Variaciones sobre un vínculo inquebrantable: el papel de las nuevas tecnologías en el desarrollo profesional del docente

 

 

Pedro S. de Vicente Rodríguez

Universidad de Granada

 

 

"Pero en el rostro de Kino había un resplandor profético.

– Mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y escribirá bien. Y mi hijo hará números, y eso nos hará libres porque él sabrá... él sabrá y por él sabremos nosotros"

(John Steinbeck, ‘La perla’)

 

1. Caracterizando personajes, materiales y contextos

 

El ser humano

Hete aquí la gran maquinaria; maravillosa combinación de elementos perfectamente ordenados y ensamblados entre sí; armonioso, equilibrado y dinámico conjunto de piezas funcionales perfectamente engarzadas. Hete aquí el poderío, la imaginación, la curiosidad constante, la creatividad, lo singular junto a lo exotérico, la voluntad, el sentimiento, la emoción, la ternura... El único ser en el universo conocido capaz de la realización de las más diversas y complejas funciones, de llevar a cabo lo inaudito, raro y/o peligroso, capaz de las más excelsas hazañas –aunque también de los más bajos instintos–, de lo más encomiable –si bien además de lo más abyecto–, de amar profundamente –y odiar con idéntica fuerza–, de competir consigo mismo y con otros, de extasiarse ante cualquier forma de belleza y de producir él mismo espléndidas obras en las diferentes artes, de avanzar en el saber hasta límites insospechados... Hete aquí el ser poseedor de una masa cerebral habilitada para el diseño y la invención y para ordenar a todas y cada una de las demás partes del cuerpo la realización de las más diversas y complejas funciones...

Es el ser humano el único capaz de poner en marcha las más diversas formas de pensamiento y de reflexionar sobre ellas, de enfrentarse a cuestiones dilemáticas y resolverlas haciendo uso de sus propios recursos mentales, mediante los que diseña caminos y estrategias, desarrolla acciones y evalúa resultados y procesos. Él está capacitado para aprender modos específicos y otros novedosos de resolución de problemas, para aprender a plantearlos y a darles solución, a utilizar el pensamiento para engendrar más pensamiento –en una cadena infinita de progreso desde las formas más simples a las más complicadas–, a utilizar estrategias que le permitan la comunicación con otros, la discusión y el debate, a través de los que pueda hacer explícitos los pensamientos de los que tácitamente disponía.

Para él se hace posible la reunión y tratamiento de ingentes cantidades de información, su ordenación y la extracción de inferencias aplicables. Y, desde ella, el ser humano posee la capacidad de realizar abstracciones que le permiten, no solo soportar su entorno, sino también dominarlo; no únicamente sobrevivir en un mundo adverso, sino además conformarlo para su beneficio. Y, como esa ya enorme cantidad de información crece a un ritmo cada vez más rápido, el ser humano se las ha ingeniado para poder almacenar cada vez más información fuera de su propia memoria; así, dejó primero información en las paredes de las cuevas que habitó, más tarde aprendió a escribir, después inventó la imprenta y, actualmente, dispone de cada vez más poderosos medios de almacenaje, ordenación y tratamiento de la información que necesita (bibliotecas, hemerotecas, archivadores, grabaciones en audio y vídeo, microfichas, museos, ordenadores, disquetes, CDs).

Nos encontramos ante un ser curioso por naturaleza, de forma que la búsqueda constante de nuevos problemas a los que dar soluciones igualmente novedosas se convierte en la quintaesencia de su naturaleza; un ser insatisfecho ante el mundo que le entorna y ante las situaciones en las que vive; una instáisfacción que le inclina a luchar contra la certidumbre y lo establecido, ideando formas nuevas de experimentar, de explorar, de probar y evaluar alternativas. Ello le lleva a un continuo y eterno proceso de aprendizaje que, por otra parte, no es solo un proceso individual e independiente, sino que –tratándose de un ser eminentemente social– es aprendizaje en grupo. La persona aprende mejor con otros y desarrolla su inteligencia mediante las interacciones con los demás y con el mundo que le rodea; al vivir con otros, al convivir, el ser humano se apoya en ellos para justificar acciones y actitudes, colabora en la resolución de problemáticas complejas y resuelve diferencias mediante el debate y la discusión, en la búsqueda de consensos basados en la diversidad de puntos de vista.

Estamos ante un ser dotado del poder para analizar y sintetizar, para percibir las partes en relación al todo, pero no como algo estático, sino funcionando como un complejo sistema, en el que los elementos que lo conforman se encuentran íntimamente relacionados, interconectados de forma sinérgica, de tal modo que cualquier cambio en uno de los elementos componentes afecta a los demás y al sistema como totalidad; y para que una parte opere eficientemente es necesario que las demás funcionen en armonía. Y es capaz, además, de generar nuevo conocimiento de su propia experiencia, un nuevo conocimiento que pone en movimiento todo el que ya posee y lo transforma y lo adapta y lo reconstruye, de manera que la resultante no es exactamente la suma de las ‘fuerzas primigenias’, sino un todo nuevo y diferente. Porque el ser humano es capaz de moldear las impresiones que recibe de los acontecimientos en los que participa, es capaz de buscar causas, analizar acontecimientos, fijar metas y comparar lo previsto con lo resultante; es un ser, en fin, que experimenta.

Es así que el ser humano aprende continuamente, actualizándose y modificándose, eligiendo entre alternativas, modificando hábitos de conducta, eligiendo tras someter el entorno a deliberación, modificando en una palabra las respuestas a las diferentes situaciones a las que se enfrenta. Y llega a encontrar soluciones no comunes, originales...; a usar de su intuición, de su singularidad, de su creatividad, para dar respuesta a necesidades sentidas, de forma que es capaz de desafiar el mundo en el que desenvuelve su existencia, ideando instrumentos que le faciliten sus tareas diarias, creando formas nuevas de comunicarse con otros, inventando nuevas formas estéticas y nuevas elaboraciones y formas más simples y perfectas y armónicas y equilibradas.

En la cúspide de la inventiva, el ser humano descubre la tecnología y se sirve cada vez con más profusión y fineza de ella, a la vez que la desarrolla y mejora. Desde la invención de la punta de sílex y del mango del hacha, pasando por la revolucionaria intuición que diera lugar a la rueda, al uso cada vez más sofisticado, rápido, completo y extendido del ordenador, la tecnología ha llegado a significar para el hombre el ‘instrumento’ por antonomasia. Los niños y jóvenes de hoy se han convertido en expertos usuarios de los más variados medios de información y comunicación: televisión (abusada más que usada por una gran parte de los niños y jóvenes desde edades tempranas), electrodomésticos, vídeo–juegos, grabadoras de audio, cámaras de vídeo, reproductoras de audio y vídeo, sistemas multimedia computerizados, programas diversos de ordenador, reproductoras de ‘compact discs’, impresoras, telefonía fija y móvil, fax...Nacen con ellos, viven con ellos y de ellos se valen, a veces inconscientemente, en las más variadas y cotidianas tareas. Es algo que está ahí desde que nacen y con lo que conviven; como las casas, los muebles, los juguetes, los animales, la familia...

Todo un mundo nuevo se ha metamorfoseado en habitual en la nueva sociedad de la información y la comunicación, una sociedad en la que la tecnología se ha transfigurado en una fuente de información, una herramienta de aprendizaje y un dispositivo para almacenar información (Perkins, 1992). Por un lado, medios tales como "los CD–ROMs informales, los discos de láser, las bases de datos, las referencias ‘on–line’ y los lugares en Internet proporcionan a los estudiantes recursos diversos y dinámicos" (Nicaise y Barnes, 1996, 207); los nuevos medios permiten también el establecimiento de interacciones con múltiples personas que aportan puntos de vista diferentes y variados, distintas opiniones que dan lugar a reacciones ante otros sistemas de creencias y desafíos a actitudes opuestas, además de permitir e incluso incitar a la reflexión sobre las propias ideas al ser comparadas con las ajenas; todas estas interacciones facilitan el aprendizaje, pero, además, el uso de la tecnología puede ayudar a los estudiantes a almacenar información que quedará disponible para cuantas ocasiones se precise y que permite también reorganizarla, consolidarla y compartirla; además de permitir el acceso a los datos y la comprensión de problemas complejos, proporciona oportunidades de establecer diálogos y discusiones; pero, sobre todo, les permite robar tiempo a la búsqueda de información y emplearlo en actividades de análisis, reflexión y desarrollo de la comprensión.

Es la tecnología una extraordinaria industria para la promoción del pensamiento y la reflexión y para facilitar la ideación de los recursos mentales que permiten hallar nuevos caminos para la solución de problemas y la remoción de obstáculos, para resolver la multitud de dilemas que se nos presentan en nuestra actividad diaria. Es la tecnología un arma de primera magnitud para la búsqueda de modelos de organización de la abrumadora cantidad de información que el ser humano ha de manejar y para realizar abstracciones que le permitan hacer inferencias a partir de las informaciones disponibles, lo que le permitirá a su vez el desarrollo y el crecimiento constante del conocimiento. Este aumento del conocimiento es el que hace cada vez más difícil al ser humano la recogida, almacenamiento, catalogación, recuperación, interpretación y diseminación de la información, lo que convierte la tecnología en un medio imprescindible para el tratamiento de la información por la propia persona y por otros, mediante la utilización de medios externos como suplementos de la memoria y la inteligencia propias.

Para dar satisfacción a la natural tendencia del ser humano a poner en duda y a problematizar lo establecido, para apoyarle en su afán de indagación, de búsqueda y de experimentación, la tecnología pone en sus manos una ayuda inestimable para la representación de procesos, la agrupación de lo disperso, la búsqueda de relaciones, la determinación de causas, la representación de secuencias, la búsqueda de alternativas, la realización de elecciones..., todo ello básico para la indagación sistemática y la investigación científica. La tecnología puede también ayudar a la persona a interaccionar con otros, ayudando a analizar las situaciones desde diferentes perspectivas, aceptando las ideas de otros y cambiando las propias desde la retroacción que recibe de sus contrapartes, conectando, compartiendo, intentando vínculos hacia metas comunes y valores compartidos. La tecnología ayuda, en una palabra, a la cooperación, a la interdependencia, a la consideración del conflicto como algo valioso que, bien dirigido, puede conseguir formas más completas y efectivas de funcionamiento intelectual.

Pero, además, la tecnología nos facilita la percepción de las partes y su relación con el todo en un sistema complejo; nos permite el análisis de los elementos componentes sin perder de vista la totalidad; nos deja ver con claridad el complejo mundo de interrelaciones que se dan en el interior de todo sistema, sobre todo de los complejos; nos otorga la clarividencia de los cambios y las consecuencias que se siguen de la alteración de alguna de las partes a la vez que la perspicacia del funcionamiento de la totalidad como consecuencia de los cambios establecidos en uno o más de sus elementos componentes; nos faculta el examen de los muchos procesos que tienen lugar, qué elementos funcionan juntos, qué decisiones se toman, qué prioridades se establecen. Diversos instrumentos tecnológicos nos permiten realizar representaciones gráficas que nos allanan la reflexión sobre los diferentes procedimientos empleados en una vivencia concreta, sobre los diversos caminos que se siguen, sobre las estrategias que se emplean, sobre las decisiones que se toman; todo lo cual supone disponer de información organizada de forma sistemática para no tener que recordarla constantemente; los individuos, así, pueden fijar sus metas personales, dirigir su propio aprendizaje, realizar evaluaciones y seguimientos de los procesos seguidos en la generación de conocimiento desde su experiencia personal. La tecnología, finalmente, puede ser un auxilio inestimable en la formalización de intuiciones que son la puerta de entrada a las ideaciones y a todo tipo de creación, desde la artística a la industrial y aplicativa; puede coadyuvar a generar nuevos productos, a buscar soluciones originales y a emplear técnicas ingeniosas; puede asistir en la concepción de soluciones diferentes a las cuestiones planteadas, examinando alternativas y analizando las situaciones y hechos desde diferentes ángulos y puede facilitar el arriesgarse –por ejemplo, a través de simulaciones–.

