EL
ASESOR DE PROCESO Y CRÍTICO ANTE LOS
Miguel
Vicente Prados (*)
Este
artículo pretende clarificar la función asesora dibujando sus rasgos
característicos en un intento de dar luz sobre la misma y evitar, en la medida
de lo posible, distintas prácticas que, desde una visión tecnológica y
burocrática, se están ejerciendo en los centros bajo la etiqueta de
asesoramiento, para que dejen de ser identificadas como tales. Por otro lado se
persigue justificar que la modalidad de formación en centros es el espacio más
adecuado para que los asesores de proceso y críticos puedan desarrollar su
función, sabiendo que tendrán que lidiar para ello con una serie de obstáculos,
que, someramente, quedan aquí reflejados.
¿Qué queremos decir cuando
hablamos de asesoramiento en educación?
Creo que es fundamental aclarar el término
asesoramiento (y el del asesor como agente que se encarga de realizar dicha
función), pues con mucha frecuencia, desde muchos ámbitos de la educación, se
emplea este término para referirse a cuestiones muy distintas, cuando no
contradictorias, creyendo que nos estamos refiriendo a lo mismo.
Así, con frecuencia, la
administración habla de función asesora para referirse a un mero instrumento
de implementación de la reforma. Para ello adorna su pretensión con un discurso
fácilmente vendible en los tiempos que corren y se refiere a ella como
formación en centros. Por otro lado, con pocas excepciones, los asesores de
formación, los agentes de apoyo externo o los inspectores de educación dicen
asesorar al profesorado, cuando en realidad actúan como expertos infalibles,
dándoles recetas genéricas que en la mayoría de los casos no pueden aplicar a
sus contextos particulares. Por último, también es frecuente que los propios profesores
entiendan el asesoramiento como el espacio donde buscar o dar solución a problemas
puntuales de su aula o para que les digan cómo hacer frente a todos los documentos
oficiales que la nueva reforma les está demandando. Frente a esta visión existe
otra más preocupada por el desarrollo de procesos, que buscan construir en los
centros proyectos compartidos entre asesores y asesorados que permitan la
mejora de la práctica, faciliten el crecimiento profesional y el desarrollo del
centro como unidad básica de innovación y mejora.
El origen de los asesores es reciente:
"Su figura apareció aproximadamente alrededor de los años setenta y surgió
como una revisión de la figura del `experto externo a la escuela' proveniente
de profesionales externos a la escuela (instituciones, universidades...) y
dando paso a un concepto de asesoramiento en donde priman profesionales que
provienen de la experiencia escolar" (Imbernón, 1995). Al aparecer y tomar
fuerza el asesoramiento entre iguales, y quizás precisamente por ello, es
posible que se estén denominando con igual término prácticas y funciones que no
obedecen a la conceptualización del asesoramiento como ayuda que se presta para
que el profesorado y el centro en su conjunto avance. El centro es el que crece
y mejora: desde esta perspectiva es éste el que tiene que asumir el
protagonismo en el cambio. Eso sí, contando con la ayuda de agentes externos
que faciliten procesos conducentes a la mejora con la necesaria participación
de todos los implicados.
Por tanto el asesoramiento se da siempre que
se respeten «al menos las tres notas que lo definen esencialmente: La igualdad
de estatus entre asesor y asesorado, la finalidad de ayuda que persigue la
interacción y el ejercicio de la responsabilidad e implicación de los asesorados.»
(Rodríguez, Mª. M.,1996).
Es por esto por lo que es necesario aclarar
el término para saber dónde nos estamos moviendo en la actualidad y hacia dónde
tendríamos que encaminar nuestros pasos como asesores. La función asesora debe
dirigirse a facilitar instrumentos teóricos y « metodológicos para comprender y
desarrollar el trabajo educativo y no caer en prácticas educativas
reproductoras, elaboradas por otros, ajenas al contexto en donde se provoca la
enseñanza‑aprendizaje y desarrollar la dimensión intelectual de la
profesión potenciando el mejoramiento de relaciones con los profesionales,
abogando por una intelectualidad colectiva que vaya dando respuestas a ese
futuro incierto» (Imbernón, 1997). De no ser así, para desarrollar la función
que otros agentes vienen desde hace tiempo propiciando en otras instancias, no
son necesarios los asesores/as.
Aproximación al término "asesor/a":
Para comprender mejor la dimensión del
asesoramiento estimo conveniente ver la relación que fundamentalmente se establece
entre el desempeño de la función asesora y dos de las tradiciones o
perspectivas que existen en la investigación educativa y del currículum.
Veremos cómo lo habitual es que, "una
determinada tendencia, predomine en el modo de pensar y actuar del asesor/a y
cómo los paradigmas más destacados en la investigación se corresponden con
aproximaciones a los temas curriculares. Así, por ejemplo, los métodos
cuantitativos, analíticos, conductistas, etc., englobados dentro del paradigma
cuantitativo, se corresponden con una concepción tecnocrática y reproductiva
del currículum. Es decir, que los marcos teóricos que sustentan la
investigación, sustentan también modelos para entender qué es el currículum (y
por ende la función asesora), y en la medida que la política curricular y todo
su desarrollo se basen en algunos de ellos, condicionan decisivamente la
práctica. Las formas de acercarse al conocimiento van ligadas a las
posibilidades de enlazarlas con la acción" (Jimeno Sacristán, 1987), y el
asesoramiento, como es lógico, no es ajeno a nada de esto.
Teorías curriculares. Contraste
teórico‑empírico
En este recorrido, fundamentalmente por dos
tradiciones o perspectivas a la hora de acometer el diseño y desarrollo del
currículum y, por ende, el asesoramiento, me voy a apoyar en Grundy (1.991):
‑El
currículum informado por el interés técnico (enfoque tecnológico) se
caracteriza:
Por que existe una relación causal medios‑fines.
