Signos Teoría y práctica
de la educación , 21 Abril - Junio de 1997 Páginas 32-37 ISSN 1131-8600
EL MODO DE EXPRESIÓN
CINEMATOGRÁFICO Hacia una didáctica del audiovisual
Juan Antonio Pérez Millán
Hace poco más de cien años , alguien – el nombre y la
nacionalidad son seguramente lo de menos dio al fin con una tecla que la
humanidad llevaba siglos tratando de pulsar: en Francia, Estados Unidos o
Alemania, gente como los Lumiére, Edison o los Skladanoski consiguieron, por
procedimientos similares, captar y proyectar sobre una pantalla plana imágenes
que transmitían una sensación de movimiento continuado. Culminaba así un largo
proceso de investigaciones técnicas y recreativasanimadas por distintas variantes
de un mismo afán: el de producir a voluntad esa peculiar fascinación que ejerce
sobre el ojo y sobre el cerebro humanos la contemplación de unas
representaciones dotadas de cierto «verismo y se iniciaba otro, no menos
complejo, que iba a acabar convirtiéndose en el más formidable instrumento de
comunicación del siglo XX. El cine y sus «hijos»la televisión y el vídeo
experimentarían un desarrollo acelerado, a impulsos del enorme negocio que muy
pronto erraron ser, hasta llegar a invadir las más recónditos espacios de la
vida cotidiana, con sus extraordinarias posibilidades de ofrecer sorpresas,
emociones, disfrute, y también de conformar gustos, costumbres y modos de
sentir y de pensar.
Al principio, quienes
tuvieron en sus manos aquel aparato rudimentario llamado cámara optaron por
utilizarlo alternativamente para dos fines principales: o bien recoger con ella
acontecimientos que ocurrían de hecho con el fin de que pudieran ser contemplados
por quienes no habían podido presenciarlos, o bien «crean, expresamente unos
decorados, unos personajes y unas acciones con el exclusivo objeto de filmarlos
y ofrecerlos así a la contemplación colectiva.
Se ponían en marcha así
las dos grandes líneas de actuación que iban a animar el desarrollo industrial
y expresivo del cine. La primera, conocida como «documental», satisfaría el
deseo de omnipresencia a título de curiosidad, información, conocimiento e iba
a conquistar cierto prestigio y respetabilidad, suscitando el interés de
diversos sectores minoritarios. La segunda, basada en la «ficción», respondía a
las expectativas de la fantasía, ofreciendo la posibilidad de «materializar
sueños y deseos, y por eso mismo quedaría relegada al ámbito frívolo de la pura
diversión, aunque a la hora de la verdad resultara mucho más popular y
rentable, convirtiéndose desde muy pronto en el auténtico motor del nuevo
negocio.
Tendría que pasar mucho
tiempo todavía estamos en ello, por lo visto para que se comprobara, sin
embargo, que las diferencias entre esas dos variantes son mínimas.
Independientemente del carácter real o no de la fuente de la que se obtienen
las imágenes, el resultado no es jamás un reflejo, una reproducción del
original, sino una recreación, una invención, un espectáculo, una manipulación,
en suma, aunque no necesariamente negativa: la elección del punto de vista de
la cámara y sus posibles desplazamientos, los límites del encuadre resultante,
la duración de las tomas, las diversas formas de unirlas unas a otras, el ritmo
tanto interno de cada plano como del conjunto, etc., son de hecho otras tantas
opciones conscientes o no, es lo de menos, pero en cualquier caso inevitables
con las que el autor o los autores modifican tan sustancialmente el material
que al final apenas queda nada del hipotético reflejo inicial y todo, o casi
todo, adquiere un sentido nuevo o muchos posibles en el seno del tipo de
comunicación que se establece con el espectador...
La analogía
No obstante, hay por
debajo de todo ello un fenómeno que era y sigue siendo fundamental para que las
imágenes cinematográficas, percibidas por los sentidos, puedan ser reelaboradas
y reorganizadas en el cerebro del espectador hasta adquirir así uno o más
significados. Lo denominaremos ``analogía", que es el parecido que esas
imágenes conservan respecto a otras de las que el espectador posee ya una
experiencia más o menos directa á que le permite «ordenan y reconocer de alguna
manera los nuevos estímulos hasta acabar comprendiéndolos y confiriéndoles un
sentido determinado.
