Siguiendo la
metáfora hemos prestado la atención al material con el que construir la caja.
Recorrimos los materiales más generales que ha venido utilizando el hombre como
soportes de información: la piedra, el metal, la arcilla, la cera, el papiro,
el pergamino, el papel y los llamados soportes químicos, magnéticos y ópticos.
Todos ellos, y sin tener más componentes en cuenta, nos daban formas muy
variadas de cajas -cilíndrica, discal, paralelepipédica- en donde contener la
información. Pero si fijamos más nuestra atención veremos que las formas de
estas cajas responden a las distintas maneras de plegar una información plana,
que en realidad son falsas cajas resultado de, como decimos, plegar una
superficie más o menos extensa. Así pues, la información de estas cajas no está
contenida en tres dimensiones sino en dos: las que corresponden a la superficie
en donde el texto se extiende linealmente. Podríamos, por tanto, convertir la
variedad formal de todas estas cajas construidas por el hombre, y con
independencia del material utilizado, en texto confinado en dos dimensiones.
De manera que trasvasaríamos, por ejemplo, la información retenida sobre unas
tabletas de arcilla, o enrollada en un papiro, o contenida en un libro de
pergamino, o confinada en un disco magnético a una superficie de papel, tan
extensa como necesitásemos. El hombre en su esfuerzo por hacer esta caja de
memoria, esta memoria exenta, no ha pasado de construir artificios en dos
dimensiones. La metáfora de la caja contiene muchas sugerencias, y no todas
las hemos explicitado ya. Ahora vemos que las tres dimensiones que tiene una
caja no eran algo gratuito, o sin importancia para el propósito de imaginar
una memoria exenta, sino que supone una clave de construcción que el ingenio
tiene que resolver si quiere pasar del proyecto a una realización. Hasta el momento,
lo que ha conseguido el hombre es hacer «cajas en dos dimensiones».
El texto es
la forma de organizar la información en dos dimensiones. Con sistemas de
escritura muy variados el hombre ha conseguido distribuir linealmente la
información en una superficie.
Entonces, si
un texto es la organización de la información en una superficie, en un espacio
de tres dimensiones sería un hipertexto. ¿Cómo podríamos
imaginarnos un texto en tres dimensiones? ¿De qué manera añadir una dimensión
más al texto? Fijémonos en la página que tenemos ahora delante de nosotros; al
llegar a una determinada palabra del texto (por ejemplo esta última palabra:
«texto»), el discurso de lectura podría continuar por esta superficie o seguir
otro que se abre a partir de ese punto, pero por una página que fuera un plano
perpendicular al de la página que tenemos ahora. De haber seguido por el otro
camino ya no estaríamos leyendo las líneas en que ahora estamos. Una
encrucijada para el lector al llegar a un punto de su lectura y dos caminos de
lectura a partir de aquí, el que sigue en el mismo plano de la página que se
está leyendo ahora, u otro que, dejando esta página, llevaría el discurrir de
la lectura por un plano perpendicular. Pero a la vez por este nuevo plano de
lectura pueden cruzarse otros nuevos planos perpendiculares. Esta podría ser
una imagen asequible, pero naturalmente muy simple, de un texto en tres
dimensiones, de un hipertexto. Otra visión que nos
ayudaría a este acercamiento de lo que sería un texto en un espacio
tridimensional es la de distintos planos, conteniendo cada uno un texto; la
intersección de dos planos relacionaría también estos dos textos, de manera que
el discurso de lectura se bifurcaba a partir de esa línea de intersección: se
podría mantener el discurso de lectura en el mismo plano o continuarlo a
partir de esta intersección por el otro plano. Esta intersección de los dos
planos no sería gratuita, sino en el lugar en donde los dos textos tuvieran
alguna relación. La idea básica, por tanto, es ver un conjunto abundante de
textos, más o menos extensos, ocupando cada uno un plano; y supongamos que
esa superficie es del tamaño de las páginas de este libro. El contenido de un
texto tiene relación con otro u otros, y así para todos ellos. Una solución
sería escribir sobre una superficie más grande que todas ellas un texto que
englobara los anteriores y mostrara sus relaciones. Otra, hacer un hipertexto a
partir de crear vínculos entre los distintos planos, entre los distintos
textos, de manera que se pudiera pasar de uno a otro desde el punto en que se
da esta relación. La primera de las soluciones sería proyectar las distintas
superficies textuales sobre un solo plano y dar como resultado un nuevo texto,
y seguir, por consiguiente, en la bidimensionalidad. La segunda de las
soluciones es hacer que la intersección de los distintos planos dé una figura
tridimensional.
