ESCENARIOS PARA LA FORMACIÓN DEL PROFESORADO:

LOS CENTROS DE PROFESORES COMO

FÁBRICAS DE SIGNIFICADO (*)

 

José Beltrán Llavador (**)

 

Aunque es posible detectar fases diferenciadas en la breve historia de los CEP lo que pretende el autor en este artículo es destacar aquellos escenarios más significativos que caracterizan la gestión de los CEP a cargo de los servicios centrales de la Conselleria de Educación de la Comunidad Valenciana. En estos escenarios analiza el discurso administrativo en contraste con la acción administrativa, algunas ausencias significativas en las políticas de formación, el auge creciente del conservadurismo hasta desembocar en la liberalización de la formación, las diferentes respuestas del profesorado ante la oferta formativa, y la posición contradictoria de los CEP en tanto que subculturas peculiares: fábricas de significados que permiten explicar y comprender la formación permanente del profesorado a lo largo de una década.

 

Reflexionar sobre la formación permanente del profesorado en España en general, y en la Comunidad Valenciana en particular, supone reflexionar en buena medida, y sin agotar el terreno de análisis, sobre las instituciones que mayor presencia han tenido desde su creación hace una década: los centros de profesores (CEP).

 

En el ámbito de esta reflexión, merece una atención específica el papel que vienen cumpliendo aquellas agencias encargadas de la gestión, planificación y regulación de los CEP, es decir, las instancias que constituyen el espacio de mediación entre las políticas educativas y las prácticas del profesorado: esas instancias o agencias a las que genéricamente se denomina Administración. Las relaciones mantenidas entre la administración y los CEP proporcionan claves valiosas de comprensión de la dinámica y de la evolución de los CEP: de sus límites, de sus posibilidades, de los conflictos y contradicciones que han venido atravesando, y de las expectativas e incertidumbres sobre su futuro en el espacio de la formación permanente.

 

Los centros de profesores surgen en nuestro país en un momento histórico en el que se dan condiciones favorables para su implantación y para su desarrollo por varios motivos. En primer lugar, suponen una alternativa al modelo ICE, caracterizado por la oferta centralizada de cursos destinada al profesorado de manera diferenciada e individualizada. En segundo lugar, y de paso que ofrecían una alternativa a un modelo ya cuestionado, sirvieron para reconocer institucionalmente las aspiraciones y el trabajo de los MRP y otros grupos, nutriéndose en su origen de profesionales y colectivos docentes situados en la vanguardia educativa.

Conviene recordar que el modelo CEP no encuentra su origen en nuestro país, sino que es un modelo importado de Inglaterra, concretamente del Teacher's Centre de Norwich, para su adaptación en nuestro contexto. De la influencia que tuvo este referente en nuestro propio país tenemos constancia en uno de los primeros documentos que publicó el Servicio de Formación del Profesorado en la llamada "Serie P", denominado Centros de Profesores. Una investigación en perspectiva (Hernán, F.: 1986). En esta publicación pionera se da cuenta de los primeros contactos, auspiciados por la administración, entre uno de los primeros componentes del CEP de Valencia y el Teacher´s Centre de Norwich.

A la implantación primera de los CEP en territorio MEC le sucede muy pronto la creación institucional en algunas comunidades, entre otras la nuestra. Acudiendo tanto a la opinión y al juicio del profesorado, como a los documentos legislativos, publicaciones administrativas, así como a las memorias de los propios CEP y a la literatura generada por éstos a partir de sus actividades (jornadas, proyectos, planes, cursos, etc.) es posible rastrear algunos de los aspectos más relevantes en lo que se refiere al papel jugado por las agencias de gestión.

En cualquier caso, no nos interesa tanto realizar una arqueología de los propios CEP, ni una crónica lineal del devenir de éstos en sus diez años de funcionamiento, sino más bien un análisis relacional que permita comprender las determinaciones poderosas de la Administración educativa sobre estas instituciones educativas.

 

1. E1 discurso de la Administración

 

Adoptamos como hipótesis de partida el siguiente argumento de Miguel Beltrán: "el discurso de la Administración acerca de la realidad social, despegado de ella como ciertamente es, contribuye no obstante de manera decisiva a la construcción de la realidad social. De tal manera que la realidad social estaría constituida tanto por la realidad propiamente dicha como por lo que la Administración dice sobre ella" (Beltrán, M.,1991: 163). La realidad social a la que nos referimos en este caso es la realidad educativa de los docentes relativa a su formación permanente.

El correlato de esta hipótesis, en el caso que nos interesa analizar, podría formularse de la manera siguiente: Si bien es cierto que los CEP, en tanto que realidad social específica, surgieron inspirados por una filosofía novedosa hasta el momento, que pretendía la gestión y la representación plural de los mismos por los propios docentes, y que fue impulsada por la administración educativa, no es menos cierto que la propia administración educativa ha ido cuestionando esa pretensión, reduciéndola progresivamente a poco más que un desiderátum. Se confirmaba de esa manera la distancia, que cada vez ha ido haciéndose mayor, entre el discurso de la administración y la realidad social de los sujetos sobre la que repercute la acción administrativa.

 

Sirvan, de momento, tres breves pero significativas cuestiones que ilustran los efectos del discurso de la administración educativa sobre la acción de la formación del profesorado.

 

a) Gestión de la participación

 

Cuando hablamos de la gestión de la participación nos referimos a la concreción o la dimensión práctica de una racionalidad guiada por fines emancipadores.

 

En efecto, en sus inicios los CEP de la Comunidad Valenciana se caracterizaron por la marcada presencia de los consejos de dirección, figura contemplada en el primer Decreto de creación de los CEP que le asignaba un protagonismo destacado a través de una representación plural, tanto interna como externa al propio CEP. Así, en las primeras memorias de los cursos 1986 a 1990, tras sentar las bases que permitieran a los CEP comenzar a caminar, en el último cuatrimestre de 1986 se subrayaba la importancia del consejo de dirección a la hora de tomar decisiones conjuntas que afectaban a la orientación de los modelos de formación. A modo de ilustración, en 1986 el consejo de dirección de uno de los CEP de la Comunidad Valenciana redacta un comunicado dirigido a la Dirección General de Enseñanzas Universitarias e Investigación, de la que depende orgánicamente, solicitando que se facilite una mayor dedicación horaria a los miembros de los grupos de trabajo.

 

Sin embargo, a partir de 1990, lo que comienza siendo un instrumento democrático para regular la participación en los CEP deja de funcionar debido tanto a los cambios operados en los propios CEP como a la inercia administrativa que no acaba de abordar esta situación. El consejo de dirección, así, acaba ignorándose, convirtiéndose, desde su ausencia, en un elemento importante de desregulación y, por tanto, de debilitamiento de los CEP, deslegitimado por la propia administración que le dio legitimidad.

 

b) Gestión de los recursos

 

Cuando hablamos de gestión de los recursos nos referimos a la concreción de una racionalidad que se centra fundamentalmente en los medios o en los instrumentos y cuyo desarrollo deslimitado tiende a olvidar los fines que constituyen su horizonte.

En ese sentido, la gestión de la participación, que acabamos de examinar, no se entiende totalmente sin alguna necesaria consideración sobre las condiciones materiales en que se desarrolla la misma. Efectivamente, los límites de la participación, en tanto que gestión democrática de la formación, se pueden comprender mejor al analizar, no sólo la propia organización de los centros de profesores, sino la economía política y financiera con la que éstos operan.

Respecto a la economía política ya hemos expuesto cómo en los centros de profesores se han ido reduciendo los cauces de participación formal a través de los consejos de dirección hasta su completa desactivación. Si bien es cierto que el profesorado que participaba en los consejos no tenía representatividad de su sector profesional sino que intervenía a título particular, a partir de la desaparición de los consejos de dirección, se detecta con mayor claridad cómo los centros de profesores funcionan como esferas autónomas que, al no incorporar legalmente la opinión del profesorado, corren el riesgo de distanciarse de las preocupaciones y de las necesidades auténticas de este colectivo.

Respecto a la financiación que reciben los CEP, es preciso señalar algunas cuestiones. En primer lugar, el sistema de gestión económica funciona mediante un complejo sistema de reposición periódica que no sólo no es agil, sino que, con frecuencia, genera continuas y penosas disfunciones. Una de éstas es el retraso con el que se pagan las actividades contratadas. En segundo lugar, el cuadro de dietas con el que se regula la retribución de actividades de formación a cargo de agentes externos se caracteriza en general por su austeridad. De ese modo, lamentablemente, acaba cumpliéndose en buena medida ese tópico por el cual la administración "paga tarde y mal", depreciando así la propia tarea formativa. ¿Tal vez cabría considerar esta depreciación como una devaluación en el sentido de evaluación negativa de las agencias y de los agentes de la formación?

 

c) La intensificación del trabajo

 

El crecimiento desmesurado de la burocratización en los CEP, lo que podemos denominar, siguiendo a Apple (1989: 48-52), la "intensificación del trabajo", ha desplazado en las propias asesorías la responsabilidad directa sobre los aspectos más administrativos, tanto de la gestión económica como de otros asuntos. De ese modo, se cumplen funciones que en sentido estricto no corresponden a una tarea asesora, y la administración se encarga de velar por la corrección de esas funciones, haciendo de éstas un nuevo elemento, directo e indirecto, de control. Directo porque en ocasiones exporta responsabilidades que en principio le son propias (confección de dietas, estadillos o protocolos de actividades, etc.). Indirecto porque, con ello, resta un tiempo cada vez más preciso de las tareas de formación para asignarlo a tareas de ejecución formal propias del aparato administrativo. Una muestra clara de cuanto afirmamos se puede apreciar examinando el contenido de algunas de las últimas circulares remitidas a los CEP en las que se dictan instrucciones sobre su funcionamiento. La intensificación procede no sólo de las tareas asignadas, sino de La repetición, en muchas ocasiones arbitraria, de las mismas, así como de las medidas de control de las que se hacen acompañar.

