APUNTES PARA
UN MÉTODO EN LA ENSEÑANZA DE LA LENGUA Y LA LITERATURA
EN EDUCACIÓN SECUNDARIA
El plantearse la elaboración de un proyecto curricular parte de la necesidad de contar con un instrumento que permita hacer explícitos los planteamientos teóricos que todo profesor o profesora mantiene respecto a la educación en su conjunto y a la enseñanza de su área o etapa en concreto. Por otra parte, el proyecto curricular permite establecer una relación dialéctica entre esos presupuestos teóricos y los momentos de planificación de la actividad y de la actividad misma, estableciendo cauces que faciliten la revisión de la planificación y de los principios teóricos en que se basa y, paralelamente, la transformación de los niveles de la planificación y de la práctica en función de la revisión de los supuestos teóricos.
Es
importante matizar que la necesidad de contar con un instrumento de este tipo
no es una exigencia, meramente "técnica" que resuelve el problema de
la "eficacia" del trabajo docente. Lo que se pretende con un proyecto
curricular es que el profesorado sea capaz de avanzar en el conocimiento y
apropiación de los instrumentos de su trabajo, en un proceso tendente hacia la desalineación profesional, en el sentido
señalado por Rozada (1) (ROZADA, CASCANTE Y ARRIETA, 1989) (2). Esta concepción
puede inscribirse en el paradigma que se suele denominar "teoría crítica
de la educación", que propone una revisión radical de los postulados
positivistas de la sociología educativa que considera "relativamente
neutro" el conocimiento escolar. El proyecto curricular ha de entenderse,
pues, como una forma de indagación cooperativa tendente a mejorar la
racionalidad teórica de las prácticas educativas y a la comprensión dialéctico‑crítica
de las situaciones y contextos sociopolíticos en los que esas prácticas tienen
lugar.
De acuerdo
con los planteamientos de Cascante (1989), el proyecto curricular debe tener,
en consecuencia con lo dicho, tres niveles diferenciados: un primer nivel de la
teoría, el método, en que, en el
marco de un modelo didáctico descriptivo de los procesos de enseñanza‑aprendizaje,
se toman decisiones a partir de las fuentes del curriculum, es decir, las ciencias
del lenguaje, la psicología, la sociología y la pedagogía. El segundo nivel es
el de la actividad, lo que Cascante denomina el diseño de instrucción, en el que las decisiones tomadas en el
nivel anterior se utilizan para la planificación y el diseño de las lecciones o
unidades didácticas a desarrollar en el aula. Finalmente, en el tercer nivel
aparece el diseño de investigación, que
permite, a través del seguimiento de la actividad y de la evaluación de sus
resultados, llegar a conclusiones que confirmen o pongan en cuestión lo
planteado en los niveles anteriores, de tal modo que los presupuestos teóricos
iniciales sean sometidos a revisión o, por el contrario, aparezca la necesidad
de modificar los aspectos relativos a la actividad para ajustarlos con más
precisión a los principios teóricos del método.
Conviene
señalar que esta estructura general de un proyecto curricular no condiciona, a
nuestro entender, el posible desarrollo concreto de cada proyecto. Se trata,
más bien, de establecer criterios generales para relacionar la teoría y la
práctica educativa y de dotarse de un lenguaje común, de tal forma que sea
posible aplicar criterios generales homogéneos tanto en el momento de analizar
propuestas didácticas (propias o ajenas) como a la hora de elaborar y aplicar
las unidades didácticas que puedan ir creando los seminarios, grupos, o
personas individuales.
La
selección de un modelo didáctico
Como se dijo
más arriba, la definición de un método supone, en primer lugar, la selección de
un modelo didáctico descriptivo de los procesos de enseñanza‑aprendizaje,
de tal modo que, posteriormente, sea posible tomar decisiones a la luz de las
fuentes del curriculum para cada uno de los elementos relevantes en dichos
procesos. De acuerdo con los criterios expuestos por Gimeno (GIMENO SACRISTAN,
1981) el modelo didáctico debe reunir dos características: ser omnicomprensivo
(es decir, incluir todos los aspectos relevantes de los procesos de enseñanza‑aprendizaje),
y ser sistémico (es decir, que sus elementos estén interrelacionados). Nosotros
añadiríamos una tercera característica: que sea manejable de tal modo que su
“tamaño” permita un trabajo “práctico” al profesorado en el sentido de que éste pueda manejar un número
relativamente pequeño de variables que le permitan, efectivamente, avanzar en
el control de los procesos de enseñanza-aprendizaje. El propio Gimeno Sacristán
distingue entre lo que son los elementos del modelo didáctico(los
aspectos básicos, como contenidos, objetivos, organización, etc.) y las dimensiones de éstos (los aspectos o variables que se
han de considerar en relación con cada uno de los elementos).
El modelo
didáctico que ofrece Gimeno está compuesto por los siguientes elementos:
-Objetivos
-Contenidos
-Medios
técnicos
-Relaciones
de comunicación
-Organización
-Evaluación
Para cada
uno de estos elementos se establece un número variable de dimensiones, con una media
de cinco dimensione para cada elemento. Además de las dificultades que supone
en la práctica un modelo tan amplio (el profesorado que lo utilizase tendría
que trabajar con más de veinticinco variables), se corre el peligro de que el
trabajo de delimitación de un método consuma un esfuerzo desmesurado, con el
riesgo adicional de caer en un perfeccionismo técnico que convierta el
proyecto curricular en un instrumento poco versátil y difícilmente utilizable
por una gran parte del profesorado.
Debemos
buscar, pues, modelos didácticos que, sin renunciar a ser comprensivos y
sistémicos, ofrezcan por su aplicabilidad y facilidad de manejo un instrumento
accesible para la mayoría del profesorado que intente establecer cauces entre
la explicitación de sus planteamientos teóricos y su trabajo práctico en las
aulas. A nuestro entender, el modelo que ofrece José Mª Rozada (ROZADA, 1987)
reúne estas características. Se trata de un modelo simplificado compuesto únicamente
de tres elementos:
‑ Objetivos o finalidades
‑
Contenidos
‑
Actividades
Un modelo
como este no ignora el resto de los elementos considerados, por ejemplo, por
Gimeno. Simplemente los engloba en alguno de los tres elementos señalados. Así,
los elementos "relaciones de comunicación", "organización"
y "medios técnicos" aparecen englobados ahora en el elemento
"actividades", en el sentido de que las decisiones sobre tipos de
actividad, su secuencia y su organización exigen explicitar los roles y la
alternancia de la comunicación en el aula, los medios a utilizar en cada
actividad y los aspectos relativos a la organización de espacios, tiempo y
agrupación, considerando, por otra parte, que las opciones relativas a medios
y organización están fuertemente limitadas por las disponibilidades y organización
general del centro de enseñanza.
Propuesta de un método para el área de Lengua y
Literatura
Una vez
hecha la opción por un modelo didáctico determinado, es el momento de perfilar
su aplicación con‑
creta en el
área de Lengua y Literatura. Esa aplicación supone establecer, en ese marco
general, cuáles son las dimensiones que se deben tomar en consideración y qué
decisiones cabe tomar en esas dimensiones a la luz de las fuentes del
curriculum del área.
