Signos Teoría y práctica
de la educación , 21 Abril - Junio de 1997 Páginas 38-43 ISSN 1131-8600
TELEVISIÓN
LA CONSTRUCCIÓN DE LOS
VALORES EN LA TELEVISIÓN
Joan Ferrés
Aunque Einstein
advirtió que toda teoría es asesinada tarde o temprano por la experiencia;
puede considerarse vigente la sentencia popular según la cual no hay nada tan
práctico como una buena teoría. O la de Leonardo da Vinci afirmando que los que
se enamoran de la práctica sin la teoría son como los pilotos sin timón ni
brújula, que nunca podrán saber a dónde van. Viene todo ello a cuento, al
abordar el tema de la televisión como inductora de valores, por cuanto abundan
entre los enseñantes las reticencias ante todo lo que suene a elucubración y
teoría y, en contrapartida, crece entre ellos la tendencia a acogerse a toda
propuesta didáctica que se presente en forma de receta, práctica, cómoda y
fácil de aplicar. El análisis de los efectos de la televisión y la praxis
educativa que debería hacer frente a estos efectos son tareas que no deberían
acometerse nunca sin un riguroso planteamiento teórico que los sustentaran. Si
esto es válido para toda práctica, ha de serlo de manera especial en unos casos
como éstas, en los que la ausencia de fundamentación teórica, o una
fundamentación teórica deficiente, puede dar lugar a un tipo de educación
equivocada o, cuanto menos, a la ausencia de una educación específica.
En el tema que nos ocupa,
el de la construcción de los valores a partir del consumo de televisión, las
deficiencias suelen provenir, a mi entender, del hecho de que la fundamentación
teórica del constructivismo tiende a hacerse atendiendo de manera preferente, o
incluso exclusiva, a la dimensión racional, reflexiva y consciente de los
personas, ignorando así la complejidad del psiquismo humano. Sólo desde el
cuestionamiento de estos principios racionalistas se puede realizar una
adecuada aproximación al tema, una aproximación en la que se atienda a la
totalidad de los complejos mecanismos psíquicos mediante los que se produce este
proceso de construcción de los valores.
El proceso de
socialización
Hablar de la construcción
de los valores es hablar de socialización, entendida ésta como el proceso
por el que las personas son inducidas a asumir una serie de
conocimientos, creencias, convicciones y valores extraídos del entorno social.
Toda construcción es
siempre un proceso personal en interacción con la sociedad, un proceso que se
realiza inevitablemente desde construcciones previas y mediante una serie de
herramientas que le han sido dadas a la persona por la propia sociedad. En el
caso de la televisión, el espectador confiere sentido y valor a los
signos visuales o verbales a partir de su competencia, de su conocimiento de
los códigos y de sus experiencias (o construcciones) previas, y a partir de
otros condicionamientos personales y culturales.
En la cultura occidental
el educador, y el telespectador en general, tienden a considerar que en la
experiencia televisiva la construcción de conocimiento, de sentido y de valor
se realiza siempre desde la consciencia, ignorando que a menudo los mecanismos
de construcción son inconscientes. Tienden a pensar que se construyen siempre
desde el razonamiento, cuando con frecuencia construyen desde la
racionalización. Tienen la convicción de que construyen siempre desde la lógica
racional y la argumentación, cuando a menudo lo hacen desde la lógica emotiva,
la transferencia y la asociación.
En definitiva, al hablar
de los condicionamientos del telespectador, de sus experiencias previas y de las
herramientas que utiliza, se tiende a hacer hincapié en la racionalidad, la
reflexión, el análisis, la argumentación y la conciencia, olvidando o
menospreciando los mecanismos emotivos y seductores, a menudo inconscientes.
El primado de la
racionalidad
"El hombre es un
animal racional". La celebrada o sentencia de Descartes ha hecho fortuna
en la cultura occidental, actuando a un tiempo como reflejo y como
potenciación de una peculiar concepción de la personalidad humana. Según
algunas corrientes del pensamiento constructivista, es estrictamente desde los
parámetros de la racionalidad como se explica el comportamiento humano y en
concecuencia , es desde estos parámetros como se realiza cualquier aproximación
a la experiencia televisiva.
En realidad, enfrentarse
al fenómeno de la televisión como construcción de los valores obliga al
analista a atender el peso incuestionable que en él adquieren las emociones. La
experiencia televisiva genera en el receptor actitudes y comportamientos que
difícilmente pueden comprenderse y justificarse desde los simples parámetros de
la racionalidad. El hombre dominado por las emociones es a menudo un hombre en
contradicción consigo mismo, en contradicción con su racionalidad . O, cuanto
menos, es un hombre que se mueve por una lógica que nada tienen que ver con la
lógica racional.