Esa analogía básica está
en la raíz misma de la fascinación que siente el espectador al contemplar las
imágenes y que tiene siempre le efecto, positivo y negativo: el positivo tiene
que ver con el placer de la contemplación, con la identificación, emocional que
se produce entre el espectador y los que contempla y con otros mecanismos
que le permiten «creerse» lo que está viendo y ``vivirlo" con una
intensidad inusitada, olvidando momentáneamente que se trata de un juego, de un
artificio. El negativo consiste en la consiguiente neutralización de la
capacidad crítica, que induce al espectador a «bajar la guardia» frente a lo
que observa, y en la predisposición a transferir sus posibles significados a la
realidad que le rodea, precisamente de la mano de la misma analogía que le
permitió entenderlo. Este doble efecto de la analogía, ese viaje de ida y
vuelta que se produce constantemente en la mente del espectador, entre una
hipotética realidad de partida, una representación espectacular y siempre
artificiosa, y otra vez la realidad exterior, sobre la que se proyectan los
significados del espectáculo, constituyen la base misma de cualquier operación
de análisis crítico de la expresión cinematográfica y audiovisual en general.
El cine y otras formas
de expresión
Naturalmente, los
pioneros del cine no tenían ésta ni ninguna otra construcción teórica en la
cabeza cuando se esforzaban por buscar las mejores formas de filmar una acción
``real" o una escena preparada de antemano. Se limitaban a tantear las
posibilidades técnicas y expresivas del nuevo medio y fueron descubriendo
trabajosamente, de manera intuitiva, por el método del ensayo y el error, o
incluso por azar, recursos cada vez más complejos y depurados: la fuerza
comunicativa del primer plano o de las distintas angulaciones de la cámara, el
valor descriptivo de una panorámica, la potencia emocional de un
``travelling", las posibilidades narrativas y dramáticas del montaje, la
eficacia de la elipsis temporal y más adelante, con la ayuda de una tecnología
cada vez más desarrollada el sonido, el color, los distintos formatos, los
trucos más elaborados, hasta llegar a los hoy llamados «efectos especiales» y a
los intentos de dotar a la imagen ole apariencias tridimensionales o de fabricar
a voluntad una «realidad virtual...
Naturalmente, también, la
aplicación sistemática de esos recursos, y su aceptación paulatina por parte
del público jada vez más capaz de admitir innovaciones parciales en la medida
en que se sentía más seguro en la comprensión de lo ya establecido por la
costumbre, fueron creando un acervo cíe «convencionese comunicativas de uso
casi universal, una especie de cultura cinematográfica en la que cabían ya
tanto las autorreferencias como las transgresiones... Máxime cuando empezaron a
elaborarse las primeras teorías cinematográficas que trataban de explicar las
características fundamentales del nuevo medio y, en algunos casos, incluso
proponían a priori procedimientos y recursos diferentes a los establecidos.
Varias de esas teorías procedían, además, de creadores cinematográficos en
ejercicio, como el ruso S.M. Eisenstein, por ejemplo, que unían a su práctica
cinematográfica una reflexión que les permitía avanzar en el uso consciente de
los instrumentos que disponían y llevar a cabo innovaciones expresivas de
indudable interés. Pero siguió siendo verdad que los espectadores soporte
ineludible de la industria, con su decisión de pagar o no por contemplar un
determinado tipo de espectáculo sancionaban con su actitud masiva la «validez,
o no de ciertas propuestas. Y que la industria cinematográfica, por su parte,
valiéndose de un formidable aparato de propaganda y obsesionada por
rentabilizar al máximo el nuevo negocio, hizo todo lo posible por imponer a
base de reiteración modas, estilos y formas de expresión concretas, relegando
al ostracismo cualquier ensayo demasiado radical de innovación y cualquier
planteamiento verdaderamente ``alternativo,"...
