LAS PALABRAS Y LAS
MUJERES. Los elementos de la interacción verbal.
Signos. Teoría y práctica
de la educación, 16 Octubre Diciembre de 1996. Páginas 32/41 ISSN: 1131-8600
COEDUCAR
MARINA YAGÜELLO
No
conviene estudiar la diversidad lingüística entre hombres y mujeres desde una
perspectiva abstracta . Es indispensable tener en cuenta todos aquellos
factores que intervienen en la comunicación y que constituyen la interacción
verbal (Hymes, 1972) habida cuenta, además de que en el caso de las sociedades
occidentales las diferencias son más bien de orden "preferencial" que
de orden exclusivo y resultan pues imposibles de describir independientemente
del contexto y de la situación social. El código lingüístico funciona en
colaboración con otros códigos tales como el mímico, el gestual, el del
comportamiento, etc... Es pues necesario ampliar el campo de análisis con el
fin de establecer correlaciones entre todos los rasgos que contribuyen a
contruir la diferencia sexual, sean éstos "naturales" ( o así
denominados) o "culturales". No se trata únicamente de conocer
registros lingüísticos sino también acercarnos al comportamiento
lingüístico de hombres y mujeres , es decir, de conocer ciertas actitudes ante
el lenguaje, los grados de competencia, las modalidades del discurso
privilegiadas, la actividad verbal como modo de expresión, etc.
La interacción es
diferente dependiendo de que los hablantes pertenezcan al mismo sexo o al sexo
opuesto, de que sean más o menos numerosos, de sus relaciones de igualdad o de
jerarquía, de que formen parte del mismo tramo de edad, de que sus relaciones
sean de familiaridad o de que por el contrario sean distantes.
Los hablantes en
acción
Los hombres entre ellos y
las mujeres entre ellas adoptan registros diferentes que son un reflejo de sus
distintos roles o centros de interés. Siendo los ámbitos tradicionales de la
mujer el hogar, los hijos, la costura, la cocina, etc... y los de los hombres
los denominados oficios de hombres, tales como los deportes, la
mecánica, etc..., esta situación determina competencias lexicales
distintas, es decir, una diferencia en los "stocks" de vocabulario
disponible. Este hecho no ofrece en sí gran interés puesto que basta con
cambiar de rol para cambiar de registro, como sucede hoy cada vez con mayor
frecuencia. Sin embargo, el registro restringido es una característica
que denota la homogeneidad del grupo. Nos permite distinguir entre
"conversaciones de señoras" y "conversaciones de tíos",
con los valores sociales que ello conlleva.
Otro aspecto es el de la
iniciativa: quién inicia la conversación, quién toma la palabra, quién la da y
quién la recibe. El carácter mixto o no del grupo y el número de participantes
son determinantes en este sentido. Los hombres tienen tendencia a desempeñar un
papel dominante en la conversación,, lo que no implica forzosamente que hablen
más. En opinión de dos psicológos americanos (Zimmermann y West, 1975), que han
analizado diez conversaciones entre mujeres, otras diez entre hombres y once
conversaciones mixtas, si bien los casos de interrupción y de encabalgamiento
están repartidos de igual manera en los intercambios del mismo sexo, en los
intercambios mixtos, en cambio, los hombres son responsables del 98% de las
interrupciones y del 100 % de los encabalgamientos (comienzo de una frase antes
de que el otro haya terminado de hablar). La muestra cubre un estatus
sociocultural y una edad homogénea. Dicho esto, es evidente que resultados
aislados sobre una población tan escasa no son significativos desde un punto de
vista estadístico que esta investigación no tiene más que un valor indicativo.
Los autores concluyen: "Los hombres les niegan a las mujeres un estatus de
igualdad en el intercambio verbal. No respetan su derecho a la palabra y no les
dejan la elección de los temas de conversación. Puede pues considerarse que el
control de las macro instituciones ejercido por los hombres en la sociedad
encuentra un eco, si no total, sí al menos parcial en microinstituciones como la
conversación". Esto me parece, al menos en el nivel de la experiencia
personal, correcto. En una clase mixta de alumnos o de estudiantes he
constatado a menudo la falta de iniciativa de las chicas. Los chicos, incluso
en minoría, tienen tendencia a monopolizar la palabra, mientras que en sus
textos escritos jamás he observado diferencias significativas. El mismo
fenómeno se observa en todas las asambleas mixtas, políticas, sindicales u
otras. Pondré un ejemplo que me es familiar: las asambleas plenaria de los
enseñantes. A pesar de que las mujeres son mayoría, el uso de los turnos de
palabra de los hombres es a la vez más frecuente, más largo y sobre todo más
eficaz que las mujeres han aprendido a ceder la palabra a los hombres. No es
extraño pues que los grupos de mujeres se hayan planteado como un
principio absoluto la idea de reunirse sin hombres. No se trata tanto de
excluir a éstos como de poder acceder por fin a la palabra, si bien el mismo
esquema de desigualdad se reproduce, desgraciadamente, entre las mujeres que
tienen el verbo fácil y las que no lo tienen.