Esta intensificación creciente se interpreta como racionalización, esto es, planificación eficientista del tiempo y del contenido del trabajo. A modo de ilustración, señalaremos algunos elementos recientes en los que se refleja esta racionalización. Así, respecto al horario y el calendario laboral de un asesor o asesora, se puede afirmar que nunca han sido un tema claramente definido. Mientras que la administración ha tendido a considerar que las funciones de una asesoría técnico-pedagógica se ajustaban mejor a los tempos y a la lógica administrativa, y, por tanto, su labor se asimilaba a una función técnica o administrativa, los asesores y asesoras han sostenido que su tarea era más congruente con el ejercicio docente, y, por tanto, su labor se asimilaba antes a una función pedagógica o formativa. La dialéctica entre asesores gestores o formadores nunca ha estado del todo resuelta, dando lugar en la práctica a no pocas contradicciones.

Uno de los efectos indeseados de estos procedimientos orientados a regular la formación del profesorado justamente a través de aquellas instituciones con las que la propia administración se dota para ello, es que alimenta una percepción externa de las mismas, que las convierte en esferas distanciadas y aisladas del universo de preocupaciones y de necesidades del propio profesorado. Los CEP acaban siendo considerados, como veremos más adelante, no tanto lugares de encuentro del profesorado, sino pequeñas unidades, delegaciones o sucursales administrativas.

Así pues, las que comienzan siendo condiciones funcionales para regular la economía y la dinámica interna de los CEP acaban incrementándose de tal manera que han pasado de ser objeto razonables de organización para la mejora cualitativa de su funcionamiento a instrumentos de control que van cercando su autonomía.

En definitiva, el discurso administrativo de los fines se ha ido suplantando paulatinamente por el de los medios o, dicho de otra manera, la racionalidad emancipadora que explicaba, al menos teóricamente, el sentido original de los CEP ha ido quedando relegada en la práctica por una racionalidad instrumental. Pues, como hemos apuntado, mientras la gestión de la participación ha sufrido una tremenda desregulación, la gestión de los recursos y de la propia organización del trabajo ha sufrido una incrementación desmesurada, que aleja progresivamente a los CEP de las finalidades para los que fueron creados, y los va aproximando paulatinamente a posiciones contrarias a las pretendidas.

 

2. Planificación institucional frente a autonomía profesional

 

La apelación al concepto de autonomía ha sido recurrente desde la misma creación de los centros de profesores... por los propios centros de profesores. Otra cosa bien diferente es la interpretación o la apropiación de ese concepto por parte de la administración educativa. Veremos, en ese sentido, cómo entre las ocho funciones que se atribuyen a los CEP en su decreto de creación, dos de ellas consisten en "ejecutar los planes de perfeccionamiento que la administración les atribuya" y en "cualquier otra que la administración les encomiende". De esa manera, la autonomía de los CEP ha estado desde su origen condicionada por los sucesivos criterios que la administración, a través del Servicio de Formación del Profesorado, del que dependen orgánica y funcionalmente, ha ido estableciendo.

Más allá del contenido de estas funciones, de por sí suficientemente importante, ya vimos cómo la autonomía de los CEP se ve pronto recortada notablemente con la desaparición de los consejos de dirección. A este momento la han ido sucediendo otros de los que después daremos cuenta.

Pero antes, también es preciso reconocer que, a pesar de ello y contrastando con esta restricción, los centros de profesores han gozado de una relativa autonomía, entendida como libertad a la hora de elaborar y planificar sus propias lineas de actuación. Hasta tal punto esto ha sido así, que, en ocasiones, esta autonomía ha sido objeto de autocrítica porque tendía a confundir la libertad de los CEP con un laissez faire.

En cualquier caso, la relativa autonomía de los CEP ha sido una autonomía selectiva, al menos en el siguiente sentido: los centros de profesores no han gozado de la misma autonomía a la hora de planificar su oferta específica que a la hora de elaborar la oferta general o institucional. Una distinción ésta que nos sitúa en un nuevo escenario de contradicciones en la formación del profesorado, y con la que hemos querido dar título a este apartado. Así, entre la temprana desaparición en la práctica de los consejos de dirección hasta la reciente desautorización por parte de la actual administración de los planes presentados por los CEP, enunciados como indicadores del valor de uso de la autonomía profesional, encontramos un momento intermedio que ilustra suficientemente la tensión entre la dinámica interna de las instituciones de formación y las determinaciones externas de las mismas.

Este momento encuentra su mejor expresión en la Orden de 11 de mayo de 1992 (DOGV 19/6/92) por la que se convoca un concurso de ayudas a proyectos de formación del profesorado en centros. En el preámbulo de esta Orden se señala que "según lo que dispone la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) en el artículo 57, las administraciones educativas han de fomentar la autonomía pedagógica y organizativa de los centros y favorecerán y estimularán el trabajo en equipo del profesorado.

Este trabajo en equipo del profesorado es absolutamente necesario para el desarrollo de los diferentes niveles de concreción curricular, en particular en lo referente a la elaboración del proyecto educativo de centro y de los proyectos curriculares de etapa".

Desde tales presupuestos se redactan las bases de las ayudas a proyectos de formación en centros cuyo objeto, según la base primera, se dirige a la aplicación del nuevo sistema educativo definido en la LOGSE. En la base segunda, referida a los tipos de proyectos, se dice que los proyectos de formación podrán tratar los aspectos siguientes:

 

a)       Preparación teórica y práctica de grupos de profesores para la elaboración de un proyecto educativo de centro que contemple las líneas educativas y metodológicas del centro.

b)       Formación teórica y práctica de equipos docentes para la elaboración de proyectos curriculares de etapa dirigidos a la implantación del currículo con distintos planteamientos:

      1.Proyecto curricular de centro, como suma de proyectos de etapa, en el caso de que haya más de una.

 

      2.   Proyectos curriculares de etapa.

 

3.       Adaptaciones curriculares para alumnos con necesidades educativas especiales.

 

  4.   Proyectos curriculares para centros de educación de      personas adultas.

 

5.       Proyectos curriculares para centros que desarrollen programas de educación compensatoria.

 

6.       Elaboración del currículo con vista a la implantación de la educación secundaria obligatoria (12-16).

 

7.   Formación de los servicios psicopedagógicos escolares con vistas a la intrrvención en centros para la elaboración de los currículos.

c)             Formación para realizar desarrollos curriculares parciales en una o en

varias áreas ....

 

En la práctica, esta normativa supuso la subordinación de una de las actividades principales de los centros de profesores, la formación en centros, a las demandas formales del nuevo sistema educativo a través del discurso (normativo) de la administración. No es que se quiera decir que el nuevo sistema educativo no requiera de los esfuerzos de las instituciones públicas para su puesta en marcha en las mejores condiciones posibles. Todo lo contrario. Sin embargo, cuando hablamos de demandas formales del nuevo sistema educativo, intentamos diferenciarlas de las demandas reales o auténticas. Porque una cosa es reflexionar colectivamente a través de la formación en centros y desde la experiencia cotidiana del profesorado sobre el nuevo sistema educativo, y otra muy distinta es orientar las energías de la formación a la confección de un instrumento formal (Proyectos Educativos de Centro: PEC, Proyectos Curriculares de Centro: PCC), cuyas condiciones materiales de realización (plazos limitados, sanción de la Inspección Educativa, etc.) lo acaba convirtiendo en un expediente administrativo más, similar a la Programación General Anual (PGA) o a la memoria de final de curso. En este caso, la planificación institucional se ha traducido en una reducción considerable de los márgenes de autonomía profesional al no contemplar otras vías posibles de abordar la acción reflexiva sobre la LOGSE.

Poco después, y en la misma lógica de la convocatoria citada, la Dirección General de Ordenación e Innovación Educativa publica en 1993 un documento bajo el título suficientemente expresivo de Los centros educativos hacia la autonomía. En este documento, apelando al "momento actual de cambio educativo en que estamos inmersos" y desde la voluntad de que la Reforma Educativa no "quede en un simple nombre ni suponga una aplicación meramente formal", se justifica la necesidad de avanzar hacia la autonomía (p. 7). En este mismo documento se dedica un capítulo propio a la formación del profesorado, que comienza con la siguiente justificación teórica:

"El proceso de generalización previsto en el calendario de aplicación de la LOGSE conlleva una política educativa que tenga en consideración actuaciones decisivas que garanticen este proceso de implantación. Dentro de los ámbitos de esta política educativa, es competencia de la Dirección General de Ordenación e Innovación Educativa regular un proceso de formación del profesorado coherente y adecuado a nuestra realidad, que desde la planificación, previsión y optimización de los recursos económicos, y la coordinación de los recursos humanos vinculados a la formación del profesorado, ayude a facilitar este proceso de generalización del nuevo sistema educativo y contribuya a la mejora de la calidad de la enseñanza" (p. 43).

Atendiendo a los requerimientos de la implantación del sistema educativo, "el fin esencial de la formación permanente es el perfeccionamiento autónomo de cada uno de los profesores". En cualquier caso, el "objetivo común" de los diferentes modelos de formación consiste en "promover un cambio de actitudes en el profesorado para procurar en los centros una cultura de reflexión sistemática y el análisis de la práctica docente, que posibilite, desde el trabajo en equipo, profundizar en el cambio conceptual, metodológico y actitudinal necesarios para llegar a la elaboración de los Proyectos Educativos y Proyectos Curriculares" (p. 45; véase también en Document base de formació permanent del professorat, p. 29).

Quizá, para tal viaje, no hacían falta tales alforjas. Pues de nuevo, como sucedía en la convocatoria del 92, parecen confundirse en este documento los fines con los medios, ya que el objetivo de la formación del profesorado acaba siendo subsidiario de esos artefactos del nuevo sistema educativo que responden a las siglas del PEC y del PCC. No es de extrañar que a tales demandas derivadas de la planificación administrativa, el profesorado responda con diferentes estrategias (en las que más adelante nos detendremos) como la de acudir como tabla de salvación a las propuestas editoriales que se han adelantado ala dinámica del consumo educativo ofreciendo las recetas que el propio mercado pedagógico genera.