Andando el tiempo, y
perdidos en teoricismos, abstracciones y empeños diversos por encontrar en la
expresión cinematográfica un trasunto de otras formas de comunicación ya
consagradas por la costumbre, la cultura dominante o la academia, muchos
estudiosos del cine han tendido a olvidar el papel de la analogía en los
procesos de significación audiovisual. Y así, se han deslizado por tercera vez
en la breve historia del cine, y con los mismos resultados negativos de las dos
anteriores por la pendiente de la imposición mecánica entre los procedimientos
con los que se explican el funcionamiento y las posibilidades de otros
lenguajes»» y los que dan sentido al nuevo «discurso», compuesto por las
imágenes en movimiento y por sonidos sincronizados.
El modelo literario
Porque cuando los
primeros fabricantes de imágenes ayunos todavía de teorías quisieron dar al
nuevo medio un aval y una respetabilidad cultural que lo liberasen de la burda
consideración de «diversión de barraca de feria», recurrieron a la literatura,
y más frecuentemente a la literatura dramática, al teatro. El resultado fue que
el cine que en principio podía tener un potencial comunicativo mucho más amplio
y variado se aferró a la «narrativa» convencional, al naturalismo literario
decimonónico, y acabó acostumbrando a los espectadores a seguir un tipo
determinado de historias ilustradas y a rechazar otros intentos de
comunicación: cualquier ensayo de experimentación no naturalista, como los
propuestos por las vanguardias de los años veinte y particularmente por el
surrealismo, fue recibido por el público como una rareza si no como una simple
tomadura de pelo y recluido en el reducto asfixiante de las minorías ilustradas
con lo que el mejor resultado de esas experimentos ha consistido casi siempre,
a la larga, en introducir indirectamente, y como de tapadillo, ciertos recursos
expresivos nuevos en la corriente mayoritaria convencional.
A comienzos de los años
treinta, con la incorporación técnica del sonido a la banda de imágenes, se
produjo una vuelta masiva a la literatura y al teatro como fuentes de
inspiración de los diálogos y de otras formas de expresión verbal, que ahora
adquirían nueva relevancia, una vez superados el laconismo y las limitaciones
de los intertítulos. En medio de una polémica resonante muchos creadores, como
Chaplin, vieron en los diálogos la muerte del cine como modo de expresión
autónomo y temieron que se abandonase el afán investigador que había animado al
cine mudo hasta entonces las películas se llenaron de frases explicativas,
conversaciones innecesarias y peroratas verbales sobre unas imágenes empobrecidas,
planas y reiterativas. Ciertamente, el cine pudo superar en gran medida ese
obstáculo y acabaron apareciendo directores y guionistas capaces de integrar la
palabra como un elemento más y de recomponer un nuevo equilibrio en que ésta no
fuera el elemento dominante. Pero todavía hoy se ven ``adaptaciones" que
son meras «ilustraciones» y películas en las que la palabra neutraliza, en vez
de fecundar, la capacidad expresiva de las imágenes.
A lo largo de los años
sesenta, algunos teóricos que buscaban a su manera una nueva ««dignificación»
del cine, en aras ahora de un supuesto interés académico que le permitiera
entrar por fin en el Olimpo de lo intelectualmente respetable, decidieron
arrojar sobre el nuevo medio de expresión el pesado lastre de lo que la lingüística,
la crítica literaria y otras disciplinas afines habían ido descubriendo con
indudable pertinencia en sus propios terrenos a propósito del lenguaje
verbal... Además de un evidente error conceptual de partida, el resultado fue
la importación de un jerga explicativa que nada explicaba, el forzamiento
abusivo del material audiovisual para ajustarlo a toda costa a las categorías
acuñadas para otros fines muy diferentes y el alejamiento quizá definitivo del
público espectador de los discursos abstractos y autorreferentes que muchos
explicadores utilizaban con fruición gremial y notable inanidad.
La educación
audiovisual
Por todo ello, y porque
la práctica y la penetración del audiovisual hasta las entrañas mismas del
tejido social y de la vida cotidiana de los individuos que lo componen por la
vía de la televisión, del vídeo, etc. han puesto en evidencia hoy la necesidad
absoluta de una ««educación» sistemática en este campo, se propone la vuelta a
la analogía como punto de partida para un análisis crítico y productivo de esta
forma de expresión genuina del siglo XX.