Parafraseando a Hancock (1997) nosotros proponemos la creación de la escuela de la edad de la tecnología, una escuela transformada que capacite a los estudiantes para el uso y disfrute de los impresionantes y cada vez más sofisticados medios que los futuros ciudadanos del mundo se están viendo obligados a conocer y manejar. Una escuela que disponga de los medios precisos y del personal apropiado para multiplicar los canales de comunicación, de forma que los estudiantes puedan intercambiar información de manera habitual y fluida con otros estudiantes y con profesores y administradores de sus centros de enseñanza, con los miembros –estudiantes y profesores esencialmente– de otras instituciones y comunidades y con personas de la sociedad en la que viven, gentes de las más diversas profesiones y ocupaciones. Una escuela concebida para apoyar a los profesores en su empeño de dirigir su propio aprendizaje, estimulándoles a la colaboración con una amplia variedad de gente y en la que "los participantes tienen oportunidades para crecer en una comunidad profesional que se centra en su desarrollo, proporcionando formas de aprendizaje que están más en conformidad con sus vidas profesionales" (Lieberman y Grolnick, 1997, 193). Una escuela que capacite a sus estudiantes para la recogida, análisis, tratamiento, interpretación, evaluación, seguimiento y diseminación de la ingente cantidad de información que su cada vez más compleja forma de vida les va a exigir dominar. Una escuela que habilite para el autoaprendizaje ayudado de los medios tecnológicos precisos y necesarios.

Pero, sobre todo, queremos hacer hincapié aquí en dos aspectos. En primer lugar, nos referimos a una escuela en la que los especialistas en medios y tecnología deben participar muy especialmente en la construcción y desarrollo de todo proyecto de mejora. Hancock (1997) afirma que la función de los especialistas es doble: por un lado, poner a disposición de los estudiantes los deseables recursos de la información para que se transformen en indagadores y ayudarles a utilizar los más variados medios de que en cada caso se disponga, no de una manera aislada en programas independientes desarrollados en laboratorios, sino incorporando todo a los currículos; por otro, son colaboradores de los profesores en el diseño de la instrucción, apoyándoles en la exploración de tópicos y asistiéndoles en la localización de los materiales que necesiten. Desde nuestro punto de vista, el propio profesor debería adquirir los conocimientos y habilidades en medios y tecnología, evitando solapamientos que podrían originar en no pocos casos roces y duplicaciones (sin menospreciar desde luego el apoyo que pudiera necesitar en casos concretos, y sobre todo en su formación, de los verdaderos especialistas).

En segundo lugar, ponemos nuestra especial atención en el papel que deberían desempeñar los profesores en esta nueva escuela. Es necesario sin duda que los profesores sustituyan definitivamente su papel de informadores y transmisores de conocimientos por el de guías, consejeros, asesores y/o entrenadores de sus estudiantes. "En este papel continuamente cambiante, los profesores dejan el descubrimiento de los hechos al ordenador, empleando su tiempo, como expertos en contenido, en hacer que sean significativos: despertando la curiosidad, proponiendo las cuestiones correctas en el tiempo correcto y estimulando el debate y la discusión seria alrededor de tópicos atractivos" (Hancock, 1997, 61). Han de cambiar su forma de trabajo desde la individualidad y el anonimato al trabajo en común y a la colaboración con otros colegas, compartiendo éxitos y fracasos, desde la rutina a la acción reflexionada, desde la aplicación de recetas en situaciones estándar a la resolución compartida de problemas y al enfrentamiento a los más duros desafíos, "...hay que crear en los profesores una cultura educativa que inspire un nuevo profesionalismo docente, que sea capaz de examinarse a sí mismo, de criticarse, de establecer metas en común, que promueva nuevos esfuerzos y que se afane por consolidar a los miembros del claustro" (Villar, 1994, 376).

 

2. Sumando esfuerzos

 

Es ya tópico afirmar que nos encontramos en un tiempo en el que los avances tecnológicos se producen a un ritmo cada vez más acelerado, ofreciendo además unas posibilidades insospechadas en todos los campos, pero, desde luego, en el marco de la enseñanza–aprendizaje. Y lo que se nos aparece como incuestionable es que esta situación está reclamando un incremento en las responsabilidades tanto personales como institucionales de todas aquellas personas que intervienen directa o indirectamente en la educación. Junto a este incremento en el nivel de exigencia, la ciencia vuelve a poner a disposición de los interesados un cúmulo cada vez mayor y más sofisticado de instrumentos y técnicas que pueden ayudarle en la difícil tarea que enfrentan. Los modernos medios nos permiten una comunicación mucho más eficiente y rápida y ello permite que, en ese clima de responsabilidad personal e institucional, los interesados muestren un especial interés en la utilización efectiva de los recursos disponibles. Es indudable que la preocupación constante por la falta de tiempo y el impacto que ese déficit tiene en el desarrollo personal y profesional de los docentes puede paliarse en gran medida con el uso correcto y eficaz de los medios que las nuevas tecnologías –y también las menos nuevas– ponen a nuestra disposición actualmente (González Soto, 1994).

Aunque nuestra primera preocupación está en la preparación de las personas que han de utilizarlos, tampoco debemos olvidar a todas las que tienen a su cargo la preparación de las primeras. Porque al profesor universitario se le supone un experto en el conocimiento que es su especialidad, pero el problema está en que no se atiende igualmente a cómo se desenvuelve en el paso de la pericia en el conocimiento a la competencia en la enseñanza de ese conocimiento. La verdad es que, tradicionalmente, se ha hecho mucho hincapié en que el profesor universitario alcance el dominio suficiente en el conocimiento pero se ha olvidado, al menos hasta muy recientemente, el conocimiento profesional (Sosniak, 1999) que le es igualmente imprescindible.

El sometimiento de los profesores a evaluación, tanto externa como interna, está llevándonos a cuestionarnos la calidad de nuestra enseñanza, nos está conduciendo al descubrimiento de que no somos tan buenos como pensábamos. No se trata tanto de responder a las presiones externas, sea de forma desafiante o sumisa, sino más bien de plantearnos una reacción profesional desde la comunidad de educadores de profesores, desde la consideración de una comunidad universitaria, sin que perdamos en todo momento de vista tanto las necesidades internas cuanto las metas que a largo plazo nos hayamos marcado para el desarrollo de nuestras enseñanzas. Porque la calidad de la enseñanza y el aprendizaje es una tarea colectiva más que individual, una tarea colegiada que nutre un ambiente de innovación y de continuidad en la mejora del proceso que va siempre más allá del ejercicio de una ocasional evaluación.

El profesor universitario no debe en forma alguna separar docencia e investigación, pues ha de ser aprendiz constante a través precisamente de la investigación y considerar las formas de reflejar ese aprendizaje en sus enseñanzas, sin perder de vista que hay que hacer agradable la enseñanza, para que el aprendizaje que provoque forme parte de la vida misma. La enseñanza ha de ser contemplada no únicamente como la ejecución de determinadas actividades en clase, sino muy particularmente como la facilitación de aprendizajes efectivos a través de la organización de los diferentes recursos, no únicamente los materiales sino además los recursos técnicos que nos facilitan nuestra cotidiana labor. Y todo ello sin olvidar que, tanto para el docente como para sus formadores, son esenciales las relaciones colegiales a que antes aludíamos; es de vital importancia la construcción de comunidades de aprendizaje, comunidades de prácticos reflexivos capaces de crear las situaciones idóneas para la innovación y las actividades creativas.

El reciclaje de los profesores en los nuevos avances tecnológicos –y muy especialmente la informática (Gallego, 1994a y b)–, se convierte en cuestión primordial para el docente, porque ello le conducirá a una clarificación de su papel, su nuevo papel, en la enseñanza; un nuevo papel que se encuentra naturalmente relacionado con el de los estudiantes y el aprendizaje que estos puedan alcanzar de forma independiente, pero también relacionado con su trabajo colegial con sus colegas, con los que se ha de empeñar en tareas y actividades altamente significativas. Nos planteamos, por lo tanto, el papel que cumple o puede cumplir la tecnología en la formación de los profesores. Y, a este respecto, es indudable que el diseño y desarrollo de los cursos y programas formativos pueden mejorar con el uso de la tecnología, dando opción a la utilización de estrategias y técnicas impensables de otra manera (simulaciones, análisis de situaciones, etc.); desde la simple ayuda para la presentación de conceptos hasta la mostración de ejemplos reales o simulados a través de sistemas inteligentes (enseñanza asistida por ordenador) (González Soto, 1994) o la utilización del hipertexto que permita a los participantes aprender "a su propio ritmo, en su propio orden y en su propio estilo" (Wellington, 1995). De esta manera, también la calidad de los trabajos de los participantes podría mejorar sensiblemente cuando dispusieran de los medios técnicos precisos y necesarios para cada situación; pensemos, por ejemplo, lo que significa para un profesor en formación disponer de programas de ordenador que le permitan la realización de tareas complejas (un simple procesador de textos puede servir de ejemplo).

La tecnología permite sin duda el mejoramiento de la calidad del material que los participantes han de construir y manejar en la enseñanza de sus estudiantes, facilitando por tanto los procesos instructivos y, como no, su aprendizaje. La capacidad de almacenaje de un ordenador permite a un profesor en formación disponer de una cantidad inmensa de elementos que, debidamente combinados, resultarían en productos variados utilizables en situaciones diversas de enseñanza. Facilita igualmente la adquisición y creación de nuevos modelos de enseñanza; las nuevas tecnologías pueden facilitar la creación de nuevos tipos de programas formativos que permitan cambiar la formación basada en cursos de reciclaje a otra más centrada en la resolución de problemas. La tecnología puede apoyar la creación de actitudes positivas en los profesores y estimularles a que reflexionen críticamente sobre su propio aprendizaje. Permite a los profesores el aprendizaje de nuevas tecnologías y el manejo de instrumentos tecnológicos y programas de ‘software’ que luego han de manejar en sus propios centros de enseñanza. A través de la tecnología se facilita indudablemente a los profesores el paso desde un sistema de entrenamiento basado en el curso a otros más centrados en el lugar de trabajo.