En lo que se
refiere a la concreción de un método, conviene hacer aquí una distinción entre
lo que puede ser un método general y el desarrollo más específico de ese
método en el proyecto grupal o individual. Dicho de otro modo, la formulación
de métodos debe ser lo suficientemente abierta y general para permitir las
opciones individuales en el desarrollo del proyecto y de las unidades
didácticas que lo constituyan. Ello exige que al establecer las dimensiones de
cada uno de los tres elementos y al señalar las fuentes de decisión
relacionables con cada dimensión, la formulación no rebase un cierto nivel de
generalidad, si lo que se pretende es que la propuesta pueda tener validez para
un amplio número de situaciones. Se debe partir, sin embargo, de algunas
definiciones previas sobre la concepción que se tiene del área , poniendo en
relación esa concepción con el documento oficial que, hasta ahora, es el único
en que aparece formulada una propuesta de curriculum para el área: El
"Diseño Curricular Base" para Lengua y Literatura de Secundaria. En otro
lugar (3) hemos realizado una lectura crítica de la propuesta ministerial desde
nuestra visión del área. Un aspecto central de esa visión es la decisión de
optar por un enfoque comunicativo‑funcional del área de Lengua.
Aunque al
hablar de los distintos elementos del método expondremos razones de diverso
tipo que justifican la adopción de ese enfoque, conviene señalar aquí que la
opción comunicativo‑funcional es de carácter básicamente pedagógico, es
decir se trata de una concepción que pretende delimitar un modo de aproximarse
a los fenómenos del lenguaje y la comunicación con fines didácticos.
Naturalmente, hay razones de tipo psicológico y lingüístico que avalan esa
decisión, pero nos interesa señalar ahora las que se refieren a la concepción
misma de la escuela y a su relación con la sociedad en que se inserta. La
tradición escolar en la enseñanza de las lenguas se ha basado, como señala el
informe Bullock, en la acumulación de destrezas discretas tales como el
reconocimiento de palabras, la ortografía, la puntuación o la eliminación de
errores (FILLION, 1985). Esa situación ha provocado que en la escuela se
tienda a reproducir "...la
diferencia estructural entre la distribución, muy desigual del
"conocimiento" de la lengua legítima y la distribución, mucho más
uniforme, del "reconocimiento" de esta lengua" (BOURDIEU,
1985, pág. 36). Dicho de otro modo, la didáctica de la lengua materna ha
contribuido eficazmente al papel reproductor de la escuela respecto a las
diferencias sociales de origen. La voluntad de adoptar una posición crítica en
relación con ese papel reproductor es una fuente de decisión principal a la
hora de poner el acento en el desarrollo general de la capacidad de uso de la
lengua, a partir de discursos reales y de las propias producciones
lingüísticas del aprendiz. El enfoque comunicativo‑funcional permite, en
este sentido, trasladar la atención hacia el conocimiento de la lengua en uso,
como instrumento de comprensión y expresión tanto en el plano interpersonal
como en el de la comunicación social, insistiendo además en el aspecto
funcional de esa comunicación, es decir en que el conocimiento de esos
recursos sirva para la manifestación de los intereses del alumno, ahora y en el
futuro, en el complejo entramado de relaciones de la vida social. La
apropiación de los instrumentos y mecanismos de la comunicación persigue como
fin último lo que podríamos llamar "desalienación expresiva" del
futuro ciudadano. En este sentido, el enfoque adoptado asume una actitud crítica
respecto al papel reproductor de la escuela en su dimensión lingüística.
Hay que
señalar, por otra parte, que el interés en el uso funcional de los lenguajes
responde también a la evolución reciente de las ciencias lingüísticas (4). La
situación de la didáctica de las lenguas descrita por Fillion es consecuencia
del peso de una tradición didáctica, pero también de unas referencias
epistemológicas ‑básicamente las del estructuralismo o, si se prefiere,
los estructuralismos‑ que, centradas en la langue, en el sistema, ignoraban por principio los problemas de la
producción y comprensión de discursos reales ‑la dimensión del habla‑,los
aspectos relativos a la construcción del significado y el sentido de esos discursos,
las dimensiones paralingüística y no verbal de la comunicación y la existencia
de un entramado muy complejo de mensajes colectivos elaborados y transmitidos
por los medios de comunicación de masas. La necesidad de integrar todas estas
dimensiones se refuerza por las aportaciones de otras fuentes como la
psicología cognitiva o genética, la psicolingüística, la filosofía del
lenguaje, la semántica práctica, desarrollo de las semánticas estructural y
extensional, con su atención a las reglas de uso sociocomunicativo de los
signos, la semiótica, la pragmática lingüística, la sociología o la
sociolingüística. De la confluencia de estas fuentes resulta un campo
delimitado por los componentes de la comunicación y los sistemas que emplea,
los tipos de discursos y las condiciones de su producción y recepción y la
combinación de los principios de uso y reflexión como método de avanzar en el
dominio de las capacidades discursivas. La elección de este campo como modelo
para el trabajo en el área de Lengua y Literatura es lo que denominamos, con
las matizaciones que más adelante se harán en relación con cada elemento y sus
fuentes, enfoque comunicativo- funcional.
A partir de
esa concepción del área, que se resume en la adopción de un enfoque
comunicativo para la misma, podemos pasar a detallar en las siguientes páginas
cómo entendemos cada uno de los elementos que integran el método, con la
inclusión también de las dimensiones o variables que se deben contemplar en
cada uno de ellos.
1.
Objetivos:
Señalamos
para este elemento dos dimensiones:
‑ Concepción de los
objetivos
‑ Los
objetivos comunicativos en la enseñanza de la lengua
1.1.
Concepción de los objetivos
Se trata en
esta dimensión de dilucidar cuál es el papel que se atribuye a los objetivos en
la planificación de los procesos de enseñanza‑aprendizaje. En la
tradición de la tecnología educativa se concebían los objetivos como
especificación de las metas a las que debía llegar el aprendizaje del alumnado,
en una secuencia de menor a mayor concreción que distinguía entre objetivos
generales, específicos y operativos, según el momento de la planificación en
que se situasen y su relación más o menos directa con la evaluación del alumnado.
Esta concepción de los objetivos, unida a la jerarquización en cuanto a quién
decidía cada uno de los tipos, condujo a una planificación de la enseñanza
presidida por la consecución de aprendizajes concretos, predeterminados con
exactitud, que condicionaba el resto de los elementos del proceso y en el que
el papel del profesorado estaba prácticamente limitado a la sanción mediante la
nota y la reproducción de métodos de planificación y enseñanza diseñados por
los expertos.
Nosotros
preferimos concebir los objetivos como explicitación de las finalidades más
generales que se persiguen con un proyecto curricular o con una unidad
didáctica. No se trata, por tanto, de establecer los fines concretos a los que
llegar a través de una planificación precisa y minuciosa de la actividad entre
otras cosas porque los procesos de enseñanza‑aprendizaje pertenecen al
campo de la actividad humana, en el que
la imprevisibilidad y la incertidumbre
de los resultados son un componente ineludible. Ello, unido al escaso
conocimiento científico sobre cómo se produce el aprendizaje, nos lleva a plantear objetivos como
expresión de las intenciones del profesorado, pero teniendo en cuenta como, señala Rozada, que sobre ellos éste”...no
tiene más certeza que la suposición
de que ciertos contenidos y actividades de enseñanza pueden favorecer la
consecución de tales intenciones” (ROZADA; 1978) .
