Un modelo de generación de herramientas
Hasta aquí hemos puesto
al hombre inmerso ya no sólo en un ecosistema natural, sino en un ecosistema artificial, es decir, en un
tejido de herramientas -proceso y equilibrio dinámico, y no amontonamiento de
cosas- que amplifica sus acciones naturales y a través de las cuales se
extiende, dilata su entorno y se extravierte. Estudiada de esta forma la
relación del hombre con sus productos, se supera la visión persistente que
valora como bueno y superior lo natural frente a la peor conceptuación y hasta
desprecio de lo artificial. Como si lo artificial fuera lo falso, lo
antinatural, lo perturbador. Pero si el hombre está en un ecosistema artificial, la herramienta a su vez está inmersa en un
ecosistema social. De ahí que pueda ser fructífero para los objetivos de este
ensayo que trata de los nuevos navegantes, de la construcción de artificios,
interfaces, para navegar por la información, del diseño de una memoria exenta,
el estudio de la relación entre herramienta y sociedad.
Para
asaltar esta reflexión vamos a utilizar un austero modelo formado
exclusivamente por un grafo orientado, es decir, construido con puntos y
flechas.
Obsérvese que se forman tres bucles, y que los tres
pasan por el punto herramienta.
Analicemos
el primer bucle. Una herramienta es
el resultado de una invención, pero
también de una inversión que
posibilite el paso de la idea, el diseño, el prototipo que supone la invención a un producto que tenga
usuario o usuarios. Es decir, la herramienta necesita un consumo, una
utilización por parte de usuarios, sean éstos individuos o instituciones. A
esto lo hemos etiquetado en el modelo con el término consumo. Si esta herramienta se consume, se utiliza, se necesita,
el bucle se cierra con un rendimiento a la inversión
realizada; rendimiento que no tiene por qué medirse en todas las ocasiones
desde una valoración económica; puede dar, por ejemplo, un rendimiento político
que justifique satisfactoriamente la inversión
económica exigida.
En
cualquier paso de este bucle se puede interrumpir el proceso y ver las
consecuencias que origina. Por ejemplo, si cortamos el paso de la inversión sobre la invención tendremos el caso frecuente de invenciones a la espera de
la atención del inversor para que salga del
estadio experimental y se convierta en herramienta.
En 1844, el 24 de marzo, Morse manda el primer telegrama;, sin embargo,
esta invención no recibe la atención
del gobierno americano, ni del inglés, ni del francés, y Morse tiene que
esperar años hasta que llega la inversión
necesaria. Convertida en herramienta de
comunicación su consumo, o
utilización, se va a extender muy rápidamente, primero en las finanzas, en los
gobiernos y en el ejército, para alcanzar a todas las actividades de la
sociedad. Entonces esta primera vuelta de bucle, tan lenta y costosa, deja
paso a otras vueltas cada vez más rápidas en las que nuevas inversiones
estimulan invenciones en torno al telégrafo que rápidamente encuentran
usuarios.
En la etapa
de gestación de lo que ahora son los ordenadores, los años cuarenta y parte de
los cincuenta, la inversión para el desarrollo de las invenciones viene
prácticamente del ejército. Las mastodónticas calculadoras electromecánicas y
las primeras máquinas electrónicas se construyen con fines militares. No hay
otro inversor atraído por estos
proyectos. Esta inversión del gobierno estadounidense, en años de la Segunda
Guerra Mundial y en los que siguen de guerra fría, se produce también en el
caso británico, con el proyecto Colossus, en el que trabajan Alan Turing y Max
Newmann, como figuras más conocidas en la historia de la ciencia. Pero en la Alemania nazi, Konrad Zuse ve cómo su gran
proyecto de creación de una máquina enteramente electrónica no es aceptado por
las autoridades alemanas, convencidas de que no es necesaria para ayudarles a
ganar la guerra.
Este bucle del modelo puede
recoger casos como el de una inversión sobre una invención que
no se consigue convertir en herramienta. Es lo que sucede con el
telégrafo armónico, una invención sobre la que los financieros inclinaban su
apoyo, y que nunca salió de la fase experimental, mientras que el teléfono de
A. Graham Bell y T.A. Watson tiene que esperar hasta 1877 el apoyo
de la inversión,
en un principio desinteresada por esas posibilidades.
