De la construcción de los otros por nosotros a la
construcción del nos-otros.
Leticia Ruano
Las
ciencias sociales, a través de la historia, han enfrentado grandes retos para
comprender y explicar los hechos, fenómenos, procesos y acciones de la
sociedad. Esto ha implicado permanencias y cambios en la manera de abordar los
objetos sociales de estudio, a través de construcciones epistémicas, teóricas y
metodológicas diversas. Los marcos conceptuales se conforman a partir de lentes
culturales y posicionamientos sociales que delimitan los elementos rescatados
de la realidad, pero que además se aprehenden en recortes teórico metodológicos
específicos.
Lo
extraño, como desconocido y diferente a lo nuestro conocido (sobre todo
en la tradición europea), en muchas ocasiones ha constituido la atracción para
la producción científica y al mismo tiempo ha servido como parámetro para
comprender (colonizar) lo otro o diferente. Las preguntas ¿quién o qué
es lo extraño y por qué conocerlo?, ¿qué rol juegan los conocimientos extraños
y no extraños en la producción social?, ¿cómo se ha producido el conocimiento y
quién, desde dónde y para qué lo ha producido?, han dado sentido a la
curiosidad antropológica por conocer lo otro.
Este
ensayo pretende abordar grosso modo algunas reflexiones sobre la
construcción del nos-otros, como alternativa epistémica a la clásica
separación del nosotros y los otros, a través de un breve
recorrido y contrastando diferentes perspectivas antropológicas para entender
cómo, en la actualidad, la antropología de la experiencia ha llegado a ocupar
un lugar significativo en el conjunto de los modelos antropológicos. Centro la
atención en la producción del conocimiento antropológico, para luego tratar
algunas cuestiones sobre descripción e interpretación. Y finalmente hablar
sobre etnografía, etnógrafos y la construcción del nos-otros.
Paradigmas
y escuelas antropológicas en el proceso de producción de conocimiento: rumbo a
la antropología de la experiencia
Producción
del conocimiento
Participar
en una investigación implica un trabajo académico y de formación en un campo
específico del conocimiento social, y al mismo tiempo, delimitar un campo
problemático o una temática que interesa. El reto no sólo es trabajar sobre un
asunto, sino además saber o tener un conocimiento mínimo sobre el tema y las
maneras de abordarlo epistémica, teórica y metodológicamente. ¿A qué autores
recurrir?, ¿cuáles perspectivas teórico metodológicas son las más adecuadas?,
¿recurrimos sólo a autores que están de moda? Éstas son sólo algunas de las
preguntas que me guían para la elaboración de un modelo teórico metodológico
apropiado para el tema de mi investigación.
Es
ampliamente reconocido que las ciencias sociales cuentan con conocimientos
acumulados sobre el mundo social en las que coexisten puntos de vista
diferentes o antagónicos. Los debates no son sólo sobre lo académico, sino que
implican una gama de compromisos empíricos que constituyen las rivalidades. Si
bien es cierta esta realidad de producción del conocimiento en las ciencias
sociales, también es indudable que una explicación científica debe buscarse en
la fusión del conocimiento apriorístico y contingente.
Los
autores clásicos son interiorizados por los científicos sociales —además de los
modelos ejemplares— tanto por los que comulgan con sus ideas como por quienes
los critican (Alexander, 1990:22-34). Es decir, los clásicos representan la
condensación o reducción de la complejidad de las tradiciones generales. Esto,
de acuerdo con Alexander, tiene cuatro ventajas funcionales: facilita la
discusión teórica, sostiene compromisos generales, no reconoce un discurso
general y, estratégica e instrumentalmente es referencia importante, además de
que muestra la naturaleza de la motivación interaccional (Alexander, ibid.,
42-45).
Ahora
bien, cada una de las perspectivas teóricas ha contribuido en el desarrollo de
la antropología y las ciencias sociales, sin embargo, la búsqueda de la
cientificidad en algunos casos, el reconocimiento profesional en otros, o la
pretendida autoridad etnográfica en algunos más, limitó —parafraseando a
Erickson (s. f.:107)— muchos análisis por la búsqueda de la precisión, como fue
el caso del historicismo cultural. Esto nos muestra cómo las modas en la
producción antropológica configuran el tipo de rescate a realizar y con ello la
delimitación y limitación sobre lo social.