Al mantener respecto a los
objetivos la actitud señalada más arriba no se pretende cerrar la posibilidad
de que un grupo o un profesor o profesora decida hacer una formulación más
precisa de los objetivos, si entiende que es éste
el modo de
delimitar con más exactitud los componentes del proceso de planificación. Sí
parece que, en todo caso, la reflexión sobre el papel de los objetivos y su
concepción es una exigencia inexcusable en la definición del proyecto
curricular.
La
concepción del área de Lengua con un enfoque comunicativo refuerza también la
opción de preferir un planteamiento de los objetivos en términos de
finalidades generales más que como prescripciones de niveles de aprendizaje.
En efecto, si la finalidad última del área de Lengua y Literatura es la de
desarrollar las capacidades de expresión y comprensión del alumnado, parece
tarea imposible, y probablemente estéril, la pretensión de delimitar una
secuencia de metas o niveles de aprendizaje bien establecidos y sucesivos para
un determinado curso, ciclo o etapa, de tal modo que a la consecución de esas
metas concretas se subordine todo el proceso de planificación. La adquisición
de estrategias, recursos y procedimientos para la comprensión y expresión en
contextos diferentes, junto con los conceptos que los apoyen, se puede y se
debe, sin duda, planificar, pero esta planificación afecta a otros elementos y
otras dimensiones, como la secuencia de contenidos o la delimitación del tipo
y secuencia de actividades. En el nivel de la explicitación de las finalidades
apenas cabe otra cosa que señalar como tales las que se desprenden del enfoque
optado: el desarrollo de las capacidades de expresión y comprensión de mensajes
producidos en situaciones y contextos diversos y con finalidades concretas y
la capacitación simultánea para la reflexión sobre esos mensajes. En este
nivel, por tanto, no cabe, por el mismo carácter dinámico y plural del proceso,
esa delimitación minuciosa de las metas para cada momento del aprendizaje.
1.2.. Los objetivos comunicativos en la enseñanza
de la lengua
Se trata en esta
dimensión de decidir qué tipos de
objetivos o finalidades coherentes con
el enfoque comunicativo del área. La opción previa por un enfoque
comunicativo implica que a la hora de establecer las finalidades de la enseñanza de la lengua se relegan a un
segundo lugar otras posibles fuentes de decisión sobre objetivos, como las
procedentes de las disciplinas
lingüísticas y literarias, que, sin igno rarlas,
se convierten en un segundo nivel de decisión, de tal modo que la selección de
objetivos relativos a esos campos está condicionada por las opciones previas
respecto a las finalidades relevantes desde un enfoque comunicativo del área.
En consecuencia, los objetivos relativos a contenidos lingüístico‑literarios
deben subordinarse a los fines educativos expresados en los objetivos de etapa
y área, y ser susidiarios de las finalidades de comprensión y producción de
textos orales, escritos e iconográficos que se derivan de un enfoque comunicativo
de la enseñanza de la lengua.
La opción
por un enfoque comunicativo supone dilucidar cuáles son las funciones del
lenguaje que se manifiestan prioritarias para esa visión. Para ello puede ser
oportuno recurrir a un autor como Vigotsky, puesto que su concepción del
lenguaje y de las relaciones que mantiene con el desarrollo del individuo y de
la especie son un referente coherente con el planteamiento comunicativo que
pretendemos mantener. De acuerdo con las distinciones establecidas por
Vigotsky (WERTSCH, 1988) podemos seleccionar la función significativa, que hace referencia al lenguaje como mecanismo
regulador de conductas. La distinción entre funciones comunicativa e intelectual también
es pertinente, pues plantea la diferencia entre procesos semióticos en los
planos inter e intrapsicológico. Por último, la función indicativa o referencial, por oposición a la función simbólica, estrictamente semiótica y
social delimita otra distinción pertinente para la selección de finalidades. En
la misma línea de pensamiento vigotskiano hay que señalar la importancia del
concepto central de mediación semiótica de los procesos psicológicos
superiores y el origen social de esos procesos y mecanismos semióticos. La
atención, pues, a las funciones comunicativa, de regulación de conductas, de
regulación del pensamiento propio, referencial y simbólica, debe presidir la
selección de finalidades en la enseñanza de la lengua con un enfoque
comunicativo. De acuerdo con esta selección de las funciones relevantes para
nuestro enfoque, las finalidades de la enseñanza de la lengua en Educación
Secundaria deberían hacer referencia a cuestiones tales como la capacidad para
usar la lengua como instrumento de las relaciones interpersonales, como recurso
para la construcción del propio pensamiento, como mecanismo de conocimiento e
interpretación de la realidad extralingüística y como instrumento de mediación
e intercambio social.
Naturalmente
hay que poner también en juego las aportaciones provenientes de las fuentes
sociológica y epistemológica para la selección de los objetivos, puesto que
quedarse en el primer nivel de selección de funciones del lenguaje supondría
graves dificultades para una articulación coherente de actividades, y
contenidos, dado el nivel de generalidad de esas funciones. Respecto a la
fuente sociológica, nos interesa, en este nivel de selección de objetivos o
finalidades, destacar la dimensión socialmente diferenciadora y clasificadora
de las prácticas lingüísticas, y su relación con la existencia de un verdadero
"mercado lingüístico" en el que esas prácticas adquieren valor de
cambio y cobran sentido. Así, los discursos de los usuarios actúan como
exponente simbólico de su ubicación en la estructura social y de relaciones de
poder, ajenas a la lógica estrictamente lingüística del discurso, por lo que
quienes detentan el capital lingüístico, legitimado por valores de distinción
social, actúan en el mercado de los intercambios comunicativos produciendo beneficios simbólicos que consolidan y reproducen
las prácticas socioculturales vigentes. O, dicho de otro modo, "... todas las prácticas lingüísticas se valoran
con arreglo al patrón de las prácticas legítimas, las prácticas de los
dominantes. (BOURDIEU, 1985). Por otra parte, hay que tomar en
consideración la dimensión pragmática, en su sentido más radical, de las
producciones verbales y no verbales, especialmente en el caso de las que se
destinan al consumo público (textos literarios y los discursos verbales e
iconográficos de los medios de comunicación), que deben ser consideradas, en
palabras de Voloshinov, como verdaderos "signos
ideológicos" (VOLOSHINOV, 1976).
En lo que
respecta a las fuentes epistemológicas, tanto en esta dimensión de los
objetivos como en los contenidos, habrá que utilizar el criterio general, ya
comentado, de buscar una coherencia con el enfoque comunicativo‑funcional.
Como señala Ignasi Vila, la opción por un enfoque de este tipo supone, en los
tres elementos que hemos señalado para el método, seleccionar las teorías del
lenguaje, los modelos de descripción de la lengua y las teorías gramaticales
que mejor se ajusten a las funciones que hemos definido como características
del enfoque comunicativo (VILA, 1989). Si buscamos esa coherencia a partir de
lo dicho sobre las funciones del lenguaje a las que debemos atender, tendremos
que considerar que la expresión de las finalidades que perseguimos debe
hacerse teniendo en cuenta las aportaciones de aquellas corrientes o teorías
del lenguaje que mejor se adaptan a esa perspectiva. En este sentido serán de
referencia obligada las teorías del lenguaje que centran su atención en el
discurso, su tipología y sus componentes, puesto que estas referencias serán
las que nos permitan centrar nuestra atención en las finalidades de la
comunicación, su funcionamiento en los niveles interpersonal y social y la
relación entre el funcionamiento social de los signos de mediación (los
lenguajes) y la construcción del propio pensamiento.