La caja, y
lo que ella está suponiendo de esfuerzo por preparar las bases del diseño de
una memoria exenta, nos ha hecho imaginar cómo podría ser un texto en tres
dimensiones y no sólo en las dos de la hoja de papel. Bien es cierto que estas
reflexiones que hemos realizado sobre lo que significaría un hipertexto no
aportan ninguna solución a los problemas que tenemos que resolver si queremos
echarnos a navegar por la información, pero no por eso se quedan en vana elucubración.
Porque el haber pensado en un hipertexto nos conecta con otros hombres que
desde hace bastante tiempo vienen pensando también en esta posibilidad. Sus
ideas, sus experiencias, pueden ser muy útiles para el proyecto.
Las
aportaciones, en la actualidad, de la investigación sobre hipertextos se puede
agrupar en tres niveles: 1) Ideas y conceptos fuertes; 2) realizaciones; 3)
herramientas lógicas para construcción de hipertextos. Esto va acompañado, como
ya hemos señalado más de una vez, del desarrollo general de la herramienta
informática, que va haciendo posible la realización del hipertexto.
Se reconoce
a Vannevar Bush como el investigador que en un artículo, «As we may think»,
publicado en la revista Atlantic Monthly, en 1945, enciende la
idea del hipertexto; pero su Memex (MEMory EXtension), aunque ajustado a la
tecnología de la época, era difícilmente realizable, sin embargo su idea
estaba cargada de futuro. Bush, profesor en el Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT), construyó en 1930 una maquina calculadora analógica, que
fue durante esta década la más potente del mundo; científico de prestigio,
recibe la responsabilidad de dirigir la Office of Scientific Research and
Development, organización creada por el presidente Roosevelt con el fin de
movilizar y organizar a los científicos del país para responder al esfuerzo y
reto tecnólogicos de un mundo en guerra; se encontraba, tanto por su
proximidad a las grandes máquinas calculadoras y a los ordenadores, como por
estar rodeado de las ingentes cantidades
de información que generaba el trabajo científico, en condiciones favorables
para imaginar máquinas y lógicas de organizar grandes masas de información.
Douglas Engelbart, años más tarde, en el Stanford Research Institute,
desarrolla, con un ecosistema artificial ya mucho más favorable y que sus
invenciones enriquece, líneas maestras para la construcción de hipertextos: la
interactividad con el ordenador a través del «ratón» y los iconos, el sistema
de ventanas para desplegar la información en la pantalla, los procesadores de
ideas y lo que ahora se conoce como groupware o sistemas de comunicación y
participación telemáticos para la creación, la transmisión o la colaboración
científicas, soportados con técnicas hipertextuales. El NLS (creado en los
laboratorios de Stanford), luego evolucionado en el actual AUGMENT (de
McDonnell Douglas), es el primer sistema para la creación de hipertextos,
aparece en los años 60, y recoge la concepción de Engelbart. Theodore Nelson,
Universidad de Brown, no sólo acuña el término hipertexto en 1965, con el que
se le va a conocer desde entonces en el mundo científico, y mantiene hasta
ahora una gran actividad de comunicación y difusión de lo que puede suponer el
desarrollo de los sistemas hipertextuales, sino que desde 1970 trabaja en el
ambicioso proyecto Xanadu, una especie de librería universal a la que poder
acceder desde cualquier punto.
