JOSE MARIA ROZADA *
Lo que voy a plantear aquí es
el resultado, hasta el momento, de un trabajo en el que trato de combinar el
estudio, la reflexión y la actividad profesional y socio política. Esta tarea
no será nada si no encuentra más audiencia y apoyo que aquella que le prestan
los grupos de compañeros y compañeras que están comenzando a organizarse en
torno a la idea de desarrollar lo que sea una perspectiva crítica (que nosotros
denominamos dialéctico‑crítica) de la enseñanza. De modo que al plantear
estas cuestiones, lo que pretendo es lanzar una invitación a ocuparse del
conjunto de los problemas teóricos y prácticos que a mi modo de ver plantea el
desarrollo de esta denominada “perspectiva dialéctico‑crítica"
Quiero
dejar claro, sin que ello suponga una petición de benevolencia a la hora de
juzgar lo que voy a decir, que mis planteamientos no tienen, ni pretenden
tener, un carácter académico, en el sentido de estar respaldados por algún
grado de autoridad del autor en ese campo. Lo que yo vengo haciendo al plantear estas
cuestiones, es asumir el grado de audacia que me parece necesario para fomentar, entre quienes, como
yo, no tienen una sólida formación en una serie de campos que, sin embargo,
están presentes en la enseñanza, un interés por acercarse a ellos, no para
alcanzar un status académico, sino para reflexionar sobre sus
aportaciones y ponerlas en relación con la práctica, a fin de promover ese
proceso de clarificación y búsqueda de la coherencia personal, profesional y
socio‑política, que precisamente propugnamos desde una perspectiva
crítica.
Comenzaré
señalando que la crítica se tiene a sí misma como superadora tanto de la
perspectiva técnica como de su pretendida antagónica la práctica. Técnica,
práctica y crítica, tal es el espectro de planteamientos que se están manejando
actualmente en el campo de la enseñanza o, si se quiere, del currículum. Es
conveniente referirse a todos ellos y ponerlos en relación aunque se trate,
como aquí, de centrarse en uno sólo de los tres.
El
planteamiento técnico: en sentido restringido y en sentido amplio
Me parece importante realizar una distinción, que
nos va se ser de gran utilidad más adelante, cuando ponga de relieve el error
que cometen muchos de los que creen haber superado esta orientación técnica. Se
trata de distinguir entre un planteamiento técnico en sentido restringido y
otro de carácter más general, más amplio.
En un sentido restringido, por
planteamiento técnico de la enseñanza se entiende el conjunto de propuestas que
por los años 60 se desarrollaron en los Estados Unidos, (aunque sus antecesores
son muy anteriores) ya los 70 en nuestro país, tendentes a racionalizar la
actividad de enseñar planteándola como una cuestión tecnológica que debiera
será abordada a partir de los conocimientos aportados por la ciencia. Se trató
entonces de diseñar técnicas basadas fundamentalmente en las psicología,
particularmente en la psicología que se entendía entonces como científica, es decir,
en el conductismo.
Bajo esta concepción lo que se pretendió con los
profesores fue convertirlos en buenos técnicos, es decir en profesionales
eficaces a la hora de conseguir aprendizajes, pero no tanto porque dominásemos
las disciplinas que servían de base a las técnicas que se propugnaban, sino
porque fuésemos capaces de aplicar aquellas técnicas que otros, más expertos,
habían concebido. En concreto, la técnica que más se desarrollaría sería la
relativa a la planificación educativa. Todos nosotros hemos conocido esta
corriente, bien en las escuelas de formación del profesorado, en el CAP, o al
preparar las oposiciones, cuando tuvimos que aprender a programar. Saber
programar consistía más o menos en saber formular con precisión lo que se iba a
hacer, sobre todo los objetivos que se pretendían, a fin de poder evaluar
también con precisión el grado de eficacia alcanzado. Dentro de este
planteamiento se incluirían también propuestas de formación y selección de los
profesores basadas en la identificación de las competencias docentes que
estuvieran relacionadas en la obtención de resultados eficaces.
Como
señalan los estudiosos del currícu lum,
esta orientación y reducción de los problemas educativos a problemas técnicos,
se hizo predominante en los Estados Unidos de Norteamérica tras la crisis que
produjo en su sociedad el lanzamiento del Sputnik por los soviéticos en 1957.
Ya antes con el maccarthismo y, en general, con la guerra fría, la orientación del debate sobre
la educación había sido desplazada de los clásicos acerca de la formación de los individuos, con un interés
predominante por los valores morales y éticos, y sobre todo democráticos, en
los que viene ejercido una notable influencia pensadores como Jhon Dewey,
pasando a considerarse como izquierdistas las ideas que hasta entonces eran
tenidas por enfoques progresistas de la educación. Fue ese contexto de búsqueda
de la eficacia, así como de recesión ideológica, el que impulsan ya
definitivamente los planteamientos tecnocrático se la enseñanza.