2.
Contenidos:
Las
decisiones que se han de tomar en relación con este elemento del modelo
didáctico afectan, a nuestro entender, a cuatro dimensiones:
‑
Decisiones sobre los tipos de contenidos
‑
Fuentes de selección de contenidos para un enfoque comunicativo del área
‑
Fuentes para establecer un secuencia de contenidos
‑
Relaciones entre contenidos y evaluación
2.1. Decisiones sobre los tipos de contenidos
La decisión
que ése debe tomar en esta dimensión se refiere a la opción por un tipo de contenidos
que recoja coherentemente las aportaciones de las fuentes. El sentido de esa
selección dependerá de que la guía sea una determinada teoría del aprendizaje o
la lógica interna de las disciplinas que se integran en el área. La segunda
posibilidad es propia de aquellas disciplinas que tienen una fuerte carga
conceptual y una estructuración elevada de los conceptos, de tal modo que los
contenidos conceptuales ocupan un lugar preminente frente a los procedimientos
o los valores. En el caso del área de Lengua y Literatura, contemplada con la
óptica del enfoque comunicativo, la estructuración conceptual de las ciencias
que le sirven de base (ciencias del lenguaje y teoría literaria, básicamente)
no tiene la relativa inmutabilidad y
permanencia teórica que el método científico presta a las denominadas ciencias
exactas o naturales. El campo de la epistemología es, en nuestro caso,
cambiante, y lugar abierto de debate permanente al que se incorporan nuevas
perspectivas procedentes de campos
diversos como la filosofía del lenguaje, la psicología, la antropología
cultural, la sociología o la semiótica.
Esas aportaciones son en buena parte responsables de que los contenidos
conceptuales tengan, para una visión comunicativo‑funcional de la lengua,
una importancia relativa, y deban dejar espacio a otros tipos de contenidos
como los procedimentales o los referidos a actitudes y valores. Como se ve,
abogamos por una gama de tipos de contenidos que, por distinto camino, viene a
coincidir con la recogida en el "Diseño Curricular Base", que es a su
vez fruto de las aportaciones que César Coll (1986) hizo en su momento a la
reforma catalana. Nosotros nos limitamos a recoger esa tipificación de
contenidos, por ser útil y coincidente con el razonamiento desarrollado más
arriba, sin que se entienda que se asumen los planteamientos de Coll en
relación con otros aspectos como la secuenciación de los contenidos o la
organización de las actividades.
2.2. Fuentes de selección de contenidos para un
enfoque comunicativo del área
Algunas de
las cosas dichas en relación con la dimensión anterior son válidas también
para la selección de contenidos. Así, la insuficiencia de la estructuración
conceptual de las ciencias del lenguaje como referente único para esa selección,
y la necesidad de dar prioridad a las consecuencias de la adopción del enfoque
comunicativo. Como señala Bronckart (1985), las ciencias del lenguaje,
especialmente las teorías lingüísticas, han sufrido en los últimos años (y
continúan sufriendo) una profunda revisión, de tal modo que las referencias
teóricas para el profesorado de Lengua y Literatura están sometidas a cambio
permanente, y no cabe fundar sobre ellas, exclusivamente, una opción
didáctica. En relación con la conveniencia de dar prioridad al enfoque
pedagógico adoptado, el mismo autor señala que "...la elección de las tomadas
en préstamo de la lingüísticá subordinada a la clarificación de los objetivos
específicamente pedagóficos (BRONCKART,
1985, pág.15).En nuestro caso ya queda dicho que la opción por el enfoque
comunicativo es esencialmente pedagógica, es decir, se refiere a una
determinada visión de los fenómenos de la comunicación y del lenguaje con
vistas al proceso de enseñanza aprendizaje; y esta decisión impregna las que
posteriormente se hacen en cada elemento del modelo didáctico.
Debemos
entonces señalar qué implicaciones tiene la adopción de un enfoque
comunicativo‑funcional en el momento de la selección de los contenidos de
la enseñanza. Concebir la lengua en esa doble dimensión comunicativa y funcional
supone desarrollar las capacidades de expresión y comprensión en los dominios
oral y escrito y dotarse de los conceptos, principios y procedimientos
necesarios para reflexionar sobre ese uso de la lengua en situaciones y contextos
diversos. Los aspectos de uso y reflexión se configuran, pues, como los dos
ejes fundamentales de organización del área. Usar la lengua en relación con
distintas situaciones y contextos supone actualizar en cada caso competencias
discursivas específicas. La competencia discursiva supone la capacidad de
codificar o decodificar mensajes atendiendo a las finalidades de la
comunicación, la situación comunicativa que se presenta ante el hablante /
oyente / lector / escritor, las condiciones impuestas por los contextos
lingüístico y extralingüístico, las disponibilidades del código expresivo que
se utiliza y los valores pragmáticos implicados en cada uno de esos niveles. La
interrelación de todas esas dimensiones define una tipología de los discursos
en la que pueden quedar englobados todos los aspectos que nos interesa trabajar
desde el enfoque comunicativo‑funcional que hemos adoptado. Los tipos de
discursos son pues un elemento básico en el conjunto de contenidos posibles
en el área, que aglutinan además aspectos conceptuales, procedimentales y
actitudinales. En este sentido, las prácticas discursivas que configuran la
comunicación cotidiana son de una extraordinaria diversidad, por lo que es
conveniente, desde un enfoque funcional, agrupar los variados tipos de discurso
que pueden y deben ser tratados en el aula. Habrá que efectuar una selección de
tipos discursivos susceptibles de ser tratados en la doble vertiente de uso
lingüístico y reflexión metalingüística, teniendo en cuenta no sólo criterios
disciplinares (a partir de opciones concretas en el campo de las teorías del
lenguaje) sino también criterios psicopedagógicos y sociológicos, ya que se
trata de partir del desarollo psicosocial del alumnado (que muestra
situaciones asimétricas en sus competencias discursivas), para realizar
aprendizajes significativos que modifiquen sus esquemas cognitivos. De lo
anterior se deduce la conveniencia de abordar en el aula los discursos de
índole práctica, sin relegar por ello el trabajo con discursos más formalizados
o teóricos, propios de los usos escolares, con los discursos literarios o, en
fin, con los discursos iconoverbales insertos en los media. El trabajo riguroso y sistemático en el aula con diferentes
tipos de prácticas discursivas nos permite, pues, recorrer una amplia gama de
situaciones de comunicación y de usos específicos del sistema de la lengua, y
abordar, en consecuencia, la reflexión educativa sobre las variables
lingüísticas y extralingüísticas en cada acción comunicativa (5).
