JOSE MANUEL MORAN
Las
innovaciones tecnológicas que irrumpen constantemente en nuestra cotidianeidad
están dando lugar a cambios, no por paulatinos y sin estridencias menos
decisivos, en los modos de comportamiento social y en la actitud que ante el
devenir vital adoptamos. Entre estas innovaciones la microelectrónica ocupa un
lugar preeminente y ello no tanto por cómo la utilizamos los ciudadanos de a
pie, sino por el uso de que de ella hacen los poderes establecidos y las
organizaciones, de todo tipo, que contribuyen a configurar con sus acciones el
universo social que nos rodea.
LA INTIMIDAD
VIGILADA
De entre
esos usos se suele resaltar aquél que permite a esos poderes y organizaciones
acopiar datos personales de los individuos, así como la manipulación posterior
de los mismos en aras a optimizar sus estrategias sociales o económicas. Esos
acopios y tratamientos es obvio que pueden hacerse con
desconocimiento de los propios interesados e, incluso, lo que es más grave, en
perjuicio de sus derechos inalienables o sus intereses particulares. El
acecho de la intimidad y las coacciones que del mismo pudieran derivarse
representa, pues, un peligro evidente que puede concretarse en cualquier
momento, si no se ponen los medios sociales, legales y materiales que hagan muy
improbable su aparición.
Pero con ser
preocupante el uso de los modernos medios técnicos para vigilar, con fines
condenables, aquellos ámbitos más personales e íntimos de cada individuo, es
mucho más angustioso ver cómo los avances tecnológicos pueden hacer desaparecer
esos ámbitos personales que hacen diferentes e irrepetibles a los hombres. El
drama estriba entonces, más que en la intromisión no deseada en la vida
particular, en la destrucción, vía la alienación y uniformación
generalizada, de todo rasgo distintivo de cada andadura individual.
SOLEDAD E
INSIGNIFICANCIA
De nada
sirve que a diario se nos bombardee con eslóganes que exaltan esa
"sociedad de la información" en la que se dice que estamos entrando
de la mano de los medios audiovisuales y que abrirá las puertas al desarrollo
integral del hombre, facultándole con "nuevas extensiones" para el
diálogo con sus prójimos. La realidad contradice palpablemente esa ilusoria
propaganda, ya que asistimos al creciente aislamiento de cada individuo, que
no se reconoce a sí mismo tan igual a los otros y tan al margen de ellos, en
esa masa atomizada que son nuestras sociedades. Los mensajes que circulan de
arriba abajo por los medios, refuerzan la soledad y afianzan el comportarse
como los demás, para no caer en la patología social de esa "sociedad autovigilada" donde es más "conveniente" no
destacar, ni tener una intimidad significativa, una vez que se ha asumido que
los papeles estelares son pocos y están repartidos.
Es más,
mientras se acumulan datos sobre cada individuo, se provoca un aumento de la
insensibilidad de la administración pública ante los deseos y necesidades de
sus beneficiarios, y las estructuras anónimas que limitan la libertad de la
persona se van imponiendo cada vez más al ejercicio directo del poder. ¿Qué nos
espera tras esa "sociedad mejor ordenada" a la que estamos abocados?
¿Cuál puede ser el resultado final de determinados cambios que en la
actualidad sólo están empezando? ¿El orden que se persigue
incidirá sólo en el campo de las necesidades materiales o limitará, por el
contrario, la creatividad, el juicio, la intimidad y la libertad de los
hombres, alumbrando, en último término, una sociedad burocrática completamente
regulada?
EL CAMBIO
IMPRESCINDIBLE
Ante estos
dilemas es claro que las nuevas tecnologías no bastan para alumbrar una nueva
sociedad donde cada hombre se encuentre a sí mismo y a sus semejantes. No
bastan, pero es imprescindible que su uso impulse su consecución en vez de
frenarla. Hasta ahora, por el contrario, esas posibilidades técnicas están
siendo utilizadas para aislar al individuo, centralizar y fortalecer el poder
de las estructuras de dominación conocidas y acercarnos un poco más al
holocausto nuclear. Cierto que todavía no existe un determinismo
"duro", que la utilización de la informática está condicionada por
fuerzas sociales y que la microelectrónica no determina estrictamente el
advenimiento de una sociedad dominada por las burocracias y funcionando como
la "megamáquina" de Mumford.
Pero cierto,
también, que escandalizarse por la vigilancia de la intimidad cuando lo que
está en juego es la posibilidad de esa intimidad es tan inocuo como cargar a
la cuenta de las nuevas tecnologías la responsabilidad de ese problemático
porvenir. Conseguir una sociedad caracterizada por la equidad, la democracia
industrial y la posibilidad general de realización creativa de las personas,
implica una tarea que va más allá de denunciar los riesgos de inmiscuirse en
nuestras existencias. Tarea que exige una radical transformación social que
desborda con creces la pretendida revolución microelectrónica.
Hablemos,
pues, de la revolución hecha por los hombres y para los hombres que hay que
emprender y atisbemos qué posibilidades nos abre la
microelectrónica para conseguir transformar de raíz una sociedad que permite
utilizar las obras e invenciones del hombre en su contra, fomentando su
dominación y enajenación. Aprestémonos a ser protagonistas de nuestra
historia y desconfiemos, en definitiva, de que "el ordenador‑gran
hermano" esté dispuesto, capacitado y motivado para sustituirnos en ese
decisivo papel.