CREATIVIDAD  Y TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA .

 

Mario Fiedotin.

 

 

La creatividad ha sido casi siempre vinculada con la novedad y con aquellos aspectos relacionados con la transformación y los procesos de reestructuración.

La paradoja es que los sistemas educativos han estado siempre asociados a consolidar y robustecer lo conocido, aunque ello implique la cristalización de posiciones estereotipadas.

La tendencia al cambio y la resistencia al mismo requieren la aplicación de soluciones creativas. No podemos dejar de reconocer que en todo acto creativo hay una dialéctica entre pasado y futuro, conocido y desconocido, virtual y real. Desde siempre la creatividad ha estado asociada a unos pocos "genios" o "locos" que han sabido diferenciarse de los modelos masivos, imprimiendo un nuevo rumbo y desafiando los paradigmas conocidos. Históricamente los procesos creativos han logrado el impacto necesario para ser asimilados a los cambiantes entornos sociales.

 

 

La transformación educativa en Argentina

 

Pocas cuestiones son más trilladas que aquéllas que nos recuerdan que vivimos en una sociedad occidental, donde el conocimiento racional-intelectual y la competitividad de las organizaciones (y de todo país y todo ser humano, por cierto) depende cada vez más de sus recursos intelectuales y no tanto de los medios físicos, infraestructura o disponibilidades financieras.

Si estos criterios son aceptados, deberíamos considerar cómo se estudia el origen, la creación y la transmisión de los nuevos modelos de aprendizaje. Los actuales escenarios socioeconómicos y los procesos de renovación cultural y política que traen aparejados no pueden entenderse como el simple efecto de los cambios del fin de milenio.

Frente a esta realidad, las autoridades del Ministerio de Educación de la República Argentina han emprendido, en los últimos años, desde el retorno al sistema democrático de gobierno, diversos procesos de reformas, tratando de articular las exigencias de los distintos sectores que conforman el sistema.

El aporte más creativo y original que surgió de las experiencias de la última década ha sido, sin duda, la aplicación de nuevas metodologías que operaron buscando el consenso y utilizando herramientas de negociación en lugar de imponer mecanismos basados en leyes y decretos sin el respaldo de las organizaciones intermedias. A dicha experiencia se la denominó Congreso Pedagógico Nacional y abrió la posibilidad de participación a todos los interlocutores internos y externos al sistema educativo.

La convocatoria se efectuó de 1984 hasta 1988 mediante la sanción de una ley aprobada por unanimidad en el Congreso Nacional.

La Comisión Organizadora Nacional buscó legitimar su integración con una convocatoria amplia a todos los sectores, pero excluyendo a los gremios docentes. Fue desarrollado en diferentes etapas con Asambleas de Base locales, jurisdiccionales, provinciales y, por último, la Asamblea Nacional que se efectuó del 27 de febrero hasta el 6 de marzo de 1988.

Uno de sus mayores aportes fue la aplicación de un sistema de concertación en las asambleas a través del cual se establecían acuerdos por unanimidad, por mayoría o por disenso.

Dada esta particularidad organizativa acerca de las situaciones críticas de la educación (en cualquiera de sus temas), el debate estuvo en las calles. Aún hoy hay quienes recuerdan la sorpresa y satisfacción de conversar o discutir, en el supermercado o en la parada del autobús, los hechos acontecidos o los temas tratados en la asamblea del día anterior.

El entrecruzamieto de los diferentes agentes y estratos sociales posibilitó un efecto multiplicador en el desarrollo del compromiso social frente al cambio y la vivencia de ser un agente activo cuya palabra era tenida en cuenta.

Los diagnósticos fueron unánimes al considerar que

 

 

La ausencia de un proyecto nacional y popular en lo cultural, económico, político y tecnológico, la vigencia de un modelo dependiente, verticalista y centralista en desmedro de un federalismo y en menoscabo de la cultura popular y nacional inserta en la realidad latinoamericana explican la situación educativa actual que no responde a las exigencias de nuestra sociedad y al desarrollo integral y armónico de la persona, por la desarticulación de su estructura, su rigidez, ineficiencia, incoherencia y centralización con esquemas permitidos. (Informe final de la comisión tres, Ministerio de Educación y Justicia, Buenos Aires, Argentina, julio 1988).