En esta
dimensión de los contenidos es de aplicación el principio enunciado
anteriormente, según el cual las informaciones provenientes de las fuentes
epistemológicas se supeditaban a la opción más general, y debían ser coherentes
con ella. De las afirmaciones anteriores se desprende que en relación con las
teorías lingüísticas y los distintos enfoques gramaticales habrá que
seleccionar aquellas que mejor se adaptan a la necesidad de atender
prioritariamente a la tipología de los discursos. Sin cerrar el campo de
opciones particulares, parece que la gramática del texto, la pragmática, el
análisis del discurso o el análisis conversacional serían las opciónes más
acordes con el enfoque adoptado (6). La especificidad de lo literario quizá
requiera un tratamiento diferenciado, pero el esquema general centrado en el
proceso de producción‑comprensión y la reflexión sobre el mismo es también
aplicable (y sobre ello habrá que extraer consecuencias) a lo literario.
En cuanto a
la selección de contenidos en relación con la fuente sociológica, habrá que
incluir la dimensión social de esos procesos de producción y comprensión de
textos (en el sentido amplio con que la semiótica maneja el concepto de
texto) o de los tipos de discursos. Pero cuando hablamos de atender a la
dimensión social queremos decir algo más que lo que habitualmente se entiende
por tal: el que tales discursos y procesos se generan, se aprenden y se
actualizan socialmente. Queremos insistir, además, en los aspectos de
valoración social de dichos usos, en cómo la sociedad valora y jerarquiza a
los hablantes en función de su competencia discursiva y del tipo de discurso
que producen. A nuestro entender este tipo de consideraciones, que remiten a
los aspectos de actitudes y valores, deben estar explícitamente presentes en la
selección de contenidos para que el carácter funcional de la lengua no lo sea
sólo en relación con los intereses de dominación simbólica de los grupos
sociales dominantes; dicho de otro modo, para que el carácter funcional
adquiera una dimensión crítica que permita al alumno o alumna incluir en su
bagaje de conocimientos el hecho de que los discursos están socialmente
"marcados", y que esa valoración social es determinante en la
ubicación social del hablante.
Conviene
quizá hacer, en relación con lo planteado en el párrafo anterior, algunas observaciones
en torno a la noción de norma lingüística y a su lugar en la enseñanza de las
lenguas. Parece obvio que la escuela no es neutral ante los usos del sistema,
ya que no se limita a estimular la reflexión sobre los discursos en litigio
comunicativo, sino que con frecuencia sanciona o preconiza determinadas formas
y estructuras lingüísticas. La norma culta, aparece como un referente
prescriptivo para muchos enseñantes a la hora de evaluar los usos lingüísticos
en el aula, a la vez que se ignora que las normas son el resultado de
decisiones concretas y de mecanismos extra lingüísticos que presionan para
imponerlas. En relación con este asunto caben, pues, múltiples posiciones,
desde la ya citada y muy extendida que entiende que en la escuela se debe
exigir (y, por lo tanto, evaluar de acuerdo con ella) la norma culta o norma
estándar exclusivamente, hasta posiciones radicales como la de Trudgill
(1983), que niega la posibilidad de "imponer" la norma estándar
invocando la necesidad de respeto a las variantes sociales o geográficas.
Para nuestro intento de construir un método coherente con el enfoque
comunicativo y que mantenga una actitud crítica sobre las relaciones entre
escuela y sociedad es preferible acogerse a la postura que mantiene Luci
Nussbaum (1991) en este mismo número de "SIGNOS" y que define
acertadamente con el epígrafe "Ni bien ni mal, sino de acuerdo". Se
trata de trasladar la atención desde la evaluación tradicional de la
competencia lingüística al desarrollo de la competencia comunicativa,
siguiendo el principio de que "... no
existen enunciados correctos o incorrectos, sino enunciados adecuados o no a la
situación y a los propósitos de los hablantes" (7). Además el alumnado
debe ser consciente del modo en que una variante social adquiere, usando
términos de Bourdieu, el título de "lengua legítima", y de cómo se
valora socialmente esa lengua y en qué condiciones o situaciones es aconsejable
su uso. Si, como decíamos antes, pretendemos que los aprendizajes sean
socialmente funcionales para los alumnos, su competencia comunicativa debe
incluir, desde luego, la capacidad de usar adecuadamente la norma estándar,
pero también la conciencia de que ese uso goza de una consideración especial,
por razones extralingüísticas, y que sólo es una posibilidad, entre otras, en
función de sus intenciones o de la situación en que se encuentre.
2.3. Fuentes para establecer una secuencia de
contenidos
Establecer
una secuencia de los contenidos de un curso, ciclo o etapa significa decidir
una organización interna de los mismos que se rija por criterios de prelación o
preferencia en cuanto al orden de su incorporación al proceso de enseñanza‑aprendizaje.
Se trata, pues, de una dimensión que se debe considerar en todo proceso de
planificación, máxime cuando, como en nuestro caso, debemos establecer
secuencias relativas a los cuatro años de Secundaria Obligatoria. Por otra
parte, los contenidos en lengua materna no son "intercambiables", al
menos en términos absolutos, en cuanto al momento de su presentación y es
obligado, a la luz de las fuentes, establecer una ordenación temporal, de tal
modo que, por ejemplo, la práctica y la reflexión sobre discursos cotidianos o
de carácter práctico preceda a la correspondiente a los discursos más
formalizados.
En esta
dimensión tendrán especial relieve dos de las fuentes que venimos manejando
para la toma de decisiones: la psicológica y la disciplinar o epistemológica.
Ello se debe al doble aspecto que debemos considerar para tal toma de
decisiones: por un lado, la atención al punto de partida del alumnado y al modo
en que se producen los aprendizajes; por otro, la lógica de desarrollo de los
grandes tipos de contenido sobre los que se debe decidir en la dimensión
anterior.
La fuente
psicológica tiene, en este asunto, varias aportaciones que hacer; unas,
referidas al modo en que se producen los aprendizajes, y otras más específicas
referidas a la adquisición y el desarrollo del lenguaje. En el primer aspecto
es relevante la interpretación que hace Vigotsky de la construcción de los
procesos psicológicos superiores (en los que la lengua, como instrumento de
mediación, es un elemento fundamental). Para Vigotsky, el desarrollo psicológico
es un proceso fundamentalmente social: los signos externos se
"internalizan" en un proceso de control de los mismos, a partir de
su conocimiento y manejo en el medio social. La internalización de un signo (o
de un complejo sígnico estructurado) supone una reformulación completa de las
estructuras mentales en que se inscribe ese signo, de modo que la explicación
de la situación anterior al aprendizaje no es válida para la posterior. La creación
de estructuras más complejas exige el dominio previo de las más sencillas y
anteriores. De ello podemos deducir un primer criterio general: la presentación
de contenidos tendrá que moverse desde lo general y simple hacia lo particular
y complejo.
Otro
concepto vigotskiano puede ayudarnos en nuestro cometido: la idea de "zona
del desarrollo próximo". Esta construcción se refiere a las condiciones en
que se produce el aprendizaje: en la zona límite del conocimiento del sujeto;
el lugar definido entre los límites de su capacidad autónoma para desarrollar
una tarea y la posibilidad de llegar a un punto más avanzado a partir del
apoyo de un adulto o de otros estudiantes más aventajados. Esta hipótesis,
basada en la relación entre los procesos inter e intrapsicológicos, puede ser
de utilidad a nuestros fines: haciendo una extrapolación quizá arriesgada,
nuestra secuencia de aprendizajes debería partir de aquellas prácticas
discursivas más próximas al alumno, las que mejor domina, y sobre las cuales,
por tanto, puede tener, con los apoyos adecuados, mayor capacidad de reflexión,
para avanzar progresivamente hacia formas discursivas más complejas, elaboradas
y descontextualizadas. En otras palabras, se trata de partir del uso y la
reflexión sobre los discursos prácticos y de los media, más habituales en el entorno comunicativo del alumnado,
para proporcionar los apoyos (y retirarlos después) que permitan iniciar de
forma gradual el trabajo de producción, comprensión y reflexión de discursos
más formales, teóricos y literarios, más cercanos a la norma culta y al
beneficio social derivado de su uso.