La mayor preocupación radica en determinar cuáles son los resultados o
productos de la enseñanza ‑los objetivos‑, para, de esa manera,
establecer los medios más eficaces para alcanzarlos (D. Salinas 1994, pág.
143). El problema central es la definición de los objetivos en forma de
conductas, que el alumno debe de alcanzar a través de las actividades de
aprendizaje. A mayor precisión en su definición se consigue un mayor control
sobre el currículum, control que ejerce aquél que define los objetivos
educativos, el teórico o el administrador.
Esto supone una división de tareas, y
determinadas relaciones de poder (separación entre teoría y práctica). Así, nos
encontramos a quienes formulan los objetivos ‑los teóricos‑, que
son los que controlan el eidos (Grundy),
los que supervisan para que éstos se alcancen ‑la administración (que
puede utilizar como mediadores a los asesores)‑, y, por último, los
técnicos ‑ los docentes‑ que aplican su técnica y habilidades en la
acción de la enseñanza para alcanzar los objetivos que han sido definidos a
otro nivel. Esto no significa, según la autora, que los docentes carezcan de
control sobre alguna parte del proceso. Pueden facilitar, cooperar y favorecer
o ejercer un poder reactivo. Pero en realidad éstas son acciones de aplicadores
y nunca de iniciadores de la acción.
"En el interés cognitivo técnico que
informa el modelo de currículum por objetivos, como el de Tyler (1.949), está
implícito el interés por el control del aprendizaje del alumno, de modo que, al
final del proceso de enseñanza, el producto se ajustará al eidos (es decir, las intenciones o ideas) expresado en los
objetivos originales" (Grundy, 1.991). Esta descualificación o
"inhabilitación pedagógica" de los docentes implica que éstos asuman
otra función, la de "gestores educativos", que les cualifica para
gestionar la clase, requisito necesario para que los alumnos, que de esta
manera quedan objetivados, lleguen hasta donde los diseñadores del currículum
han previsto.
Desde esta perspectiva técnica, los
distintos elementos que conforman un Proyecto Curricular están sujetos a los
presupuestos positivistas. Así, los contenidos son contenidos científicos que
buscan el conocimiento objetivo, impersonal y exclusivo. La metodología
mediante la que se imparten los contenidos, aboga por el único método, el
positivista, que exige que se cumplan los requisitos de objetividad y
resultados. Y por último, la evaluación pretende establecer la comparación de
un resultado con el eidos establecido.
Si éstos no coinciden, bien el tratamiento, bien la aplicación del mismo debe
mejorarse.
‑El
currículum informado por un interés práctico (enfoque interpretativo) se
caracteriza:
Porque no es del tipo medios‑fin,
"en el que el resultado educativo se produce mediante la acción del
profesor sobre un grupo de alumnos objetivados. En cambio, el diseño del
currículum se considera como un proceso en el que alumno y profesor interactúan
con el fin de dar sentido al mundo" (Grundy, 1.991).
Al no existir una relación medios‑fines,
el producto ‑ los objetivos ‑ no es el que determina el qué hacer ‑los
medios ‑ para alcanzarlo, sino que la acción que se adopta ‑lo que
se hace ‑ es consecuencia de la deliberación y del empeño del docente por
comprender o dar sentido a la situación, en vez de la adopción de la acción
como consecuencia de la directriz que emana de un objetivo preestablecido.
Evidentemente las acciones que se emprenden están orientadas por un fin o
intención educativa, "el bien".
El interés cognitivo práctico presupone un eidos mucho más general: la noción del
"bien", y depende del juicio del práctico a la hora de interpretar y
traducir la acción a ese eidos. El
hacer el bien es lo que orienta nuestras prácticas educativas y no el logro de
determinado resultado de aprendizaje (el objetivo).
Planificar el currículum "supone el
establecimiento progresivo, y colectivo, de principios justificados para actuar
de una manera y no de otra. Y esos principios ni son conductas de los niños, ni
son principios relativos a cómo los niños aprenden; son principios de carácter
pedagógico relativos a cuestiones de valor sobre lo que se puede, o no se debe,
hacer en el aula" (D. Salinas, 1.994, 156).
En consecuencia el Proyecto Curricular nunca se
puede contemplar como algo estático y acabado, sino como una hipótesis que se
pone a prueba en la práctica educativa.
Desde esta perspectiva no existe separación
entre teoría y práctica, al considerarse el Proyecto Curricular, no como una
recomendación, sino como una propuesta provisional que tendrá que validarse en
la práctica.
Los elementos que conforman el Proyecto
Curricular tienen un tratamiento diametralmente opuesto al enfoque técnico.
Así, los objetivos son principios de procedimiento que hacen referencia a fines
e intenciones educativas mucho más generales ‑"la noción del
bien"‑ que el docente reflejará en sus acciones educativas. Los contenidos
dejan de tener un carácter científico y fragmentario al servicio de unos
objetivos prefijados, para estimular la interpretación y el ejercicio del
juicio a cargo tanto del alumno como del profesor. Y la evaluación significa
elaborar juicios acerca de la medida en que el proceso y las prácticas
desarrolladas a través de la experiencia de aprendizaje favorecen el
"bien" de los participantes.