Hasta los años ochenta, el
hipertexto prácticamente no sale de los laboratorios y, necesariamente, de los grandes
ordenadores. Es en la primera conferencia internacional sobre el CD-ROM,
organizada por Microsoft, en Seattle, en febrero de 1986 cuando OWL
Technologies presenta Guide, unas herramientas lógicas para la construcción de
hipertextos en ordenadores personales, resultado de los trabajos dirigidos
desde 1982 por Peter Brown en la Universidad de Canterbury. En 1987 Bill
Atkinson ofrece para Macintosh una herramienta que tiene también su aplicación
en este terreno, HyperCard, acompañado de un lenguaje de programación debido a
Dan Winkler, HyperTalk. Luego seguirán nuevas versiones y también nuevos
productos en esta línea: el germano PLUS, el francés Hyperdoc, SuperCard,
LinkWay, HyperPAD, Hyperties, etc. El resultado es que actualmente se dispone
de un amplio tablero de herramientas para la construcción de hipertextos,
desde la herramienta más reciente a otras ya clásicas; a la relación ya
expuesta habría, pues, que sumar: NoteCards, Intermedia, KMS (Knowledge
Management System), Neptune, WE (Writing Environment), NaviText, AskSam,
BlackMagic, KnowledgePro, etc.
Sin embargo, sería engañoso
deducir de esta relativa abundancia el que ya se ha llegado al nivel de
creación y de posibilidades que contiene el concepto de hipertexto. Venimos
hablando de que una herramienta es un sistema útil, y, para el caso concreto
del hipertexto, este entrecruzado de herramientas de naturaleza distinta, con
ritmos de evolución distintos también, se manifiesta muy claramente. Pero es
más, no sólo hay un tejido de componentes, sino unos pliegues con este tejido;
cada pliegue que se da en esta herramienta cubre el anterior. En un principio
«lo que se veía» eran los componentes materiales (engranajes, relés, cables,
válvulas, transistores, circuitos...), después se cubrió con los lenguajes y
programas (lenguaje máquina, FORTRAN, COBOL, ALGOL, PL/l, LISP, PROLOG,
PASCAL, BASIC, C, la object-oriented programming...), más
tarde un nuevo pliegue del sistema útil cubrió lo anterior y aplicaciones o
programas estándares ofrecían al usuario la posibilidad de trabajar con el
ordenador sin tener que levantar este pliegue y, por tanto, sin tener que
programar ni conocer electrónica. Un nuevo pliegue se da con las herramientas
para la construcción de hipertextos que dotan al usuario de gran capacidad y
libertad de creación, a la vez que puede importar de los programas estándares
realizaciones más específicas. Y, sin embargo, este reciente pliegue de un
lado del tejido informático paradójicamente nos reenvía a una situación
comparable a la del primer pliegue: ahora las herramientas son lógicas, no son
materiales, pero necesitan ponerse al servicio de una lógica de organización,
como los componentes materiales lo están respecto a unos lenguajes y una
programación. Así que otro pliegue está por hacer, aquél que de acuerdo con
las herramientas lógicas de que se dispone, presente una arquitectura, un
sistema de escritura para organizar el texto, la imagen, el sonido en un hipertexto.
