Palabras
de apertura. 11 de agosto de 2004.
Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas e Ingeniería,
UCA.
Velocidad y cambio son notas características del mundo actual. Esto vale para todo campo de acción -científico o filosófico- y, consecuentemente, también en la ingeniería es posible observar que el papel del ingeniero cambia a ritmo intenso. La loca carrera de la pequeña Alicia detrás del Conejo en la historia infantil narrada por Lewis Carroll hacia 1865, enuncia una misteriosa ley que paradójica y proféticamente regirá más de cien años después nuestra cruda adultez: "En un mundo en cambio, el que se queda en el mismo lugar retrocede". A poco que nos detenemos a cotejar los planos de aquella ficción extraordinaria y esta realidad en que vivimos, una auténtica alarma se apodera de nosotros, y es necesario apelar a la voluntad para no echarse atrás buscando protección en la nostalgia ni precipitarse, al contrario, a mantener artificialmente el equilibrio enarbolando la utópica bandera de una ingeniería absolutamente otra.
Cuando se piensa en una
ingeniería nueva, existe el grave peligro de imaginarla muy distinta de la
actual si uno toma novedad por diferencia y futuro o porvenir por borramiento o
ausencia de rastros del pasado. Al respecto vale en nuestro terreno la
reflexión general del pensador alemán Walter Benjamin: "El cronista que
narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los mínimos, da cuenta
de una verdad: nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido
para la historia". De igual modo, la ingeniería existente y su tradición
gravitarán en la construcción de una ingeniería nueva, que a su vez tendrá como
condición de posibilidad la noción de continua transformación junto con la
conciencia de formar parte de la compleja trama que implica la contemporánea
interdependencia de saberes. Todo lo cual está contenido y dicho con sencillez
en el precepto bíblico: "(...) no se pone vino nuevo en odres viejos, ni
se echa un remiendo de paño nuevo en uno viejo..."
Pasemos ahora a nuestra
particular circunstancia. Sabemos que el país requiere para su despegue
efectivo de plantas industriales de toda índole y de numerosas obras de
infraestructura por años demoradas. Sabemos asimismo que para concebirlas,
diseñarlas y dirigir su construcción hacen falta ingenieros que -lejos de
extraviarse divagando- concretamente lleven adelante trabajos con comienzo y
fin. Y si bien estamos orgullosos de la trayectoria de la ingeniería argentina
y sus altos exponentes, al mismo tiempo nos preocupa percibir que los alumnos
durante la carrera no aprenden a fondo cómo diseñar futuros creativos, cómo
inducir y conducir a la gente en un proyecto, cómo calibrar las consecuencias
éticas de su accionar.
Por lo tanto, dado que el
ingeniero tendrá un papel protagónico en la sociedad cuando integre al saber
técnico el despliegue de sus capacidades éticas, sociales y creativas, quiero
subrayar con énfasis el deber, a la par de la necesidad vital, de que la
ingeniería se ubique en el contexto general de la cultura. Ser ingeniero
significa saber lo necesario de ingeniería, pero también lo suficiente de lo
demás como para poder participar armoniosamente -o sea sin desentonar- en la
gran conversación de la existencia.
Las consideraciones anteriores sobre el
cambio y la velocidad del mundo actual y el correlativo posicionamiento de una
nueva ingeniería acorde con el espíritu transformador, de una ingeniería que
valore lo ya sabido por tradición asumiendo al proyectarse hacia el futuro la
complejidad de lo real -o sea lejos de la especialización excluyente- dichas
consideraciones, digo, nos han movido a organizar estos encuentros.
Por otra parte, no haremos
con ello sino sumarnos a las discusiones entabladas en el mundo entero sobre
los fines y alcances de la educación para la ingeniería. Aquí prevalecerá la
plena libertad académica en la recepción de todas las opiniones y, aunque los
temas seleccionados no agotan el panorama de la profesión, creemos que pueden
servir de punto de partida para reflexiones ulteriores. Aclaro que cuanto se
vierta en este ámbito se hará a título personal, sin compromiso de las
instituciones a las que pertenecemos.