Algunas corrientes del
pensamiento constructivista en boga se enfrentan al fenómeno de las emociones
sin asumir estas contradicciones. En algunos casos, negando incluso que exista
contradicción. O, por lo menos, sin acertar del todo a explicarla. En cualquier
caso, negando que puede de una lógica de las emociones diferenciada de la
lógica racional. La cuestión adquiere una gran importancia para el educador que
pretende aproximarse a los valores inducidos por la televisión, por cuanto la
praxis escolar cotidiana está impregnada, consciente o inconscientemente, por
esta línea de pensamiento.
De acuerdo con los
postulados de la tradición racionalista occidental, las mencionadas corrientes
cognitivistas proponen una relación de sentido único entre las emocionas y la
racionalidad. Siguiendo el modelo de los ordenadores, la inteligencia es
considerada una facultad fría e hiper-racional. Las emociones, entendidas como
un estado fáctico y no como un estado disposicional (sería emoción, por
ejemplo, una situación de ira, no la tendencia a ser colérico), estarían
siempre supeditadas a las cogniciones. Las emociones se explican atendiendo a
cuatro factores l. Una emoción es:
1.
Un estado fisiológico anormal. Se considera que la emoción provoca cambios
fisiológicos: aceleración del pulso y del ritmo respiratorio, aumento de la
tensión muscular, dilatación de la pupila de los ojos, sudor, palidez...
2.
Causada por una evaluación de una situación. Aristóteles hablaba de la creencia
como causa primaria del sentimiento. E1 modelo cognitivista al que aquí se hace
referencia no halla de creencia sino de evaluación, y una autoevaluación supone
una creencia más una valoración de la misma. Toda emoción es causada por la manera
corno concebirnos el mundo. La evaluación comporta añadir a las creencias
y conocimientos una relación con una escala de valores.
3.
Que puede incluir deseos. Bastantes emociones tienen una dimensión apetitiva.
La mayor parte de las evaluaciones generan deseos: liberarse de un peligro,
proteger o favorecer a una persona...
4.
Que puede dar lugar a una conducta. Algunas emociones no tienen un vínculo
directo con la acción. Otras, como ciertos miedos, pueden incluso bloquearla.
Pero la mayor parte de las emociones parecen ser movilizadoras, como indica
etimológicamente el término emoción (del latín movere , que significa mover).
Hay ejemplos diversos de acciones: huir, luchar, desmayarse, echarse en brazos
de la persona amada, besarla...
William Lyons escribe que
" la conducta surge, racionalmente, del aspecto evaluativo, por medio de
los deseos". De manera inequívoca, pues, el filósofo cognitivista subraya
el carácter racional y consciente de toda conducta. Algo que resulta manifiesto
en muchos casos (el miedo al fuego surge del conocimiento, a partir de una
experiencia directa o indirecta, de su naturaleza peligrosa), pero que no
parece confirmarse en otros. La conducta del telespectador que sufre al
contemplar un film, pese a saber racionalmente que aquello es falso, por
ejemplo, pone de manifiesto que la realidad psíquica es bastante más compleja.
O que las emociones se rigen por una lógica que no puede considerarse racional.
El funcionamiento del
cerebro humano
Durante las últimas
décadas los conocimientos disponibles sobre el funcionamiento del cerebro
humano parecían avalar los planteamientos cognitivistas. En efecto, parecía
demostrado que las informaciones que llegan a las zonas cerebrales que
controlan las emociones (como el hipocampo y la amígdala) pasan antes por las
que controlan los conocimientos (la corteza cerebral o neocórtex). Las señales
sensoriales llegan desde los sentidos al tálamo y, a partir de aquí, al
neocórtex, donde se analizan y se clasifican. Si estas señales tienen un
componente emocional, llegan desde el neocórtex al hipocampo y a la amígdala,
que desencadenan las correspondientes respuestas emotivas. Este proceso
abonaría, pues, las tesis cognitivistas a las que aquí se ha hecho referencia.
No obstante,
descubrimientos recientes sobre el funcionamiento del cerebro humano demuestran
que la amígdala y el hipocampo pueden generar una respuesta emotiva antes de
que el neocórtex haya evaluado cualquier información. En efecto, se ha
comprobado que algunas de las señales que son procesadas por el tálamo llegan,
en una sola sinapsis, a la amígdala y al hipocampo sin pasar por el neocórtex.