 

3. La descentralización como sucursalismo

 

Qué duda cabe que la creación de los centros de profesores surge con el propósito de cumplir una vieja aspiración de buena parte del profesorado por lo que a su formación se refiere: descentralizar la formación en un doble sentido. Por una parte, diversificando la oferta formativa; por otra parte, haciendo la formación cercana a la realidad de los centros. Lo primero requería de una red mínima de instituciones de formación para atender a las necesidades crecientes y cambiantes del profesorado. Lo segundo requería que esta red se desplegara atediendo a un criterio territorial, de manera que resultara accesible a la mayoría del profesorado.

De hecho, en el Plan de Investigación y de Formación del Profesorado que el MEC publica en 1989, anticipándose a la LOGSE se indican los cinco factores más importantes de los múltiples que "llevan a la Administración a optar por un modelo descentralizado de formación permanente":

 

   1. La diversidad de punto de partida en el que se encuentran los componentes del colectivo de docentes.

2.El distinto grado de implicación en actividades o en procesos de formación previos, de cada uno de los docentes.

3. La diversidad de funciones que puede desarrollar el profesorado dentro del Centro Educativo.

   4. La actual propuesta de reforma del sistema educativo, que hace ineludible extender la formación a un sector amplio de docentes con el fin de que esta reforma sea efectivamente viable, y logre los objetivos previstos.

   5. La diversidad de experiencias y de tradiciones en la formación permanente (patrocinadas por ICE, MRP, etc.) de cada zona.

 

De tal manera que "la descentralización de la formación permanente asumirá el desarrollo de vías institucionales y no institucionales" (pp. 110-111).

En la Comunidad Valenciana la descentralización se va materializando paulatinamente atendiendo al criterio territorial de comarcalización del que encontramos una buena descripción en el primer anexo del Document Base de Formació Permanent del Professorat (pp. 61-101). Así pues, desde el punto de vista de la diversificación territorial es necesario reconocer la descentralización de una red de 17 centros de profesores y 11 extensiones. Ahora bien, el sentido auténtico de esta descentralización es cuestionable si se contrasta con otros criterios que no podemos ignorar. Tanto el Plan de Investigación Educativa y Formación del Profesorado del MEC como el mencionado Document Base de la Comunidad Valenciana se enmarcan en la perspectiva de la Reforma Educativa el primero y en la implantación de la misma el segundo. De este modo, la formación del profesorado ha pasado de priorizar los procesos de participación del profesorado a través de instituciones como los CEP, puestas a su servicio, a primar los procesos de generalización que exigía la reforma educativa sirviéndose de esas mismas instituciones.

En los documentos citados, así como en las convocatorias de formación del profesorado, queda suficientemente explicitado cómo el discurso de la administración, que partía de la pluralidad de situaciones y de la diversidad de estrategias y trayectorias formativas, se ha ido convirtiendo con demasiada frecuencia, en aras de las exigencias curriculares del nuevo sistema educativo, en monotemático, hasta el punto de que, en no pocas ocasiones, las actividades de formación se han reducido a cursos o sesiones de información para el profesorado que tenía que implantar la nueva primaria o la nueva secundaria el curso siguiente. En consecuencia, la gestión descentralizada de las instituciones de formación ha ido derivando, paulatinamente, en una gestión sucursalista, haciendo de los CEP delegaciones o sucursales de la propia administración central.

Un caso representativo de este discurso monocorde, centralizado, reformista, que pone a las estructuras descentralizadas al servicio de una toma de decisiones centralizada, es el contenido de la convocatoria de formación en centros de 1992 que habíamos analizado en un apartado anterior. En esta normativa se aprecia claramente cómo la mejor y la mayor de las formas de descentralización, la que atiende y asesora el trabajo de los centros educativos, cualesquiera que sea su realidad singular, se desvirtúa notablemente al hacer que los centros conviertan su formación en un proceso homogéneo de generalización curricular.

Otro dato no menos significativo es el que se refiere a la previsión de inversión presupuestaria para los diferentes modelos de formación a tres años vista, según el Document Base de Formació... (1993: 59), cuyo resumen aparece en el siguiente cuadro. Una lectura de esta tabla nos hacer ver la desproporción presupuestaria entre los "programas generales de formación" y el resto de "modelos" de formación. Por "programas generales" cabe entender fundamentalmente "planes institucionales" o "programas institucionales", esto es, o bien elaborados directamente o bien encomendados por la administración para sus propios fines de política educativa: "La finalidad de estos programas es, fundamentalmente, atender de forma directa desde la administración las necesidades de formación que el proceso de reforma del sistema educativo genera en el profesorado, bien sea por el cambio en la concepción del currículum escolar, la carencia del profesorado especialista en determinadas áreas o el nuevo enfoque en la organización y el funcionamiento de los centros" (Plan de Formación Permanente del Profesorado para la Comunidad Valenciana, 1990:32). Si se tiene en cuenta que la participación y la autonomía de los CEP recae más directamente en la formación en centros, así como en los seminarios y grupos de trabajo, no resulta difícil deducir que la toma de decisiones que tiene más peso (aquella que vale o que cuesta más) es de carácter centralizado, dejando un escaso margen a la auténtica gestión descentralizada.

 

Formación en centros                                 350.000.000 pta

Programas generales de formación              1.194.177.000 pta

Seminarios y grupos de trabajo                       80.000.000 pta

Autoformación y autoperfeccionamiento        336.000.000 pta

 

Formac. de responsables de gestión

y formación del profesorado                           42.000.000 pta

Total                                                     2.002.117.500 pta

 

Asistimos, de esta manera, a una dualización que va acentuándose progresivamente, provocando conflictos cada vez mayores y momentos de tensión inusitada, en los que nos detendremos más adelante: la creciente centralización de la formación en tanto que planificación directa de la administración educativa, frente a la decreciente descentralización de la formación en tanto que planificación directa de los centros de profesores o de los centros educativos.

El declive progresivo que venimos observando tanto en la participación como en la autonomía y en la actuación descentralizada de los centros de profesores encuentra su reflejo en la nueva retórica que se va gestando sobre la formación del profesorado.

 

4. La administración del discurso

 

En realidad no se trata tanto de una nueva retórica, sino de las nuevas formas que va adoptando una retórica ya conocida sobre la formación. El uso del término retórica se utiliza, en este caso, con una intención descriptiva, y en la medida en que forma parte de un discurso administrado que apunta a, pero que también modifica, realidades sociales. A efectos puramente expositivos, distinguiremos varios momentos en la administración del discurso oficial sobre la formación que se van desplegando de manera concatenada y que tienen su correlato en la evolución de las políticas y de las prácticas educativas.

 

 

 

a) De la renovación a la normalización

 

El Decreto de 1985 de creación de los centros de profesores comienza haciéndose eco de manera explícita de los "movimientos de renovación y otros colectivos de profesores que, desde hace tiempo, vienen trabajando en la renovación pedagógica, a partir de su experiencia diaria de clase y de los avances habidos en la investigación educativa". De ahí que "la Administración reconoce el trabajo de estos colectivos y estima que el perfeccionamiento del profesorado no puede ser sólo una tarea que los profesores realicen más o menos espontánemente, sino que es su responsabilidad alentar y extender esas iniciativas, abriéndoles nuevas vías institucionales".

La institucionalización de las iniciativas, en este caso, se orienta hacia la normalización de lo que hasta el momento venían siendo propuestas de trabajo experimentales, alternativas, e incluso enfrentadas al sistema educativo. El proceso de normalización cabe entenderlo, atendiendo al momento y al contexto en el que surge, en clave de democratización, por una parte, y de modernización, por otra. Democratización por lo que supone, en su origen al menos, de diálogo o, si se prefiere, de dialéctica, entre la administración educativa y la iniciativa (vía asociacionismo) educativa, que facilitó el surgimiento de los centros de profesores. Modernización porque la, al principio tímida, red de perfeccionamiento institucional a través de los centros de profesores supuso dar carta de legalidad a "la dinamización pedagógica de los centros de enseñanza" y a "la renovación pedagógica de todo el sistema educativo" (art. primero).


b) De la normalización a la racionalización

 

La publicación de la LOGSE en 1990 supone un punto de inflexión importante en lo que hemos denominado la "retórica" de la formación. El proceso de reforma del sistema educativo había ido introduciendo un cambio de orientación en la formación del profesorado que la iba decantando hacia los fines de la nueva política educativa que se iba gestando. Las reticencias con las que la vanguardia educativa acogió la aparición de los centros de profesores se vieron hasta cierto punto justificadas, no tanto por la posible identificación expresiva que suponía la integración de ésta en los cuadros de la administración educativa, sino por la subordinación instrumental requerida ante la política educativa que se iba gestando.

En nuestro contexto, la adaptación del discurso encuentra su reflejo en el nuevo Decreto, que actualiza el primero y fundacional de 1985, 42/1993, de 22 de marzo, del Gobierno Valenciano, por el que se regula la creación, estructura y funcionamiento de los centros    de  profesores   de      la         Comunidad     Valenciana (DOGV 29-3-93). Efectivamente, este Decreto supone el fin de una etapa y el asentamiento de una nueva que había comenzado a larvarse con el despligue de la reforma educativa. Tal como se dice en el preámbulo de este decreto, "el proceso de reforma educativa (...) hace necesario dar un nuevo impulso a los programas de formación permanente del profesorado y a las instituciones espcializadas para este fin, de entre las que hay que señalar a los centros de profesores". La normalización o la asimilación institucional de la renovación deja paso, con esta normativa, a un proceso de racionalización, es decir, a una forma de gestionarla adaptación del profesorado a la exigencias del nuevo modelo educativo. Así, leemos en el mismo decreto: "...es imprescindible planificar las actividades de formación para dar respuesta a las necesidades que plantea la aplicación de la LOGSE, y fomentar la participación del profesorado en estos programas, conjugando en la planificación de la formación tanto los intereses e iniciativas del propio profesorado como las necesidades del sistema educativo". Al mismo tiempo, mientras desaparece en este segundo decreto el concepto de "renovación" que aparecía entre las funciones del primer decreto, aparecen, en cambio, funciones como la de "promover y realizar actividades encaminadas a facilitar el trabajo de los centros escolares en la elaboración del proyecto educativo y los proyectos curriculares de las diferentes etapas educativas".

