EL ESPAÑOL EN LA CUBA DE HOY

Por María luisa García Moreno

 

El español —¿quién no lo sabe?— es el idioma que nos trajeron los conquistadores y que impusieron a sangre y fuego. Por ello, en nuestra tierra no quedaron rastros significativos de las lenguas aborígenes y, mientras en otros países del área, junto al uso predominante del español, luchan por el rescate de las lenguas autóctonas, nosotros, que no tenemos lengua autóctona que defender, hemos de cuidar la variante cubana del español.

Como comunicadores, estamos situados en la primera línea de la batalla por la defensa del idioma, de la variante cubana, y para ello, debemos mantener un nivel constante de actualización al respecto, y de observación, sin olvidar que ningún diccionario lo contiene todo y que las palabras ingresan en los diccionarios, y muy especialmente en los diccionarios académicos, cuando han sido santificadas por el uso.

En Lingüística se llama variante a cada una de las diferentes formas con que se presenta una unidad lingüística de cualquier nivel; en el caso al que nos referimos: cada una de las formas que presenta el español en cada uno de los países, regiones o zonas donde se habla.

Cada nación hispanohablante tiene su propia variante y este fenómeno no resta unidad al idioma —para dar unidad están las normas: ortográficas, gramaticales, sintácticas…, que debemos dominar con profundidad—; por el contrario, este fenómeno enriquece la lengua que hablamos. Resulta curioso, por ejemplo, que en Colombia se llama trancón, en Venezuela cola y en Cuba tranque a lo que en España se nombra embotellamiento o atasco. En México, denominan a las máquinas de afeitar rastrillo. Un español diría altavoz, un mexicano altoparlante y nosotros bocina, a lo que algunos llaman baffle (/baffol/), anglicismo innecesario ante tantos términos en nuestro idioma para escoger, incluso, está aceptado bafle. En Cuba y en Bolivia se nombra pila, a lo que en México llave (también en Cuba) y en España grifo.

A mis nietos les regalaron una multimedia de procedencia española con diversos juegos. Un producto de calidad, con muchos valores instructivos. Basta escucharla un ratico para percatarse de las muchas diferencias léxicas: nuestra patineta allí es monopatín; nuestra suiza, comba; nuestro pulóver, jersey. Esas diferencias, reitero, enriquecen el idioma y no obstaculizan el entendimiento.

No siempre se tiene claro que no tenemos por qué asumir como modelo el español que se habla en España. Recuerdo que en cierta ocasión, iba a editar un tabloide de Universidad para Todos y noté que se reiteraba el uso del término desertización. Cuando conversé con el autor, le pregunté por qué desertización y no desertificación, como decimos todos; me respondió que era el vocablo que aparecía en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE); por suerte pude convencerlo de que no hay diccionario capaz de recoger todas las palabras que existen en el idioma y determinamos emplear en el tabloide la que correspondía a la variante cubana: desertificación: no mucho después el término en cuestión fue incorporado al diccionario académico.

En otra oportunidad, otro escritor me insistió en usar liderar —todos en Cuba decimos liderear—; en aquella ocasión cedí, simplemente, no tuve las armas necesarias para convencerlo. ¡Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que en el Léxico Mayor de Cuba, de la autoría de Esteban Rodríguez Herrera, aparecía liderear. Este texto fue publicado en el año 1959 y está considerado hasta hoy el más completo estudio publicado del uso del español en Cuba.

En España y quizás en otros países se dice vídeo, cóctel, béisbol, fútbol, chófer;  pero los cubanos y muchos otros latinoamericanos preferimos video, coctel, beisbol, futbol, chofer… Precisamente con chofer ocurre algo curioso: en un lenguaje muy coloquial, nosotros también decimos chófer: “¡Chófer, déjame en la esquina!”; sin embargo, a nadie se le ocurriría escribir esta palabra con tilde en ningún tipo de texto, salvo que estuviera imitando el habla coloquial cubana en una novela, por ejemplo.

En cierto momento, compré una interesante publicación cubana referida al mundo de la Informática y las comunicaciones, una publicación preparada por excelentes y reconocidos periodistas. Pues bien, la palabra vídeo aparecía con tilde en varios trabajos. ¿Creen ustedes que eso era un criterio individual de cada uno de ellos o más bien norma editorial de la publicación o un criterio de su corrector? He aquí un excelente ejemplo de lo que ya les decía desde mis primeras palabras: es necesario defender y cuidar la variante cubana del español.