Asimismo, como han puesto de manifiesto entre otros
Julia Varela y Carlos Lerena, en España esta corriente se introduce en la
década de los 70, coincidiendo con la llegada al poder de los tecnócratas del
Opus Dei interesados en el crepúsculo de las ideologías, si bien el contexto
nacional catolicista en el que se plantearon estas cuestiones limitaría
considerablemente su implantación.
Ahora bien, si la perspectiva técnica fuese sólo
esto, su superación constituiría para nosotros un problema menor. En realidad,
la mayoría de los profesores nunca llegamos a caer en ella plenamente, y de
hecho pocas veces hemos programado nuestro trabajo tal y como se nos decía.
Hoy, además, se está revisando también en el ámbito académico. El reconocimiento
de que el aparato técnico desarrollado en el campo del currículum resulta
inviable es asumido de manera creciente en el ámbito anglosajón a lo largo de
los años 70, mientras que en España será a lo largo de la década de los 80
cuando cobre importancia dicha revisión, primero en el ámbito académico y
luego en otros como el de la formación permanente del profesorado. Hoy prácticamente
nadie aboga por un tecnicismo tan estrecho como el de, por ejemplo, considerar
que una formulación operativa de los objetivos de aprendizaje es la mejor
manera de planificar, llevar a cabo y evaluar la tarea de enseñar.
Pero el planteamiento técnico es mucho más que esto.
Lo que hemos descrito como su versión restringida no es más que la forma
concreta que adoptó, en el campo de la enseñanza y en un momento histórico
determinado, lo que es una concepción mucho más amplia, mucho más general.
En un
sentido amplio, por
perspectiva técnica debemos entender el tipo de ideología y de racionalidad
dominantes en las denominadas sociedades de capitalismo avanzado. Es bien
sabido que los desarrollos de la ciencia, de la técnica, de la industria, de la
burguesía y de la ideología que correspondiente a ésta se va imponiendo como
hegemónica, son procesos que se desarrollan íntimamente relacionados,
configurando las sociedades capitalistas desarrolladas actuales.
Entre los rasgos más destacados de esa ideología,
está la reducción de la racionalidad a su vertiente técnica o instrumental, lo
que supone abordar los problemas de cualquier naturaleza, como cuestiones
relativas a los medios y no como cuestiones de carácter ético, moral, político,
etc. concernientes a la esfera de los fines. Con ello se dan por
definitivamente establecidos, casi como si fueran naturales, una serie de
valores, principios, relaciones, etc, que
son los que corresponden a las
sociedades de mercado, de tal manera que los aspectos esenciales del orden
social no son puestos en cuestión.
En la enseñanza no se presentan más problemas que
los relativos a las inversiones, o a la formación del profesorado, o a la
modernización de los programas, o a la distribución de los ciclos, niveles,
etapas, etc; cualquier otra consideración tendente, por ejemplo, a cuestionarse
las formas de escolarización actuales, o la concepción dominante de la
educación y sus relaciones con la estructura económica, o con los diversos
intereses de clase, etc, puede tener cabida en el campo de la literatura pedagógica
o de las aportaciones de la sociología al conjunto de los saberes que se
cultivan y se consumen en el ámbito académico, pero no son objeto de consideración
en el de la política educativa, salvo en las esporádicas algaradas que organizan
los sectores sociales más celosamente guardianes de sus privilegios. La ideología
dominante menosprecia como falto de realismo, poco pragmático y por lo tanto
idealista, cualquier planteamiento que ponga en cuestión el statu quo.
Además, las decisiones, puesto que se plantean
siempre como de carácter técnico, se reservan a los expertos, que son quienes
tienen el dominio de la ciencia o de sus aplicaciones, y por lo tanto se
entiende que nos pueden ofrecer las mejores soluciones, tanto si se trata de
construir máquinas como de organizar la administración y la gestión de los
asuntos públicos que son de naturaleza socio‑política. Incluso a los
políticos se les exige ser buenos técnicos o rodearse preferentemente de
ellos. Políticos, además, se entiende que son aquellos profesionales, aunque
sean eventuales, que salen de los comicios, así como sus intereses y controversias,
pero no se entiende que políticos seamos todos nosotros y los asuntos que nos
afectan como miembros de una colectividad. Todo lo cual supone la restricción
de la democracia a sus aspectos más formales, básicamente a la celebración de
elecciones (por cierto, en España, cada vez menos respetuosas con las
formalidades mínimas, sobre todo en lo que se refiere a la permanente
manipulación de la opinión pública a través de un desigual acceso a los medios
de comunicación), tras las que toda participación queda delegada a los pueblos
en masas de votantes y escamoteando la verdadera democracia consistente en la
participación permanente en la cosa pública.