En síntesis, se trataría
de compartir con los espectadores especialmente, niños y adolescentes el
entendimiento del conjunto de «trucos» por los que la imagen sonora y en
movimiento capta la atención de quien la contempla y produce esa fascinación a
la que tantas veces nos hemos referido, incidiendo en el placer que proporciona
su vertiente positiva y tratando de romper al mismo tiempo la negativa, que no
es otra que el viaje de vuelta de la analogía. Cuando un espectador
entusiasmado por el cine es capaz de entender paso a paso lo que éste tiene de
artificio, sin perder por ello un ápice del placer que le produce contemplarlo,
está en condiciones de quebrar la cadena que impulsa a proyectar sobre la
realidad los mensajes que se desprenden de la pantalla y, en consecuencia,
empieza a ponerse a salvo de cualquier tipo de manipulación de raíz económica,
cultural o ideológica, al tiempo que disfruta incluso con mayor intensidad del
objeto de su afición.
Por eso, un método que
permita analizar críticamente el cine, la televisión y el vídeo en el contexto
del aula debería pasar por la aceptación sin reservas de su capacidad de
fascinación (sin establecer, por tanto, absurdas contraposiciones entre libros
y cine, o entre lectura y televisión, que, por lo demás, serían batallas
perdidas de antemano). Desde ahí, se pueden sugerir provechosamente y más a
modo de juego cómplice que de tarea escolar evaluable numerosas tácticas para
desmontar los artificios técnicos y expresivos por los que la imagen aparenta
parecerse a la realidad: el cronometraje exacto de una obra audiovisual o de un
fragmento, a título de ejemplo; la identificación y el recuento de los planos
que la componen; la determinación de la posición de la cámara desde la que se
ha rodado cada toma, de los focos que la iluminan, de la composición dinámica
que adoptan las «masas» (hechas de luces y sombras) en los límites del encuadre
que constituye la pantalla e incluso, idealmente, «fuera de campo»; la
detección de los diferentes movimientos tanto de la cámara como de las propias
figuras, y las aportaciones significativas que llevan consigo; el
reconocimiento y la enumeración exhaustiva de la cantidad de informaciones
visuales y sonoras que contiene cada toma y las modificaciones que se producen
con la unión sucesiva de unas tomas a otras; los recursos técnicos (corte
directo, fundido, encadenado, sobreimpresión, cortinillas, etc.) utilizados
para establecer esas uniones (montaje); la función expresiva del sonido música,
ruidos y vocesen síntesis dinámica y no como simple yuxtaposición a la imagen,
etc., son pasos progresivos muy útiles en esa labor inicial de despiece al cabo
de la cual quedará claro que todo el proceso comunicativo ha sido producto de
una serie de artificios identificables y analizables.
Porque, a partir de
ellos, se podrá establecer una comparación sistemática entre las percepciones
habituales de fenómenos como el espacio, el tiempo o el movimiento, y el
tratamiento o los diversos tratamientos que la creación audiovisual puede dar a
esos mismos fenómenos, enmascarando de analogía las auténticas diferencias
creativas que supone en sí misma. Y, a su vez, proponer sucesivamente una nueva
reconstrucción argumental ahora plenamente consciente, una o varias
interpretaciones del sentido que encierran o transmiten toda vez que éste no es
nunca algo unívoco o mecánico sino el resultado de la síntesis entre los
estímulos que surgen de la pantalla y la experiencia sensorial, emocional e
intelectual de cada espectador concreto y hasta un análisis pormenorizado y
crítico de los «valores» de todo tipo (sociales, ideológicos, morales) que de
forma directa o indirecta dan por supuestos, refuerzan o imponen,
convirtiéndolos, explícitamente o de manera insidiosa, en modelos o pautas de
conducta...
Y para llevar a cabo
todas estas operaciones no hacen tanta falta ni el dominio de una jerga
abstrusa dado que los nombres de los distintos mecanismos sólo tiene un valor
instrumental, de simple reconocimiento ni una erudición laboriosísima y
libresca, sino una auténtica pasión comunicativa por la imagen que será
compartida sin la menor duda por los destinatarios de la propuesta, paciencia y
tiempo para proceder a los distintos desmontajes y reconstrucciones (aquí
habría que subrayar el papel decisivo del vídeo como equipamiento que hace
posible el trabajo analítico, y no como mero artefacto sustitutivo de la
presencia o el esfuerzo creativo del enseñante) y un mínimo conocimiento de la
evolución del modo de expresión cinematográfico para no incurrir en inútiles y
aburridos «descubrimientos» de un mediterráneo al que, por lo general, los
adolescentes de hoy han llegado hace ya mucho tiempo, por una vía puramente
intuitiva o por efecto de la simple reiteración.
