El origen
y desarrollo de las televisiones europeas, abre paso a la década de crisis,
convulsiones y transformaciones que comienza en los años setenta. Las nuevas
tecnologías del satélite y del cable especialmente, perfilan nuevos cambios,
con interrogantes mantenidos que exigen rápidas respuestas.
Desde comienzos de la
década de los 80, las estructuras de las televisiones europeas se encuentran
sumidas en un profundo proceso de transformación, cuyas características están
determinadas no sólo por el crecimiento tecnológico de los mass media, sino también por las decisiones de tipo económico y
político adoptadas en el ámbito nacional e internacional por cada uno de los gobiernos
europeos (1). Se trata de una fase de transición,
provocada por la creación de nuevas redes de telecomunicaciones y por la masiva
penetración de las tecnologías de la información, cuyo alcance no tiene
precedentes en la historia de la comunicación electrónica. En la actualidad
resulta muy difícil, por no decir imposible, determinar adónde conducirá esta
transición. El futuro de los sistemas de televisión europeos dependerá del
modo en que cada país afronte el reto que supone la consolidación de nuevos
medios de comunicación y la aplicación de nuevas tecnologías.
EL NUEVO PANORAMA DE LA
TELEVISION EUROPEA
Podríamos
definir esta fase como la tercera era de los medios de comunicación,
después de las etapas caracterizadas por el nacimiento de la radio y la
generalización de la televisión; sin embargo, la aparente progresión lineal de
dicha secuencia oculta el efecto de ruptura del desafío actual (2). Lo que en realidad se cuestionan son las bases sobre las
que se desarrollaron los sistemas europeos de radiotelevisión en las últimas
décadas, que han marcado su evolución hasta ahora, así como el papel actual y
futuro de los servicios públicos tradicionales (3).
Cuanto está
sucediendo en estos años plantea interrogantes a los que resulta difícil dar
respuestas inequívocas: ¿Cuáles serán los elementos de continuidad que sobrevivirán a la actual fase de transición? ¿En qué
términos cambiará la relación entre Estado y radiotelevisión, y entre ésta y
el público? ¿Quién controlará y guiará los desarrollos tecnológicos del sector?
¿Cuáles serán las consecuencias de dichas transformaciones sobre los
contenidos de la programación, sobre los modos de producción y sobre los
hábitos de consumo del público? Son preguntas de una gran importancia,
destinadas a permanecer sin respuesta por el momento, pero sobre las que pueden
adelantarse algunas hipótesis, a la vista de las iniciativas que últimamente
están tomando los gobiernos, emisoras e industrias del sector (4). Esto es lo que trataremos de hacer en las páginas
siguientes, con referencia a los países europeos que, en uno u otro modo, han
representado las tendencias más relevantes. No incluiremos aquí la situación
española, que será objeto de una análisis detallado en otros ensayos del
presente número.
ORIGENES Y DESARROLLO DEL
MODELO TELEVISIVO EUROPEO
En los
comienzos de la era radiofónica, la mayor preocupación de los gobiernos de la
época fue establecer un modelo que garantizase un desarrollo adecuado del nuevo
medio de comunicación, capaz de satisfacer las nuevas necesidades de un
público aún indefinido, pero en continuo crecimiento, teniendo en cuenta dos
factores de importancia fundamental (5).
El primero de estos factores estaba representado por el escaso número de frecuencias disponibles, un recurso limitado que debía ser administrado sin derroches; el segundo factor consistía en reconocer la enorme potencialidad de la radio en el campo de la difusión cultural, en beneficio, por vez primera, de una masiva audiencia y sin distinciones de tipo social o de grado de alfabetización. Este requisito suponía una gestión responsable del nuevo medio, sin interferencia de intereses particulares. Se planteaban dos posibles soluciones ‑radio pública o radio comercial‑, cada una de las cuales debía recurrir a un diferente mecanismo de financiación del servicio. La diferencia estribaba, fundamentalmente, en dilucidar si ésta debía conceder preferencia al público en su conjunto, o bien a los anunciantes publicitarios (6).
En general,
el modelo adoptado en Europa fue el de la gestión de la radio como servicio
público; su consolidación a escala continental se apoyó en el destacado papel
que desempeñaron las emisoras británicas en el marco internacional de la
radiodifusión, que supuso un auténtico punto de referencia para la mayor parte
de los países europeos. Este fenómeno se repitió en
cada una de las fases cruciales que marcaron el nacimiento, consolidación y
evolución de los servicios radiofónicos nacionales y, más tarde, de los
servicios televisivos.
Fue en Gran
Bretaña donde se acuñó por vez primera el principio de la radiotelevisión como
servicio público, equidistante entre el modelo estadounidense (de
comercialización de las ondas a través de la publicidad) y el modelo impuesto
por regímenes totalitarios (de sometimiento del medio
al estricto control gubernamental, y fue también en Gran Bretaña donde éste
halló las condiciones más favorables para subrayar sus características
fundamentales, a través del monopolio público de la BBC.