En la enseñanza, esta
perspectiva técnica en sentido amplio no se presenta siempre necesariamente
bajo la forma de esa didáctica tecnicista a la que hemos denominado
"planteamiento técnico en sentido restringido"; como hemos dicho,
ésta no es más que una de sus formas históricas, seguramente la más extrema, la
más dura, y por lo tanto la menos hábil, la menos posible. En sentido amplio,
el planteamiento técnico se puede decir que está detrás de cualquier propuesta
que no vaya más allá del intento de mejorar las cosas que funcionan mal, como
pueden ser la calidad de la enseñanza, la organización de los centros, las
materias que se han de enseñar, el malestar docente o sus desequilibrios
psíquicos, etc, dando por sentado que esta escuela y esta sociedad deben
mantenerse, tratándose sólo de que la primera sea más funcional para la
segunda, mejorando su eficacia, corrigiendo sus errores.
La necesidad de aclarar estas
versiones "restringida" y "amplia" de la denominada
"perspectiva técnica" viene impuesta precisamente por el hecho de que
se puede ser alternativa a la primera y no a la segunda, cosa que parecen pasar
por alto muchos de los que pretenden dar por superada esta concepción, con la
aparición de la denominada "perspectiva práctica".
La perspectiva práctica:
neotecnicistas y cuasicríticos
Entendemos por tal el planteamiento que, como reacción al tecnicismo más estricto, se
desarrolló a partir del final de los años 60 en Estados Unidos (las primeras
obras son las de Jakson ‑1968‑ y Schwab ‑1969‑) y que
en nuestro país se introduce a lo largo de la década de los años 80, pudiendo
decirse que está presente en todo el conjunto de corrientes de investigación,
innovación, formación del profesorado, planificación didáctica, etc, que,
destacando el carácter variable, situacional e incierto de la actividad de
enseñar , señalan que ésta no puede ser racionalizada acogiéndose a la
aplicación de reglas técnicas, sino que exige la toma de decisiones durante la
misma práctica, por lo que más que de ejecutar planes preestablecidos, se trata
de gestionar una realidad compleja, en la que se han de tomar decisiones
prudentes, equilibradas, ponderando entre finalidades no exentas de
contradicción. Bajo esta corriente el profesor pasa a ocupar un papel central,
reivindicándose su figura tanto si se trata de investigar como de planificar o
de innovar en la enseñanza, desarrollándose un creciente interés por su
pensamiento y las estrategias para formarlo en las artes de la práctica.
Los autores que se encuadran
dentro de esta perspectiva suelen citar a Aristóteles para tomar de él la
distinción entre los dos tipos de práctica que éste formulara, a saber: la
práctica como "saber hacer" que requiere habilidades técnicas, y la
práctica como "saber gestionar" que requiere sindéresis, capacidad
de ponderar, de enjuiciar con prudencia, de poner en juego valores éticos y
morales. A partir de tal distinción señalan que la enseñanza es una práctica
del segundo tipo y no del primero, por lo que no puede ser abordada técnicamente,
al mismo nivel que lo es el proceso de fabricación de un objeto, por ejemplo.
Pero todas estas ideas, cuando
se utilizan reduciendo el significado de la práctica al conjunto de
actividades que se realizan en el marco de la enseñanza, más concretamente de
las instituciones en las que ésta se lleva a cabo, es decir, cuando se aplican
sólo a la gestión de los problemas del aula o del centro, tal y como se
observa con frecuencia en los trabajos que se realizan inspirados en esta perspectiva,
resultan ser propuestas tremendamente útiles para corregir los excesos del
taylorismo puro y duro (en la línea que ya se ha hecho en el campo de la producción),
sin que ello signifique entrar a cuestionar esa ideología y racionalidad
dominantes que hemos denominado "perspectiva técnica en sentido
amplio". Sólo si la reflexión que exige todo "saber gestionar"
es llevada hasta la esfera de lo ideológico y del contexto socio‑político
que lo enmarca, se puede decir que la perspectiva práctica se enfrenta al
planteamiento técnico en sus dos acepciones o niveles, pero entonces sería
mejor reconocerla como una perspectiva que se adentra en el terreno de la
crítica.
Efectivamente, se observa cierta confusión entre la
corriente práctica y las otras. Entre los prácticos, cabe seguramente
establecer dos sectores: por un lado los que no alcanzan a cuestionar mas que
el planteamiento técnico en sentido restringido, a los que se puede considerar
como neotecnícistas, en el sentido de
que no aportan más que nuevas técnicas útiles para corregir pasados errores;
por el otro, los que llevan las capacidades que requiere el "saber
gestionar", hasta el nivel del compromiso socio‑político que ello
incluye, y orientan la reflexión hacia los contenidos ideológicos de la
conciencia, con el fin de someterlos a revisión. De ellos, sólo los segundos
tienen algo que ver con la crítica. Podríamos considerarlos como cuasicríticos. Algunos incluso se
consideran incluidos en esta última perspectiva.