 

 

Pueden mencionarse entre estas ideas la necesidad de la descentralización, la aplicación de criterios de eficiencia en el sistema, la oportunidad de efectuar evaluaciones acerca de la calidad de la enseñanza, el encuadre ideológico y la identidad sociocultural, la necesidad de un enfoque integrador de la escuela al medio social, recursos para el financiamiento, deberes del Estado, modelos de autogestión, lineamientos y perspectivas para los planes culturales, etcétera.

Aunque muchas de sus conclusiones no pudieron luego aplicarse, sus enfoques y recomendaciones generaron una siembra de nuevas ideas que atravesaron las viejas estructuras.

Habiendo concluido en 1989 el primer gobierno de la etapa democrática argentina que promoviera el Congreso Pedagógico, se inicia un segundo periodo con cambios en la orientación política, se plantea un nuevo rumbo para las transformaciones educativas. Las ideas imperantes se caracterizaron por revalorizar el tratamiento de los cambios promovidos por las fuerzas oficialistas en el ámbito de la discusión parlamentaria de ambas cámaras de la asamblea legislativa.

Diez años más tarde, en 1993, se aprueba la Ley Federal de Educación que refleja parcialmente los aportes de catorce anteproyectos presentados por distintos legisladores.

Actualmente todos los sectores coinciden en señalar la función estratégica del conocimiento en las sociedades que basan su accionar en modalidades de creciente competitividad.

La apropiación del saber se convierte en un bien transable para los individuos y para el progreso de una sociedad. Las mayores dificultades se centran en definir cuáles son los conocimientos socialmente significativos, cómo se generan las condiciones que aseguren la calidad de los procesos en el sistema educativo. A este escenario debe sumarse la profunda transformación de la economía en los países en vías de desarrollo y su incidencia en el deterioro del sector docente.

Se observan con claridad indicadores que muestran la dificultad de adecuar el desempeño profesional al nivel de la demanda social. Como consecuencia de estos procesos surge una desvalorización social del rol docente, acompañada de una falta total de motivación para las nuevas tareas incluyendo la actualización permanente y la lucha por obtener la infraestructura y el equipamiento adecuado a las nuevas exigencias.

Las principales características de la Ley Federal de Educación del 93 son las siguientes:

 

1. Estructura académica:

Extensión de la escolaridad obligatoria a diez años, dividida en tres niveles:

 

Nivel Inicial: de tres a cinco años, siendo obligatorio sólo el último.

 

EGB (Educación General Básica): dividida en tres ciclos de tres años de duración cada una. Todos de carácter obligatorio.

 

Educación Polimodal: de tres años de duración con vinculaciones al mundo del trabajo. Este último nivel no es de carácter obligatorio.

2. Diseño de contenidos básicos comunes (a nivel nacional).

3. Nuevo modelo de organización institucional (descentralización en la gestión, conducción y administración de la unidad escolar).

 

Los cambios en el sistema se efectuaron gradualmente y no del mismo modo en todo el país. Implicaron cambios de infraestructura física, reinserción y capacitación docente y un gran esfuerzo de articulación en todos los niveles.

Actualmente se encuentra en sus comienzos de aplicación el Nivel Polimodal que inaugura en 1999 el primer año del trienio correspondiente.

En el año 2001 se producirá el egreso de la primera camada de alumnos formados en el nuevo sistema. Y deberán esperarse unos diez más para poder evaluar y comparar los resultados con otras promociones que fueran formadas bajo el currículum anterior.

Cabe señalar también que en el actual proceso de puesta en marcha de la Ley Federal, el rol de la escuela ha ido ampliando cada vez más sus aspectos asistenciales para poder reforzar las condiciones mínimas necesarias para la permanencia de los alumnos en el sistema escolar.

Actualmente se aplican en las escuelas planes de alimentación (provisión de refrigerios a media mañana y en la tarde, aumento del número de escuelas que brindan el almuerzo, para muchos niños su única comida diaria), así como planes de salud.

Esta es la realidad latinoamericana, que parecería no concordar totalmente con los supuestos beneficios de la globalización.

Frente a este proceso, la diversidad y la necesidad de ajustes adquieren mayor protagonismo, quedando de manifiesto que la ley es producida desde ámbitos alejados del aula torna dificultosa su instrumentación.