Algunos de los aspectos a
los que me he referido en otro lugar (Yagüello, 1987) relativos a las
estructuras de cortesía, al empleo de entonaciones, de modalidades y de
palabras destinadas a borrar la agresividad e identidad de las mujeres están
también ligados a situaciones de comunicación mixta o no, del mismo modo que el
uso de las formas de interpelación. La familiaridad entre mujeres conlleva el
uso del nombre. Entre hombres predomina la utilización del apellido, excepto en
el caso de una relación familiar. Los esquemas del tuteo y del tratamiento de
usted están también relacionados con el sexo. El tuteo parece hallarse más
extendido entre hombres, aunque este aspecto del uso social se encuentra en tan
completo cambio hoy en día que me abstendré de emitir cualquier generalización
al respecto. En todo caso en los institutos femeninos en Francia, durante los
años 50 y 60 , a las chicas se les llamaba sistemáticamente Señorita Tal
y se las trataba de usted desde el sexto curso mientras que en los institutos
masculinos a los chicos se les tuteaba y se les llamaba directamente por su
nombre. Algunas alumnas se trataban aún de usted entre ellas y en cualquier
caso así era siempre a principios de curso. Hoy parece que la situación está
más igualada, bajo la influencia de Mayo del 68 y de una enseñanza mixta cada
vez más extendida.
La interpelación por el
apellido sólo tiene tendencia a generalizarse para las mujeres y los hombres en
Estados Unidos, al menos en ciertos contextos. En Francia, tan sólo en contadas
ocasiones se llama a una mujer por su apellido. A decir verdad, no es nada
desagradable oirse llamar por su nombre, pero se da el caso de que a menudo
ello constituye una marca discriminatoria. La obligación de señalar el estado
matrimonial con el empleo de términos como Señora/ Señorita es
igualmente discriminatoria.
La palabra como forma
de acción
Se dice que las mujeres
hablan demasiado. Charlan y charlan, es lo único que saben hacer. Cotorrean, se
jactan, cotillean, chacharean en interminables parloteos, cacarean, chismorrean
, mientras que los hombres construyen su discurso, pontifican y discurren, pero
cuando hablan nunca es para no decir nada. La mayoría de las lenguas disponen
de numerosas palabras para designar a las mujeres cotorras como la
sabiduría popular nos asegura mediante dichos y refranes que las mujeres hablan
infinitamente más e infinitamente menos bien que los hombres.
He aquí una muestra:
``La lengua de las mujeres
es como una espada, nunca la dejan oxidarse"(China).
"La mujer que sabe
callarse vale más que la que habla" (latín).
"Una mujer
silenciosa es un don de Dios", dice la Biblia.
"El silencio es la
más preciosa de las alhajas de una mujer, la cual sin embargo lleva muy
raramente" (Inglaterra).
"Las palabras del
hombre son como la flecha que va directa al blanco; las de la mujer se parecen
más a un abanico roto" (China).
"Antes se olvida el
ruiseñor de cantar que la mujer de hablar" (España).
"Los hombres hablan,
las mujeres platican"(España).
"Existen mil
inventos para hacer hablar una mujer, ninguno para hacerla callar"
(Francia).
"La boca de una
mujer es un nido de malévolas palabras" (Mongolia).
"La fuerza de una
mujer reside en el torbellino de sus palabras" (Popular).
"Mujer sabia es
aquella que teniendo mucho que decir guarda silencio" (Persia).
"La mujer tiene el
cabello largo y la lengua más larga aún" (Rusia).
"Cuando una mujer ya
no sabe qué responder es porque se ha vaciado el mar" (Checoslovaquia).
La opinión según la cual
las mujeres abusan del uso de la palabra parece pues universalmente compartida.
Sin embargo, Margaret Mead (1949) subraya que existen sociedades en las que es
a los hombres a quienes se les considera chismosos y este fenómeno está
relacionado, según ella, con las estructuras sociales de estas (raras)
sociedades. Podemos pues rechazar tina explicación innatista basada en una
psicología diferenciadora muy discutible.
