e italiano; además de
otros datos no obligatorios.
DCUB. Palma de Mallorca,
1973.
DUBUC. R. Manuel practique de terminologie. Conseil International de la
langue française. París,
1980.
FELBER. Developing International Co‑operation in Terminology and
Terminological Lexicography. Dins Infoterm
Series 3. Munich, Verlag
Documentation, 1976.
FELBER. Plan pour un réseau
mondial de terminologie et pour sa réalisation. Dins
Terminologies 76. La Maison du Dictionnaire, París,
1977.
GUILBERT, L. Fondements
lexicologiques du dictionnaire. Poóleg al Dic. Grand Larousse de la Ungue
Française. Larousse. París, 1971.
KOCOUREX, R. La langue
française de la technique et de la science. La documentation française. París, 1982.
LINDFELT, B. Présentation. La
normalisation terminologique. Dins Terminogramme, 26‑27. Quebec,
1984.
MANU. Les
organismes internationaux de normalisation terminologique. Dins
Terminogramme, 26‑27. Quebec,
1984.
MARQUET, Ll.
Els neologismes cientifics.
Dins Actes del quart Col.loqui Internacional de Llengua ¡ Literatura Catalanes. Basilea, 22‑27 de marg de
1976. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de
Montserrat, 1977.
PITCH, H. Principios
Metodológicos de Terminología. CSIC. Madrid, 1984.
RONDEAU, G. Introduction á la
Terminologie. Gaëtam Morin éditeur. Quebec, 1983.
SAGER, J.C.
Terminologie et formation en terminologie. Dins Terminogramme, 11. Quebec, 1982.
TermNet News núm. 9, 1985.