Los programas de compensación intentan adecuar la realidad a las necesidades específicas de las poblaciones de campesinos y de aborígenes, creando las condiciones para una disminución de las desigualdades en las oportunidades educativas de las citadas comunidades. De igual modo, se plantea la adaptación de los programas para niños y jóvenes de centros urbanos que viven en situación de alta precariedad. También es necesario atender las necesidades de aquellas poblaciones que poseen requerimientos especiales promoviendo el respeto por las diferencias e integrándolos al sistema en su conjunto. Se requiere repensar las líneas de acción destinadas a la inserción de jóvenes y adultos que sin una adecuada atención quedarán marginados por completo de los espacios laborales.

Hasta ahora las transformaciones educativas latinoamericanas parecerían venir de la mano de cambios de forma, de contenidos básicos y de cuestionamientos acerca del rol social de la escuela frente a la pauperización creciente de las clases sociales medias y bajas. Dichos cambios parecerían ser meras adaptaciones a las demandas sociales y distan de ser una transformación de fondo.

 

 

Aprendizaje y creatividad

 

El enfoque pedagógico tradicional ha remarcado que el objetivo y la importancia del aprendizaje radica en la adquisición de conocimientos, incluyendo así los contenidos curriculares.

Cabe preguntarse si el dominio de ciertas operaciones lógico-matemáticas, de algunas construcciones sintácticas, gramaticales, morfológicas y el abordaje de las ciencias naturales y sociales dan cuenta de los requerimientos del aprendizaje.

Desde este punto de vista no sólo la enseñanza obligatoria, sino también los años posteriores que se denominan polimodales, enseñanza media o secundaria, se encuentran atravesados por contenidos que otorgan a los educandos los conocimientos que les serán de utilidad en su vida práctica, laboral, y/o profesional. Todo ello sin decidir de modo convincente cuál es la metodología más adecuada para adaptar los contenidos a los cambios del medio social.

Un análisis de la estructura curricular permite observar que en realidad el sistema utiliza una metodología basada en el desarrollo de los recursos individuales de los niños que cursan el nivel de educación inicial.

Se desconocen las razones por las cuales esta predominancia de la adquisición de conocimientos a través de los recursos representacionales (señalando el camino por medio de preguntas o de situaciones problemáticas para la búsqueda de respuestas) es dejada de lado frente a la necesidad de adquirir la lecto-escritura.

La importancia trascendente de los procesos creativos como herramienta básica del desarrollo intelectual constituyen el núcleo de los primeros aprendizajes.

Si aprender es una condición de vida de carácter permanente, ya que los avances en el campo del conocimiento no se detienen, sería más importante enseñar a aprender que enseñar a incorporar información explicitando los diferentes modos de abordar la misma.

Aquí es donde la creatividad juega un rol preponderante aportando un enfoque tanto en el modo de proponer problemas como en el modo de resolverlos, retroalimentando en la vida cotidiana situaciones que puedan ser asimiladas como planteos que facilitan nuevos desarrollos.

El sujeto en su primera infancia —y más específicamente en su etapa prelingüística— construye sus caminos de investigación, recrea una y otra vez para poder aprender y aprehender el mundo que lo rodea. La realidad está ahí presente en forma caótica, no posee orden ni secuencia que facilite su adquisición. Los padres no aplican ejercicios de creatividad ni juegos para desarrollarla.

Los padres y maestros se sorprenden de su capacidad de concentración y perspicacia para resolver sus escollos.

Algo sucede entre este niño, libre, pleno, dueño de su potencial, de su creatividad en permanente actividad y el adulto que debe ser estimulado, motivado o rescatado mediante técnicas especificas que le permitan recuperar aquella capacidad creativa que le facilitara los primeros aprendizajes significativos.

Sin duda que entre el sujeto de la primera infancia y el adulto la organización escolar actuó generando improntas que marcaron la modalidad de sus enfoques cognitivos y de procesamiento de la información.

En sus orígenes la escuela tuvo por función especifica y primordial la enseñanza de la lecto-escritura. Lejos están los días en que había que saber leer y escribir para ser reconocido en el medio social.

En una segunda etapa se priorizó el acopio de información; el cúmulo de conocimientos sin distinción de jerarquías constituía un objetivo en sí mismo. Se caracterizó por una concepción activa del docente como poseedor del saber a trasmitir y un rol pasivo del alumno, destinado a escuchar y aprender de la palabra del maestro.