El habla o más bien el
control del habla está relacionado con el poder. Entre los araucanos de Chile,
por ejemplo, los hombres detentan el control absoluto de la palabra. Las
mujeres son educadas para callarse mientras que a los hombres se les anima en
el arte de hablar. La mujer recién casada debe permanecer en silencio durante
varios meses. Este último rasgo se halla de nuevo en otras culturas (Hymes,
1972). En otro tiempo, en Europa, la mujer debía callarse en presencia de
hombres hasta que su marido o su padre le "cediese la palabra":
"La gallina no debe cantar antes que el gallo". Todavía hoy existe
aquello de ``sé bonita y cállate" cuya variante es "remienda mis
calcetines y cállate". Las consejeras de la prensa del corazón aconsejan a
las jovencitas que dejen hablar a los chicos.
De modo que la cuestión
no consiste en preguntarse: ¿Acaso son las mujeres realmente unas
parlanchinas? sino más bien: ¿Por qué a los hombres les parecen
parlanchinas las mujeres? En el discurso masculino, la mujer parlotea (de
temas fútiles) mientras que el hombre discute (de cosas serias). El habla debe
ser significante, incluso funcional (véase la "palabrería" del
charlatán (1) o del vendedor ambulante, el arte de convencer). La palabra de la
mujer es insignificante y por lo tanto inútil.
Y si es cierto que la
mujer a menudo se refugia en un chismorreo fútil es porque no tiene acceso a
otras cosas. La verborrea es una manifestación de impotencia, es hablar por
hablar. Todo ocurre entonces como si el exceso de palabras, el parloteo, se
convirtiera en el sustituto del poder, en una forma de compensación de la
ausencia de poder. En una pareja no es forzosamente el que más habla el que
domina. Lo que cuenta es el control, el poder comenzar o interrumpir el
intercambio verbal. Es un hecho curioso y significativo que lo mismo que se
dice de las mujeres se dice de los negros en Estados Unidos. Hablan, hablan y
hablan (el arte y la práctica del rapping). Es éste un rasgo cultural
muy asentado y más concretamente entre los hombres (las mujeres tienen a menudo
más que hacer). Se puede pensar que se trata de una forma de compensar la
fustración que conlleva la ausencia de poder en una sociedad blanca. E1 dominio
del habla, de la palabra significante, asertiva, funcional, es por consiguiente
un instrumento masculino de opresión, de la misma manera en que es en otras
ocasiones un instrumento de opresión de la clase dominante.
Llevado hasta sus últimas
consecuencias, el rechazo al "terrorismo verbal" de esencia masculina
ha conducido recientemente a un grupo de chicas estudiantes colombianas a
oponerse a cualquier forma de comunicación verbal, actitud ésta que lógicamente
ha desembocado en un abandono total de las enseñanzas. Sin ir tan lejos, parece
necesario realizar una evaluación crítica de la relación entre el lenguaje de
hombres y el lenguaje de las mujeres. Hablar poco, mucho, con buen
criterio o para no decir nada, embriagarse con hermosas palabras, tener
miedo alas palabras, saber o no saber expresarse, permanecer inmóvil, hablar de
perlas, "el silencio es de oro pero la palabra es de plata", tenerla
última palabra, poner la cuestión encima de la mesa, confesarse, encerrarse en
el mutismo, agresión verbal, palabras melosas, injurias, insultos, ocurrencias,
juegos de palabras, lenguaje grosero, lenguaje florido, farfulleo, jerigonza,
perorata, pamplinas, "darle siete veces la vuelta a la lengua en la
boca", tantas locuciones y expresiones en lengua hablada, los usos de la
comunicación verbal dan testimonio del lugar central del lenguaje en las
relaciones interpersonales así como en la caracterización de los individuos y
de los grupos sociales. La sociedad menosprecia a quienes hablan demasiado y
desconfían de quienes hablan demasiado bien. Por otra parte, la angustia de una
expresión inadecuada, de no saber decir, es uno de los sentimientos más compartidos
en todo el mundo.
La
"actuación" lingüística (2)
En Estados Unidos se han
realizado diferentes investigaciones relativas a la cadencia, a la verbosidad,
a la facilidad de elocución y a la adquisición del lenguaje en hombres y
mujeres. Citaré sin ningún orden algunas conclusiones. Parece que los hombres
se ven más a menudo afectados por defectos en la elocución. Los chicos tendrían
tendencia a tartamudear por que la sociedad valoriza más la elocución masculina
que la femenina. Las presiones sociales serían pues más fuertes sobre los
chicos, lo cual produciría una angustia generadora de trastornos en el habla
(Kramer, 1975). Las chicas, es un hecho sobradamente conocido, aprenden a
hablar antes y mejor que los niños. A partir de los 18 meses, cometen menos
errores gramaticales que los chicos y presentan mayores
aptitudes para elaborar
frases complejas; articulan mejor y tienen una mayor habilidad verbal. La
afasia y la dislexia son más frecuentes entre hombres de cualquier edad (Garai
y Amram, 1968). No existen, en cambio, diferencias significativas en lo que a
fluidez verbal se refiere, que se caracteriza por la ausencia de muletillas (de
formas "comodín" ) tales como beuh, euh, hin, etpis, tsais, tu
vois, etc...(3) y de frases inacabadas (Hirschman, 1973).