El
papel desempeñado por la BBC en el transcurso de la II Guerra Mundial, con sus
programas dirigidos a la población de Europa continental cuyos territorios
estaban ocupados por las tropas nazis y fascistas, contribuyó enormemente a
acuñar la imagen internacional de la radio británica como máxima expresión de
autoridad y objetividad en la información. Así, cuando al finalizar la II
Guerra Mundial, los países derrotados se situaron frente al problema de
reorganizar sus servicios nacionales de radiodifusión, la radio británica se
convirtió en el modelo obligado de referencia, con su filosofía de servicio
público y su condición de monopolio. Este hecho contribuyó a dar uniformidad a
la mayor parte de los servicios de radiodifusión europeos, si bien en algunos
países ‑como Francia e Italia‑ la atención de las fuerzas políticas
que habían asumido la tarea de gestionar la fase de reconstrucción postbélica se concentró más en las posibilidades de
influencia sobre el electorado a través de la estructura monopolista de la radio
‑y, posteriormente, de la televisión‑ que en las responsabilidades
sociales y culturales que implicaban su gestión (7).
Esta
tendencia a la uniformidad de la mayoría de las emisoras europeas, basada en
los dos principios claves del monopolio y la naturaleza de servicio público de
la radiodifusión, continuó hasta los años 60. En el transcurso de la última
década, con modalidades y momentos diferentes en cada país, se desarrolló y
triunfó una campaña estratégica tendente a quebrar los tradicionales monopolios
públicos, que, paralelamente, activó las estructuras de la radiodifusión
comercial (8). Fue éste un enfrentamiento áspero, que
sentó los presupuestos de la actual fase de transición, caracterizada, en el
plano institucional, por un proceso de desestabilización de los tradicionales
sistemas nacionales y, en el plano tecnológico, por la afirmación de nuevos
medios de comunicación, todo ello en un marco normativo carente de regulación,
debido a las presiones de determinados intereses industriales, económicos y
políticos.
De este
modo, en algunos países europeos el modelo de servicio público entró en una
crisis irreversible. En el pasado, su definición se basó fundamentalmente en
cuatro principios,
a) naturaleza del
organismo de gestión: pública, con la garantía de una adecuada independencia
financiera, tanto con respecto al gobierno como en relación a
los intereses comerciales;
b) oferta del servicio:
dirigida a la población nacional en su totalidad, sin distinción entre áreas
rurales (escasamente pobladas) y áreas de elevada concentración urbana, y
mediante una cuota anual pagada por los propietarios de receptores,
c)
características de la programación: cuidadosamente equilibrada en lo referente
a la distribución de géneros (según la tradicional y discutible
diferenciación entre información, cultura y espectáculo), dado que a una emisora
se le asignaba la misión de satisfacer todas las necesidades del público;
d)
información política: dosificada minuciosamente, a
fin de garantizar la imparcialidad, la objetividad y la adecuada representación
de todas las posiciones políticas representativas, evitando al propio tiempo
injustificadas discriminaciones de las minorías y fuerzas de la oposición.
UNA CRISIS MULTIPLE
A partir de
los años 70 estos principios sufrieron los efectos negativos de la acción de
factores de índole diversa: financieros, políticos, institucionales, tecnológicos
y sociales. En el plano de los recursos financieros, los servicios públicos de
radiodifusión siempre han contado, exclusiva o principalmente, con la
aportación de las cuotas de abono, cuyo importe es fijado por los gobiernos, no
tanto en función de las necesidades de producción de las emisoras, sino a
partir de los índices del coste de la vida. En algunos países ‑como
Italia en la década de los 50, y Francia en los años 60‑, a los ingresos
por el canon se añadieron posteriormente los procedentes de la publicidad,
mientras que en otros países los servicios públicos mantuvieron cerradas sus
puertas a la publicidad. La excepción más destacada, por lo original de la
solución, fue, una vez más, la del sistema británico. El marco institucional
británico concede a la BBC y a la IBA el status de servicio público pero
excluye toda forma de competencia entre ambas, desde el momento en que una de
ellas se financia exclusivamente con las cuotas de abono, mientras que la otra
lo hace exclusivamente con la publicidad (9).
A las
dificultades financieras de las emisoras públicas se añaden otros dos factores
concomitantes. El primero se refiere al progresivo incremento de servicios
ofrecidos al público, es decir, al crecimiento del número de canales nacionales,
con el consiguiente aumento de horas de emisión (hasta muy entrada la noche y,
en algunos casos, con la inclusión de programas matinales), así como a la
potenciación de canales regionales y locales de radio y TV. En segundo lugar
está la dificultad para garantizar un nivel de producción acorde a las
exigencias de un servicio más diversificado, en términos de canales y horas de
emisión, con el consiguiente aumento en la importación de programas de Estados
Unidos ‑producidos a bajos costes‑, cuya penetración masiva en el
mercado europeo sólo se ve obstaculizada por las limitaciones a las
producciones extranjeras, que algunos gobiernos imponen a sus propios
organismos de radiotelevisión.
Otra área en
la que se ha redimensionado el papel de los servicios públicos europeos ha sido
la relativa a su grado de independencia con respecto a sus respectivos
gobiernos, con especial referencia a las emisiones de carácter político y a los
servicios periodísticos, aspectos éstos en los que los servicios públicos de
radiotelevisión habrían podido construir y defender mejor su imagen de
garantes de la imparcialidad y la independencia (10).