En lo que se refiere específicamente
al curso de estos encuentros, esperamos que den lugar a debates entre
posiciones opuestas de modo que cada uno de los asistentes aporte su saber y
pasión sin consentirse la crítica estéril, tan de moda en el discurso
parasitario de la pobreza. Con esto introduzco como principio lo que será,
seguramente, corolario de nuestras reuniones y, a mi juicio, debe vertebrarlas:
estamos juntos y tenemos una misión común, pero sólo lograremos llevarla a cabo
si el resultado no es el consenso unánime. Recordemos a Ortega y Gasset cuando
cita la siguiente reflexión de Humboldt: "Para que lo humano se
enriquezca, se consolide y se perfeccione es necesario que exista una variedad
de situaciones". O a Henry D. Thoreau, con su símil de que nivelar o
eliminar las diferencias o irregularidades del planeta equivaldría a privarlo
de belleza.
Otro ejemplo del campo de la
biología: si reducimos las diferencias genéticas, corremos el riesgo de que la
población humana en su totalidad se convierta en un gigantesco clon, tedioso y
privado de las variaciones necesarias para responder a los cambios exteriores y, así,
marcharíamos hacia una extinción segura.
Celebremos las diferencias
que, en cuanto tales, permiten el mejoramiento educativo, ya sea como proceso
de prueba y error, ya como despliegue creciente de comprensión en un contexto
evolutivo. En ambos casos las diferencias iluminarán el camino del
perfeccionamiento del ingeniero, trazando una vía abierta y no limitada por
pautas autoritarias. Cualquier traba al juego de las diferencias y al espíritu
libre gravaría el conjunto, bloqueando la posibilidad de ensanchar el horizonte
de nuestra exploración.
Insisto, para redondear
estas ideas, en el elogio de la diferencia, elogio que nada tiene que ver con
el desenfreno del "todo vale". Pienso que para un ingeniero lleno de
sueños y proyectos, el ejemplo más ilustrativo de una diversidad opuesta al
totalitarismo en acecho, lo da la Torre de Babel. El episodio cuenta cómo los
descendientes de Noé construyeron una torre altísima y cómo recibieron por
semejante osadía el castigo de hablar diversas lenguas para que no pudieran
entenderse. Pero, "El episodio de la Torre de Babel -dice George Steiner
en Errata / El examen de una vida - fue todo lo contrario de una maldición. El
don de lenguas es precisamente eso: un regalo y una bendición incalculables
(...) La riqueza de la experiencia, la creatividad del pensamiento y del
sentimiento, la penetrante y delicada singularidad de la concepción hecha
posible por las diferencias son el principal medio de adaptación y la principal
ventaja del espíritu humano".
Esto que sostiene Steiner
tiene una genial versión latinoamericana. Se trata de un texto del guatemalteco
Augusto Monterroso, más literario y a la vez más "ingenieril", que
describe el espanto de la uniformidad absoluta:
La
otra torre
En el terreno de cuatro metros por cuatro construyo desde el principio
de los tiempos una Torre con todos los materiales posibles: piedra, cemento,
hierro, ladrillo, vidrio, madera, adobe, paja y, principalmente, saliva; en lo
más alto y coronándola, levantaré un antepecho de marfil, de un metro veinte de
altura.
En la base se agitan
esperando todos los idiomas: sánscrito, arameo, hebreo, griego, latín, español,
italiano, francés, portugués, árabe, alemán, inglés, que en su oportunidad
habrán de subir por entre retortas y alambiques hasta la cima, en donde un faro
de tres milímetros de diámetro girará mezclándolos y convirtiéndolos en uno
solo. Desde ahí, a partir de un momento dado, emitiré por el resto de los
tiempos una única palabra: -Auxilio.