Así,
por un lado, hablamos de un conocimiento socialmente construido, que se
estructura en realidades sociales específicas y que a su vez son estructurantes
en el tipo de producción cognitiva. Y por otra parte, dentro de este complejo
sistema de posicionamiento sociocognitivo, el sujeto que investiga se constituye,
al emplear las reglas de juego sociales e institucionales, al concretar sus
puntos de vista de acuerdo con sus valoraciones e intereses.
Lo
relevante es la coherencia en la cual se describen y justifican las lógicas
proposicionales para explicar un fenómeno social. Es decir, estamos frente a un
campo social, que implica marcos interpretados de los actores y de las acciones
que pueden a su vez reinterpretarse. Es en este último sentido que conceptos
como el de intersubjetividad juegan un papel importante en el abordaje teórico
de la antropología actual, coadyuvando no sólo a elaborar interpretaciones
posicionadas, sino además a buscar el debate para confrontar sus consistencias.
La
intersubjetividad como concepto, por otra parte, nos enfrenta a un mundo social
plural, heterogéneo, diverso y complejo, el cual no puede ser reducido a
enfoques antropológicos con pretensiones de homogeneidad, sino todo lo
contrario; nos lleva a considerar que el conocimiento de lo social no es único,
en el sentido de que está sujeto a un paradigma trascendental o a leyes
universales desde las cuales se puede comprender y explicar lo social, sino que
el mismo (el conocimiento) es un producto que construyen los individuos
(científicos y legos) en sus interrelaciones.
Desde
esta perspectiva de la intersubjetividad, también ocurre que el lenguaje cobra
entonces centralidad. La manera en que definimos a los sujetos y los procesos,
devela las formas en que se mediatiza la aprehensión de información, su
sistematización, interpretación y análisis. Lo cual, al mismo tiempo, permite
la crítica de las diferentes corrientes de pensamiento, pues cada una define lo
pensable y lo que no lo es.
Las
críticas surgidas en las ciencias sociales han tenido en gran medida la
influencia de la técnica llamada desconstrucción, propuesta por Jacques
Derrida, misma que puede entenderse como "una actividad crítica extendida,
mucho más radical que la mera exposición de los errores que puedan achacarse a
los razonamientos de un determinado autor. En una desconstrucción se atacan y
se desedimentan ya no las afirmaciones parciales, las hipótesis específicas o
los errores de inferencia, sino las premisas, los supuestos ocultos, las
epistemes desde las cuales se habla" (cit. en Reynoso, s. f.:19).
Esto
significa en pocas palabras que el conocimiento social acumulado muestra
continuidades y discontinuidades en la configuración y cosmovisión del mundo
social.
Paradigmas
y escuelas
Existe
una multiplicidad de paradigmas y escuelas con especificidades de acercamiento
al campo teórico y empírico, como reflejo de la complejidad social.
Indudablemente quedan relaciones entre sus elementos que propician la
innovación en la investigación social. Así por ejemplo, se habla de una
incompatibilidad entre antropólogos culturales debido a sus actitudes básicas
hacia los otros, pues hacen diferente el entendimiento histórico, es decir, uno
ve a los otros como producto de su misma historia e historicidad (Rosberry,
1994:12-13).
A
finales de la década de los cincuenta existían tres grandes paradigmas en la
antropología: a) estructural funcionalismo británico; b) antropología cultural
y psicocultural norteamericana; y c) antropología evolucionista norteamericana.
A partir de los años sesenta, nuevas ideas dieron origen a la antropología
simbólica, a la ecología cultural y al estructuralismo (Ortner, s. f.:12-37).
En los años sesenta y setenta, la teoría weberiana es redescubierta por la
antropología simbólica e interpretativa, preocupada por la importancia del
significado y el potencial humano para activar creativamente el mundo. Su
contraparte fue la antropología sociocultural llamada economía política.
En
los ochenta, la escuela posmodernista tiene una perspectiva que enfatiza la
subjetividad de la experiencia y con ello una diferente autoridad etnográfica.
En el momento actual, se busca el diálogo entre cientificistas y humanistas, lo
que muestra el deseo de negociar prioridades teóricas a seleccionar por los
antropólogos (Erickson, op. cit.:146-147). Figuras como la de Mijail
Bajtín (fundador de la dialógica) tienen gran influencia en la antropología
contemporánea. Influencia que nos acerca a la llamada antropología experimental
—dialógica, polifonía y heteroglosia— que es tipificada por estudiosos como
James Clifford, George Marcus, Dick Cushman y Michael Fischer (Reynoso, op.
cit.:26-36).
