El discurso dominante
sobre las Nuevas Tecnologías de la Comunicación, tanto en su orientación apologística
como crítica, parece mayoritariamente recluida en las rutilantes "novedades
punta": satélites, fibras ópticas, teletexto, etc.
Las otras
innovaciones como los avances en los estándar de
calidad de la imagen en el video industrial y en el doméstico, la creación de
equipos de edición en los sistemas domésticos, las cámaras con magnetoscopio
incorporado, las innovaciones que permiten un fácil manejo por los no
expertos, etc. parecen un "agujero negro" en la deslumbrante
constelación de las Nuevas Tecnologías.
Esta
aparente contradicción lo es más si se tiene en cuenta que el principal problema
social que se deriva de la implantación de las primeras es el aumento vertiginoso
de canales de transmisión, con el consiguiente incremento de las necesidades
de producción audiovisual destinada a circular por esos canales.
La
multiplicación de canales sigue una progresión geométrica mientras que la
capacidad de producción de una sociedad dada sigue una progresión aritmética;
lo que provoca problemas en el orden cuantitativo y especialmente en el orden
cualitativo.
Los
problemas de orden cuantitativo se solucionan, habitualmente, con la compra
masiva de programas de producción ajena, especialmente en los grandes proveedores:
los norteamericanos y en menor cuantía en los europeos. La primera consecuencia
es el aumento de la dependencia cultural, con una progresiva suplantación de
los modelos culturales autóctonos y la consiguiente sustitución del imaginario
colectivo que provoca pérdidas de identidad difíciles de cuantificar.
Los
problemas de orden cualitativo se traducen en la progresiva banalización de los
programas de producción propia, la copia mimética de las fórmulas, los géneros
y las rutinas de producción utilizados por los grandes proveedores del
exterior, lo que contribuye también a la homogenización de los productos
audiovisuales transmitidos.
Si ambos
problemas confluyen en la progresiva pérdida de identidad de las sociedades en
las que se ubican las infraestructuras derivadas de las Nuevas Tecnologías,
parece vital responder con un sistema audiovisual que diversifique las fuentes
y métodos de producción.
Las
respuestas pueden ser múltiples, pero no parece factible reducirlas al campo de
la industria audiovisual estructurada en grandes centros de producción
privados, especialmente si se aspira a la creación dinamizadora e imaginativa.
Esta opción
nos pone ante el diseño de un "sistema audiovisual" que combine la
producción privada con la producción pública en todos los niveles posibles:
estatal, regional y local.
Los dos
primeros pueden contar con centros dotados de grandes equipamientos
tecnológicos. En cuanto al nivel local es el ámbito en el que las innovaciones
que hemos situado en el "agujero negro" de las NTC pueden contribuir
a la dinamización de la producción cultural, poniendo en marcha un proceso de
adiestramiento de los actores sociales en la expresión audiovisual.
Este
adiestramiento tendría la virtud de poner a los actores sociales en condiciones
de hacer efectivas sus expectativas de expresión y posibilitar la producción de
un discurso en condiciones no discriminatorias.
Hablar de
participación y acceso al sistema audiovisual sin cumplir estas premisas y
potenciarlas con una intensa experimentación es fomentar una falacia. De la
misma manera, eludir el compromiso con esta estructuración y hablar de la
participación como una ilusión romántica y una falacia es a su vez LA GRAN
FALACIA.
Emilio Prado