Por el
camino de este último razonamiento hemos llegado de nuevo al campo de las
fuentes epistemológicas, en el que es necesario también tomar decisiones
relativas a la secuencia de los contenidos. En efecto, no basta como único
criterio con optar por abordar inicialmente las prácticas discursivas más
habituales, más cotidianas o más sencillas para progresar después hacia formas
más complejas de discurso. A1 abordar las prácticas discursivas habrá que
considerar los dos tipos de actividad que habíamos señalado como ejes del
trabajo en el área de lengua: el uso (comprensión y expresión) y la reflexión,
teniendo en cuenta, además, que ambos deben ser funcionales, es decir al
servicio de las necesidades de comunicación de los alumnos. Quiere ello decir
que habrá que tomar decisiones relativas al modo en que deben alternarse los
aspectos lingüísticos y metalingüísticos, y al momento en que se introducen los
distintos niveles de reflexión en relación con el tipo de discurso de que se
trate: situación de comunicación, elementos de la comunicación, lenguajes y
paralenguajes utilizados, organización textual, aspectos pragmáticos, etc. En
el campo epistemológico cabe efectuar también un último "cruce" al
considerar la necesidad de organización "temática" en la planificación
de un curso, ciclo o etapa. La mayor o menor dependencia respecto de las
fuentes epistemológicas dependerá de que en la elección primen criterios funcionales
(por ejemplo, una organización temática centrada en proyectos como "La
vida cotidiana", "El mundo del trabajo", "La lengua de los
jóvenes", etc.) o una organización más "académica" (por ejemplo,
con temas tales como "la descripción", "la narración",
"el ensayo", etc.).
2.4. Relaciones entre contenidos y evaluación
La aparición
de esta dimensión de los contenidos no es tanto una exigencia del método que
intentamos diseñar como una discusión impuesta, por un lado, por la tradición
escolar, que tiende a unir evaluación de alumnos con consecución de objetivos
y contenidos; por otro lado, por los planteamientos que aparecen a lo largo de
las páginas del Diseño Curricular Base
para Secundaria Obligatoria (MEC, 1989). Ese documento no se aparta en
exceso de la tradición que se cita, y en diversos momentos relaciona la evaluación
del alumnado con la consecución de determinados objetivos, expresados en
términos de capacidades que ". . .
no son directamente, sino indirectamente evaluables"(pág. 35), a
través de los "indicadores
oportunos". El mismo documento señala (pág. 38) que esas capacidades se
manifiestan en determinados aprendizajes, y el concepto de aprendizaje que
maneja el D.C.B. remite finalmente a la adquisición significativa de
contenidos.
Como
comentaremos después, al hablar más detenidamente de la evaluación en relación
con las actividades, la evaluación concreta del alumnado, especialmente si se
entiende por tal sólo la evaluación sumativa con carácter sancionador, no
forma parte de los intereses del profesorado que pretende reflexionar sobre su
práctica con el instrumento del proyecto curricular como mediador. En todo
caso, esa exigencia de evaluar al alumnado es algo que viene dado por otras
consideraciones, como la relación funcionarial o laboral con las estructuras
educativas. Pero dado que nuestro interés principal es la evaluación de nuestro
proyecto a través de nuestra práctica, lo fundamental será recoger datos
relativos a los aprendizajes producidos en relación con las finalidades que
pretendíamos, los contenidos que seleccionamos y las actividades de
aprendizaje que llevamos a cabo. Posteriormente, y con carácter subsidiario,
podríamos utilizar esos datos para valorar los avances individuales de cada
alumno o alumna, con la pretensión de que esos datos contribuyan a su proceso
individual de aprendizaje, pero sin establecer una relación directa entre objetivos,
contenidos y evaluación.
Hay que
considerar, por otra parte, que de acuerdo con el enfoque que hemos adoptado
pretendemos impulsar las capacidades de expresión y comprensión, y para este
planteamiento los contenidos tienen un valor simplemente instrumental. Lo
fundamental, en relación con la evaluación del alumnado, serán los avances que
se produzcan en el dominio de los recursos de la lengua para usarla con mayor
propiedad y adecuación a la situación, el contexto y las necesidades
comunicativas.
3.
Actividades
Las
dimensiones que se han de considerar en relación con este elemento son tres:
‑ Tipos de
actividades
‑ Organización de las
actividades
‑
Actividades, seguimiento y evaluación
3.1.
Tipos de actividades
Si hemos
entendido los procesos comunicativos como actividades en las que los usuarios
de diversos sistemas sígnicos ponen en marcha procedimientos, estrategias y
acciones orientadas a la producción y comprensión de una amplia gama de
discursos en situaciones y contextos concretos con arreglo a finalidades
específicas, entonces el objetivo central del trabajo didáctico en el área de
Lengua y Literatura (el desarrollo progresivo de la competencia comunicativa)
requiere una serie de nociones y destrezas orientadas a la cualificación del
alumnado para planificar y crear sus propias producciones textuales, orales y
escritas. Se trata por tanto de establecer un conjunto de actividades en las
que los alumnos puedan poner en juego normas y procedimientos estratégicos
orientados a un uso textual que aúne la expresión, la comprensión y la reflexión,
permitiendo integrar ‑interiorizar-sus propias prácticas discursivas,
con arreglo a principios como los de coherencia, adecuación y cohesión, en sus
acciones cotidianas de interacción comunicativa. Este enfoque implica que la
reflexión sobre el uso no supone tanto dar prioridad al aprendizaje de procedimientos
o técnicas de análisis de los elementos del sistema, cuanto a la adquisición de
estrategias que les permitan la comprensión de los aspectos semánticos y
pragmáticos implicados en cualquier práctica comunicativa
Las
decisiones sobre los tipos de actividades pertenecen en buena parte a lo que
en la introducción hemos denominado "Diseño de Instrucción", es decir
a las decisiones sobre el modo de planificar el desarrollo de las unidades
didácticas. Pero en el nivel del método se deben extraer consecuencias
generales sobre tipificación de actividades a partir de las fuentes que
venimos manejando.
En primer
lugar, si hemos planteado, al tratar de los contenidos, la necesidad de
trabajar en la Zona del Desarrollo
Próximo del alumno, será necesario prever, al comienzo de cada bloque
temático, unidad o lección, una actividad de prospección de las ideas o
concepciones previas relativas a esos temas, que no debería limitarse a una
simple prueba objetiva, sino que debería contribuir a la propia autoconciencia
de alumnos y alumnas.