Una tercera etapa se inicia cuando los avances tecnológicos posibilitaron la difusión masiva de la información a través de los medios de comunicación en tiempo real.

Maestros y alumnos quedan igualados y sólo los diferencia su capacidad para orientar la búsqueda, seleccionar los contenidos adecuados, procesar la información y resignificar axiológicamente aquellos indicadores que dan cuenta del objeto de conocimiento. El aula se convierte en un lugar competitivo que genera dos modelos perfectamente diferenciables: en uno de ellos el maestro ocupa el lugar del saber, juzga sin más criterio que la arbitrariedad que surge del poder que le otorga la institución para calificar a sus alumnos, considerando como transgresión todo cuestionamiento al saber dado por la autoridad. En el segundo modelo el desarrollo del niño se va produciendo a través de progresivos desprendimientos del adulto. El saber que éste tiene opera como facilitador para privilegiar los procesos de enseñanza-aprendizaje. El maestro ya no es quien debe demostrar lo que sabe y evaluar al alumno por lo que aprendió, sino aquél que encuentra las condiciones para generar un proceso de aprendizaje libre y creativo con relaciones facilitadoras de nuevas articulaciones que posicionan al sujeto como protagonista.

El maestro y los adultos significativos del sujeto crearán las condiciones para que pueda seguir desarrollando sus capacidades de aprehender un mundo cada vez más complejo, en constante cambio y con altos niveles de incertidumbre.

Sus enfoques se centran en el desarrollo de su capacidad simbólica estimulando la actividad lúdica que le posibilitará lograr los aprendizajes más importantes de sus primeros años de vida.

En este marco teórico la creatividad es inherente al sujeto y no puede ser considerada como un rasgo, una característica o una cualidad aislada posible de ser escindida de los procesos emocionales, cognitivos o sociales. No es un don que le pueda ser otorgado desde algún lugar en cualquier etapa de la vida, ni un dominio que se transmita con la sola participación en talleres de ejercitación de técnicas.

Hallman señala ("Techniques of Creative Teaching", Journal of Creative Behavior, 1967:325-330) que "la creatividad puede enseñarse y al mismo tiempo han sugerido (las investigaciones) que ciertas técnicas son más eficaces que otras para obtener de los alumnos respuestas creativas. En razón de que la capacidad creativa no puede controlarse deliberadamente, sino sólo fomentarse, puede inhibírsela con mucha facilidad."

Aclara que "la literatura de investigación sostiene la posición que la creatividad puede realmente enseñarse, pero que no se la puede enseñar con métodos tradicionales autoritarios. Los procedimientos creativos no pueden prescribirse ni pueden escribirse en planes de lecciones; sin embargo, la enseñanza creativa es la mejor manera, quizá la única, de promover la conducta creativa por parte de los alumnos." (op. cit.)

Menciona entre los factores frecuentemente descritos en la literatura de investigación el efecto negativo que generan las presiones conformistas para el cumplimiento de objetivos y de rutinas, las actitudes autoritarias de los docentes que condicionan la actividad de los alumnos hacia la obtención de respuestas fijas y predeterminadas bajo la modalidad del cumplimiento de órdenes. También señala las tendencias a ridiculizar el valor propio de los aportes creativos, la rigidez de ciertas personalidades que bajo la fachada de la inflexibilidad esconden perturbaciones más severas ligadas a estructuras egocéntricas, así también la sobrevaloración de las recompensas y una excesiva preocupación por el éxito.

Finalmente, cabe mencionar la hostilidad contra quienes asumen actitudes inconformistas y se diferencian de los patrones tradicionalmente establecidos, promoviendo actitudes divergentes y la intolerancia hacia las actitudes lúdicas en relación con las actividades escolares.

Para desarrollar la creatividad en la educación será condición indispensable la más amplia libertad para poder jugar con ideas y materiales, con representaciones de los objetos y con los objetos mismos, de modo que operen como fuente de estímulo incesante para sumergirse en la fantasía y en el mundo de lo impensado e inesperado. Los actos creativos estarán sólo encuadrados por los sucesivos reacomodos, cambios y fusiones del material con el que se trabaja.

Los procesos intelectuales requieren de una alta dosis de creatividad para ser productivos, porque requieren de la capacidad de investigar, lograr nuevas conexiones entre datos conocidos, efectuar suposiciones insólitas, elaborar ideas más originales conjugando elementos que parecían ajenos entre sí, expresar nuevas relaciones y modelar información de modo imaginativo a través de asociaciones increíbles hasta el momento de su descubrimiento.