Y también en el XIX, pero para
la construcción de unas impresionantes máquinas calculadoras, Babbage recibe
financiación generosa del gobierno inglés durante diecinueve años y ninguno de
sus dos proyectos llegará a materializarse totalmente en unas herramientas
funcionando. Desde dificultades en la construcción, con los problemas de
rozamiento de miles de piezas de un ingenio totalmente mecánico, hasta el mal
entendimiento con el artesano que dirige la construcción de los componentes,
harán imposible la realización.
De la misma manera, el modelo
recoge el caso que se puede producir de una herramienta que no se consuma, es
decir, cortar en el bucle el paso que une la herramienta con el
consumo. Cuando la pila de Fermi, resultado de sus investigaciones teóricas sobre
la fisión, recibe la atención del capital y el interés de los gobiernos para
su utilización con fines pacíficos da como resultado la central nuclear
destinada a la producción de electricidad. Pero esta complejísima y costosa herramienta
encuentra que se frena su consumo por la resistencia de sectores
de la población a la implantación en sus lugares de las plantas nucleares. La
resistencia popular, las críticas constantes a su seguridad y a su impacto
negativo en el medio natural introducen un freno considerable en la velocidad
del bucle.
También en el modelo se recoge
la posibilidad de que el rendimiento económico por el consumo de una herramienta
no compense la inversión. En este caso se cortaría el
vector que une consumo con inversión. La televisión por cable se ha
difundido en la sociedad norteamericana, y sin embargo su implantación en
algunos países europeos no está dando los rendimientos económicos aceptables
y que estimulen su desarrollo.
IBM construye en 1961 el gran ordenador IBM 1730, que supone un fracaso comercial, pero parte de la investigación
tecnológica que ha supuesto llevar adelante este proyecto se reutiliza para la
construcción de otro ordenador, el IBM 360,
que es todo un éxito de aceptación, y que marca una nueva etapa de la
informática.
Vemos, por
tanto, que por este primer bucle del modelo se puede simular un proceso más o
menos acelerado, e incluso frenarlo totalmente en un punto. En el vasto mundo
de las herramientas informáticas este bucle gira a gran velocidad: las
invenciones se suceden, nuevas herramientas salen incesantemente a la calle,
se amplía el número de consumidores de estos productos, el capital encuentra
un segmento amplísimo y bien diversificado para sus inversiones, con un
rendimiento muy aceptable.
Cuando el
bucle gira con soltura, la invención no tiene por qué estar
esperando la llegada de la inversión, sino que es el flujo de
la inversión lo que estimula y hasta
orienta hacia determinados sectores la investigación que dará como fruto la invención. Sin embargo, hasta los sectores más dinámicos tienen invenciones a la
espera de que el capital se dirija a ellas. Douglas Engelbart presenta a los
constructores de ordenadores, a final de los años sesenta, el resultado de sus
investigaciones en el Augmentation Research Center del Stanford Research
Institute, sin que encuentre atención por sus posibilidades prácticas. Años más
tarde la Xerox, en sus laboratorios de
Palo Alto, se pondrá a la tarea de desarrollar un sistema de comunicación con
el ordenador a través del movimiento de la mano sobre lo que se conocerá como
«ratón» y la relación con una pantalla multiplicada en ventanas y poblada de
iconos. Son las ideas del equipo de Engelbart que ya encuentran el interés de
los constructores. Interés que dará su fruto más conocido en 1984 cuando la
casa Apple, transvasando algunos técnicos del equipo de la Xerox y sus realizaciones, construya
el Macintosh.
El
mantenimiento y la aceleración del bucle se entienden mejor si recordamos que
una herramienta es un sistema útil, es decir, que una
herramienta es en realidad un sistema de herramientas. Cada giro del bucle
puede, por tanto, incidir sobre una parte de ese sistema
útil, sobre
una herramienta componente de otra que la engloba. De manera que el cambio, la
novedad en una de las partes produce también cambios y novedades en la
herramienta de la que es sólo un componente.