Permite la tecnología, también, la difusión de programas de entrenamiento y de modelos de desarrollo profesional, además de potenciar la reestructuración de los actuales, facultando el entendimiento y realización de la formación continua de manera diferente. Finalmente, puede ser un factor primordial en el ahorro de tiempo. Hemos señalado en otro lugar (De Vicente, 1998a) que es el tiempo un factor considerado esencial por el profesorado; la falta de tiempo es una constante preocupación de los profesores y la tecnología puede convertirse en una herramienta de primer orden para su economía, pues permitiría al profesor atender tareas especializadas con alumnos concretos aprovechando la tecnología para reducir la duración de los contactos con el grupo. Crear en los profesores hábitos de ahorro de tiempo se convierte así en objetivo importante en el desarrollo profesional de los docentes.

Será, desde luego, posible la utilización de la tecnología para enseñar tecnología a los profesores. Nos referimos aquí al aprendizaje por los docentes en ejercicio del manejo de aparatos y al uso de ordenadores para sus funciones de diseño, desarrollo, evaluación e innovación de su enseñanza y de su propia formación que, en gran medida, se transformaría –a través de la tecnología– en autoformación y formación colegiada; a través de los modernos medios de comunicación e información, bien a través de redes locales o de las más internacionales como Internet, se facilita el empleo de técnicas formativas como diálogos cooperativos o sesiones de ‘coaching’. Es indudable que los profesores deben de aprender el manejo de aquella tecnología que después hayan de utilizar en sus salas de clase con los estudiantes que se encuentren bajo su responsabilidad y de la que hayan de enseñar a sus alumnos. El conocimiento de los medios tecnológicos y de su manejo se convierte así en un esencial dentro de los programas de desarrollo profesional de docentes. En palabras de González Soto (1994: 251), "la T.B.T. (Technology Based Training) ofrece: grandes posibilidades de estandarización y de adecuación a las necesidades individuales y de los centros; una clara alternativa a la descentralización de la formación; reducir el tiempo y el coste de la formación; atender un mayor número de necesidades de formación".

Y si importante es que los profesores conozcan los medios tecnológicos y su manejo, mucho más importante es que conozcan sus posibilidades de empleo. A este respecto, cabría citar los nueve acontecimientos de la instrucción recogidos por Gagné, Briggs y Wager (1992) –ganar la atención, informar al aprendiz del objetivo, estimular el recuerdo del aprendizaje previo, presentar estímulos, proporcionar guía al aprendiz, provocar la actuación del aprendiz, proporcionar retroacción informativa, valorar la ejecución e incrementar la retención y la transferencia–, que "tienen el potencial de promover intercambios de conocimiento desde perspectivas culturales" (Branch, 1997: 40). En cada uno de esos acontecimientos cabe introducir la tecnología como elemento facilitador, potenciador y promotor de mejores logros. O, como enumera Darling–Hammond (1999), que los profesores dominen la materia de enseñanza, el conocimiento didáctico del contenido, el conocimiento del desarrollo humano –esencialmente del niño y del joven–, que comprendan el mundo de las diferencias, el conocimiento didáctico del aprendiz –Grimmett y MacKinnon, 1992–, que sepan sobre motivación, aprendizaje, evaluación, estrategias de enseñanza, recursos del currículo y tecnologías, sobre colaboración y sobre análisis y reflexión de la práctica. Para la autora, en el contexto de esta base de conocimiento sobre el aprendizaje, el desarrollo y la enseñanza, el acoplamiento de la teoría con la práctica constituye "la característica clave de la formación del profesor para el siglo veintiuno" (pág. 227).

En terrenos mucho más específicos, no debemos dejar de mencionar el avance que significa el uso de la tecnología en programas formativos de profesores que han de desarrollar su tarea en ambientes en los que prive la diversidad, que tengan que trabajar con alumnos de integración y atender a estudiantes discapacitados. El entrenamiento concreto para este tipo de actuaciones permite capacitar a los profesores en el apoyo a los alumnos con alguna incapacidad o minusvalía, tratándose entonces de una tecnología de asistencia que, aplicada a la educación, abarca "un artículo, pieza de equipo o sistema de producción, sea adquirido comercialmente, modificado o fabricado ex profeso, que es utilizado para incrementar, mantener o mejorar las capacidades funcionales de los individuos con discapacidades" (Berhmann, 1998: 75).

 

3. Nuevas exigencias

 

El proceso enseñanza–aprendizaje es un monstruo con múltiples cabezas, cada una de las cuales utiliza su materia gris en la consideración de un aspecto, de un único aspecto de las igualmente múltiples áreas de intervención que el proceso requiere. Hablar de tecnología y formación continua es referirse a una bicefalia de una importancia clave en la consideración global del proceso; dos cabezas del monstruo que requieren por sí solas una atención esmerada y permanente; dos ámbitos que necesitan la atención de especialistas (teóricos y prácticos) para su comprensión y progreso, estudiosos que indaguen en sus respectivos campos para hacerlos progresar, sin olvidar en ningún momento las restantes esferas, porque un retraso en una de ellas puede significar el desequilibrio en el avance progresivo en las otras regiones de la enseñanza.

Del estudio conjunto de ambas especialidades, a nosotros nos interesa destacar aquí un aspecto que entendemos de especial relevancia. Nos referimos a los requerimientos que se nos plantean ante la consideración del papel de la tecnología en el desarrollo profesional del docente. ¿Qué exigencias se presentan al docente a la hora de considerar el uso de la tecnología en su labor con los estudiantes? ¿Cuál es el papel que los saberes tecnológicos juegan en la formación de los nuevos profesores y, muy especialmente, en el desarrollo profesional de los docentes en ejercicio?

Previo a cualquier otra consideración está, si embargo, el problema del lenguaje. Tradicionalmente se consideraba analfabeta a la persona que no sabía leer, escribir ni contar. Más recientemente, se habló de analfabetismo funcional para significar el que caracteriza a las personas que, si bien leen, escriben y cuentan, lo hacen de una forma mecánica, siendo mínimo su nivel de comprensión y, por tanto, escasas sus posibilidades de utilización. Recientemente, Pepi y Scheurman (1996: 230) citaban un memorándum de un administrador de una universidad solicitando dinero para la adquisición de material informático en el que se afirmaba que "En el ambiente tecnológicamente sofisticado de hoy, necesitamos extender nuestra noción de letrado (‘literacy’), para incluir la fluencia en el uso de técnicas visuales de comunicación y análisis. Nosotros necesitamos producir ciudadanos que sean electrónica y visualmente letrados, así como verbal y matemáticamente letrados". Es indudable que el nivel de exigencia se incrementa con el tiempo y los avances de la sociedad, si bien no creemos que se trate realmente de una nueva exigencia, sino más bien de una nueva aplicación de las tres primitivas mencionadas –leer, escribir y contar–.

Porque, en esta nueva ampliación del término ‘analfabeto’, la funcionalidad requiere los conocimientos y habilidades necesarios para el uso de la tecnología tanto en los rutinarios quehaceres como en el trabajo que la mayor parte de las profesiones e incluso ocupaciones reclaman habitualmente. "Decir que los estudiantes (y también los profesores, añadimos nosotros) lleguen a ser tecnológicamente letrados significa mucho más que ser capaces de teclear o usar procesadores de textos, bases de datos y hojas de cálculo. Cuando entramos en el siglo veintiuno, hay muchas clases nuevas y diferentes de alfabetización que serán requeridas de nuestros ciudadanos. La alfabetización en vídeo y audio abarca el conocimiento de cómo ver u oír y de cómo crear, editar y presentar conceptos visuales y en audio. La alfabetización de la información abarca el conocimiento de cómo encontrar lo que necesitamos, cómo presentarlo en formas diferentes y cómo compartirlo con otros" (Goldberg y Richards, 1995: 10).

Para nosotros, no se trata tan solo de adquirir determinado lenguaje –hablar de sistemas multimedia, hipertexto, tecnología digital, cable óptico, virtualidad, sistemas inteligentes, alfabetización, soportes, sistemas expertos, sistemas de diálogo, bases de datos y hojas de cálculo, ‘desk–top publishing’, sistemas tutoriales, hipermedia, programas instruccionales y enseñanza asistida por ordenador, vídeo interactivo, vídeodisco, conexión a redes...–, una ‘cháchara’ tan abundante a veces como mal asimilada, que puede impresionar a los neófitos (y a veces a los no tanto) y de la que se revisten algunos de los que se intitulan a sí mismos ‘especialistas’ y ‘tecnólogos’, pero no son en forma alguna capaces de aplicar a la práctica apenas nada de lo que presumen, ni ver el fondo que subyace a toda la evidente parafernalia. Muy al contrario, se trata de entender la información que se maneja y, todavía más importante, ser capaz de someterla a escrutinio para evaluarla e integrar el resultado en los saberes previos y, todo ello, disponerlo a su vez en formatos apropiados para que el ordenador pueda comunicarlos. Comprender la información que encontramos almacenada en CD–ROMs o que nos llega a través de redes (Intranet o Internet) es esencial para moverse ya en esta ‘aldea global’ tan nuestra. Pero todo ello no tendrá mucho sentido si no somos capaces de analizar las fuentes de procedencia y situar cada información en el contexto apropiado.

Es más, ¿qué significado puede tener que utilicemos la nueva terminología de la era de la comunicación y de la información, que manejemos –con soltura incluso– nuevos conceptos, si no somos capaces de sobrepasar la ‘era Skinner’ en el intento de facilitar los aprendizajes de los estudiantes (y, por extensión, de los estudiantes para profesor y de los profesores en formación cuando de formación del profesorado se trata)? ¿Qué beneficio puede seguirse del uso de esta novedosa terminología, si en nuestros intentos de guiar a los aprendices –estudiantes o profesores– no hemos sobrepasado la máquina de enseñar? ¿De qué nos sirven estas nuevas ‘peroratas’ si no sabemos utilizar los conocimientos que nos proporciona la tecnología en una visión verdaderamente cognitiva del ‘aprender–enseñar’ y del ‘aprender a enseñar’? A nosotros nos interesa muy particularmente que los ordenadores (y cualquier otro aparato) se transformen realmente en instrumentos capaces de habilitar a los profesores para que aprendan cómo hay que estructurar el conocimiento; cómo hay que transformarlo para hacerlo asequible a los neófitos; cómo debe organizarse la clase y la escuela para que se transformen en verdaderas comunidades de aprendizaje, como más tarde diremos; cómo se han de resolver los frecuentes problemas que diariamente el profesor ha de enfrentar...; nos interesa que los avances tecnológicos faciliten que los profesores en formación pongan en contacto el conocimiento previo con las nuevas experiencias, que aprendan a contextualizar sus saberes sobre la enseñanza. Nos interesa que la máquina sea un instrumento cuyas aplicaciones corran parejas con los avances en el campo de la formación continua de los profesores; que, a la par que cambie el mensaje, se produzca también el cambio en el medio.

Tras el indudable poder motivador de las nuevas tecnologías, se encierra el evidente peligro de que lleguemos a creer que nos resolverán todos los problemas y que serán el ansiado conjuro que haga de la reforma una nueva filosofía del profesor, pero una reforma que se quede en la superficie, una reforma que atienda únicamente a los aspectos organizativos y funcionales y se olvide en cambio de la primera función que todos –también la tecnología– tenemos que cumplir, es decir, la atención al estudiante, la facilitación de su aprendizaje. Porque la tecnología no debe de ser entendida sino como un instrumento al servicio del profesor y de su formación; porque la tecnología ha de ser entendida como apoyo a la construcción de profesores críticos y creativos, que sepan utilizar su pensamiento para desentrañar lo que subyace en cuantas informaciones recibimos; porque la tecnología debe apoyar la comunicación y el diálogo entre profesores y de estos con los estudiantes, los administradores y las familias; porque el uso de la tecnología no puede quedar en un reincidente ‘proporcionar recetas’, sino en un poderoso artefacto que propicie la aplicación de modelos diferenciados e individualizados por cada profesor singular. No vaya a ser que, por mor de reestructurar los entramados de la enseñanza, nos olvidemos de la enseñanza misma, de la mala enseñanza.