Si antes hemos interpretado la normalización en clave de democratización y de modernización, ahora cabe interpretar la racionalización a la luz de los nuevos escenarios que dibuja la política educativa, en clave de generalización y de tecnificación. Decimos generalización para referirnos al proceso de información, adaptación y aplicación del profesorado a la reforma educativa en sus diferentes niveles y sectores educativos, así como en los ritmos de su implantación. Cuando este proceso amplio de generalización utiliza procedimientos de planificación que priman "la eficacia y la eficiencia" (Consellería de Cultura, Educación y Ciencia, 1993 b: 29) de la formación, pone en marcha estrategias técnicas o de planificación instrumental.

Pero esta racionalización al servicio de una reforma educativa de la que el profesorado mayoritariamente piensa que, de momento, da menos de lo que promete, exige a éste unas energías que no siempre está dispuesto a librar y que también está aprendiendo a utilizar, mutatis mutandi, de manera instrumental, no tanto en su propio beneficio sino como una postura meramente defensiva. Esto nos conduce inevitablemente a una de las más notables expresiones de la racionalización, la reciente acreditación de las actividades de formación (su traducción en créditos), cuya reflexión reservamos para un siguiente apartado.

 

 

 

 

c) De la racionalización a la deslegitimación

 

El reciente ascenso del gobierno conservador ha supuesto la introducción inexorable de nuevas formas de administrar la formación del profesorado. Es cierto que a la anterior administración educativa se le ha criticado, como antes hemos indicado, la paulatina subordinación de la participación del profesorado a la lógica de la producción formativa en aras de una modernización (reforma) educativa. No es menos cierto que, con un horizonte de sentido u otro, el impulso que ha recibido el perfeccionamiento del profesorado en la última década no ha tenido parangón en nuestra historia educativa. En realidad, y pese a la brevedad de esta última etapa conservadora, lo que caracteriza la ejecutoria de la actual administración educativa desde su llegada es su afán por marcar distancias con el discurso anterior. Tanto es así que asistimos, prácticamente desde su entrada en el poder, a un continuo y persistente ejercicio de desidentificación, vía deslegitimación de aquel discurso. Este ejercicio se aprecia a través de diferentes formas que analizaremos más adelante, pero una de las más notables ha consistido en vaciar de poder a los centros de profesores a través de sus representantes directos -direcciones- para ir dotándolos de cuadros más cercanos a su ideología (o cuanto menos, más lejanos a la ideología anterior), con un procedimiento tan poco democrático como eficaz: la designación directa masiva de direcciones y vacantes de asesorías, obviando los concursos públicos al efecto como vía de acceso.

 

d) De la deslegitimación a la reconversión

 

Aunque es pronto para describir un momento en el que todavía se está inmerso, ya hay una serie de indicadores que permiten hablar de una auténtica "reconversión" del modelo de formación. Esta reconversión supondrá, sin duda, un cambio de criterios en la racionalización de la formación. Tal como se avanzaba en el capítulo sobre la formación permanente del profesorado del programa electoral del partido popular en las últimas elecciones, "los planes de formación superarán la actual falta de racionalización de sus estructuras organizativas" (1995: 73). En ese sentido no es casual que la última tarea común que se les ha encomendado a las asesorías consista en realizar una planificación de "itinerarios formativos" que deberán entregar ala administración educativa. Tampoco es casual que la administración guarde un silencio ya característico sobre las intenciones de dicha tarea. Aunque todo parece apuntar en el marco de la actual política educativa a que dichos itinerarios pueden contribuir a la jibarización de los CEP y a su definitiva neutralización.

En cualquier caso, la retórica que define el más reciente discurso administrativo es tan parca en explicaciones como expeditiva en su acciones, quizá como reflejo de la propia política a la que sirve: no tanto una política de intenciones (explícitas) como de hechos consumados.

 

6. Presencias ausentes

 

Por presencias ausentes aludimos a aquellos aspectos de la formación del profesorado cuya presencia ha ido debilitándose de formas diferentes, ya sea porque han sido tratados de manera puramente formal (tal es el caso de la evaluación) o bien porque han ido perdiendo un protagonismo del que disfrutaron hace una década y del que los propios CEP se hicieron eco en sus inicios (tal es el caso de la investigación y del trabajo cooperativo de autoformación), hasta el punto de convertirse en rastros de lo que fueron o en promesas de lo que pudieran haber sido.

 

a) Investigación

 

La investigación educativa ha venido siendo uno de los aspectos pedagógicos y didácticos justamente reclamados por los sectores más punteros del colectivo docente. No olvidemos que, en nuestra Comunidad, el surgimiento de los CEP va acompañado de una reflexión sobre los mismos considerada como "una investigación en perspectiva" (Hernán, F.: 1986). La publicación en 1986, por la Conselleria de Cultura, Educació i Ciencia del volumen colectivo Investigación/ acción en el aula, dentro de la Serie P, puede considerarse como un espaldarazo a dicha orientación para la formación del profesorado. Efectivamente, no es casual que esta publicación recoja una iniciativa, auspiciada por el Servei de Perfeccionament del Professorat i Renovació Pedagógica, que tuvo lugar en septiembre de 1985, cuando los centros de profesores estaban recién creados.

El primer decreto de creación de los centros de profesores, sensible a las demandas de buena parte del profesorado, que reclamaba la herencia o el despuntar de una tradición investigadora, ya recogía entre sus funciones (f), justamente, la de "promover y realizar actividades en el campo de la innovación, investigación y experimentación educativas, preferentemente de carácter aplicado, y que respondan a las necesidades del entorno sociocultural." Sin embargo, el siguiente decreto de 1993 recogía esta misma función (4) con un matiz que no deja de ser interesante: la supresión de la "preferencia" del carácter aplicado al carácter única y directamente aplicado.

En la práctica, y poco a poco, paradójicamente en función de las exigencias del nuevo sistema educativo, esta apuesta por la investigación sufrió un desplazamiento que podía resultar interesante en la forma, pero que no fue tan afortunado en su materialización concreta. Efectivamente, la innovación y la investigación educativa pronto pasaron a depender directamente de la administración educativa a través de las convocatorias destinadas a su realización que anualmente se publicaban. Pese a las primeras intenciones, el incentivo, en absoluto despreciable, que recibían los trabajos de investigación aprobados, era tanto económico (becas y ayudas) como de sanción académica (certificados). Pero el incentivo sin duda más importante, el de la difusión o publicación de tales trabajos, nunca se ha visto puesto en práctica. En más de una ocasión los autores de muchos de estos trabajos han manifestado su preferencia por que buena parte del dinero recibido en concepto de ayuda se orientase a la difusión de estas experiencias de reflexión del profesorado. Pero la administración, cuyo discurso no siempre es coincidente con el discurso pedagógico, nunca llegó a considerar prioritaria la tarea de "racionalizar" estas experiencias, como lo hizo con otros ensayos, algunos de los cuales ya hemos mencionado, tan novedosos como efímeros.

Si el sentido principal de una investigación educativa es la proyección que puede tener en la propia comunidad para la que se trabaja, en nuestro contexto, lamentablemente, muchas de las investigaciones auspiciadas por la administración tienen casi como únicos destinatarios a los propios autores de las mismas. A la postre, los trabajos de investigación quedan reducidos a expedientes administrativos, a la espera de ser consultados por los interesados. De esta manera, no sólo se desperdicia una buena oportunidad para crear una auténtica "red" de intercambio de experiencias y para legitimar la tarea investigadora a cargo de los propios docentes, sino que, como efecto indeseable, en lugar de contar con los CEP para canalizar estas iniciativas, se les vacía de una de las competencias que les dotaban de sentido. En efecto, nunca en los CEP ha habido una moda¡¡dad, modelo o itinerario formativo orientado de manera específica a la investigación. Quizá la única vía asimilada a esta tarea, la de los seminarios o grupos de trabajo, también ha sufrido una enorme depotenciación a cargo de la propia administración, que la sitúa en una posición residual respecto al resto de fórmulas de perfeccionamiento docente. Los meritorios pero aislados intentos por recuperar y potenciar la investigación desde los CEP tienden a ser, o bien instrumentalizados por la propia administración, o bien ignorados por la misma.

 

 

b) Trabajo cooperativo de autoformación

 

Si el origen de los centros de profesores se debe, en buena medida, al caldo de cultivo que, en su momento, supone la existencia de colectivos y grupos de docentes que se autoformaban de manera más o menos organizada, una década después quedan en los centros de profesores pocas huellas de ese origen. No porque no existan en la actualidad grupos de trabajo, sino porque su presencia y su proyección, en comparación con la del resto de iniciativas y ofertas formativas, se reduce a poco más que lo simplemente testimonial. Aunque tanto en el primer como en el segundo Decreto de creación y regulación de los CEP, respectivamente, se contempla en sus funciones la atención y el estímulo a los grupos de trabajo, en la práctica estas funciones ocupan un espacio cada vez menor en las tareas de las asesorías.

Esta situación contrasta significativamente con la importancia que en los primeros momentos concedió la propia Dirección General de Ordenación e Innovación Educativa a los grupos de trabajo y seminarios didácticos. Buena muestra de esta importancia queda reflejada nuevamente en una de las publicaciones de la serie P consignada a recoger todos los grupos de trabajo de la Comunidad Valenciana pertenecientes a las siguientes instituciones: a) Centros de Profeso­res de Alicante, Alcoy, Burjasot, Castellón, Elche, Gandía, Torrent y Valencia; b) ICE de la Universidad de Alicante y de la Universidad Politécnica de Valencia; c) Movimientos de Renovación Pedagógica; d) Servei de Formació Permanent de la Universitat de Valencia.

En la presentación de esta voluminosa publicación se afirmaba que en ella quedaba constancia del dinamismo del profesorado, y, por ello, "desde la administración nos congratulamos e intentamos hacer lo posible para dar apoyo a esta potencialidad innovadora" (Conselleria de Cultura, Educació i Ciéncia, 1989).