Al examinar
las implicaciones del enfoque comunicativo en relación con los contenidos
habíamos delimitado dos tipos básicos de actividad: el uso lingüístico y la
reflexión metalingüística. Es necesario, por tanto, prever una tipología de
actividades que supongan para el alumno situaciones reales o simuladas de
comunicación en las que se impliquen los procesos de expresión y comprensión y
sobre las que quepan momentos de reflexión. La relación entre uso y reflexión
(y, por tanto, entre las actividades relacionadas con uno y otro asunto)
debería considerar la explicación que proporciona Vigotsky en relación con la
apropiación de los instrumentos de mediación: el signo mediador aparece
primeramente contextualizado, lingüística y socialmente, y su apropiación
requiere un proceso de progresiva descontextualización hasta llegar a dominar
la capacidad de recontextualización en situaciones o estructuras diferentes a
la inicial. Habrá entonces que prever actividades diversas que permitan,
debidamente organizadas, el recorrido señalado.
Ya queda
dicho que por actividades de uso se entienden básicamente las de expresión y
comprensión referidas al tema de que se trate en cada caso. Para dilucidar qué
tipo de actividades favorecen uno y otro proceso puede sernos útil la
explicación que ofrece Luria del proceso psicológico que se sigue en cada
caso. Para explicar el proceso de expresión, Luria establece tres momentos
diferenciados: la motivación, o estímulo
que lleva al hablante a manifestarse oralmente o por escrito; la elaboración
de los núcleos semánticos, que
serían los elementos básicos del discurso a comunicar; finalmente, la comunicación verbal desplegada, que
constituye el acto propiamente dicho de la elocución. En cuanto al proceso de
comprensión, establece otros tres momentos o situaciones: la comprensión del sentido general del
texto o mensaje de que se trate en cada caso; la detección de las ideas clave sobre las que se constituye
orgánicamente el texto, y, por último, la comprensión
del significado de las palabras, dotadas de sentido o desprovistas de
ambigüedad significativa por esa comprensión previa del sentido general y las
ideas clave (LURIA, 1984). Si el proceso descrito es efectivamente como plantea
el psicólogo soviético, habrá que prever actividades diferenciadas que
favorezcan, en cada momento, los procesos descritos. Hay que advertir, sin
embargo, que la propia psicolingüística mantiene sus reservas en relación con
esta secuencia de actuaciones para la expresión y la comprensión. El mismo
Luria señala la aparente contradicción entre su explicación de la comprensión
y lo que es la aparente ordenación de la percepción de los discursos. Sin
embargo, y mientras no dispongamos de otra más definitiva, la explicación de
Luria es tan buena como cualquier otra, y cuenta con importantes avales no
sólo entre psicólogos, sino también entre lingüistas como Fillmore o Lakoff.
Por otra parte, nuestro interés sigue siendo la construcción de propuestas
didácticas, y en este sentido la propuesta de Luria puede ser útil para la
organización de los contenidos de la enseñanza. Además la explicación que
proporciona este psicólogo soviético no está muy lejos de los planteamientos
de la nueva retórica, que renueva la distinción clásica entre "inventio", "dispositio"
y "elocutio" (8).
La fuente
psicológica nos sirve, por último, si consideramos la progresión, ya señalada,
en la apropiación de los instrumentos semióticos de mediación que, tanto en lo
filogenético como en lo ontogenético, va de lo social a lo individual, en un
proceso de internalización. Podemos deducir de ello que tendremos que prever
actividades de presentación de problemas, explicación, discusión colectiva,
trabajo cooperativo, etc., que favorezcan el desarrollo posterior de otras en
que los conceptos, las capacidades o los procedimientos en juego se apliquen de
modo individual a la resolución de tareas o situaciones distintas.
La opción
anteriormente realizada por una organización del área centrada en la tipología
de los discursos supone también la necesidad de considerar actividades
relativas a los distintos elementos de génesis, enunciación, transmisión y
recepción del discurso, planteando situaciones de aprendizaje en que el
alumnado se vea obligado a desplegar en su totalidad las estrategias
discursivas más adecuadas a la situación, finalidad y contexto de la
comunicación.
Para
terminar con esta dimensión, conviene hacer referencia a las implicaciones,
también citadas, de las decisiones tomadas en relación con la fuente
sociológica. Si pretendemos que los alumnos desarrollen capacidades
interpretativas y actitudes críticas en el nivel pragmático, habrá que
concretar qué tipo de actividades pueden favorecer, en cada nivel de la
planificación, el desarrollo de tales capacidades y actitudes.
3.2.
Organización de las actividades
Buena parte
de las decisiones que se han de tomar en esta dimensión vienen dadas por lo que
se dijo en el apartado anterior respecto a los tipos de actividades. Así,
parece claro que toda unidad, lección o bloque de actividades debe comenzar por
la detección de ideas previas. El principio de progresiva descontextualización
implica también el respeto a la secuencia contextualización‑decontextualización‑recontextualización
que hemos señalado. El mismo carácter secuencial se debería mantener en la
planificación de los procesos de expresión y comprensión y, finalmente, en el
orden actividades colectivas‑actividades individuales que marca el
proceso de internalización.
La
interrelación entre dos de los conceptos ya manejados, el de "zona del
desarollo próximo" y el del principio de "decontextualización"
de los instrumentos de mediación, es pertinente para delimitar aspectos
diversos en la organización de las actividades. Uno de ellos es el papel que
juega en el proceso de aprendizaje la figura del profesor o profesora. Si la
Z.D.P. se definía como el espacio entre la capacidad autómoma del aprendiz y lo
que podía realizar recibiendo apoyos específicos, el tránsito por esa zona
deberá contar con la ayuda que en este proceso presten el profesor,
principalmente, y los compañeros. Pero como la figura del profesor o profesora
forma parte también del contexto del aprendizaje, el proceso de
descontextualización supone la autonomía progresiva del alumnado y la
consiguiente disminución gradual de los apoyos prestados por los docentes.
El esquema
de Luria sobre procesos de expresión y comprensión puede ser también muy útil
en el campo de la organización de una unidad o un bloque homogéneo de
actividades. Recogiendo una propuesta hecha por César Cascante y Segundo
Fidalgo en el curso de Actualización celebrado en Gijón el curso 1988‑89,
se puede interpretar la unidad didáctica como un mensaje o un texto global, al
que serían por tanto de aplicación los momentos señalados por Luria para las
actividades de expresión y comprensión. Ello exige que toda unidad tenga como
remate la producción de textos o discursos por parte de los alumnos, y para
ello habrá, pues, que buscar los elementos de motivación necesarios y prever el
trabajo sobre núcleos semánticos. Paralelamente (y los procesos se pueden
relacionar con relativa facilidad) tendremos que respetar los momentos de la
actividad de comprensión de la unidad como texto, desde la captación inicial
del sentido general de la misma, hasta la clarificación de los conceptos,
procedimientos o actitudes que actúan como "palabras" en ese
mensaje global. Creemos que este tipo de organización resulta además coherente
con la opción epistemológica por la atención preferente a la dimensión
textual, en la que se integran, subordinándose a ella, los niveles pragmático,
semántico, morfosintáctico y fonémico. Tampoco parece que la opción por un
enfoque centrado en las prácticas discursivas entre en contradicción con una
organización de este tipo, pues no parece difícil establecer un paralelismo
entre el despliegue de las estrategias discursivas y las distintas dimensiones
de la comunicación, por un lado, y la secuencia de los procesos de comprensión
y expresión, aplicados al nivel macrotextual de la unidad didáctica, por otro.