No faltan los ejemplos negativos: en Francia, el
control gubernativo de los medios de comunicación relegó la radio y la
televisión a una posición de mucho mayor dependencia que en los demás países
europeos (11).
Fenómeno
análogo caracterizó durante dos décadas la gestión de la Radiotelevisione
Italiana (RAI): en Italia, la estructura de monopolio
permitió que el partido de la mayoría relativa, la Democracia Cristiana,
utilizase la radio y la televisión en defensa de sus propios intereses y con sistemas
nepotistas que excluían el acceso de personas de la
oposición a los puestos decisorios, independientemente de su profesionalidad.
Posteriormente, la contención de la fuerza electoral de la Democracia Cristiana
y la legitimización democrática del mayor partido de
la oposición, el Partido Comunista Italiano, crearon las condiciones para una
reforma de la RAl (1975), que sustrajo la
radiotelevisión al doble control institucional del gobierno e informal de:
partido con mayoría relativa. En Italia actual mente son los partidos quienes
gestionan directamente el principal organismo nacional de radiotelevisión,
utilizando criterios de distribución de los cargos directivos de la RAI, de los
que sólo quedan excluidos los pequeños partidos de extrema izquierda y extrema
derecha.
También
en Alemania, aunque en menor medida, los dos partidos más importantes, el democristiano
y el socialdemócrata, han interferido y continúan interfiriendo de uno u otro
modo en la dirección del servicio público de radiotelevisión, en virtud de un
sistema de representación en los organismos de gestión que garantiza una
presencia proporcional a su respectivo peso electoral.
Por razones
de naturaleza similar la BBC ha sido y es objeto constante de reiteradas críticas.
Algunas de ellas se refieren al modo en que se tratan habitualmente
determinados temas, como en el caso de programas y reportajes sobre Irlanda
del Norte (12) y, recientemente, sobre la guerra de las Malvinas/Falklands (13). Otras críticas
hacen referencia a la censura de la BBC con algunos programas, como es el caso
de la fallida emisión de la película "Juegos de Guerra" (dado que en
aquel momento tenía lugar en el país un amplio debate sobre la conveniencia o
no de instalar los misiles), o de un reportaje de Panorama dedicado a las infiltraciones
de la extrema derecha en las filas del partido conservador.
CAMBIOS SOCIALES Y
POLITICOS
Otro
elemento que acentuó la crisis de los servicios públicos de radiotelevisión fue
el conjunto de transformaciones sociales, culturales y políticas que afloraron
en la mayor parte de los países europeos a mediados de los años sesenta,
transformaciones que se consolidaron definitivamente en el transcurso del
decenio siguiente.
En el
terreno de la radio y la televisión, éstas se manifestaron por vez primera en
Gran Bretaña, hacia 1964, con el movimiento de las radios piratas, que
transmitían desde barcos anclados a lo largo de las aguas territoriales,
neutralizando así la meticulosa distribución de géneros de la programación de
la BBC (14). Estas emisoras transmitían exclusivamente
música y alcanzaron un increíble éxito de audiencia, ya que en aquel período
los movimientos juveniles del país se aglutinaban precisamente en torno a la
música.
Posteriormente,
la protesta social se extendió a toda Europa, sobre contenidos más políticos,
que agruparon primero a los operadores publicitarios y, más tarde, a otras
capas de la población. Se trató, fundamentalmente, de una demanda
generalizada de participación más activa en los procesos políticos y en los
momentos decisivos, que no escatimó protestas contra los respectivos servicios
nacionales de radio y televisión, acusados de excesiva centralización, subordinación
a los gobiernos e incapacidad para comprender la nueva demanda de información y
cultura, elevada desde las capas más bajas. Las asociaciones, los movimientos
políticos no tradicionales y los propios ciudadanos se
sentían escasamente representados, ignorados e, incluso, coaccionados por las
emisoras nacionales; ello determinó en muchos países
el nacimiento de las radios piratas, como un intento de dotar de voz propia al
nuevo sentir de las sociedades nacionales (15).
La respuesta
por parte de muchos gobiernos y emisoras públicas fue el comienzo de un largo
proceso encaminado a la potenciación de las televisiones regionales y las
radios locales, potenciación que se llevó a cabo de forma gradual (16). Se trató, sin embargo, de una respuesta tardía e
insuficiente, que no logró devolver su vigor a los servicios públicos de radio
y TV.
En esta
situación surgió la iniciativa de la industria publicitaria, que consideró
cuanto estaba sucediendo como una buena oportunidad para provocar una
desestabilización irreversible de los principios de la radiotelevisión europea,
escasamente comercializada y, en algunos contextos nacionales, rígidamente
cerrada a la publicidad. La iniciativa se articuló en dos niveles: por un
lado, la movilización de los lobbies del
sector, para producir una intervención de tipo institucional (17): por otro, la afluencia de inversiones publicitarias hacia
las radios piratas, que les garantizasen los recursos necesarios para proseguir
su actividad (18). Por supuesto, se trataban de emisoras que actuaban fuera de
la legalidad y sobre las que resultaba imposible realizar planes de inversión;
sin embargo, la industria publicitaria extrajo una conclusión muy importante
de aquellas primeras experiencias: la enorme potencialidad del mercado europeo
en cuanto a publicidad latente.