 

 

Pero, de nuevo, este proceso de decrecimiento y declive de los grupos de trabajo no cabe atribuirlo únicamente a los propios CEP, que en su mayoría resisten como pueden al cerco que vienen sufriendo y aun apuestan por su recuperación y expansión, sino más bien a las orientaciones que ha ido perfilando la administración educativa. En este caso, principalmente a través de dos formas diferentes: En primer lugar, a partir de la programación y consolidación de otros itinerarios formativos, como formación en centros, planes institucionales, cursos de actualización científico-didáctica, etc, que van dejando en un segundo plano la tarea más lenta, más autónoma y menos vistosa de los seminarios. En segundo lugar, a través de dos órdenes consecutivas: a) la Orden de 9 de junio por la que se regula la convocatoria, reconocimiento, certificación y registro de las actividades de formación permanente del profesorado que imparte enseñanza de régimen general no universitario y de régimen especial en la Comunidad Valenciana (DOGV 17/8/94); b) la Orden de 10 de junio de 1994 por la que se regula la acreditación y valoración de las actividades de formación permanente y otras actividades para la mejora de la calidad de la enseñanza que, al efecto del nuevo complemento específico, realicen los funcionarios docentes que imparten enseñanzas de régimen general no universitario y de régimen especial de la Comunidad Valenciana (DOGV 17/8/94).

Estas dos órdenes suponen el canto de cisne definitivo para los grupos de trabajo que progresivamente habían visto cómo el crecimiento de fórmulas formativas diferentes iban estrechando cada vez más su espacio formativo. En la primera se definen los grupos de trabajo y seminarios como aquellos que "se constituyen para el análisis y elaboración de proyectos o materiales curriculares, su experimentación o la investigación centrada en los diversos fenómenos educativos". En la segunda se asesta el golpe definitivo cuando se señala que "a los componentes de los grupos de trabajo y seminarios se les podrá certificar 30 horas de formación anuales que equivaldrán a 30 créditos, siempre que cumplan los requisitos previstos en el apartado octavo de la Orden de 9 de junio..."

Hablando en términos monetarios, podríamos decir que la moneda de cambio de los seminarios ha sufrido una devaluación irrecuperable. En el mercado de la formación, una pequeña empresa o cooperativa como la que constituye un seminario no puede competir con la presión feroz que ejercen los lobbies que aglutinan al resto de ofertas formativas. A pesar de los esfuerzos realizados desde algunos CEP por seguir impulsando esta vía de trabajo cooperativo, ligándola también a la recuperación de la investigación educativa, la despotenciación de los seminarios es tan grande, que su pervivencia sólo se entiende casi como un fenómeno o bien de altruismo y de voluntarismo, o bien de resistencia activa. Al menos, resulta alentador seguir consignando su presencia, aunque su vida tienda a ser efímera.

 

 c) Evaluación

 

El concepto de evaluación ha sido casi siempre objeto de una lectura sesgada por parte de la administración educativa. Una lectura que, en la práctica, hacía de la misma un instrumento de sanción institucional orientado a la validación formal de las actividades de formación. Es decir, desde la administración no ha habido otra evaluación que la que ésta misma aplicaba como condición necesaria para expedir certificaciones de formación, o la que delegaba en los centros de profesores para el mismo fin. En cualquier caso, la administración educativa nunca ha mostrado ningún interés especial por fomentar una cultura de la evaluación en su sentido más amplio y complejo, sino que ha incurrido en aquella confusión que consiste en hacer de la evaluación una calificación, en este caso, una cualificación. Esta falta de interés se podría interpretar, incluso, como empeño o como clara resistencia ante la ausencia de respuesta a las reiteradas peticiones formuladas por las propias agencias de formación que reclamaban una evaluación institucional tanto de las políticas como de las prácticas de formación. Por otra parte, las propias determinaciones de la administración y la compleja naturaleza política de la evaluación contribuían a que los centros de profesores aplicasen voluntariosamente, y en la mayor parte de los casos de manera individual, instrumentos de valoración a aquellas actividades de las que eran responsables, pero, a cambio, en pocas ocasiones la propia noción de evaluación era objeto de reflexión o, quizá mejor, de formación. Y cuando, en el mejor de, los casos, ésta tenía lugar, se llegaba a interpretar la crítica a los juicios previos (prejuicios: idola) sobre evaluación con la negación de las posibilidades de la misma (véase, por ejemplo, AA.VV, 1994: 4-5).

En cualquier caso, desde las agencias de gestión, como se reconoce explícitamente, nunca ha habido una evaluación global de la formación del profesorado. Así, en el Document Base de Formació Permanent del Professorat de la Comunitat Valenciana (1993) se afirma en la introducción que "l'experiéncia acumulada amb les valoracions fetes pels CEP, L'Equip de Reforma, la Universitat, els MRP, a falta d'una avaluació global (la cursiva es nuestra) així com l'assumpció des de l'autocrítica d´actuacions contradictories en el passat, i la impossibilitat de no haver pogut donar una resposta suficient a tot el professorat ( ....) posa de manifest la validesa de la línia endegada" (p. 11). A cambio, se propone este mismo documento, en un capítulo expresamente dedicado a la evaluación, establecer un proceso "macroevaluativo", cuya finalidad consiste en "obtenir el coneixement complet y exhaustiu d'alló que avaluem per tal de veure si all'que hom ha dissenyat, planificat y realitzat provoca els canvis desitjats, i si no es així veure´n el perqué" (p. 53).

Quizá la clave de por qué este proceso no llegó a ponerse en marcha y resultará cada vez más difícil que se materialice, se encuentre al final del mismo capítulo, como un ejemplo típico de esas profecías que se cumplen fatalmente a sí mismas. En el siguiente párrafo se anticipa algo que pudo haber sido y no fue, que permanece, una nueva presencia ausente, como un horizonte pleno de promesas incumplidas:"Finalment, conscients de les dificultats del procés, cal assenyalar que la forma en qué es desenvolupa el procés avaluatiu també condiciona la forma en qué aquesta s´accepta, en les tensions que pot generar. Valorar l`´éxit´ o el `fracás' de les activitats formatives engegades exigeix un punt de partida que respecte la naturalesa del fenomen educatiu i que tinga present la seua extraordinaria complexitat, atés el conjunt de variables i factors individuals, polítics, económics y socials que hi confluexen. Per la qual cosa, fugint de criteris eficientistes, han de propiciar-se instrumenta d'avaluació que augmenten les dimensions de participació i actuació dels diferents agents avaluadors, per tal que aquest procés no siga percebut com un procés de control imposat" (p. 54).

 

La suerte estaba echada desde hacía tiempo. Y un golpe de dados, como el que propiciaba este párrafo, no podía abolir el azar.

 

7. La restauración conservadora de la formación

 

Aunque en apartados anteriores se han analizado algunos elementos que permiten apreciar la evolución de la gestión que la administración educativa ha realizado respecto a la formación del profesorado, y ésta permite explicar parcialmente la situación del presente, en tanto que incorpora y hereda el marco normativo y la estructura anterior que define la red de formación, no sería ni justo ni acertado deducir de ello que el tránsito a la reciente etapa conservadora ha sido precisamente suave, ni que obedece a una evolución natural. Otra cosa es que, ante los signos constantes y crecientes que venían anunciando la pujanza de esta "restauración conservadora" cupiera esperar mayor contestación por parte de la comunidad educativa y del conjunto de la sociedad. Pero la aparente desactivación de los docentes -que no es tan grande como interesadamente se quiere presentar, y que cuando se produce cabe entenderla en la misma clave que la del conjunto de la ciudadanía- no debe conducirnos a engaño, haciéndonos pensar que ésta se debe precisamente a que lo que ahora sucede era lo que se esperaba. Antes al contrario, asistimos en estos momentos a un asalto liberal que supera con mucho -en cuanto a intensidad, aceleración y manifestaciones externas- lo previsible.

La manera en que el conservadurismo está modificando las formas de administrar la formación del profesorado sin duda quedará registrado en la intrahistoria de los centros de profesores. Pero más allá de ésta, en las hemerotecas quedará constancia de una serie de manifiestos, artículos de opinión, cartas al director y protestas públicas desde los CEP para denuniar el "estilo" de la nueva administración, a las que de momento ésta parece hacer oídos sordos.

(Baste recordar, como botón de muestra, los actos de censura hacia materiales curriculares, como el que sufrió el libro Per Argumentar por parte de la Conselleria de Educación, que fue premiado poco después por el propio Ministerio de Educación).

A la constelación de una serie de hechos que constituyen la materialización del nuevo conservadurismo, no pueden sustraerse al menos dos cuestiones que, si bien encuentran precedentes importantes, empiezan a manifestarse en toda su magnitud, y ofrecen un marco explicativo más amplio.

En primer lugar, el debate constante, con mayor o menor intensidad, entre escuela pública y escuela privada, que no es sino el reflejo en lo educativo del debate social mucho más amplio entre la esfera de lo público y lo privado en un Estado del Bienestar cuyos cimientos parecen ir minándose día a día por los crecientes flujos incontrolados del mercado libre. En ese sentido, los mismos argumentos que se esgrimen para defender el crecimiento de la escuela privada -acrecentar la libertad de elección de centro educativo- se trasladan y se aplican de facto a la formación del profesorado, como veremos en las últimas normativas de las que damos cuenta en el apartado siguiente: libertad de elección del profesorado de la oferta formativa. La liberalización de la formación, así, no es sino un vector más de la liberalización sin freno de las fuerzas del mercado, que confían en ambos casos en su propia autoregulación para corregir los desequilibrios que pudieran producirse.