Actualmente
existe una nueva clasificación de la antropología cultural con una visión
existencialista que conecta la existencia, la subjetividad y la experiencia; la
cual está organizada en tres grandes escuelas: la antropología crítica, la
antropología de la experiencia y la antropología posmoderna. En la primera, hay
una influencia de varias corrientes de pensamiento: marxismo, fenomenología
existencial, teoría crítica y filosofía del lenguaje. Entre sus seguidores
están Eric Wolf, Stanley Diamond, Bob Scholte, Del Hymes y Johannes Fabian
(Wright, 1993/94:345-352).
En
la antropología crítica, según Scholte, priva una postura epistemológica de reconciliación
existencial que se sostiene por una continuidad dialéctica entre
experiencia vivida y realidad antropológica. Para ello, se apoya en Dilthey con
su idea de la experiencia. Fabian y Ulin encuentran útil a Ricoeur por
su acento en la mediación, ya que toda experiencia personal se produce bajo
condiciones históricas. En este contexto, aparece la distancia hermenéutica
como reflexividad que es autorreflexividad, pues la distancia hermenéutica es
un acto y no un hecho (idem).
La
segunda escuela, la antropología de la experiencia, fue desarrollada
inicialmente por Victor Turner, hacia finales de los años setenta. Esta
corriente también tiene influencia de Dilthey con su concepto erlebnis o
experiencia —lo vivido a través de—. La experiencia tiene cualidades
estructurales identificables, se trata de una estructura procesual compleja que
combina interdependientemente facetas cognitivas, afectivas y volitivas; no
sólo son datos sensoriales, sino también sentimientos y expectativas (ibid.:353-355).
Esta
escuela tiene un doble ejercicio: es una reflexión sobre la experiencia
etnográfica per se y es un re-análisis de la cultura expresiva, es
decir, de los performances que estudian los antropólogos. Dilthey
diferencia entre experiencia —individual, recibida por la conciencia— y una
experiencia —articulación intersubjetiva de la experiencia, que tiene un
comienzo y un final y que se transforma en expresión—, esta última puede ser
una representación, un performance, una objetivación o un texto.
Entonces, la relación entre experiencia y expresiones es dialógica y dialéctica
(idem).
El
tercer caso, es decir, la antropología posmoderna es representada por las obras
de Marcus y Cushman, Clifford y Fischer, comprende al tiempo actual —el
posmoderno— por medio de nuevas herramientas cognitivas, conceptuales y estéticas.
De los grandes relatos y de una totalidad, pasa a la fragmentación de la
realidad, el caos y el desorden. El campo se transforma en texto, lo que
continúa con la metáfora geertziana. Parte del supuesto de respetar las voces
originales de nativos o académicos (ibid.:356-358).
Rabinow
—sustentado en Foucault— conceptualiza el poder como un elemento productivo que
permea las relaciones sociales y la producción de la verdad, entonces, desde
aquí la epistemología es un evento histórico (idem). Para Reynoso,
la antropología posmoderna es una transformación de la antropología
interpretativa. A partir de las ideas de Steven Sangren, su crítica a la
antropología posmoderna se centra en no prestar atención a la forma en que
institucionalmente se definen las modas antropológicas, en quiénes definen esas
modas y con qué objeto (op. cit.:11 y 53).
Antropología
de la experiencia
A
partir de los años ochenta, los análisis sociales utilizan tanto los términos
práctica, praxis, acción, interacción, actividad, experiencia, ejecución, así
como términos que se centran en el hacedor, es decir, agente, actor, persona,
uno mismo, individuo, sujeto. La influencia de las escuelas del interaccionismo
simbólico y el transaccionalismo han dejado huella en el desarrollo de los nuevos
conceptos (Ortner, op. cit.:38-45).
Ambas
escuelas —interaccionismo simbólico y transaccionalismo—, aunque reconocen la
existencia de la organización institucional y los patrones culturales,
enfatizan que estos aspectos no determinan la acción; por ende, puede decirse
que el estudio de la práctica no es antagónico al estudio de sistemas o
estructuras, sino más bien complementario. Existe en estos nuevos estudios una
amalgama del marxismo y del weberianismo, mediante la relación entre la acción
humana y el sistema, buscando explicar este último mediante de la práctica (idem).