Lo que yo mantengo respecto a esta cuestión, y
espero que más adelante quede más claro, es que la revisión que el
planteamiento práctico realiza del técnico en su acepción más restringida es
en muchos aspectos innecesaria, inconveniente incluso, tal y como ocurre cuando
se alimentan las reticencias hacia el conocimiento científico, hasta el punto
de llegar a prescindir de él; mientras que la revisión que alcanza a plantear
aspectos relativos a la acepción más amplia del planteamiento técnico, si bien
es necesaria, resulta insuficiente para la realización de una crítica plena, si
no supera el nivel de la mera reflexión teórica sobre la ideología dominante
en la sociedad y en el currículum.
La perspectiva crítica
El planteamiento crítico de la enseñanza se enfrenta
también al técnico, pero en sus dos acepciones de tecnicismo didactista y de
racionalidad hegemónica, así como a las
bases materiales que lo determinan. En rigor, no cabría hablar de un
planteamiento crítico de la enseñanza, sino de un planteamiento crítico
general, que se extiende a todos los ámbitos de la sociedad y por tanto también
de la enseñanza. La crítica no se caracteriza por buscar una alternativa a la
pedagogía por objetivos proponiendo una pedagogía por "principios de
procedimiento", por ejemplo, sino que el verdadero blanco que escoge la
crítica es de naturaleza socio‑política y no didáctica; claro que su
enfrentamiento con la racionalidad hegemónica en las sociedades modernas,
lleva consigo la necesidad de revisar las propuestas concretas en las que ésta
se manifiesta en el campo del currículum, tanto si se trata de las formas
primeras y más duras, como si se refiere a sus formas neotecnicistas más
modernas.
Me referiré a esta perspectiva como algo en
construcción, toda vez que, como he dicho al principio, lo que me propongo al
exponer mis reflexiones es formular una invitación a participar en el trabajo
permanente de ir dotando de un cuerpo teórico y de un compromiso práctico esto
que denominamos planteamiento crítico (dialéctico‑crítico) de la enseñanza.
Por su propia naturaleza, el desarrollo coherente de la crítica no puede ser
nunca una actividad reservada a un grupo de intelectuales en el sentido académico
del término.
En el campo de la filosofía y de la ciencia,
particularmente de las denominadas ciencias humanas, están disponibles los
saberes necesarios para desarrollar una concepción crítica de la sociedad,
inclusiva de una concepción crítica de la enseñanza. Sin duda las obras de
personajes como Marx, Gramsci o Habermas constituyen el filón más rico para
extraer los materiales que necesitamos en la tarea de llevar a cabo esa
construcción. Contemporáneos nuestros lo están haciendo ya con un interés
centrado en la enseñanza, de modo que resulta inexcusable recurrir a los
trabajos de autores como Freire, Giroux, Apple, Carr, Kemmis, Sharp, Fernández
Enguita y un largo etcétera. A pesar de que aumenta el interés por estos
autores, me preocupa la posibilidad de que no ocurra otra cosa más que el paso
de una nueva moda por la pasarela del currículum, con el asentamiento temporal
de un nuevo "paradigma" en el ámbito académico, sin que la realidad
se mueva ni un ápice. Si ello fuese así, significaría que nuestra apelación a
la crítica no habría sido más que una forma de incoherencia o de impostura.
Al abordar mi propia formación junto con un grupo de
compañeras y compañeros que formamos una serie de grupos de investigación-acción,
el primer trabajo que se me presenta es el de la aclaración del propio concepto
de crítica, a fin de saber de qué estamos hablando; y al mismo tiempo, es
decir, con los primeros avances en esa clarificación, tratamos de planificar
nuestra intervención en la realidad, que ya no será sólo escolar sino también
socio‑política.
El concepto de crítica: crítica
teórica y crítica práctica
Es bien sabido que los conceptos evolucionan
adquiriendo dimensiones nuevas a lo largo de nuestra vida, lo cual se plasma en
los cambios que sufren los significados de las palabras. Reconstruir esos
significados es siempre un ejercicio interesante que nos ayuda a controlar
nuestro pensamiento y a darnos cuenta del camino recorrido y del nivel en el
que estamos y en el que pueden estar otros.
El primer significado que tuvo para mí la palabra
"crítica", creo recordar que fue el de "murmuración". Era
un significado negativo: criticar era algo repudiable. Recuerdo oír hablar de
algunas vecinas acusándolas de criticonas (estas cosas se suelen atribuir sobre
todo a las mujeres). Este significado perduraría como exclusivo a lo largo de
toda mi infancia, pasando más adelante a convivir con otros. Así debió ocurrir
al conocer a través de los estudios de bachillerato que existía una crítica
literaria, de cine, de arte, etc. Entonces la palabra evolucionaría dando
entrada a una acepción más positiva, más culta (ahora ya no eran las comadres
las únicas que criticaban, sino que lo hacían los hombres, los críticos). Más
adelante, coincidiendo con el despertar de la conciencia política, la crítica
vino a significar para mí algo así como "estar a la contra de...",
"leer la realidad en negativo", "oponerse a...",
"afrontar la realidad con espíritu polémico", etc. Estoy convencido
de que éste es el significado más desarrollado que tiene esta palabra para la
mayoría de las personas que se sienten atraídas por la adopción de una
perspectiva crítica.