En Italia,
por ejemplo, donde la multiplicación de las emisoras de radio y TV privadas ha
tenido lugar sin ninguna restricción legal, este hecho se ha manifestado con
absoluta claridad, ya que se ha asegurado totalmente el desarrollo de la
radiotelevisión comercial, sin que ello suponga una amenaza de sustraer para
la publicidad de los periódicos.
Sobre estas
consideraciones, desde la década pasada se ha venido desarrollando un duro
enfrentamiento destinado a imponer a las emisoras públicas una actitud más
flexible con la publicidad, so pena de perder su papel protagonista, como
consecuencia del nacimiento de emisoras piratas en el propio territorio
nacional o de la difusión de programas procedentes de emisoras extranjeras.
Esta amenaza se ha visto reforzada, desde mediados de los años 70, con la
aparición de nuevas tecnologías de comunicación, que permiten contrarrestar
una de las causas del nacimiento y desarrollo de los servicios públicos de
radiotelevisión centralizados y en régimen de monopolio: la
limitación de canales de transmisión (19).
LA EVOLUCION HACIA UN
MODELO
La
aplicación del cable como soporte técnico de distribución de programas de TV y
nuevos servicios, junto a la vertiginosa expansión del mercado del vídeo
doméstico y los satélites son los elementos que están determinando el nuevo
panorama de la TV de finales de siglo. Aunque este fenómeno ya se está
produciendo en la actualidad, la TV del futuro se caracterizará por una
multiplicación de los canales (incluidos los canales públicos), por una mayor
diversidad de oferta televisiva y, finalmente, por la atomización de la
audiencia y por su posterior recomposición según nuevas modalidades de consumo.
En algunos
países ‑valga como ejemplo el caso de Italia‑, la expansión del
número de emisoras (con miles de emisoras privadas de radio y TV) ha tenido
lugar en un contexto carente de un impulso tecnológico del sector, es decir,
contando únicamente con la tecnología preexistente; por otro lado, la
multiplicación de canales ha permitido comprobar la capacidad de consumo del
público y la existencia de un vasto mercado de publicidad latente. En otros
países (sobre todo en Francia, Gran Bretaña y Alemania), la aplicación de las
nuevas tecnologías al campo de la TV ha sido el fruto de una cuidada
preparación. Si en estos países la penetración del vídeo de uso doméstico y
las experiencias en el campo de la TV por cable, así como las emisiones por
satélite, se encuentran en una fase más avanzada que en el resto de Europa,
ello depende de las posturas que, durante la última década, han mantenido los
respectivos gobiernos en lo referente a las nuevas tecnologías.
El
entusiasmo con el que se han tomado las primeras decisiones está ligado no
tanto a la expansión del número de emisoras, sino más bien al reconocimiento de
las oportunidades de desarrollo económico e industrial ofrecidas por las nuevas
tecnologías, en un intento de eliminar, o al menos paliar, el abismo existente
entre Japón y Estados Unidos y el conjunto de los países europeos en lo que a
mercado y know‑how se refiere.
En estas
nuevas estrategias nacionales, los sistemas de transmisión por cable ocupan un
papel de primer orden. Los gobiernos de Alemania, Francia y Gran Bretaña ‑donde
ya se habían realizado algunas experiencias de TV por .cable
durante los años 60 y 70‑ han aprobado recientemente los planes de
cableado gradual de sus respectivos países. Los ritmos de realización de dichos
proyectos revelan numerosas dudas e incertidumbres respecto a los planes de
factibilidad elaborados pocos años antes. Como muestra, baste pensar en el
declive sufrido por el mercado liberalizado británico, o el redimensionado
del programa francés, tal vez inspirado en una estrategia nacional aquejada aún
de delirios de grandeza, con la excepción de Alemania, cuyos planes de cableado,
moderados por una adecuada dosis de pragmatismo, ostentan el récord de un crecimiento
constante, aunque más lento que en otros países.
Para
completar el panorama continental habrá que citar otros países, como Holanda,
Bélgica y Suiza, que poseen desde hace muchos años redes por cable,
tecnológicamente obsoletas pero que, por iniciativa de sus gobiernos, van a
ser renovadas, no sólo en el terreno de los nuevas
tecnologías utilizadas, sino también en sus aspectos normativos e
institucionales y en su relación con otros medios de comunicación, sean o no
de tipo electrónico.
Existen sin
embargo diferencias sustanciales en el modo en que los gobiernos europeos han
programado la expansión de las redes por cable. En Gran Bretaña, la señora Thatcher ha dejado el desarrollo del sector ‑así
como el de todo el campo de las tecnologías de la información‑ en manos
de la dinámica del mercado. Así pues, no es casual que el lanzamiento de las
redes por cable haya coincidido con la privatización de la British
Telecom y la consiguiente liberalización de las telecomunicaciones, precedida,
acompañada y seguida de toda una campaña gubernativa, no exenta de ideología,
que recalcaba el carácter insustituible de la iniciativa privada en el sector.