Si analizamos el Diseño Curricular Base y
todas las orientaciones que se dan para guiar su desarrollo (niveles de
concreción curricular), así como el papel que han jugado, con frecuencia,
muchos asesores, vamos a encontrar pistas más que suficientes para descubrir el
carácter técnico del desarrollo de su función. Nos damos cuenta de cómo hemos
favorecido que se oriente la concreción curricular a modo de la "muñeca
rusa" (expresión que tomo de D. Salinas) de forma que pasamos del
currículum prescriptivo al Proyecto Curricular haciendo una copia fiel del
mismo, mediante procedimientos técnicos, de forma que nos encontramos con los
mismos elementos curriculares, objetivos, contenidos, métodos y evaluación, con
la única variación del nivel de concreción. Pero este planteamiento, que
elimina el análisis y debate por parte del docente sobre el currículum oficial,
no tiene por qué ser la única vía utilizada por los asesores para facilitar que
los centros elaboren su Proyecto Curricular. Entre otras cosas, porque "no
puede haber desarrollo educativo sin el del profesor, y el mejor medio para
ello no se obtiene clarificando objetivos, sino criticando la práctica"
(Stenhouse, 1.987, pág.126). Una alternativa de la función asesora puede ir
orientada a facilitar la búsqueda de espacios que permitan que el profesorado
de un centro analice y debata, por un lado el currículum prescriptivo, y por
otro, lo que hace cotidianamente en el aula. Y en función de dicho análisis
defina y plasme en su Proyecto Curricular los principios de procedimiento que
pueden orientar lo que se propone hacer en la misma, es decir, "que les
permitan discernir buenas razones que avalen sus acciones educativas"
(Liston y Zeichner, 1.992, pág. 61).
Hecho este recorrido teórico por estos dos
enfoques del currículum, y vistos algunos de los indicadores que los definen,
podemos contrastar con dichas perspectivas teóricas los modelos de
asesoramiento, no tanto para encuadrarlos en cada uno de dichos enfoques ‑
lo que sería simplificar demasiado ‑ sino para buscar ciertos indicadores
en ellos que nos permitan saber cuál ha sido el interés que orienta la función
asesora.
No pretendo ser reduccionista en el análisis
que acabo de hacer, pero creo que está claro que "aunque desde el punto de
vista operativo puede ser factible utilizar estrategias de diferentes
tendencias en el desarrollo de la función asesora, si se opta por entender ésta
desde una postura técnica, prácticamente se excluye dicha posibilidad, porque
esta perspectiva se apoya en una visión positivista de la innovación, la
educación y, en definitiva, del mundo, que excluye la existencia de visiones
alternativas. Por otra parte, la inclusión de estrategias técnicas dentro de
concepciones prácticas y políticas implicaría un alto riesgo de violación de
principios básicos de trabajo responsable y cooperativo, sobre todo en la
opción de corte político. Sin embargo los enfoques práctico y político del
cambio educativo (en el análisis precedente estos dos enfoques han sido
incluidos en un mismo espacio) resultan fácilmente conciliables» (Rodríguez,
Mª. M., 1996).
Dos extremos de un continuo para
el ejercicio del asesoramiento
En un extremo del continuo encontramos el
enfoque tecnológico (interés técnico) en el asesoramiento. Hasta ahora, con
pocas excepciones, la función asesora se ha desarrollado bajo éste enfoque.
Evidentemente esto no ha sucedido por casualidad, pues el asesoramiento ha
sido deudor de su origen como instrumento para la aplicación por parte de la
administración de reformas e innovaciones externas a los centros. Por ello el
rol principal del asesor/a no ha sido otro que "servir de guardián del Currículum
Nacional" (Holly & Southwoth, 1.990). Y, lejos de atender las necesidades
y problemas que surgen de la práctica cotidiana del aula, se han dedicado a
colonizar los centros educativos para, como poseedores de conocimiento
"experto", transmitirlo, en la creencia de que los profesores
modificarían sus prácticas o solucionarían los problemas puntuales que de ésta
emanan, generarando así una excesiva dependencia de los asesorados hacia el
asesor/a y contribuyendo a la separación tradicional entre teoría y práctica.
Esta situación se produce en la actualidad
cuando un gran número de asesores, presionados o no por la administración,
centran su labor en que los centros elaboren los distintos documentos de los
diferentes niveles de concreción del currículum oficial prescriptivo,
partiendo de la premisa de que sólo existe una forma de hacerlos y
convirtiendo, de esta manera, su elaboración en un procedimiento tecnológico
que les otorga el carácter burocrático y de producto que tienen, y que hace que
difícilmente se puedan trasladar al quehacer cotidiano. Al mismo tiempo, los
centros abandonan en muchos casos procesos y dinámicas formativas cercanas a
sus prácticas mucho más productivas y ricas.
El asesor, desde está perspectiva, actúa a
modo de experto infalible pero cayendo en la contradicción de que lo hace entre
iguales, lo que no encaja en absoluto con los rasgos definitorios de la función
asesora. Desde este enfoque los asesores "están claramente etiquetados
como expertos. Pues se da una situación de desigualdad frente al conocimiento
que poseen, y que tienen que transmitir al profesorado que carece de
éste" (Rodríguez, Mª. M., 1.996).
Para este viaje no se necesitarían alforjas,
pues como dice Imbernon (1.997), "a lo mejor es cierto que deberían eliminar
el asesoramiento entre iguales si éstos han de asesorar, procesos técnicos,
administrativos, lineales y uniformes...; para eso el Sistema ya tiene otros
mecanismos de apoyo a los centros.»
En el otro extremo del continuo hablamos del
asesor de proceso o crítico que actúa dinamizando y facilitando procesos de
reflexión colaborativa sobre la práctica educativa que desarrollan los
profesores/as del centro en su devenir cotidiano, intentado mejorar la misma
al tiempo que permite el crecimiento profesional de los docentes. La ayuda que
presta incide, sobre todo, en el desarrollo de la capacidad de los asesorados
para el diagnóstico de problemas y de las necesidades que presenta el centro
educativo, así como en generar las condiciones oportunas para buscar las
alternativas adecuadas que los solucionen.
El asesor ofrece, en todo momento, su punto
de vista particular sobre la situaciones problemáticas identificadas, fruto de
su experiencia docente y del bagaje teórico que ha ido construyendo en el
desempeño de su función asesora, implicándose en el centro como uno más, sin
asumir ningún protagonismo, ya que el proceso de asesoramiento intenta
desarrollar la capacidad del centro para acometer de forma autónoma nuevas
innovaciones. De lo contrario, al tener mayor protagonismo, el asesor se evita
la toma de decisiones compartida de los asesorados.
