INTEGRACIÓN Y RELACIÓN EDUCATIVA

 

F. Cruz Quintana y Araceli Marín Ruiz (*)

 

Hoy cuando apenas han pasado unos años de la entrada en vigor de la ley de integración escolar, su puesta en práctica revela la existencia de no pocos obstáculos que están haciendo de la integración, en unos casos una teoría utópica y una política de papel mojado y palabras vacías, y en otros, un esfuerzo por pensar y dar respuestas, desde esos obstáculos que van apareciendo en la práctica, a esta realidad que exige nuevamente poner en primer plano a los dos agentes del proceso educativo, el maestro y el alumno.

Pedirle a los niños la adaptación a centros que no atienden sus necesidades específicas, a los maestros y educadores aceptar y enseñar a estos alumnos diferentes y todo ello sin modificar la organización general de la escuela, es llevar a los implicados a una situación límite que determina en no pocos casos la decisión de enviarlos a los antiguos centros especiales. Sea cual sea el final, el recorrido no es sin consecuencias.

Todas las reformas educativas auguran un futuro mejor. Los profesionales de la educación trabajan para adquirir nuevas técnicas e innovadores métodos con la intención de entender, qué hacer con una profesión imposible. Los niños, mientras tanto, permanecen cada vez más anodinos ante tan grandes consideraciones. Sufren los designios de las reformas que la mayoría de las veces insisten, a pesar de todo, en la acumulación de datos que no tienen en cuenta principios elementales del desarrollo infantil. La institución escolar sigue produciendo síntomas: fugas, fracasos escolares, problemas de comportamiento, problemas psicosomáticos, etc., son algunas de sus manifestaciones. Mientras tanto, el maestro como lugar de saber en el deseo del niño es ,dejado de lado y las planificaciones vienen a ocupar su lugar.

Se olvidó, por obvio que parezca, que la adquisición de conocimientos, por parte de los alumnos, más aún si nos situamos en la educación infantil, depende en primer lugar de la relación que se establezca con los profesores. El método, siendo importante, siempre resulta algo secundario, que funcionará si funciona la relación educador­ educando. Si en niveles educativos superiores esto se obvia, en la educación infantil es un error no considerarlo.

 

LA INTEGRACIÓN: UNA EDUCACIÓN EN LA DIVERSIDAD

 

Si se admite a la escuela como un entorno educativo para todo niño, no cabe hablar de integración para unos y para otros no. El contexto escolar es el mismo y, por tanto, si hablamos de integración lo hacemos para todos como un proceso que cada individuo ha de realizar hasta tomar posición particular en cualquier grupo humano, siendo el grupo escolar uno de ellos.

Desde este planteamiento todos los niños, en tanto alumnos, han de participar de un proyecto educativo común donde las diferencias se establezcan con arreglo a lo específico de sus necesidades educativas. Este enfoque, que recoge la filosofía de la integración, abre un campo nuevo y un modo de entender la educación y la función de la escuela no atendiendo a criterios de homogeneidad e igualación académica, no según criterios exclusivos de utilidad y aprendizaje, sino sobre la base de la diversidad y la diferencia.

De entrada, considerar una educación basada en la diversidad y en la especificidad de cada niño trae como consecuencia tres cuestiones que se señalan desde este enfoque:

1. Que los niños son diferentes entre sí, no hay niños diferentes y otros que no lo son.

2. Que los fines generales de la educación deben ser alcanzados por todos los niños.

3. Que cada centro ha de respetar las diferencias ofreciendo a cada niño aquello que le posibilite alcanzar su desarrollo integral al límite de sus propias potencialidades.

Estos puntos adquieren verdadero sentido, si se entiende, y no siempre es así, que la demanda que está en juego en este momento es una demanda de educación y no de integración. Es decir, que los niños con necesidades educativas especiales lo que demandan es que se les eduque y se les enseñe de otra manera. Que los modos de acceder al saber también pueden ser diversos supone un reto para la institución escolar, a lo cual ha de ir dando respuestas.

Es evidente que estas cuestiones anteriores pueden alcanzarse de una manera más global, en este momento, en las etapas de la educación infantil, como ya es patente en multitud de experiencias realizadas, en tanto los objetivos educativos, aquí, en estas etapas apuntan más al desarrollo integral del niño y la metodología de trabajo está mediatizada por un punto de vista más globalizador y dinámico. Estas características suponen un espacio más flexible para la mayoría de los niños con necesidades educativas especiales, incluso en los casos más severos como los niños que padecen de autismo o trastornos psíquicos considerables.

Si bien el sistema escolar está cada vez más abierto a considerar su espacio como un espacio para la diversidad, la integración supone un proceso de cambio que afecta a las funciones de los componentes que constituyen la escuela y no sólo a sus estructuras y espacios físicos.