En segundo lugar, el revival de ese magma eclesial que parecía estar aguardando su nueva entrada en escena tras el telón de un incipiente Estado aconfesional. El capital social y cultural que la Iglesia había ido acumulando a lo largo de la historia de nuestro país no es en absoluto despreciable, ni podía transformar fácilmente en tan sólo dos décadas su legado en algo que fuera contra su propia naturaleza política y social. La presencia de lo eclesial, además, en el panorama educativo y social actual tiene lugar, en nuestro caso, y como ya sucediera en momentos clave de nuestro pasado educativo (Beltrán, F.: 1991: 71-72) a través del desembarco e instalación de una de sus facciones más poderosas: el Opus Dei. La formación del profesorado en nuestra Comunidad permanece en la actualidad blindada bajo la vigilancia estricta, y de momento inamovible, de la Obra y de sectores afines. Si nos remitimos a las lecciones de nuestro pasado presente, podemos conjeturar la hipótesis de que la gestión de la educación y de la formación del profesorado a cargo de la Obra se debe a una transacción de la derecha, que la refuerza legitimándola y le devuelve el papel que había conquistado como brazo político de la Iglesia. La actitud descaradamente proselitista de este núcleo de la derecha se aprecia, no sólo en la manera en la que los nuevos gestores procedentes de esta cantera acceden a los despachos de la administración educativa y en la forma en que usurpan competencias y vacían de las mismas a los cuadros técnicos anteriores, sino en el modo en que lanzan su vieja buena nueva, a través de un discurso elogioso de vuelta a las esencias (back to basic), o a base de tendenciosos cursos en valores, y de una franca connivencia con las agencias privadas para librar el perfeccionamiento al juego de fuerzas competitivas en las grandes superficies del supermercado de la formación.

 

8. La liberalización de la formación

 

Si queremos establecer una cierta gradación de la forma en que se va materializando de manera más abierta y notable el proceso de liberalización de la formación en correspondencia con la liberalización educativa que acompaña al proceso de reforma (proceso al que desde numerosos frentes se tilda, por otra parte, de "contrarreforma"), resultará conveniente acudir una vez más a los principios de realidad que decreta la administración educativa. Una lectura atenta de éstos permite ver una secuencia normativa que pasa básicamente por los siguientes tres momentos:

En primer lugar, las ordenes sucesivas de 9 y 10 de junio de 1994 antes mencionadas (ver apartado c de Presencias ausentes) por las que se reconocen las actividades de formación y se acreditan al efecto del nuevo complemento específico. Es decir, la normativa que convierte definitivamente a la formación del profesorado en moneda de cambio en el mercado educativo. Lo que teóricamente pasaba por una importante conquista social, en la medida en que se reconocía a través de la retribución salarial, la fuerza de trabajo de los docentes y el interés de su formación, tiene en su concreción material una serie de efectos perversos que no compensan los beneficios económicos que procuran. Desde los sectores, movimientos y plataformas más progresistas, este paso no sólo se observa con recelo, sino que recibe críticas contundentes.

Lo cierto es que resulta difícil escapar, incluso a los propios sindicatos que navegan en la contradicción entre su tradicional identidad y las nuevas exigencias, a la inercia que genera a su paso el tren de alta velocidad de la competitividad, debilitando a la propia racionalidad y alienándola de sus fines emancipadores. Es lo que se ha descrito, desde la filosofía, como "pensamiento débil", y desde la sociología de la economía, como "pensamiento único" (Ramonet, l.: 1995). El corolario que se sigue de estos nuevos conceptos se puede intuir: a pensamientos débiles, compromisos débiles; al pensamiento único, una sóla respuesta.

En segundo lugar, la Resolución de 8 de mayo de 1996 de la Dirección General de Ordenación e Innovación Educativa y Política Lingüística, por la que, en desarrollo de la Orden de 9 de junio de 1994 (...), se establece el procedimiento para la autorización de actividades de formación del profesorado organizado por entidades colaboradoras (DOGV 27/5/96), no hace más que aprovechar de manera inusitada la senda, o si prefiere la autopista, de la liberalización de la formación que quedó inaugurada en la última fase del gobierno socialista. Ahora, a partir de una libérrima interpretación de lo dispuesto en el apartado catorce de la Orden de 9 de junio de 1994, y en algo más que un gesto cómplice hacia la privatización del sector público, "podrán constituirse como entidades colaboradoras aquellas instituciones privadas que cuenten con los requisitos siguientes: [...] Que en los estatutos constitutivos de la entidad figure entre sus fines la realización de actividades de formación del profesorado". A partir de aquí, si el mensaje podía dar lugar a algún equívoco, el matiz acaba de convertirse en el propio mensaje: "No obstante, aquellas entidades privadas que no tengan entre sus fines dicha formación, pero que realicen actividades que redunden en beneficio de la mejora de la formación del profesorado, podrán también solicitar la suscripción de un convenio de colaboración". Ahora bien, ¿quién valora, y cómo se valoran, aquellas actividades que redundan en beneficio de la mejora de la formación? De cualquier manera, el puente ya había quedado tendido, como acabamos de ver, por la anterior administración: si entonces la acreditación formal de la formación es el inicio de la desacreditación real de la formación, ahora asistimos a un suerte de ejercicio de parasitación: la nueva normativa de 8 de mayo se alimenta del cuerpo legal y administrativo de la Orden de 9 de junio.

 

El tercer momento de la secuencia corresponde a la Orden de 17 de octubre de 1996, de la Conselleria de Cultura, Educación y Ciencia, por la que se regula el reconocimiento de interés formativo y pedagógico de actividades de formación del profesorado que tengan lugar en la Comunidad Valenciana (DOGV 12/11/96). A través de esta reciente normativa, "la Conselleria de Educación y Ciencia [...] podrá reconocer el interés formativo y pedagógico de aquellas actividades de contenidos científicos, técnicos, culturales o pedagógicos, organizados por entidades públicas o privadas, y que se dirijan fundamentalemente al personal docente que ejerce sus funciones en la Comunidad Valenciana". Vale decir, "todo vale". Con esta nueva normativa, la formación institucional, de carácter público, no sólo se desacredita, sino que se ningunea. Si en su momento, hace una década, la vanguardia educativa de nuestro país reprochaba a la administración la instrumentalización de sus propuestas, una década más tarde, vemos reproducida esta operación para fines opuestos a aquellos que guiaban los primeros momentos de normalización institucional.

A estos tres momentos es obligado añadir una adenda de última hora, que se incorpora a partir de la amable sugerencia de la revista Conceptos, tras haber concluido esta investigación. En cualquier caso, estas nuevas aportaciones no hacen más que ratificar la deriva de la que dábamos cuenta respecto a la marcha de los centros de profesores, ilustrando de paso ese principio sociológico que nos habla de la profecía que se cumple fatalmente a sí misma. El curso 1996-1997 fue especialmente intenso desde el punto de vista de la resistencia activa ofrecida por algunos centros de profesores y por algunas asesorías a la política formativa y educativa del Servicio de Formación del Profesorado. La prohibición de unas jornadas sobre "Escuela Pública y Formación del Profesorado" y el veto a un libro enmarcado en estas jornadas, titulado Paraules per l´escola pública (Beltrán Llavador, J., coord.:1997) desencadenaron el punto álgido de un desencuentro cada vez mayor. La celebración, finalmente, en el mes de junio de las jornadas avaladas en este caso por el Servicio de Formación Permante de la Universitat de Valencia y por algunos departamentos de la misma, y la publicación del libro por parte del propio Seminari d'Investigació del CEP de Valencia, junto con una amplia proyección en los medios de comunicación, tuvieron un doble efecto: la dimisión obligada, por una parte, del Jefe de Servicio de Formación del Profesorado de la Consellería de Educación, a cambio de desmantelar, por otra parte, los efectivos de los CEP que se habían mostrado menos pasivos. Todo ello no bastó para frenar o retrasar la publicación del nuevo decreto que habría de transformar definitivamente a los CEP.

En efecto, la culminación de los tres momentos anteriores tiene lugar con la publicación del "Decreto 231/1997, de 2 de septiembre, del Gobierno Valenciano, por el que se regula la creación, estructura y funcionamiento de los Centros de Formación, Innovación y Recursos Educativos de la Comunidad Valenciana" (DOGV 8-9-97). Aunque un análisis pormenorizado de este decreto desbordaría los propósitos de esta reflexión, sí podemos ofrecer algunas consideraciones. No cabe la menor duda de que esta normativa clausura un ciclo que ha durado una década en la formación del profesorado, y de paso abre un período insertado ya de pleno en la lógica de la privatización de lo público. El proceso de desidentificación al que habíamos hecho referencia pasa, en primer lugar, por un cambio de nombre: de las siglas CEP a las siglas CEFIRE. En cualquier caso, con todo y ser esta novedad significativa, no es la más relevante, puesto que el nombre no es la cosa, aunque sí designa o "diseña" cosas. Los cambios más significativos apuntan a la ausencia de los pocos restos de autonomía que se preservaban, así como a los nuevos registros que cabe constatar en la retórica utilizada. Aunque no aparece de forma explícita el menor argumento que justifique la pertinencia de este decreto de nueva creación, sin embargo hay una serie de indicadores que no dejan lugar a duda sobre las intenciones del mismo. La apelación a la LOPEGCE en el preámbulo y la invocación al concepto, ambiguo donde los haya, de la "calidad", permite destacar, entre otras, "la necesidad de programas de formación para la acreditación en el ejercicio de la dirección y la mejora de la cualificación de los equipos directivos de los centros docentes públicos". En cuanto a las (buenas) intenciones, quedan enumeradas en un rosario suficientemente elocuente: "Los centros de formación, innovación y recursos educativos tienen como finalidad favorecer la formación del docente como profesional exigida por el actual sistema educativo en sus aspectos fundamentales referentes a la formción personalizada, la participación y colaboración de los padres y tutores, la atención a la diversidad, el desarrollo de capacidades, el fomento de hábitos educativos e instructivos, la actividad investigadora, la orientación educativa, la metodología activa, la evaluación de los procesos de enseñanza-aprendizaje, la relación con el entorno, la formación en el respeto y defensa del medio ambiente y la educación en valores". Entre las funciones generales que se asignan a estas nuevas instituciones cabe mencionar "realizar el seguimiento de las actividades de formación del profesorado que, en su ámbito territorial, realicen las entidades colaboradoras tanto públicas como privadas...", así como "difundir experiencias de formación e innovación facilitadas por las empresas, institutos tecnológicos y entidades colaboradoras de su ámbito de gestión". El seguimiento, evaluación y control de las actividades de los nuevos centros de formación compete a la Inspección de Educación.