Es decir, utilizan una especie de atajo. Es una vía menos precisa que la
conocida hasta ahora, la racional, pero mucho más rápida. Mientras la corteza
cerebral o neocórtex realiza su trabajo de análisis y evaluación de los
estímulos, tarea laboriosa, compleja y lenta, la amígdala y el hipocampo
comparan estos estímulos, de manera rápida y casi automática, con estímulos
similares que tienen almacenados.
Fisiológicamente
hablando, cabe, pues, la posibilidad de que la amígdala y el hipocampo generen
una respuesta emotiva antes de que el neocórtex haya podido evaluar
racionalmente la información. El acceso directo a la amígdala, esta vía
neuronal secundaria, es un camino más primitivo, menos informado y preciso,
pero más rápido e intenso. Este atajo hace posible que, al percibir una
realidad, sepamos si nos gusta o no antes de haberla podido evaluar
racionalmente. Se basa en juicios intuitivos inmediatos. Sacrifica la exactitud
a la velocidad, el análisis a la inmediatez.
En palabras de Joseph Le
Doux, principal descubridor e investigador de esta vía rápida,
"anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente
del neocórtex. Hay ciertas reacciones y recuerdos emocionales que se producen
sin la más mínima participación cognitiva consciente". Le Dou habla en
este caso de "emociones precognitivas".
Este descubrimiento es
capital para comprendernos como personas. Y, más en concreto, es fundamental
para comprendernos como telespectadores. Sólo desde las emociones precognitivas
se puede comprender el comportamiento del telespectador. Sólo puede
comprenderse desde una concepción modular del cerebro, en la que la mente que
piensa y la mente que siente interaccionan, aunque desde una cierta
independencia o autonomía; incluso, en algunos casos, desde una cierta
beligerancia o desde una mutua ignorancia.
Mente que piensa y mente
que siente darían lugar a dos formas de conocimiento o de comprensión,
dependientes de facultades interrelacionadas pero relativamente independientes:
la inteligencia racional y la inteligencia emocional. Pueden actuar de manera
coordinada y armónica, pero también pueden ignorarse o incluso contradecirse.
Es el caso de lo que algunos psicólogos denominan "secuestro de la
racionalidad por parte de las emociones", secuestro que es admitido
incluso por la justicia como atenuante en las crímenes pasionales.
Si la mente racional es
analítica, la mente emocional es impulsiva. Si la mente racional es reflexiva y
siempre consciente, la emocional es poco o nada reflexiva y mucho menos
consciente; en algunos casos, absolutamente inconsciente.
En definitiva, en algunos
momentos de la vida el corazón puede resultar preponderante sobre la cabeza.
Ocurre, muy a menudo, en la experiencia como telespectadores.
Palabra e imagen en el
contexto emoción-razón
La mente racional
necesita las palabras para comunicarse. Las emociones, en cambio, están mucho
más cerca de la comunicación no verbal. En la comunicación interpersonal suelen
expresarse de manera preferente por el tono, por las inflexiones de la voz o
por los gestos. Especialistas en comunicación consideran que más del 90% de las
informaciones emocionales se transmiten de manera no verbal y se captan a
menudo de manera inconsciente.
Se sabe que muchos
traumas que no pueden ser verbalizados encuentran una salida mediante el
dibujo. Y es que las imágenes y la música están más cerca de la emoción y del
inconsciente que la palabra. Verbalizar equivale a comenzar a controlar.
"Cuando puedas poner palabras a lo que sientes, te apropiarás de
ello", dice Henry Roth en su novela Call It Sleep. Al contrario de lo que
ocurre con las palabras, en el caso de la comunicación audiovisual las imágenes
y las músicas no necesitan pagar el peaje del paso por el intelecto para ser
comprendidas y disfrutadas. Conectan con la emotividad por la vía directa, por
la vía del atajo.
Si las emociones conectan
de manera directa con las imágenes, los efectos socializadores de las imágenes
sólo podrán comprenderse en profundidad desde el conocimiento de la lógica de
las emociones.
La lógica de las
emociones
Los mecanismos psíquicos
de identificación y de proyección que se activan en los espectadores de cine y
de televisión en relación con los personajes que aparecen en la pantalla
vulneran abiertamente los parámetros de la lógica racional3. El espectador del
relato cinematográfico y televisivo no se identifica necesariamente con el
personaje con el que tiene una mayor afinidad ideológica o ética. Es fácil
encontrar ejemplos. El hecho de que, según los casos, el espectador se
identifique con el personaje que vulnera la ley o con el que la defiende no
depende tanto de su propia ideología y sistema de valores cuanto del punto de
vista que han decidido adoptar el guionista y el realizador del relato. Depende
igualmente del punto de vista adoptado por los autores, y no tanto de la
ideología del espectador, que éste proyecte sentimientos hostiles hacia un
personaje u otro.