 

LA RELACIÓN EDUCATIVA: EL PROFESOR Y EL ALUMNO

 

Como ya se sabe, la integración hace considerar una serie de cuestiones relativas a la escuela, al currículum, al papel del maestro y a la particularidad del niño. Se señala que respecto al profesorado se ha de producir un cambio en sus conocimientos, en sus competencias profesionales y en su actitud. La realidad actual se acerca más al desgaste que conlleva el profesorado, que a pesar de los esfuerzos en muchos casos realizados, no puede atender las demandas que genera la misma integración.

A pesar de estas consideraciones no está mal recordar que la educación se sostiene y tiene sus efectos en una relación que se califica como educativa. Esta relación está descrita y teorizada en sus fundamentos en las distintas corrientes pedagógicas, y sustentada en el modo de entender, cada una de ellas, la educación. En esta descripción se intenta delimitar y decir cómo ha de ser esta relación bajo la cual se ordena la realidad educativa.

Los lugares que constituyen esta relación son denominados de múltiples formas y son lugares bien definidos. Cada parte ha de ocupar el espacio que le corresponde con arreglo a esa relación dicha según la corriente donde se sitúe el profesor. No es lo mismo un profesor que piense, oriente y planifique su acción desde criterios estrictos de aprendizaje y utilidad, que un profesor que piense su acción desde la diversidad y el respeto a la particularidad del niño. Uno y otro, coexistiendo en la escuela, producirán efectos de transmisión diferentes en sus alumnos y en la comunidad escolar.

La relación educativa existe descrita independientemente del profesor y del alumno pero se pone en marcha cuando las partes ocupan su lugar en la red escolar. Que esté descrita pedagógicamente no quiere decir que esté emplazada luego en la realidad de la escuela. Esa relación hay que construirla, no hay que suponer que está de entrada. En este sentido la relación educativa no se diferencia en modo alguno de cualquier otra relación a construir, sea ésta familiar, laboral, amorosa etc..

Este hecho imprime a la relación un dinamismo que invita a la investigación del profesor y lo salvaguarda de una repetición, que incluso buscándola, se torna imposible. Aunque la escena sea la misma, los sujetos en juego varían. Es una relación que está definida, a ella acuden el maestro y el alumno, pero también el sujeto del maestro y el sujeto del niño, con una historia propia, particular y diferente, previa a la entrada en la escuela. Dos sujetos que pueden llegar a coincidir en sus deseos, que pueden sentir angustia, desinterés etc., es decir, dos sujetos que van a poner sobre la escena educativa lo que de ellos saben y lo que de ellos no saben.

En algunas corrientes educativas se ha denominado a esta faceta el currículum oculto, pero más allá de la denominación lo que es evidente es que esta serie de cuestiones están en relación directa, por ejemplo, con el lugar desde el cual un profesor puede orientar su clase y su acción, más allá de los planteamientos educativos que sostenga. Prejuicios, molestia, ignorancia, solidaridad, pena, miedo, deseo de hacer el bien, enseñar, etc. son algunas de las reacciones que aparecen por parte de los profesores de una forma más evidente en los casos de integración. El contacto diario con los niños pone en movimiento conflictos y experiencias de las que su conocimiento permitirá al profesor extraer elementos de ayuda para el proceso educativo; por el contrario su desconocimiento, cuando no su negación, van a obstaculizar su tarea repercutiendo directamente en el desarrollo del niño.

Esta posición cortocircuita, a veces, la relación educativa, haciendo de ella una relación compleja, una relación que puede llegar a buen entendimiento, que otras veces ni llega a establecerse, y que en otras sea causa de sufrimiento para alguna de las partes o para ambas. Por ello es importante seguir insistiendo en esta vertiente puesto que el profesor en tanto sujeto también plantea su dinámica en la clase repartiendo el espacio de la misma con arreglo a mitos, creencias, modelos que forman parte de su fantasmática y de su realidad psíquica. Desde esta perspectiva, se hace pertinente la pregunta por el deseo del profesor más allá de su tarea, y para contestar a esta pregunta la pedagogía no tiene respuestas.

Contemplar la educación en la diversidad supone también considerar que los modelos son plurales, que no sólo hay un perfil de alumno, y esto ya de entrada está suponiendo un descentramiento de la función tradicional que no es sin consecuencias el retomarlo o el ignorarlo. Las necesidades son diversas y todos los niños no han de concluir en el mismo lugar.

 

EL ALUMNO

 

La integración como un proceso que contempla la diferencia de cada sujeto en el entorno escolar implica partir del niño y no de criterios de rendimiento o criterios diagnósticos. Esto supone incorporar una atención a la lógica desde la cual el niño lee y se posiciona como sujeto con relación a otros.