Si bien, como veremos, lo que haya de ser la crítica
en cada momento, habrá de dilucidarse atendiendo al contexto histórico
concreto, resulta absolutamente necesario elevar el concepto de crítica que
manejamos. Para ello, sugiero que es conveniente recurrir a la clásica
distinción marxista entre crítica teórica
y crítica práctica.
En los campos del pensamiento filosófico y de las
ciencias sociales, se manejan asiduamente un conjunto de pares de conceptos
tales como: teoría y praxis, pensamiento
y acción, conciencia y realidad material, alienación y explotación,
superestructura y base o estructura, filosofía y revolución, etc, que si
bien tienen significados muy distintos, vienen a poner de manifiesto la existencia
de dos campos o esferas, cuya distinción parece tan necesaria como su inmediata
puesta en relación.
A la luz del materialismo dialéctico, la relación
entre los conceptos que forman cada uno de estos pares se presenta como una
relación dialéctica. Tanto el idealismo consistente en pensar que son los
términos citados en primer lugar de dichos pares los que determinan a los
citados en segundo lugar, como el mecanicismo consistente en pensar todo lo
contrario, es decir, que son los términos citados en segundo lugar los que
determinan a los primeros, son superados por la filosofía materialista
dialéctica. Al amparo de ésta se han desarrollado la psicología y la
psicolingüística de autores como Vigotski, Luria, Leontiev, Wallon, Zazzo,
Volosinov, etc, cuyas aportaciones constituyen hoy un cuerpo de conocimientos
científicos suficiente para sostener que, como acabo de decir, las relaciones
dentro de cada uno de estos pares han de ser planteadas como relaciones
dialécticas.
Propongo recurrir a dichos pares de conceptos y a
sus relaciones para plantear la distinción entre una crítica teórica y una
crítica práctica, así como la trabazón dialéctica de ambas.
Por crítica teórica se entendería aquella que
pertenece a la misma esfera que los conceptos citados en el primer lugar de los
pares anteriores, es decir al campo de la teoría, del pensamiento, de la conciencia, de la alienación (o
desalineación), de la superestructura, de la filosofía (en el sentido que Marx
utilizaba el término cuando señalaba que había servido más para interpretar el
mundo que para cambiarlo). Sería una crítica que se resolvería mediante actos
mentales destinados a transformar la conciencia. Aquella que se atribuye a
Hegel, a los jóvenes hegelianos, al joven Marx entre otros, y que más recientemente
reivindicarán los filósofos de la Escuela de Francfort al señalar la necesidad
de volver a la crítica de la con ciencia. Su lugar, como se ha dicho, sería el
interior de la bóveda craneana.
Por crítica práctica entenderíamos aquella que puede
asociarse con los conceptos que ocupan el segundo lugar en los pares
anteriores, es decir, con la praxis, la acción, la realidad material, la
explotación, la estructura económica, la revolución, etc. Sería el tipo de
crítica que se atribuye al Marx maduro, que habría evolucionado desde la
crítica teórica hasta la lucha política, la actividad material, histórica,
social, centrando su trabajo intelectual en el estudio de las condiciones
materiales de existencia, su dinámica y su transformación, pasando a
entenderlas como generadoras de la conciencia y no productos de ésta. Sería
aquella crítica que le llevaría a decir que "el arma de la crítica no
podía sustituir a la crítica de las armas". Se trataría de una crítica
dirigida a transformar la realidad en primera instancia. Su campo no sería ya
la bóveda craneana sino la fábrica, la calle, el sindicato, el partido.
Claro que esta distinción no es una cuestión tan
simple y tropieza con las dificultades inherentes a todo intento de deslindar
analíticamente aquello que se entiende como dialécticamente trabado. Así, por
ejemplo, se puede realizar una actividad correspondiente a la esfera de los
primeros conceptos, que sin embargo esté referida a los segundos, planteándose
entonces si la misma ha de ser encuadrada en uno o en otro campo. Cuando Marx
cambia las páginas de El Capital posteriores , es decir, una vez que se
había apartado de la actividad pública, permaneciendo en el recinto de una
habitación, sin más actividad que la de leer, escribir, tomar café y fumar
mucho, ¿realizaba una crítica teórica o una crítica práctica? Se podría decir
que realizaba una práctica teórica por cuanto que consistía en actos mentales,
tendentes a establecer las leyes del cambio histórico, con la finalidad de
penetrar en el conocimiento de la realidad y de ilustrar a los agentes del
mismo; pero también se trataba de una teoría práctica, por cuanto que estaba
referida a las condiciones materiales de existencia y se realizaba con el
compromiso de contribuir a la transformación de la realidad socio‑política.
De todos modos conviene recordar que fueron sobre todo razones de salud las que
llevaron a Marx a dejar la lucha activa en los últimos años de su vida.
