2- ¿ES
POSIBLE UN MODELO COGNITIVO?
Resulta
difícil exponer los conceptos básicos del pragmatismo de Ch. S. Peirce porque
este implica una comprensión amplia de los supuestos filosóficos de un
pensamiento originado en otras coordenadas culturales y más específicamente en
el siglo pasado (1877-1878). Como hemos interpretado en diferentes trabajos,
esta corriente tan conocida y discutida académicamente nos permite arribar a
una postura a-construccionista, en una época en que los paradigmas filosóficos
y el lugar de la teoría, han sufrido el embate de críticas radicales, sean
estas relativistas o des-construccionistas. Todo ello conduce a una situación
que problematiza toda postura cognitivista tradicional y por lo tanto todo
intento metodológico que intente postular una práctica posible.
El
pragmatismo supone debido a su origen anglosajón y dicho en forma genérica y
laxa, una forma de pensamiento naturalista y empirista, que sin embargo puede
permitir trabajar y postular algunos conceptos en la situación actual pese a la
criticidad de la misma. Ello se debe a que en Peirce la concepción de la mente,
especialmente en su trasfondo cartesiano ha sido revisada y criticada, así como
la noción de signo cobra un nuevo interés en su tan reconocida semiótica. Es
importante aclarar que pese a ser este un pensamiento típicamente anglosajón,
posee en su perfil la ventaja de retomar en su dimensión conceptual la
tradición kantiana y hegeliana. Con esto se pretende expresar que en Peirce
encontramos una semiótica cognitiva flexible
y estimulante.
Es de
suma consideración la concepción triádica del signo y su noción de que el
proceso de significación es infinito porque cada signo es indefinidamente
interpretado por otro, y, porque la comunidad de intérpretes asegura ciertas
reglas convencionales basándose en la argumentación y la crítica. En este
sentido se debe aclarar que nos apartamos del enfoque que la crítica
tradicional ha hecho de la semiótica de Peirce, al realizar un casi exclusivo
énfasis en la tipología de signos (ícono, índice y símbolo), porque este
análisis se mantiene en la superficie del edificio filosófico peirceano,
entumeciéndolo en una manía clasificadora. En oposición a esta actitud
tradicional creemos desde tiempo atrás que lo más sugestivo de este pensamiento
es la idea de mapa y diagrama mental adyacente al problema clásico de la
filosofía del conocimiento y de la estética: la relación verbal/visual.
Resulta
evidente que si proponemos investigar sobre una didáctica basada en la poesía
visual una concepción de este tipo resultará adecuada aunque la postulemos
según nuestro propio modo de adaptarla en un nuevo contexto. Sin lugar a dudas
permite replantear los clásicos problemas de la Teoría del Conocimiento y la
Estética que hemos aprendido de la tradición filosófica.
Brevemente
podemos decir que ha existido una larga separación entre lo propiamente
referido al conocimiento racional como lo fundamental en todo modelo cognitivo
y la modalidad estética de la intuición. Es fácil percibir que la tradición
racionalista para concebir el ‘pensamiento’ especialmente mediante su
formalización mediante categorías y
conceptos ha primado largamente y se ha filtrado en distintas disciplinas
y corrientes filosóficas. De todos
modos, la cenicienta de la historia, la Estética ha logrado expresarse en el
propio lenguaje del racionalismo, en los lugares que el sentido enmudece y
surge la metáfora epistémica, esas clásicas parábolas para explicarse sin palabras. Aquí recordamos las célebres
‘caverna de Platón’, ‘el genio maligno de Descartes’, ‘el demonio de Maxwell’
entre otras famosas.
Estamos diciendo que la metáfora didáctica muchas veces permite
expresar con más ‘claridad’ los laberintos verbales del ‘pensamiento’. Este
juego expresivo de la metáfora como forma de la intuición se articula con el
razonamiento conceptual. Sin embargo, se otorgó preeminencia a la forma
conceptual o constructivista para diseñar lo que tradicionalmente conocemos
como razón o mente. Actualmente esa forma de pensar ha sido revisada y
recolocada en una situación mucho más
sensata. Para decirlo en una forma sencilla, lo racional y la intuición son
separables, solamente mediante el trabajo expreso de una ‘postura’ más que
teórica, podríamos decir voluntarista.
En consonancia con esto clásicos temas de la filosofía es que
retomamos algunos aspectos centrales del pensamiento peirceano para lograr
describir un proceso cognitivo no trascendental (Kant) y excesivamente basado
en el sujeto. Es de indudable relevancia que podamos agregar a la clásica lista
de términos tales como categoría y concepto, elementos tan sugerentes como las
nociones de mapa, grafo y ‘diagrama mental’ que permitan superar las
limitaciones del racionalismo y a la vez integrar categorías que nos permitan
pensar los elementos no verbales. Los diagramas pueden ser representados como
redes que pueden conectar diversos elementos sean esto verbales o de cualquier
otra índole. Nos referimos a ellos como categorías cognitivas y no deben ser
confundidos con meras estrategias de exposición didáctica como suele ocurrir
tantas veces.
El pragmatismo realista que asumió Peirce sostenía por una parte la
importancia del proceso de la significación, como una forma de rechazo al
innatismo cartesiano, mientras que por otro lado proponía estas nuevas categorías
a las que nos hemos referido. Con ello planteaba un modelo dinámico que
diseñara el pensamiento, al mismo tiempo que enriquecía el característico
arsenal teórico de la filosofía de su época. La diferencia con la tradición
racionalista es que el concebía el signo como un elemento complejo y
relacionado en forma múltiple con otros.
Parecería
evidente que de Kant hereda la cuestión de las categorías que son fundamentales
para la caracterización del
conocimiento, en tanto que de Hegel adopta la idea de proceso dinámico,
ya que en este filósofo alemán aparecen combinados los aspectos cognitivos,
estéticos y culturales.
De este modo y en forma muy elemental podríamos decir que los tres
tipos de signos tan conocidos reproducen la inquietud de los filósofos antes
mencionados, si se observa que el ícono está relacionado con la percepción y lo
visual, el índice con lo contextual y el símbolo con la expresión verbal.
Es
posible insistir en que la semiótica pragmática de Peirce dice algo fundamental
que en muchas ocasiones ha sido pasado por alto: el índice (cualquier deíctico)
es el registro propio de la contextualización y supone simultáneamente
hipótesis empíricas a las que el autor bautiza con los nombres de Abducción o
Retroducción.
Esta postura desea superar a la tradición racionalista del
innatismo y los esquemas cognitivos estáticos y con ‘ideas fijas’, quienes han
intentado denodadamente interpretar la realidad descuidando la interacción de
los individuos en una cultura determinada como una forma de realidad.