La infancia es el tiempo que dedica un sujeto humano para descubrir lo que es. Este proceso de descubrimiento el niño no lo realiza solo, lo realiza en compañía de otros (medio familiar, escolar, semejantes, etc.), y esos otros no son indiferentes para la construcción de su identidad, y, además, ese proceso pasa por dar contestación a una serie de preguntas que son el motor de su investigación y que son cruciales para la lógica de su pensamiento. Preguntas que pasan por saber quién es él, qué significa para los otros, qué significa ese cuerpo, qué porta, etc. La infancia supone para un niño el tiempo donde se va a situar como uno entre otros y para conseguirlo ha de resolver primero el hecho de su diferencia en el espacio de sus iguales.

Este hecho sitúa a la educación infantil como lugar propio para que los niños con necesidades educativas especiales se las vean con el hecho de su diferencia en su relación con los otros porque esos otros están también en esas preguntas. Si el niño está instalado en una lógica desde la cual da contestaciones a sus preguntas por la diferencia es necesario, se impone, entender y saber escuchar esa lógica. No escuchar esta posición desde la cual el niño toma la palabra, supone no atender al deseo del niño, ese deseo que siempre nos lanza a relaciones con otros y hasta la presente esas relaciones siempre se presentan para cualquier sujeto humano más o menos problemáticas.

Si la adaptación es difícil para padres y profesores, es en definitiva en los niños donde recae el peso del proceso. Reducidos muchas veces a objetos sobre los que unos y otros opinan, hablan, discuten acuerdos, sometidos a unas exigencias a las que no pueden responder, se ven afectados no sólo en sus procesos de aprendizaje sino también en su realidad psíquica. El encuentro con otros niños en un ambiente tenso, poco favorable, se hace más complejo. Reacciones de rechazo, inhibición, inquietud, atribuidas a los déficits del niño son en muchas ocasiones, resultado de estas situaciones.

Demasiados problemas de aprendizaje, de relación, de comportamiento, una pequeña vuelta de tuerca y el fracaso se desliza nuevamente del lado del niño. Basta escucharlos para darse cuenta que ellos tienen mucho que decir de ese proceso.

Para que sea posible una educación en la diferencia, una integración de hecho, habrá que considerar la relación educativa también por fuera de los cánones pedagógicos. Esto supone atender a aquellas cuestiones que interfieren e impiden que esa relación se establezca. En esta línea es fundamental el trabajo con los profesores no sólo a nivel de su formación teórica y de conocimientos que un trabajo con niños en necesidades educativas especiales requiere, sino del educador como sujeto ya que las expectativas que se tengan sobre estos niños, por su parte, van a ser decisivas para el estancamiento de los mismos o por el contrario para su desarrollo social, afectivo y cognitivo.

Considerar en la relación educativa esta vertiente del sujeto implica una serie de cuestiones que habrían de incorporarse también en la formación de los profesionales de la educación:

1.‑ La necesidad de dirigirnos a las dificultades que encontramos en la práctica, ya que en el planteamiento mismo del problema podremos encontrar alguna solución. Así en el análisis de los obstáculos, éstos comienzan a disolverse.

2.‑ En la práctica nos encontramos con la angustia, con el temor, el rechazo, la culpa, la intolerancia... es decir, nos encontramos con afectos. La relación con el otro afecta a cada uno de diferente manera. En la práctica educativa, la relación con los niños, toca lugares desconocidos para el propio sujeto. Hay algo que se escapa al control educativo, en las relaciones con los niños.

3.‑ Dirigirse a la práctica permite pensar algo que antes no se había pensado, encontrar otra lógica que lo irracional de los afectos. Permite situar en el uno a uno eso que se denomina "alteraciones de los profesionales", y una vez situado, que el profesional pueda hacer algo con ello.

4.‑ Permitirá la distancia y la calina necesarias para poder intervenir sin abrumarse en esa sobreimplicación de la que tanto se habla en el trabajo en integración.

5.‑ Situar esta vertiente del sujeto, es realizar un trabajo considerando la realidad psíquica como la determinante de la actitud y comportamiento, como lo que dirige las conductas de los sujetos y poder situar con más cuidado el trabajo que se ha de realizar como profesional sobre la realidad objetiva.

6:‑ Por último, para concluir, plantear que este modo de abordar los obstáculos desde la práctica, permitirá dejar de tratar al niño con necesidades educativas diferentes, sólo en función de su diagnóstico, de su déficit, el cual parece venir a dar sentido a cualquier acontecimiento de su vida, y podremos escuchar al sujeto que hay ahí. y la relación particular que ese sujeto mantiene con sus obstáculos.

 

Bibliografía.

 

LÓPEZ MELERO. M.: "La integración escolar, otra cultura". Cuadernos de Puerta .Nueva. Junta de Andalucía. 1990.

MANNONI, M.; MANNONI, O.: El estallido de las instituciones. Cuadernos S. Freud 2/3.1973. MILLOT, C.: Freud antipedagogo. Paidos.1982.

 

(*) Francisco Cruz Quintana es profesor de Psicología de la Universidad de Granada. Dirección: C/ García Morato nº15, 1ºB Dcha. Granada.

(*) Araceli Marín Ruiz es Psicóloga y Directora de la Escuela Infantil Gaviota.