Las capacidades intelectuales, cualesquiera que sean las definiciones que convengamos sobre ellas, sólo pueden ser promovidas si se parte de la disponibilidad en los sujetos de encuadres que les permitan modificar sus puntos de vista, converger en nuevas posiciones respecto a la percepción de los problemas, abandonar de modo consciente sus preconceptos acerca de los temas y materiales que constituyen su objeto de estudio, abordar nuevas categorías que los diferencien de lo establecido y evitar ajustarse a un método rígido de trabajo. La búsqueda de nuevos significados y la resignificación de los ya dados no sólo constituye un enfoque didáctico, sino que es la base sobre la cual se apoyan las capacidades para comprender los procesos de cambio, internos y externos, que se desarrollan en todo acto creativo.

Señalamos precedentemente que cuando se habla de aprendizaje se vincula el concepto de enseñanza como un proceso que puede ser diferenciado por los enfoques metodológicos puestos en juego. El aprendizaje supone siempre un proceso activo donde el alumno debería participar en la generación de aquellas condiciones que actúan como facilitadoras.

El aprendizaje posee un carácter instrumental y transformador que permite desarrollar en los sujetos la capacidad para resignificar la realidad con la cual operan.

Nuestro mayor desafío es convertir a la escuela en la organización capaz de fomentar el desarrollo de la creatividad.

Fomentar el pensamiento divergente, los procesos cognitivos sustentados en metodologías de investigación, la experimentación y la apropiación de contenidos a través de las modalidades no tradicionales, constituyen las bases sobre las cuales se debería apoyar el núcleo de la transformación de los programas educativos.

Los cambios curriculares introducidos en la Argentina, a partir de la nueva legislación, han reforzado aquellos contenidos que se adecuan mejor a los supuestos que gobiernan los programas de inserción socio-laboral. Una muestra de ello es la incorporación de materias como Tecnologías de gestión, Culturas y estéticas contemporáneas, Cultura y comunicación, Espacios institucionales, etcétera, cuyos indicadores se han tomado de los requerimientos de los sistemas formales.

Estos módulos intentan dar respuestas a los desfases del periodo de transición. Sin embargo, no hay mención alguna de cómo podrían desarrollarse las habilidades que sustenta el pensamiento creativo.

No se observan preocupaciones manifiestas acerca de aquellos modelos que generen experiencias que desarrollen el potencial creativo de los actores que intervienen en el sistema educativo, tanto alumnos como docentes.

Las implicaciones que se desprenden de estos enfoques centrados en la modificación de los contenidos, prescindiendo de los requerimientos metodológicos que permitan desarrollar el potencial creativo de los intervinientes, está aún lejos de poder evaluarse.

Aunque se proclama a los cuatro vientos la imperiosa necesidad de adaptar la escuela a los cambios del presente, la educación para la creatividad que aseguraría la factibilidad en la implementación de las propuestas, ha quedado abandonada a la suerte de los factores personales de quien decida implementarla.

Fomentar el potencial creativo no ha constituido una meta a lograr, sino tan sólo un deseo expresado de diferentes modos, más cercanos a la descripción teórica de las virtudes que se le asignan a las prácticas creativas que a la satisfacción de un principio indisoluble para el verdadero cambio estructural que necesitamos.

¿Podremos avanzar de este modo cuando el fundamento mismo de la creatividad es la reflexión y el estudio de las alternativas que permitan pensar hacia adelante, en lugar de resolver apuntando al pasado?

 

 

Bibliografía

 

Albergucci, R., Ley Federal y Transformación Educativa, Troquel, Buenos Aires, 1995.

Davis, G. y J. Scott, Estrategias para la creatividad, Paidós, Buenos Aires, 1992.

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De Prado, D., Reorientar creativamente la escuela, CIC, Santiago de Compostela, 1990.

Pavlosky, E. y H. Keselman, Espacios y creatividad, Búsqueda, Buenos Aires, 1990.

Pichón Rivière, E., El proceso creador, Nueva Visión, Buenos Aires, 1987.

 

Artículo publicado en la revista Educar

Número 10 Creatividad y Educación

http://www.jalisco.gob.mx/srias/educacion/consulta/educar/dirrseed.html