Vayamos ahora al segundo
de los bucles, aquél que une la herramienta con la obsolescencia y de nuevo nos reenvía a la invención.
Sería suficiente, con labor de arqueólogo,
acercarnos a un basurero para poder encontrar los rastros de una diferencia
fundamental de nuestras sociedades contemporáneas con respecto a otras sociedades
históricas. En estas últimas aparecería su utillaje roto, desgastado, viejo;
en cambio en una sociedad contemporánea aparecería abandonado su utillaje en
buen estado, sin muestras de haberse roto o fallado. Diferencia fundamental
que imaginamos podrían encontrar unos arqueólogos de otro tiempo o de otro espacio.
Y es que nuestra sociedad contemporánea se caracteriza por innovar
constantemente su utillaje, mientras que hasta ahora el hombre se ha afanado en
renovar su utillaje desgastado o roto reproduciendo lo más fielmente posible el
que ya estaba inservible.
En el ecosistema artificial el hombre está constante y aceleradamente
innovando, introduciendo en él nuevas herramientas. Por ser un ecosistema, y no
un inmenso baúl de objetos, la introducción de una nueva herramienta puede
perturbar a otras porque ya con respecto a la nueva no dan el mismo
rendimiento, las mismas prestaciones. Se produce entonces el fenómeno de la
obsolescencia, una disfunción de la herramienta por la aparición de otra en el
ecosistema artificial.
Hasta los años sesenta los países
competían por tener un transatlántico lo más grande y moderno posible que fuera
embajador de la nación por los puertos y países en que atracara. El
transatlántico era el medio principal de transporte de pasajeros para estos
espacios de agua. Sin embargo en esa década se produce su obsolescencia
rapidísima por la entrada en el mismo espacio de los aviones reactores de gran
capacidad de carga y pasajeros. Esas impresionantes máquinas flotantes, con
todos los adelantos tecnológicos del momento, se vuelven obsoletas ante las
naves voladoras, y quedan fondeadas a la espera de convertirse en museos o
restaurantes flotantes,
La relojería suiza montó su
imperio sobre unas piezas de precisión artesanal como eran los relojes de
cuerda. Investigaciones de base como las llevadas por Pierre Curie sobre la
piezoelectricidad inspiraron invenciones que dieron como resultado, entre otros
útiles (componentes de aparatos de sonido electrónico, como micrófonos, y
tocadiscos, sonar...), relojes llamados de cuarzo. La obsolescencia del reloj
de cuerda fue también muy rápida, como profunda la crisis de la relojería
suiza hasta que una decidida reconversión, que afectó desde operarios al
cambio de imagen publicitaria, reorientó la
producción por estas nuevas máquinas con principios físicos distintos. Ahora
la relojería suiza reclama con la publicidad nuestra atención no sólo para
ofrecer el reloj de lujo, sino para animarnos a poner en nuestra muñeca un
reloj de cuarzo distinto, de colores y formas atrevidos, según el día de la
semana.
El bolígrafo llega y
encuentra gran resistencia de la pluma estilográfica a perder su primacía. De
forma mucho menos rápida que en los casos anteriores la estilográfica inicia su
obsolescencia, ante un útil más resistente en su punta de escritura, más
duradero en su carga de tinta, y más limpio y seguro ante los derrames
inoportunos. La historia de la construcción de ordenadores nos ofrece una amplia
casuística de fenómenos de obsolescencia. En el ecosistema artificial van
emergiendo las lámparas de vacío, los transistores, los circuitos integrados...
que además de entrar a formar parte de sistemas útiles, como pueden ser la
radio o la televisión, pasan al ordenador y producen transformaciones en este
sistema útil que dejan obsoletas las máquinas hasta entonces construidas:
máquinas electromecánicas, electrónicas, transistorizadas, miniaturizadas, con
más capacidad, con más velocidad...
