con paso preciso. La fuerza se convierte en arte
cuando las bridas aprietan lo necesario. XTóBAL
-El mundo es eso. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos
iguales Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay
gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que
llena el aire de chispas. Algunos fuegos fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
EDUARDO GALEANO
Éste es un libro sentipensante,
como sentipensante es el hombre que lo ha escrito y que no hace otra cosa que
sentir, y pensar sobre lo que ha sentido, y pensar, poniendo el sentir en lo
que ha pensado.
Y eso desde el primer renglón, en el
que señala sus intenciones de invitarnos a reflexionar con él acerca de las
situaciones sentimentales que se dan a diario con los niños, y hasta el último,
en el que une el lenguaje, ley y lazo, que anuda esa materia tan salvaje y tan
nuestra, que son los sentimientos.
Hace tiempo que nos unieron el
gusto por escribir, los «Jueguitos» de
E. Galeano, y nuestro oficio común, sentido y deseado por ambos, que nos sitúa
en la tesitura de enseñar, aún sabiendo y reconociendo lo poco que sabemos. Así
que, aunque me sea imposible disimular que estimo y admiro al autor y a su
hacer de maestro, voy a intentar «alejarme»
unos pasos, para mirar este texto con una cierta distancia, que me permita
poder presentarlo.
Cristóbal abre al lector una
especie de ventanas curiosas sobre los sentimientos que más frecuentemente
conmueven a los niños, contando con sencillez y profundidad el significado que
otorgan a cada matiz del sentir los pensadores, el lenguaje, sus propios
alumnos, y él mismo, a partir de sus abundantes lecturas, experiencias, y
reflexiones.
Siempre yendo y viniendo de la
práctica a la teoría, y de la teoría la práctica, hace aparecer ante nuestros
ojos: la ira, la vergüenza, los celos, la envidia, el miedo, la alegría, la
tristeza, la angustia, el cariño, el amor y la amistad, con sus
correspondientes definiciones, descripciones, análisis, y algunas claves
significativas para una saludable y respetuosa intervención del lado del
maestro.
Hablar mirándose a los ojos, no
culpabilizar al niño, esperar lo bueno de él, proyectar los conflictos en la
expresión artística (en las «sustancias afectivas», como él las llama...), y en las palabras, en el
juego... serían las vías que ofrece para convocar la rabia, y poder «desactivarla»,
valiéndose de realidad o fantasía,
pero siempre con calma, contención y cariño.
Para las sexualizadas vergüenzas
propone aceptación, tiempo, risas y «máscaras que ayuden a desnudar el alma».
Para envidias y celos, sugiere
trabajar la identidad y celebrar las diferencias, huyendo de uniformadores
ideales.
Y así va desmenuzando cada
sentimiento, con tal virtud y sinceridad, que uno no tiene más remedio que
ponerse en relación consigo mismo, y revisar en su «piso de abajo» las propias vivencias sentimentales para
contrastar e integrar esas nuevas perspectivas en los miedos, las furias, o los
cariños que hemos vivido, o presenciado a lo largo de nuestra vida, y de
nuestro quehacer profesional.
De vez en cuando se oye el
rumor de su clase y las voces de sus niños, salpicando las serias reflexiones,
y haciendo presente con harta ternura el trapito de Alejandro, las preguntas de
Pablo, el abuelo de Elena, la pistola de Andrés... Y junto a esto, y siempre,
sus manos firmes y acariciadoras, sus ojos puestos en cada uno de los niños,
sus oídos atentos a esas crecidas, que le son tan únicas, tan preciosas y tan
indispensables.
Ese hombre está embarazado de mucha gente. La
gente se le sale por los poros. Así lo muestran, en figuras de barro, los
indios de Nuevo México: el narrador, e l que cuenta la memoria colectiva, está
todo brotado de personitas.
EDUARDO GALEANO
Si alguna falta veo en el texto
es su excesiva brevedad, que queda por otra parte compensada por la riqueza y
hondura de lo que aporta, tanto en el fondo, como en la forma, divergente,
armoniosa y poética.
Al final hay un punto, que él
hace servir de resumen y cierre, y al que llama: «Implicaciones educativas», aunque, en realidad, esas implicaciones están en
cada una de las palabras que conforman el libro. Palabras, que son verdaderas,
y que están investidas de significados, de vivencias y de sentimientos.
Palabras sentidas y generosas, de contar y compartir, de dudar y tener miedo,
de alegrarse y de cantar.
Todo tiene, todos tenemos, cara y señal. El perro
y la serpiente y la gaviota y tú y yo, los que estamos viviendo y los ya
vividos y todos los que caminan, se arrastran o vuelan: todos tenemos cara y
señal.
Eso creen los mayas. Y creen que la señal, invisible, es
más cara que la cara visible. Por tu señal te conocerán.
EDUARDO GALEANO
Y la señal de Cristóbal, «el
maestro», como le dicen sus niños, cuenta
que es amigo de amigos, y que estima el vivir, el soñar, y el comer pescaítos
en fritura, hablando apasionadamente de filosofías, y mirando al mar.
Un libro que invita a pensar, a
sentir, y a dar las gracias.
Mari Carmen Díez, Enero 2004