Si realizamos una crítica sólo teórica habremos
caído en el idealismo, al considerar que los cambios en la conciencia son
suficientes para cambiar la realidad. Por el contrario si realizamos una
crítica sólo práctica, ésta estará regida por una conciencia acrítica que, por
lo tanto, va a ser una falsa conciencia, una conciencia errónea impregnada de
ideología dominante, con lo que no pasaremos de un mero activismo que, por
inconsciente, no será capaz de cambiar lo establecido, sino que fácilmente
caerá en su juego. Podría decirse entonces que la separación de crítica teórica
y la crítica práctica sólo se puede hacer al precio de arruinar las
posibilidades de una crítica capaz de transformar la realidad. De ahí que
convenga no perder de vista la relación diáléctica entre los campos de la
teoría y de la práctica, razón por la cual los compañeros y compañeras que
estamos tratando de orientarnos en una dirección crítica, hacemos bien en
calificar a nuestro modelo de trabajo como dialéctico‑crítico.
A mi modo de ver, y sin que esto suponga otra cosa
que un intento de establecer algunas pautas de trabajo que nos ayuden a ser
coherentes con lo que pensamos, en el campo de la crítica teórica debiéramos
cultivar la reflexión como introspección, y la ilustración mediante el recurso
a los conocimientos científico y filosófico.
Respecto a la primera cuestión, considero que el
conocimiento de nuestro propio pensamiento y de los condicionamientos
subjetivos que haya en él, constituye una importante faceta de la que hemos
denominado "crítica teórica". Podríamos distinguir aquí dos formas de
autocrítica. Por un lado la que se dirige al conocimiento de nuestra
personalidad profunda, camino que se puede recorrer, si se quiere, hasta las
profundidades del "alma", lo que no siempre es aconsejable; ahora
bien, algo de ello hay que tener. Un cierto nivel de conocimiento de nuestra
personalidad, no sólo viene bien a quienes trabajamos en un campo en el que
ésta juega un papel tan importante (aunque no es ésta una cuestión que venga
al caso ahora), sino que es necesario para conocer mejor, y por lo tanto controlar,
el sesgo de nuestra personalidad
pública y, en algunos aspectos, política. Me refiero a la relación que
se pueda establecer entre algunos rasgos de la personalidad profunda y una
tendencia a adoptar posiciones idealistas o actitudes dogmáticas,
intransigentes, etc.
Por otro lado, estaría la forma de autocrítica
tendente a la autoconciencia de la ideología que nos domina.
Las psicologías social y cognitiva, “manejan en sus
campos respectivos, confluyentes a veces, conceptos como los de
"representaciones sociales", "teorías implícitas",
"estereotipos", "rutinas", "programaciones
sociales", "construcciones mentales", "ideologías prácticas
o de la vida cotidiana", que, sin entrar en las diferenciaciones que cabe
realizar al matizar el significado de cada una de estas expresiones, se puede
decir genéricamente que vienen a poner de manifiesto la existencia de una serie
de construcciones ideológicas con las que rigen su comportamiento social el
común de los ciudadanos. Su relación con lo que es el concepto de ideología
dominante, surgido y manejado en el ámbito del pensamiento socio‑político,
es muy grande, siendo muchos los autores que la señalan. Habermas es uno de los
pensadores contemporáneos que más está contribuyendo al conocimiento de los
principales rasgos que presenta hoy dicha ideología, a la que ya me referí al
plantear lo que he denominado "perspectiva técnica en sentido
amplio".
La psicología y la
psicoligüística de inspiración materialista dialéctica, a las que ya hice
alusión, ponen de manifiesto que el soporte y la materialización del
pensamiento en general y por lo tanto de la ideología lo constituyen los signos
y sus significados, de manera que ellos son el vehículo para acceder al
conocimiento y dominio de lo ideológico; de ahí que el análisis de los
lenguajes y la reflexión sobre los significados que atribuimos a los signos
constituya un ejercicio básico para desarrollar niveles de autoconciencia que
nos permitan controlar los mecanismos inconscientes o implícitos, mediante los
que actúa la ideología dominante.
En la enseñanza urge revisar el
discurso que sobre la escuela y sus funciones se ha desarrollado con la
burguesía, siendo hoy unánimemente aceptado. Antes señalábamos la correspondencia
que existió entre los avances de la ciencia, la técnica, la industria, la
burguesía y su ideología, ahora debemos añadir también la correspondencia que
se dio con los avances en la escolarización de masas, y por lo tanto, como ha
puesto de manifiesto Kemmis, con la tendencia a plantear los problemas
educativos en términos de escolarización y Estado, pasando los asuntos
relativos a la educación a plantearse como problemas de medios técnicos para
mejorar las condiciones de la escolarización. Se dio, y se da por sentado que
la escuela es necesaria, y a partir de ahí se asume la ideología que sobre ésta
se ha impuesto desde su nacimiento.