Sin
embargo, Ortner tiene dos reservas sobre los análisis de la práctica. Por un
lado, la centralidad dominante de la práctica; y por otro, el cambio social
mayor como no consecuencia proyectada de la acción (ibid.:59-60). Hasta
aquí nos encontramos ante problemas epistémicos que redundan en la selección e
intercambiabilidad teórica y en la definición metodológica. ¿Cómo hacer
concreto el abordaje entre lo global y lo particular, entre lo estructurante y
lo emergente?, ¿cómo abordar un fragmento de la realidad tratando de lograr un
balance entre lo micro y lo macro, que nos acerque a interpretaciones válidas y
pertinentes?, ¿cómo jugar con las diferentes dimensiones y niveles de las realidades
sociales, para producir algo innovador y creativo?
Son
varios los elementos que se pueden rescatar de algunas escuelas, para tratar de
responder estas preguntas sobre las cuales apoyarnos en la elaboración de un
modelo innovador. Así, por ejemplo, para Geertz, en las teorías simbólicas
tanto experiencia como expresión son enfoques esenciales que deben encontrar
una vía para sintetizarlos. La vía está representada por la analogía del texto.
Ésta es entendida por Geertz como la inscripción de la acción, sus vehículos y
cómo funcionan éstos, es en sí la fijación del significado a partir del flujo
de eventos; es decir, la historia a partir de lo sucedido, entonces las
expresiones son la base para descubrir lo que se afirma (1994:43-48).
En
este contexto me interesa destacar la dimensión temporal de la experiencia, es
decir, lo que vivimos a través de ella que se constituye como autorreferencia
cuando es narrada. En este sentido, las expresiones y los performances
son de interés para el antropólogo de la experiencia (Wright, op. cit.:355).
De los tipos de reflexión sobre la experiencia individual y corporativa que
Turner (cit. en ibid.:356) rescata como narraciones están la biografía,
historias de vida, análisis de casos y la historia local, que también pueden
servir como mediaciones para mi estudio.
Sin
dejar de tener en cuenta, como señala Bruner, que no es lo mismo hablar de vida
como vivencia (realidad), que de vida como experienciada (experiencia) ni vida
como lo dicho (expresión); es la tensión entre estos tres aspectos lo que
constituye la clave del problema en la antropología de la experiencia.
Entonces, una expresión involucra una actividad procesual, una acción arraigada
en una situación social, con personas reales, en una cultura particular, dada
en un tiempo histórico. Las unidades estructuradas de la experiencia —relatos o
dramas— son células de significado socialmente construidas (1986:6-10).
Decir
es una imposición arbitraria de significados flotando en la memoria. Lo
interpretativo se da al seleccionar o descartar causas. El concepto de una
experiencia tiene una dimensión temporal de lo que vivimos en ella, es la
autorreferencia del decir. La interpretación es un filtro de la experiencia.
Las expresiones son unidades de análisis establecidas por la gente que se
estudia, más que por los antropólogos; aunque Bruner establece dos niveles de
operación de la interpretación: el de los sujetos de estudio y el del
antropólogo; lo que conlleva a una amalgama de interpretaciones (idem).
Asimismo,
Turner encuentra en la antropología de la experiencia formas recurrentes de la
experiencia social —dramas sociales— en la estructura de la experiencia grupal,
donde se replican, desmembran y recomponen, silenciosa y verbalmente, los
significados. Los actos humanos están impregnados de significados, los cuales
pueden ser observados minuciosamente en lo que sentimos, deseamos y pensamos
(1986:43 y 34).
Descripción
e interpretación
Al
hablar de la descripción y la interpretación estamos haciendo referencia a
situaciones posicionadas (cognitivas y valorativas) que, muchas de las veces,
suelen confundir el estado mental del observador científico con el estado
mental del sujeto observado. Esta relación simbiótica entre descripción y valoración
marca la naturaleza valorativa de la ciencia social, que lleva implícitos los
desacuerdos sobre los referentes empíricos. Todavía más, las implicaciones
ideológicas redundan en las mismas descripciones de los objetos de
investigación. Por lo tanto, las definiciones dependen de las perspectivas.
Entramos entonces al campo del discurso que, como forma de debate
argumentativo, es la operacionalización de proposiciones de modos distintos
(Alexander, op. cit.:34-41). Es decir, las descripciones de la realidad
son selectivas, con ausencias y presencias que permiten ubicar la producción
del conocimiento (ibid.:50-51).