Paradójicamente, en el futuro esto implicará una oferta televisiva básicamente
esquizofrénica, dividida entre un servicio público (BBC e ITV) rígidamente
regulado en cuanto a contenidos de programación y modalidades de producción, y
las sociedades de gestión de redes por cable, que no tendrán ninguna
imposición acerca de la distribución por géneros y el contenido de sus
programas.
INCERTIDUMBRES EN LAS
NUEVAS TECNOLOGIAS
Más lento, aunque constante, es el desarrollo
de las redes por cable en Alemania, donde ya se han aprobado y puesto en marcha cuatro experiencias piloto
(Ludwigshafe, Munich, Berlín y Dortmund), con objeto
dé experimentar plenamente las tecnologías más idóneas y comprobar la
disponibilidad de audiencia para los nuevos servicios. La realización de las
redes y su propiedad son de competencia exclusiva de la Bundespost,
pero en la composición de las sociedades de gestión de las cuatro áreas piloto
hay una presencia significativa de editores de prensa y emisoras públicas, como
es el caso de
la red de Dortmund, gestionada por la WDR y la ZDF.
Por el
contrario, eh Francia la tecnología del cable se ha desarrollado en 1984 de un
modo impreciso desde el, punto de vista estructural,
situándose entre el monopolio y la apertura comercial, y sufriendo además conflictos
de poder entre las decisiones del gobierno central y las competencias de los
poderes locales, que no son sino un reflejo de las divergencias en la materia
entre la mayoría y la oposición. Las
modalidades del cablero son fijadas directamente por el gobierno,
respondiendo al ministerio del PTT el monopolio de la construcción y propiedad
de las redes y reservándose a los municipios un papel importante en las sociedades
de gestión del nuevo servicio. Sin embargo, el plan nacional y el debate de que
está siendo acompañado manifiestan aún muchas dudas en lo relativo a los
aspectos financieros de su desarrollo y a quién
deberá proporcionar, directa o indirectamente, los recursos necesarios para
la realización del programa nacional.
Existen
además dos nuevos elementos que han incrementado la inestabilidad del panorama
francés del sector. El primero, sin consecuencias inmediatas importantes, ha
sido el anuncio por parte del RPR, partido de la oposición, de proceder a la
total liberalización de las emisiones por cable, en el caso de que recobrase
la mayoría en las elecciones de 1986. El segundo elemento fueron unas
declaraciones del presidente Mitterrand, en enero
pasado, en las que anunció su voluntad de autorizar la creación de 80‑85
emisoras privadas de TV convencional, configurando un sistema que convivirá
con una o más redes nacionales encargadas de garantizar la emisión de
programas nacionales. No se excluye que este anuncio de Miterrand
haya sido debido a tres factores:
a) la alarmante generalización
de emisiones privadas de TV que en los últimos meses se está produciendo en
las principales ciudades del país.
b) el temor de que los
plazos de realización del Plan Cable tengan que sufrir nuevos retrasos.
c) el vago
convencimiento de que el Canal‑Plus ‑primera televisión de pago
europea por medio convencional‑ tiene escasas posibilidades de
consolidarse definitivamente.
Incertidumbre
análoga a la que rodea el desarrollo de la TV por cable impregna también el campo de la TV por satélite. La mayoría de
las televisiones públicas europeas han iniciado sus actividades en este campo,
previéndose que los nuevos canales serán operativos a lo largo de la segunda
mitad de esta década (20). Algunos de estos programas
nacionales han sufrido retrasos, debido a razones de tipo técnico y
financiero, y aún no se han despejado las dudas acerca‑ de la capacidad
de los nuevos servicios por satélite para garantizar ingresos económicos
proporcionales a los ingentes capitales necesarios para su puesta en funcionamiento.
El interés de las emisoras públicas europeas puede ser interpretado como una
respuesta a las amenazas que la televisión por cable supone para su liderazgo.
Sin
embargo, el éxito del nuevo servicio dependerá de una serie de factores. En
primer lugar habrá que comprobar si éste precisará del enlace con las redes
por cable, a fin de garantizar una audiencia de grandes dimensiones; esta
circunstancia dependerá, a su vez, de las decisiones adoptadas en lo relativo
al mecanismo de funcionamiento. En el caso de la recepción directa, los costes
de antenas y demás aparatos de decodificación de señales hacen que el servicio
sea aún poco atractivo; por otro lado, el enlace con las redes por cable
permitiría llegar a un público supranacional, pero ello podría amenazar más
todavía la legitimidad de la cuota de abono pagada por el público nacional.
En
segundo término se encuentra el problema, aún sin resolver, de la norma
técnica de las emisiones, indecisa entre PAL, C‑mAC y SECAM. En este
caso, los titubeos de las emisoras y los gobiernos no derivan sólo del deseo de
obtener el máximo provecho para las respectivas industrias nacionales, o de no
conceder ventajas a las industrias de otros países, sino también del miedo a
que la norma elegida no sea la adecuada, en el transcurso de pocos años, a las
exigencias de la TV de Alta Definición.