Una pareja de forajidos
como Bonnie Parker y Clyde Barrow, que cometieron a lo largo de dos años y
medio toda clase de atropellos en el sudoeste de Estados Unidos, incluidos
atracos a bancos y asesinatos (mataron por lo menos a doce policías), fueron
convertidos en leyenda por el cine, que consiguió la identificación emotiva de
los espectadores de todo el mundo, muchos de ellos burgueses o pertenecientes a
la sociedad bienpensante y moralizadora.
Los procesos psíquicos de
implicación emotiva se producen siguiendo una lógica que nada tiene que ver con
la racionalidad. A menudo tampoco tienen que ver con la conciencia No dependen
de una evaluación racional de las situaciones sino de una asociación elemental,
primaria, con tendencias y deseos no siempre conscientes. En realidad, tampoco
deberían considerarse irracionales. Se trata simplemente de que siguen otra
lógica, la de las emociones, que no es una lógica de la argumentación y el
análisis sino de la transferencia, una lógica asociativa.
Los personajes, como las
acciones y las situaciones narrativas, adquieren valor emotivo para el
espectador como consecuencia no de una evaluación racional y consciente, sino
de una simple transferencia, de una relación primaria y elemental, es decir, en
función del agrado o desagrado que se produce como consecuencia de la conexión
con experiencias previas igualmente agradables o desagradables.
De la emoción a la
significación
La lógica asociativa, la
lógica de la transferencia, no explica sólo las emociones que genera la
televisión. Explica también el hecho de que ésta pueda convertirse en inductora
de valores. Y el hecho de que lo haga de una manera inadvertida y, en
consecuencia, más peligrosa, porque el receptor no puede activar mecanismos de
defensa. Es, pues, desde esta lógica como puede comprenderse el efecto
socializador de la experiencia televisiva. Si la gratificación se comprende
sólo desde las emociones, es desde ellas como se explican sus efectos
socializadores. Es desde la emoción (desde la transferencia) como se llega a la
significación, al sentido y, en consecuencia, al valor.
Una aproximación a la
televisión como fábrica de valores comporta, pues, una aproximación a la
televisión como fábrica de sueños. La televisión es la prolongación de
Hollywood. Entretenimiento y socialización son dimensiones absolutamente
interaccionadas, como lo son emoción y significación. Sólo desde el
conocimiento de la emoción puede accederse al conocimiento de la significación
y, en consecuencia, del sentido, del valor.
En los relatos
cinematográficos y televisivos los personajes, las situaciones y las acciones
adquieren sentido y valor mediante un doble juego de transferencias: una
primera, de la que ya se ha hablado, de carácter emotivo, y una segunda de
carácter ideológico y ético. Los personajes, las acciones y las situaciones se
cargan de valor emotivo positivo o negativo por cuanto, según los casos,tal
como son presentadas por los autores, resultan agradables o desagradables, es
decir, por cuanto son vividas transferencialmente como refuerzos o como
amenazas para el yo real o para el yo ideal del espectador. En otras palabras,
por cuanto conectan (se asocian) con experiencias previas, interiorizadas, de
manera consciente o inconsciente, con una carga emotiva positiva o negativa.
En una segunda fase, la
transferencia es ideológica o ética. El mundo de las emociones se rige por el
pensamiento primario (asociativo, no analítico) y por el principio del placer
(primario, elemental e igualmente asociativo). De acuerdo con el pensamiento
primario y con el principio del placer, lo que resulta placentero en una
primera instancia es bueno, y lo que resulta desagradable en una primera
instancia es malo. Es el proceso que tiene lugar cuando el espectador del film
Bonnie and Clyde se identifica con los protagonistas. Más allá de toda
fundamentación ética, el espectador vive como positiva a la pareja de
personajes porque los siente emotivamente como positivos. Y los siente
emotivamente como positivos porque conectan con deseos más o menos ocultos: un
confuso afán de libertad, de ruptura, de anarquía...
Esta doble transferencia
se produce constantemente en las experiencias cinematográfica y televisiva, y
explica cómo hemos ido interiorizando, a lo largo de la vida, una serie de
valores. Mediante procesos transferenciales de este tipo se canoniza, por
ejemplo, un determinado este estereotipo de belleza física, castigando los
modelos que se le oponen. Mediante este tipo de procesos, y no mediante
discursos o argumentaciones, se consagran socialmente determinadas profesiones
y estilos de vida, anatematizando otros. Mediante este tipo de procesos, y no
mediante razonamientos, se potencian los estereotipos sexuales, racistas o
xenófobos...