Los procesos de asesoramiento son largos en
el tiempo y deben garantizar la implicación y responsabilidad en los mismos de
los asesorados, sin que se genere ningún tipo de dependencia de éstos hacia al
asesor, pero teniendo también muy claro que la función asesora se muestra
imprescindible, máxime si tenemos en cuenta la socialización tecnológica a la
que todos hemos sido sometidos. Porque los procesos de reflexión sobre la
práctica no se generan espontáneamente en la mayoría de los centros. Como
asesor he podido experimentar cómo un grupo de profesoras con las que he
trabajado durante tres años pudieron conseguir abandonar el libro de texto
asumiendo el protagonismo en el diseño y desarrollo de su programación de aula;
pero también tengo que decir que esta situación no se hubiera producido sin la
ayuda del asesor (y no debe entenderse esto como una apelación a mis cualidades
personales). En este sentido “ lo que debe caracterizar al asesoramiento es,
por una parte, que sin su presencia y acción ‑ y sin la presencia y
acción de los profesores ese cambio no se habría producido (construcción
conjunta); y por otra, que, una vez producido, ya forma parte del bagaje del
equipo, o lo que es lo mismo, su presencia no se encuentra supeditada a la del
asesor (construcción conjunta que tiende a la autonomía y autorregulación de
los equipos)” (Solé, I., 1.994).
Como se puede apreciar, este enfoque de la
función asesora lejos de incidir sobre necesidades puntuales relacionadas con
áreas del currículum o la introducción de determinados recursos o estrategias,
etc., y sobre el profesorado a nivel individual, se nos muestra como el más
indicado para trabajar dentro del paradigma de la colegialidad en consonancia
con el interés por promover prácticas cooperativas y trabajar a nivel de la
organización que preside las iniciativas del cambio educativo.
Volviendo sobre los rasgos más genuinos que
deben identificar el asesoramiento, conviene señalar: Atender procesos
conducentes a prestar ayuda a los centros educativos para atender las
necesidades y problemas vinculados a la práctica docente desarrollada en éstos;
que dicha relación se dé entre iguales y que favorezca la responsabilidad en la
toma de decisiones por parte de los asesorados. Es evidente que cuando hablamos
del desempeño de la función asesora ésta debe de moverse en el espacio
anteriormente conceptuado del asesor de proceso y crítico, alejándose del
extremo tecnológico del continuo donde he ubicado al experto infalible, que,
cuando presta ayuda a los centros, está desempeñando alguna función, pero
seguro que no es la de asesoramiento.
Espero que en este intento de clarificación
haya conseguido evitar la indefinición en la que pudiera estar inmerso el
asesoramiento e impedir que se convierta en un paraguas bajo el que puedan
guarecerse otras prácticas que en absoluto responden a los supuestos del
asesor de proceso y crítico.
El asesor de proceso y la
formación en centros
Bajo mi punto de vista, y partiendo de mi
experiencia como asesor, la modalidad de formación que más se ajusta a la
visión del asesor de proceso y crítico es la formación en centros.
Evidentemente, cuando se apuesta por la
formación en centros se hace de forma no reduccionista y admitiendo otras
modalidades formativas (cursos, seminarios, etc.), si bien es preciso dejar
constancia de las limitaciones de éstas. Una de ellas es que "se continúa
manteniendo la separación entre la teoría y la práctica, y no se entiende que
el currículum ha de tener importantes espacios de teorización, realización y
diseño en la propia escuela. Es en este planteamiento [la formación en centros]
donde entendemos que se ha de desarrollar la formación permanente, que no
aparece como acumulación de títulos o como `carrera docente' sino como una
necesidad del propio trabajo y de los proyectos educativos. El desarrollo de
los currículos y de los proyectos educativos son, pues, la base de las demandas
de formación permanente y alrededor de ésta creemos que han de actuar tanto los
maestros, replanteándose su estilo de trabajo, como los responsables de la
administración de la zona. El esfuerzo importante está en la disposición de
colaboración mutua. Esta realidad, sin embargo, no es la práctica habitual y
tendría que llegar a serlo, al tiempo que entendamos que los encuentros de
trabajo son encuentros de personas" ( Corominas i Casals, A.,1.988).
Otra limitación es que suelen permanecer
como algo externo al propio profesor. Algo que después éste tendrá que
integrar en su propio repertorio de conductas como enseñante y en la
compresión del aprendizaje de los alumnos. Y este salto no siempre se pone de
manifiesto. Esta situación no se da en la formación en centros, pues estamos
trabajando con necesidades y problemas vinculados y surgidos de la práctica,
cuya resolución incidirá en la mejora de la misma y en el desarrollo
profesional del docente.
La formación centrada en la escuela es un
modelo de formación que garantiza un espacio para la reflexión crítica y
compartida de la práctica docente en el lugar contextualizado donde ésta se
produce, por los propios sujetos activos de la misma, el profesorado del
centro, contando con la ayuda de los asesores/as para que, en una relación de
colaboración, puedan reconstruir y mejorar sus concepciones y las prácticas
pedagógicas, así como la cultura y funcionamiento de los centros escolares.
La formación centrada en la escuela tiene
como contenido básico de formación la práctica cotidiana de la enseñanza, que,
analizada, criticada y valorada colaborativamente por los profesores de un
mismo centro, se constituye en la base de la mejora y la innovación. Facilita,
por otro lado, un cambio (epistemológico) con respecto a la concepción de la
naturaleza del conocimiento pedagógico y los procesos y agentes implicados en
su elaboración y utilización para la mejora de la educación, al admitir dentro
de la categoría de conocimiento pedagógico, no sólo aquél producido por
expertos, investigadores, etc., en contextos lejanos al escolar, sino también
el conocimiento práctico, experiencial, personal y colectivo elaborado y
validado por los mismos docentes en el ejercicio de su práctica educativa.