Porque se trata, en gran
medida, de formular explícitamente, y mediante la práctica de un fértil
««distanciamiento,», unas intuiciones que todo teleadicto posee ya de modo
reflejo, y ayudar al establecimiento de unas conexiones críticas que la
analogía, y con ella la poderosa industria audiovisual animada por intereses
muy complejos, se empeña en ocultar celosamente. Con el aliciente añadido de
que el hábito del análisis contribuye decisivamente a romper la
pasividad/sometimiento que el audiovisual tiende a fomentar en el receptor y
ayuda a convertir a un puro espectador pasivo en agente eficaz y consciente del
sentido que las imágenes adquieren en su cerebro.
Al final tendremos un
alumno apasionado por la imagen, capaz de disfrutarla en plenitud y a quien
ningún adulto ha pretendido «apagar» o negar su pasión sino que ha sabido
convertirse en cómplice de un mayor disfrute y, además, en colaborador eficaz
en la adquisición de una capacidad crítica aplicable a otros muchos campos de
la comunicación audiovisual...
El atajo de la
publicidad
Si a primera vista
resulta difícil desarrollar en el aula este método de análisis a partir de unas
producciones tan complejas y de tanta duración como los largometrajes
convencionales, existe sin embargo un género audiovisual que ofrece grandes
ventajas, por su concisión, brevedad, intencionalidad explícita, cuidada
elaboración y extraordinaria difusión: se trata de los «spots» publicitarios,
esas pequeñas, brillantes y omnipresentes cuñas que martillean obsesivamente
los cerebros de los telespectadores hasta conseguir que se adquieran de modo
masivo cachivaches y mejunjes absolutamente innecesarios, a la vez que
condicionan con más intensidad que ninguna otra forma de presión inventada
hasta ahora, incluido el lavado de cerebro puro y duro los gustos, las
actitudes y los valores de una audiencia sometida indiscriminadamente a su
bombardeo.
Además de su utilidad
para estimular otras formas paralelas de crítica igualmente necesarias como la
crítica del consumo, de la obsesión por las marcas, de la ideología dominante
en torno al mercado, a la competitividad, al prestigio, al sexismo, etc., los
«spots» pueden emplearse a la perfección como materia de análisis audiovisual
en sí mismos, entendiéndolos como brevísimas películas que se juegan toda su
capacidad comunicativa a la carta de la persuasión irracional. Así, es posible
y relativamente fácil detectar con precisión su estructura narrativa, sus
componentes visuales y sonoros y prácticamente todos los elementos
característicos de la expresión cinematográfica, incluida la propuesta directa
e indirecta a la vez de un universo de valores y una visión del mundo acordes
con el tipo de sociedad que propugnan y defienden a ultranza.
Quizá la única cautela
que cabría sugerir, finalmente, ante este tipo de trabajo sea la necesidad de
no limitarse al mero «comentario de contenidos», más o menos bienintencionado e
ideologizado al estilo de los viejos «cineforums»» de los años setenta, en los
que se hablaba, por necesidad, de casi todo menos de cine, y esforzarse en
centrar el análisis en los elementos de la expresión audiovisual y en sus
posibilidades comunicativas con la seguridad de que, a partir de él, será
posible remontarse después, sin perder la concreción y el rigor necesarios, a
cualquier esfera de interés común y de utilidad pedagógica. Porque si algo ha
quedado claro tras un siglo de utilización intensiva de las imágenes en
movimiento, y cuando éstas llegan permanente y hasta agresivamente al domicilio
de cualquier ciudadano, es que la única auténtica defensa posible frente a sus
constantes riesgos de manipulación consiste en el desarrollo y la implantación
generalizada de una verdadera «pedagogía de la imagen».
(*)Juan Antonio Pérez
Millán es
coordinador de la Filmoteca de Castilla y León y profesor asociado de Cine en
la Facultad de Bellas Artes de Salamanca (teléfono de contacto: 92321 25 16).
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