Y hasta aquí he mencionado de refilón dos elementos indispensables para cualquiera que se especialice en asuntos del lenguaje: en primer término, el uso reiterado y constante de los más disímiles tipos de diccionarios y en segundo, la existencia de un sitio de consulta rápido y eficiente.

Nadie puede pensar que se las sabe todas en cuestiones de lengua, porque la lengua es un organismo vivo, cuyas células y sistemas —las palabras y su organización— nacen, se desarrollan, se transforman y mueren. Nuestro Apóstol, José Martí, hombre de extraordinaria cultura, decía: “[…] usaré de lo antiguo cuando sea bueno, y crearé lo nuevo cuando sea necesario: no hay por qué invalidar vocablos útiles, ni por qué cejar en la faena de dar palabras nuevas a ideas nuevas”.

Ahora mismo se ha publicado en internet una enorme lista —más de mil— de las palabras a las que hasta hoy se les proponen cambios, adiciones, supresiones… como resultado del trabajo realizado por los miembros de las 22 Academias de la Lengua en la preparación de la vigésimo tercera edición del DRAE, prevista para el 2013.

El vertiginoso desarrollo de la ciencia y la técnica nos arrastra a un crecimiento infinito de la lengua y, en cierto sentido, a una vuelta a las raíces. Muchos elementos de modernidad idiomática están expresados a través de elementos compositivos de origen griego o latino: biogenética, transgénicos, fotovoltaico, televisión y tantas otras nos remontan a la formación misma de la lengua.

Por otra parte, hay que reconocer que el incesante crecimiento de la lengua no siempre la fortalece: el inglés es hoy por hoy el idioma de las ciencias. Las causas están claras: el extraordinario desarrollo de los países explotadores, justamente a costa de nuestros pueblos y del robo de cerebros; pero lo cierto es que muchos ingenios científicos son bautizados en ese idioma. Y no siempre tenemos clara conciencia de que estamos asumiendo palabras de otro idioma e integrándolas al nuestro, casi siempre sin necesidad.

Del uso y abuso de los extranjerismos se ha hablado más de una vez. Hoy están aceptados afiche, del francés y póster, del inglés. ¿Por qué, si ambos significan cartel?, pues porque los usamos y pasaron a ser parte de nuestra lengua. Ahora están en boga  las siglas CD, del inglés Compact Disc, disco compacto”; CD-ROM, del inglés Compact Disc Read-Only Memory, “disco compacto de gran capacidad” y DVD, del inglés Digital Video Disc, “disco óptico que contiene imágenes y sonidos para ser reproducidos en pantalla”, a las cuales todos, o casi todos, les dan la pronunciación del inglés (/cidi/, /dividi/) y no la de nuestra lengua: cede, devede. La Informática es una fuente constante de anglicismos; pero ¿por qué decimos motherboard a la placa o tarjeta madre de una computadora? ¿Por qué usamos el anglicismo deletear?

¿Cuándo vamos a escribir güisqui con g y con q —aunque también aparece whisky en el Diccionario de la Real Academia Española—, o nilón y nailon —así ai, con i latina— o folclore —con c—? Los tres términos han sido españolizados y sin embargo, se siguen usando las palabras en inglés. De igual modo, hay una serie de palabras procedentes del inglés, que comienzan con s en ese idioma, y al ser incluidas en el Diccionario de la Real Academia Española adquierieron una forma castellanizada: eslogan, estándar, estatus. Nada que las costumbres son fuertes y cuesta trabajo variar los hábitos, incluso, aunque sean erróneos; pero es nuestro deber de comunicadores mantenernos al día, porque somos responsables del uso del español que los medios difunden entre nuestra población.

En el mundo de hoy, se expande el spanglish, acrónimo de spanish e english, nombre del fenómeno lingüístico y cultural que implica la fusión del inglés con el español, fenómeno nada reciente, pues se remonta a mediados del siglo xix, cuando, después de ganar la guerra, con la firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo, Estados Unidos arrebató a México más de la mitad de su territorio, y los habitantes de Los Ángeles, San Francisco, El Paso y San Diego se vieron forzados a aprender inglés, pero no renegaron del castellano. Posteriormente, a partir de la segunda mitad del siglo xx y lo que va del xxi, se ha producido una migración masiva de latinoamericanos hacia ese país, lo que explica la supervivencia del español en Estados Unidos, donde la comunidad hispanoparlante cuenta con canales nacionales de televisión, estaciones de radio, diarios y revistas, lo que le ha permitido convertir el español en la segunda lengua de ese país. De manera que el spanglish es, en realidad, una forma de defender el español en el mundo del inglés; sin embargo, si le abrimos las puertas —y lo hacemos, por ejemplo, al decir shoping y tantas similares—, estaremos logrando un efecto contrario: el reforzamiento del inglés en el mundo del español.