Los asesores son los agentes más indicados
para favorecer estos procesos de reflexión donde convergen el conocimiento
práctico y el conocimiento teórico. De esta forma se garantiza que "los
centros sean los contextos y los profesores los sujetos para la reconstrucción,
elaboración y utilización del conocimiento externo y propio para la mejora
crítica de la educación" (Escudero y Bolivar, 1994).
La formación centrada en la escuela, parte
de un supuesto básico: todo cambio que se introduzca en los procesos de
desarrollo profesional de los docentes y los que se produzcan como consecuencia
de éstos en sus prácticas docentes y curriculares, tienen que ir acompañados
ineludiblemente de una reconstrucción y reestructuración de la cultura del
centro y la organización y funcionamiento del mismo, y que es "necesario,
para ello, poner un énfasis especial en la estimulación de la colaboración
entre los profesores" (Escudero, 1992).
Esta idea queda expuesta con claridad
meridiana por Escudero (1994): "Si los cambios educativos han de `lidiar'
para desarrollarse con la cultura escolar existente, la cultura organizativa
de la escuela es, como se ha dicho en una célebre metáfora, la mayor barrera
para el cambio y, tal vez, en otro sentido, el puente más directo para su
mejora".
La formación centrada en la escuela es el
espacio para potenciar la profesionalidad y el conocimiento de los profesores,
al tiempo que se convierte en un lugar privilegiado para relacionar e integrar
en la práctica la formación, el desarrollo del currículum y el desarrollo de
los centros escolares.
Es fácil comprobar cómo esta modalidad de
formación posibilita el ejercicio de la función asesora desde un enfoque de
proceso y crítico:
‑ Garantiza una interacción o
comunicación bidireccional dedicada a la ayuda: E1 profesorado del centro
establece con los asesores una relación de colaboración entre iguales mediante
la cual reconstruyen y mejoran sus concepciones y las prácticas pedagógicas,
así como la cultura y funcionamiento de los centros escolares.
‑ No limita la capacidad de elección y
decisión del asesorado, sino todo lo contrario: potencia el protagonismo y la
responsabilidad del mismo en el proceso de asesoramiento.
‑ Se produce entre profesionales del
mismo estatus, sin diferencias de posición y de poder.
‑ Se tratan asuntos y problemas
prácticos. El contenido básico de la formación es la práctica cotidiana de la
enseñanza contextualiza en el propio centro.
‑ Se trabaja sobre la base de acuerdos
negociados. Ello significa que al inicio del proceso de asesoramiento tiene que
quedar perfectamente asumido por ambas partes cuáles son los compromisos que
han de ser asumidos a lo largo de todo el proceso. "Sólo así la innovación
educativa en el centro será posible, si los profesores y profesoras son
capaces de adoptar compromisos, actitudes y propuestas investigadoras en sus
clases y centros, pues todo proyecto innovador en educación ha de ser paralelo
al desarrollo del profesorado y al de la investigación desde la práctica. En
esta línea, la relación innovación-investigación en la práctica se convierte
en un binomio irrompible» (Imbernón, 1995).
Tres años de experiencia de
formación en centros: algunas consideraciones
Durante
tres años, en los que he desarrollado la función asesora en el Centro de
Profesores Poniente Granadino (Loja), he centrado mi actividad en la modalidad
formativa de formación en centros, en coherencia con la línea que desde hace
algunos años ha sido prioritaria en éste CEP y que se ha ido recogiendo en su
Plan de Actuación como Grupos de Programación y Diseño Didáctico (GPDD).
No ha sido ésta una experiencia muy
generalizada en la red de formación de nuestra Comunidad Autónoma ni tampoco en
el ámbito nacional, pero, a pesar de eso, considero que esta modalidad de
formación es el espacio más adecuado para poder facilitar procesos de
identificación y diagnóstico de las necesidades de formación del profesorado
de un centro emanadas directamente de la práctica diaria en el aula, al tiempo
que permite desarrollar procesos colaborativos de reflexión sobre dicha
práctica tendentes a su mejora.
Estos procesos de reflexión en equipo, que
garantizan el desarrollo docente y la mejora de la practica educativa en el
aula, no surgen espontáneamente en los centros, sobre todo si tenemos en cuenta
la cultura individualista instalada en éstos. Por eso tienen que ser facilitados,
orientados y asesorados por un agente externo, que, lejos de considerarse un
experto infalible, poseedor del conocimiento que transmite verticalmente y que
los profesores asumen y aplican sin más sobre su práctica, debe propiciar
espacios presididos por la igualdad y la comunicación que diagnostica
obstáculos, da ayuda y apoyo, y participa con los profesores reflexionando
sobre aquellos aspectos problemáticos de la práctica, al tiempo que facilita el
conocimiento que se produce en los distintos campos de la educación para ser
reconstruido y contextualizado, enriquecer la práctica y producir nueva teoría.
Ahora bien, en el desempeño de mi función asesora, aunque he participado de los presupuestos expresados con anterioridad, no siempre, al menos en los momentos iniciales, he podido ser fiel a los mismos. Lo cierto es que las necesidades que manifestaron determinados grupos respondieron en un principio a exigencias y prescripciones de la administración. Pero tampoco es menos cierto que la bondad y la utilidad que se le dé a este tipo de trabajo será una cuestión a valorar a medio y largo plazo: En un primer momento se comienza a trabajar sobre cuestiones relacionadas con los niveles de concreción curricular que emanan directamente de la implantación de la LOGSE, dentro de un plano normativo, pero al mismo tiempo se van desarrollando las condiciones de trabajo en equipo, reflexión colaborativa sobre la práctica docente, análisis de estrategias metodológicas, instrumentos de evaluación, información a padres, diseño de informes individualizados de evaluación, evaluación de la producciones gráficas de los niños/as, etc. que son imprescindibles para que, con posterioridad, el equipo, con el asesoramiento necesario, desarrolle procesos y dinámicas de resolución de sus propios problemas y de satisfacción de sus necesidades dentro del propio contexto donde se desarrolla la función docente.