Las diferencias
favorables a las chicas podrían ser debidas a causas culturales y no genéticas.
McCarthy (1953) estima que el medio ambiente durante la infancia y la relación
materna juegan en favor de las chicas, que se sienten menos inseguras, están más
a menudo en contacto con el modelo que imitan (la madre) y finalmente utilizan
el uso verbal más en sus juegos.
Las modalidades del
discurso
Es obvio que el lenguaje
no sirve únicamente par transmitir información. Existen usos rituales, lúdicos,
estéticos y convencionales del lenguaje que están codificados como elementos de
la conducta social. Algunas modalidades del discurso están reservadas a los
hombres, como el duelo verbal o arte de la lucha oratoria que se
practica en Méjico, en Turquía, en Cerdeña, en el Oriente Próximo, en el África
Negra, entre los esquimales, en los guettos negros y en otros lugares. Para
tener una idea de lo que representa este tipo de actividad comunicativa, he
aquí cuáles son en pocas palabras las reglas del duelo verbal en Turquía.
Este deporte, fruto de una homosexualidad cultural, lo practican los niños
desde los ocho años de edad. Las niñas son evidentemente excluidas pero las
mujeres constituyen el tema central. La finalidad consiste en atrapar al
adversario en una actitud pasiva, femenina, mediante ataques verbales a
su virilidad o, en su defecto, al honor de su madre o de su hermana. La réplica
debe rimar con el insulto inicial, debe tener pues la precaución de no
proporcionar el principio de la frase con el fin de evitar la contrarréplica.
El compañero cogido en falta admite su papel de receptor pasivo, es decir,
metafóricamente hablando, el de la mujer (Dundes, 1972).
El relato ritual o épico
es en la mayoría de las ocasiones una forma de expresión masculina (véanse los
trovadores de antaño o los cuentistas africanos). Lo mismo ocurre, claro está,
con el lenguaje ceremonial de las diferentes religiones. El discurso y el
debate público tan sólo se ha abierto hace poco tiempo a las mujeres con su
fraseología específica. Entre la modalidades menores del discurso, el chiste,
el retruécano y las burlas están fuertemente monopolizados por los hombres.
¿Qué es pues lo que les queda a las mujeres? Una vez más, esencialmente, el
chismorreo y el comadreo, de los que les es difícil salir. La elección y el uso
de modalidades del discurso están relacionados con el contexto social en el que
se utilizan.
Los temas y el
contenido del discurso
La forma del discurso se
ve afectada por su tema. La división de papeles y de tareas desemboca en un
reparto de competencias, entre otras lingüísticas. Forma y tema se hallan en
interacción constante. No utilizamos el mismo registro si realizamos una
exposición sobre un tema económico, si pronunciamos un discurso oficial, si
discutimos de una receta de cocina o de la pesca con caña, o si hablamos de
pañales o de mecánica. La elección del registro está igualmente determinada por
los contextos comunicativos: una reunión pública o informal, de carácter
oficial o privado, etc... En esto también el sexo no constituye la única
variable en juego y, de hecho, la distribución en tramos de edad y en clases
sociales es aún más pertinente. No obstante, si bien en este nivel la
diferencia social permanece oculta en la mayoría de los casos, la diferencia
sexual se subraya constantemente: "Las señoras son incapaces de hablar
de política", con lo que se sobrentiende: "son incapaces de pensar
en política". "No saben hablar más que de trapos" (es una
expresión masculina) sobrentendiendo que son incapaces de pensar en otras cosas
puesto que, en el fondo, todo esto se inscribe en la creencia de que el
pensamiento está estrechamente ligado al lenguaje y que quien no sabe
decir no sabe pensar. Ya no nos atrevemos a decir aquello de que
"los proletarios son unos cretinos porque no saben manejar el
registro de la clase dominante", como se decía abiertamente de los negros
no hace tanto tiempo (Labov,1972). Encerrarse en el lenguaje de la mujer tal y
como nos ha sido asignado por la sociedad supone aceptar el ser caracterizadas
por ese lenguaje de la mujer.