A mi modo de ver, no se puede dejar de considerar que
lo mismo que la racionalidad científica supuso un avance gigantesco sobre el
pensamiento irracional, mítico, mágico o religioso dominantes, la
"escuela para todos" supuso un avance sobre el analfabetismo
generalizado; pero lo mismo que la racionalidad científica no puede ser tratada
sin alusión a la ideología cientificista que ha generado o que se le ha
superpuesto, tampoco la escolarización de masas, por evidentes que sean sus
aportaciones, puede desligarse de la finalidad reproductora que la originó y la
mantiene.
Aunque la ideología es muy amplia, y, como señala
Rossi‑Landi, no es posible acabar con ella, en lo que respecta a la
escuela, el discurso liberal-burgués constituye el núcleo central de la ideología
dominante, y por lo tanto es hacia su presencia en nuestras mentes hacia donde
se debe orientar la reflexión como forma de crítica teórica consistente en una
crítica ideológica. El significado de los signos en los que se plasma esa
ideología, como he dicho, es un buen camino para acceder a ella, de ahí que en
un trabajo de orientación crítica debamos poner en cuestión lo que significan
expresiones como "escuela", "calidad de la enseñanza",
"buen alumno", "evaluación justa", "nivel",
"igualdad de oportunidades", "titulación", "asignatura
fundamental", "neutralidad", etc.
Es en estas dos formas de crítica teórica que hemos
señalado hasta aquí en donde se da una mayor proximidad entre algunos
planteamientos de la perspectiva práctica y la crítica. Ciertamente, quienes
se interesan por el pensamiento práctico de los profesores y propugnan entre
éstos estrategias de reflexión tendentes al control de los aspectos afectivos
de la personalidad, a la crítica ideológica, o a ambas cuestiones, se
identifican con la primera forma de crítica teórica a la que me he referido
hace un momento, o con la segunda, que acabo de plantear, o con ambas a la vez.
En todo caso, debe quedar bien claro que quienes no vayan más allá de ahí, no
habrán pasado de ejercer una forma de crítica teórica.
La ilustración
Todavía nos queda una manera más de desarrollar esta
vertiente de la crítica: la que hemos denominado "ilustración", y que
no es otra cosa que la utilización de las aportaciones que ofrecen la filosofía
y la ciencia, para enriquecer nuestro pensamiento; enriquecimiento que debe
distanciarse de la acumulación erudita de saberes, para ser entendido en un
sentido emancipatorio, es decir, como impulso a la crítica de nuestros
esquemas de pensamiento vulgares o de sentido común.
Esta propuesta se basa en la aceptación de la
clasificación de tipos de conocimiento que nos ofrece la denominada
"Escuela de Oviedo" (Symploké), entre los que la ciencia y la filosofía,
al ser el resultado de la "trituración" de campos de la realidad o
de las ideas, respectivamente, resultan ser conocimientos críticos frente al
sentido común, la teología, la pseudo‑ciencia, etc, que son clasificados
como acríticos. El acceso a los conocimientos científico y filosófico, si se
realiza buscando en ellos un valor de uso y no sólo de cambio en el mercado de
valores simbólicos, es decir, de títulos, surte necesariamente el efecto de
provocar la crítica de nuestro pensamiento de sentido común.
Cierto que la aplicación de conocimientos
científicos al campo de la educación, configurando una tecnología de la
enseñanza, ha sido un proceso que llevado de la mano de los tecnócratas, ha
originado básicamente una parafernalia didactista asociada a un discurso
encubridor de las verdaderas funciones del sistema de enseñanza; pero éste ha
sido (está siendo) un problema no atribuible a la ciencia sino a la ideología
cientificista que ya hemos comentado.
No debiéramos olvidar que entre las consecuencias
que tuvo la llegada de la ciencia a la enseñanza, estuvo la de moderar de
manera importante la desenfrenada retórica existente sobre la educación, si
bien hay que reiterar que al llegar de la mano del cientificismo se liquidaron
los planteamientos filosóficos, que desde una perspectiva crítica han de ser
reivindicados de nuevo.
Nada es más eficaz que la ciencia para poner de
manifiesto las limitaciones de la enseñanza escolar a la hora de cumplir las
promesas realizadas con una finalidad legitimadora del sistema. Sin ir más
lejos, una aplicación rigurosa de los conocimientos que nos aporta hoy la psicología
cognitiva sería suficiente para poner de manifiesto que los objetivos
educativos que figuran en los programas de enseñanza (en el Diseño Curricular
Base) no pueden ser alcanzados por los alumnos.
Además, algunos autores realizan aportaciones que
son directamente aplicables a ese desmantelamiento de la ideología que
persigue toda crítica teórica, así, por ejemplo, la lectura de una obra como
"Escuela, ideología y clases sociales en España" de Carlos Lerena
puede ayudarnos a conocer y criticar la ideología dominante sobre la escuela
con mucha mayor rapidez y acierto que si nos pasamos largas horas de introspección
tratando de detectarla. Claro que me estoy refiriendo a un tipo de lectura
aplicada a la reflexión y comprensión profunda de los problemas, que,
ciertamente, no suele ser muy habitual, estando mucho más extendida la opción
por la cantidad, a fin de acumular citas que den mayor porte académico a
nuestro trabajo. También en esto es necesaria una tarea contrahegemónica.