De cualquier forma, el avance tecnológico a que ya hemos hecho referencia ha sido capaz hasta ahora de incorporar a las redes de diseminación de la información (correo electrónico, Internet u otras redes) no solo textos escritos, sino también otros lenguajes (gráficos, figuras, fotografía, vídeo y audio); y ha posibilitado la transmisión de esa información a cualquier lugar del mundo en segundos y, a veces en décimas de segundo, a través de la televisión o el teléfono. Esta nueva tecnología permite además integrar los más diversos campos y disciplinas, entablar diálogos y recibir información de cualquier tipo desde cualquier lugar del mundo; y deja, además, salvar esa información imprimiéndola o almacenándola en discos compactos o en el disco duro de nuestro propio ordenador, crear con ella nuevos hipertextos y expandirlos a su vez. La cuestión esencial es que la tecnología nos ofrece una mayor posibilidad de desarrollarnos profesionalmente de una manera sostenida posibilitando el crecimiento de nuestra curiosidad y la ejercitación de nuestro intelecto. Pero no perdamos nunca de vista el hecho de que la tecnología es solo un suplemento a la acción y el buen hacer del profesor, mas –al menos por ahora– no lo sustituye.

 

4. Transformar la práctica

 

La pregunta clave no es tanto cuál será el futuro, sino más bien cuál debe de ser. Vamos a entrar en un nuevo milenio y necesitamos crear instituciones escolares caracterizadas por su adaptación al cambio, unas instituciones capaces de abandonar el modelo de planificación estratégica lineal y adoptar modelos "que puedan proporcionar la retroacción continua que permita la transformación progresiva" (King, 1999, 166); unos sistemas escolares mucho más dinámicos capaces de responder a los contextos inciertos y a los rápidos cambios que definen nuestros tiempos; unos contextos cuya complejidad se manifiesta, entre otras muchas cosas, en la proliferación de tecnologías capaces de dejar atrás nuestra habilidad para integrarla en los currículos y, una vez más –seguramente como causa de ello–, nuestra escasa potencialidad para dar adecuada respuesta a una preparación de los profesores tan poderosa que les permita, por un lado, enseñarla a sus estudiantes y, por otro, usarla en la facilitación de los aprendizajes de los alumnos y en su propia formación; unos sistemas escolares que promuevan en los estudiantes el esfuerzo necesario para su transformación en ciudadanos bien preparados para ejercer sus derechos y cumplir con las obligaciones que en cada momento la sociedad les asigne.

Y, si nuestro deber es crear una sociedad con escuelas de alta calidad –aspiración que, por otra parte, figura en los preámbulos de todas las leyes que regulan la educación, aunque acabe casi siempre, por motivos diversos, en una vuelta a posiciones similares en el fondo a las de partida–, debemos comenzar por entender la relación que existe entre el aprendizaje y la vida, una comprensión que nos permita llevar a cabo verdaderos cambios sociales y no quedarnos en el cambio, por lo demás frecuente, de alguna escuela particular. Nuestros estudiantes necesitan cada vez con más urgencia de habilidades como la abstracción, el pensamiento crítico y creativo, la experimentación o la colaboración, así como las que le permitan vivir en un mundo cada vez más tecnologizado. Y nuestros profesores han de estar preparados para ayudar a los estudiantes a conseguir estos fines; han de estar motivados para abrir sus propias mentes a prácticas de clase diferentes, a las innovaciones curriculares necesarias, a evaluaciones continuas; han de estar dispuestos a aceptar el impacto que las nuevas tecnologías tienen sobre la reforma de la escuela.

Pero la escuela –que se mueve casi siempre por impulsos externos más que ser ella misma promotora y experimentadora– persevera, en cambio, en la cultura anacrónica de una instrucción basada en valores, formas de organización y procedimientos poco apropiados a las realidades actuales. Por eso es urgente enseñar a los estudiantes de profesorado y estimular a los profesores en ejercicio a que cuestionen sus sistemas de creencias y sus asunciones acerca de la enseñanza y del aprendizaje, sobre el proceso didáctico y sobre el de un perenne aprender a enseñar. Ya hemos dicho (De Vicente, 1998b) que, si se quiere reformar la enseñanza hay que enfrentarse a las creencias previas de los profesores. El proporcionarles nuevos incentivos, el regular de maneras diferentes la enseñanza, el cambiar los currículos, no va a alterar las prácticas de los docentes, si estos no entienden o no están de acuerdo por cualesquiera razones con las metas y/o las estrategias implícitas en las propuestas de cambio. Habrán de comprobar que las nuevas propuestas establecen diferencias positivas en los resultados que obtengan de su trabajo, que los cambios significan una mejora patente en sus acciones de enseñanza.

Y para ello deberán experimentar nuevas acciones en situaciones diversas en las que poder poner a prueba técnicas de instrucción, derivadas unas veces de las informaciones que le llegan de fuera, obtenidas otras desde la experiencia propia y la de sus colegas con los que mantengan un contacto permanente. Con este fin, habrá que crear un ambiente de apoyo que facilite y, aún mejor, estimule este tipo de acciones, un ambiente en el que los profesores participen activamente en la toma de decisiones acerca del currículo y su desarrollo y evaluación, sobre la organización de tiempos y espacios (De Vicente, 1988a) y sobre las conductas. Es este un ámbito donde la tecnología –las nuevas tecnologías– pueden aportar una inestimable ayuda a la mejora de las situaciones, porque puede apoyar un aprendizaje más activo, ofrecer modelos ejemplares de instrucción, promover la interactividad, facilitar el desarrollo de la toma de decisiones y la resolución de problemas, proporcionar múltiples caminos para acceder a la información, proveer de formas de motivación y una gran variabilidad de estilos de aprendizaje y de enseñanza, facilitar el desarrollo de habilidades, ofrecer una gestión eficiente del tiempo de aprendizaje y del tiempo de entrenamiento, permitir diferentes tipos de datos y ofertar presentaciones multiculturales (Hatfield, 1996).

En una palabra, la tecnología puede ayudar a los profesores a reunir datos, hacer planes, ponerlos en marcha y analizar los efectos para introducir modificaciones; un ciclo de indagación, acción, reflexión, indagación que proponen, por ejemplo, Costa y Kallick (1995) a través su modelo en espiral, un modelo capaz de atender facetas diversas de la vida organizativa de la clase, un modelo que incrementa su poder cuando se fundamenta en ejemplos del propio trabajo de la clase, en las acciones de estudiantes y profesores, en los logros de aquellos, en el desarrollo de estándares, en la toma de decisiones instructivas, en la implicación de todos los interesados –o por estar implicados o por estar afectados por ella– en la vida de la clase y de la escuela. He aquí el modelo de crecimiento continuo a través de la espiral de retroacción (Costa y Kallick, 1995: 27):

Las nuevas tecnologías están llegando de una forma u otra a las escuelas. Y un tiempo vendrá en el que serán un elemento típico del complejo mundo de la escuela (si bien siempre otras novísimas tecnologías aparecerán). Actualmente, las autoridades están promocionando la utilización del ordenador y de las redes en la enseñanza y parece que el incremento será exponencial en un futuro no muy lejano. De esta manera, las instituciones educativas están proveyendo a sus clases de instrumentos, recursos y acceso a la información (unas veces en forma de laboratorios de informática y otras con máquinas instaladas en las propias clases). Parece igualmente inevitable que los editores proporcionen a los centros, cada vez con más fluidez, abundancia y amplitud, materiales vía CD–rom y por otros medios. Una multitud de profesores se verán, pues, enfrentados muy directamente con el dilema de cómo aprender a usar todos estos instrumentos de información y análisis y de cómo incorporarlos de una manera efectiva a su práctica de clase y a su quehacer en los centros en los que trabajan. Y también de cómo integrarlos en su propio entrenamiento y formación. No es otra cosa que preparar profesores (y, como correlato, estudiantes y ciudadanos) para el trabajo y para la vida.

El cambio de mentalidad de los profesores debe ir hacia su comprensión de que el aprendizaje no se encuentra solo en la eventual actividad individual, en el uso estocástico de ordenadores situados en cualquier rincón de la clase o en una más o menos breve estancia en un laboratorio de informática o en actividades de grupo ocasionalmente emprendidas, si luego han de ser juzgados únicamente por los resultados que obtengan en pruebas estandarizadas, en exámenes típicos o incluso a través de estrategias con menos pretensiones de objetividad pero que conducen irremisiblemente a la consideración de los aprendices como miembros del grupo al que pertenecen y dentro del cual aprenden unos determinados estándares ordenados desde las distintas administraciones educativas, como aprendices de hechos específicos y de principios generalizados normalmente descontextualizados del mundo real y de los valores, intereses y necesidades por ellos sentidas; si no se atiende a lo que los aprendices son capaces de realizar sin la ayuda de otros (otros estudiantes, otros profesores, otros medios en forma de libros, calculadoras, casetes, ordenadores o cualquier otra forma material de ayuda).

Habrá que pensar más en los aprendices como seres capaces de identificar y resolver problemas, como individuos capaces de utilizar una amplia variedad de recursos e instrumentos para analizar palabras y textos, números e imágenes, para generarlos, para interpretarlos, para transferirlos y transformarlos en algo nuevo y original. En pocas palabras, reemplazar la visión de la enseñanza como una forma de transmisión de conocimiento personal por otra que la entienda empeñada en dotar a los aprendices de poderosas comprensiones que tienen que ser negociadas y aplicadas a distintas realidades sociales y a contextos culturales diversos (Howey y Zimpher, 1999).

En la construcción de esta nueva escuela y de esta nueva concepción de la enseñanza, se nos aparece una nueva barrera. La sociedad ha ido progresivamente confiando en la escuela y en los profesores la tarea de educar, hasta el extremo de que las familias renuncian en no pocos casos a funciones que les han sido antaño propias –e incluso en demasiados casos su esencial misión educadora–; y, como compensación, la escuela ha ido aumentando sus responsabilidades, de forma que ha pasado de la primitiva obligación de enseñar a leer, escribir y contar, a otra mucho más compleja que sobrepasa con mucho la simple transmisión de conocimiento –por otra parte cada vez más voluminoso por consecuencia no solo de los avances científicos sino por las exigencias sociales y el mundo del trabajo y del ocio–. En la escuela del próximo siglo, sin embargo, las responsabilidades propias de la educación de niños y jóvenes debieran ser compartidas. Y las nuevas tecnologías se transforman en el instrumento clave para poner en contacto la escuela con las familias y con otros entornos que pueden coadyuvar a la tarea educadora, tales como museos, bibliotecas, empresas, servicios sociales... Kozma y Schank (1998) han entendido el aprendizaje, no solo como una actividad y una actitud continuas que se extienden a lo lardo de toda la vida, sino como una actividad apoyada por todos los segmentos de la sociedad y libre, por tanto, de toda encapsulación de tiempo, espacio o edad.