También ocurre que, a veces, las palabras desaparecen; por ejemplo el término ochavo, por el que me preguntaba un lector de Granma,  y que lógicamente es hoy palabra de muy poco uso, pues la realidad que nombraba ya no existe. Y hay muchas más. Incluso, resulta curioso que durante el IV Congreso de la Lengua Española, realizado en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, entre el 21 y el 24 de marzo del 2007, un grupo de jóvenes fueron convocados a rescatar palabras “en peligro de extinción”.

A veces la palabra no desaparece, sino que cambia su sentido, como ha ocurrido con navegar, página, red… y tantas otras.

¿Y cómo nosotros, especialistas de la lengua, podemos mantenernos al día con respecto a todos estos cambios? Pues retomo una idea que ya esbocé: diccionarios y fuentes de consulta. Entre los primeros resultan imprescindibles el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), que a partir del 2007, viene con la Encarta, y el Diccionario Panhispánico de Dudas. Pero eso no basta: no pueden faltarnos el Diccionario esencial del español, del Instituto de Literatura y Lingüística y el Diccionario básico del escolar, publicado por el Instituto de Lingüística Aplicada, de Santiago de Cuba, pues ambos recogen la variante cubana del español —no voy a recomendarles que tengan el Léxico Mayor de Cuba, de Esteban Rodríguez Herrera, porque sé que es casi un imposible.

Por ejemplo, me consultaba un lector acerca de si es correcta o no la utilización de tutorear, de empleo frecuente en nuestros medios estudiantiles y universitarios. El término que aparece en los diccionarios académicos es tutorar; sin embargo, en los dos diccionarios elaborados en Cuba, sí aparece recogido: es un cubanismo. ¿Acaso vamos a desecharlo?

Necesitamos, además, un buen diccionario de sinónimos y antónimos, de verbos (con las conjugaciones e irregularidades), de dudas, bilingüe, de historia, de literatura…, de tantas y tantas materias esenciales en la vida diaria.

Voy a recomendarles dos sitios de internet: www.diclib.com, todo un conjunto de diccionarios y el Diccionario de neologismos en línea, que aparece en la Wikilengua, página del sitio de la Fundación del Español Urgente.

Como ven, hago fuerte los diccionarios, porque es lo inmediato; pero también están los sitios de consulta: en Cuba, un muy buen sitio de consulta es la Biblioteca Nacional “José Martí”, que brinda por correo electrónico un servicio de referencia. Pero también brindan consultas por correo la Real Academia Española (rae.es), la Fundación del Español Urgente (fundeu.es), donde además podemos suscribirnos a La palabra del día y a las Recomendaciones,  y elcastellano.org

Aunque en Cuba no estamos ajenos a la escasez de medios informáticos que caracteriza a América Latina: en nuestro sector, quien no tiene el servicio en casa, lo tiene en el centro laboral, por lo que todos estos sitios están a nuestro alcance. Y, aunque sigo potenciando los diccionarios por un problema de inmediatez, para aprender todas esas fuentes están a nuestro alcance.

En cuanto a las normas, pues, como ya dije antes, ellas son las que dan unidad al idioma. En este sentido tenemos que tener muy cerca de nosotros el libro Ortografía (1999) de la RAE. Por ejemplo, ¿sabían ustedes que las únicas modificaciones que se hicieron en ese texto están relacionadas con la acentuación? ¿Saben que en ese texto se explica por qué guion no debe llevar tilde?; sin embargo, en los créditos de los programas televisivos y, sobre todo, en las historietas, sigue saliendo con tilde, a pesar de que lo pronunciamos como un monosílabo.

Otro texto básico es el Panhispánico (2005) que ofrece toda una serie de nociones gramaticales muy actualizadas.

Además, cada uno de nosotros debe estar alerta acerca de aquellos problemas que son continua fuente de error: uso y abuso de las mayúsculas, empleo del gerundio, utilización de los tiempos verbales, orden de los vocablos en la frase y en la oración como una forma de hacer más clara la idea, especificidades con respecto al género y el número, casos especiales de concordancia; en fin, cada uno de esos problemas en los que cotidianamente escuchamos y leemos tantos disparates.

No he pretendido resolverles los múltiples problemas que nuestra profesión nos obliga a enfrentar, sino ofrecerles algunas llaves que pueden usar. Ojalá lo haya logrado.