Finalmente, la distinción tantas veces repetida entre uso y reflexión es asimismo
integrable sin violencia en la secuencia de actividades que sugerimos más
arriba.
3.3.
Actividades, seguimiento y evaluación
De la evaluación
del alumnado, como exigencia del sistema organizado de educación, ya hemos
apuntado algunas cosas al tratar de los contenidos. Decíamos allí que nuestro
interés principal no era el sancionar los logros o insuficiencias del alumno
o alumna con una nota concreta, aunque nos veíamos obligados a ello por la
institución escolar en que se desarrolla nuestro trabajo.
Cosa
distinta es la detección de los logros o insuficiencias en los aprendizajes,
tanto a nivel individual como colectivo, con fines distintos a los de la mera
calificación. Esos fines están relacionados con lo que se suele denominar
"evaluación formativa", que tiene como finalidad poner en
conocimiento de cada alumno o alumna cuál es su proceso personal de avance o
aprendizaje, contribuyendo de este modo a la autoevaluación del mismo y ala
aparición de actitudes o estrategias personales para superar las dificultades.
Independientemente
de su uso (evaluación formativa o evaluación sumativa), la valoración del
trabajo y los avances o dificultades de los alumnos no debería requerir pruebas
específicas o actividades especiales, al margen de las que en cada unidad se
prevean como actividades de aprendizaje. Dicho de otro modo, las actividades
deben estar diseñadas de tal forma que permitan al profesor o profesora recoger
datos de los procesos de aprendizaje que se producen en cada unidad.
Esos datos
pueden y deben ser utilizados también para realizar la valoración de la unidad
o lección de que se trate y del proyecto curricular en su conjunto. Los datos a
que nos referimos son tanto de carácter cuantitativo, como, sobre todo,
cualitativo. Este segundo tipo de datos requiere la previsión de instrumentos
específicos para su recogida. Siguiendo lo sugerido por Cascante (1989), habría
que disponer, al menos, de un "diario de clase", para anotar todas
aquellas incidencias, comentarios, etc., que surgen de modo imprevisto en cada
actividad, y de un "fichero de observaciones", en el que se
anotarían de modo más sistemático los aspectos referidos a los elementos del
modelo didáctico y sus dimensiones, es decir lo más sistematizado o
previamente planificado del proceso. La revisión de la unidad o del proyecto
curricular, a la luz de esos datos o de la información derivada de registros de
"observación externa" realizados por otros docentes, habría de
debatirse colectivamente en el Grupo o Seminario que sea autor de la
propuesta. De ese contraste de experiencias deberían surgir conclusiones
suficientes para validar o reformular el proyecto.
(*) El
presente trabajo tiene su origen en ion documento elaborado para el Seminario
Regional dc Desarrollo Curricular de Lengua y Literatura (le Asturias. La
pretensión era poner en relación algunas aportaciones que se habían ido
haciendo al Seminario con las reflexiones de éste en la construcción de un
Proyecto Curricular de Lengua y Literatura para Educación Secundaria
Obligatoria. El avanzar en la configuración del Proyecto Curricular es
precisamente el objetivo del Seminario a medio plazo. Pero lo que se presenta
aquí es solamente una propuesta, quizá de utilidad para el profesorado del
área, para la delimitación del primer paso en la elaboración del Proyecto
Curricular: el Método.
Además de las
referencias que se citan en el texto, hay que indicar que éste, en su conjunto,
es deudor del trabajo de José MI Rozada sobre el método para la enseñanza de
las Ciencias Sociales (ROZADA, 1987), aunque esta deuda se refiere más a los
aspectos generales que a las propuestas concretas, de cuyos aciertos o errores
no es, naturalmente, responsable.
Debo un
agradecimiento especial a Carlos Lomas, director de "SIGNOS", que
manifestó su interés por la publicación de un primer borrador de este escrito
y cuyas interesantes sugerencias y acotaciones han sido recogidas en la
versión definitiva que aparece en estas páginas.
Agradezco,
en fin, las observaciones realizadas por Elías García Domínguez y Amparo Tusón
a partir de la lectura del primer borrador de este artículo.
(**)
Andrés Osoro es Director del CEP de Oviedo (teléfono de contacto:
98/5240794). E- mail : aosoro@roble.pntic.mec.es
NOTAS
(1) Trasladando a la esfera educativa el concepto marxista de alienación (entendida ésta como el divorcio existente en el mundo del trabajo entre la
ejecución técnica y la propiedad de los medios de producción, afirma Rozada que
"... los profesores son trabajadores
alienados en la medida en que realizan un trabajo práctico sin el dominio de
los fundamentos teóricos del mismo".
(2) Para un
desarrollo más completo de la concepción del proyecto curricular como instrumento
para el trabajo del profesorado, y su relación con los procesos de innovación,
perfeccionamiento y desarrollo curricular, véase la aportación de César
Cascante en la segunda parte del libro citado.
(3) Vid.
Fidalgo, y otros, "Apuntes para una lectura crítica del DCB de Lengua y
Literatura", revista CEPs DE
ASTURIAS, n° 4, 1990.
(4) Para
lograr una panorámica sintética y clara de esa evolución y de su significado
para la didáctica de la lengua, Vid. el artículo de Luis González Nieto en el
n°‑ 1 de SIGNOS, citado en las referencias bibliográficas.
(5) Un
desarrollo amplio y riguroso sobre la organización del área basada en la
tipología de los discursos se puede encontrar en el documento
"Secuenciación de contenidos de Lengua y Literatura en Educación
Secundaria Obligatoria", elaborado para el M.E.C. por Luis Alcalde Cuevas,
Luis González Nieto y Socorro Pérez González. Los párrafos que preceden a esta
nota son deudores, en buena parte, de las ideas que en ese documento se
exponen.
(6) Un
ejemplo de cómo se puede integrar coherentemente las aportaciones de todas esas
fuen. tes se puede ver en el artículo de Helena Calsamiglia y Amparo Tusón que
se cita en la bibliografía, y en las colaboraciones que firman ambas
profesoras en este mismo número de SIGNOS. Para las relaciones de la Pragmática
con otras perspectivas, vid. el primer capítulo del libro que se cita de
Gabriela Reyes (1990).
(7) El subrayado es de la
autora.
(8) Vid. en
este aspecto el artículo de Luis Alcalde que se cita en la bibliografía.
ALCALDE CUEVAS, Luis: "Sobre retórica y enseñanza". "PATIO
ABIERTO", I.C.E. de Cádiz, n° 17, marzo‑abril‑mayo 1986.
ALCALDE
CUEVAS, Luis, GONZALEZ NIETO, Luis y PEREZ GONZALEZ, Socorro: "Secuenciación de contenidos de Lengua
y literatura para Educación Secundaria Obligatoria" (Inédito). De
próxima publicación por el M.E.C.
BRONCKART, J. P.: las ciencias del lenguaje:¿un desafio
para la enseñanza? UNESCO, París, 1985.
BOURDIEU,
P.: ¿Qué significa hablar? Economía de
los intercambios lingüísticos. Akal / Universitaria. Madrid, 1985.
CALSAMIGLIA,
Helena, y TUSON, Amparo: "Sociolingüística
¡pragmática", en Treballs de
Sociolingüística Catalana. (En prensa)