Una vez más, no se ha realizado, como hubiera sido deseable, ninguna evaluación institucional de los centros de profesores para avalar y justificar su transformación en los nuevos centros de formación. Una vez comenzado el presente curso, a buena parte de los asesores y asesoras de la mayoría de los CEP se les ofreció la posibilidad de continuar. En algunos casos especialmente significativos por las constantes denuncias que realizaron de las políticas conservadoras de formación del profesorado, como los CEP de Valencia y Alicante, a la mayoría de asesorías no se les ofreció esa posibilidad.

Al profesorado, en general, estas operaciones de política educativa les pasa desapercibidas y les resultan un tanto lejanas de su propia esfera de preocupaciones, inmerso como está en la dinámica de intensificación creciente de su propio trabajo cotidiano, si bien estas preocupaciones explican en buena medida las diferentes respuestas y estrategias de los docentes ante la formación del profesorado, como veremos a continuación.

 

9. La respuesta del profesorado

 

Hasta aquí hemos realizado un somero análisis de las agencias de gestión de la formación que responden a la denominación genérica de administración educativa. Ahora bien, este análisis quizá pueda verse completado con otra perspectiva que permita introducir un mínimo contraste. En definitiva, cuando hablamos de la administración no estamos hablando de ninguna instancia autónoma de la ciudadanía para la que ésta trabaja. Precisamente porque su tarea se entiende como un servicio público para unos sectores de población determinados, puede resultar de cierto interés desplazar el punto de mira hacia los destinatarios de la gestión y del discurso administrativo: en este caso, el colectivo docente. Pero esta mirada no puede considerar al colectivo docente como un receptor pasivo, sino como un destinatario activo, que al mismo tiempo, con sus respuestas, se convierte en un emisor. En tanto que emisor, las respuestas de este colectivo quedan lejos de ser neutrales, y, por ello, merecen algunas consideraciones. A efectos puramente analíticos, y sin pretender incurrir en esquematismos simplificadores, la manera en que el profesorado responde a las diferentes ofertas de la formación se podría clasificar en al menos tres categorías diferentes, según las estrategias que desarrolla: a) estrategias instrumentales; b) estrategias diferenciadas; c) estrategias colectivas.

 

Antes de pasar a la exposición de cada una de ellas, conviene aclarar que estas categorías no obedecen a una secuencia lineal en el tiempo, ni son excluyentes. Antes bien, cabe entender mejor cada una de estas categorías en relación dinámica y continua con el resto, y como reflejo de un contexto educativo que es tan cambiante como contradictorio. Así, un docente puede desarrollar estrategias diferentes para actividades diferentes, o para la misma oferta, según ésta tenga lugar en un momento o en otro, o puede ir modificando sus estrategias iniciales, desplazándolas desde el amplio arco que comienza en la adhesión y culmina en la contestación (o viceversa), en función de factores tan diversos como el grado de satisfacción de sus expectativas, las condiciones materiales de su trabajo, las necesidades de promoción profesional, la experiencia docente, la identificación con su universo ideológico, etc...

 

a) Estrategias instrumentales

 

Por estrategias instrumentales cabe entender un amplio conjunto de respuestas que desarrolla el profesorado ante las necesidades formativas que van surgiendo. Ahora bien, conviene precisar que estas necesidades pueden ser bien diferentes, según sean inducidas externamente, o sentidas auténticamente como tales. La propia dinámica del sistema educativo tiende a generar necesidades formativas. Podríamos decir, en ese sentido, que en educación siempre se está en reforma, es decir, en un proceso de cambio permanente. Ahora bien, una cosa es estar, por definición, en reforma continua, y otra bien diferente estar, por prescripción, en una Reforma estatal planificada para promover cambios estructurales en el sistema educativo.

      No podemos olvidar que los centros de profesores surgen cuando en nuestro país ya ha comenzado un proceso de experimentación conducente a modificar el sistema educativo vigente. Los centros de profesores se convierten,en consecuencia, en agencias formativas para la formación de un profesorado que necesitaba conocer, asimilar, experimentar y participar en las propuestas para un nuevo modelo del sistema educativo. En ese sentido, las respuestas del profesorado han sido, en buena medida, instrumentales, es decir, han sido respuestas, en general, adaptativas o de acomodación a los requerimientos de la reforma educativa. (Respuestas adaptativas no significa respuestas de aceptación sumisa o de adhesión incondicional, aunque las puede incluir; significan respuestas de identificación, mayor o menor, con los efectos deseables de la formación). No podía ser de otra manera cuando la oferta programada por la administración educativa, directamente o a través de los CEP, se centraba también en buena medida, como hemos visto, en los contenidos derivados de la reforma para los diferentes niveles, ciclos, etapas y áreas del nuevo modelo educativo. Dicho de otra forma, la demanda formativa por parte del profesorado ha sido en gran parte conducida o inducida por una oferta cuyo principal referente se cifraba en la necesidad de modernizar, cambiar y mejorar el sistema educativo heredado de 1970.

Así pues, la respuesta instrumental del profesorado obedece al funcionalismo que explica tanto la lógica de la reforma como la de la actualización y perfeccionamiento del profesorado que ésta exigía como condición necesaria, aunque no suficiente. El funcionalismo, formulado grosso modo, trata de explicar los comportamientos de los actores sociales por sus consecuencias fácticas. Así, la explicación funcional de una acción implica la demostración de las consecuencias benéficas que tiene esta acción para instituciones o personas. La formación del profesorado, por ejemplo, se explica funcionalmente por las consecuencias positivas que supuestamente tiene para la mejora del sistema educativo, lo que significa, de paso, funcionalidad de la formación a la meritocracia, al consenso normativo, a la recualificación del profesorado, etc... Aunque las explicaciones funcionales, así definidas, son compatibles con diversas orientaciones teóricas, se caracterizan porque tienden a suplir los propósitos o las metas de una acción (sus fines) por las funciones o consecuencias de la misma (sus efectos).

 

b) Estrategias diferenciadas

 

Ahora bien, que las respuestas del profesorado sean instrumentales no significa, ni mucho menos, como ya dijimos, que sean respuestas homogéneas, es decir, que sean las rnismas respuestas ante situaciones bien diversas. Justarnente porque las situaciones de los agentes o de los actores (del profesorado, en este caso) y de las agencias o instancias (centros o instituciones educativas, también en este caso) son bien diferentes, las respuestas son también distintas. Podría, incluso, decirse que hay tantas respuestas como docentes, si bien esta explicación no ayudaría demasiado a clarificar el compartamiento y las estrategias del profesorado.

Más allá de la mera constatación de respuestas individuales, podría ofrecerse la siguiente clasificación aproximativa para ordenar el amplio espectro de respuestas diferenciadas.

 

1)   Respuestas mecánicas: Por respuestas mecánicas se entienden aquellas que obedecen de manera menos selectiva a la oferta de las actividades de formación del profesorado. Aunque las motivaciones que explican esta respuesta pueden ser de muy distinta índole, se da una cierta correlación entre el profesorado con menos experiencia profesional y la demanda menos discriminada de actividades formativas. Pero ello no significa que el profesorado que comienza su trayectoria profesional responda mecánicamente, sino que el criterio de selección que aplica es menor o no es tan estricto como el de un docente con un periodo más prolongado de experiencia profesional.

2)   Respuestas defensivas: Por respuestas defensivas se entienden aquellas que tienen lugar, por decirlo de algún modo, por si acaso. Es decir, aquellas respuestas que surgen como medidas preventivas motivadas fundamentalmente por una cuestión de inseguridad ante un panorama educativo de incertidumbres crecientes, pensando en elementos tan variopintos como movilidad, acreditaciones, flexibilidad, intensificación, ratios, control creciente, pérdida de privilegios materiales y simbólicos, etc... En este caso, la motivación primera no es tanto de recualificación o de promoción, sino de conservación de las condiciones alcanzadas o de estabilidad profesional. La formación del profesorado se utiliza, de este modo, como un mecanismo de defensa corporativa, como una cláusula de seguridad, entre otras razones, porque tal es el plus valor o valor añadido que se le ha concedido a su propio valor de cambio. Desde tal orientación no resulta en absoluto trivial la programación de iniciativas formativas para validar y acreditar habilitaciones, adscripciones, cargos directivos, etc... El profesorado que se inscribe en tales iniciativas (cursos de especialización, planes institucionales...) lo puede hacer funcionalmente en dos sentidos: o bien para ampliar su propia situación profesional de partida, acrecentando los márgenes para poder elegir otras opciones en el futuro, o bien para no permanecer indefenso o vulnerable ante previsibles (y a veces imprevisibles) situaciones de cambio educativo que afecten a su posición profesional, alterándola de manera indeseada.

 

Podría argumentarse que tales explicaciones, que no escapan del marco funcíonalista, no son lógicas en sentido estricto, esto es, que no dan cuenta de las razones o de la racionalidad pedagógica del profesorado ante su formación. Pero es que, efectivamente, por una parte, las razones de índole pedagógico no siempre son congruentes con las razones de índole socio-lógico, esto es, el escenario mental del docente no tiene por qué coincidir con el escenario social en el que el colectivo docente desarrolla su tarea. Y por otra parte, no podemos olvidar que el conocimiento del profesorado -su producción, su formación, su circulación- está determinado por la esfera de los intereses -su promoción, su legitimación, su sanción. Esto nos conduce directamente a la siguiente categoría.

 

3)   Respuestas interesadas: Corresponden a uno de los polos extremos de las categorías que enunciamos. Por respuestas interesadas entendemos aquellas que surgen precisamente primando la lógica funcional o la satisfacción de las necesidades convencionalmente generadas e ignorando, a cambio, la lógica emancipadora o la satisfacción de las auténticas necesidades profesionales. Es un tipo de respuestas que encuentran su mejor caldo de cultivo en lo que hemos denominado "el mercado de la formación" emergente, donde el docente interioriza el rol de cliente o consumidor, y demanda formación desde el ejercicio de tal papel.