Algo
similar encontramos en Sperber, quien señala que el problema en la antropología
emerge al reconocer que las ideas de los participantes no son observadas ni
descritas, sino comprendidas intuitivamente e interpretadas (1991:111). Este
autor propone una convergencia entre la etnografía interpretativa
—interpretaciones— y la antropología —descripciones—. Al preguntarse qué son
las interpretaciones etnográficas, se introduce a problemas epistémicos. Los
enunciados difícilmente expresan una simple observación, hay cosas que al no
ser observables dan origen a conjeturas o inferencias: "la descripción
resultante es en verdad lo que el etnógrafo seleccionó de lo que entendió, de
lo que sus informantes le dijeron, de lo que ellos entendieron" (ibid.:111-115)
y así sucesivamente.
Las
dificultades en la interpretación etnográfica están en las diferencias entre
los marcos conceptuales. Las generalizaciones son de dos tipos, descriptivas
—lo empíricamente posible— e interpretativas —lo epistémicamente posible—. Como
toda representación es cultural —define el qué, por qué y cómo es que se
selecciona y decide el hacer y saber antropológico—, entonces es mejor hablar
de la interpretación de representaciones: "Los etnógrafos mantienen una
ficción de acuerdo con la cual todas las representaciones sintetizadas en sus
interpretaciones son descripciones genuinas y verdaderas... incluso cuando las
representaciones interpretadas sean expresiones nativas genuinas, de ello no se
sigue que sean descripciones" (ibid.:119-124).
Por
lo que hablar de una explicación interpretativa obliga a centrar la atención en
el significado que tanto instituciones, acciones, imágenes, expresiones,
acontecimientos como costumbres tienen para aquellos que las poseen. Esto nos
introduce, por un lado, al sentido que un pueblo, un periodo o una persona dan
a sus vidas, así como, por otra parte, cómo entendemos nosotros el orden social
y el cambio histórico (Geertz, 1994:34).
Uno
de los movimientos teóricos más radicales es el de Geertz, quien argumenta que
la cultura no se localiza en las cabezas de los hombres, sino en los símbolos
públicos (1989:24-25), mediante los cuales los miembros de una sociedad
comunican su visión del mundo. El centro de interés es de qué forma los
símbolos modelan la manera como los actores sociales ven, sienten y piensan
acerca del mundo. Los símbolos operan como vehículos de cultura. Entonces, el
punto de vista del actor es el producto de la actuación social, desde aquí se
da sentido al mundo. Dar sentido a la cultura obliga a situarse en la posición
desde la cual es construida (Ortner, op. cit.:13-15). No obstante la
riqueza de sus aportaciones, Geertz es criticado por Ortner por no desarrollar
una teoría de la acción (Ortner, ibid.:14-15).
Etnografía,
etnógrafos y nos-otros
Si
bien la antropología se dio en un marco de desigualdad y dominación política, y
ha tenido la necesidad de conocimiento sobre otros, esto no significa
que estos otros no tengan derecho a la privacidad y la autodeterminación
(Hinsley, s. f.:17-19). Con la ruptura del dominio colonial centro-periferia,
como destaca Hinsley, los antropólogos enfrentaron un acceso más difícil a los otros.
Este cambio evidenció una autocrítica disciplinaria, llamando a la antropología
servidora del colonialismo.
Con
base en Foucault, Hinsley señala a la antropología como un discurso de
clasificación humana y de separación. Complementado con las ideas de Derrida,
Hinsley se pregunta quién puede contar la historia, y quién puede controlar la
narrativa. Concluye que "la etnografía ya no es la presentación de
observaciones y de datos con pretensión alguna de autoridad epistemológica, más
bien se convierte en prueba de representaciones personales; y las cuestiones
más relevantes que postula, tienen que ver con los procesos de su
escritura" (Hinsley, ibid.:25-26). Ahora bien, ¿qué es lo que busca
la antropología a partir de discutir sobre la antropología?
Una
de las luchas de los estudios sociales está en debatir sobre la centralidad de
los determinismos, es decir, la estructura y el sistema son sólo una parte de
la explicación social, la otra está en la locación del sujeto. Ortner insiste
en que "es nuestra ubicación ‘sobre el terreno’ la que nos pone en
posición para observar a la gente no sólo como reactor pasivo de los actos de
un sistema, sino como agente activo y sujeto de su propia historia" (op.
cit.:36-37).