La conexión de la escuela con las familias permitiría a los profesores extraer experiencias de la vida diaria de los estudiantes y a los padres implicarse en la educación de su prole y encontrar nuevas oportunidades educativas. La conexión con el mundo del trabajo puede permitir a los estudiantes aprender de los problemas de la vida real y a los profesores acercarse a los recursos de otros profesores, de personas capacitadas para proporcionarles desarrollo profesional y de expertos técnicos de la misma y de otras profesiones. La conexión entre la escuela, la familia y la comunidad permite a los estudiantes relacionarse con lo que sucede fuera del entorno del edificio escolar; a los profesores, algo de suma importancia, cual es la coordinación de la enseñanza formal y la no formal, un campo este último demasiadas veces olvidado, y a la comunidad reintegrar la educación en la vida diaria.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación –sin dejar de lado los medios clásicos, como es el caso del vídeo y su aprovechamiento para proporcionar valiosa retroacción (Mitchell y Weber, 1999)–, constituyen sin duda el medio idóneo para facilitar y estimular toda esta trabazón de interrelaciones. Todo ello constituirá un contexto en el que los profesores puedan proporcionar una estructura apropiada, valorar el trabajo de los estudiantes y crear formas pertinentes de autoevaluación. Todo ello formará un entramado en el que los mentores y asesores externos puedan proporcionar guía y asistir a los profesores principiantes y a los experimentados que lo reclamen, ayudándoles a modelar las prácticas de los expertos, las formas en que los prácticos especializados resuelven problemas. Parece que todo esto no será posible si no es en un entorno en el que los profesores estén dispuestos a un aprendizaje continuo y a crear comunidades más amplias de práctica profesional (Little, 1993), a constituir y vivir en verdaderas comunidades de aprendizaje.

Por otra parte, la literatura actual contiene frecuentes referencias al fracaso de las reformas emprendidas en los diferentes países. Las causas que se han señalado han sido muy diversas: la propia complejidad de la enseñanza, el hecho de que las reformas no hayan tenido en cuenta las estrategias que la investigación ha proporcionado para la mejora de la escuela, el que no se han fijado criterios claros para la valoración de esa mejora, etc. Pero algunas son para nosotros de singular importancia: en primer lugar, la mayor parte de los profesores no han sido suficientemente entrenados para iniciar, poner en marcha y mantener después vigentes los cambios introducidos; segundo, ellos no han sabido o no han podido incorporar las innovaciones a la cultura de la escuela, de forma que el cambio ha sido entendido como una tarea más a realizar en un momento determinado y no como una verdadera "forma de ser"; no han aprendido tampoco, en tercer lugar, que los cambios que se introducen requieren una profunda transformación de las organizaciones, y, finalmente, a los educadores les ha faltado la tenacidad necesaria para continuar los esfuerzos propios de la euforia inicial que acompaña a la reforma, si es que despertó realmente algún entusiasmo.

Las tres últimas están íntimamente relacionadas, de forma que cabría hablar de una nueva forma de organización que asuma la innovación y el cambio como esencia de su propia cultura hasta el punto de perseguirlo con tenacidad y constancia. De todas formas, parece claro que la organización de las escuelas debe formularse desde modelos novedosos que sustituyan al todavía vigente modelo de factoría. Una propuesta en la que actualmente se viene insistiendo con fuerza es la de transformar las instituciones educativas en comunidades de aprendizaje, unas comunidades que se olviden de la centralización, la jerarquización de la gestión, la distribución rígida de tiempos y espacios, la evaluación basada en resultados y la exigencia de adherencia al sistema. "El nuevo problema del cambio... es el que requeriría transformar el sistema educativo en una comunidad de aprendizaje –el experto que trata con el cambio como una parte normal de su trabajo, no solo en relación con la última política, sino como una forma de vida–" (Fullan, 1993, 4).

DuFour y Eaker (1999) han reseñado las características que deben adornar estas comunidades: un compromiso compartido con una determinada misión, unos valores y una visión de la enseñanza; un espíritu de indagación colectiva que promueva el crecimiento y la mejora fundamentada en la reflexión pública, el compartir significados, la planificación conjunta y la acción coordinada; una estructura basada en el equipo colaborativo con un propósito común; sus miembros se orientan a la acción y la experimentación; hay disconformidad con el status quo y una tendencia a la mejora continua, y, finalmente, existe un convencimiento de que la mejora continua debe ser valorada sobre la base de resultados más que de intenciones. Y, si asumimos la utilidad de este modelo, habremos de atender inmediatamente a un replanteamiento de la preparación de los profesores, tanto inicial como continua (imposibles, por otra parte, de separar), pues se hace insostenible la permanencia en programas formativos centrados en el curso y el taller, al menos de una manera exclusiva; en programas formativos que solo exigen de los participantes la atención pasiva a conferencias y presentaciones de nuevas ideas y prácticas por parte de especialistas.

Porque la creación de una verdadera comunidad de aprendizaje ha de basarse en la consideración del profesor como profesional; en la existencia de profesores competentes verdaderamente comprometidos con la escuela y con los estudiantes y su aprendizaje; unos profesores conocedores de la materia que enseñan y de la manera de hacerla más fácil a sus estudiantes; unos profesores capaces de crear ricas situaciones para la instrucción, captando y sosteniendo la atención de sus alumnos sobre la materia de estudio, manejando la clase con diligencia y pericia y siguiendo de cerca el aprendizaje de cada estudiante; profesores habilitados para reflexionar en, sobre y para la práctica (De Vicente, 1996); profesores que sean verdaderos aprendices de su propia experiencia; profesores que sean capaces de colaborar con sus colegas, de forma que intervengan de manera colegiada en la política de la escuela, en el desarrollo del currículo y en su propio desarrollo y el de sus compañeros, transformándose en verdaderos aprendices, en verdaderos estudiantes de enseñanza; profesores, en fin, que sean verdaderos líderes en sus clases y escuelas: entusiastas, con una clara visión de su misión, excelentes comunicadores capaces de conectar con los demás y establecer relaciones personales, difusores de confianza, tenaces, apasionados, excelentes motivadores...

Todo ello requiere una preparación exquisita, a lo que coadyuvarían esencialmente unas actitudes de colaboración, de reflexión y de diálogo, que podrían fomentarse mediante el empleo de apropiadas técnicas que hemos descrito en otros lugares (De Vicente, 1990, 1995), esencialmente diálogos cooperativos y preparación (‘coaching’), estrategia propuesta como cumbre del ciclo "presentación o explicación de la teoría tras la práctica, demostración, oportunidades de práctica inicial guiada, retroacción inmediata y coaching sostenido", propuesto por Showers, Joyce y Bennett (1987), y programas diseñados para la preparación de profesionales reflexivos, capaces de someter sus propias acciones a revisión constante con la pretensión de un continuo perfeccionamiento. Pero, además, han de ser programas que lleven en sí mismos previsiones de evaluación con el fin de someterlos igualmente a mejora.

Y la creación del contexto apropiado que no es otro que el propio lugar de trabajo, un contexto que empeñe a todo el personal de la escuela en un esfuerzo para mejorar todo lo relacionado con los objetivos colegiadamente previstos (Sparks y Hirsh, 1997). El centro se traslada ahora a la institución educativa individualmente considerada, que parece ser el mejor contexto para un desarrollo profesional efectivo (si bien con un fuerte apoyo de las distintas administraciones educativas); apoyos que promuevan la creación y sostenimiento de visiones y actitudes compartidas, que ayuden a fomentar la investigación colaborativa, estimulando la experimentación y la colaboración; en una palabra, ayudas en forma de recursos y de los apoyos necesarios para que el personal de la institución se empeñe con ahínco en la mejora. Porque "los profesores se empeñan en una forma poderosa de desarrollo profesional cada vez que trabajan juntos para desarrollar el currículo y las estrategias de evaluación; cada vez que se empeñan en el ciclo progresivo de indagación, reflexión, diálogo, acción, análisis y adaptaciones para mejorar los resultados; cada vez que proporcionan retroacción a otros cuando practican nuevas habilidades" (DuFour y Eaker, 1999, 273).

La razón última que señalábamos del fracaso de las reformas educativas, la falta de insistencia en los esfuerzos de implantación del cambio, destella en cuanto nos acercamos a un centro que experimenta una reforma, sea de buen grado u obligado por la ley. Cuando una innovación –de implantación en un centro particular o aplicable de forma colectiva por el legislador– comienza, si "el producto se vende bien", si se insta debidamente a los implicados –esencialmente los profesores que habrán de aplicarla– a tomar parte activa en ella, si se entusiasma al personal implicado, este responde, si no en su totalidad, sí en una mayoría significativa. Nosotros –en una investigación que aparece relatada en Bolívar (1999)– entrevistábamos a un profesor de bachillerato que confesaba haber renunciado a la experimentación de la reforma a causa de las barreras encontradas en la propia administración y, sobre todo, en el trabajo colaborativo con los colegas del centro en el que entonces ejercía su docencia. Los que vivimos la implantación de la Ley General de Educación podemos dar fe de las preocupaciones que inmediatamente asaltaron a los profesores y directores de los centros, cómo intentaron –muchas veces a costa de sus propios medios, de su tiempo privado y de su esfuerzo– reciclarse, cómo aprendieron matemática de conjuntos o nuevas formas de análisis morfosintáctico... Igual pude afirmarse de muchos docentes en la puesta en marcha de la última reforma, si bien otros comenzaron su implantación ya desencantados.

Pero, si bien es difícil embeber a los profesores y directores en una innovación, cambio o reforma, mucho más lo es que persistan en el esfuerzo y que lleven hasta el final su desarrollo. Se comete frecuentemente el error de poner mucho énfasis al comienzo, en la implantación del cambio (no hay sino que ver el número de cursos formativos programados por los CEPs en Andalucía referidos a los diseños curriculares), pero no se prosigue con el esfuerzo a lo largo de todo el proyecto hasta su conclusión. Las distintas administraciones educativas promueven llenas de orgullo programas dirigidos a poner en marcha una reforma; la experimentan, proporcionan medios, programan cursos formativos para el profesorado..., pero pronto se apaga el fragor inicial y se abandona a su suerte al personal encargado de llevar a buen puerto la reforma; y se comienza a restringir medios, se abandonan unas veces y se reducen la mayoría los programas de formación... y se deja a las instituciones y a su profesorado caer de nuevo en la rutina, en la monotonía; se termina desembocando en posturas muy parecidas a las de partida. Y el profesorado se olvida de sus intenciones de cambiar la vida de la escuela y sus formas de hacer y de estar en la profesión... Y, si aprendió algo nuevo, lo rutiniza y lo transforma en quehacer otra vez ‘inamovible’. Y los padres se olvidan de sus promesas de colaboración y de su implicación en aquella brillante nueva manera de educar a sus hijos. Y la sociedad entera se acostumbra a lo nuevo, de forma que, apenas sin darse cuenta, lo hace viejo y, mucho más importante, lo acepta también como la única forma correcta de acción.