Por último,
las mayores reservas se suscitan en torno al mecanismo de financiación del servicio
directo por satélite. Técnicamente, las soluciones son de tres tipos: a) un
sistema de abono; b) una total cobertura financiera a través de la publicidad;
c) una solución intermedia entre ambas. Y hay que subrayar que cada una de
estas posibles soluciones comporta nuevos elementos de desestabilización de
las características tradicionales de las emisoras públicas de TV.
En los
países donde los servicios públicos se financian exclusivamente con las cuotas
de los abonados, los telespectadores podría recibir
los programas por satélite a cambio de una cuota suplementaria. En este caso,
recibirían también programas cuyos costes se habrían cubierto con los ingresos
de las cuotas de todos los abonados. Se crearía así una situación en la que todos
los telespectadores pagarían por los programas que sólo algunos de ellos
podrían recibir, lo que reforzaría las intensas objeciones a la legitimidad de
la cuota de abono.
La
segunda solución, mediante financiación por la publicidad, las normativas
nacionales imponen límites concretos, en términos de porcentajes de los
tiempos de emisión, o en términos de topes máximos, para impedir la reducción
de las inversiones publicitarias en la prensa escrita. También esta solución
presenta importantes riesgos estratégicos, dado que pone en tela de juicio el
concepto de emisora como servicio público a los telespectadores, desestabilizando
la situación actual y provocando un desfase de la normativa existente. La
tercera solución, consistente en una vía intermedia, acumularía las
contradicciones de ambas.
No
hay duda de que, antes o después, cada país deberá adoptar su solución,
tratando de alcanzar el mayor grado de homogeneidad posible a escala
continental. Existen razones concretas para que este requisito sea cumplido.
Independientemente de los retrasos y dificultades que atraviesan los servicios
públicos nacionales, en el campo de la TV por satélite existen desde hace
tiempo emisoras cuyos programas, dirigidos al público
de más de un país, están financiados total o fundamentalmente con los anuncios
publicitarios. En algunos casos este hecho viola plenamente las leyes
nacionales. De ahí la necesidad de adecuar las normativas nacionales en materia
de publicidad en TV al escenario de las nuevas tecnologías de comunicaciones,
teniendo en cuenta que, en el futuro, amplios segmentos del público nacional se fundirán en una sola audiencia continental.
Efectivamente,
desde hace algunos meses, se está suscitando una acre
polémica sobre las restricciones publicitarias de muchos países de la Comunidad
europea. La discusión se centra en el hecho de si la publicidad por TV puede
ser englobada entre las "libertades de expresión" previstas en el
artículo 10 de la Convención Europea de Derechos Humanos, como manifestación
de la "libertad de expresión comercial" (21).
Este tema está siendo debatido en las sedes comunitarias y nacionales más
autorizadas y no faltan ya los primeros anuncios de veredictos sobre los que
deberá pronunciarse, en breve plazo, el Tribunal de justicia Europea de
Luxemburgo (23).
CRISIS DEL PUBLICO DE
MASAS
El panorama
descrito hasta ahora nos permite indicar algunas de las tendencias principales
de la radiotelevisión europea. Existen dos elementos de fondo ‑crisis de
los servicios públicos de radiotelevisión y multiplicación de canales‑,
cada uno de los cuales con diferentes modalidades y con algunos elementos
contradictorios, ha estado determinado por la generalización capilar de las
nuevas tecnologías de la comunicación electrónica.
En cierto
sentido, se ha pasado de la escasez a la abundancia, con una secuencia que, durante
los últimos años, se ha desarrollado mediante la progresiva diversificación de
la oferta por parte de los servicios públicos (radio, televisión,
teletexto/programación nocturna, vespertina, matutina y, en algunos casos,
casi ininterrumpida/ dirigida a un público nacional,
regional, local e internacional), así como a través de la aparición de nuevos
instrumentos de distribución, como el vídeo o la TV por cable y satélite. El
paso de una a otra fase ha acentuado la crisis, no tanto de los principios del
servicio público, sino más bien del modo en que éste ha sido gestionado,
especialmente durante los últimos quince años. Los organismos públicos de radiotelevisión
deberán, pues, asumir la difícil tarea de renovar su papel y su imagen,
teniendo en cuenta las profundas modificaciones sufridas por el mundo de los
medios de comunicación.
La
multiplicación de canales de emisión ha provocado igualmente la crisis del
antiguo concepto de "público de masas", unitario y homogéneo, cuyas
necesidades de información, cultura y entretenimiento debían ser satisfechas
por los servicios públicos de radiotelevisión. La multiplicación de canales ha
acabado con la equilibrada y obligada dosificación de géneros, ofreciendo al
telespectador nuevas oportunidades de elección, sin otras limitaciones que la
adquisición de determinados equipos y el pago del servicio solicitado,
proporcional al uso de que éste se hace.