Por alguno
de los casos antes señalados, y por otros muchos a los que nos podríamos
referir, no hay, sin embargo, que interpretar la obsolescencia de una
herramienta por el mejor precio de la otra. En algunas ocasiones así sucede,
pero es sólo un factor más que incide; en muchas otras situaciones el costo
desciende precisamente cuando la producción de la herramienta aumenta debido a
su aceptación. En cuanto a los ordenadores personales, han entrado en los
hogares y en los despachos por su tratamiento de textos, es decir, desplazando
a la máquina de escribir. Un reciente estudio aporta el balance contundente de
un 90 por ciento de usuarios de ordenadores personales que utilizan el
ordenador exclusivamente como máquina de escribir. Y sin embargo el precio de
los ordenadores personales es superior al de una máquina de escribir. Esta ha
quedado definitivamente obsoleta, después de debatirse en mejoras infructuosas,
y se mantiene para usos muy restringidos, principalmente la escritura de
formularios, que, por mantener aún una gran heterogeneidad formal, se resisten
a ser escritos desde el ordenador.
Por lo dicho, no hay,
sin embargo, que entender que toda obsolescencia es catastrófica para la
herramienta obsoleta. No siempre la obsolescencia supone el arrumbamiento
definitivo de la herramienta. Puede servir esa obsolescencia de estímulo a la
introducción de cambios, de
nuevas invenciones en ese sistema útil, y reactivar su función. Así se recoge
en el segundo de los bucles. El primero de ellos, ya lo hemos estudiado,
recoge la aparición de nuevas herramientas, pero cada herramienta que se crea
entra en un ecosistema artificial y produce el fenómeno de la obsolescencia en
herramientas que hasta entonces rendían correctamente. Esto es lo que ofrece el
segundo de los bucles.
La obsolescencia es un
desajuste que se produce dentro de un sistema útil y en el tejido de
herramientas que venimos denominando ecosistema artificial; por tanto, a la
vez que empuja al abandono de lo que está obsoleto, activa la invención que
permita nivelar el desequilibrio producido por lo nuevo. Es decir, se responde
a lo nuevo con lo nuevo; y lo nuevo produce obsolescencia, así que hay una
búsqueda constante en el ecosistema artificial, y particularmente dentro de un
sistema útil, de un ajuste imposible. La innovación produce obsolescencia, y a
la obsolescencia se responde con otras innovaciones que a su vez originan
obsolescencia.
La visión de los dos bucles en
funcionamiento nos muestra su efecto amplificador. La actividad en el bucle 1
afecta también al bucle 2, pues cada herramienta que entra produce
obsolescencia de otra. Y a la vez el bucle 2 entra en el 1 y lo estimula al
responder la obsolescencia con nuevas invenciones que nivelen los
desequilibrios producidos. Y ya de nuevo en el bucle 1 el proceso se repite.
Por la conexión que hay entre
los dos bucles estudiados, vemos la dinámica de aceleración en la aparición de
nuevas herramientas.
También la lectura conjunta del
funcionamiento de los dos bucles nos permite explicar el fenómeno que en
algunos sectores muy dinámicos e innovadores, como el de la informática, se produce.
Fijémonos en el punto herramienta de
nuestro modelo. De él salen dos vectores, cada uno de ellos perteneciente a un
bucle. Un vector nos señala el paso de la herramienta como producto ya
terminado a su consumo, es decir, a su utilización en la sociedad. Y el otro
vector nos señala, bucle 2, que toda herramienta que sale para su uso produce
fenómenos de obsolescencia en otras. Pues bien, puede suceder que esa
obsolescencia afecte a herramientas que se encuentran en su recorrido del
modelo por el paso que va de consumo a inversión, o, lo que es lo mismo, en la
fase en que están proporcionando aún el rendimiento económico a la inversión que
ha necesitado su desarrollo. Si eso es así, esta herramienta obsoleta ya por
la acción de la que viene detrás, se empieza a abandonar antes de rendir los
beneficios exigidos por la inversión. Este desajuste se produce
precisamente cuando se circula abundantemente por estos bucles, es decir,
cuando son muy dinámicos.
Una solución para evitar esto es
poner un semáforo rojo en el punto herramienta. Contener la salida de
nuevas herramientas. La inversión sigue estimulando la
investigación, nuevas invenciones proporcionan nuevas
herramientas, pero éstas quedan detenidas en este punto del bucle: no salen aún
para su consumo,
o utilización, pero tampoco así producen obsolescencia.