Los rasgos
paralingüísticos
Ya he indicado el papel
que desempeñan la entonación , la verbosidad y la fluidez verbal como rasgos
que sirven para definir la identidad sexual de las personas. Otros rasgos,
denominados paralingüísticos, tales como la cadencia, el tono, el timbre
y la agudeza de la voz, contribuyen también a forjar una imagen masculina o
femenina. A pesar de que se pueda considerar el tono y la cadencia como
características individuales, los estereotipos masculino y femenino ofrecen
contrastes entre, por una parte, un tono pausado, docto, seguro, y por otra, un
tono excitado, nervioso, que expresa el entusiasmo o la sorpresa ingenua. El
tono esnob de MarieChamal es atribuido en la mayoría de las ocasiones a
las mujeres, lo mismo que cadencia rápida y entrecortada. Estos contrastes
aparecen muy netamente en anuncios publicitarios de televisión o en el doblaje
de los dibujos animados.
Las voces femeninas, por su
timbre y por su tono agudo, están habitualmente asociadas a falta de
credibilidad, de seriedad. Las voces graves, masculinas, son consideradas más
creíbles en las cadenas de radio y de televisión, que evitan confiar los
espacios informativos a mujeres (4). Las voces femeninas carecen de autoridad e
incluso adquieren connotaciones claramente peyorativas. Las voces estridentes y
muy agudas que nos recuerdan a nuestra suegra o a la malvada institutriz de
nuestra infancia son percibidas de manera desagradable y ridícula mientras que
las voces excesivamente graves son valoradas como expresivas. Las voces de los
hombres, en general, están más valoradas. Ahora bien, la voz es un elemento de
seducción. Es también un indicador esencial de la edad y del sexo, y todo
desvío de la norma a nuestra atención y se convierte en un rasgo especialmente
revelador de la personalidad del hablante. Decimos cosas como: "Éste tiene
una voz de falsete, afeminada, ésta tiene una voz de hombre, o de niño,
etc...". Sin embargo, resulta mucho más grave para un hombre tener una voz
de falsete que para una mujer tener una voz demasiado grave. En opinión
de Austin (1965), estarían de moda las voces graves para las mujeres mientras
que hace cincuenta años las mujeres se esforzaban en tener una voz más aguda
porque ello se ajustaba mejor a la imagen de la dama, imagen que ya no
desean hoy las mujeres. En efecto, a pesar de que la diferencia en el tono de
la voz entre hombres y mujeres es una característica biológica que resulta de
la pubertad, ésta puede ser reforzada por los valores culturales que de ellas
se desprenden. Esta diferencia puede también ser borrada según las tendencias
de moda. Los hombres y las mujeres suelen orientar su voz hacia los arquetipos
socialmente aceptados. Parece pues que el tono de la voz está en parte
determinado por los roles aprendidos. Los hombres tendrían tendencia a hablar
más alto y las mujeres a hablar más bajo. En Japón las diferencias
paralingüísticas se llevan al extremo. Es obligado que las mujeres píen como
pájaros y los hombres rujan (observación de Austin, 1965, basada en la
televisión y en el cine japonés). Sachs y otros autores (1973) han mostrado en
una investigación sobre preadolescentes que las voces de los chicos y de las
chicas se pueden distinguir justo antes de la pubertad. Las diferencias serían
pues debidas a un aprendizaje inconsciente de los arquetipos favorecidos por la
sociedad. Para Legman (1968), la voz es un símbolo fálico: la voz viril es una
prerrogativa del sexo masculino dominante. Toda usurpación por parte de una
mujer es vista como una amenaza.
Otra característica
aprendida podría ser la pronunciación más nasalizada de los chicos y más oral
de las chicas, y lo mismo ocurre con la risa aguda femenina hihihi
(considerada más "distinguida") y la risa grave masculina hahaha
(considerada más vulgar).
Los estereotipos
culturales relacionados con todos estos rasgos paralinguísticos aparecen
especialmente acentuados en los dibujos animados y en el espectáculo de
marionetas. La voz se convierte entonces en un elemento caricaturesco. Lo mismo
sucede en los tebeos. La Castafiore de Tintín, por ejemplo, es el
arquetipo de la cantante cuya voz estridente es odiosa para su entorno; ahora
bien, ésta es una opinión personal: nada hay es más bello en el mundo que una
voz de soprano.
Los estereotipos
masculino y femenino
De la correlación entre
los diferentes factores que he subrayado se deduce un panorama general de lo
que podría denominarse un estilo masculino y un estilo femenino. Estos
estilos se ven reforzados gracias a los estereotipos.