Cualquier innovación que se pretenda duradera ha de hacerse con el esfuerzo y el interés de todos aquellos que deban de alguna manera implicarse en ella. En primer lugar, deben ser las diferentes administraciones educativas las primeras interesadas en procesos innovadores, en su promoción unas veces, en su apoyo otras, pero ayudando siempre. De esta manera, los diferentes estamentos de la administración promoverían visiones de la enseñanza y ayudarían a las escuelas a trasladar esas visiones a los contextos locales para que las adopten, formulen metas acordes con aquellas visiones y planifiquen sus particulares planes de desarrollo profesional acordes con ellas. Igualmente desde fuera, es posible proponer cuestiones incitantes que atraigan la atención de las escuelas hacia problemas propios de una verdadera comunidad de aprendizaje, proporcionando información acerca de la investigación y las buenas prácticas, premiando las innovaciones y a sus actores y proporcionando incentivos, de forma que se provoque el afán indagador. Podría también desde el exterior proporcionarse tiempo, organizar estructuras, proporcionar entrenamiento para acciones colaborativas. Podría apoyarse procesos de mejora continua, tanto de los propios profesores cuanto de sus acciones de enseñanza, ayudando a los profesores a identificar el conocimiento y habilidades de sus estudiantes, a mejorar sus procesos de intervención en la práctica y a desarrollar procedimientos de evaluación basados en buenos procedimientos de retroacción para la toma de decisiones.

Desde dentro, desde los propios centros, cabe igualmente fomentar el desarrollo individual y el de la organización; en realidad, parece que es este tipo de innovación la que tiene más posibilidades de cuajar en algo duradero y de calidad, pues es así que los docentes se comprometen a las acciones requeridas, puesto que sienten el cambio como algo propio y del que ellos mismos y sus estudiantes se beneficiarán. Es indudable que el desarrollo profesional tiene mucha más fuerza cuando los propios participantes tienen un sentido claro de su propia eficacia y de sus posibilidades de mejora; si esa autoeficacia les llega a faltar, su esfuerzo para el dominio de nuevas habilidades, la adquisición de nuevos conocimientos o su contribución a la mejora de la institución serán menores o incluso nulos. De igual manera, parece indiscutible que un desarrollo profesional efectivo incitará a los centros a crear sus propias iniciativas de mejora y planificar su propio funcionamiento como comunidad de aprendizaje, una comunidad capaz de reclamar las opiniones de todos los implicados, padres, estudiantes y demás personal implicado. Un desarrollo profesional que acoja el trabajo en equipo y la colaboración como parte esencial de sus prácticas. Un desarrollo estimulador de un constante crecimiento, reforzando los valores y la visión de la institución. Un desarrollo profesional promocionado por verdaderos líderes transformadores y capaces de motivar las acciones propias de una comunidad de este tipo. Un desarrollo, en fin, que exponga con claridad a los componentes de la comunidad la relación estrecha existente entre los compromisos del programa de mejora y las prácticas que en el centro se lleven a cabo.

De cualquier manera, se viene denunciando a menudo la desconexión entre lo que los profesores aprenden en los cursos de entrenamiento y lo que realmente ponen en práctica en las aulas. Referido a los estudiantes de profesorado, se ha puesto de manifiesto (Schlagal, Trathen y Blanton, 1996), por un lado, la no aplicación de lo aprendido en los programas formativos, sustituyéndolo por la replicación de prácticas modeladas de los profesores cooperantes, sometiéndoseles así a un aislamiento que les deja poca oportunidad de desarrollar el llamado conocimiento condicional, o sea, ese saber experto que permite al profesor aplicar las técnicas y estrategias adecuadas en el momento oportuno y conocer cuándo es apropiado presentar una información particular, un tipo de conocimiento necesario para llevar a cabo la enseñanza en situaciones complejas y dinámicas como son las de las clases; por otra parte, la debilidad de los contactos que los alumnos mantienen con los supervisores de la universidad, con otros profesores diferentes del cooperante y con sus propios compañeros, que les lleva a aprender por ensayo y error, con pocas oportunidades de reflexionar sobre sus prácticas. Y esto que se dice de los futuros profesores es sin duda asimilable a los profesores en ejercicio, esencialmente a los profesores principiantes que cargan sobre sus espaldas todos los inconvenientes que presenta la etapa de inducción.

Para ayudar a resolver los problemas de desconexión y aislamiento referidos, los autores mencionados proponen el uso de la tecnología de las telecomunicaciones, esencialmente el correo electrónico (aunque no soslayan algunos inconvenientes que señalan los profesores, como la falta de tiempo y el volumen de los intercambios, o un mayor uso para intercambios de apoyo social y emocional que para el de ideas), creando una comunidad de discurso que aproveche la llamada conversación instruccional, capaz de proporcionar "un modelo apto para ayudar a los profesores principiantes a que apliquen, critiquen y piensen flexiblemente sobre el conocimiento que traen con ellos a la enseñanza" (Schlagal, Trathen y Blanton, 1996, 182). Y Thomas, Clift y Sugimoto (1996) hablan de teleaprendizaje de la enseñanza, que permite a profesores y estudiantes aprender juntos no solo sobre los medios electrónicos sino también sobre cuestiones de la enseñanza; por ejemplo, "un profesor experimentado puede ayudar a un estudiante de profesorado a aprender como enseñar usando grupos cooperativos. Al mismo tiempo, el estudiante para profesor puede ayudar a un profesor experimentado a desarrollar planes de lecciones en los que los estudiantes de la escuela elemental usen software de navegación para recoger electrónicamente información de bibliotecas y otros medios" (pág. 165).

En realidad, se trata de la creación de redes (De Vicente, 1998a) que permitan unir las facultades de educación con las instituciones educativas y reducir el aislamiento físico que la distancia produce, apoyando las acciones supervisoras para los estudiantes de profesorado y los profesores principiantes; se trata de la creación de redes a través de las telecomunicaciones antes mencionadas, pero también a través de redes poderosas (Internet) y de redes locales (Galbreath, 1995). Son redes que permitirían una doble aplicación: almacenamiento de programas que se diseminarían más tarde o sintonización de un usuario con otro de la red en tiempo real. En cualquier caso, las redes apoyarían el intercambio de información y experiencias entre profesores y la colaboración en programas comunes para el crecimiento profesional; habilitarían la creación de verdaderas comunidades de aprendizaje, contextos favorecedores de la reflexión, el pensamiento crítico y la innovación, contextos capaces de transformar las prácticas y el papel tradicional de los profesores en las comunidades profesionales. Estimularían sin duda las relaciones entre los profesores principiantes y los experimentados y la de aquellos con los estudiantes de profesorado, mediante el empleo de estrategias como los casos de enseñanza a través de medios tecnológicos (tecnología de las telecomunicaciones), y cambiarían el papel de los supervisores de la universidad con relación a los cooperantes y mentores (Bliss y Mazur, 1996).

El acceso a redes intranet e Internet ofrece oportunidades de descubrir formas diferentes de trabajar, de arriesgarse, de utilizar dinámicas instructivas que diverjan de las tradicionales, a gentes de localidades dispersas (diferentes lugares de trabajo, diversos campus de enseñanza, distintos países, el mundo entero) o no dispersas (una clase singular), mediante paquetes como el Groupware, una nueva categoría de software que posibilitan el uso efectivo de redes de ordenadores para la instrucción, la colaboración y el entrenamiento. Son paquetes utilizados por los más diversos usuarios, gentes que tienen que tomar decisiones importantes en el mundo de los negocios, jefes de departamento de alguna organización, grupos de estudiantes que desean acceder colegiadamente a bases de datos, equipos de investigadores que quieran colaborar en la redacción de un artículo o en situaciones de entrenamiento en las fuerzas armadas (Schrum y Lamb, 1997, 26). O, como apuntamos anteriormente, potenciar colaboraciones entre expertos y novicios o entre aquellos y estudiantes de profesorado, de manera que aprendan unos de otros, aportando cada uno aquellos conocimientos de los que son propietarios. Los profesores de la Universidad de Amsterdam Veugelers y Zijlstra (1998) han señalado a las redes las siguientes funciones: interpretar las políticas del gobierno, influenciar las políticas del gobierno, aprender de las experiencias de otros, aprovechar la ‘expertise’ de otras escuelas y expertos de fuera de la red, desarrollar nuevos modelos educativos y materiales y crear nuevas iniciativas.

El uso de redes en el desarrollo profesional de los docentes, y también en su formación inicial, va a requerir indudablemente la asunción de nuevos roles. Por parte de los supervisores de la universidad, de los mentores y cooperantes, nuevas formas de supervisión clínica y de facilitación del ‘aprender a enseñar’, en la discusión de los programas de preparación y en las tareas de seguimiento (McDevitt, 1996). Los profesores han de transformarse en asesores de información, ayudando a los participantes a buscar recursos y materiales y acceder a ellos; colaboradores en equipos formados por individuos que trabajan aislados unos de otros; facilitadores y guías que promueven el pensamiento crítico y creativo y ayudan a alcanzar las metas pretendidas; desarrolladores de los currículos de entrenamiento, ayudando a decidir el contenido de los programas formativos y su desarrollo, y, finalmente, deberán asumir el papel de asesores académicos, ayudando a diagnosticar necesidades, revisando el progreso de los participantes, proporcionando la adecuada retroacción, etc. (Kook, 1997). Además de otros como desarrolladores del personal (staff), planificadores y gestores financieros y agentes de cambio, que el autor toma prestados.

Las novedades que se presentan en el campo de la tecnología –tanto en el hardware como en el software– cambian a un ritmo difícil de soportar y esa velocidad de innovación hace todavía más difícil y compleja su utilización por los profesores en la instrucción de clase y en su propio desarrollo profesional, porque nadie puede comenzar sabiendo todo lo que tiene que saber, lo que desemboca en que el ‘aprender a enseñar’ ha de completarse con un ‘aprender a aprender continuamente’. Es por ello que se debe caminar –como hemos dicho– hacia la construcción de comunidades de aprendizaje en las que todos sean profesores y todos sean aprendices, hay que cambiar los papeles de los profesores y también de los estudiantes y hay que cambiar las formas en que aquellos organizan el currículo, las clases, las instituciones a las que pertenecen y los estudiantes que tienen a su cargo. Hay que abandonar la idea de que la fuente del conocimiento está en el profesor, su casi exclusivo dispensador, y estructurar las clases en función del estudiante; cambiar la clase tradicionalmente centrada en el profesor a otra forma de organización mucho más complicada, en la que se reduzca el aislamiento y se incremente en cambio la comunicación entre compañeros y la interdependencia, a lo que parece tender la complejidad de la tecnología y su aplicación a la enseñanza.