En situaciones como ésta se crea en este
punto del modelo una especie de stock de nuevas herramientas. Herramientas que
podemos adelantar que estarán implantadas en la sociedad meses o años más
tarde. Esto nos permite hablar, en vez del «Shock del futuro», de Alvin
Toffler, del «stock del futuro».
En el campo de la informática la
situación en este sentido es paradigmática. Fijémonos en el ordenador personal.
Es un sistema
útil formado por un denso tejido de herramientas muy distintas. Cada
una de ellas puede, precisamente por esa diferencia, evolucionar
independientemente y a la vez influir y participar en el cambio de las otras.
El resultado es que la evolución en la década de los ochenta ha sido
impresionante: la velocidad de procesamiento, la capacidad de memoria y de
almacenaje de la información, la resolución de las pantallas, la calidad de
impresión, la potencia de los programas, etc. Pero ha supuesto un precio alto
de obsolescencia rapidísima de los ordenadores, de los periféricos, de los programas...
Tal es así que no era
infrecuente en esta década de los ochenta encontrar futuros usuarios
particulares que dudaban hacer la compra por el temor de que quedara
rápidamente obsoleta, o también a la espera de que se produjera la baja segura
de precio de aquello que llegaba como novedad. Y es que otra forma de frenar
la obsolescencia excesivamente rápida consiste en la salida al mercado de
productos con un precio exageradamente elevado, lo que permite, al difundirse
más lentamente, retardar el efecto de obsolescencia sobre otros productos. De
todas las maneras, la competencia comercial hace muy difícil que estos frenos
sean del todo eficaces, pues desde el momento que una empresa lanza al mercado
un producto, el resto de competidores no pueden seguir manteniéndolo retenido
o con precios de «freno».
Es
importante hacer ver que el modelo no se limita a simular el fenómeno de
producción de la herramienta en la sociedad industrializada, sino que es
extensible a cualquier momento de la producción de herramientas por el hombre.
Para ello hay que dar a los puntos o términos del modelo la adecuación al caso
estudiado. Por ejemplo, inversión fuera de las sociedades contemporáneas no
tiene por qué ser financiera, sino que puede ser inversión de tiempo en esa
comunidad primitiva para idear la herramienta, o atención por parte de los
poderes para que una invención se haga herramienta bélica, pongamos por caso,
u objeto de entretenimiento y juego en la Corte. De la misma manera, la
invención va desde los grandes proyectos de investigación científica de la
actualidad, al ensayo y error del artesano de otros tiempos, o al feliz
encuentro por azar de una realización que puede ser útil, es decir, producirse
como herramienta. Cuando en el modelo la herramienta viene de una invención
cargada de investigación científica, tendremos la producción tecnológica de
herramientas de la actualidad. Y cuando no es así, y a las invenciones no se
llega a través de la investigación científica, con el rigor y programación que
impone, estaremos ante la producción técnica. También podemos aquí encontrar el
«stock del futuro», pues al ser en la actualidad producción tecnológica y no
técnica, eso quiere decir que antes hay una investigación científica de base,
que inspira invenciones, y a las que debe seguir un esfuerzo de materialización
en herramientas. De ahí que viendo determinados logros en la investigación
científica podemos adelantar que tras años de investigación tecnológica
probablemente se lograrán herramientas con esos fundamentos científicos.
Asimismo
hay que precisar, y ya lo intentamos aclarar anteriormente, que no debe
entenderse el consumo de una herramienta desde la perspectiva exclusiva de una
sociedad de consumo, sino que se refiere a la utilización de esa herramienta, a
que se empieza a hacer uso de ella, según su naturaleza y función, por los
individuos, o por las empresas, o por las instituciones. O en el caso de
sociedades primitivas por el grupo social, o por determinados elementos de ese
grupo, en donde se realiza la herramienta.
Completemos
ahora la lectura del modelo fijándonos en la parte que nos falta, la número 3.
Como se verá no es un bucle, sino dos ramas que salen de herramienta y que llegan a dependencia.