4)   Respuestas altruistas: Corresponden al otro extremo de las categorías enunciadas. Justamente en las antípodas de las respuestas interesadas, son un tipo de respuestas desinteresadas, es decir, respuestas de docentes que no reclaman tanto de las actividades de formación su traducción en créditos o su sanción formal, sino que buscan dar cauce a sus inquietudes, a sus problemas didácticos, crecer profesionalmente. Las respuestas altruistas no corresponden a un arquetipo docente, ni a una figura romántica, sino que se producen, como el resto de respuestas que hemos enumerado, bajo condiciones determinadas y ante situaciones concretas. Desde esa óptica, los ejemplos podrían ser numerosos. No cabe, por tanto, pensar ingenuamente en un docente ideal que es altruista para todo, o que se forma por amor al arte, sino en un tipo de docente que incorpora la formación en la propia acción y concepción de su profesión docente. Pero también cabe señalar que este altruismo, si quiere cobrar sentido, lejos de ser sumiso, pasa por reclamar que ese proceso de incorporación no sea particular, sino universal, y ello significa poner en tela de juicio las mediaciones actuales que reducen la formación a moneda de cambio, así como reclamar que el espacio y el tiempo de la formación esté cada vez más integrado en el espacio y el tiempo docente.

 

c) Estrategias colectivas

 

Consideramos esta última categoría porque, aun incluyendo en ella el resto de respuestas anteriores, merece una atención específica. Las estrategias colectivas reúnen todas aquellas respuestas que, superando el particularismo de los comportamientos individuales, suponen el acuerdo de un grupo de docentes para plantear su formación o autoformación conjunta. La concreción de estas estrategias se puede formular de diferentes formas: a través de seminarios y grupos de trabajo, como formación en centros, mediante proyectos de innovación o de investigación, etc... Las estrategias colectivas pueden corresponderse también con estrategias instrumentales y con estrategias diferenciadas, pero tienen la virtualidad de fomentar, al menos teóricamente, una cultura de la cooperación que es en la que reside en buena medida la tarea docente. Recordemos, una vez más, que los CEP surgen precisamente como una legitimación de formas cooperativas y participativas de gestionar la formación del profesorado. Y recordemos que estas formas, en tiempos de conservadurismo, están sufriendo una devaluación creciente que dificulta el impulso de una repolitización cada vez más necesaria como garante de la democracia educativa.

 

10. La cultura de los CEP

 

La definición de los CEP se desprende de los objetivos y funciones que le asignaba el decreto de creación de los mismos en 1985. Más allá de esta definición formal, o quizá acompañando a la misma, podemos convenir que los centros de profesores no son sino una concreción institucional de una manera de entender la cultura formativa. Desde ese enfoque, los centros de profesores, en tanto que agencias con un relativa y fluctuante autonomía en su organización y planificación, configuran un conjunto de culturas o subculturas. Éstas se traducen en prácticas de naturaleza social y educativa, que mantienen rasgos específicos pero también aspectos comunes. Ahora bien, estas prácticas dependen en buena medida, como hemos intentado analizar en este capítulo, tanto de las políticas educativas como de la plasmación de éstas a través del aparato administrativo. Es necesario comprender los diferentes contextos que explican el devenir de la formación del profesorado como de las instituciones que la vehiculan, si se quieren superar las contradicciones que generan.

En esta ocasión, y como ilustración de la autoreflexión que merece la cultura de los CEP, nos ha parecido más oportuno acudir al juicio directo de algunos asesores. Así, uno de éstos avanza que los CEP, "igual que otros centros de formación en Europa, van a tener que luchar contra el fácil engaño del tribalismo de la autocomplacencia local. Para huir de este conservadurismo se necesita de un plan de investigación curricular [...] que posibilite la conexión teórica con la práctica del aula. Sólo así será posible una reflexión sobre el trabajo de enseñar. Sólo así podremos dignificar nuestra profesión" (Mesejo, C. y Souto, X. M, 1993: 36).

En una sintonía similar se expresaba otro asesor cuando apuntaba las siguientes consideraciones: "El marco teórico en que se sitúa actualmente el desarrollo del currículum y la formación permanente del profesorado exige la existencia de estructuras mediadoras que faciliten que el trabajo cotidiano del docente, como investigador de su propia práctica y de la de sus compañeros, sea apoyado teóricamente, cuente con los recursos necesarios y se desarrolle de un modo coherente con las opciones de política educativa impulsadas por la administración desde su legitimidad democrática". Y acontinuación: "Este es precisamente el papel que nuestra legislación asigna a los Centros de Profesores: un ámbito de encuentro entre teoría, política y práctica educativas que permita la cristalización en propuestas de actuación innovadoras y bien fundamentadas de la experiencia profesional de gran número de compañeras y compañeros". Para este asesor, algunas de las consecuencias de este enfoque son: Por una parte, "el CEP debe ser una unidad funcional, no un simple conjunto de recursos materiales y humanos que son utilizados en función del tira y afloja entre los núcleos de poder que predominan en cada momento". Por otra parte, "el asesor de CEP, como facilitador y animador del trabajo de sus compañeros, debe, junto a ellos, elaborar conocimiento que ha de ser necesariamente divulgado y discutido. Los CEP deben considerarse, en este sentido, como lugares de producción intelectual [...], ya que somos, por nuestro carácter de lugar de encuentro entre teoría y práctica, un ámbito privilegiado para la investigación" (Llorens, J. A., 1993: doc. interno).

En tanto que mediadores sociales o Intercesores" (si se prefiere la expresión de Deleuze), esas instituciones funcionales que son los centros de profesores deben elaborar una agenda de formación, en concurso con otras instancias educativas y sociales, y haciendo partícipes en la construcción de la misma al propio profesorado al que se dirige su acción reflexiva.

Hemos iniciado este artículo con una hipótesis de partida, a saber, "que el discurso de la administración [...] contribuye de manera decisiva a la construcción de la realidad social". Apelamos al mismo autor para ofrecer, a modo de síntesis y de proposición tras este análisis sobre la gestión de la formación del profesorado por parte de la Administración educativa, el siguiente corolario:

"De lo que se trata [...] es de intentar consciente y deliberadamente que la definición administrativa (o, si se prefiere, política) de 'lo-que-es' sea lo más respetuosa posible con lo que efectivamente es. Ciertamente, ningún orden simbólico puede eliminar el velo del lenguaje, pero tenemos hoy suficientes instrumentos para el conocimiento de la realidad como para que su definición se formule a espaldas de ella. No se necesita menos administración, ni menos burocracia, ni menos regulación de la sociedad civil, sino una mayor dosis del principio de realidad. Lo que aquí se propone es, si se permite la metáfora, pasar de la alquimia a la química" (Beltrán, M., op. cit.: 177). Para ello, quizá sea necesario comenzar, o recomenzar, a plantear y a compartir unas cuantas preguntas convincentes. Estas páginas no han surgido con otro propósito.

 

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Documentos administrativos

 

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CEP DE VALÉNCIA y CEP DE TORRENT: Memorias de los cursos 1985 a 1996.

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CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIó I CIÉNCIA (1992): Formació del Professorat. Curs 1992-1993. Generalitat Valenciana.

CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIÓ I CIÉNCIA (1992 b): Plan anual. Formación del Profesorado. Curso 1992-1993. Generalitat Valenciana.

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CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIÓ I CIÉNCIA. DIRECCIÓ GENERAL D'ORDENACIó I INNOVACIÓ EDUCATIVA (1993 b): Document Base de Formació Permanent del professorat. Col.lecció: Formació del Professorat, 1. Generalitat Valenciana.

CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIó I CIÉNCIA. DIRECCIÓ GENERAL D'ORDENACIÓ I INNOVACIÓ EDUCATIVA (1993 c): Convocatóries any 1993. Col.lecció Formació del Professorat, 2. Generalitat Valenciana.

CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIÓ I CIÉNCIA. DIRECCIÓ GENERAL D'ORDENACIó I INNOVACIó EDUCATIVA (1993 c): Pla Específic de Formació Permanent del Professorat dels CEP Curs 1993-94. Generalitat Valenciana.

CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIÓ I CIÉNCIA. DIRECCIÓ GENERAL D'ORDENACIÓ I INNOVACIÓ EDUCATIVA (1994): Formació del professorat. Curs 94-95. Generalitat Valenciana.

CONSELLERIA DE CULTURA, EDUCACIÓ I CIÉNCIA. SERVEI DE FORMACIÓ DEL PROFESSORAT (1990): Plan de Formación Permanente del Profesorado para la Comunidad Valenciana. Generalitat Valenciana.

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MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA (1986): Informe sobre la formación permanente del profesorado de enseñanza básica y secundaria (1983-1986).

MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA (1989): Plan de Investigación Educativa y de Formación del Profesorado.

 

(*)   El presente trabajo forma parte de la investigación denominada Análisis de los procedimientos de evaluación de las actividades de formación realizadas por los centros de profesores: Optirnización de modelos de evaluación, realizada en el marco del Programa de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico de la Generalitat Valenciana. La investigación, correspondiente a la convocatoria de 1994 (Código 1292, Aplicación 683.2) ha sido dirigida por Francisco Beltrán Llavador, miembro del Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universitat de Valéncia. La participación del autor en dicho proyecto ha tenido lugar en una doble dirección: en tanto que miembro del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de Valéncia y en tanto que miembro del Centro de Profesores (CEP) de Valencia hasta el 31 de agosto de 1997. Una versión reducida de este ensayo fue presentada como comunicación en la VI

Conferencia de Sociología de la Educación, celebrada en Jaca del 18 al 20 de septiembre de 1997, y está pendiente de publicación en las actas de la misma bajo el título "El discurso de la Administración y la administración del discurso en la formación del profesorado: el caso de los centros de profesores".

 

(**) José Beltrán Llavador pertenece al Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de Valéncia. Hasta 1997 fue asesor del Centro de Profesores de Valencia.