El estudio para conocer los saberes que sistemáticamente
han ido elaborando los seres humanos ha de ser incluido como una actividad
central en el desarrollo de una crítica teórica. En esto, la proximidad de este
tipo de crítica con la perspectiva práctica se convierte en alejamiento, por
cuanto que desde esta última el interés por la ciencia es más bien bajo o nulo,
al "arrojar el niño con el agua sucia", que no otra cosa se hace
cuando por desprenderse del cientificismo y la racionalidad técnico‑instrumental
se liquida también todo interés por el conocimiento científico y sus
aplicaciones.
La acción
Pero nuestro trabajo debe atender también a la
crítica práctica, de lo contrario, nos estaríamos moviendo en el terreno del
más puro idealismo. La crítica de nuestro pensamiento debe ser causa y a la
vez efecto de nuestro trabajo dirigido a la transformación de las bases
materiales de existencia.
Aquí es donde, lejos de proclamar alegremente que
somos críticos porque realizamos una crítica teórica y una crítica práctica
estableciendo entre ellas una relación dialéctica, debemos reconocer que las
dificultades para llevar a término nuestro propósito son realmente grandes.
Si, como hemos dicho, la crítica práctica es
aquella que se atribuye al Marx maduro, es decir, que tanto si consiste en
hacer barricadas como en escribir sobre un papel, lo que la define es el hecho
de estar referida al cambio de las condiciones materiales de existencia, en
este momento, y con toda la vigencia que tienen muchas de las aportaciones de
Marx, debemos reconocer qué conceptos fundamentales del cuerpo teórico por él
elaborado han perdido capacidad explicativa de la realidad actual. Por
referirse sólo a uno de ellos, pero que resulta ser esencial, a saber: el
proletariado, identificado como la clase que al reunir sobre sí todas las
contradicciones del sistema capitalista, resultaría ser el agente objetivo
transformador de la realidad con sólo luchar por sus intereses, resulta
difícilmente reconocible en las sociedades capitalistas avanzadas como tal
clase definida y con tales potencialidades. De modo que la crítica práctica no
está garantizada hoy por una "ciencia del cambio histórico".
Los profesores, que trabajamos en el campo de la superestructura ideológica, para realizar una crítica práctica necesitamos acogernos a la figura de "intelectuales orgánicos", pero ¿cómo reconocer hoy, sin agente del cambio histórico claramente definido, cuál es la instancia (clase, organización, bloque, etc.) a la que hemos de vincularnos? Esta pregunta crucial para la crítica práctica, sitúa el problema de la posibilidad real de ésta, en medio de lo que se ha dado en llamar "la crisis de la izquierda".
Espero que se me disculpe por excusarme de ofrecer
una solución a este problema. En todo caso sí quiero decir que el hecho de que
las cosas estén así, en lugar de alejarnos de estas cuestiones, como
lamentablemente ocurre en tantos casos, nos debe estimular a centrar nuestro
interés en ellas. Salvando las siderales distancias que haya que salvar, se
podría decir que, en buena medida, la crítica práctica ha de realizarse también
hoy en habitaciones (a ser posible con poco café y nada de tabaco). Claro que
si tenemos salud nada nos exime de participar en las luchas socio‑políticas
actuales. Incluso confusos, debemos estar allí para no perder de vista ni la
realidad constituida ni la que pueda estar emergiendo.
En Asturias hemos formado varios grupos dispuestos a
planificar su trabajo atendiendo por igual a los campos de la ciencia, la
conciencia y la actividad práctica, así como a sus relaciones dialécticas. Con
ello estamos tratando de buscar formas organizativas que sirvan de apoyo a sus
miembros en la realización de una tarea tan ardua como es la de ser coherentes
con el planteamiento dialéctico‑crítico que aquí he esbozado, al tiempo
que vamos profundizando en él.
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(*) El origen de este trabajo es el texto de la
ponencia presentada en el III Encuentro Nacional de Escuelas Asociadas de la
UNESCO celebrado en Gijón en julio de 1990, si bien desde entonces ha sido
objeto de leves modificaciones introducidas por el autor a propósito de sus
intervenciones en las Escuelas de Verano de Extremadura, Córdoba y Sevilla
(Julio y Septiembre, 1990), así como de su discusión en el Seminario Regional
de Geografía, Historia y Ciencias Sociales en Octubre del mismo año, que acordó
adoptarlo como marco teórico de referencia para orientar su trabajo durante el
curso 1990‑91. También fue entregado a la Coordinadora de los Grupos de
Investigación‑Acción constituidos en Asturias.
(**) José Maña Rozada es Asesor de Formación del CEP
de Oviedo (área de Ciencias Sociales) y Profesor Asociado del Departamento de
Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo.
(Dirección: Avda. de Galicia s/n. Edificio Miño,
33005 Oviedo. Tfns. 5240794/5103236)