Los estereotipos del lenguaje
viril implican el uso del argot y de un "lenguaje verde", el
empleo de juegos de palabras y, en particular, de juegos de palabras de
naturaleza sexual, el gusto por la injuria, el insulto, un vocabulario más rico
y más amplio, el dominio de los registros técnicos, políticos, intelectuales,
deportivos, el monopolio casi absoluto del uso público de la palabra, el
control de las conversaciones mixtas, la exclusividad del uso de formas de
comunicación rituales y codificadas, el empleo de un discurso autoritario y
categórico ("verás lo que dice tu padre"), una mayor libertad
respecto a las normas y una mayor creatividad que en el lenguaje de las
mujeres.
El estereotipo femenino
presenta características con connotaciones desfavorables: purismo, falta de
creatividad, gusto por la hipérbole, dominio de registros relativos a asuntos
menores, uso de palabras dubitativas, no asertivas, chismorreos, incapacidad
para manejar conceptos abstractos, hipercorrecciones, miedo a las palabras.
Es evidente que estos
estereotipos estén lejos de reflejar la realidad puesto que, precisamente, una
de las funciones de los estereotipos consiste en ocultar la realidad mediante
confortables operaciones de simplificación. Un determinado entorno o
determinado grupo social se representan con un determinado tipo de expresión
aunque considerados individualmente los hablantes disponen habitualmente de
varios registros, son clasificados, por necesidades de tipología social, en
relación con estereotipos lingüísticos, con su comportamiento, con su forma de
vestir, etc... Estos estereotipos acaban siendo útiles para una caracterización
elemental de los personajes en la literatura y en el cine. Están muy especialmente
subrayados en el tebeo ( del tipo Charlie-Hebdo, Pilote, etc...),
en las películas o en las representaciones cómicas o sketchs, en el
werstern o también en la propaganda ideológica, por que al constituir un código
inmediatamente descifrable permiten acortar la búsqueda del significado y
evitan presentar a los personajes que se pueden relacionar de ante mano con un
arquetipo conocido. Existe el estilo "delegado de la C.G.T.", el
estilo falocrático, el estilo policiaco, el estilo freak, el estilo
tecnócrata, el estilo feminista, el estilo "cowboy", el estilo
"gaucho", etc... El estereotipo es pues esquemático y tiende a la
exageración. Es habitualmente uno de los resortes del humor. Basta con forzar
un poco el rasgo y caemos de lleno en el mundo de la caricatura. El mensaje
codificado en un lenguaje estereotipado es reforzado a la vez por un
metamensaje y denota la pertenencia social del hablante, su nivel cultural y su
ideología. El código se convierte así en una parte del mensaje.
Ahora bien, existe un conflicto
flagrante entre lo que pensamos que es el lenguaje femenino, o más bien
quisiéramos que fuese, y por lo tanto la imagen que de él se transmite, y lo
que realmente es.
Jespersen (1976), siempre
él, nos ofrece una descripción muy completa de i, lo que se presupone
que es el lenguaje femenino. Según él, los hombres elaboran sus enunciados como
cajas chinas (o muñecas rusas), es decir, son capaces de construir frases
complejas con estructuras encajadas. Las mujeres ensartan collares de
perlas y les basta con coordinar las ideas que desean expresar. Por otra parte,
tienen una molesta tendencia consistente en dejar en suspenso las frases:
"Pienso que la explicación de este uso típicamente femenino reside en el
hecho de que, mucho más frecuentemente que en el caso de los hombres, las
mujeres no terminan sus frases simplemente porque empiezan a hablar sin
reflexionar previamente sobre aquello que iban a decir". De igual manera,
los hombres son excelentes en los juegos de palabras porque son sensibles a las
aliteraciones y a las asonancias, mientras que las mujeres no saben hacerlo y
no las entienden (es un fenómeno natural, por supuesto). Las mujeres son
pésimas lingüistas, aunque aprendan más rápidamente una lengua extranjera. Esta
rapidez constituye en sí misma un obstáculo porque les impide profundizar en la
reflexión. Los hombres son más lentos para aprender pero entienden mucho mejor.
Las mujeres utilizan sin ninguna moderación la hipérbole y los énfasis porque
siempre tienen tendencia a exagerar. Todo esto es natural e innato.