Los
sujetos que estudian y los estudiados se relacionan interactivamente en el
campo social constituyendo un nos-otros. El mundo dominante
occidentalizado es cuestionado como único pivote para el conocimiento de los
llamados otros. Más aún, los que estudian tienen una historia
socioacadémica determinada, pero los sujetos también cuentan con epistemes que
explican su propia realidad. ¿Cómo hacer para que ambos posicionamientos
confluyan en una investigación social?
Considero
que la antropología crítica nos proporciona un punto de arranque para
esclarecer esta cuestión, al señalarnos que el conocimiento producido en el
encuentro etnográfico, se define por la naturaleza del fenómeno encontrado y no
tanto por la naturaleza del encuentro mismo. El rol del etnógrafo como
elector-de-datos y del informante como proveedor-pasivo, se modifica por
influencia de las teorías hermenéuticas. Desde aquí, la comprensión comparativa
de los otros contribuye al autorreconocimiento, autorreflexión y
autoemancipación como un nos-otros (Wright, op. cit.:350-352 y
356).
La
instancia reflexiva no significa que los otros se constituyan en cosas o
elementos abstractos. Con la antropología de la experiencia, el antropólogo
comprende la vida social como experiencia vivida por parte de él y sus
interlocutores (idem). Sin embargo, como bien ha sido señalado, el
peligro radica en que las actividades prácticas se conviertan en espectáculo,
en un objeto susceptible de sobresistematización y mala representación
(Bourdieu, cit. en ibid.:353).
Geertz,
con influencia de Gadamer, se plantea la fusión de horizontes como fundamental
para la etnografía (cit. en Hirsch y Wright, 1993:123). La pregunta que uno se
hace es ¿cómo puede darse la intercambiabilidad de dos visiones socioculturales
para producir algo en común? Problema bastante espinoso, es decir, que no acaba
de quedar del todo claro, ya que el mismo Geertz reconoce que la interpretación
que pueda hacer el antropólogo tiene significado y nivel de compresión
diferente al del investigado. Debido a que no está muy convencido de los textos
multivocales, considera más honesto decir que las etnografías son
interpretaciones del autor. Así señala:
Es
un modo discursivo distinto, es un modo discursivo que surge de la antropología
y es incorporado a la antropología, que no es accesible a la gente que no está
en ese marco de referencia... El trabajo de la antropología no consiste en
reproducir las interpretaciones que la gente da, sino en interpretar las
interpretaciones. Dar una segunda, una doble hermenéutica, un intento de tratar
de leer sus textos... Creo que es mejor decir: éste es mi punto de vista sobre
lo que está ocurriendo y, si tiene alguna queja, diríjala a mí y a nadie más.
Pero creo que Clifford tiene razón cuando dice que frecuentemente hemos
oscurecido las otras voces en nuestro trabajo. Creo que no nos hemos incluido
en el texto como lo debiéramos haber hecho (cit. en ibid.:125).
Conforme
uno lee más sobre estas nuevas antropologías, más motivante es explorar estos
mundos, sin embargo, también le resulta a uno confuso realizar una etnografía.
El cruce de ideas entre autores y disciplinas, entre temáticas y dimensiones,
entre fronteras de objetos de estudio, la dificultad de ubicar a ciertos
autores en marcos conceptuales definidos ya que sus aportaciones pueden ser
consideradas en varios campos del conocimiento, etcétera, hacen más compleja la
aproximación al sujeto objeto social a investigar. Cada modelo de pensamiento
sanciona elementos de los otros, entonces, me pregunto ¿cómo y desde dónde
plantear mi posición epistémica? Más aún, los nuevos planteamientos
antropológicos son tan extensivos y complejos, que parecen demasiado ambiciosos
de cubrir. En este sentido las preguntas de García Canclini me resultan
ilustrativas y por ello las rescato:
¿Quién
habla en un texto antropológico, en qué medida son aprehendidas las culturas
nativas, en qué grado son construidas por quien investiga, qué son el
"estar ahí" y el "estar aquí"?... ¿cómo entender la vida de
un pueblo que siempre describe las cosas no como son, sino como deberían ser?,
¿cómo saber si la dificultad para encontrar a una persona en el lugar en que se
dice que está implica una "diferencia epistemológica" básica entre
nosotros —como los conceptos de "conocimiento", "verdad" o
"prueba"— o si simplemente mentían?... [La voz del actor] ¿se trata
de una expresión auténtica?, ¿quién realmente habla?, ¿regularmente dicen lo
mismo?, ¿la recolección de discursos y observaciones de interacciones es o no
un recorte del proceso histórico y social?, ¿los datos están en el campo? (1991:58,
61 y 63).