El hombre forma la
herramienta y ésta lo conforma. Hay un proceso de rebote de la herramienta al
hacedor y usuario de ella. Los efectos
de la herramienta sobre el usuario son muy variados y es la ciencia de la
ergonomía la que los estudia. Pero por encima de los casos particulares se
puede decir que hay un efecto general de la herramienta sobre el usuario: crea
dependencia. Desde la colocación de la mano para coger una determinada
herramienta hasta la organización del sistema de producción en una empresa de
acuerdo a la maquinaria empleada, pasando por los impactos que la introducción
de herramientas generalizadas pueden producir en la totalidad de una sociedad,
como la televisión, por ejemplo, son manifestaciones de la conformación, de
las dependencias que toda herramienta crea.
Si el hombre viene mostrando,
del bifaz al interfaz, su habilidad y creación como hacedor de herramientas,
también manifiesta una gran plasticidad, física, mental, organizativa, social,
ante las exigencias de adecuación que la herramienta impone para su uso. Pero
esta capacidad de conformación viene acompañada de una inercia, de una
determinada resistencia a cambiar el ajuste del usuario con la herramienta.
Este ajuste se ha hecho con un esfuerzo por parte del usuario y está dando un
rendimiento, por tanto hay resistencia a abandonar la gratificación de este
rendimiento por otro que está sólo en potencia, que está por demostrar, y al
que se debe llegar a través de un nuevo proceso de adaptación, reorganización,
aprendizaje. De manera que cuando una herramienta nueva produce la
obsolescencia de aquella a la que está bien ajustado el usuario, éste se
resiste a abandonarla por otra que le exige una reconversión de sus hábitos y
destrezas, de su forma de organizarse ante ella.
Esto es lo que recoge la parte 3
del modelo. Por un lado toda herramienta crea dependencia. Por otro,
la herramienta
provoca obsolescencia en otras herramientas
respecto a las cuales hay ya una dependencia. De manera que la dinámica y
mutua amplificación de los dos bucles, el 1 y el 2, se ve frenada por los
caminos que abre la parte 3. Según el bucle 2, a la obsolescencia se responde
con nuevos cambios, con invención. Pero, teniendo ahora en
cuenta el camino que la parte 3 abre a este punto obsolescencia, vemos que
esa dinámica, esa ágil respuesta, puede desviarse hacia una resistencia a
abandonar la herramienta, a superar la obsolescencia, por la dependencia
que el usuario tiene con respecto a la herramienta obsoleta.
El modelo, por tanto, recoge la parte
dinámica, de amplificación del fenómeno de producción de herramientas, junto
con la resistencia que ese desarrollo
encuentra por la inercia al cambio que la dependencia hacia las herramientas
origina.
Hay muchos
ejemplos bien conocidos por todos de esta resistencia al cambio, a la
integración de nuevas herramientas y abandono de las obsoletas. Uno de los más
generalizados y recientes quizá sea el de los sistemas de administración de
empresas y del Estado ante la informatización. Para el objetivo de este libro,
a nosotros nos interesa señalar la dependencia de una sociedad acostumbrada a
encontrar su información en el marco de la página y que ahora es llamada a
moverse cada vez más en el marco de la pantalla de un monitor de ordenador. Los
nuevos navegantes han recorrido durante quinientos años hasta llegar a la
orilla una cultura del libro, en donde la información se hojeaba. Y ahora,
para iniciar las primeras singladuras, tienen que abandonar sus hábitos
librescos y habituarse al espacio de una pantalla. ¿Que resistencias va a
presentar el lector libresco a navegar por la información frente a una
pantalla? ¿Qué dificultades va a tener la persona, acostumbrada a escribir un
texto sobre la superficie del papel, para componer un hipertexto sobre un
soporte magnético u óptico? ¿Qué inercia ofrecerá la comunicación científica,
la educación, para organizar su ingente información de manera completamente
distinta a como hasta ahora se está haciendo sobre el papel de las revistas
científicas, las tesis, y los libros de texto?
De
todas estas cuestiones que han brotado en cascada, al observar el
funcionamiento del modelo desde la preocupación que nos ocupa en este libro,
nos vamos a quedar por el momento con una sola de ellas, para intentar
profundizar lo más posible: el papel, como soporte fundamental de la
información durante siglos, y su situación ante estos fenómenos que estamos
estudiando.