Y es que con la formación en centros no
estamos ante una nueva tecnología, una metodología que se aplique mecánicamente
y produzca siempre los mismos efectos (eso quisieran los tecnólogos). Depende
mucho de los grupos, de su composición, de su cultura de trabajo, de la
estabilidad de los mismos, de su experiencia en el trabajo en equipo, de sus
prácticas docentes, de sus creencias sobre la educación, del momento del ciclo
profesional en que se encuentran, de sus biografías profesionales y humanas,
etc.
Ni, en este sentido, se puede hablar del
todo o la nada en el ejercicio de la función asesora. He trabajado con grupos
que, fieles a su experiencia y procesos de socialización, han estado muy
anclados en presupuestos academicistas y propedeúticos de la educación y que,
por eso, les ha costado mucho introducir cambios en sus prácticas educativas,
de forma que cuando se ha fijado el interés en aspectos más formativos y menos
académicos, han reaccionado con inseguridad y se han encontrado poco cómodos.
De todas formas, y aquí viene lo
gratificante, aunque el inicio de muchos de los GPDDs haya sido éste, con el
paso del tiempo se ha ido reconduciendo la preocupación inicial hacia la
satisfacción de necesidades y problemas instalados en la vida del aula: qué
hacer con aquellos alumnos que tienen dificultades de aprendizaje (atención a
la diversidad), cómo podemos informar con rigor a los padres de la marcha de su
hijo/a (evaluación), de qué manera acometer el diseño y desarrollo de nuestra
propia programación de aula con un enfoque globalizador, cómo interpretar los
dibujos que hacen nuestros alumnos (evaluación), qué hacer para saber lo que
ocurre en los rincones y talleres que tenemos en clase y hacerlos más
educativos (metodología y evaluación), qué podemos hacer para garantizar la
participación del alumno en el desarrollo del currículum y evitar actitudes de
resistencia y violentas (tratamiento de la diversidad), cómo introducir en el
"currículum pretendido" y en el "currículum en acción"
(Gimeno, 1987) las distintas culturas de los diferentes grupos de alumnos del
centro, etc. Cuando sucede esto, aumenta la implicación individual de los
compañeros/as con el equipo y mi función en el mismo deja de ser transmisiva
para instalarse en los parámetros propios de la formación en centros antes
definida.
Otros grupos han sido más rápidos en su evolución, ya que su punto de partida era distinto, y han generado demandas propias vinculadas a sus necesidades desde un principio, logrando avances notables que les han llevado, por ejemplo, a mejorar mucho en cohesión y cultura colaborativa y a alejarse del trabajo individual que presidía la cultura profesional de los docentes del centro, a poder controlar la labor de diseño de su programación de aula, antes delegada en las editoriales, y, como consecuencia, a vigilar de cerca la evolución del trabajo, la respuesta de los alumnos, la adaptación a los intereses y motivaciones de éstos y a la enorme motivación que para los docentes supone el poder comprobar el resultado práctico de lo diseñado de forma teórica.
En este sentido, pienso que,
independientemente de cuál haya sido la situación de partida de los GPDDs, lo
que sí tiene que quedar meridianamente claro es que estos procesos de formación
exigen un alto nivel de compromiso del asesor para con el grupo y bastante
dedicación, no sólo en la labor de diseño sino también en la de desarrollo.
Tiene que haber una implicación en el aula, con el profesorado, para adquirir
unas experiencias comunes que permitan una mayor capacidad de compartir
significados y una mayor comprensión de las mismas. De esta forma, de un lado,
se garantiza la simetría en el ejercicio de la labor asesora y, de otro, la
unión de la teoría con la práctica, evitando quedarse sólo en el discurso del
diseño teórico. De lo contrario, de no existir ese alto nivel de compromiso,
están dichos procesos condenados al fracaso y a su extinción, con el agravante
de que difícilmente el profesorado que participa en ellos se prestará, en lo
sucesivo, a implicarse en otras experiencias.
Este compromiso y dedicación a la hora del
desempeño de la función asesora cuesta dinero. Durante este curso (1.996/97)
he trabajado con ocho grupos de programación y diseño didáctico que suponen una
incidencia directa en cincuenta y cuatro maestros/as. Por eso, cuando corren
vientos neoliberales en nuestra administración que se traducen en recortes
presupuestarios en materia de educación, es evidente que esta modalidad de
formación no es rentable.
Por ello me parece, como mínimo, demagógico
que desde la Consejería se esté abogando por esta modalidad de formación,
cuando con el decreto 194 por el que se regula el Sistema Andaluz de Formación
del Profesorado se ha apostado por un serio recorte de la red de formación y de
recursos humanos. A no ser que se haga una lectura particular e interesada de
la misma, como creo que está ocurriendo. ¿O no es así, cuando en relación al
Plan de Formación, se dice que los centros recogerán sus necesidades en el
apartado del Proyecto Curricular y que luego, haciendo uso de la autonomía
pedagógica y organizativa que la LOGSE le confiere serán ellos los que
resuelvan las necesidades detectadas sin contar con ayuda externa? (Hay que
tener en cuenta que con el número de asesores con que contará la nueva red de
formación no será posible atender a todos los centros en los parámetros que
plantea la formación en centros). Con el agravante de que si los centros no
resuelven sus problemas, la responsabilidad será suya, ya que no habrán hecho
un uso adecuado de su autonomía.
A pesar de esto, insisto en que el
desarrollo de la función asesora en el marco de la formación en centros, si se
quiere y se confía en ella facilitando condiciones, es una posibilidad real
que puede convertirse en una alternativa a otras prácticas formativas que tanta
insatisfacción han creado en el profesorado.