Entonces,
¿cómo abordar el trabajo de campo? Si bien la observación participante ha sido
criticada por las nuevas tendencias en la antropología, James Clifford
(1991:152) propone que la solución estaría en una reformulación en términos
hermenéuticos como una dialéctica entre la experiencia y la interpretación. Sin
embargo, advierte que ni una ni otra pueden considerarse inocentes; por lo que
se hace necesario concebir a la etnografía como una negociación constructiva
que involucra por lo menos a dos o más sujetos conscientes y políticamente
significantes. El uso del yo presupone un tú y el discurso se da
en una situación compartida, el significado se da por la interlocución y el
contexto. Esto es lo que se conoce como el modelo del diálogo (ibid.:159-167).
No
obstante, nos topamos con una paradoja, la de asumir ingenuamente la utopía de
la autoría plural (idem), o por el contrario la de enfrentarnos a una
autoridad dispersa como mencionan otros autores (Marcus y Cushman,
1991:171-190). Además de que los sujetos de estudio hoy en día pueden hablar
por sí mismos, existe la inseguridad epistémica de los etnógrafos en la
descripción de otro mundo de vida. Estos elementos caracterizan la situación
actual de la etnografía, ya que hoy se perciben diferentes formas de hacerla
(Geertz, 1988:114).
No
obstante, el conocimiento "desde el punto de vista del nativo" genera
un problema epistemológico, que Geertz resume con la pregunta "¿cómo ver
las cosas desde el punto de vista del nativo?" Desde la perspectiva de la
antropología interpretativa planteada por Marcus y Fischer, el "punto de
vista del nativo" permite acercarnos a la forma en que diferentes
construcciones culturales de la realidad afectan la acción social. Esto opera
en dos niveles simultáneamente: provee explicaciones o visiones de otros mundos
desde adentro, y reflexiona sobre los fundamentos epistemológicos de tales
explicaciones (Marcus y Fischer, 1986:26 y 30-32).
Actualmente
las discusiones giran en torno a la metáfora del diálogo como un proceso de
comunicación activo en un intercambio desde las dos dimensiones. La
yuxtaposición de la experiencia cercana y experiencia distante de
Geertz, significa el intercambio comunicativo, el entendimiento a partir de un
acuerdo o significado mutuamente establecido. El cruce cultural también se
explica por cruces temporales, entonces se habla de una hermenéutica histórica
y de una hermenéutica cultural (idem).
La
comprensión de la experiencia de los otros no se logra por la simple
empatía, sino por el contrario, se puede renunciar a ella para introducirse en
la observación de la experiencia en su propio marco de ideas sobre la
conciencia de sí (Geertz, 1994:74-77 y 89). Para un mejor entendimiento de lo
que dice Geertz sobre el trabajo del etnógrafo, es necesario rescatar tres
características implícitas en su pensamiento. Una es el punto de vista local,
que es inclusivo, de cómo la gente se entiende a sí misma, esto es, la llamada
experiencia cercana. Para no caer en el localismo, Rosaldo propone el
aprendizaje de otros conocimientos locales. Otra característica es encontrar
contextos apropiados para elucidar el fenómeno bajo estudio, esto es, ir desde
las preocupaciones más generales hasta las más locales. Una última
característica es la concerniente a las comparaciones como forma de explorar
rangos de significados en una pluralidad de posibilidades humanas y categorías
conceptuales. Las etnografías son herramientas para conocer las diferencias
entre la gente y para producir un vocabulario público que permita hablar a uno
con el otro. Se trata de comparaciones de cruces culturales y de una
conversación igualitaria entre fronteras culturales (Rosaldo, 1997:30-34).
Sin
embargo, para Aletta Biersack, examinar el carácter ideológico y político del
conocimiento local requiere atender el contexto histórico en el cual dicho
conocimiento opera. La autora ve en el pensamiento geertziano la influencia de
la historia social y de las mentalidades, debido a los acercamientos simbólicos
en historia. Biersack en su crítica hacia Geertz se fundamenta en Sahlins, para
quien el desafío de una antropología histórica no es meramente conocer cómo los
sucesos son ordenados por la cultura, sino cómo la cultura es reordenada en el
proceso (1989:74-85).