Al estudio de este pliegue se dedica el libro. Las herramientas existentes
para la construcción de hipertextos se fundan, naturalmente, en una concepción
particular de la forma hipertextual de organizar la información, y de ahí sus
diferencias y distintos rendimientos, pero no alcanzan un nivel teórico, necesariamente
mucho más elaborado, sobre la organización de la información. Como veremos a
continuación, el sistema que estudiaremos, si bien se ha desarrollado a partir
de unas herramientas concretas, se podría realizar, con más o menos facilidad,
prácticamente con cualquiera de las que en estos momentos están disponibles. Y
esto es una prueba clara de que nos situamos en otro pliegue: el que recubriría
el actual pliegue de las herramientas para la
construcción de hipertextos. Hipertexto es ante todo un concepto nuclear. Aporta unas ideas fundamentales para la
organización de la información, pero como si de un sol y su sistema planetario
se tratara las realizaciones y desarrollos tienen que situarse en órbita
alrededor del concepto potente. El hipertexto, como concepto, es un fuerte
atractor en torno al cual deben girar las realizaciones concretas; unas muy
próximas, otras trazando órbitas tan lejanas que se hace difusa su participación
en el sistema del que el concepto hipertexto es el centro. Bajo el nombre de hipertexto se presentan trabajos muy
ajustados, aunque en planos distintos, al concepto nuclear; pero otros, en
cambio, son triviales y apenas participan de los fundamentos que hacen el
concepto. Hay también que tener en cuenta que es un sistema planetario en
formación.
En torno a
este concepto nuclear, girando en una órbita ni muy próxima ni muy alejada,
quizá se encuentren las condiciones adecuadas para dar vida al proyecto de una
memoria exenta. Nosotros vamos a situarnos en una de esas órbitas posibles,
seguiremos una trayectoria particular, muy concreta, pero en torno al
hipertexto; nos vamos a sentir que pertenecemos a este sistema constituido por
el concepto de hipertexto y participaremos de las herramientas de construcción
que aporta. Y a partir de una perspectiva concreta, la que nos ofrece la órbita
en que nos instalamos, observaremos este sistema planetario.
Pero hay que
tener bien presente que ni el material de construcción, como ya hemos visto,
ni el concepto nuclear de hipertexto y las herramientas de construcción que
proporciona son suficientes para realizar esa memoria exenta, para disponer de
una nave con la que iniciar las primeras navegaciones por un mar de
información. Falta, principalmente, la proyección de esta lógica, de este
comportamiento de la memoria que pudimos seguir en una caja, sobre todos
estos elementos necesarios, pero no suficientes, que ya disponemos para llevar
adelante la empresa. Y es lo que vamos a realizar a continuación.
Es ya el
momento de que el lector lo sepa. Este libro es la versión textual de un
hipertexto que trata sobre lo que estamos leyendo. Así que, encerrados en las
dos dimensiones de la superficie del papel, sabemos ahora que lo mismo que
estamos siguiendo en el texto está en tres dimensiones, en una caja, en
hipertexto. Naturalmente la organización de esta información es muy distinta a
como la
linealidad del texto nos impone, esto quizá es algo que no habría que repetir
pues es el centro de la preocupación de este libro: la lógica de organización
de la información para poder navegar por ella.
De ahora en
adelante seguirá el discurso de nuestra lectura del texto sabiendo ya lo que
estaba sin embargo sucediendo desde la primera línea: que esto mismo, todo el
libro, está organizado en hipertexto, fuera, por tanto, del papel, en tres
dimensiones, sobre soporte magnético. Situación que ya recogió Escher en su
litografía «Manos dibujando». Una mano que dibuja sobre un papel una mano, que
a su vez dibuja aquélla, y todo queda en la superficie del grabado. Un
hipertexto que organiza la información contenida en este texto que describe los
fundamentos y la arquitectura de ese hipertexto. Un hipertexto del texto que es
un texto del hipertexto, recogido en este libro del que no podemos salir.
También otro
trabajo de Escher nos ha servido para identificar, para bautizar gráficamente,
la realización que se ha hecho de todo lo que estaba contenido en esa maqueta
que nos permitió colocar la memoria en una caja y obtener y plasmar así los
elementos principales de lo que tiene que ser una navegación por la
información. La portada de esta realización concreta es «El cubo con cintas mágicas»
de Escher. El grabado contiene una serie de componentes el cubo, las cintas de
Moebius, y una especie de botones sobre ellas que pueden traducir algunos de
los conceptos constructivos fundamentales de esa caja que se nos ha hecho, de
ahora en adelante, cubo de Escher.