La valoración que hago de mi experiencia con
esta modalidad de formación es claramente positiva sobre todo si ésta se
fundamenta en la evolución experimentada por cada uno de los grupos con los
que he trabajado, teniendo en cuenta la situación inicial de partida y la
alcanzada al finalizar el presente curso escolar. Haciendo una breve
descripción de dicha situación inicial y de la evolución que ha experimentado
cada grupo, diría lo siguiente:
‑ En un principio los equipos estaban
constituidos por la suma de individualidades: se reproducía la típica
estructura celularista y de privacidad que preside la cultura de los centros.
En la actualidad se está en fase de superación y, sin caer en un triunfalismo
desmedido, puedo decir que se han empezado a compartir puntos de vista entre
los componentes del grupo sobre cuestiones cotidianas que se presentan en el
aula: situaciones de aprendizaje que se utilizan, estrategias metodológicas,
organización del tiempo y del espacio, importancia que se le da a determinados
contenidos curriculares, etc. En definitiva, se ha ido avanzando en la
reflexión y análisis de la práctica educativa por parte de cada maestro/a y en
el trabajo en equipo. No se puede hablar de que la evolución haya sido
homogénea en todos los equipos, ya que la situación de partida ha sido distinta
en cada uno de ellos. Así, hay grupos que tenían algunas experiencia de trabajo
colectivo, otros donde sólo había coordinación entre las maestras de un mismo
nivel, y otros donde cada maestra trabajaba autónoma e individualmente, sin
ninguna comunicación con el resto de compañeras.
‑ En el momento inicial las
expectativas de cada equipo estaban centradas en que el asesor/a le facilitara
las “recetas” adecuadas para dar respuesta a la obligación que tenían o que
tendrían contraída con la administración. Con el devenir del tiempo han ido
asumiendo que, incluso en la satisfacción de necesidades inducidas
externamente en los centros, como pueden ser la elaboración de los proyectos
curriculares o la programación de aula, la función del asesor/a es orientar
sobre el proceso de elaboración, pero que son ellos quienes tienen que dotar de
contenido contextualizado dichos proyectos. Ha sido cada equipo el protagonista
de la confección de su Proyecto Curricular, reflejando su práctica docente
diaria en el mismo e intentando que fuera lo más realista posible y adecuado a
su contexto. No existen respuestas genéricas aplicables a realidades diversas;
el grado de aceptación de este principio por parte de los grupos no ha sido el
mismo, ya que cada uno, como dije anteriormente, se encuentra en un estadio
distinto; no todos los grupos parten de la misma situación inicial, pero, de
todas formas, hay un camino andado en este sentido.
‑ En principio se ha trabajado sobre aspectos muy vinculados con la práctica, prescindiendo de su fundamentación teórica, como estrategia para evitar rechazos. Hemos de tener en cuenta que el asesoramiento lo estamos realizando con maestros/as que tienen una formación inicial y una experiencia que, en la mayoría de los casos configuran al docente como aplicador de currículum externamente diseñado y desarrollado, y que, por tanto, huyen de la teoría, entre otras cosas porque la desconocen. Después se ha ido viendo cómo la práctica por la práctica tiene el riesgo del activismo, es decir de hacer cosas sin saber por qué se hacen y con qué resultado, y han asumido la necesidad de que toda actividad docente esté fundamentada y justificada teóricamente. No todo el profesorado ha dado este salto cualitativo pero sí que se ha avanzado bastante en este sentido.
‑ Cuando se quiere introducir un cambio curricular externo en los centros educativos y que éste triunfe, es necesario que la administración cree unas condiciones laborales más positivas para el profesorado, que permitan que éste se encuentre cómodo y suficientemente gratificado para acometer las tareas que ello implica. En este sentido, hay que recoger la sensación generalizada de los grupos de que las condiciones de tiempo, espacio y reconocimiento no son las más adecuadas para su formación y desarrollo profesional. Las sesiones de trabajo se desarrollan cuando los docentes han terminado la jornada escolar. En este momento, ponerse a reflexionar colaborativamente para elaborar un Proyecto Curricular o una Programación de Aula se hace muy penoso y, en muchos casos, supone la «excusa perfecta» para abandonar o desarrollar estrategias de resistencia.
Algunos obstáculos que deben ser
considerados
Por último, me gustaría dejar constancia de
forma muy somera, de que el rol de asesor de proceso y crítico no esta exento
de dificultades y obstáculos y que es preciso identificarlos para que, en la
medida de lo posible, podamos, si no liberarnos, sí al menos aprender a
convivir con ellos para que nuestra función se desarrolle por el camino de lo
posible y evitar caer en la tentación, bastante frecuente, de ubicarnos
próximos al extremo opuesto y más tecnologizante del asesoramiento.
Voy a enumerar sólo alguno de ellos:
- Sensación "sandwich": Hay que tomar conciencia de que el espacio en el que se mueve el asesor/a es difícil y requiere notables equilibrios para su desarrollo. No es cómodo sentir la presión que ejerce la administración para que se desarrollen sus programas, y, por otro lado, tener que ofrecer ayuda a sus compañeros en las necesidades sentidas y derivadas de sus prácticas educativas en sus contextos de trabajo. ¿A dónde acudir primero? El dilema es "aproximarse a posiciones cercanas al control burocrático si se opta por seguir la pauta de los estamentos con poder, o situarse claramente en el ejercicio del asesoramiento, como labor al servicio de los procesos autónomos del profesorado y los centros educativos» (Rodríguez, Mª. M.,1996). Si somos fieles al asesoramiento de proceso tendremos que estar cercanos al centro educativo y negociar, desde la peculiaridad de éste el tipo de relación, la ayuda que se considere más conveniente. Seguir honestamente este principio no es fácil, sobre todo cuando hay que contar con las presiones de la administración educativa para implantar determinados programas de reforma.