Por
su parte, Marcus y Fischer señalan que el reto de la etnografía se constituye
en mostrar las epistemologías autóctonas, las retóricas, los criterios
estéticos y las sensibilidades. Son cinco los marcos o recursos de sentido
común que los autores seleccionan para la exposición etnográfica: historia de vida,
ciclo de vida, ritual, géneros estéticos y el incidente dramático del conflicto
(Marcus y Fischer, op. cit.:48 y 56-57).
Si
bien es cierto que la etnografía tuvo un giro importante al incorporar en el
texto la autobiografía, que significa vivir interacciones, experiencias
participativas y conocimiento involucrado (con la utilización del diario de
campo, la clásica articulación de la cotidianidad, la inmersión personal, la
relación con los otros y el encuentro cultural), esta práctica puede ser confusa
a partir de lo secreto en el diario. Los procesos emocionales y el trabajo
intelectual están presentes en la autobiografía, y en ella se integran el
antropólogo y los otros. Una perspectiva antropológica implica reflexividad en
el campo y en el proceso de construcción de la narrativa, no sólo es la crítica
de los textos de los otros (Okely, 1992:2-8).
A
manera de conclusión
Es
indudable que no es posible recuperar en este trabajo todos los elementos de lo
revisado en las diversas fuentes bibliográficas. Sin embargo, es preciso
señalar, rescatando algunos aspectos de la antropología de la experiencia, que
las categorías pueden ser puntal de un modelo sui generis que permita el
acercamiento, relación y diálogo con los sujetos de estudio.
Entre
los conceptos y dimensiones de análisis enfatizaríamos los siguientes: el
concepto de la dimensión temporal de la experiencia que, como ya vimos,
implica varias dimensiones; lo vivido como: a) realidad, b) experiencia, y c)
expresión. Esto coadyuva a la ubicación del objeto social y de estudio en un
tiempo determinado, y aún más, posibilita conocer las relaciones estructurales
y cotidianas dentro de un espacio concreto. Lo anterior sería el punto de
acceso para preguntar sobre:
1.
La dimensión de la realidad como contexto: ¿quiénes son los personajes
principales que constituyen el espacio a estudiar?, ¿qué tipos de organización
e interacción institucional existen entre los sujetos en un momento
determinado?, ¿cuál es la relación de la institución —organización o grupo— y
los personajes?, ¿cómo delimitan ellos su propio territorio como comunidad?,
¿cómo es la cotidianidad particular de la vida y las acciones de ellos?, ¿cómo
conviven?, ¿cuáles son las relaciones sociales, económicas y políticas que
tienen entre sí?, ¿cuál es la posición e interacción de estos personajes con
otros?, y ¿cómo son sus procesos de inserción en las diversas acciones?
2.
Sus experiencias: ¿cómo ha sido la historia particular de los individuos
involucrados y de sus familias, la vida comunitaria y la decisión de participar
en la vida institucional?, ¿cómo es esta última considerada por quienes
participan, el decir de la comunidad respecto a los protagonistas y las
acciones de los individuos?
3.
Sus expresiones como parte de sus experiencias, sobre determinados discursos,
ideologías o credos, en los cuales fundamentan o dan sentido a su identidad
como sujetos sociales: ¿qué formas de comunicación y formación se han realizado
para la difusión y organización de sus acciones (valores, información,
expectativas, deseos, creencias), con el propósito de conocer sobre las
diferentes acciones que realizan?, ¿por qué se hacen, cómo participan en ellas,
quiénes las diseñan, cuáles permanecen o qué otras nuevas se han emprendido?
Ésta
es una serie de preguntas que permite ir reconstruyendo este tipo de análisis
social, pues al sistematizar lo aprehendido de la realidad y lo contrastado
conceptualmente, se delimitará con mayor precisión el sentido vertebral del
estudio sobre la experiencia. Pero no cabe duda que, lo expuesto líneas arriba,
son sólo algunos de los retos a los que se enfrenta un proceso de investigación
sobre el nos-otros.
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Artículo
publicado en la revista Educar
Número 12 Metodología Cualitativa
http://www.jalisco.gob.mx/srias/educacion/consulta/educar/dirrseed.html