Finalmente, la; mujeres disponen de un vocabulario estable pero restringido
mientras los hombres disponen de un amplio vocabulario:
"Este factor (la
mayor inventiva lingüística de los hombres) no podría separarse de otro: la
mayor pobreza del vocabulario femenino respecto al vocabulario masculino. En
general, las mujeres prefieren un término medio en materia de lengua y evitan
todo lo que es común o raro mientras que los hombres serán los encargados de
crear en la mayoría de las ocasiones palabras o expresiones nuevas y utilizarán
aquellas que estando pasadas de moda les permitan usar la expresión más
correcta y más adecuada a su pensamiento. Por regla general, la mujer sigue el
camino más ancho del horizonte mientras que el hombre tiene más bien tendencia
a desviarse por senderos estrechos e incluso a abrirse camino él solo. La
mayoría de los que tienen por costumbre leer obras en lengua extranjera
seguramente han podido constatar que en general aquellas que habían sido
escritas por hombres presentaban más dificultades que las que habían sido
escritas por mujeres porque en sus obras es posible observar una mayor cantidad
de palabras raras, dialectales o técnicas, etc. Aquellos que deseen aprender
una lengua extranjera harían bien, en un primer momento, en leer muchas novelas
escritas por mujeres porque en ellas hallarán esas palabras y expresiones
cotidianas de las que ante todo precisa un extranjero: lo que podría
denominarse la calderilla de una lengua" (Jerpersen, 1976).
Para los hombres los
billetes grandes y para nosotras la calderilla: en el tesoro que
constituye la lengua (observen de paso que utilizo la metáfora del
"dinero"), Jerpersen se hace eco de los estereotipos más tópicos.
¿Por qué- me diréis- concederle importancia? Pues porque es el único, de entre
todos los lingüistas de cierta notoriedad de este siglo, que ha dedicado en una
obra de Lingüística General que aún figura de forma destacada en la
bibliografía básica todo un capítulo a La Mujer. Desde aquí se lo
agradecemos. Se trata de una obra seria que ofrece todas las garantías
científicas. ¡Y aún diremos que la lingüística es ideológicamente neutral!
Jespersen, en ese texto, hace afirmaciones sin fundamento y, lo que es aún más
grave, trata de demostrar apoyándose en una investigación de Havelock Ellis, Man
and Woman, que los rasgos descritos por él son inherentes a la naturaleza
femenina.
Ahora bien, como hemos
visto, cada una de las características atribuidas a las mujeres, con razón o
sin ella, es susceptible de una interpretación social. Los factores
psicológicos "innatos" provienen en realidad de esquemas culturales
cuya justificación se encuentra "en la naturaleza", lo que permite no
ponerlos de nuevo en duda.
La oposición entre los
estereotipos masculino y femenino corresponde al esquema dominación/ sumisión
el cual nos quieren hacer creer que se encuentra anclado en la naturaleza. Lo
que se desprende de las distintas representaciones que se hacen del lenguaje de
los hombres y de las mujeres es siempre el mismo cliché. El hombre es activo y
creativo, la mujer es pasiva y receptiva; el hombre va hacia adelante, la mujer
es conservadora. El hombre es libre y audaz, la mujer prudente y timorata; la
mujer se interesa por lo concreto, por lo trivial, mientras lo esencial del
hombre son las grandes ideas. El hombre reflexiona, la mujer no. El hombre
tiene sentido del humor, la mujer carece de él.
Todo esto explica que, en
cualquier época, las mujeres hayan sido tratadas como retrasadas y menores de
edad. De este modo, en 1604, R. Caudrey publica una Lista alfabética de
palabras con dificultades ortográficas o de comprensión para señoras u otras
personas inexpertas. En 1623, Henry Cochram elabora un diccionario
"para uso de los jóvenes escolares, de los mercaderes, de los extranjeros
de todas las naciones y para las damas". En 1656 Thomas Blunt dedica su Glosografía
"a las mujeres más sabias y a los hombres menos inteligentes y menos
cultivados". Aquí vemos que menos es igual a más. En 1841 aparece
el Diccionario de conversación para uso de señoras y señoritas.
¿Acaso termina esta
situación con el acceso de las mujeres a la enseñanza? En los tiempos de la
guerra de Vietnam, cuenta Mary Ritchie Key (1975) que el presidente de la
universidad de Harvard se lamentaba porque la guerra le había sustraído gran
número de estudiantes, no dejándole más que "a los ciegos, a los lisiados
y a las mujeres". El código napoleónico relaciona a las mujeres con los
menores de edad y con los enfermos mentales. Podríamos continuar indefindamente,
y no es el momento de recordar aquí las etapas del largo combate entablado para
defender el derecho de las mujeres a una instrucción que debería protegerlas de
las consideraciones de Jespersen y de sus compinches. En todo caso, el
prejuicio permanece hasta hoy. Todavía muy recientemente, una americana se ha
divertido haciendo que dos grupos pusieran notas a unas disertaciones cambiando
los nombres de los chicos y de las chicas. En todos los c: los trabajos que
llevaban nombre de chico recibieron notas y apreciaciones superiores.