 

5. ¿Y el futuro? Posibles vías de investigación

 

No podemos terminar esta pequeña aportación sin poner de manifiesto la necesidad de incrementar los estudios sobre temas que, en la relación íntima que guardan la tecnología y el desarrollo profesional de los docentes, constituyen todo un campo de investigación. Parece cierto que la introducción de las nuevas tecnologías en las aulas y la pretensión al menos de su utilización como instrumento de primer orden en el campo de la enseñanza proporciona un nuevo ámbito para la reflexión y, como consecuencia, para la innovación, el pensamiento crítico y creativo y para la mejora de la enseñanza y de la formación de los profesores. Pero este nuevo ámbito debe de ser entendido de forma muy diferente al concepto tradicional, fundamentado en una forma de intercomunicación más lenta y menos poderosa. Ello conduce, si se desea estimular la intercomunicación y el aprendizaje colaborativo, a nuevas necesidades de indagación sobre cómo los profesores filtran los mensajes de sus colegas o de sus mentores, cómo los atienden o cómo los ignoran; sobre si las informaciones son atendidas en función de su procedencia (prestigio o estatus del emisor); sobre el uso de la tecnología en los intercambios de información y de ideas profesionales entre profesores y de estos con asesores, inspectores, orientadores y administradores; sobre qué implicaciones pueden tener las diferencias que existen entre la comunicación cara a cara o a través de medios como el teléfono y aquellos otros que, como el fax, el correo electrónico o Internet, no requieren una respuesta inmediata, permitiendo una reflexión más concienzuda en las respuestas...

Nosotros hemos creado un modelo de evaluación de programas de desarrollo profesional de profesores (De Vicente, 1998c) y lo hemos aplicado (De Vicente, 1998d) a un grupo de profesoras de Educación Infantil del Colegio "Dulce Nombre de María. Escolapios" de Granada, que desarrollaron un programa formativo titulado "Visita a un Museo", que tenía una doble finalidad: por un lado, crear en los niños una actitud temprana positiva hacia los museos y, por otro, que las profesoras aprendieran de la experiencia. Esta investigación, desarrollada a lo largo de dos años, nos ha proporcionado nuevos conocimientos que, desde la perspectiva que aquí nos interesa, puede aportar un interesante campo a la investigación de las relaciones entre la tecnología –las nuevas tecnologías– y el desarrollo profesional de los docentes.

 

El modelo consta de seis fases: entrada en el campo, diagnóstica, de diseño, de proceso, de integración y de seguimiento. Cada una de ellas puede ser un área de aplicación de las nuevas tecnologías susceptible de ser investigada. Y para todas ellas, la idea de portfolio o carpeta se convertiría, pensamos, en un instrumento vital para proporcionar a los participantes en programas formativos la retroacción necesaria y adecuada que permita emitir juicios conducentes a la mejora de su propia enseñanza y de su propia formación. De cualquier manera, la combinación de medios tecnológicos puede facilitar el desarrollo de las diferentes etapas del modelo, además de que el ordenador permite en muchos casos y facilita en todos el análisis de los datos recogidos en cada una de las fases.

Un portfolio o carpeta ha sido definido de maneras diferentes, pero parece que en su conceptualización deben ser consideradas al menos tres características (Danielson y Abrutyn, 1997). Es, en primer lugar, una colección de trabajos de los evaluados, un número no determinado de piezas extraídas de la práctica de los participantes individual y/o colectivamente considerados; esta colección puede en sí misma ser utilizada para mostrar la situación del aprendizaje de los participantes en un momento determinado; una colección de trabajos que les pueda hacer sentir orgullosos y también mostrar las debilidades que deban mejorarse, lo que les incitará a comprometerse mucho más con el proceso. En segundo lugar, la recogida de muestras de los trabajos de los participantes se haría con un propósito claramente definido; como afirma Arte (citado por los autores), un portfolio es algo más que una carpeta que contiene muestras del trabajo del estudiante (de los participantes en un programa de formación, extrapolamos nosotros); es una muestra "reunida para un propósito particular", una colección de trabajos reunidos con una intencionalidad guiada por los objetivos de aprendizaje. Y, finalmente, la carpeta ha de significar una oportunidad para que los evaluados reflexionen y comenten sobre sus trabajos, en nuestro caso, sobre su propia formación, las debilidades de su enseñanza y la calidad del propio programa formativo; una oportunidad de conocer su dominio de los objetivos pretendidos con el programa y demostrar –a ellos mismos y a otros– su dominio en un área, habilidad o tarea particular. Estas características se encuentran presentes en la definición de Lee Shulman (citada por Lyons, 1999): "Un portfolio de enseñanza es la historia documental, estructurada, de una serie de actos de enseñanza entrenados y asesorados (mentored), justificados por muestras del trabajo del estudiante y realizados en su totalidad solamente a través de escritos reflexivos, deliberación y conversación seria".

De cualquier manera, la carpeta puede convertirse en un instrumento que refleje las prácticas diarias de los profesores en sus aulas de clase, pero también fuera de ellas (durante las actividades de diseño y evaluación, en reuniones con colegas –formales o informales, regladas o no–, con administradores, con familias o miembros de la comunidad); prácticas que reflejen no solo su enseñanza sino también su propio aprendizaje sobre la enseñanza; prácticas que permitan a los profesores comprender lo que los estudiantes aprenden y refinar su currículo. La carpeta potencia, como hemos indicado antes, la reflexión sobre la práctica, pero conviene añadir que es un medio para que esta reflexión pueda ser colectiva, potenciando conexiones y haciendo consciente al interesado de cuestiones y temas que estaban en él de forma tácita y que solo a través de apuntes de compañeros llegan a ser explícitos. La carpeta, en fin, puede ayudar a convertir en hábito todos aquellos procesos mentales que se ponen en marcha cuando se analizan los contenidos de un portfolio, de forma que lleguen a formar parte de su práctica.

Pero la carpeta presenta serios inconvenientes a la hora de almacenar las informaciones contenidas en materiales de la más diversa procedencia (escritos, películas, vídeos, dibujos, archivadores, carteles, cintas de casete, etc., etc.). Frente a esta avalancha de materiales, surge la posibilidad de almacenar en CD–rom enorme cantidad de materiales que la tecnología actual ha ampliado al permitir captar, no solo la información escrita, sino también los lenguajes oral e icónico, pues puede codificar, almacenar y reproducir tanto el audio como la imagen. La tecnología se pone así al servicio no solo del entrenamiento de profesores sino de la evaluación de estos y la de su desarrollo profesional, permitiendo la unión de la tecnología con un ámbito esencial de la formación: la evaluación de los propios programas formativos. Estamos hablando de algo semejante al software experimentado por Niguidula (1997), el llamado por él portfolio digital.

Veamos cómo esta carpeta digital –y las nuevas tecnologías en general– podría ayudar en la aplicación del modelo de evaluación que hemos propuesto. Comenzando por la presentación y explicación del modelo a los participantes en el programa formativo, el uso de tecnologías puede facilitar la entrada en el campo. Puede pensarse incluso en la realización de una presentación contenida en un disquete o disco compacto que permitiría a los participantes un estudio pormenorizado y un análisis más profundo del contenido del modelo, pudiendo reflexionar sobre él y anotar todas aquellas cuestiones que su estudio les sugiera y que serían sometidas a aclaraciones por los asesores externos. Sería muy atractiva la combinación de medios; por ejemplo, la combinación de proyector y ordenador permite la explicación del modelo a un número elevado de personas. De cualquier forma, la importancia que tiene la creación de un clima positivo al comienzo de la aplicación del modelo se puede ver reforzada con la utilización de las nuevas tecnologías; en el modelo que proponemos son los propios profesores los verdaderos artífices, no solo de la realización del programa formativo, sino también de su evaluación.

La fase diagnóstica se fundamenta esencialmente en el análisis de la enseñanza –de algún o algunos aspectos de la enseñanza– de los profesores participantes en el programa, los problemas necesitados de solución, los propósitos que se deban servir, los constreñimientos que se prevean y su posible impacto. Brevemente, la identificación y valoración de sus necesidades, que conlleva el análisis de sus sistemas de creencias, el propósito de los profesores como grupo y el institucional, es decir, su visión compartida de los propósitos de la institución, y la formulación de objetivos claros y precisos para su desarrollo profesional, una cuestión que entraña serias dificultades, como ha puesto de manifiesto nuestra investigación (las profesoras piensan más en sus alumnos que en sí mismas). Todo ello se facilitaría mediante el uso de una carpeta de diagnosis que recogería los materiales que proporcionaran los más variados instrumentos –entrevistas, observaciones, listas de control, etc.– o los que puede proporcionar la dimensión ‘Niveles de Uso’ del programa CBAM (Hall y Hord, 1987) y que ahora serían sometidos a un exhaustivo análisis.

En la fase de diseño, la tecnología –por sí misma o a través de carpetas digitales– permite acumular información que sirva de base a los profesores para poder dar respuestas informadas a las preguntas clave que, en nuestra opinión, han de formularse al diseñar una evaluación, en torno al examen de las metas instructivas y las de desarrollo profesional a nivel institucional, que conducirán a la determinación de las metas del programa; en torno a la determinación de los evaluadores y el tipo de evaluación; al foco, o sea, si se evaluará cada profesor individualmente o el equipo en su conjunto, a la vez que el programa mismo; a las audiencias, a saber, a quién importa realmente la evaluación; el calendario provisional de aplicación del modelo; a las actividades de evaluación y al lugar o lugares en que se llevarán a cabo; se decidirá quién dirigirá las tareas de evaluación; cuáles métodos, estrategias e instrumentos se emplearán, cuáles serán las fuentes de información, y, finalmente, se fijarán los procedimientos de autoevaluación y evaluación por colegas y los de análisis de datos para la emisión posterior de juicios evaluativos.

La carpeta de aplicación sería el instrumento idóneo para la fase de proceso. En ella se acumularía toda la información recogida por los más variados medios (observaciones, notas de campo, viñetas narrativas, grabaciones en audio y vídeo...), información que se sistematizaría, se ordenaría, se analizaría, proporcionando datos que los profesores someterían a procesos de reflexión individual y a diálogos colaborativos en los que discutirían las conclusiones individuales e inferirían otras nuevas. Del análisis de todas las evidencias se obtendrían los datos para la emisión por los participantes de juicios referidos al desarrollo del programa. De igual manera, la tecnología facilitaría la redacción del informe de evaluación y la diseminación de los resultados.

Por su parte, la fase de integración constituye una valoración sincrónica o del producto y la consideramos complementaria de la diacrónica llevada a cabo a lo largo de la fase de proceso. Los datos recogidos en esta fase se unirían, por lo tanto, a los reunidos en las fases anteriores, completándolos. Estará fundamentada, igualmente, esta fase en el análisis de documentos, de observaciones de las acciones de los profesores y, si es posible, del análisis del rendimiento de los estudiantes (las carpetas de los alumnos pueden jugar aquí un papel importante). "Lo verdaderamente característico de esta etapa es el pronunciamiento que los participantes hagan de su intervención en el programa, de lo que han aprendido en cada una de las fases del proyecto y de cómo todo ello ha posibilitado cambios ya efectivos, y aún más en potencia, en sus prácticas de clase. Es ahora cuando los participantes deberán pronunciarse acerca del significado del programa en relación con su hacer diario en las salas de clase y sobre lo que el propio programa formativo y su aplicación ha significado para ellos. Es más, es ahora cuando los profesores podrán referir puntos de mejora, no solo en el programa formativo sino también en el propio proceso evaluador" (De Vicente, 1998d: 195–196).

La carpeta de impacto completa el proceso evaluador, pues estamos en la fase de seguimiento en la que se ha de considerar el efecto real que el programa formativo ha tenido en la práctica docente de los participantes. Su finalidad no es otra que la valoración periódica de la mejora de la actuación de los docentes y del programa de desarrollo profesional que se ha evaluado. En esta carpeta se irían acumulando a los datos obtenidos en las fases anteriores los recogidos en diferentes periodos inmediatamente posteriores a las acciones formativas, datos que se someterían a discusiones de seguimiento con los participantes, para determinar el progreso de los aprendizajes derivados de la aplicación del programa formativo.