Si
observamos detenidamente el fenómeno, veremos que no se trata sólo de una
fragmentación del "público unitario" en varios "públicos",
diferenciados por diferentes intereses, gustos o modalidades de consumo. Este
hecho supone el fin de la antigua relación televisión/público, basada en la
necesidad de suministrar a todos los telespectadores
todo tipo de programas, y en la
obligación del segundo de pagar una cuota de abono, independientemente de su
nivel de consumo y de su grado de satisfacción. Esta relación está siendo
sustituida por otra de tipo "transaccional", basada en la elección
individual de pagar los programas de su interés.
El ejemplo
más patente de este fenómeno es el propio uso del vídeo, gracias al cual el
telespectador decide cuándo desea ver
los videocassettes que previamente ha comprado,
alquilado o grabado de los programas de la red. Desde un punto de vista
teórico parece que aumenta así la soberanía del público, durante décadas
sometida a la pasividad por las televisiones nacionales.
Hay que
subrayar, sin embargo, que, a consecuencia de ello, la TV perderá inequívocamente
el carácter "igualitario" que la ha definido hasta ahora. La
televisión por cable, por ejemplo, tendrá un desarrollo preferente o exclusivo
en las áreas de gran concentración urbana o metropolitana. Una posterior
discriminación será el costo adicional del servicio para el telespectador, que
habrá que añadir a la cuota de abono a los servicios nacionales de televisión.
Además, los canales distribuidos por cable tienden a especializarse (sólo
información, o deportes, o películas, etc y, por
tanto, se dirigen a determinados sectores del público, o, lo que es lo mismo,
a sectores de audiencia que tienen una disponibilidad
económica para suscribir nuevas cuotas de abono, y unos intereses especializados que se
identifican con los programas ofrecidos por la red por cable (21).
PREGUNTAS ABIERTAS
Puede
adivinarse, en definitiva, una neta distinción entre el papel de las emisoras
públicas de televisión y el asignado a la TV por cable. Las primeras tienen el deber de garantizar a la audiencia nacional idénticas
oportunidades de información, instrucción y entretenimiento; todos los
ciudadanos tienen derecho a ver satisfechas sus aspiraciones como
espectadores, pero sólo algunos de ellos podrán decidir utilizar un servicio
adicional, como es el ofrecido por la segunda. ¿Quiere ésto
decir que la TV tradicional irá dirigida a las masas, y la TV por cable sólo a
algunas clases? Estableciendo una comparación con el mundo de los transportes,
se afirma el principio según el cual el Estado tiene el
deber de garantizar a la colectividad un servicio moderno de enlaces urbanos e
interurbanos, por carretera y ferrocarril, independientemente de los medios
privados de transporte de que disponga cada ciudadano, quien, según sus propias
exigencias y disponibilidades, puede usar uno u otro medio.
Partiendo del hecho seguro del crecimiento del número de canales, a consecuencia de la introducción de la TV por cable, queda por ver si la mayor libertad de elección por parte del telespectador podrá contar con una adecuada calidad de oferta, y en qué modo los nuevos canales influirán en la calidad de los programas de los servicios públicos. La televisión por cable, medio dirigido fundamentalmente al entretenimiento, distribuirá programas que tendrán que cumplir dos requisitos básicos: deben ser populares y dar beneficios.
En ese caso,
¿quién producirá los programas
necesarios para abastecer diez o veinte canales más en cada segmento de
audiencia? Teniendo en cuenta el fenómeno de la fragmentación del público y el
constante aumento de los costes de producción, resulta inverosímil pensar que
las sociedades de gestión de redes por cable puedan soportar una producción
autónoma. De ahí el riesgo de que la "revolución de los mass medió",
anunciada por la tecnología del cable, dé lugar a un nuevo modo de utilización
de antiguos materiales, o a la compra masiva y sistemática de productos no
europeos, especialmente norteamericanos, siempre que sean atractivos para el
público.
Si ésto sucediera, los propios servicios públicos de TV
tendrían que adoptar medidas en contra. Los servicios nacionales de TV, que ya
se encuentran con dificultades financieras debido a las inversiones realizadas
en el campo de las nuevas tecnologías (sobre todo, TV por satélite y teletext) y a consecuencias derivadas de los procesos de
descentralización (con el consiguiente aumento de costes y personal), podrían
verse obligados a aplicar graves recortes presupuestarios en algunas áreas de producción
consideradas más costosas.y de mayor atractivo para
el público. En tal caso, se produciría una restricción de las posibilidades de
elección entre programas dirigidos a todos los telespectadores (24).
En
conclusión, la identificación de cada uno de los elementos que caracterizan la
introducción de nuevos medios en el marco tradicional de la TV no es
suficiente para asegurar cuál será el panorama del futuro. ¿Cuáles serán sus
consecuencias sobre la radiotelevisión y su público? ¿El desarrollo de la TV
por cable es, en cierto modo, irreconciliable con el concepto de servicio
público? ¿Cuáles serán sus costes y beneficios? Todas estas preguntas requieren
de respuestas seguras, adecuadas y urgentes. Las redes por cable, lo satélites y los vídeos son instrumentos que cambian
radicalmente el perímetro de la comunicación electrónica y constituyen
agentes de profundas transformaciones en el campo de la cultura, la economía,
las formas de aprendizaje y las modalidades del tiempo libre. La apuesta es
muy alta. La historia de los medios de comunicación siempre ha estado caracterizada
por elementos de drástica ruptura en su evolución y desarrollo, que luego han
dado paso a restructuraciones armónicas capaces de
asignar a cada medio un papel preciso. Así sucedió con la radio en relación con
la prensa escrita, e igualmente ocurrió con la televisión con respecto a la
radio. Durante estos años estamos viviendo una fase de
drástica ruptura. ¿Asistiremos más adelante a una recomposición armónica
entre antiguos y nuevos medios?