‑ El proceso de socialización de los
docentes actúa como un serio condicionante para el adecuado desarrollo de la
función asesora. La tradición en relación a la función docente es que ésta
siempre ha estado separada de los procesos de diseño del currículum; han sido otros,
los "expertos", provenientes bien de la universidad, bien de las
editoriales, los que han asumido dichas funciones, relegándose al profesorado
a la función de aplicadores y quedando, en consecuencia, excluidos de los
procesos de generación de conocimiento. Es por esto por lo que, con frecuencia,
el profesorado, cuando se establece la relación de asesoramiento para la
solución de problemas de la práctica, sólo espera recetas o que se le diga qué
tiene que hacer y cuáles son los pasos a seguir, impidiéndose la construcción
conjunta característica del proceso de asesoramiento.
‑ Igualmente, actúa como un obstáculo
a la hora de ejercer el rol de asesor de proceso el propio proceso de
socialización del asesor, primero como docente y luego como tal asesor. Este
proceso de socialización le puede hacer caer en el expertismo. Y hablar de
"experto, aun con la mejor de las intenciones, siempre resulta inapropiado
en el caso del asesoramiento. Su simple alusión nos remite a una situación de
dependencia del sujeto que carece de esa competencia, respecto del que la
posee" (Rodríguez, Mª. M., 1.996), lo que nos aleja del protagonismo y
responsabilidad que debe asumir el profesorado en la toma de decisiones
durante el proceso de asesoramiento.
‑ La cultura del celularismo que
preside las relaciones en los centros educativos es otro serio obstáculo con
el que nos vamos a encontrar. Lo habitual es que cada profesor se enfrente solo
a todos los problemas que le surgen en el devenir cotidiano del aula, sin
compartirlos con nadie y dando la impresión de normalidad (no sea que pudiera
ser cuestionada su competencia docente). En estas condiciones se hace muy
difícil establecer procesos de reflexión colaborativa sobre los problemas que
plantea la práctica educativa en los centros. Es fundamental, en el desempeño
de la función asesora, favorecer las condiciones para que se pueda trabajar en
común. De lo contrario "se perpetuarán momentos de oscurantismo, de
rutina, de dependencia y de alienación profesional" (Imbernón, 1.997).
‑ Otra situación que no ayuda en nada
es que, si bien en el ámbito de lo formal la LOGSE reconoce autonomía
pedagógica y organizativa para el profesorado y los centros, sigue sin creerse
que el profesorado sea capaz de generar conocimiento pedagógico fruto de su
quehacer en el aula por lo que, en consecuencia, se somete a los docentes a una
sobrerregulación excesiva.
La LOGSE confía en un nuevo rol profesional
docente alejado del aplicacionista vigente, para que el profesor/a acometa esta
tarea de diseño y desarrollo curricular y es por lo que inviste, de autonomía
pedagógica y organizativa y ofrece, por tanto, suficiente espacio para que los
equipos docentes de los centros elaboren sus propios proyectos educativos. Si
analizamos el proceso definido hasta aquí podemos apreciar que sigue una
racionalidad y lógica clara en su diseño. Otra cosa es cuando este diseño se
lleva a la práctica y se observa que el espacio que se crea en el marco legal
se va, cada vez más, delimitando y estrechando hasta llegar al momento en que
se dirige externamente a los docentes que creyeron ser dueños de sus propias
decisiones. Y todo esto invocando argumentos como éstos: Como quiera que no es
posible cambiar de la noche a la mañana a docentes que parten con una
determinada formación inicial y con una experiencia docente, la administración
se ve "obligada" a articular una serie de medidas encaminadas a
favorecer el nuevo rol docente que a su vez garantice el ejercicio de la
autonomía pedagógica que se concretará en la construcción de sus propios
proyectos curriculares, los cuales se erigirán en el referente de su práctica
educativa.
Debido a que la Administración pretende
dirigir la construcción de los proyectos curriculares en una determinada
dirección y que duda de la competencia docente, utiliza determinadas medidas
para conseguirlo, como pueden ser la elaboración de ejemplificaciones
("Cajas Verdes"), la confección de distintas guías para la
elaboración del Proyecto Curricular y la utilización de la red de formación permanente
del profesorado, los CEPs, para que a través de sus asesores orienten y
faciliten esta tarea de elaboración del Proyecto Curricular.
Como consecuencia de esto último, los
asesores han tenido que incorporar a sus funciones todas aquellas tareas que se
derivan de la implantación de la LOGSE, una de ellas, quizá prioritaria en la
actualidad, es la de orientar, asesorar y facilitar la elaboración del Proyecto
Curricular, lo que ha supuesto que se vayan abandonando otras tareas, que, en
ocasiones, venían siendo más fructíferas, para introducir a los centros en el
discurso curricular oficial.
‑ Para finalizar, otro condicionante
más con el que se encuentran los asesores es la falta de coordinación
existente por parte de todos los agentes externos que tienen incidencia en los
centros, lo que produce en muchas ocasiones un cruce de mensajes, a veces
contradictorios, que llegan a los docentes y que en nada ayudan a clarificar
sus problemas y necesidades. "Desde luego este hecho tiene consecuencias
negativas, tanto para los Servicios de Inspección, los Orientadores y los Asesores
de Formación, como para lo profesores, que a veces no saben a quién deben pedir
ayuda o que no encuentran, cuando la piden, la respuesta esperada. Las tiene
también para el sistema en su conjunto, cuyos recursos no son suficientemente
rentabilizados por falta de claridad en la atribución de funciones, o por la
escasa coordinación existente entre ellos y los centros» (Solé Gallart, 1.,
1.996).
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(*) Miguel Vicente Prados es maestro del CP. "Alfaguarilla"
de Alfacar (Granada). Anteriormente ha sido asesor del Centro de Profesores
Poniente Granadino.
Dirección: C/ Perete, n° 47. 18014. Granada. Teléfono: (958)
15.95.84