Así, las nuevas tecnologías –y también las tradicionales– se transforman aquí en el brazo poderoso capaz de potenciar los esfuerzos humanos, un portentoso artefacto que surge en apoyo de los esfuerzos del hombre en pro de la mejora de la calidad de su propia vida y –más importante aún– de la de sus congéneres, un soberbio instrumento que transmuta a la persona casi en un superman (o una superwoman), un pequeño ‘david’ habilitado para vencer los colosales ‘goliats’ que aparecen en incontables ocasiones –como barreras casi infranqueables– en el camino cotidiano del docente, una extraordinaria palanca movida por la inteligencia del ser humano.

 

Referencias

 

BEHRMANN, M. M. (1998): "Assitive Technology for Young Children in Special Education", en DEDE, C. (Ed.) Learning with Technology. Alexandria: Association for Supervision and Curriculum Development; pp. 73–93.

BLISS, T. y MAZUR, J. (1996): "Common Thread Case Project: Developing Association of Experienced and Novice Educators Through Technology", en Journal of Teacher Education, 47 (3); pp. 185–190.

BOLÍVAR, A. (Dir.) (1999): Ciclo de vida profesional del profesorado de Secundaria. Desarrollo Personal y formación. Bilbao, Mensajero.

BRANCH, R. M. (1997): "Educational Technology Frameworks that Facilite Culturally pluralistic Instruction", en Educational Technology, XXXVII (2); pp. 38–41.

COSTA, A. L. y KALLICK, B. (1995): Assessment in the Learning Organization. Alexandria, Association of Supervision and Curriculum Development.

DANIELSON, C. y ABRUTYN, L. (1997): An Introduction to Using Portfolios in the Classroom. Alexandria, Association for Supervision and Curriculum Development.

DARLING–HAMMOND, L. (1999): "Educating Teachers for the Next Century: Rethinking: Practice and Policy", en GRIFFIN, G.A. (Ed.): The Education of Teachers. Ninety–eighth Yearbook of the National Society for the Study of Education. Chicago, The National Society for the Study of Education; pp. 221–256.

DE VICENTE, P.S. (1990): "Estrategias de formación del profesorado", MEDINA, A. Y SEVILLANO, M.L. (Coords.): Didáctica–Adaptación. El Curriculum: Fundamentación, Diseño, Desarrollo y Evaluación. Madrid, UNED; pp. 527–566.

DE VICENTE, P.S. (1995): "La formación del profesorado como práctica reflexiva", en VILLAR, L.M. (Coord.): Un ciclo de enseñanza reflexiva. Estrategia para el diseño Curricular. Bilbao, Mensajero, pp. 53–88.

DE VICENTE, P.S. (1996): "Formación y evaluación basada en el centro", en VILLA, A. (Coord.): Evaluación de Experiencias y Tendencias en la Formación del Profesorado. Bilbao: ICE de la Universidad de Deusto; pp- 289–322.

DE VICENTE, P.S. (1998a): "Espacio y tiempo: dos constructos clave para el desarrollo profesional de los docentes", en LORENZO, M., ORTEGA, J.A. y SOLA, T. (Coords.): Enfoques en la Organización y Dirección de Instituciones Educativas Formales y No Formales. Granada, Grupo Editorial Universitario; pp 11–131.

DE VICENTE, P.S. (1998b): "Trabajar juntos para construir un sueño: cambiar las mentes, cambiar los profesores, mejorar las escuelas", en FERNÁNDEZ, M. y MORAL, C. (Eds.): Formación y desarrollo de los Profesores de Educación Secundaria en el marco Curricular de la Reforma. Los retos profesionales de una nueva etapa. Granada, FORCE; pp. 37–54.

DE VICENTE, P.S. (1998c): "Evaluación de programas de formación en el desarrollo profesional del psicopedagogo", en PEÑAFIEL, F., GONZÁLEZ, D. y AMESCUA, J.A. (Coords.): La intervención en Psicopedagogía. Granada, Grupo Editorial Universitario; pp. 105–145.

DE VICENTE, P. S. (1998d): Construcción y validación de un modelo de evaluación de la formación permanente del profesorado fundado en el conocimiento, la colaboración y la reflexión. Memoria final de la investigación aprobada por el CIDE (B.O.E. de 07–03–96).

DU FOUR, R. y EAKER, R. (1999): Professional Learning Communities at Work. Best Practices for Enhancing Student Achievement. Alexandria: Association for Supervision and Curriculum Development.

FULLAN, M. (1993): Change Forces: Probing the Dephts of Educational Reform. London: The Falmer Press.

GAGNÉ, R.M.; BRIGGS, L.J. y WAGER, W.W. (1992): Principles of Instructional Design (4th Ed.). New York: Holt, Rinehart and Winston, citado por R.M. Branch (1997).

GALBREATH, J. (1995): "Multimedia on the Network: Has Its Time Come?", en Educational Technology, XXXV (4), 44–51.

GALLEGO, M.J. (1994a): La práctica con ordenadores en los centros educativos. Granada, Servicio de Publicaciones de la Universidad.

GALLEGO, M.J. (1994b): Tendencias en la formación de profesores en informática: revisión de unos estudios, en BLÁZQUEZ, F.; CABERO, J. y LOSCERTALES, F. (Coords.): en Memoria de Juan Manuel López Arenas, Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación para la Educación. Sevilla, Alfar, pp. 323–331.

GOLDBERG, B. y RICHARDS, J. (1995): "Leveraging Technology for Reform: Changing Schools and Communities into Learning Organizations", en Educational Technology, XXXV (5), pp. 5–16.

GONZÁLEZ SOTO, A.P. (1994): "Formación Basada en las Nuevas Tecnologías", en BLÁZQUEZ, F.; CABERO, J. y LOSCERTALES, F. (Coords.): Memoria de Juan Manuel López Arenas, Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación para la Educación. Sevilla, Alfar, pp. 243–256.

GRIMMETT, P. y MACKINNON, A.M. (1992): Craft Knowledge and the Education of Teachers, en GRANT, G. (Ed.): Review of Research in Education, 18. Washington: American Educational Research Association; pp. 1–22.

HALL, G.E. Y HORD, S.M. (1987): Change in Schools: Faciliting the Process. Albany: State University of New York Press.

HANCOCK, V. (1997): "Creating the Information Age School", en Educational Ledership, 55 (3); pp. 60–63.

HATFIELD, M.M. (1996): "Using Multimedia in Preservice Education", en Journal of Teacher Education, 47 (3): pp. 223–228.

HOWEY, K.R. y ZIMPHER, N.L. (1999): "Pervasive Problems and Issues in Teacher Education", en GRIFFIN, G.A. (Ed.): The Education of Teachers. Ninety–eighth Yearbook of the National Society for the Study of Education. Chicago, IL: The National Society for the Study of Education; pp. 279–305.

KING, S.P. (1999): "Leadership in the 21st Century: Using Feedback to Maintain Focus and Direction", en MARSH, D.D. (Ed.): Preparing Ours Schools for the 21st Century. Alexandria, Association for supervision and Curriculum Development; pp. 165–183.

KOOK, J.K. (1997): "Computers and Communication Networks in Educational Setting in the Twenty–First Century: Preparation for Educators’ New Roles", en Educational Technology, XXXVII (2); pp. 56–60.

KOZMA, R. y SHANK, P. (1998): "Connecting with the 21st Century: Technology in Support pf Educational Reform", en DEDE, C. (Ed.): Learning with Technology. Alexandria: Association for Supervision and Curriculum Developpment; pp. 3–27.

LIEBERMAN, A. y GROLNICK, M. (1997): "Network, Reform, and the Professional Development of Teachers", en HARGREAVES, A. (Ed.): Rethinking Educational Change with Heard and Mind. Alexandria, Association for Supervision and Curriculum Development; pp. 192–215.

LYONS, N. (1999): "How Portfolios Can Shape Emerging Practice", en Educational Leadership, 56 (8); pp. 63–65.

LITTLE, J. (1993): "Teachers’ Professional Development in a Climate of Educational Reform", en Educational Evaluation and Policy Analysis, 15 (2); pp. 129–151.

MCDEVITT, M.A. (1996): "A Virtual View: Classroom Observation at a Distance", en Journal of Teacher Education, 47 (3), 191–196.

MITCHELL, C. y WEBER, S. (1999): Reinventing Ourselves as Teachers: Beyond Nostalgia. London, Falmer Press.

NICAISE, M. y BARNES, D. (1996): "The Union of Technology, Constructivism, and Teacher Education", en Journal of Teacher Education, 4 (3); pp. 205–212.

NIGUIDULA, D. (1997): "Picturing Performance with Digital Portfolios", en Educational Leadership, 55 (3); pp. 26–29.

PEPI, D. y SCHEURMAN, G. (1996): "The Emperor’s New Computer: A Critical Look at Our Appetite for Computer Technology", en Journal of Teacher Education, 47 (3); pp. 229–236.

PERKINS, D.N. (1992): "Technology Meets Constructivisme: Do They Make a Marriage?", en en DUFFY y JONASSEN, D. (Eds.): Constructivism and the Technology of Instruction. Hillsdale: Erlbaum; pp. 45–55.

SCHLAGAL, B.; TRATHEN, W. y BLANTON, W. (1996): "Structuring Communications to Create Instructional Conversations About Student Teaching, en Journal of Teacher Education, 47 (3); pp. 175–183.

SHOWERS, B.; JOYCE, B. y BENNETT, B. (1987): "Synthesis of Research on Staff Development: A Framework for Future Study and a State–of–the–Art Analysis", en Educational Leadership, 45 (3), pp. 77–87.

SPARKS, D. y HIRSH, S. (1997): A New Vision of Staff Development. Alexandria, Association for Supervision and Curriculum Development.

SCHRUM, L y LAMB, T.A. (1997): "Computer Networks as Instructional and Collaborative Distance Learning Environments", en Educational Technology, XXXVII (4); pp. 26–28.

SOSNIAK, L.A. (1999): "Professional and Subject Matter Knowledge for Teacher Education", en GRIFFIN, G.A. (Ed.): The Education of Teachers. Chicago: The National Society for the Study of Education; pp. 185–204.

THOMAS, L., CLIFT, R.T. y SUGIMOTO, T. (1996): "Telecommunication, Student Teaching, and Methods Instruction: An Exploratory Investigation", en Journal of Teacher Education, 46 (3); pp. 165–174.

VEUGELERS, W. y ZIJLSTRA, H. (1998): "Learning Together in Networks of Schools and University", en Int. J. Leadership in Education, 1 (2); pp. 169–180.

VILLAR, L.M. (1994): "La formación del profesor en nuevas tecnologías", en BLÁZQUEZ, F.; CABERO, J. y LOSCERTALES, F. (Coords.):Memoria de Juan Manuel López Arenas, Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación para la Educación. Sevilla: Ediciones Alfar, pp. 370–396.

WELLINGTON, J.J. (1995): "The Role of New Technology in Teacher Education: A Case Study of Hypertext in a PGCE Course", en Journal of Education for Teaching, 21 (1); pp 37–50.