NOTAS
(1) B. Murphy, The World Wired Up, Comedia,
(2) J.N. Pelton, Global Talk, The Harvester
Press,
(3) M. Traery, Home Thoughts on the Nature of Public Service Broadscasting, m Studies of Broadcasting, march 1981, n.°
17, pp. 71107
(4) R. Khun, The Politics of
Broadcasting, Croom Helm, Beckenham 1985.
(5) D, Doglio, G. Richeri, La radio,
Mondadora, Milano 1980.
(6) R.H. Coase, British Broadcasting: A Study in Monopoly, Longmans,
(7)Cfr. G. Cesaren, Anatomia del potere televisivo, F. Angela, Milano
1970, R. Thomas, Broadcasting and Democracy in Prance, Temple University
Press, Philadelphia 1976, infine A. Williams,
Broadcasting and Democracy in West Germany, Bradford University Press, London
1976.
(8) Aa, Vv., Western European Broadcasting in transition, in
journal of Communication, summer 1978, vol. 28, n.° 3, pp. 47‑105.
(9) Es
innegable que un drástico descenso de la audiencia de la BBC debilitaría toda
posible solicitud de aumento de cuotas, mientras que idéntico fenómeno en el
caso de la televisión comercial supondría una reducción de los costes
publicitarios, lo que podría inducir a muchos anunciantes a desviar hacia
otros medios de comunicación parte de las inversiones publicitarias en TV.
(10)
A. Smith (compilador), Televisión
and Political Lile. Studies in Six European
Countries, MacMillan,
(11) El
nacimiento de la V República coincidió con la generalización de la televisión
como medio de comunicación de masas y De Gaulle, que
durante la guerra había captado la importancia de la radio como arma política,
hizo de la televisión una utilización agresiva de apoyo a su propia persona y
de marginación sistemática de la oposición. La condición de monopolio produjo
en aquella ocasión daños tan grandes que ni siquiera pudieron ser solventados por
la reforma ordenada por Giscard en 1974, con la
división de la antigua ORTF en varias sociedades. Para encontrar elementos
nuevos habrá que esperar la reforma iniciada por Mitterrand.
(12) P.
Schlesinger, Princes'Gate, 1980: The Media Politics
of Siege Management in
(13) R. Harris, Gotena !The
Media, the Government and
(14) G. Bishop, Olf‑shore Radio, Iceni Enterpnses,
(15) R. Chaniac, P. Flicny, M. Sauvage, Les Radios Locales o
(16) F. Iseppi, G.
(17) F. Siliato, L'antenna dei padroni, Mazzotta,
Milano 1977.
(18) A
propósito de los intereses norteamericanos en las radios piratas durante los
años 60 y 70, H.Y. Skornya
escribió:
"Su
actividad y sus vínculos con los directores de agencias publicitarias,
anunciantes, productores de películas y discos, representantes de organismos
norteamericanos, etc., no beneficiaron precisamente a la imagen de América en
el extranjero. La participación de los norteamericanos en estas operaciones fue
tanto más deplorable por haberse producido tras la enérgica denuncia de tales
prácticas por parte de legítimos exponentes de la radiotelevisión
europea". V.: H.Y. Skornya,
Televisione e societá m
USA, ERI, Torino 1969, p. 184.
(19) J. Howkins, New Technologies, New Policies, British Film Institute,
(20) G. Richeri, Satelliti e nuove tecnologie televisive, RAI‑Documentazione
e Studi, Roma 1983.
(21) G. Richem,
L'universo telematico. De Donato,
(22) A. Lester,
D. Pannick, Advertising and freedom of expression,
in Intermediá, vol. 13, n.° 2, pp. 25‑29.
(23) El caso
ha sido suscitado por el holandés G. De Vries, del
grupo liberal demócrata del parlamento europeo, que ha denunciado ante el
Tribunal de justicia europea a su propio gobierno nacional, en la persona del
ministro de Cultura, E. Brinkman.
V.. Dutch gobernment may forced to change media law, in Cable &
Satellite, march 1985, p. 61.
(24) Sobre
el impacto y los problemas que el desarrollo de las nuevas tecnologías provoca
en los servicios públicos de radiotelevisión y en los comportamientos del
público, véase: G. Richeri, Tendente del sistema
televisiva europea. Strategie delle nuove tecnologie
di comunicaziione, in Problema dell’Informazione, anuo IX, n.° 2, aprile‑giugno
1984; y G. Richeri, Public Aluthorities,
Cultural Industry and the New Technologies, Council of Europe, Strasbourg 1985,