Una formación
pedagógica específica
No es extraño en el
ámbito escolar encontrar a un profesional de la enseñanza defendiendo que no es
preciso educar a los alumnos como telespectadores. Se suele argumentar, ante
todo, que el currículum escolar ya está suficientemente cargado. Pero se aduce
también que no hace falta una formación específica para la televisión, por
cuanto toda educación sirve en el fondo para formar telespectadores.
Aproximaciones al
universo de las emociones como. las que aquí se han hecho ponen de manifiesto
que esta postura es inaceptable. La enseñanza convencional se mueve en unas
coordenadas que están en las antípodas de la lógica de las emociones. En
consecuencia, la enseñanza tradicional no prepara, ni directa ni
indirectamente, para un adecuado consumo de la televisión. Una persona
correctamente educada desde el punto de vista del modelo tradicional será hábil
en el ejercicio de la racionalidad, del análisis, de la reflexión y de la
conciencia, pero tendrá serias lagunas en lo que atañe a los mecanismos
emotivos, transferenciales, asociativos, inconscientes. Estará preparado para
la argumentación, pero será vulnerable a la emoción.
Sólo desde una formación
específica, que atienda a la lógica emotiva, podrán las nuevas generaciones
hacer frente a la televisión como inductora de principios y de valores.
Una educación
integradora
Las reticencias de los
profesionales de la enseñanza ante las emociones afectan también a su
incorporación al aula como recurso metodológico. Si la institución escolar
acierta al acusar al espectador televisivo de quedarse a menudo en las
emociones, cabe igualmente acusar a la institución escolar por el hecho de
marginar casi del todo las emociones, seguramente por un prejuicio cultural. No
se tiene en cuenta que la emoción puede ser disgregadora, pero también puede
ser integradora. Puede desorganizar la vida, pero también puede organizarla.
Puede paralizar, pero también puede movilizar. Puede adormecer, pero también
puede despertar.
Una propuesta de educación
integradora comporta saber conciliar la inteligencia racional y la inteligencia
emocional. Lo ideal es armonizar los contrarios, aprovechar la fuerza derivada
de ambas facultades, conseguir
que interaccionen
armónicamente. A1 paradigma del hombre como animal racional, liberado de los
impulsos emocionales, debería sustituirle el paradigma del hombre integrador.
La escuela debería no sólo enseñar sobre las emociones, sino también con las
emociones.
Lo ideal es, en
definitiva, acogerse a una metodología comprensiva, integradora4. Una
metodología que acceda a la comprensión de poder socializador de las emociones
partiendo de la fuerza dinamizadora de las propias emociones. Sólo desde la
toma de conciencia de las emociones generadas por la televisión se puede hacer
frente a su poder socializador. Sólo mediante el aprovechamiento de la energía
emotiva, mediante su adecuada canalización, se pueden dar pasos algunos hacia
un consumo equilibrado de la televisión como inductora de valores.
Notas
(1) Para profundizar en
estos postulados filosóficos puede acudirse a la obra de William Lyons (1980),
Emotion, publicada en España como Emoción (Anthropos, Barcelona, 1993).
(2) Para una ampliación
de estas informaciones ver Inteligencia emocional, de Daniel Goleman, editado
en España por Editorial Kairós, Barcelona, 1996.
(3) El autor ha
desarrollado ampliamente estos contenidos en su obra Televisión subliminal.
Socialización mediante comunicaciones inadvertidas (Paidós).
(4) E1 autor ha
desarrollado metodologías de este tipo para el análisis de diferentes tipos de
discursos televisivos en su obra Televisión y educación (Paidós).
* Joan Ferrés es profesor de Comunicación
Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (teléfono de contacto:
93 542 23 44).
Referencias
bibliográficas
DURAN, X. (1996): El
cervell poliédric. Idees, sentiments i neurones. Columna Bromera. Barcelona.
FERRÉS, J. (1994):
Televisión y educación. Paidós. Barcelona.
FERRÉS, J. (1996):
Televisión subliminal. Socialización mediante comunicaciones inadvertidas.
Paidós. Barcelona.
GOLEMAN, D. (1996):
Inteligencia emocional. Kairós. Barcelona.
LYONS, W. (1993):
Emoción. Anthropos. Barcelona.