Los hombres son
fácilmente condescendientes y tienen tendencia a hablar a las mujeres como se
habla a los niños, a los emigrantes y a los ancianos que chochean. Tal como
dice Claude Sarraute (en un artículo sobre sexismo en televisión, aparecido en Marie-Claire
en junio de 1977): "( ...) el lenguaje de la mujer puede ser entendido sin
demasiada dificultad por los niños y por las personas mayores". Y Marie
Cardinal (1977) escribe en el mismo sentido: "Ha comenzado a hablar de una
manera tonta, tal como los hombres acostumbran a hablar con las mujeres, los
ancianos y los animales".
He dicho que el
estereotipo era una forma de caricatura. Sin embargo no se puede caricaturizar
más que aquello que existe o que es percibido como tal en la sociedad. No se
puede negar que los niños y las niñas sufren cuando son pequeños un verdadero
adiestramiento orientado a acentuar las diferencias sexuales y a suprimir toda
ambigüedad Este adiestramiento es obvio en el ámbito del comportamiento y del
vestir. De manera más sutil, el lenguaje forma parte de él al mismo nivel que
otros códigos igualmente significativos en la comunicación como el código
gestual, la mímica, las formas de reírse o de sonreír, de andar o de sentarse,
todo lo cual contribuye a la configuración de la identidad sexual.
Los niños y las niñas,
sin distinción de sexo, se identifican en primer lugar con su madre. Aprenden a
hablar con ella. La superación del complejo de Edipo implica en el niño una
fuerte aserción de la masculinidad y el abandono de todo registro marcado como
femenino. El niño pequeño aprende a hablar como un "hombre" al mismo
tiempo que se identifica con su padre. Es necesario para él asentar sólidamente
su identidad porque se arriesga a una reprobación social si transgrede la
barrera sexual en el lenguaje como forma de comportamiento. Nada parecido
ocurre con la niña que sigue hablando como una "mujer" (Mead, 1949).
Desde el mismo instante
en que se admite la existencia de un código masculino y de un código femenino
distintos ante los ojos de la sociedad se plantean los problemas de las
transgresiones. En esto también el lenguaje no es más que un elemento dentro de
un conjunto más amplio de códigos de comportamiento. Las transgresiones están
generalmente mal vistas: las mujeres son tratadas de marimachos y los
hombres de afeminados (véase, por ejemplo, todo el vocabulario de la
homosexualidad; de ello una excelente fuente es NotreDame des Fleurs,
de Genet). Sin embargo, la transgresión es más grave si proviene de los
hombres. La mujer que se comporta y se expresa como un hombre es cada vez mejor
aceptada por la sociedad. Lo contrario no resulta cierto, aunque se percibe
cierto movimiento para legitimar el componente "femenino" en el
hombre (en el ámbito del vestir en concreto. Sin embargo, la moda unisexo
se expone a la reprobación de las capas sociales más conservadoras). Hay aquí
un contraste con las demás relaciones de desigualdad. Efectivamente, aunque la
clase dominante puede enfadarse con este tema, aunque el blanco puede adoptar
ciertos rasgos de la cultura negra (la música, el argot, por ejemplo), sin
embargo la transgresión inversa es vista con desprecio: el negro
"imita" al blanco, el obrero "imita" al burgués, de la
misma manera que la mujer, no hace tanto tiempo, "imitaba" al hombre.
Quizás sea porque las mujeres no tienen todavía una identidad cultural autónoma
(mientras que la cultura negra y la cultura popular sí la tienen). Marc
Fasteau, en un breve artículo publicado en la revista feminista Ms
(julio de 1972), invita a los hombres a abolir las barreras impuestas por la
ideología masculina que les separan de las mujeres. Les aconseja que aprendan a
comunicarse entre ellos como lo hacen las mujeres, es decir, que liberen la
palabra entre hombres. De este modo indica claramente un modelo femenino digno
de imitar. ¿Es quizá el comienzo del reconocimiento de la identidad femenina?
Notas
(1) Charlatán
viene del italiano ciarlatano, de ciarlare, "hablar con
énfasis", característica del discurso masculino.
(2) Performance en el original (nota de los traductores).
(3) Hemos preferido respetar el texto original con el que se alude a
expresiones de relleno o a formas "comodín" propias de la lengua
francesa (nota de los traductores).
(4) Aunque es justo reconocer que en este sentido se observa un nítido avance
desde hace poco tiempo.
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